Capítulo VII
“De cómo la venganza se desató”
Aquella noche, de incesante tormenta y de relámpagos resplandecientes que iluminaban el cielo, mi primo, la pieza fundamental para culminar la venganza sobre Michelle y Sofía, los despiadados ángeles del erotismo, había arribado a mi hogar.
Pasada la medianoche, tal y como habíamos acordado, nos encontramos en mi cuarto, marcando nuestros pasos con absoluto sigilo por el corredor. Una vez en nuestra guarida, culminamos los últimos detalles y nos aproximamos lentamente al cuarto donde seguramente se encontraban las lujuriosas y bellas señoritas, en plena manifestación de amor, en cada roce de sus pieles exóticas y talladas con la más absoluta delicadeza.
Lo que ustedes aun no saben es el rol definitivo y crucial que significaría la aparición de mi primo en la escena. No obstante, están a unas líneas de conocer los sinceros, profundos y contenidos motivos por lo cual nuestros destinos se entrelazaron en una venganza única.
Nos adentramos en la habitación con máscaras de cuero, al tiempo que un trueno irrumpió escandalosamente en la tranquilidad de la noche, al tiempo que un relámpago iluminó en un destello fugaz la habitación atizándole un aire siniestro. Si, aquella era una escena de horror, realmente pavorosa para quienes se hallaban en el rol de víctima. Y es allí donde solo pareció necesario oír un cuervo graznar en lo lejos para concluir la escena más horrorosa que vivirían aquellas jovencitas.
Posándonos por unos instantes en las dulces y lésbicas criaturas, que tal y como lo había premeditado, se hallaban en pleno acto sexual. Dicho acto que se vió estorbado y se transformó en un incesante alarido de temor. Era inútil, la casa se había tornado por aquel entonces, en nuestro propio antro sexual, donde ellas, las jóvenes provocadoras, pagarían por la extremada sensualidad que emanaban sus rostros. A sus ojos éramos simples violadores, posibles asesinos de la más baja escoria social.
Cuando la escena se desató, intentaron arrojarnos inútilmente algunos objetos de la repisa, movimientos que supimos comprender como acciones desesperadas, puesto que el terror las había consumido. Lloraban intensamente y se acurrucaban en un rincón, que de tanto en tanto era iluminado por la continuidad de los relámpagos y sus suplicios se perdían, se ahogaban en el rugir de los truenos.
Nos despojamos de nuestras ropas rápidamente enseñándoles nuestros miembros erectos, observándolas a través de nuestras frías y escalofriantes máscaras. Nuestros cuerpos se hallaban revolucionados porque, finalmente, podría hacer mía a la dulce y provocadora Michelle, y mi primo concluiría extensos años de rechazo en su deseo pasional por mi hermana, Sofía, la rebelde Sofía, tan provocadora como la exótica Michelle.
Las apartamos del rincón y las llevamos a los polos opuestos de la mullida cama, lugar que presenció un acto salvajemente sexual e impúdico.
Observé a mi primo y nos sonreímos mutuamente. ¡Al fin! Habíamos alcanzado la oportunidad de demostrarles a aquellas jóvenes señoritas el odio, el amor, el deseo ferviente jamás curado que hacía alborotar la sangre de nuestros cuerpos, al punto de llevarnos a cometer aquel acto escandaloso, tan condenado por Dios.
Nos deleitamos en un primer momento, mediante una penetración permanente, violadora y dañosa, al tiempo que comenzaba la función de alaridos y gemidos. Y luego, oímos sus susurros que despojaban la indecisión femenina, puesto que se debatían en súplicas que se oponían a ser escandalosamente penetradas, y otros que suspiraban por el calor de nuestros miembros tallados en rencor y pasión.
Las muchachas intentaron nuevamente escaparse , no obstante, hicimos uso de nuestra fuerza superior masculina para someterlas y que se observaran mutuamente al tiempo que nuestros miembros forzaban la entrada de sus cuerpos y huían con total soltura, adentrándose en el pecado e intentando desembarazarse de el. Cuando lo consideramos oportuno, nos quitamos las máscaras, revelando nuestra verdadera identidad, dibujando en nuestro rostros muecas triunfales, de perversión y venganza.
Su sorpresa fue la esperada. Intentaron huir de nuestros brazos, sus expresiones faciales demostraban la ira y la indignación. No obstante y luego de considerarse rendidas, se abatieron en la mullida cama, a merced de nuestro perdurable placer sexual.
No pensarán que se comportaron como dos princesas. Ciertamente sus cuerpos, el andar de ellos y las expresiones de sus rostros lo demuestran. Pero en aquel ultrajado lecho, cuna de nuestro pecado, Michelle y Sofía unieron sus voces para clamar injurias, aullidos salvajes, gemidos constantes, y por sobre todo, nos demostraron que sus deseos carnales, eran la mayor de sus prioridades.
FIN.
Escrito por, TheEroticWriter.
