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Perdiendo el control

Aquel viernes por la noche era un viernes como cualquier otro si no fuera por el calor horrible, por la humedad sofocante que envolvía el ambiente. El calor veraniego y la ardiente brisa procedente del cercano mar pegaban las ropas al cuerpo, provocando en uno una sensación absolutamente irritante y molesta. Una vez hube disfrutado de una larga tarde pegado a la tele acompañado de dos refrescantes cervezas, me dispuse finalmente a darme una ducha fría que calmase mínimamente el malhumor que el tiempo pegajoso de la costa había creado en mí.


Aquella tarde había estado holgazaneando por casa aprovechando el respiro que, de forma nada habitual, me habían dado los diversos casos que ocupaban mi tiempo como abogado. Por aquellos días me hallaba enfrascado en un caso de constitución de una nueva empresa, aparte de otros temas de poca monta pero que igualmente necesitaban una salida airosa.


Ya en el baño me deshice de la ropa y abrí el grifo del agua fría, metiéndome al momento en la ducha intentando conseguir que la acción del agua actuase sobre mi cuerpo de manera reparadora. Un placentero escalofrío recorrió todo mi cuerpo al notar el agradable frescor del agua cayendo por encima de mi cabeza y a través de los músculos que sentía algo agarrotados. Enseguida empecé a sentir aflojarse los músculos notándome cada vez más y más relajado. Llenando la esponja con un abundante chorro de gel, inicié al instante la tarea de enjabonar mis piernas para luego subir hasta mis brazos y el velludo torso llenándolos de espuma. De manera casi inconsciente llevé una de mis manos entre las piernas mientras con la otra acariciaba con fuerza la zona de la cadera y de la barriga moviéndola con decisión. Pese a mi reciente separación no pude abandonar el recuerdo de Elena, una de las socias de aquella nueva empresa a la que asesoraba en sus primeros pasos.


La había conocido apenas tres semanas antes y me gustó a rabiar desde el primer momento en que la vi. De unos cuarenta años, algo más joven que yo, Elena era una de las tres socias de aquella empresa de moda de nueva creación. Con su larga melena morena que le llegaba a media espalda y según pude saber casada hacía unos ocho años, Elena era un sueño de mujer, una de aquellas mujeres ante las que cualquier hombre se vuelve a su paso. Varias eran las pajas que me había hecho a su salud y cada vez que la veía no hacía otra cosa que lanzar el anzuelo a ver si había la posibilidad de lograr algo con ella. Nunca antes había hecho ascos a una mujer casada resultándome incluso morboso el juego de seducción con ellas, la mayor dificultad respecto a una mujer libre de obligaciones. Desde la separación de mi mujer hacía ya año y medio largo, las oportunidades en el despacho no me faltaban, habiéndome acostado con alguna de las clientas y con algún que otro ligue que había surgido durante aquel tiempo.


El agua fría de la ducha continuaba recorriendo mi cuerpo mientras la mano masturbaba lentamente mi pene, recordando la visita al despacho que me había hecho Elena la mañana del miércoles anterior. Tras cerrar el grifo salí de la ducha secándome el cuerpo con rapidez. Pese a la ducha pronto volvió a mí la sensación agobiante de aquel calor extremo. ¡Maldito calor, acababa de ducharme y ya estaba sudando de nuevo!


Después de acabar con el cabello, arreglándolo con algo de espuma fijadora y de observar en el amplio espejo mi barba rala de varios días que tanto gustaba a mis conquistas, me dirigí al dormitorio donde elegí una camisa color burdeos de lino, unos tejanos y unos cómodos mocasines. Una vez listo y cogiendo las llaves del coche, abandoné mi domicilio poniendo rumbo a casa de mi hermano donde las noches de los viernes solíamos reunirnos para cenar y pasar un buen rato familiar.


La casa de Mario y de mi cuñada Flora se encontraba a una media hora de la mía en una zona de nueva implantación a la que se habían trasladado unos tres años antes. De amplias habitaciones y con jardín y terraza en la parte trasera, disponía asimismo de una piscina de medianas dimensiones la cual hacía las delicias de mis pequeños sobrinos los cuales aprovechaban para remojarse y chapotear desde comienzos de la primavera hasta bien avanzado el mes de octubre.


Tras haber acabado con el cigarrillo, lo apagué dejándolo caer en el cenicero en el momento en que aparcaba frente a la casa de mi hermano. Echando un rápido vistazo a mi reloj de pulsera, observé que pasaban diez minutos de las nueve y media. Mi pequeña falta de puntualidad sería fácilmente perdonada por mi cuñada una vez contase cualquier excusa con el tráfico, pensé mientras respiraba con fuerza llenando completamente mis pulmones. Me extrañó un tanto ver la casa prácticamente a oscuras y sin rastro alguno del alboroto que habitualmente solían producir mis traviesos sobrinos. Sin embargo, tampoco le di mayor importancia dirigiéndome hacia la puerta una vez cerré el coche con el mando a distancia.


Ya frente a la entrada, apreté el pulsador suavemente dos veces esperando respuesta desde el interior de la casa. Tras unos segundos y sin recibir contestación, la puerta se abrió permitiendo el paso al interior del vestíbulo. Comprobé la falta de movimiento con solo las luces encendidas del salón y del pasillo que llevaba hacia las habitaciones del fondo.


Estoy en el baño. Enseguida salgo, no tardo nada –escuché desde el interior una voz femenina que no pude apreciar a quien pertenecía debido al ruido que la ducha abierta producía.


Sin responder a la propietaria de aquellas palabras, encaminé mis pasos hacia el salón el cual encontré en el mismo clima de quietud y sosiego que envolvía al resto de la casa. Ni rastro de los pequeños ni de mi hermano por ningún lado. Al pasar por delante del baño, pude ver la puerta del mismo ligeramente entreabierta al tiempo que escuchaba el suave tarareo de una melodía. Imaginé que sería mi cuñada duchándose antes de preparar la cena. Sin poder remediarlo noté excitarme, imaginándola desnuda y acariciándose su cuerpo de carnes prietas con la suavidad de la esponja. Siempre me había resultado terriblemente interesante la presencia de mi cuñada Flora, con aquella figura de sinuosas formas y aquella mirada morbosa que parecía estarte pidiendo a cada momento que te lanzases sobre ella.


