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Violentada por sus ahijados

Duchándose, doña Hortensia se pasó el estropajo entre las piernas, con cara de dolor. Su ahijado Gonzalo, de 18 años, la había tenido en un sillón, penetrándola sin parar. Le había dejado inflamados los labios de la vagina.

A sus 52 años Doña Hortensia tenía mejor cuerpo que mujeres más jovenes. Bien conservada, aunque pintaba canas sus erguidos senos y caderas torneadas y firmes, eran poco frente al trasero redondo y duro.

Desde que su esposo la abandonó, sus ahijados se dedicaban a cuidarla... a cambio de coertos favores.

Con el agua corriendo por sus senos erguidos, doña Hortensia suspiraba tallándose las piernas con moretones, al verse obligada a complacer a sus seis ahijados. Mucho de lo que le exigían hacer, era nuevo para ella.

Vencer su timidez para aprender a darles sexo oral repetidamente, era lo mínimo. Apretarles el miembro con sus grandes senos le provocaba más vergüenza. Lo humillante empezaba cuando la obligaban a recibir eyaculaciones en la cara. Terminaban sobre ella, haciéndole escurrir el semen desde la frente hasta la boca. No era lo más bochornoso. El remate de su sufrimiento era las horas que por un favor pasaba desnuda en la cama, montada de varias maneras, gritando mientras sus ahijados se corrían en su vagina.

Ya vestida, volvió al sillón y separando las piernas, se tocó el pubis con malestar. Su ahijado Gonzalo la había sacudido demasiado. Fueron dos horas en el sillón con el vestido en las caderas, tomándose los muslos abiertos, viendo el hinchado miembro entrando y saliendo de su vagina.

-¡Me estás acabando, ahijado! ¡De veras, me estás acabando!
-Ah, ah... ahí te van... todos en tu raja...
-¡Oh, ohh! -sosteniéndose las piernas abiertas, doña Hortensia recibió la eyaculación adentro, moviendo las caderas para que su ahijado quedara setisfecho- ¡Ohh, ahijado!
-¡Te dejo los billetes en el buró! –dijo Gonzalo al salir- ¡Mañana regreso, madrina!
-Sí... está bien... –respondió ella, avergonzada, colocándose de nuevo el vestido.

Exhausta en la sala, trataba de descansar, inquieta. Su preocupación ya no era el sexo, resignada a ser la amante de sus ahijados. Era un temor en especial, que había evitado participando activamente de los abusos.

Se las había arreglado para evitar que la obligaran a lo que más temía. Era que quisieran penetrarla por el ano. Eso sería lo más bajo, el colmo de su denigración. Ni su esposo se lo había hecho así. Sus pensamientos se interrumpieron cuando su puerta abrió ruidosamente.

-¡Somos Ramiro y Pedro!
-No –doña Hortensia se levantó, alarmada-... qué hacen aquí...
-Venimos a ver qué necesita nuestra madrina -se acercaron a Doña Hortensia.
-¡No...! ¡Ahora no! –gimió- ¡No era hoy! ¡No...!
-Eso qué importa -sin más, Ramiro la besó en la boca, apretándole uno de los pechos.
-Mh... no, ése no fue el trato... mh... -protestaba, cuando Ramiro le metía la lengua en la boca, mientras Pedro le remangaba el vestido.
-¡No traes calzones! –descubrió Pedro palpándole las duras posaderas.

Le separó las firmes piernas y le introdujo de un tirón el miembro en la vagina.
-¡Ahh... ahh...! -doña Hortensia abrió mucho los ojos, tensándose de dolor.
-¡Estás apretada del coño...! –rió- ¡Estuviste pagando!
-Ah... no, ahijado... por favor... mh, mh...
-¿Ah, sí? –dijo Ramiro- ¿Quién fue cabrona, a quien le diste el coño?

Pedro le extrajo el miembro y la aventó al sillón, donde Ramiro la penetró. Doña Hortensia gimió de dolor.

-Ayy... fue Gonzalo... ayy... Gonzalo... esperen... ayy...
-¡Dónde le diste el coño?
-¡Fue en este sillón...! ¡Ayy... no, no, Ramiro, para... ayy, ayy...!
-¿Te lo hizo así? - el chico se movía despaciosamente entre las piernas abiertas de doña Hortensia, observada por su otro ahijado.
-Ayy, por favor... ya... ya... no me metan la verga... ooh... no me la metan... oh... hoy no... ayy, ayy...
-Vamos a la cama – la levantaron entre los dos.
-¡No! –pidió doña Hortensia, adolorida- ¡Por lo qué más quieran, no! ¡Deveras, no puedo ya! ¡No puedo...!

Doña Hortensia protestaba cuando la llevaron a la habitación. Uno le sobaba las posaderas y el otro le apretaba los senos, insistiéndole.

-Vamos ya, no hagas alborotos.
-¡No... no...!
-Ya sabes que te toca.
-¡No, por favor! –jadeaba, sin poder que le frotaran el miembro por todas partes- ¡No me cojan ahora! ¡Denme un rato! ¡Los haré venir bien!

