El dolor fue tan grande, que Pedrito se dobló hacia adelante, cayó al suelo y perdió el conocimiento. La patada que le dieron jugando al fútbol fue totalmente involuntaria, pero la bota le dio en las pelotas. Sus compañeros, preocupados, lo sacaron del campo de tierra en que jugaban y lo llevaron al vestuario.
Recobró el sentido y se llevó las manos entre las piernas. El dolor seguía, aunque no tan fuerte. Se irradiaba por toda la zona. Se palpó con cuidado. Todo seguía, gracias a dios, en su sitio. Ignacio, el amigo que le dio la patada se disculpó.
Más tarde, ya en casa, seguía sintiendo un ligero dolor. Se miró en el espejo del baño. Todo parecía normal, pero tenía un pequeño morado en las ingles.
-Joder, ni que Ignacio fuera holandés!- dijo. ( jeje, un piropillo a los subcampeones del mundo de un campeón del mundo).
Cuando al día siguiente le seguía doliendo la zona, se empezó a preocupar, a tal punto, que se lo contó a su madre.
-¿Te duele mucho, tesoro?
-No, no mucho. Pero el dolorcillo está ahí. ¿Se me habrá reventado un huevo?
-Jajajaja. Que bruto. No creo. Déjame ver.
-¿Queeeeeeeeeeee? Ni loco, mami.
-Soy tu madre.
-Coño, mamá. Que me da vergüenza.
-No seas bobo.
-Que no. Ya se me pasará.
Pero no se le pasó. Cada vez estaba más preocupado. Volvió a hablar con su madre y ella volvió a insistir que le enseñara la zona. El susto pudo más y mirando al techo, se bajó los pantalones y los gayumbos. Su madre miró la zona. Todo parecía normal, pero le preocupó el visible morado.
-Será mejor que vayas al médico.
-Jo, mamá.
Si enseñarle sus partes a su madre le había resultado tan difícil, hacerlo a un desconocido le parecía imposible.
-Ni jo mamá ni leches. Ahora mismo te pido cita y vamos al médico.
Lo decía en serio. Así que Pedrito se resignó a tener que enseñarle las bolas al médico.
Le dieron cita con el urólogo para el día siguiente. Cuando iba a salir de casa, Pedrito habló con su madre.
-Mami, ya soy mayorcito. Puedo ir yo solo.
-Sí, sí. Seguro que no vas. Venga, venga.
A regañadientes, Pedrito acompañó a su madre al hospital.
Mientras estaban sentados en la sala de espera, su madre lo miraba de reojo. Lo veía nervioso. No pudo resistirse a hacerle bromas.
-¿Qué? ¿Listo para enseñarle las pelotas al doctor?
-Joder, joder.
-Jajajaja. Que es un médico. Ya habrá visto miles de pelotas.
-Pero no las mías, coño.
-Jajajaja.
-A mi no me hace gracia.
-Oh, perdona. Pero es que tienes una carita! jajaja
Pedrito cruzó los brazos y puso morritos. Su madre lo dejó en paz.
A sus 18 años, Pedrito no le había enseñado sus partes íntimas a nadie. Bueno, a su madre el otro día. No tenía novia. En pocos minutos se las enseñaría a un extraño.
Miró al resto de los pacientes que esperaban turno. Todos eran hombres, naturalmente. Y todos parecían tranquilos, como si nada. Al lado de la puerta de la consulta decía "Dr. Ramírez. Urólogo".
La puerta se abrió y salió un hombre, tranquilamente. Saludó cortésmente a los que allí habían y se fue. Detrás de él, salió una enfermera. Vestía una bata blanca y tenía una papel con nombres en la mano.
"Joder. Hay una enfermera. Espero que cuando el médico me examine ella no esté delante"
-¿Pedro Gutiérrez?
-Vamos Pedrito, nos toca.
Se levantó, mirando al suelo. Se imaginó todas las miradas de los demás clavadas en él. Pero nadie lo miraba.
Se acercaron a la enfermera.
-¿Es vd. su madre?
-Sí.
-Espere fuera, por favor.
-De acuerdo. Pedrito, pórtate bien.
"Coño. ¿Por qué me dices Pedrito? Coño".
La enfermera lo hizo pasar y cerró la puerta.
-Por favor, toma asiento.
Se sentó en una mesa. La enfermera se puso a leer unos papeles y luego se sentó al otro lado de la mesa, cara a él.
-Bien...- miró los papeles - Pedro. Según parece, recibiste hace día un golpe en los testículos y aún sientes dolores.
Pedro no la miraba. Miraba al suelo.
-Sí.
-¿Has notado algo más? ¿Hinchazón?
-Tengo un poco amoratada la zona.
-Bien. Le echaremos un vistazo.
Entonces la miró.
-¿Y el doctor?
-El Dr. Ramírez está de baja. Yo lo sustituyo. Soy la Dra. Hernández.
Pedrito sintió el calor de su cara. Se estaba poniendo rojo. Ella se dio cuenta de su azoramiento.
-No te preocupes, Pedro. Seguro que no es nada, pero tenemos que asegurarnos.
-Es que...uf...me da...vergüenza.
-Es normal. Pero ya verás como terminamos rápido. Pasa detrás del biombo. Hay una camilla. Quítate los pantalones y los calzoncillos. Avísame cuando estés.
El calor de sus mejillas no se iba. Pasó detrás y se quitó los pantalones y los gayumbos. Se sentó en la camilla que allí había. Fue a hablar y no le salieron las palabras. Hizo un esfuerzo. Al pobre le salió un gallo.
-Ya estoy.
La doctora Hernández apareció enfundándose unos guantes de látex. Cogió un taburete y se sentó delante de él. Pedro miraba al techo.
-Bien, veamos que tenemos aquí.
Pedro sintió como la doctora, con delicadeza, palpaba la zona de la ingle. Como apretaba sus testículos para inspeccionar con claridad. Vio el moretón.
-Te dieron un buen golpe, ¿Eh?