Sin embargo, pese a mi primera impresión y prestando mayor atención, descubrí finalmente que la que se encontraba en el interior del baño era Davinia, mi bella sobrinita de diecinueve años recién cumplidos. Aquello me excitó aún más, pensando en aquel tierno y hermoso cuerpo que tantas veces había podido imaginar bajo sus ropas o incluso admirar por entero, las pocas veces en que había podido verla cubierta tan sólo con uno de aquellos bikinis bajo los que podía apreciarse el empuje de aquellos jóvenes y rotundos pechos así como la suavidad exquisita de sus redondeces.


Davinia era la hija mayor de mi cuñada Flora y de mi hermano y a sus diecinueve años puedo asegurar que ya no era la criatura consentida e inmadura de años atrás, habiéndose convertido en poco tiempo en toda una jovencita de armas tomar. De corte de pelo a lo garçon, con amplio flequillo y teñido de rubio platino que le daba un aspecto transgresor, moderno y desenfadado, debo decir que mi joven sobrinita estaba hecha todo un bombón en el que la mirada depravada de cualquier hombre no tardaría mucho en tomar posesión. Mis ojos evidentemente no habían supuesto una excepción, admirando la belleza desbordante de aquel cuerpo heredero perfecto del de su madre.


Como mi cuñada Flora tenía aquel aire provocador y morboso que tanto me gustaba y que tan nervioso me ponía. Con aquella cinturilla estrecha y de anchas caderas y bien marcadas, aquella muchachita era ya toda una auténtica hembra en ciernes. Sus firmes y apetecibles muslos junto a sus glúteos de carnes duras y prietas en los que mi mirada se perdía de forma disimulada cada vez que la veía sola o en compañía de mi hermano o de mi cuñada, suponían un verdadero suplicio para un hombre aún interesado en los placeres del sexo como yo lo era. Tenerla tan cerca y no poder recorrer con las manos sus pronunciadas curvas hacía que, cada vez más, hubiese ido creciendo en mí un deseo incontenible por aquella jovencita de carácter desenvuelto y extrovertido en el que destacaba aquella sonrisa pícara que parecía invitar permanentemente al vicio y a los más turbios pensamientos.


Tal como indiqué unas líneas más atrás y gracias a la puerta entreabierta del baño, pude tomar conciencia de que quien se hallaba en el mismo era mi sobrina Davinia, la cual seguía canturreando bajo la ducha ajena por completo a mi cercana presencia. Tan sólo me separaba de ella aquella puerta a través de la cual podía verse el vapor del agua cubriendo casi en su totalidad la estancia, dejando apenas adivinar el diseño levemente verdoso de los azulejos. Aquella evaporación responsable de la humedad ambiental empezaba a empañar el espejo y el golpear del agua se mezclaba con el sonido de la voz agradable de la muchacha, haciéndola casi inaudible.


La proximidad de aquella jovenzuela de sensuales y curvilíneas formas, hizo que temblara de emoción excitándome sin remedio ante la feliz perspectiva de poder disfrutar de la imagen de aquel cuerpo desnudo. Parando atención una vez más, observé que nadie de la casa se encontraba por ningún lado. Debían haber salido de casa, hallándose mi encantadora sobrina tomando una refrescante ducha, seguramente antes de salir en compañía de sus amigos.


Acercándome aún más a aquella puerta tras la que se encontraba aquella muchacha hecha pecado, la empujé con un mínimo golpe de mi mano apareciendo ante mí un cuadro que superaba en mucho la idea que podía haberme hecho con anterioridad. Tras la mampara levemente empañada y de espaldas a mí, allí se encontraba efectivamente aquella bella ninfa enjabonándose su espléndido cuerpo de arriba abajo mientras el agua caía a chorros por encima de su cabeza para finalmente desaparecer a través del desagüe de la ducha. Una enorme conmoción creció en mis partes nobles notándolas responder bajo la tela del tejano al gozar de aquel espectáculo reservado sólo para los dioses.


Me quedé allí quieto, como petrificado y sin poder apartarme de la imagen gloriosa que me ofrecía el cuerpo desnudo de Davinia. Mi erección empezaba a ser tremenda y no era para menos viéndola acariciarse llenando sus muslos y su vientre de espuma. Volviéndose de lado quedé atónito advirtiendo tímidamente la redondez de aquel par de pechos de buen tamaño que tantas veces había imaginado bajo los mínimos tops que solía usar. Disfrutando la ducha, tan pronto removía con fuerza sus cortos cabellos como bajaba hacia abajo frotándose los brazos y las caderas con movimientos circulares de sus manos. Cerrando los ojos y tratando de poner freno a mi deseo, llevé la mano entre mis piernas buscando un mínimo alivio que era consciente sería difícil de conseguir. Así y disfrutando de aquella caricia que me daba, no me enteré de cómo mi bella sobrinita cerraba el grifo, volviendo a la realidad en el mismo momento en que escuché el correr de la mampara.


¿Qué haces aquí? –gritó sorprendida mientras trataba de tapar su cuerpo desnudo como podía.


¿No hay nadie en casa? ¿No están tus padres? –pregunté a mi vez sin apartar la mirada del pecho desnudo donde destacaba la aureola oscura que envolvía el pezón.


Estoy sola. Marcharon esta tarde y no volverán hasta el domingo por la noche… ¿y quieres salir del baño? –volvió a gritar mientras alargaba el brazo en busca de la toalla que colgaba de la cercana percha.


No grites Davinia. Vine a cenar y a pasar un rato con vosotros como cada viernes. Llamé y al no obtener respuesta empujé la puerta que se encontraba abierta –declaré mintiendo como un bellaco y aproximándome más a ella tratando de calmarla.


Al fin pudo alcanzar la toalla cubriéndose la desnudez con la misma. Pese a ello la excitación que me embargaba no disminuyó un ápice debido al enorme deseo que el cuerpo de aquella jovencita provocaba en mí. La combinación perversa entre la humedad que envolvía el baño junto a aquella situación tan inesperada y el tener el cuerpo de la muchacha a mi lado hizo que no pudiese evitar el crecimiento impetuoso de mi sexo.


