La chica que venia de paquete en una moto
En la otra punta de la ciudad había un rumor acerca de una chica que siempre iba de paquete en las motos de los chuloputas de su barrio.
Siempre iba con uno o con otro, así que tenía fama de zorrón.
Cuando se quitaba el casco, (que siempre era de distinto color que el del día anterior), dejaba ver su pelo rizado. Era rubia, si no recuerdo mal, pero también parecía algo pelirroja cuando el sol le reflejaba de una manera especial, a ciertas horas de la tarde.
Se juntaba con gente a la que yo solo conocía de vista.
Una vez, en un botellón, la gente con la que se juntaba, y la mía, empezamos a hablar unos con otros, entremezclándonos y hablando de cosas sin sentido.
Mientras me echaba un cubata de coca-cola mezclado con el señor Jack Daniels, vino ella con andar seguro, y se me acercó para hablar conmigo.
- Hola, ¿tu eres el amigo de Nacho?
- No, pero sé quien es.
Al tal Nacho lo conocí hace unas semanas, y era un soplapollas de mucho cuidado.
Ella y yo nos echamos unos cuantos cubatas más; la verdad es que bebía muy lenta, en el tiempo que ella se bebió 2 vasos, yo ya me había bebido 4.
La chica tenía buen tema de conversación, suficientemente bueno como para no estar todo el rato imaginando que me la follaba detrás de un seto.
Ya que con el alcohol se me va la lengua demasiado, y no quería cagarla hablando más de la cuenta, decidí hacerme un porro.
Nos lo fumamos entre los dos.
Cuando ya era de noche profunda mucha de la gente que había, decidió marcharse a un bar o donde fuese.
Yo no tenía dinero, así que dije de quedarme.
Sorprendentemente, Ella, prefirió quedarse conmigo antes que irse a un bar con sus amigos. Bueno, vivir para contarlo.
Seguíamos hablando, y la noche continuaba. La luz de las farolas me molestaba en los ojos, así que me puse las gafas de sol.
Prefería parecer un gilipollas con las gafas puestas, antes que un despojo humano con los ojos rojos.
Entonces, en un repentino instante etílico, ella se me arrimó y me besó.
Esa fue la señal de que esa noche iba a mojar.
Mientras nos besábamos, nos pusimos de pie, y decidimos irnos a un parque cercano, que ya estaba cerrado desde hace horas.
Fuimos allí, la ayudé a saltar la valla, y luego salté yo.
Ya dentro nos pusimos cómodos en el césped.
Estaba recién cortado, no había bichos, y olía a yerba mojada, ya que los periquitos habían regado cerca de allí.
Mientras nos liábamos, palpé su cintura, y buscando con los dedos su coño, empecé a introducirlos uno a uno. Fue suave, pero ella quería algo más.
Se quitó la camiseta, yo le quité el sujetador y empecé a besarle las tetas mientras seguía haciéndole un dedillo.
Le bajé la bragueta de los vaqueros, y ella hizo lo mismo conmigo.
Llevaba unas bragas rosas muy graciosas, no pegaban mucho con una chica con esa fama de putón verbenero. Se las bajé de un tirón.
Su chochito era perfecto. Una obra maestra de la arquitectura natural.
Viendo cuerpos así, es fácil creer en algún tipo de dios.
Con mi lengua froté su vulva, y mientras me agarraba la cabeza dijo la palabra mágica:
- ¡Métemela!
Cumplí su orden encantado de la vida.
Ella estaba debajo, y cada vez que la bombeaba pensaba que mi polla era un puñal, y que dentro de la cueva de su coño, estaba su corazón de monstruo.
De pronto, me abrazó mientras yo seguía a lo mío. Pude notar un par de lágrimas en sus ojos. Quería bebérmelas.
No sabía que era lo que había roto en aquella chica, pero seguí con mi misión.
Estaba empleándome a fondo con su vagina, cuando ella la sacó, y se la metió en la boca.
La chupaba con mucho cuidado de no arañar con los dientes, y jugueteaba con la lengua y mi capullo.
Al final, no mucho después, me derramé en su boca. Sentía como si se me fuera el alma en el lefazo que le había echado en la garganta. Directo al esófago.
Aquello podía resucitar a cualquiera.
Nos vestimos, y salimos afuera del parque para despedirnos para siempre.
Aquel cuerpo no sería fácil de olvidar. Su coño era Sibaris, y Kirfis su monte de Venus.
Nos despedimos y fuimos en direcciones opuestas.
En cuanto me giré para mirarle el culo al irse, la vi besando a otro notas que iba en moto.
-Que se joda – Pensé. La boca le sabrá a mi jugo.
Y seguí caminando sin rumbo fijo, pensando en el polvazo que me había pegado aquella noche.
Y mientras caminaba, yo seguía empalmado.