“De cómo la venganza se desató”
Aquella noche, de incesante tormenta y de relámpagos resplandecientes que iluminaban el cielo, mi primo, la pieza fundamental para culminar la venganza sobre Michelle y Sofía, los despiadados ángeles del erotismo, había arribado a mi hogar.
Pasada la medianoche, tal y como habíamos acordado, nos encontramos en mi cuarto, marcando nuestros pasos con absoluto sigilo por el corredor. Una vez en nuestra guarida, culminamos los últimos detalles y nos aproximamos lentamente al cuarto donde seguramente se encontraban las lujuriosas y bellas señoritas, en plena manifestación de amor, en cada roce de sus pieles exóticas y talladas con la más absoluta delicadeza.
Lo que ustedes aun no saben es el rol definitivo y crucial que significaría la aparición de mi primo en la escena. No obstante, están a unas líneas de conocer los sinceros, profundos y contenidos motivos por lo cual nuestros destinos se entrelazaron en una venganza única.
Nos adentramos en la habitación con máscaras de cuero, al tiempo que un trueno irrumpió escandalosamente en la tranquilidad de la noche, al tiempo que un relámpago iluminó en un destello fugaz la habitación atizándole un aire siniestro. Si, aquella era una escena de horror, realmente pavorosa para quienes se hallaban en el rol de víctima. Y es allí donde solo pareció necesario oír un cuervo graznar en lo lejos para concluir la escena más horrorosa que vivirían aquellas jovencitas.
Posándonos por unos instantes en las dulces y lésbicas criaturas, que tal y como lo había premeditado, se hallaban en pleno acto sexual. Dicho acto que se vió estorbado y se transformó en un incesante alarido de temor. Era inútil, la casa se había tornado por aquel entonces, en nuestro propio antro sexual, donde ellas, las jóvenes provocadoras, pagarían por la extremada sensualidad que emanaban sus rostros. A sus ojos éramos simples violadores, posibles asesinos de la más baja escoria social.
Cuando la escena se desató, intentaron arrojarnos inútilmente algunos objetos de la repisa, movimientos que supimos comprender como acciones desesperadas, puesto que el terror las había consumido. Lloraban intensamente y se acurrucaban en un rincón, que de tanto en tanto era iluminado por la continuidad de los relámpagos y sus suplicios se perdían, se ahogaban en el rugir de los truenos.
Nos despojamos de nuestras ropas rápidamente enseñándoles nuestros miembros erectos, observándolas a través de nuestras frías y escalofriantes máscaras. Nuestros cuerpos se hallaban revolucionados porque, finalmente, podría hacer mía a la dulce y provocadora Michelle, y mi primo concluiría extensos años de rechazo en su deseo pasional por mi hermana, Sofía, la rebelde Sofía, tan provocadora como la exótica Michelle.
Las apartamos del rincón y las llevamos a los polos opuestos de la mullida cama, lugar que presenció un acto salvajemente sexual e impúdico.
Observé a mi primo y nos sonreímos mutuamente. ¡Al fin! Habíamos alcanzado la oportunidad de demostrarles a aquellas jóvenes señoritas el odio, el amor, el deseo ferviente jamás curado que hacía alborotar la sangre de nuestros cuerpos, al punto de llevarnos a cometer aquel acto escandaloso, tan condenado por Dios.
Nos deleitamos en un primer momento, mediante una penetración permanente, violadora y dañosa, al tiempo que comenzaba la función de alaridos y gemidos. Y luego, oímos sus susurros que despojaban la indecisión femenina, puesto que se debatían en súplicas que se oponían a ser escandalosamente penetradas, y otros que suspiraban por el calor de nuestros miembros tallados en rencor y pasión.
Las muchachas intentaron nuevamente escaparse , no obstante, hicimos uso de nuestra fuerza superior masculina para someterlas y que se observaran mutuamente al tiempo que nuestros miembros forzaban la entrada de sus cuerpos y huían con total soltura, adentrándose en el pecado e intentando desembarazarse de el. Cuando lo consideramos oportuno, nos quitamos las máscaras, revelando nuestra verdadera identidad, dibujando en nuestro rostros muecas triunfales, de perversión y venganza.
Su sorpresa fue la esperada. Intentaron huir de nuestros brazos, sus expresiones faciales demostraban la ira y la indignación. No obstante y luego de considerarse rendidas, se abatieron en la mullida cama, a merced de nuestro perdurable placer sexual.
No pensarán que se comportaron como dos princesas. Ciertamente sus cuerpos, el andar de ellos y las expresiones de sus rostros lo demuestran. Pero en aquel ultrajado lecho, cuna de nuestro pecado, Michelle y Sofía unieron sus voces para clamar injurias, aullidos salvajes, gemidos constantes, y por sobre todo, nos demostraron que sus deseos carnales, eran la mayor de sus prioridades.
FIN.
Escrito por, TheEroticWriter.
3 comentarios - Relato: "La extranjera" [Capítulo FINAL VII]
te dejo unos puntines!