Aquella hinchazón tampoco pasó desapercibida para ella, cuya mirada vi situarse como de pasada en mi entrepierna y en la terrible tensión que la misma sufría bajo el algodón que la cubría. Se la veía realmente preciosa allí pegada a la pared, a pocos centímetros de donde me hallaba y con su bello rostro cubierto por las pocas gotas que caían de sus cortos cabellos, llenando su frente y su graciosa naricilla de una humedad creciente. Sin aguantar más mi deseo, me acerqué acorralándola sin posibilidad de escape ni de respuesta y, enlazándola por la cintura, la besé posando suavemente mi boca en aquellos labios juveniles que tanto me provocaban. Fue un beso corto, apenas perceptible pues enseguida Davinia apoyó sus manos en mi pecho intentando empujarme con fuerza hacia atrás para poder escapar.


Tío, ¿pero qué haces?... déjame, ¿te has vuelto loco? –exclamó completamente turbada al tiempo que trataba de desasirse.


Pese a sus reproches me acerqué aún más a ella envolviendo su menuda figura con mi enorme presencia sabiendo que no tardaría mucho en trocar aquellas protestas en otras muestras de afecto mucho más convenientes para mí. Busqué su boca, apartándola ella al instante entre sus quejas cada vez menos enérgicas. Abrazándola con fuerza la besé en la mejilla y en el cuello, haciéndola notar el deseo inmenso que sentía por ella. Mi joven sobrina empujó mi pecho con sus manos de forma poco convincente, mostrándose cada vez más entregada a mí sin duda sabiéndose perdedora en aquella dura batalla que ambos manteníamos. Apretándola contra mí le hice sentir mi henchida humanidad pegada a ella mientras una de mis manos buscaba su poderoso muslo empezándolo a acariciar arriba y abajo.


Solo quiero saber cómo besan esos grandes labios que tienes.


No, por favor… para, Pablo… para no continúes, por favor… –pidió de manera menos decidida mientras su respiración se hacía más entrecortada y violenta con cada caricia que mi mano le propinaba.


Poniéndole la mano sobre sus labios, no dejé que siguiera hablando. Viendo la cada vez menor energía en la disputa por parte de ella, busqué acabar con las últimas reticencias de aquel bombón que tenía entre mis manos y así, alzándole mínimamente la toalla hacia arriba, me apoderé de sus nalgas agarrándolas con fuerza entre mis dedos. Nuevamente entreabriendo los labios busqué su cuello haciéndola vibrar, subiendo a continuación hasta su oreja la cual lamí pasándole la lengua por debajo para que sintiera el leve roce y el calor de mi lengua. Atrapándola entre mis dientes le ofrecí un pequeño tirón en su lóbulo, notándola estremecerse así como el incontenible aumento de su respiración, ya disparada hasta el infinito. En mis muchos años de experiencia en las difíciles lides amorosas, sabía que no había mujer que pudiera resistirse a semejante caricia y evidentemente mi joven sobrina no fue la excepción.


Te deseo, muchachita… no sabes cuánto te deseo –le susurré de repente al oído bien seguro que sería incapaz de negarme ninguna cosa que le pidiera.


Estás completamente loco… eres un maldito cabrón –declaró en voz baja abandonándose ya entre mis brazos sin mostrar la más mínima disputa.


Ya entregada a mí, la escuché suspirar débilmente y entonces, mirándome directamente a los ojos supe del inmenso deseo que la invadía. Volviendo a mirarme, le acaricié primero la mejilla rozando luego los dedos sobre sus labios los cuales noté temblar bajo el calor de su aliento. Tomándola del mentón y apretando mi cuerpo al suyo, uní mi boca reconociendo la calidez de la suya en un beso sincero y lleno de ternura. Finalmente, las postreras reservas por parte de aquella muñequita adorable acabaron derrumbándose como un castillo de naipes. Davinia respondió a mi ataque dejándose llevar y apoyando la mano en mi brazo mientras la otra se deslizaba por mi espalda abrazándose con fuerza a mí. Enganché con suavidad su cabello entre mis manos y haciéndola echar la cabeza hacia atrás, traté de hacer más intensa mi ofensiva saboreando aquellos jugosos labios y buscando con mi lengua que entreabriera los suyos para así poder apoderarme de aquella juvenil boca y que tan ardiente y húmeda imaginaba. De ese modo mi apetecible sobrina, abandonándose a sus más íntimos deseos, acabó por acariciar mi cabello con sus uñas y sus dedos abriendo ligeramente su boquita y permitiendo que mi habilidosa lengua se hiciera paso entre sus dientes tomando posesión de la suya, succionándola y empezando a juguetear en el interior de aquella cavidad tanto tiempo apetecida.


Entre mis brazos la noté muy caliente, estaba realmente a cien y deseosa de continuar con aquel juego que no sabíamos donde podía llegar a parar. Una vez más mi mano traviesa se apoderó del trasero sobando con ganas su tersura y suavidad y sin que recibiera respuesta alguna por su parte. Mi otra mano recorrió el mismo camino rastreando en el otro cachete el cual encontré igual de duro y poderoso. Comenzamos a besarnos de manera delicada, alargando todo lo posible aquel mágico momento sin dejar de lamernos, de mordisquearnos los labios sedientos de los besos del otro. Mis manos se empaparon de toda ella subiendo por los costados, recorriéndole la espalda para finalizar descansando sobre su cuello divino y sus brazos. Davinia, ya rotos sus últimos temores, respondió acercando su boca a la mía y extrajo la lengüecilla provocándome e invitándome a juntarla con la mía. Me encantó aquella muestra de descaro por parte de la muchacha y, cerrando los ojos, me entregué a aquel largo y sensual beso, mezclando nuestras bocas y dejando que su lengua se acomodara de manera impetuosa encima de la mía mientras notaba ya totalmente perdido el control de mis actos. Con la mano apoyada en su hombro, la bajé buscando su pechito por encima del rizo de la toalla al mismo tiempo que mis dedos se deslizaban hacia abajo posándose sobre su cintura.