En la otra punta de la ciudad había un rumor acerca de una chica que siempre iba de paquete en las motos de los chuloputas de su barrio.
Siempre iba con uno o con otro, así que tenía fama de zorrón.
Cuando se quitaba el casco, (que siempre era de distinto color que el del día anterior), dejaba ver su pelo rizado. Era rubia, si no recuerdo mal, pero también parecía algo pelirroja cuando el sol le reflejaba de una manera especial, a ciertas horas de la tarde.
Se juntaba con gente a la que yo solo conocía de vista.
Una vez, en un botellón, la gente con la que se juntaba, y la mía, empezamos a hablar unos con otros, entremezclándonos y hablando de cosas sin sentido.
Mientras me echaba un cubata de coca-cola mezclado con el señor Jack Daniels, vino ella con andar seguro, y se me acercó para hablar conmigo.
- Hola, ¿tu eres el amigo de Nacho?
- No, pero sé quien es.
Al tal Nacho lo conocí hace unas semanas, y era un soplapollas de mucho cuidado.
Ella y yo nos echamos unos cuantos cubatas más; la verdad es que bebía muy lenta, en el tiempo que ella se bebió 2 vasos, yo ya me había bebido 4.
La chica tenía buen tema de conversación, suficientemente bueno como para no estar todo el rato imaginando que me la follaba detrás de un seto.
Ya que con el alcohol se me va la lengua demasiado, y no quería cagarla hablando más de la cuenta, decidí hacerme un porro.
Nos lo fumamos entre los dos.
Cuando ya era de noche profunda mucha de la gente que había, decidió marcharse a un bar o donde fuese.
Yo no tenía dinero, así que dije de quedarme.
Sorprendentemente, Ella, prefirió quedarse conmigo antes que irse a un bar con sus amigos. Bueno, vivir para contarlo.
Seguíamos hablando, y la noche continuaba. La luz de las farolas me molestaba en los ojos, así que me puse las gafas de sol.
Prefería parecer un gilipollas con las gafas puestas, antes que un despojo humano con los ojos rojos.
Entonces, en un repentino instante etílico, ella se me arrimó y me besó.
Esa fue la señal de que esa noche iba a mojar.
Mientras nos besábamos, nos pusimos de pie, y decidimos irnos a un parque cercano, que ya estaba cerrado desde hace horas.
Fuimos allí, la ayudé a saltar la valla, y luego salté yo.
Ya dentro nos pusimos cómodos en el césped.
Estaba recién cortado, no había bichos, y olía a yerba mojada, ya que los periquitos habían regado cerca de allí.
Mientras nos liábamos, palpé su cintura, y buscando con los dedos su coño, empecé a introducirlos uno a uno. Fue suave, pero ella quería algo más.
Se quitó la camiseta, yo le quité el sujetador y empecé a besarle las tetas mientras seguía haciéndole un dedillo.
Le bajé la bragueta de los vaqueros, y ella hizo lo mismo conmigo.
Llevaba unas bragas rosas muy graciosas, no pegaban mucho con una chica con esa fama de putón verbenero. Se las bajé de un tirón.
Su chochito era perfecto. Una obra maestra de la arquitectura natural.
Viendo cuerpos así, es fácil creer en algún tipo de dios.
Con mi lengua froté su vulva, y mientras me agarraba la cabeza dijo la palabra mágica:
- ¡Métemela!
Cumplí su orden encantado de la vida.
Ella estaba debajo, y cada vez que la bombeaba pensaba que mi polla era un puñal, y que dentro de la cueva de su coño, estaba su corazón de monstruo.
De pronto, me abrazó mientras yo seguía a lo mío. Pude notar un par de lágrimas en sus ojos. Quería bebérmelas.
No sabía que era lo que había roto en aquella chica, pero seguí con mi misión.
Estaba empleándome a fondo con su vagina, cuando ella la sacó, y se la metió en la boca.
La chupaba con mucho cuidado de no arañar con los dientes, y jugueteaba con la lengua y mi capullo.
Al final, no mucho después, me derramé en su boca. Sentía como si se me fuera el alma en el lefazo que le había echado en la garganta. Directo al esófago.
Aquello podía resucitar a cualquiera.
Nos vestimos, y salimos afuera del parque para despedirnos para siempre.
Aquel cuerpo no sería fácil de olvidar. Su coño era Sibaris, y Kirfis su monte de Venus.
Nos despedimos y fuimos en direcciones opuestas.
En cuanto me giré para mirarle el culo al irse, la vi besando a otro notas que iba en moto.
-Que se joda – Pensé. La boca le sabrá a mi jugo.
Y seguí caminando sin rumbo fijo, pensando en el polvazo que me había pegado aquella noche.
Y mientras caminaba, yo seguía empalmado.
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