-Uf. Sí. Hasta perdí el sentido unos momentos.
-Bueno, a primera vista parece que no hay nada mal. El dolor seguramente viene de los músculos y tendones de la zona inguinal y no de los testículos.
Pedrito sintió alivio. Pero cometió un error. Miró. Y lo primero que vio fue el escote de la mujer. No es que fuera un gran escote. Debajo de la bata llevaba una blusa roja. Pero desde su posición más alta pudo ver algo del canalillo que separaba sus tetas. Ella miraba sus pelotas. Tenía una gafas. A Pedro las mujeres con gafas siempre le parecieron sexy.
La doctora no era una belleza, pero no era fea. Era una mujer que en ese momento le palpaba los testículos buscando algún problema.
A pesar de la inmensa vergüenza que sentía, Pedrito se empezó a excitar. Lo poco que veía de su canalillo, su castaño cabello, hicieron que su polla se empezara a poner dura.
"No no. coño. Bájate...bájate".
Pero no se bajó. Siguió poniéndose dura. Empezó a levantarse.
La Dra. vio como la polla se empalmaba. No era la primera vez que le pasaba. Su colegas masculinos le decían que con ellos algunos hombres también tenían erecciones. Ella hacía como que no las veía. Era un profesional. Además, este Pedro se veía tan avergonzado, el pobre.
Con cuidado, palpó cada uno de los testículos del paciente.
-Los testículos parece que están bien. No noto nada anormal.
Pedrito miraba aquellas enguantadas manos tocarle las pelotas. Su polla ya estaba dura del todo. Eran las primeras manos, a parte de las suyas, que tocaban allí. Y eran de una mujer. Y le veía un poco de las tetas. Y tenía gafas. Su polla daba saltitos de excitación.
-Parece que has tenido suerte...No hay...
No pudo terminar. La polla del chico tubo un espasmo y un potente chorro de esperma salió disparado y se estrelló contra su cara, dándole en las gafas, en las mejillas. Fue tan repentino, la cogió tan de sorpresa, que se quedó petrificada. Un nuevo espasmo y otro potente y cálido disparo se estrelló contra su frente, sobre su nariz, sobre sus labios. El siguiente le dio en el otro cristal, en la otra mejilla. El cuarto, en plena nariz. El quinto ya fue un poco más flojo y no le alcanzó en la cara, sino en la bata. Los dos siguientes también cayeron sobre la blanca prenda. Los dos últimos, en el suelo entre sus piernas.
La polla tuvo un par de espasmos más, pero ya no salió nada más.
Pedrito estaba horrorizado. Todo había sido de repente. Sin avisar. Su polla empezó a correrse de repente. El placer que sintió enseguida fue sustituido por la inmensa vergüenza. Miraba a la Dra. con los ojos abiertos. No sabía si ella lo miraba o no. Sus gafas estaban cubiertas con su semen y no veía sus ojos.
La Dra. Hernández no decía nada. Estaba como paralizada. Aún no había asimilado lo que había pasada. Ese chico se había corrido sobre su cara. La sentía mojada, caliente. De repente, oyó como él empezaba a llorar.
-Lo siento, lo siento...Yo....lo siento. No quería...Pasó solo...
Ella lo miró, pero no lo vio. Se quitó las gafas. Él la miraba, con las lágrimas bajando por sus mejillas, rojo como un tomate. Se levantó. Había un rollo de papel que usaban para limpiarse de los geles que servían para lubricar algunos instrumentos. Antes de limpiarse, se miró en el espejo que había en una de las paredes. Tenía la cara llena de semen. Nunca había tenido semen sobre la cara. Se limpió. Tuvo que usar varios trozos de papel. La cara le quedó pegajosa.
A su espalda, Pedro seguía sollozando. Sin mirarlo, le habló.
-Ya puedes vestirte.
-Lo siento.
-No pasa nada. Tranquilo.
Pero él no estaba tranquilo. Se había corrido sobre la cara de su médico. Seguro que ahora ella montaría un pollo. Le diría a su madre que era un pervertido, un guarro. Un cerdo.
Salió de detrás del biombo. Ella estaba sentada en la mesa.
-Siéntate, por favor.
Sin mirarla, se sentó. Ahora vendría el rapapolvo. No lo hubo.
-Bien....todo parece normal.
Le dio un papel.
-Sécate las lágrimas. No te preocupes por lo que pasó.
-Lo siento.
-Lo sé. Olvídalo. Fue un accidente.
Por fin la pudo mirar. Ella le sonreía. Él esbozó una sonrisa, secándose los ojos. Su cara fue perdiendo el tinte rojo.
-Voy a llamar a tu madre.
Pedrito se estremeció. Se lo iba a contar. Le iba a decir que su hijo era un asqueroso pervertido. Notó que temblaba un poco.
La Dra. iba a abrir la puerta cuando se dio cuenta de que en su bata había dos lamparones de semen. Se la quitó y luego abrió.
-Pase, señora.
Su madre entró. Vio a su hijo sentado, mirando al suelo.
"Pobrecito. Aún está avergonzado".
Miró alrededor, buscando al Dr. No estaba. Sólo estaban su hijo y la enfermera. No dio cuenta de que ella no llevaba su bata.
-Señora, he examinado a su hijo y todo parece bien. Todo...funciona correctamente, parece.
-Oh!. ¿Vd. lo examinó?
-Sí. Soy la doctora Hernández. El Dr. Ramírez está de baja.
Miró a su hijo. Ahora comprendía su vergüenza. Si ya con un hombre le resultaba difícil, se imaginó lo mal que lo habría pasado siendo el doctor una doctora.
-¿Entonces está bien?
-En principio sí. El dolor no parece provenir de sus testículos, sino de la zona inguinal. De todas maneras, pida cita para dentro de tres días. Quisiera volver a examinarlo para asegurarnos que no hay problemas.
Pedro dio un respingo. "¿Otra vez?. ¿Otra vez pasar por esto?"