Continuamos besándonos a cada momento con un mayor ardor, de un modo intenso, juntando nuestras lenguas y trabándolas con furia, comiéndonos las bocas y dándonos a probar las respectivas salivas. Planté mis dientes en la desnudez de su hombro y con los dedos conseguí soltar la toalla que se mantenía aún firmemente sujeta a la silueta de mi bella conquista, quedando de ese modo Davinia totalmente desnuda ante mí. La contemplé de arriba abajo durante unos breves segundos devorándola con la mirada, centrando mi atención en la mínima pelambrera castaña que cubría el bien cuidado pubis y disfrutando de la ternura de aquellas lujuriosas curvas. Fijé los ojos en su bonito rostro cubierto de humedad y sudor, con las mejillas sonrosadas y acercándome de nuevo a ella incliné la cabeza llevándola hacia una de aquellas montañas la cual rocé apenas con los labios, logrando que ella gimiera tímidamente mientras envolvía mi cabeza con sus manos. Con los dedos presioné aquella maravilla empezando a lamer y chupar la tersura de su piel, dándole pequeños mordiscos para enseguida hacerme con el pezoncillo que apreté con delicadeza entre el pulgar y el dedo índice cubriéndolo por completo y degustándolo con mi boca y mi lengua hasta que pude comprobar cómo se erizaba creciendo bajo el furibundo ataque que mis labios le prodigaban. De un pecho pasé al otro repitiendo la misma operación y sintiendo el dulce tormento que aquella fascinante joven sentía en todo su ser. Uniéndose a mí sentí sus desbocados senos estrujándose contra mi cuerpo y cómo el corazón le latía con fuerza. El dulce contacto de los pezones sobre mi pecho y el ambiente acogedor del baño hacían aquel encuentro entre ambos terriblemente delicioso y excitante.


Sigue, vamos sigue… me gusta, me gusta mucho como lo haces –musitó en voz baja manteniéndose firmemente agarrada a mis cabellos mientras arqueaba su cuerpo con violencia tirándose hacia atrás.


Renunciando a sus pechos, subí hasta su boca y volvimos a besarnos, mezclando nuestras salivas y apoderándome de su lengua la cual envolví con la mía en un morreo lleno de morbo y vicio. Cogiéndome del cuello sentí su lengua pegada a la comisura de mis labios de donde pasó a mi oreja la cual lamió llena de pasión y locura. Al parecer había conseguido despertar a la fiera que mi sobrina llevaba dentro y ya no iba a haber nadie ni nada que fuera capaz de parar toda la fuerza devastadora que escondía. Estaba muerta de gusto y no podía dejar de demostrarlo, pidiendo más y más a cada roce que mis manos le regalaban por encima de su espléndida silueta. Davinia, levantando la pierna, provocó la elevación de la pelvis para hacerla entrar en contacto con mi entrepierna la cual se mantenía alerta bajo mis pantalones. Con extrema lentitud y recreándose en su labor, fue desabrochando los botones de mi camisa echándola hacia atrás hasta que acabó desapareciendo en el suelo bajo nuestros pies. Una vez lo hubo hecho, sus manos de atrevidos y vivarachos dedillos tomaron posesión de mi torso desnudo recorriéndolo en su totalidad como si deseara apoderarse de cada centímetro de mi piel. Pegándose más a mí, enlazó la pierna por detrás de la mía para así poderme sentir más aún. La besé en los labios pero ahora de manera mucho más firme y segura, haciéndola gemir de manera satisfecha. Bajando recorrí su cuello con frenesí, cubriéndolo con furiosas mordidas y lamidas y jugando con mi lengua entre los suspiros que su boca producía. Sin prestar atención a sus pechos, pasé de largo hasta detenerme en su vientre, llenándolo de besos y lamiéndolo en pequeños circulillos que tuvieron la virtud de hacer que la muchacha se estremeciera de puro placer.


La excitación de ambos aumentaba con las carantoñas que yo le propinaba en cada una de aquellas redondeces que tan sorbido me tenían el seso. Los gemidos y lamentos de mi adorable sobrina se hacían más y más notorios con el dulce vibrar de mi lengua sobre su cuerpo. Por momentos parecía enloquecer por completo disfrutando del dulce tormento que mis caricias le daban. Lanzándose sobre mí besó mi torso desnudo gozando de la fresca fragancia que mi cuerpo desprendía. De pronto noté su vivaracha mano acariciando de manera lenta pero entusiasta mi miembro exaltado a través de la tela del tejano, para de nuevo subirla a mi pecho arrancándome un gemido de satisfacción al pellizcar el pezón con sus uñas.


Tío, eres malo... muy malo... bufff, no sabes cómo me has puesto de cachonda, malvado –exclamó brillándole de un modo especial su sugestiva y penetrante mirada de hermosos ojos grises.


Sin responder a sus palabras, me hice una vez más con su cuello colmando de electrizantes emociones tan sensible zona, abriendo la boca y succionando la piel muy suavemente dedicándome por entero a su placer. No dejé un solo segundo de propinarle aquel suplicio mientras mi mano derecha descendía por su vientre en busca del tan preciado tesoro. Sentí la vulva caliente que empezaba ya a estar muy, muy mojada y húmeda, destilando jugos sin cesar.


Para... para, por favor… no sigas… por favor, no… –murmuraba Davinia retorciéndose entre mis brazos con la espalda completamente pegada al vaho que impregnaba la pared.


Pese a ello, pronto desmintió sus palabras mostrándose desvergonzada y empujando suavemente hacia delante para tratar de lograr que su vagina hiciera contacto con mi mano. Respondí a los deseos de la muchacha presionando sobre la rajilla con mis dedos, hasta conseguir abrirle los labios camino de su clítoris el cual empecé a acariciar de forma lenta primero, para enseguida adoptar un ritmo mucho más rápido. Un gritito lastimero escapó de entre sus labios al sentirse halagada de aquel modo y, al instante, inició un acompasado movimiento de cadera acompañando así los movimientos que mis dedos le provocaban.


Dime cariño, ¿te gusta lo que te hago? –le pregunté al oído al tiempo que hacía mis caricias mucho más audaces pellizcando el grande y sonrosado botón con mis dedos.


¡Mucho… me vuel… ves loca tío… es maravilloso… me es… tás volviendo loca con tus caricias! –aseguró con gran dificultad sin poder abrir los ojos mientras mis dedos se mezclaban entre sus abultados labios.


