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Relato: Mi Hija Sandra (+18)

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Con el paso del tiempo, encuentro cada vez más excitante lo que pasó esa noche con mi hija; tanto que es cada vez más poco lo que queda de aquel firme propósito producto del cargo de conciencia, de jamás volver a tocarla. Por lo que percibo, a ella le pasa lo mismo.

Fue una larga lucha conmigo mismo librada desde que ella tenía como doce años hasta ahora cuando bordea los 23 años, lucha a la que claudiqué aquella noche de principios de Enero. Recuerdo que en sus primeros años de adolescencia, no podía evitar que la verga se me parara cuando de manera desprevenida me dejaba verla en pantaloncitos o cambiándose de ropa o duchándose desnuda. Creo que vi cada etapa del desarrollo de sus tetas desde que era niña hasta esa memorable velada cuando ella temblaba de emoción mientras yo le mamaba esos pezoncitos chiquitos, duros, rodeados de una aureola color café claro del tamaño de una moneda. Fueron muchas las masturbadas que me pegué a lo largo de mi vida pensando en ella, distrayendo así mi creciente deseo de levantar su falda, bajar sus calzones y hundir mi verga en esa chocha prohibida que al fin pude saborear totalmente, descubriendo un sabor saladito, y un olor metálico, embriagador, que me enloqueció. Pero siempre me contuvo el cuestionamiento moral, la convicción de que no estaba bien lo que pensaba, el temor a hacerle daño y sobre todo a perder el amor que ella mostraba por su padre. Recuerdo en especial el enorme esfuerzo que tuve que hacer para no cometer una imprudencia una noche cuando al llegar a casa la encontré dormida en el sofá de la sala, aun con la falda de colegio puesta, dejando ver los panties amarillos semitransparentes que llevaba puestos. Casi me pilla la mamá mientras me deleitaba mirándola, al tiempo que me sobaba la verga por encima del pantalón y me moría de ganas de tocar ese culo delicioso, contundente, sensual, al que soñaba penetrar mientras la imaginaba a ella gimiendo de placer. Nunca intenté seducirla seriamente; me limitaba solo a fantasear con ella y a hacerle bromas frecuentes sobre su belleza y sensualidad a las que Sandra reaccionaba con agrado pero sin malicia. Y las cosas hubieran seguido igual a no ser por un cambio sorprendente en su comportamiento. De pronto, actuando en contra de lo acostumbrado, y siempre que su mamá no anduviera cerca, se me mostraba ligera de ropas o se sentaba descuidadamente mostrándome los calzones, mientras actuaba con la mayor naturalidad de mundo. Era evidente que se me insinuaba y frente a esa realidad encontré que una cosa era fantasear y otra muy distinta consumar los hechos. Y nuevamente me resistí, limitándome solo a hacerme la paja frenéticamente, usando los calzones que le había visto puestos y descargando todo el semen en ese pedacito de tela que escasas horas antes había estado en contacto directo con su rica chocha. Pero como que la vida me empujaba hacia ella; mi suegro enfermó y se hicieron frecuentes los viajes de mi esposa a visitarlo, dejándome solo en casa con mi hija. Ni ella ni yo nos atrevíamos a tomar la iniciativa y nuestro comportamiento era artificial, como cumpliendo un ritual de “no debemos hacerlo”, si bien los dos sabíamos lo que estaba pasando. Aquella tarde de sábado, se armó en la obra una celebración muy animada; consumimos mucho licor y bailamos hasta que terminando la tarde casi al tiempo todos abandonamos el lugar. Unos minutos antes, recibí una llamada de mi esposa para contarme que salía hacia su casa paterna y que me encargaba a Sandrita a quien había dejado sola en casa, con cara de ansiedad, probablemente de aburrimiento según dedujo ella. Seguramente por los tragos, complementado por el hecho de que llevaba varios días de abstinencia sexual gracias a la pereza de mi mujer, mi verga reaccionó vigorosamente ante la noticia y decidí que ya no me resistía más y que esa noche se harían realidad mis sueños. Encontré a Sandra sentada en la sala viendo televisión, vestida solo con una piyama de nylon tipo “baby doll” que exponía casi todas sus torneadas piernas y sus brazos, siendo evidente además que no llevaba brassiere. Logré contener mis ímpetus solo atemorizado por la posibilidad de que estuviera interpretando equivocadamente la actitud de mi hija. La convencí de que nos tomáramos una copa de vino y me senté prudentemente a su lado, hablando de lo divino y de lo humano. Se le notaba nerviosa; yo, ni se diga. Pero poco a poco nos fuimos soltando y al rato, a la cuarta copa, ya reíamos animadamente, circunstancia que aproveché para conducir la charla hacia temas íntimos. “Papi, no seas tan curioso; para que quieres saber cuándo y con quien fue mi primera vez” me decía riendo, lo que me animó a insistir y a hacer más