Con un inofensivo abrazo. Con una escueta felicitación, un mimo sencillo y antiguo que connota distanciado cariño… Con esta simple señal de afecto, él siente en su pecho los de ella y un fuerte latido que les atraviesa a ambos la ropa tan solo por un instante, con una leve y sinuosa respuesta del cuerpo sensible que muestra apenas un cosquilleo extraño por la piel completa: el burbujear en las vísceras, aumenta el ritmo cardiaco, los labios se tornan rojizos, uno a otro escucha de cerca el aliento entrecortado, y ella, con los pezones erectos, se hace consciente de lo que ha sucedido y se aleja deteniendo todo contacto físico…
Tan sólo fueron unos segundos. Los cuerpos apenas se rozaron. No se trató de nada extraño, piensa ella, mientras él intenta actuar como si nada hubiera pasado. Imaginan demasiado. Y aunque cada quien quiso hacer caso omiso de las señales, ambos lo sabían muy en el fondo: ahí sucedió algo. Ese algo intangible que les permitió oler el sensual e inusual nerviosismo en la esencia de la piel del cuello del otro. Ese algo que los llenó de cortas sonrisas de cortesía, simples miradas tensas a los ojos y pláticas vacías, hasta que – algo muy extraño- ella decidió tomar la iniciativa. Por ello, de la manera más egoísta y personal, se armó de valor y premeditadamente echó la suerte por ambos en una noche como esta, porque por las noches es cuando los instintos nos desbordan y bajo la penumbra fue que se obligó a dar un paso hacia adelante. Era algo que ella sabía tarde o temprano sucedería, era inevitable y ansiado, proveerse un gusto, ceder, dar y comulgar en el cuerpo contrario y codiciado, sólo bajo sus reglas y sin esperar nada a cambio…
- ¿Está todo bien?- preguntó él con sorpresa cuando la encontró en su sala. Ella asintió y lo recibió con los ojos llorosos, aunque toda ella bañada con esa aura especial que dota de inviolable seguridad a aquellas mujeres que han tomado una decisión y no están dispuestas a dar ni un paso atrás.
- No digas nada – le respondió con un susurro – he decidido amarte sólo por hoy y sólo en silencio – agregó como no queriendo dejar escapar la magia de un instante etéreo.
En mutis y aun asombrado, él se percató de la entrega desesperada e inocente, el deseo oculto y reprimido, sinuoso y extremo de aquella mujer que hasta hoy, había decidido callar la voz mientras su cuerpo ardía en el desenfrenado anhelo… Sí, sorpresivamente, la mujer siempre taciturna, tímida y controlada, se tornó valiente y atrevida, y como tal, le apretujó el cuerpo y después de asirse y desasirse como quien siente alivio por haber encontrado lo que buscaba por milenarias vidas, tropezó con su boca con un beso húmedo y con el alma temblando.
En respuesta, cambio de escenario y él comenzó por besar su largo cuello, subiendo por el mismo poco a poco, hasta que su nariz dio con esos misteriosos pliegues que le unen el cartílago de la oreja donde le plantó un suave y cálido beso que la hizo estremecer de pies a cabeza. Siguió entonces con su nariz y sus labios, la geografía de su suave quijada, gozando de su piel blanca con un andar seguro y un devenir lento, hasta que de nuevo llegó a su boca y bebió de ella como para saciar la pasional sed de ambos… pronto se encontró en sus finas y femeninas clavículas coronadas por una gargantilla de plata, y dándose el tiempo para verla a los ojos, regresó al punto y poco a poco comenzó a besarle el sitio, cada vez más abajo, desabotonando su blusa lentamente y observando las reacciones que el cuerpo obsequiado le iba mostrando: un poco de sudor, la respiración más aprisa, los senos llenándose de sangre y deseo, los ojos entrecerrados, y uno que otro gemido que expresaba descontrolado deseo…
Pronto pudo manipular sus pechos, redondos y pequeños, y percibió esa temperatura tierna que sólo conocen los que han palpado un seno sensible, natural, con el peso ideal que se discurre entre los dedos. En respuesta, ella desnuda en alma y cuerpo, se sienta vulnerable en el borde del sillón mientras él saborea la suavidad de la piel que siempre se encuentra oculta bajo la forma exponencial de cada busto, y en reflejo gustoso, ella arquea la espalda arrojando las tetillas hacia el techo que se blande sobre ellos.