Seguí pellizcándole notando el clítoris de la muchacha ponerse como un garbanzo, creciendo y endureciéndose aún más bajo el roce de mis dedos. Haciendo pequeños circulillos alrededor, fui intensificando paso a paso el tratamiento que tan amablemente le daba. Davinia, sin poder mantenerse quieta, llevó dos de sus dedos sobre los labios haciéndolos resbalar entre las paredes de su vagina. De forma lenta empezó a masturbarse metiéndolos y sacándolos a buen ritmo en busca de su propio deleite. Un gemido placentero acompañó aquella caricia al volver a salir los delicados visitantes camino de su clítoris. Entre temblores de su bello cuerpo no cesaba de jadear mientras se introducía el dedo en la boca chupándolo con fruición, pudiendo así disfrutar del calor de sus más íntimos jugos. Siguiendo con su locura reemplacé aquel masaje apropiándome de su coñito y ahora sí, la escuché gritar con el rostro contraído por un goce extremo, sintiendo que el aire le faltaba en el momento en que el clímax se le presentaba de manera inevitable. Observé la fuerza del orgasmo entre los jadeos y sonidos guturales que la garganta de la joven exhalaba y acallé sus lamentos abrazándome a ella y besándola largamente, dándole mi lengua la cual enlazó con la suya respondiendo al beso de una manera apasionada y procaz.


Tras unos segundos de descanso, Davinia tomó asiento en la pequeña banqueta que había a nuestro lado y elevó las piernas ofreciéndose de manera grosera mostrando su carnosa almeja llena de jugos. Al parecer la gatita mimosa en que se había convertido mi sobrina, no había tenido aún bastante y deseaba sentir mayor placer en tan sensible zona. Ubicándome sobre ella empecé a lamer y besar la tersura de su abdomen, acariciándole con suavidad las caderas al tiempo que bajaba muy lentamente hacia su vientre haciéndoselo anhelar mucho más. Mis labios y mi lengua transitaron por la parte interna de sus muslos, besándole las ingles con infinita delicadeza mientras sentía endurecerse sus miembros entre mis manos.


Ya totalmente arrodillado entre sus piernas, abrí la sonrosada vulva con los dedos y acercando la nariz aspiré la dulce fragancia de su sexo, embriagándome con su aroma, deseándola más y más. Me fascinaba poder gozar del sabor de su cuerpo, del penetrante aroma que emanaba de la intimidad de aquella hermosa diosa hecha ya mujer. Su coñito aparecía tierno como una flor mientras sus labios se veían enormes sobresaliendo de entre su vello rizado, tupido y perfectamente recortado. Los pliegues estaban tan abultados y mojados que, sonriendo maliciosamente y sin hacerla esperar más, deslicé mi lengua en aquel manantial añadiendo un par de dedos para así hacer la caricia más intensa. Echándose más hacia arriba y aumentando el movimiento sensual de su pelvis, Davinia dejó escapar un largo suspiro al notar el decidido avance de mi lengua humedeciendo y rozando levemente las paredes de su vagina. Lamí con gran lentitud saboreando insistentemente cada uno de los rincones que tan amablemente la muchacha me ofrecía. Enseguida entregué todos mis esfuerzos a encerrar sus labios vaginales entre mis dientes, mordiéndolos sutilmente mientras manoseaba y apresaba sus muslos y su culo. Apoderándome del tembloroso clítoris empecé a chuparlo con energía provocando en la muchacha auténticos alaridos de placer sollozando y gritando con los ojos cerrados y sin dejar de pedirme que le chupara su húmedo chochito hasta morir.


¡Tío, tío… ¿qué me haces?... sí, có… metelo todo… no… te… pares, qué bien lo haces…!


Llevé la mano sobre su pecho acariciándolo con fuerza para enseguida bajar a su pierna recorriendo el muslo desde la rodilla hasta su cadera. Ella no paraba de gemir suplicándome que continuara, tarea a la que me dediqué envolviendo el clítoris entre los labios y chupando la concha sin descanso. Levanté la vista y lo que vi me gustó, el espectáculo maravilloso del coño de aquella jovencita contrayéndose y estremeciéndose con cada golpe de lengua que yo le daba. Davinia respondió con débiles quejiditos de un placer intenso y desbocado. El ritmo de su respiración fue perdiendo cadencia haciéndose, con la creciente ansiedad que la envolvía, cada vez más y más entrecortado.


Un nuevo orgasmo mucho más largo le llegó, crispándose toda ella en una mueca de placer, gritando de manera desesperada y sin abandonar mi cabeza la cual apretaba con fuerza entre sus manos, hundiéndome en su cálido tesoro mientras me entregaba toda la tibieza de su elixir. Como pude lo bebí todo saboreando los fluidos de la muchacha, devorándolos como el mejor de los regalos. En el momento en que toda la vehemencia del orgasmo fue cesando, me hizo incorporar comiéndose mi boca con entusiasmo demostrándome así lo mucho que lo había disfrutado. Junto a mí y posando suavemente mis manos en sus mejillas, pude percibir su respiración pesada recuperándose con lentitud del placer tan salvaje que mi traviesa lengua le había hecho sentir.


Venga túmbate, ahora me toca a mí –dijo sonriendo como una bendita, incorporándose hacia delante y poniéndose en pie mientras me hacía recostar sobre el suelo apoyado en los codos.


Echándose sobre mí y sin dejar de sonreír, acercó su boca volviéndonos a fundir en un beso descontrolado sintiendo nuestros cuerpos ardientes a través del roce de los dedos. Teniéndola bien cogida, se la veía impaciente abrazándose con fuerza a mí y recorriendo mi espalda con las uñas una y otra vez. El beso se hizo eterno, besándonos con fiereza, de manera casi salvaje. Su boca se pegaba a la mía, abriéndose al momento para entregarme su lengua juguetona la cual saboreaba raspándola suavemente entre mis dientes.


¡Te deseo… te deseo horriblemente… me has puesto muy caliente! –confesó estrechándose aún más a mí, palpitándole el pecho como si le fuera a saltar.


Deslizando la mano y aún vestido yo de cintura para abajo, Davinia acarició el montículo por encima del pantalón como si quisiera hacerse al tamaño imparable de aquella presencia que pronto la haría gozar de un modo cruel pero placentero al mismo tiempo. Con los dedillos trató de soltar el cinturón pero, debido a su ansiedad, no acertaba a hacerlo teniendo que requerir mi ayuda


Pensarás que soy una tonta, ¿me ayudas a hacerlo? –me pidió con su voz mimosa y claramente alterada por la emoción.


Déjame cariño, verás que fácil –respondí desabrochándolo con rapidez.