-Claro, claro. Pediré la cita.
-Perfecto. De todas maneras, si notas que va peor, Pedro, vete a urgencias.
Su madre se levantó. Él la imitó.
-Muchas gracias por todo, doctora. No sabe el peso que me ha quitado de encima. Mi ilusión es que mi Pedrito me dé algún día un nieto.
-Mamá!
-Jajaja. ¿Que pasa Pedrito? Ahora no. Cuando crezcas un poco.
-Como le dije, señora, todo parece funcionar perfectamente. No creo que tenga problemas de fertilidad en el futuro por esto.
Las miradas de Pedro y la doctora se cruzaron unos instantes. El rubor volvió a sus mejillas.
-No sé, doctora - dijo su madre - Si se sigue poniendo rojo delante de las mujeres no sé si me dará nietos.
Más rojo se puso.
La doctora abrió la puerta y Pedro y su madre salieron.
-Hasta dentro de tres días, Pedro.
Su madre le dio un codazo.
-Dale las gracias a la doctora, bruto.
-Gra..gracias, doctora.
-De nada Pedro.
Se quedó mirando como se iban. Sintió entonces la piel de su cara tirante. Tenía que lavarse. Les dijo a los pacientes que quedaban que la disculpasen, que volvía enseguida y se dirigió a uno de los baños no visibles desde allí.
La madre de Pedro se sentó en su coche, con él en el asiento del acompañante.
-Parece simpática la doctora.
-Sí - respondió Pedro, mirando la alfombrilla del coche.
-Así que al fin una mujer te toca las pelotas.
-Coño mamá. Ya estoy bastante avergonzado.
-Jajajaja. Lo siento tesoro. No he podido resistirme. Entiendo que para ti haya sido algo...difícil.
-Por favor, no hablemos más de esto.
-Como quieras.
Pero ella siguió sonriendo un rato. Pobre Pedrito. Arrancó y regresaron a casa.
La doctora entró en el baño y cerró la puerta. Era un baño para una sola persona. Con su retrete y un lavamanos. Abrió el grifo, se mojó las manos y luego la cara. Después se la secó y se miró en el espejo para comprobar que estaba limpia. Vio su imagen en el espejo. Y a su mente volvió la imagen que tenía hacía unos minutos. Cuando se vio en el espejo de la consulta. Cuando se vio la cara llena del cálido semen de aquel chico. Había sido una corrida abundante. Recordó que no sintió nada cuando todo pasó. Fue tan repentino, tan inesperado. El semen se estrellaba contra su cara, contra su bata, pero era como si aquello no estuviera pasando.
Pero ahora empezó a recordar. El calor del semen en su cara. Como la polla daba saltos, y con cada salto uno chorro blanco y espeso salía por la abertura y se estrellaban contra ella. Ahora fue consciente del olor. Y fue consciente de que su coño estaba chorreando. Sus bragas estaban empapadas.
Se miró en el espejo de aquel pequeño baño mientras su mano derecha se metía por debajo de su falda, por debajo de sus bragas. Se frotó el inflamado clítoris, pasó sus dedos a lo largo de su mojada rajita y empezó a gemir.
La cara que reflejaba el espejo estaba limpia. Ella, cerrando los ojos, la imaginaba otra vez cubierta del semen de aquel chico. Volvió a sentir su calor, su textura.
El orgasmo que atravesó su cuerpo hizo que sus piernas se aflojaran y tuvo que agarrarse al lavamanos. Su mano se llenó de los jugos que su coño destilaba. Se le cortó las respiración por un momento. Varios placenteros espasmos recorrieron su cuerpo.
Lentamente abrió los ojos. Se miró. Volvía a estar limpia. Se lavó la mano, impregnada del olor de su sexo.
Alguna de las parejas que había tenido le habían pedido correrse en su cara. Nunca lo había permitido. Lo encontraba algo sucio, degradante para la mujer. Y ahora, ese muchacho lo había hecho. Le había llenado la cara de su esencia masculina. Ella se había masturbado recordándolo. Había sido un accidente. Pero no se sentía degradada. No se sentía sucia. Se sentía excitada.
Recompuso sus ropas y volvió a pasar consulta.
Esa noche, Pedrito en su cama se masturbaba recordando lo sucedido. Ahora que estaba sólo en su cama, sin nadie a la vista, sin sentir vergüenza, recordó como su polla había actuado por su cuenta. Recordó como su semen había cubierto la cara de la doctora. Recordó que ella no dijo nada. Que se quedó quieta. Recordó la imagen de su rostro cubierto por su leche. Ahora le parecía bello, hermoso.
Al otro lado de la ciudad, Rosa Hernández, la Dra. Rosa Hernández, tenía dos dedos entrando y saliendo furiosamente de su coño, mientras su clítoris era frotado con fuerza por su otra mano. En su mente una dura polla se corría interminablemente sobre su cara. Casi podía sentir los chorros en su frente, sobre sus ojos, en sus mejillas, en sus labios. Abría la boca y también era llenada de caliente y sabroso semen.
Justo cuando Pedro se tensaba y llenaba de semen el papel que tenía preparado para recogerlo, Rosa se corría gimiendo de placer en su solitaria cama.
Al tercer día, el día en que tenía que volver a la consulta con la Dra. Hernández, Pedro le dijo a su madre que ya estaba bien, que no le dolía, que no hacía falta que fueran al médico.
-Mira el doctor!. ¿Acaso vas a saber tú más que la Dra.? Venga, Vístete.
A regañadientes lo hizo. Era verdad que ya estaba casi del todo bien. Pero si iba tendría que volver a ver a la doctora. No sabía si podría volver a mirarla a los ojos después de lo que había pasado.
-Ta' bien. Ya estoy.
-Bien. Toma dinero para el taxi.
-¿Taxi? ¿No vienes?
-No puedo. Tengo otras cosas que hacer. Además, ¿No dices siempre que ya eres mayorcito? Ya tienes edad para ir silito al médico.
