Capítulo X
Complicidad, esa era la palabra. Nunca había existido una unión tan estrecha y fuerte entre los dos hermanos. Ahora iban juntos al instituto e incluso se saludaban en los patios cuando se veían, cosa que antes era poco menos que un sueño, dado que Leonor solía hacer como si no tuviera ningún hermano. En casa la cosa era aún mejor, desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche, ellos eran los dueños del bungalow. Solos, cómplices. Hablaban y hablaban y hablaban... Ella le llamaba ahora frecuentemente "Sergi", su apelativo cariñoso, dado que su padre era catalán y esa es la correcta forma de pronunciar su nombre. Él pensaba que, hasta hacía pocas semanas, Leonor había tenido mucho que decir y nadie a quien decírselo.
A veces se sorprendía observándola, embobado, escuchando sus problemas, sus dudas, su poca fe en su vida académica...
-Yo sé que puedes pasar de curso. –Dijo él tajantemente.-
-Sí, claro. –Ella se dejó caer en el sofá, desanimada.- Me han quedado seis en el primer trimestre, y tres en el segundo, por si no te has enterado.
-Tres son superables. Tu tienes cabeza, lo sabes y lo sé. –Insistió él.-
-Es fácil decirlo.
-Solo tienes que organizarte mejor. –Sergio estaba decidido a darle una salida sencilla al problema.- Por ejemplo, en vez de estudiar solo el día anterior de los exámenes, o no estudiar, hazlo dos o tres antes, y sobretodo, no te pelees con los profesores o te cogerán manía.
-¿Más aún? ¿Es eso posible? –Dijo sarcásticamente.-
-Contigo se puede llegar a límites insospechados. –Empezó a reírse.- Uno sabe donde empieza pero no donde acaba...
-Serás... –Ella le lanzó el cojín del sofá, entendiendo el doble sentido.-
-No inicies una batalla que no puedas ganar. –Murmuró sabiamente mientras le dedicaba una mirada amenazadora y blandía su propio cojín.-
-Con pajarracos más grandes que tú me he topado.
Ambos levantaron sus propios objetos, dispuestos a lanzarlo ante la más mínima provocación.
-Bueno, bueno... –Masculló él.- Que estos cojines tienen cremallera, ten cuidado.
-No sea que te saque un ojo. –Se burló de él.- Porque tuerto no sé si le gustarías a las chicas.
-¿Ah no? –Contraatacó.- ¿Y a ti? ¿Te gustaría a ti?
-Quizás... –Hizo un ademán teatral.- Es lo que me faltaba en mi colección... He tenido un macarra... Un drogadicto... Un delincuente... Un tuerto no estaría mal.
-Bien, entonces lanza. –Puso los brazos en cruz en posición victimista.-
-Es que... –Ella devolvió el cojín al sofá.- Pobrecito, sin ojo... Con lo bonitos que son.
-Claro, que fácil es decirlo, son iguales que los tuyos. –Se burló él.- En realidad te estás piropeando a ti misma, egocéntrica.
-¡Qué dices! Mis ojos son horrorosos. –Se miró en uno de los espejitos decorativos que colgaba en las paredes del salón.- Con esa cosa ahí...
Se refería a la mancha en su iris. Recientemente habían secuestrado a una niña en Portugal que tenía la misma tara que Leonor. Todo el mundo opinaba que la chiquilla tenía unos ojos preciosos, ella decía que eran feos. Sergio fue hasta donde ella se encontraba y rodeó su cintura con un brazo.
-No seas estúpida. –Exclamó con firmeza.- Son preciosos. Y ese toque diferente y único que tienes te hace aún más especial. Ya me gustaría a mí tenerlo, con lo que se debe ligar.
Se observaron mutuamente unos instantes.
-Eres un idiota. –Sentenció finalmente ella, como llegando a una conclusión.-
-Eso dicen. –Se dejó caer nuevamente en el sofá.- ¿Esta tarde sales?
-Bueno, tenía pensado ir a dar una vuelta... –Dudó.- Pero creo que tenemos una clase pendiente.
-¿Sí? –Se le iluminó el semblante.-
-No besas mal y también vamos bien en el terreno de las caricias pectorales. –Usó un tono muy técnico, haciéndose la profesional.- Pero hay ciertos lugares a los que ni siquiera has llegado...