Una vez hecho esto, las jóvenes manos buscaron de nuevo el miembro que tanto llamaba su atención. Al parecer les resultaba mucho más agradable aquello que el tener que discutir con el molesto cinturón. Sonriendo aviesamente y con los labios entreabiertos, la muchacha no pudo menos que abrir los ojos en un gesto de admiración y sorpresa ante el tamaño más que considerable de aquel animal que no deseaba otra cosa que recibir el contacto de unas manos que lo acariciasen. Soltando ella misma toda la ristra de botones que mantenían el pantalón firmemente sujeto a mi cintura, lo abrió al fin bajándolo hasta conseguir que desapareciera por completo. La mirada de la muchacha se dirigió entonces hacia mi entrepierna a medio empalmar y agachando la cabeza besó el bulto oculto bajo el bóxer, simulando que lo mordía de manera deliciosa pasando los labios arriba y abajo. La cercanía de su boca me excitó enormemente, llevando mi mano sobre su mejilla y tomándola del mentón con fuerza obligándola a continuar.


Mi sobrina metió con urgencia la mano bajo la prenda, tratando de alcanzar mi sexo el cual pronto encontró entre sus dedos notándolo aún doblado y expectante. Una sonrisa triunfante se instaló en su rostro mientras acariciaba muy suavemente la totalidad de mi polla, teniéndome enteramente a su disposición. Gimiendo levemente me contraje entre sus manos, intentando conseguir que siguiera adelante dándome un mayor placer. Parando en su lento avance y teniendo agarrado mi pene, se elevó sobre mí besándome los labios para luego bajar por el cuello camino de mi torso, al mismo tiempo que posaba los dedos sobre mis muslos. En aquel trance glorioso, envueltos en el silencio de la noche, podía sentir el calor de su aliento sobre mi piel erizada por la tensión del momento. Y entonces escuché la voz de mi querida sobrina reclamar la parte de su botín en voz baja, casi susurrándolo:


¿Puedo?


Por supuesto, preciosa… llevo rato esperando que lo hagas –respondí abriendo las piernas mientras me echaba más atrás apoyado aún en mis codos.


Arrodillada y haciéndome elevar levemente las nalgas logró al fin hacer caer el bóxer piernas abajo. Mi sexo excitado apareció ante ella mostrándose enhiesto y lleno de arrogancia. Sin decir palabra lo tomó entre sus dedos, acariciando toda la largura del tallo al tiempo que lo agitaba suavemente. Luego, sujeto por la base y con la punta de la nariz, fue recorriendo toda la polla desde los testículos hasta llegar a la cabeza del grueso champiñón. Pronto cambió la nariz por su lengua, lamiendo todo el grosor hasta lograr humedecerlo por completo con la calidez de su saliva. Abandonando el contacto de mi mirada Davinia fijó sus ojos en mi entrepierna y, corriendo la piel hacia atrás, respiró con fuerza haciéndome sentir la tibieza de su aliento para después besar el glande con inaudita suavidad, sacando la lengua de nuevo y tocándolo con rápidos movimientos. Un largo gemido escapó de mi boca disfrutando y temblando de emoción con lo que aquella putilla me hacía.


Pero no paró allí la cosa pues una vez perdida la vergüenza la muchacha, clavando su mirada en la mía, se humedeció los labios excitándome con el raudo pasar de su lengua. Girando la cabeza de lado simuló morderlo, colocando suavemente sus dientecillos sobre el rosado balano. Entonces y sin previo aviso, introdujo de una sola vez mi polla en el interior de su boca empezando a lamerla y chuparla al ritmo que el movimiento de su mano le iba indicando. La enterraba en su boquita, succionándola muy lentamente como si de un delicioso helado se tratara. Paso a paso fue cogiendo velocidad. ayudándose de la mano la cual se movía cada vez con mayor facilidad acomodándose al grosor de mi miembro. Acompañando el movimiento de su cabeza logré que engullese la totalidad de mi larga herramienta hasta acabar golpeando el fondo de su garganta. Davinia, sintiendo durante un breve instante la presión que ejercía sobre ella, tuvo que sacarla para tomar aliento. De nuevo bajó a los huevos estimulándolos con maestría jugando con la punta de la lengua, obligándome a agarrarme aún más a ella.


Sigue… sigue muchachita… sigue haciéndolo así, cómo me gusta…


¿Te gusta? –preguntó cruzando su mirada ardiente con la mía.


Es maravilloso… ¿dónde aprendiste a hacerlo así? –le pregunté notando el temblor de mis piernas.


Es un secreto… pero no se lo cuentes a nadie. Tú solo disfrútalo, ¿de acuerdo? –respondió sonriendo maliciosamente antes de volver a metérsela cerrando fuertemente los ojos.


Envolviendo mis nalgas con sus manos, recorrió mis muslos haciéndome sentir el rastreo de sus dientes por encima de mi piel sensible. Con pasmosa lentitud bajó hasta mis rodillas regresando hacia mis huevos que saboreó unos momentos, para enseguida ascender tocando el contorno del glande, acariciando igualmente el frenillo con exquisita amabilidad. Entre mis gemidos ahogados, observé cómo la brujilla de mi sobrina abría su boca y cómo hundía la cabeza entre mis piernas. En ese momento, Davinia empezó a chupar de manera infernal, tragándose mi polla hasta la mitad una y otra vez sin tomarse respiro alguno. Chupaba realmente de maravilla, envolviendo el tronco con sus labios y humedeciéndolo por completo con la lengua. Con la mirada perdida, podía ver mi cara de placer y ello hizo que acelerara su ritmo hasta alcanzar cotas difíciles de soportar. Supe que no tardaría mucho en correrme si seguía con el tratamiento que me daba así que, cogiéndola del pelo, traté de apartarla impidiéndomelo ella tragando aún más inmersa como estaba en su dura tarea.


Así preciosa, sigue… voy a… correrme… me corro.


Sacándola de su boca, la vi provocarme moviendo la lengua y frotándome los testículos mientras esperaba la tan deseada explosión que no tardaría mucho en producirse. Masturbándome a gran velocidad y sin dejar de suspirar excitado por la imagen que la muchacha me daba, acabé finalmente eyaculando de manera abundante sobre su cara, su boca y sus senos notándome desfallecer entre sus manos. Recuperando la respiración poco a poco, observé entreabriendo los ojos el semblante feliz de mi joven sobrina limpiándose con los dedos el semen caído sobre la nariz y la barbilla.