-Sí.
-Y que no se te ocurra no ir. Tengo el teléfono del hospital y me enteraré si no apareces, muchachito.
-'Taaaaaaaaaaaaaaaa bien.
-Pues ala. A que te toquen otra vez las pelotas! jajajajajaja.
Le echó una mirada incendiaria, que hizo que su madre se riera aún con más ganas.
Sentado en el taxi, pensaba en lo que sentiría al volver a estar con la doctora. Se prometió a si mismo que sería bueno. Que su polla sería buena y se quedaría quietita. La doctora parecía comprensiva y no le tuvo en cuenta el 'accidente'.
Se sentó en la sala de espera a que llegara su turno.
Se abrió la puerta. La Dra. salió.
-¿El señor Valverde?
Un hombre de unos sesenta años se levantó y entró en la consulta. Antes de cerrar la puerta, las miradas de Pedro y la doctora se cruzaron. Los dos sintieron un estremecimiento. Ella le sonrió levemente y cerró la puerta.
Mientras el señor Valverde le explicaba a la Dra. que el tratamiento que el Dr. Ramírez le había mandado había funcionado y que ya orinaba mucho mejor, ella no estaba allí. Apenas oía las palabras del paciente y asentía mecánicamente.
-Bien, Sr. Valverde. Entonces perfecto. Baje un poco la dosis y en un mes vuelva.
-Gracias doctora.
Lo acompañó a la puerta. La abrió y se despidió.
Miró su lista. Cinco nombres más abajo vio el de Pedro Gutiérrez. Sin embargo, lo 'coló'.
-¿Pedro Gutiérrez?
Pedro se levantó y entró. Ella cerró la puerta detrás.
-Siéntate, por favor.
Pedro se sentó y ella lo hizo al otro lado.
-¿Cómo va...la cosa?
-Bien. Ya casi no me duele.
-Ah, perfecto, perfecto. De todas maneras, echaremos un vistazo, por si las moscas.
-¿Es necesario?
-Sí. Pasa detrás. Ya sabes
"No se me va a poner dura. No se me va a poner dura", se decía mientras se quitaba los pantalones y los calzoncillos.
Por el momento, la cosa iba bien. Ella apareció y lo miró. Actuaba como la otra vez, profesionalmente. Lo que Pedro no sabía era que el coño le ardía. Que no había dejado de pensar en lo que había pasado. Que el corazón le latía con fuerza.
-Veamos si todo se va arreglando correctamente.
Se sentó en el taburete. Esta vez sin gafas. Pedro, por si las moscas, no la miraba. No quería volver a ver su escote. Tenía que resistir.
Sintió como palpaba la zona, como levantaba sus pelotas. Como apretaba sus ingles.
-¿Te duele?
-No.
-Muy bien.
Mientras ella intentaba actuar con profesionalidad, no dejaba de mirar la polla. Esperaba que se levantase, que se pusiese dura. Pero no lo hacía. Seguía chiquita, arrugada.
Ella la deseaba dura. Ella deseaba...
Cuando se dio cuenta, ya no lo estaba tocando con profesionalidad. Lo estaba acariciando. Acariciaba sus testículos con las yemas de sus dedos. La otra mano cogió la polla. La apretó. Movió su piel, descapullándola.
Pedro se dio cuenta de que aquello no era normal. Aquello no era palpaciones. La miró. Se había arrodillado entre sus piernas. Lo miró. Sonreía. Sus ojos brillaban.
Al fin la polla de Pedro empezó a reaccionar, a llenarse de sangre, a crecer. No se decían nada. Sólo se miraban. La respiración de Pedro se hizo más fuerte. Su polla se puso dura como una roca. La doctora la tenía cogida con la mano. Mano que subía y bajaba despacito.
Le estaba haciendo una suave paja. Su mirado iba de su cálida mano a sus brillantes ojos. Ella tenía una tenue sonrisa en los labios. También respiraba con más fuerza. Miró su escote. Miró la parte superior de sus tetas.
Esta vez no fue de repente. Esta vez Pedro sintió claramente la llegada de su orgasmo. Sintió como el placer empezaba a crecer dentro de él como una hola que crecía y crecía. Su polla empezó a palpitar.
Rosa sabía lo que iba a pasar. Esa dura polla estaba a punto de correrse. Deseaba que lo hiciera. Lo necesitaba.
Acercó su cara. No quería que nada se perdiese. No quería nada en su bata, en el suelo. Lo quería todo en su cara.
-Agggg doctora...me...voy a...correr...aggggg
-Córrete en mi cara...por favor...córrete en mi cara.
Se acercó más. El primer disparo le cruzó la cara desde la frente a la mejilla. Fue tan fuerte que oyó el sonido del semen al golpear su piel. Después de ese vinieron otros más. Con los ojos cerrados Rosa disfrutaba del baño de semen que Pedro le estaba regalando. Oía los gemidos del muchacho. Sentía como su polla palpitaba en su mano antes de cada sacudida, antes de que su cara se llenara un poco más de aquella leche.
Abrió la boca y varios chorros cayeron dentro de ella, sobre su lengua. Cuando el orgasmo del muchacho terminó, la polla seguía aún con espasmos. Rosa se acercó ya del todo y se pasó la polla por la cara. Se la acarició toda, esparciendo el cálido esperma por su cara. Empezó a temblar. Era tanto su deseo, su excitación, que al pasarse la dura polla por su piel sintió que iba a estallar de gozo. Un intensísimo orgasmo la atravesó de arriba abajo.
La Dr. Hernández, arrodillada entre las piernas de un paciente, se corría sin tocarse, sintiendo su cara acariciada por la polla que acababa de correrse sobre su cara.
Pedro miraba como aquella mujer se convulsionaba entre sus piernas, pasándose por la cara su polla. Respiraba por la boca, en grandes bocanadas, mirándola.
Cuando ella se calmó, abrió lentamente los ojos. Sus miradas se encontraron. Rosa sonrió.