-Estás diciendo que...
-Algún día teníamos que llegar a "ese" punto. –Dijo sin más.- ¿O es que no quieres?
-¿Yo? ¡Pero que dices! Sí, sí, sí... –Estaba entusiasmado. Si fuera un perro, estaría meneando la cola. Aunque no necesariamente necesitaba ser uno para hacerlo.- Es decir, lo intentaré, prestaré atención, iré a por la cartera y bueno, sí... Dios, no puedo creerlo...
-Eh, eh, tranquilo. –Rió ella, viendo a su hermano a punto de un ataque al corazón.- Contrólate. Esto es por motivos... Filantrópicos...
-Y yo te lo agradezco. –La abrazó por detrás, dándole además un beso en la espalda.-
-Venga, sube, y no te vayas a caer por las escaleras.
Él subió como una flecha; ella se tomó su tiempo, dejándole sufrir la espera. Llegaron a su cuarto y, como siempre, pusieron el pestillo en la puerta pese a estar solos. Daba una seguridad que una puerta abierta no tenía. Leo colocó el gran espejo frente a la cama, como cuando solía darle lecciones prácticas. Sergio, excitadísimo, esperaba. Había dejado un par de billetes en la cómoda, siguiendo el ritual.
-Bueno... Antes que nada... –Ella también parecía estar nerviosa.- Tienes que comprender que los genitales de las mujeres no tiene absolutamente nada que ver con los de los hombres; es una zona muy delicada, puedes hacer mucho daño si no vas con cuidado.
-Sí, lo entiendo. –Se mostró igualmente inquieto.- Tendrás que decirme como y donde... Al menos la primera vez...
-Tranquilo, te guiaré paso a paso. –Ella se quitó los pantalones lentamente, mostrando sus trabajadas piernas.- Y como siempre... Esto...
-Queda entre nosotros, sí, no tienes que decírmelo más veces. –Añadió con ansía de que se desnudara finalmente.-
Ella llevó sus manos a los lados de sus braguitas, eran rosas, casi transparentes, muy bonitas. Se las quitó despacio, tiñéndose sus mejillas de un tono sonrojado. Ante sus ojos quedó de nuevo su bellísimo pubis que, al tener los muslos apretados, es lo único que podía ver.
Hubo un momento tenso, de inquietud. Sergio suponía que ella no se atrevía a dar el primer paso, pese a todo lo que se pudiera pensar de ella, era una mujer tímida.
-Cerraré los ojos. –Murmuró él con dulzura.-
Se sentó en la cama, frente al espejo. Pronto pudo sentir el peso de su hermana en el lecho, y a esta, acomodándose entre sus piernas, como la tarde en la que le había enseñado a acariciar correctamente los pechos de una mujer. Estaban pegados, muy pegados. Mantener los ojos cerrados fue muy difícil para él, pero lo hizo. Quería que confiara en él. Notó las suaves manos de su hermana buscar y entrelazarse con las suyas.
-Déjate llevar. –Susurró sugerentemente.-
Sus dedos se fundieron, convirtiéndose en un solo ente movido por la voluntad de su hermana, él era un mero espectador, aunque sin ver nada.
Notó una superficie lisa y delicada hasta que llegaron a una suave línea de vello.
-El pubis. –Narraba Leonor con esa misma voz ronca e intensa.-
Sus dedos, dirigidos por la mujer, estuvieron un rato acariciándolo, tan extenso era. Deleitándose con la textura de su vello púbico, que le recordaba al pelo de un bebé. Después, rodeando lo que supuso que sería su vagina, pasaron a los muslos.
-A las mujeres nos encanta que, antes de centrarse en nuestro sexo, jueguen con nuestros muslos... –Los acariciaba. La espalda de su hermana estaba totalmente reclinada sobre su torso.- Puedes acariciarlos... Pellizcarlos... Aunque no habrá nunca nada más placentero que besar suavemente la cara interior de los muslos... Hazlo y conseguirás que esta llegue a punto de caramelo, mantente el tiempo suficiente y la volverás loca de deseo.