atrevidas mis preguntas. Para entonces, había ya extendido mi brazo sobre sus hombros y aprovechaba para atraerla hacia mí y juntar mi mejilla con la suya, sin encontrar de parte de ella resistencia alguna. Y de pronto, usando mi otra mano giré su cara y besé su boca. Ella bajó su rostro y se quedó en silencio; yo le hablaba atropelladamente mientras acariciaba su mejilla y le pedía que me mirara a los ojos. Entonces, con una mirada dulce, ella volteó a mirarme y me ofreció sus labios que besé mientras sentía que un corrientazo recorría todo mi cuerpo y explotaba en la punta de mi verga. Decidí avanzar poco a poco; mientras la besaba en la boca y en el cuello, le hice un discurso de lo mucho que ella me había gustado desde muy pequeña y sobre los esfuerzos enormes que hice para no descontrolarme y agredirla. Ella estaba como transportada y apenas balbucía uno que otro monosílabo de afirmación. Mi mano por primera vez acarició sus senos que me parecieron durísimos y demasiado suaves al tacto. “Te gustan?” me preguntó y yo respondí hundiendo mi cara entre ellos y mamándole alternadamente uno y otro pezón a lo cual ella respondía tensando su cuerpo y dejando escapar suaves quejidos. Mi caricia de sus muslos subió hasta su entrepierna y haciendo a un lado sus diminutos calzones, hundí mi dedo en su charco íntimo. “Papi no…….” Me decía y su mano que al principio hacía un tibio esfuerzo por detenerme, terminó apretando la mía, como pidiéndome que fuera más profundo mientras nuestros besos desbordaban pasión. Liberé mi verga de su incómoda prisión y Sandra sin dudarlo, con entusiasmo, empezó a masturbarme procediendo casi enseguida a darme una mamada que se me antojó la más erótica del mundo. Sus calzones para entonces ya habían desaparecido y yo frotaba su clítoris duro como una alverja. Ya no había reversa; cuando ella tomó un respiro me arrodillé delante de ella y colocando sus piernas en mis hombros metí mi lengua entre su chocha totalmente encharcada y me bebí sus jugos al tiempo que cada roce con su clítoris la hacía estremecerse y gemir de una manera deliciosa. Levanté sus piernas y mi lengua buscó hambrienta el agujero de su culo y le prodigué una mamada que ella recibió primero con asombro y luego con entusiasmo. No esperé más; mi verga se hundió por primera vez en la vulva que había sido motivo de mis sueños por muchos años y anticipando un disfrute prolongado del momento, dosifiqué mis impulsos y demoré sistemáticamente mi orgasmo. Sandra en cambio, dio rienda suelta a su excitación y arqueando su espalda experimentó un orgasmo intenso, acompañado de un grito obsceno, seguido de pequeñas réplicas que duraron largo tiempo. Quedó exhausta entre mis brazos y mientras nos besábamos y su mano jugueteaba con mi verga, me fue contando cómo cedió al imposible moral de desear sexualmente a su propio padre. Supe entonces que el mayor amor de su vida había sido el papá de una compañera de colegio, cuando mi hija recién cumplía 16 años. “No ha habido nadie desde entonces que me haya dado más placer en la cama, hasta que hoy pude confirmar mi percepción de que tu deberías ser ideal como amante” me comentó. Fue frustrante para ella ver pasar uno tras otro múltiples amantes jóvenes, que siempre se preocuparon por su propia satisfacción y nunca por la de ella quien a pesar de ser tan sexual terminaba desolada, sin alcanzar un verdadero orgasmo, logrando algún nivel interesante de morbo motivada no por su compañero sino por sus fantasías que poco a poco empezaron a incluirme a mi. Culiamos hasta entrada la madrugada y un par de veces me derramé dentro de ella, quien en ambos casos me acompañó otra vez con orgasmos prodigiosos y ruidosos. Fue rico abrir sus nalgas y hundir mi verga en su culo que sentí deliciosamente estrecho; pero mejor fue verla metérsela en la boca cuando se la saqué como procurando dejármela limpia. Casi me derramo en su garganta. Cansados, dominados por el sueño, totalmente satisfechos sexualmente, decidimos que lo que había pasado era muy rico pero que no era sano continuar una relación así. “Mi vida se volvería un infierno conviviendo bajo el mismo techo con mamá al tiempo que me como su marido, mi propio padre. Ha sido delicioso, pero no puede pasar de acá” sentenció. Y Recogiendo su ropa se dirigió a su alcoba, dejándome inmerso en un mar de dudas y cavilaciones. Evito desde entonces encontrar su mirada y nuestro comportamiento volvió a la normalidad. Pero puede más mi morbo y a solas, no hago más que repasar cada detalle de esa noche de pasión. Creo que ella está en las mismas……………….

8 comentarios - Relato: Mi Hija Sandra (+18)

miguelotzi
no me quieres hacer tu socio
Terry23
😳 😳 😳 😳 😳 😳
VIClink
😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳
nilyed
😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳 😳
CHESSTER7
🤤 Q BUEN RELATO,,, 🤤