-Gracias.
-De...de nada, doctora.
De la punta de la polla salía una gotita de semen. Ella la lamió, sin dejar de mirarlo.
Recobró el sentido y se llevó las manos entre las piernas. El dolor seguía, aunque no tan fuerte. Se irradiaba por toda la zona. Se palpó con cuidado. Todo seguía, gracias a dios, en su sitio. Ignacio, el amigo que le dio la patada se disculpó.
Más tarde, ya en casa, seguía sintiendo un ligero dolor. Se miró en el espejo del baño. Todo parecía normal, pero tenía un pequeño morado en las ingles.
-Joder, ni que Ignacio fuera holandés!- dijo. ( jeje, un piropillo a los subcampeones del mundo de un campeón del mundo).
Cuando al día siguiente le seguía doliendo la zona, se empezó a preocupar, a tal punto, que se lo contó a su madre.
-¿Te duele mucho, tesoro?
-No, no mucho. Pero el dolorcillo está ahí. ¿Se me habrá reventado un huevo?
-Jajajaja. Que bruto. No creo. Déjame ver.
-¿Queeeeeeeeeeee? Ni loco, mami.
-Soy tu madre.
-Coño, mamá. Que me da vergüenza.
-No seas bobo.
-Que no. Ya se me pasará.
Pero no se le pasó. Cada vez estaba más preocupado. Volvió a hablar con su madre y ella volvió a insistir que le enseñara la zona. El susto pudo más y mirando al techo, se bajó los pantalones y los gayumbos. Su madre miró la zona. Todo parecía normal, pero le preocupó el visible morado.
-Será mejor que vayas al médico.
-Jo, mamá.
Si enseñarle sus partes a su madre le había resultado tan difícil, hacerlo a un desconocido le parecía imposible.
-Ni jo mamá ni leches. Ahora mismo te pido cita y vamos al médico.
Lo decía en serio. Así que Pedrito se resignó a tener que enseñarle las bolas al médico.
Le dieron cita con el urólogo para el día siguiente. Cuando iba a salir de casa, Pedrito habló con su madre.
-Mami, ya soy mayorcito. Puedo ir yo solo.
-Sí, sí. Seguro que no vas. Venga, venga.
A regañadientes, Pedrito acompañó a su madre al hospital.
Mientras estaban sentados en la sala de espera, su madre lo miraba de reojo. Lo veía nervioso. No pudo resistirse a hacerle bromas.
-¿Qué? ¿Listo para enseñarle las pelotas al doctor?
-Joder, joder.
-Jajajaja. Que es un médico. Ya habrá visto miles de pelotas.
-Pero no las mías, coño.
-Jajajaja.
-A mi no me hace gracia.
-Oh, perdona. Pero es que tienes una carita! jajaja
Pedrito cruzó los brazos y puso morritos. Su madre lo dejó en paz.
A sus 18 años, Pedrito no le había enseñado sus partes íntimas a nadie. Bueno, a su madre el otro día. No tenía novia. En pocos minutos se las enseñaría a un extraño.
Miró al resto de los pacientes que esperaban turno. Todos eran hombres, naturalmente. Y todos parecían tranquilos, como si nada. Al lado de la puerta de la consulta decía "Dr. Ramírez. Urólogo".
La puerta se abrió y salió un hombre, tranquilamente. Saludó cortésmente a los que allí habían y se fue. Detrás de él, salió una enfermera. Vestía una bata blanca y tenía una papel con nombres en la mano.
"Joder. Hay una enfermera. Espero que cuando el médico me examine ella no esté delante"
-¿Pedro Gutiérrez?
-Vamos Pedrito, nos toca.
Se levantó, mirando al suelo. Se imaginó todas las miradas de los demás clavadas en él. Pero nadie lo miraba.
Se acercaron a la enfermera.
-¿Es vd. su madre?
-Sí.
-Espere fuera, por favor.
-De acuerdo. Pedrito, pórtate bien.
"Coño. ¿Por qué me dices Pedrito? Coño".
La enfermera lo hizo pasar y cerró la puerta.
-Por favor, toma asiento.
Se sentó en una mesa. La enfermera se puso a leer unos papeles y luego se sentó al otro lado de la mesa, cara a él.
-Bien...- miró los papeles - Pedro. Según parece, recibiste hace día un golpe en los testículos y aún sientes dolores.
Pedro no la miraba. Miraba al suelo.
-Sí.
-¿Has notado algo más? ¿Hinchazón?
-Tengo un poco amoratada la zona.
-Bien. Le echaremos un vistazo.
Entonces la miró.
-¿Y el doctor?
-El Dr. Ramírez está de baja. Yo lo sustituyo. Soy la Dra. Hernández.
Pedrito sintió el calor de su cara. Se estaba poniendo rojo. Ella se dio cuenta de su azoramiento.
-No te preocupes, Pedro. Seguro que no es nada, pero tenemos que asegurarnos.
-Es que...uf...me da...vergüenza.
-Es normal. Pero ya verás como terminamos rápido. Pasa detrás del biombo. Hay una camilla. Quítate los pantalones y los calzoncillos. Avísame cuando estés.
El calor de sus mejillas no se iba. Pasó detrás y se quitó los pantalones y los gayumbos. Se sentó en la camilla que allí había. Fue a hablar y no le salieron las palabras. Hizo un esfuerzo. Al pobre le salió un gallo.
-Ya estoy.
La doctora Hernández apareció enfundándose unos guantes de látex. Cogió un taburete y se sentó delante de él. Pedro miraba al techo.
-Bien, veamos que tenemos aquí.
Pedro sintió como la doctora, con delicadeza, palpaba la zona de la ingle. Como apretaba sus testículos para inspeccionar con claridad. Vio el moretón.
-Te dieron un buen golpe, ¿Eh?
-Uf. Sí. Hasta perdí el sentido unos momentos.
-Bueno, a primera vista parece que no hay nada mal. El dolor seguramente viene de los músculos y tendones de la zona inguinal y no de los testículos.