Acto seguido, segura de lo que quiere y de no querer ser atrapada, como diciéndole en silencio, “vamos, no más juegos”, ella abre las piernas y las eleva un poco, tan sólo lo que le permiten las puntas de sus pies pequeños, como si con ello levantara su sensibilidad y se preparara para absorber todo el cielo en un solo punto, creando con ellas una V de victoria, de irse del mundo y venirse de vuelta, V de vos y voz, de virtud de piel, V de vértice perfecto que invita a entrar en el cuerpo, a fundirse en un instante, embistiendo lenta y poderosamente el cáliz del amor humano…
Vulnerabilidad, sudor, entrañas, caderas, movimientos físicos acompasados y lentos, piel abierta y viva, cálida desnudez del cuerpo. Lo derriba al suelo y decide guiar por el resto del cuento, tomar el poder, escalar de intensidad, zambullirse sin arrepentimiento. Gusta del rozar de sus cuerpos, busca esa ternura ruda del amante que rasga las ropas pero disfruta lo profundo y lento. Contacto directo. Comunicación de cuerpo. Las manos de él en la pequeña cintura de ella, fervor de muslos, carne batiendo, latidos trepidantes, un baile íntimo y cercano, más calor en sus miembros, exaltación incontrolable y éxtasis lúbrico hasta que los gemidos rítmicos estallan en un movimiento terso, placer convulsionante, un fino temblar que arroja las cabezas hacia atrás y termina en un estremecer de vientres que baja poco a poco de intensidad…
Felicidad, complicidad, satisfacción orgullosa y propia, egoísta, y todo termina con un abrazo distinto del que ha iniciado, pues ella sabía que este sería evento de una vez y nunca más. Una sola vez para recorrerse el cuerpo, para experimentarse, y luego, jamás volver a hablar de ello. Nunca más proponerlo… Simplemente, dejar la noche atrás y para el recuerdo, porque por las noches es cuando los instintos nos desbordan y por eso los humanos de carne y hueso, hemos hecho de la oscuridad el momento para dormir, y para amar a escondidas y en silencio…
Tan sólo fueron unos segundos. Los cuerpos apenas se rozaron. No se trató de nada extraño, piensa ella, mientras él intenta actuar como si nada hubiera pasado. Imaginan demasiado. Y aunque cada quien quiso hacer caso omiso de las señales, ambos lo sabían muy en el fondo: ahí sucedió algo. Ese algo intangible que les permitió oler el sensual e inusual nerviosismo en la esencia de la piel del cuello del otro. Ese algo que los llenó de cortas sonrisas de cortesía, simples miradas tensas a los ojos y pláticas vacías, hasta que – algo muy extraño- ella decidió tomar la iniciativa. Por ello, de la manera más egoísta y personal, se armó de valor y premeditadamente echó la suerte por ambos en una noche como esta, porque por las noches es cuando los instintos nos desbordan y bajo la penumbra fue que se obligó a dar un paso hacia adelante. Era algo que ella sabía tarde o temprano sucedería, era inevitable y ansiado, proveerse un gusto, ceder, dar y comulgar en el cuerpo contrario y codiciado, sólo bajo sus reglas y sin esperar nada a cambio…
- ¿Está todo bien?- preguntó él con sorpresa cuando la encontró en su sala. Ella asintió y lo recibió con los ojos llorosos, aunque toda ella bañada con esa aura especial que dota de inviolable seguridad a aquellas mujeres que han tomado una decisión y no están dispuestas a dar ni un paso atrás.
- No digas nada – le respondió con un susurro – he decidido amarte sólo por hoy y sólo en silencio – agregó como no queriendo dejar escapar la magia de un instante etéreo.