Le quitaron el vestido por la cabeza. Frente a la cama, las canas de doña Hortensia contrastaban con las curvas de su bien formado cuerpo, en sostén y zapatos. Morbosos, sus ahijados le pasaron las manos por todos lados.
-¡Para las nalgas! –Ramiro la aventó a la cama.

Apoyando codos y rodillas en el colchón, la sometida Doña Hortensia levantó el robusto trasero, mostrando a sus ahijados su redondez en forma de pera.
-¡Nos vamos a divertir!
-¡Tú también te divertirás, madrina!

Ramiro tomó las firmes nalgas de doña Hortensia, apretándolas y sacudiéndolas. Se sobó el miembro en el surco de las posaderas.

-¡Qué nalgotas!
-Mámala –Pedro le acercó la erección a la cara.
-Mh, mh... -doña Hortensia abrió la boca tratando de abarcar el miembro, succionándolo avergonzada. Estuvieron frotándose y haciéndola sorber, hasta que pararon y Pedro le acercó un frasco lleno de gel transparente.
-Ponte esto.

Doña Hortensia observó el frasco, que su ahijado destapó.

-Qué... ¿qué quieren que haga? –preguntó ella, amedrentada- ¿Dónde...?
-Es vaselina, métetela en el agujero de atrás –dijo Pedro-. Siempre te haces tonta mamando y abriéndote en la cama. ¡Hoy te la vas a comer con el culo!
-¡No! ¡Eso no...! –se estremeció ella- ¡Nunca me lo han hecho así! ¡Me va a doler! –su miedo tomó forma de inmediato- ¡No!
-Si quieres, te la metemos sin vaselina–Ramiro le apoyó la punta del pene en el orificio del ano-, te va a doler más, tú sabes.
-¡No..! –doña Hortensia lo miró, sintiendo la cabeza del miembro entre las nalgas- ¡No me lo hagan así! ¡Ustedes saben que hago lo que me dicen! ¡Es a cambio de ayudas, hace días que no les pido nada!
-Será gratis –para amenazarla, Ramiro empujó, forzando el orificio del ano de Doña Hortensia, que se agitó.
-¡Ohh! ¡Espera! ¡Espera por favor...! ¡Sí, me la pongo!

La señora introdujo dos dedos en el frasco de vaselina y llevando la mano por la espalda, se los metió en el orificio del ano, embadurnándoselo.
-Ah... no voy a poder...
-Aunque no puedas.
-Es humillante... por qué hacen que yo me lo ponga...
-Es verdad, te ayudaré –Pedro metió tres dedos en el frasco y los introdujo en el ano de la señora hasta los nudillos, sin miramientos. Doña Hortensia, adolorida, sacudió las posaderas donde tenía metidos los dedos-. ¡Mhh...!
-Eres una inútil –dijo él, metiendo y sacando los dedos entre las nalgas de la adolorida doña Hortensia-. No puedes ponerte vaselina sola.
-¡Mhh...! ¡Mhh...!
-No le pongas mucho, le tiene qué doler –indicó Ramiro, que volvio a sobarse en las nalgas de ell-... ahora tú, madrina, ponme vaselina en la verga, para que te resbale.

Tomando más vaselina, la aterrada doña Hortensia llevó la mano entre las piernas, buscando la erección. Cuando la encontró, la frotó sintiendo el grosor.
-¡Ohh! ¡! ¡Es muy ancha!
-Así, ponle a toda... eso... frótala bien... ahora, para las nalgas.
-Por favor... háganlo despacio –pidió ella, alzando el robusto trasero-... su padrino no me lo hacía por ahí... despa... cioo... ¡ooh! -la punta del miembro le abrió el orificio del trasero. La señora alzó la cara, agitándose- ¡Ayy! ¡Ayy!
-Así, mantén las nalgas levantadas... jm... ya te está entrando...

Doña Hortensia se quejaba profundamente, con tono sofocado, cuando el grueso miembro se le hundía en el ano, sin piedad.
-Toma la verga, nalgona, toda en tu culo -dando briosos empujones, Pedro hundía el miembro. La señora recibía ruborizada la penetración entre las nalgas.
-¡Mhh! ¡Mhh! -Doña Hortensia alzó la cabeza, gimiendo. Sus robustas caderas se abrían en las anchas curvas de las nalgas, de donde la erección entraba y salía- ¡Ahh, ahh! ¡Me la metes toda en el culo! -el miembro le abría el estrecho orificio.
-¡No me cabe...! –jadeó- ¡No me cabe, ahijado...! ¡Se me abre mucho!
-Eso, cabrona, eso te iba a decir –suspiró Ramiro-... aprieta... mh...

Oyendo los repetidos gritos de doña Hortensia al ser forzada analmente, Pedro fue a la cocina y destapó una cerveza que sacó del frigorífico. La cama rechinaba, con los gemidos de Doña Hortensia en la recámara. Volvió, donde la señora gritaba, sacudida por la penetración de su otro ahijado en el ano. Pedro dio dos tragos y puso la cerveza en un buró.
-¡Es mi turno!
-¡Ahora regreso! -Ramiro le extrajo el miembro del ano y fue por una cerveza.