Pedrito sintió alivio. Pero cometió un error. Miró. Y lo primero que vio fue el escote de la mujer. No es que fuera un gran escote. Debajo de la bata llevaba una blusa roja. Pero desde su posición más alta pudo ver algo del canalillo que separaba sus tetas. Ella miraba sus pelotas. Tenía una gafas. A Pedro las mujeres con gafas siempre le parecieron sexy.
La doctora no era una belleza, pero no era fea. Era una mujer que en ese momento le palpaba los testículos buscando algún problema.
A pesar de la inmensa vergüenza que sentía, Pedrito se empezó a excitar. Lo poco que veía de su canalillo, su castaño cabello, hicieron que su polla se empezara a poner dura.
"No no. coño. Bájate...bájate".
Pero no se bajó. Siguió poniéndose dura. Empezó a levantarse.
La Dra. vio como la polla se empalmaba. No era la primera vez que le pasaba. Su colegas masculinos le decían que con ellos algunos hombres también tenían erecciones. Ella hacía como que no las veía. Era un profesional. Además, este Pedro se veía tan avergonzado, el pobre.
Con cuidado, palpó cada uno de los testículos del paciente.
-Los testículos parece que están bien. No noto nada anormal.
Pedrito miraba aquellas enguantadas manos tocarle las pelotas. Su polla ya estaba dura del todo. Eran las primeras manos, a parte de las suyas, que tocaban allí. Y eran de una mujer. Y le veía un poco de las tetas. Y tenía gafas. Su polla daba saltitos de excitación.
-Parece que has tenido suerte...No hay...
No pudo terminar. La polla del chico tubo un espasmo y un potente chorro de esperma salió disparado y se estrelló contra su cara, dándole en las gafas, en las mejillas. Fue tan repentino, la cogió tan de sorpresa, que se quedó petrificada. Un nuevo espasmo y otro potente y cálido disparo se estrelló contra su frente, sobre su nariz, sobre sus labios. El siguiente le dio en el otro cristal, en la otra mejilla. El cuarto, en plena nariz. El quinto ya fue un poco más flojo y no le alcanzó en la cara, sino en la bata. Los dos siguientes también cayeron sobre la blanca prenda. Los dos últimos, en el suelo entre sus piernas.
La polla tuvo un par de espasmos más, pero ya no salió nada más.
Pedrito estaba horrorizado. Todo había sido de repente. Sin avisar. Su polla empezó a correrse de repente. El placer que sintió enseguida fue sustituido por la inmensa vergüenza. Miraba a la Dra. con los ojos abiertos. No sabía si ella lo miraba o no. Sus gafas estaban cubiertas con su semen y no veía sus ojos.
La Dra. Hernández no decía nada. Estaba como paralizada. Aún no había asimilado lo que había pasada. Ese chico se había corrido sobre su cara. La sentía mojada, caliente. De repente, oyó como él empezaba a llorar.
-Lo siento, lo siento...Yo....lo siento. No quería...Pasó solo...
Ella lo miró, pero no lo vio. Se quitó las gafas. Él la miraba, con las lágrimas bajando por sus mejillas, rojo como un tomate. Se levantó. Había un rollo de papel que usaban para limpiarse de los geles que servían para lubricar algunos instrumentos. Antes de limpiarse, se miró en el espejo que había en una de las paredes. Tenía la cara llena de semen. Nunca había tenido semen sobre la cara. Se limpió. Tuvo que usar varios trozos de papel. La cara le quedó pegajosa.
A su espalda, Pedro seguía sollozando. Sin mirarlo, le habló.
-Ya puedes vestirte.
-Lo siento.
-No pasa nada. Tranquilo.
Pero él no estaba tranquilo. Se había corrido sobre la cara de su médico. Seguro que ahora ella montaría un pollo. Le diría a su madre que era un pervertido, un guarro. Un cerdo.
Salió de detrás del biombo. Ella estaba sentada en la mesa.
-Siéntate, por favor.
Sin mirarla, se sentó. Ahora vendría el rapapolvo. No lo hubo.
-Bien....todo parece normal.
Le dio un papel.
-Sécate las lágrimas. No te preocupes por lo que pasó.
-Lo siento.
-Lo sé. Olvídalo. Fue un accidente.
Por fin la pudo mirar. Ella le sonreía. Él esbozó una sonrisa, secándose los ojos. Su cara fue perdiendo el tinte rojo.
-Voy a llamar a tu madre.
Pedrito se estremeció. Se lo iba a contar. Le iba a decir que su hijo era un asqueroso pervertido. Notó que temblaba un poco.
La Dra. iba a abrir la puerta cuando se dio cuenta de que en su bata había dos lamparones de semen. Se la quitó y luego abrió.
-Pase, señora.
Su madre entró. Vio a su hijo sentado, mirando al suelo.
"Pobrecito. Aún está avergonzado".
Miró alrededor, buscando al Dr. No estaba. Sólo estaban su hijo y la enfermera. No dio cuenta de que ella no llevaba su bata.
-Señora, he examinado a su hijo y todo parece bien. Todo...funciona correctamente, parece.
-Oh!. ¿Vd. lo examinó?
-Sí. Soy la doctora Hernández. El Dr. Ramírez está de baja.
Miró a su hijo. Ahora comprendía su vergüenza. Si ya con un hombre le resultaba difícil, se imaginó lo mal que lo habría pasado siendo el doctor una doctora.
-¿Entonces está bien?
-En principio sí. El dolor no parece provenir de sus testículos, sino de la zona inguinal. De todas maneras, pida cita para dentro de tres días. Quisiera volver a examinarlo para asegurarnos que no hay problemas.
Pedro dio un respingo. "¿Otra vez?. ¿Otra vez pasar por esto?"
-Claro, claro. Pediré la cita.
-Perfecto. De todas maneras, si notas que va peor, Pedro, vete a urgencias.