Vaya, ¿qué pasó?... te pusiste perdido, tiíto… déjame que te limpie un poco… –pronunció llena de lascivia, momentos antes de lamer mi músculo todavía medio excitado.


Pasando varias veces la lengua por encima del glande mientras se restregaba los restos esparcidos sobre sus pechos, a continuación se introdujo parte de mi pene chupándolo por entero para acabar extrayéndolo completamente limpio y brillante.


Uff, qué calor hace aquí… ¿qué te parece si nos refrescamos un poco?... estoy ardiendo… –exclamó al tiempo que me ayudaba a levantar alargándome sus manos.


Llevándome cogido del pene y haciéndome seguirla balanceando una y otra vez sus redondas posaderas, la acompañé hasta el jardín donde al fin me soltó lanzándose a la piscina. Fuera seguía aquel calor insistente, la brisa febril que envolvía las noches de aquel verano interminable. Firmemente apoyado sobre el césped que notaba húmedo bajo mis pies debido a la condensación producida por el rocío nocturno, fijé mis ojos en aquella muñequita esbelta y lozana, en aquella belleza llena de frescura y sensualidad que no paraba un segundo de removerse, jugando con el agua y sin dejar un momento de animarme para que me uniese a ella. Desnuda por completo, destacando su hermosa figura por encima del fondo azul de la piscina, resultaba un espectáculo ciertamente singular y morboso.


Tirándome al agua, nadé hacia ella que me esperaba apoyada en la pared de la piscina. Bajo la oscuridad de aquella noche de luna creciente, se la veía terriblemente bonita y atractiva con sus cabellos húmedos y sus rotundas formas que suponían una permanente invitación a pecar. Los dos sabíamos lo que queríamos y que lo ocurrido instantes antes en el baño había sido solo parte de lo que quedaba por venir. Llegando junto a la muchacha, la acogí entre mis brazos antes de llevar mi mano hacia su firme muslo apretándolo con fuerza. Ella entrelazó sus piernas alrededor de mi cintura e, inclinándome yo levemente, nos besamos disfrutando del más dulce de los momentos, solos los dos gozando del poder de nuestros besos. Rompiendo la tensión de aquel beso, dirigí la mano hacia su sexo rozándolo ligeramente con mis dedos y provocando en mi sobrina un débil gemido de placer.


Abalanzándose sobre mí, me echó los brazos colgándoseme del cuello mientras sus piernas se abrían, saltando hacia delante y atrapándome contra ella. Pegada a mí pude sentir la dureza de sus jóvenes y erguidos pechos. Los tomé entre mis manos masajeándolos entre los continuos suspiros que aquella diosa lanzaba. Levantándola por encima de mí y acercándolos a mi boca arremetí contra sus duros y fríos pezones, sin parar de subir y bajar por la espalda estrujando sus nalgas entre mis dedos. Mordí la parte superior del pecho arrancándole un gritito lastimero que a duras penas logró acallar mordiendo mi hombro con desesperación. Al tiempo que comía su oreja llenándola de saliva, rozaba insistentemente su entrepierna con mi muslo provocando en ella la mayor de las locuras. Agarrándola de la cintura hice que abriera las piernas, aprovechando para meterle un dedo en el interior de su estrecho coñito.


¿Lo sientes? –le pregunté al tiempo que empujaba haciendo aquella presión más exigente.


Me encanta… eres un demonio… cómo me pones –exclamó arqueando la espalda y pidiéndome con voz grave que continuara.


De nuevo me ofreció su tentadora boca apoderándome de aquella lengua húmeda y jugosa que se mostraba insinuante entre los labios. Un beso profundo hizo que aquella gatita se fundiera por completo mientras doblaba la pierna amoldándose más a mi cadera. Davinia, al tiempo que me masturbaba con la mano, permitía que mi dedo hurgase las paredes de su sexo, adoptando yo un ritmo veloz según notaba que sus palabras se iban haciendo completamente ininteligibles. Entrando ahora dos de mis dedos, la estuve acariciando más y más rápido disfrutando de su cara de vicio cada vez que entraba dentro de ella. Finalmente acabó agarrándose a mis brazos mientras se corría emitiendo un largo y angustioso gemido de placer.


Dios, qué bueno… eres malvado… me vuelves loca cada vez que lo haces –confesó con voz temblorosa mientras su cuerpo se iba recuperando poco a poco del último orgasmo obtenido.


Una vez tomó aliento, noté sus manos introducirse bajo el agua acariciando mi vientre para poco a poco seguir bajando camino de la entrepierna. Al llegar a mi sexo gimió quedamente con los ojos cerrados, masajeándolo entre sus dedos arriba y abajo disfrutando de la pujanza de mi miembro herido. Acercándome a ella mordí suavemente el labio inferior de la muchacha atrapándolo entre mis dientes.


¡Dios mío, qué ca… liente me tienes… no aguanto más… por favor, mé… temela, quiero tenerte dentro de mí!


¿Estás segura, cariño? –pregunté fijando mi atención en la mirada crispada de mi sobrina.


Oh, eres un cabronazo. ¿Acaso vas a dejarme así? Fóllame y hazme tuya de una vez –exclamó llevándome contra ella mientras rodeaba mi nuca con su mano.


Sentí su pasión crecer perdiendo el control de su cuerpo. Le besé el cuello y metí la mano entre las piernas viéndola frotarse en busca de un nuevo placer, mucho más intenso y placentero.


Por favor Pablo, hazlo… no me hagas sufrir más –musitó desesperada por el enorme deseo que la consumía por dentro.


Envolví sus labios comiéndole la boca frenéticamente y haciéndole doblar la pierna, guié mi polla hasta apoyar el glande sobre la entrada de su hambriento conejito. Y arremetiendo lentamente fui entrando en su interior dándole a probar el placer tanto tiempo apetecido por ambos. Quedé parado gozando de aquellos segundos gloriosos sintiéndome atrapado por el cuerpo de mi hermosa sobrina, aquella muchacha por la que tanto había suspirado. Enterrado en ella la escuché quejarse levemente pidiendo que se la metiera toda, respondiendo yo entonces con un fuerte golpe de riñones que la hizo gritar de dolor y placer. Estaba tan húmeda que entré deslizándome con pasmosa facilidad sintiendo mi tenso miembro abrazado entre las paredes carnosas de su dilatada vagina.