En mutis y aun asombrado, él se percató de la entrega desesperada e inocente, el deseo oculto y reprimido, sinuoso y extremo de aquella mujer que hasta hoy, había decidido callar la voz mientras su cuerpo ardía en el desenfrenado anhelo… Sí, sorpresivamente, la mujer siempre taciturna, tímida y controlada, se tornó valiente y atrevida, y como tal, le apretujó el cuerpo y después de asirse y desasirse como quien siente alivio por haber encontrado lo que buscaba por milenarias vidas, tropezó con su boca con un beso húmedo y con el alma temblando.
En respuesta, cambio de escenario y él comenzó por besar su largo cuello, subiendo por el mismo poco a poco, hasta que su nariz dio con esos misteriosos pliegues que le unen el cartílago de la oreja donde le plantó un suave y cálido beso que la hizo estremecer de pies a cabeza. Siguió entonces con su nariz y sus labios, la geografía de su suave quijada, gozando de su piel blanca con un andar seguro y un devenir lento, hasta que de nuevo llegó a su boca y bebió de ella como para saciar la pasional sed de ambos… pronto se encontró en sus finas y femeninas clavículas coronadas por una gargantilla de plata, y dándose el tiempo para verla a los ojos, regresó al punto y poco a poco comenzó a besarle el sitio, cada vez más abajo, desabotonando su blusa lentamente y observando las reacciones que el cuerpo obsequiado le iba mostrando: un poco de sudor, la respiración más aprisa, los senos llenándose de sangre y deseo, los ojos entrecerrados, y uno que otro gemido que expresaba descontrolado deseo…
Pronto pudo manipular sus pechos, redondos y pequeños, y percibió esa temperatura tierna que sólo conocen los que han palpado un seno sensible, natural, con el peso ideal que se discurre entre los dedos. En respuesta, ella desnuda en alma y cuerpo, se sienta vulnerable en el borde del sillón mientras él saborea la suavidad de la piel que siempre se encuentra oculta bajo la forma exponencial de cada busto, y en reflejo gustoso, ella arquea la espalda arrojando las tetillas hacia el techo que se blande sobre ellos.
Acto seguido, segura de lo que quiere y de no querer ser atrapada, como diciéndole en silencio, “vamos, no más juegos”, ella abre las piernas y las eleva un poco, tan sólo lo que le permiten las puntas de sus pies pequeños, como si con ello levantara su sensibilidad y se preparara para absorber todo el cielo en un solo punto, creando con ellas una V de victoria, de irse del mundo y venirse de vuelta, V de vos y voz, de virtud de piel, V de vértice perfecto que invita a entrar en el cuerpo, a fundirse en un instante, embistiendo lenta y poderosamente el cáliz del amor humano…
Vulnerabilidad, sudor, entrañas, caderas, movimientos físicos acompasados y lentos, piel abierta y viva, cálida desnudez del cuerpo. Lo derriba al suelo y decide guiar por el resto del cuento, tomar el poder, escalar de intensidad, zambullirse sin arrepentimiento. Gusta del rozar de sus cuerpos, busca esa ternura ruda del amante que rasga las ropas pero disfruta lo profundo y lento. Contacto directo. Comunicación de cuerpo. Las manos de él en la pequeña cintura de ella, fervor de muslos, carne batiendo, latidos trepidantes, un baile íntimo y cercano, más calor en sus miembros, exaltación incontrolable y éxtasis lúbrico hasta que los gemidos rítmicos estallan en un movimiento terso, placer convulsionante, un fino temblar que arroja las cabezas hacia atrás y termina en un estremecer de vientres que baja poco a poco de intensidad…
Felicidad, complicidad, satisfacción orgullosa y propia, egoísta, y todo termina con un abrazo distinto del que ha iniciado, pues ella sabía que este sería evento de una vez y nunca más. Una sola vez para recorrerse el cuerpo, para experimentarse, y luego, jamás volver a hablar de ello. Nunca más proponerlo… Simplemente, dejar la noche atrás y para el recuerdo, porque por las noches es cuando los instintos nos desbordan y por eso los humanos de carne y hueso, hemos hecho de la oscuridad el momento para dormir, y para amar a escondidas y en silencio…
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