Su madre se levantó. Él la imitó.
-Muchas gracias por todo, doctora. No sabe el peso que me ha quitado de encima. Mi ilusión es que mi Pedrito me dé algún día un nieto.
-Mamá!
-Jajaja. ¿Que pasa Pedrito? Ahora no. Cuando crezcas un poco.
-Como le dije, señora, todo parece funcionar perfectamente. No creo que tenga problemas de fertilidad en el futuro por esto.
Las miradas de Pedro y la doctora se cruzaron unos instantes. El rubor volvió a sus mejillas.
-No sé, doctora - dijo su madre - Si se sigue poniendo rojo delante de las mujeres no sé si me dará nietos.
Más rojo se puso.
La doctora abrió la puerta y Pedro y su madre salieron.
-Hasta dentro de tres días, Pedro.
Su madre le dio un codazo.
-Dale las gracias a la doctora, bruto.
-Gra..gracias, doctora.
-De nada Pedro.
Se quedó mirando como se iban. Sintió entonces la piel de su cara tirante. Tenía que lavarse. Les dijo a los pacientes que quedaban que la disculpasen, que volvía enseguida y se dirigió a uno de los baños no visibles desde allí.
La madre de Pedro se sentó en su coche, con él en el asiento del acompañante.
-Parece simpática la doctora.
-Sí - respondió Pedro, mirando la alfombrilla del coche.
-Así que al fin una mujer te toca las pelotas.
-Coño mamá. Ya estoy bastante avergonzado.
-Jajajaja. Lo siento tesoro. No he podido resistirme. Entiendo que para ti haya sido algo...difícil.
-Por favor, no hablemos más de esto.
-Como quieras.
Pero ella siguió sonriendo un rato. Pobre Pedrito. Arrancó y regresaron a casa.
La doctora entró en el baño y cerró la puerta. Era un baño para una sola persona. Con su retrete y un lavamanos. Abrió el grifo, se mojó las manos y luego la cara. Después se la secó y se miró en el espejo para comprobar que estaba limpia. Vio su imagen en el espejo. Y a su mente volvió la imagen que tenía hacía unos minutos. Cuando se vio en el espejo de la consulta. Cuando se vio la cara llena del cálido semen de aquel chico. Había sido una corrida abundante. Recordó que no sintió nada cuando todo pasó. Fue tan repentino, tan inesperado. El semen se estrellaba contra su cara, contra su bata, pero era como si aquello no estuviera pasando.
Pero ahora empezó a recordar. El calor del semen en su cara. Como la polla daba saltos, y con cada salto uno chorro blanco y espeso salía por la abertura y se estrellaban contra ella. Ahora fue consciente del olor. Y fue consciente de que su coño estaba chorreando. Sus bragas estaban empapadas.
Se miró en el espejo de aquel pequeño baño mientras su mano derecha se metía por debajo de su falda, por debajo de sus bragas. Se frotó el inflamado clítoris, pasó sus dedos a lo largo de su mojada rajita y empezó a gemir.
La cara que reflejaba el espejo estaba limpia. Ella, cerrando los ojos, la imaginaba otra vez cubierta del semen de aquel chico. Volvió a sentir su calor, su textura.
El orgasmo que atravesó su cuerpo hizo que sus piernas se aflojaran y tuvo que agarrarse al lavamanos. Su mano se llenó de los jugos que su coño destilaba. Se le cortó las respiración por un momento. Varios placenteros espasmos recorrieron su cuerpo.
Lentamente abrió los ojos. Se miró. Volvía a estar limpia. Se lavó la mano, impregnada del olor de su sexo.
Alguna de las parejas que había tenido le habían pedido correrse en su cara. Nunca lo había permitido. Lo encontraba algo sucio, degradante para la mujer. Y ahora, ese muchacho lo había hecho. Le había llenado la cara de su esencia masculina. Ella se había masturbado recordándolo. Había sido un accidente. Pero no se sentía degradada. No se sentía sucia. Se sentía excitada.
Recompuso sus ropas y volvió a pasar consulta.
Esa noche, Pedrito en su cama se masturbaba recordando lo sucedido. Ahora que estaba sólo en su cama, sin nadie a la vista, sin sentir vergüenza, recordó como su polla había actuado por su cuenta. Recordó como su semen había cubierto la cara de la doctora. Recordó que ella no dijo nada. Que se quedó quieta. Recordó la imagen de su rostro cubierto por su leche. Ahora le parecía bello, hermoso.
Al otro lado de la ciudad, Rosa Hernández, la Dra. Rosa Hernández, tenía dos dedos entrando y saliendo furiosamente de su coño, mientras su clítoris era frotado con fuerza por su otra mano. En su mente una dura polla se corría interminablemente sobre su cara. Casi podía sentir los chorros en su frente, sobre sus ojos, en sus mejillas, en sus labios. Abría la boca y también era llenada de caliente y sabroso semen.
Justo cuando Pedro se tensaba y llenaba de semen el papel que tenía preparado para recogerlo, Rosa se corría gimiendo de placer en su solitaria cama.
Al tercer día, el día en que tenía que volver a la consulta con la Dra. Hernández, Pedro le dijo a su madre que ya estaba bien, que no le dolía, que no hacía falta que fueran al médico.
-Mira el doctor!. ¿Acaso vas a saber tú más que la Dra.? Venga, Vístete.
A regañadientes lo hizo. Era verdad que ya estaba casi del todo bien. Pero si iba tendría que volver a ver a la doctora. No sabía si podría volver a mirarla a los ojos después de lo que había pasado.
-Ta' bien. Ya estoy.
-Bien. Toma dinero para el taxi.
-¿Taxi? ¿No vienes?
-No puedo. Tengo otras cosas que hacer. Además, ¿No dices siempre que ya eres mayorcito? Ya tienes edad para ir silito al médico.
-Sí.
-Y que no se te ocurra no ir. Tengo el teléfono del hospital y me enteraré si no apareces, muchachito.