¡Te siento… te… siento… Dios, cómo te siento…! –exclamó agarrándose al borde de la piscina mientras echaba el cuerpo hacia atrás, notando yo el puro fuego que sus bellas formas desprendían en tan mágico momento.


Poniendo las manos sobre mis hombros y flexionando las caderas, empezó a moverse facilitando la penetración mientras se iba acomodando poco a poco al tamaño de mi pene. Noté su coño calentísimo y chorreando jugos cada vez que me sumergía en ella, entrando y saliendo de manera acompasada y acompañándome Davinia en la cadencia de sus caderas siguiendo el ritmo marcado, primero lento y luego más rápido haciéndose los movimientos mucho más fuertes y rotundos. A cada empujón que yo daba su hermosa flor se abría, recibiendo la totalidad de mi polla entre los continuos lamentos que ella emitía. Cogida a mi cuello se dejaba caer, brincando y enterrándose ella misma mi gruesa herramienta buscando hacer la penetración más profunda. Los gemidos de ambos se confundían llenando la soledad de la noche con nuestras palabras de amor, disfrutando de aquella unión perfecta que no queríamos que acabara nunca. De vez en cuando paraba unos segundos tratando de retardar al máximo mi orgasmo. Era entonces cuando sentía el corazón de mi joven amante relajarse mínimamente para, al instante, acelerársele al sentirse clavada nuevamente sin compasión alguna.


Fóllame, fóllame… no te pares, sigue –empezó a gritar al llegarle un nuevo orgasmo, mucho más intenso y salvaje que el anterior.


Así seguí bombeando teniéndola cogida por la cintura mientras acariciaba su rotunda grupa. Ella jadeaba y gritaba agarrándose con fuerza a mí mientras arañaba y rasgaba mi espalda acabando con sus últimas energías. Un brillo especial escapaba de sus bonitos ojos cada vez que la barra de carne ingresaba llenándola por completo. Descansando ambos brevemente entre besos apasionados y llenos de lujuria y lascivia, la sentí moverse bajando lentamente y metiéndosela muy despacio mientras me apoderaba de sus pechos chupándoselos con desesperante voracidad.


Qué placer me das… vamos, más deprisa –me pidió al oído sin dejar un solo segundo de cabalgar sobre mi polla.


Toma putita, toma –exclamé clavándosela furiosamente en busca de aquel final que notaba ya cercano e irrefrenable.


Aquellas palabras parecieron gustar a mi joven conquista pues una sonrisa maliciosa se dibujó en su bello rostro al sentirse tratada de aquel modo tan poco elegante y amable. Retorciéndose de puro placer y acoplándose más a mí seguimos follando de manera endiablada, en tanto nuestras lenguas se buscaban con deseo.


Cariño, me voy a correr… déjame que la saque –pude decir en un breve momento de lucidez.


No, no la saques… quiero sentir toda tu leche dentro de mí –jadeó mi joven amante apretando mis nalgas con fuerza sin parar de removerse adelante y atrás.


Al escuchar sus palabras, aguanté aquel ritmo tan salvaje todo lo que pude hasta que sentí como una corriente eléctrica apoderarse de mi espalda. Quedándome quieto y lanzando un lamento sordo acabé llenando su dilatada vagina con mi abundante lechada.


Me corro… me corro –anuncié doblando las piernas al notar mis fuerzas flaquear.


¡Joder, joder, joder… sí, dámelo todo Pablo… lléname de leche, por favor! –gritó como loca tensionándose su cuerpo al llegarle el último orgasmo de aquella maravillosa noche en la que por fin había podido ver cumplido el sueño de hacerla mía.


Derrotada y feliz, Davinia apoyó la cabeza sobre mi hombro y ambos nos estrechamos cayendo agotados entre los brazos del otro. Perdiendo poco a poco su horrible apariencia, mi polla desapareció de la prisión que la envolvía entre las molestas quejas de la muchacha que se resistía aún a dejarme marchar. Así estuvimos un buen rato, sintiendo relajarse el ritmo cansado de nuestras respiraciones mientras uníamos los labios con ternura. Ella me besó en la comisura de los labios, descansando ahora la cabeza en mi pecho y yo aproveché su total abandono para acariciarle el rubio cabello.


Separándose de mi lado salió de la piscina, con la piel arrugada y medio temblando.


Joder, qué gusto me has dado –se volvió hacia mí combinando en su sonrisa una profunda gratitud además de inquietud y nerviosismo.


Viéndola moverse de un lado a otro en busca de calor, salí yo también de la piscina haciendo fuerza con los brazos. Llegando junto a ella apoyé las manos en su cintura atrayéndola hacia mí.


¿Te ha gustado? –le pregunté casi susurrando.


Ha sido estupendo. Jamás hubiese imaginado algo así –contestó sonriendo de aquel modo que tanto me gustaba.


Eres preciosa –no pude menos que decir al mismo tiempo que acariciaba su mejilla con las yemas de los dedos.


Por favor, bésame –pidió elevándose sobre sus pies tratando de alcanzar mi boca.


Sus besos eran torpes y excitantes, mezcla de aquella inquietud y nerviosismo que había descubierto en ella apenas unos instantes antes. De pronto y escapando a mi dominio, salió corriendo y riendo como una colegiala pillada en falta.


Vamos a dormir… hace frío y estoy cansadísima –dijo dándome la espalda camino de la casa.


Respirando profundamente la seguí hasta su habitación donde caímos rendidos quedándonos dormidos al momento. Ya por la mañana y entre las tinieblas del agradable y reparador sueño, desperté notando su boca lamer y chupar mi miembro en busca de un nuevo combate.


Toda esa mañana y el resto de lo que quedaba de fin de semana, dimos rienda suelta a nuestras más lujuriosas pasiones, abandonando finalmente las arrugadas sábanas de su lecho no sin antes prometerle un próximo encuentro lleno de nuevos y más excitantes placeres…

3 comentarios - Perdiendo el control

mu_a2
MUY BUENO EL RELATO GRACIAS . 😉 😉 😉 😉 😉
eroticoIncesto Familiar