Doña Hortensia volteó cerrando los ojos, mientras Pedro le colocaba la punta del pene en la entrada del ano.
-¡Ay, ahijado...! ¡También tú...!
-... qué nalgotas...
-¡Ay, ahijado! ¡Ay! -el miembro se hundía en el apretado orificio.
-Así, así... páralas, eso...
-¡Mh! ¡Mh! -el miembro entraba y salía entre las firmes nalgas. Las protuberancias frccionaban el miembro, aumentando el placer que proporcionaba el apretado orificio- ¡Mh, ahijado! ¡Mh!
-Cambiemos –Ramiro volvió cerveza en mano-, toma unos tragos.

Inclinada en la cama, doña Hortensia era sacudida por los empujones en sus posaderas desnudas. La verdad es que ella tenía un trasero estupendo. Ruborizada y sudando, doña Hortensia bebió de la botella. El sabor le desagradó. Un poco de la bebida alcohólica le escurrió por la barbilla, cuando apoyó la enrojecida cara en la almohada.
-¡Ya...! ¡Ya no me la metan...! ¡Uff! ¡Uff!

Apoyando los codos en la cama, la señora gemía mientras sus ahijados se turnaban para penetrarla, haciendo rechinar la cama. Cambiaron otras tres veces. Sus quejidos excitaban más a sus abusadores.
-¡Ah! ¡Ah! –estrujando las nalgas, el chico sonreía- ¡Qué nalgotas!
-¡Mh...! Se me abre demasiado, oh Pedro, no sigas...
-Eso... páralas... así, zorra... ahh... qué nalgotas...
-Así, así -el chico sonreía con los gemidos de doña Hortensia-... cómo la paras, cabrona... ah, siento que...

Sintiendo que la eyaculación se acercaba, doña Hortensia levantó más las nalgas. El tipo la tomó de las caderas, empujando más rápido, haciendo saltar las redondas posaderas.
-¡Así! ¡Así! ¡Mueve las nalgas! ¡Ah...! ¡Me voy a venir en tu culo! ¡Ahh...!

Sufriendo, la señora sacudió el trasero de lado a lado briosamente. Eso provocó que Pedro le clavara el miembro por completo en el ano. Dobló la espalda y enterró los dedos en las nalgas de Doña Hortensia.
-¡Tómalos en tus nalgotas de puta...! ¡Ahí te van! Ohh... ¡¡Ohh!!

Clavado entre las posaderas, el miembro expulsó el semen a chorros. Apretando las nalgas, Doña Hortensia dio rápidos y amplios movimientos circulares, masajeando la erección que palpitaba inyectándole la eyaculación.
-Uff... uff... -jadeando más lentamente, el chico se apoyó en las caderas de ella, que quedó quieta. La hizo recostarse junto, extrayéndole el miembro.
-¡Oh...!

Doña Hortensia se levantó de la cama, abochornada, viendo al suelo y tratando de cubrirse los ojos.
-Esto fue vergonzoso, en verdad vergonzoso –se lamentó-... ¡Nunca me habían humillado tanto...!
-No lloriquees, cabrona -su otro ahijado la detuvo de frente, manoseándole las posaderas. Doña Hortensia no lo vio venir, parada en seco-. Te falta mi venida, ¿ya se te olvidó?

Las continuas penetraciones que sufría desde hacía meses y las bruscas entradas anales que acababa de sufrir, terminaron por conseguir que doña Hortensia se descubriera gozando al ser llevada a la cama a todas horas. El placer de ser violentada se hizo intenso. “¡Mhh! ¡Son los más insaciables de mis ahijados...!”, pensó. “¡Me gusta cómo me lo hacen...!”
-¡No, ahijado...! ¡Ya sé que faltas tú...!

La voltearon de nuevo en la cama. Queriendo protestar, doña Hortensia dijo algo distinto.
-¡Chíngame! ¡Chíngame, Ramiro, tú faltas!
-Levanta más el culo –el miembro se hundió entre la robustas posaderas.
-Ohh... sí... métemela más, más....
-¡Sí, sí...! ¡Jm...! -el tipo se llenaba las manos con las posaderas.

Congestionada, Doña Hortensia lanzaba largos gemidos, recibiendo el miembro en el ano.
-¡Ohh, ohh!
-Ya no protesta –rió Pedro-, le hallamos el punto débil.
-¡Métanmela más! ¡Mhh! -doña Hortensia apoyó los pechos en la cama levantando el trasero- ¡Sigan cogiéndome por ahí!
-¡Nos vamos a divertir bastante!
-¡Mh, mh, sí! ¡Tomen mi culo, tómenlo! –gritó, alzando el trasero- ¡Les daré las nalgas, así! ¡Ahh, ahh!
-¡Me los vas a sacar ya, puta...!
-¡Mhh! ¡Debí darles ese agujero mucho antes!

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