-'Taaaaaaaaaaaaaaaa bien.
-Pues ala. A que te toquen otra vez las pelotas! jajajajajaja.
Le echó una mirada incendiaria, que hizo que su madre se riera aún con más ganas.
Sentado en el taxi, pensaba en lo que sentiría al volver a estar con la doctora. Se prometió a si mismo que sería bueno. Que su polla sería buena y se quedaría quietita. La doctora parecía comprensiva y no le tuvo en cuenta el 'accidente'.
Se sentó en la sala de espera a que llegara su turno.
Se abrió la puerta. La Dra. salió.
-¿El señor Valverde?
Un hombre de unos sesenta años se levantó y entró en la consulta. Antes de cerrar la puerta, las miradas de Pedro y la doctora se cruzaron. Los dos sintieron un estremecimiento. Ella le sonrió levemente y cerró la puerta.
Mientras el señor Valverde le explicaba a la Dra. que el tratamiento que el Dr. Ramírez le había mandado había funcionado y que ya orinaba mucho mejor, ella no estaba allí. Apenas oía las palabras del paciente y asentía mecánicamente.
-Bien, Sr. Valverde. Entonces perfecto. Baje un poco la dosis y en un mes vuelva.
-Gracias doctora.
Lo acompañó a la puerta. La abrió y se despidió.
Miró su lista. Cinco nombres más abajo vio el de Pedro Gutiérrez. Sin embargo, lo 'coló'.
-¿Pedro Gutiérrez?
Pedro se levantó y entró. Ella cerró la puerta detrás.
-Siéntate, por favor.
Pedro se sentó y ella lo hizo al otro lado.
-¿Cómo va...la cosa?
-Bien. Ya casi no me duele.
-Ah, perfecto, perfecto. De todas maneras, echaremos un vistazo, por si las moscas.
-¿Es necesario?
-Sí. Pasa detrás. Ya sabes
"No se me va a poner dura. No se me va a poner dura", se decía mientras se quitaba los pantalones y los calzoncillos.
Por el momento, la cosa iba bien. Ella apareció y lo miró. Actuaba como la otra vez, profesionalmente. Lo que Pedro no sabía era que el coño le ardía. Que no había dejado de pensar en lo que había pasado. Que el corazón le latía con fuerza.
-Veamos si todo se va arreglando correctamente.
Se sentó en el taburete. Esta vez sin gafas. Pedro, por si las moscas, no la miraba. No quería volver a ver su escote. Tenía que resistir.
Sintió como palpaba la zona, como levantaba sus pelotas. Como apretaba sus ingles.
-¿Te duele?
-No.
-Muy bien.
Mientras ella intentaba actuar con profesionalidad, no dejaba de mirar la polla. Esperaba que se levantase, que se pusiese dura. Pero no lo hacía. Seguía chiquita, arrugada.
Ella la deseaba dura. Ella deseaba...
Cuando se dio cuenta, ya no lo estaba tocando con profesionalidad. Lo estaba acariciando. Acariciaba sus testículos con las yemas de sus dedos. La otra mano cogió la polla. La apretó. Movió su piel, descapullándola.
Pedro se dio cuenta de que aquello no era normal. Aquello no era palpaciones. La miró. Se había arrodillado entre sus piernas. Lo miró. Sonreía. Sus ojos brillaban.
Al fin la polla de Pedro empezó a reaccionar, a llenarse de sangre, a crecer. No se decían nada. Sólo se miraban. La respiración de Pedro se hizo más fuerte. Su polla se puso dura como una roca. La doctora la tenía cogida con la mano. Mano que subía y bajaba despacito.
Le estaba haciendo una suave paja. Su mirado iba de su cálida mano a sus brillantes ojos. Ella tenía una tenue sonrisa en los labios. También respiraba con más fuerza. Miró su escote. Miró la parte superior de sus tetas.
Esta vez no fue de repente. Esta vez Pedro sintió claramente la llegada de su orgasmo. Sintió como el placer empezaba a crecer dentro de él como una hola que crecía y crecía. Su polla empezó a palpitar.
Rosa sabía lo que iba a pasar. Esa dura polla estaba a punto de correrse. Deseaba que lo hiciera. Lo necesitaba.
Acercó su cara. No quería que nada se perdiese. No quería nada en su bata, en el suelo. Lo quería todo en su cara.
-Agggg doctora...me...voy a...correr...aggggg
-Córrete en mi cara...por favor...córrete en mi cara.
Se acercó más. El primer disparo le cruzó la cara desde la frente a la mejilla. Fue tan fuerte que oyó el sonido del semen al golpear su piel. Después de ese vinieron otros más. Con los ojos cerrados Rosa disfrutaba del baño de semen que Pedro le estaba regalando. Oía los gemidos del muchacho. Sentía como su polla palpitaba en su mano antes de cada sacudida, antes de que su cara se llenara un poco más de aquella leche.
Abrió la boca y varios chorros cayeron dentro de ella, sobre su lengua. Cuando el orgasmo del muchacho terminó, la polla seguía aún con espasmos. Rosa se acercó ya del todo y se pasó la polla por la cara. Se la acarició toda, esparciendo el cálido esperma por su cara. Empezó a temblar. Era tanto su deseo, su excitación, que al pasarse la dura polla por su piel sintió que iba a estallar de gozo. Un intensísimo orgasmo la atravesó de arriba abajo.
La Dr. Hernández, arrodillada entre las piernas de un paciente, se corría sin tocarse, sintiendo su cara acariciada por la polla que acababa de correrse sobre su cara.
Pedro miraba como aquella mujer se convulsionaba entre sus piernas, pasándose por la cara su polla. Respiraba por la boca, en grandes bocanadas, mirándola.
Cuando ella se calmó, abrió lentamente los ojos. Sus miradas se encontraron. Rosa sonrió.
-Gracias.
-De...de nada, doctora.
De la punta de la polla salía una gotita de semen. Ella la lamió, sin dejar de mirarlo.
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