-Mmm... –Fue su única respuesta, mientras pensaba que si le dejara, los besaría ahora mismo.-
Entonces, siempre con suaves movimientos y sin dejar de acariciar esa misteriosa y apetecible parte de su anatomía, llevó sus manos entrelazadas a la entrada de su Secreto.
-¿Notas el calor? –Susurró ella.- ¿Mi deseo?
-Lo noto. –Masculló él con sinceridad, puesto que era verdad que las yemas de sus dedos intuían una fuente de calor.-
Empezó a acariciar algo. Era suave, muy suave, de un tacto especial.
-Esto son los labios mayores. –Su respiración era armoniosa, Sergio la notaba en su propio cuerpo.- ¿Te gusta su tacto?
-Sí... Es genial...
-Abre los ojos. –Dijo ella pasados unos instantes.-
-¿Estás segura?
-Sí, tranquilo.
Abrir los ojos fue como salir de un gran túnel oscuro en el que su tacto era su única forma de escape. Se encontró ante su propia imagen reflejada en el espejo, su hermana le miraba también en el mismo, con aquellos ojos oceánicos y magnétcos... Las manos de ambos, siempre dirigidas por la mujer, continuaban con sus caricias.
El reflejo en el espejo del sexo de Leonor era increíble, tan solo de verlo la electricidad recorrió su cuerpo, desde las yemas de los dedos que la acariciaban hasta su cerebro, su entrepierna, su corazón...
Lo supuso una gran dificultad dejar de comérsela con la mirada. La chica, cohibida, parecía estar esperando una calificación.
-Ahora si que puedo decir que cada parte de tu cuerpo es perfecta. –Dejó caer él, mientras le daba un dulce beso en el cuello, que tenía justo a su alcance.- Nunca había visto a una mujer tan hermosa como tu.
-Eso me lo creeré cuando no sea la única. –Rió ella, más tranquila y visiblemente complacida.- Aunque con lo guarro que eres, seguro que has visto un montón de porno de Internet.
-A veces... –Puso una mueca inocente, observándose en el espejo.- Sin querer, ya sabes...
-Sí, claro, tengo un hermano pervertido.
Los dos rieron, también era excitante que estuvieran charlando tranquilamente mientras tenían sus dedos inmersos en el sexo de la chica.
-Bueno, bueno, a lo que íbamos.
-Sí, por favor. –De nuevo la besó.- Sigue.
Mientras con una mano seguía acariciando, con la otra tiró de los labios mayores, dejando a entrever lo que solo se intuía anteriormente. La carne rosada se le antojó a Sergio extremadamente apetecible.
-Estos son los labios menores. –Comentó.- Mucho más sensibles que los otros, buen sitio para acariciar, sobretodo con la lengua.
-Eh...
-En tus sueños. –Rió ella, ante el deseo que el chico emitió en un suspiro.- Y quizás en los míos...
De nuevo rieron los dos, pero Sergio estaba comprobando como las caricias que iban y venían estaban empezando a poner a tono a su hermana. Quizás adrede, ese día no llevaba puesto el sujetador, y sus pezones se marcaban bajo la camiseta.
Leo llevó una de las manos hasta su boca y comenzó a lamer lentamente algunos de sus dedos. Lo hacía de forma erótica a más no poder. Sergio notó como su erección empezaba a palpitar de deseo.
-Hay que estar bien lubricada... –Explicaba ella, con la respiración ya jadeante.- Y ahora... Una de las zonas más erógenas...
Poco a poco su sexo se iba hinchando, al principio él no lo notó, pero después se dio cuenta de que la chica ya no tenía que apartar los labios mayores ni nada, y que el resto también estaba más a la vista, todo eso le sorprendió sobremanera, era casi imperceptible, un movimiento menor, pero le encantó.
-Las paredes de la vagina... Son extremadamente erógenas... Las caricias ahí son... Impresionantes...
Entonces entreabrió un poco su vagina con los dedos, dejando a la vista una carne extremadamente rosácea, tierna y húmeda.
-Se lubrica cuando nos excitamos. –Señaló ella mientras se lamía los labios.-
-¿Estás excitada? –Le guiñó el ojo en el espejo.-
-Siéntelo, siente su textura... –Ignoró su pregunta maliciosa.-
Introdujo uno de los dedos de Sergio en la obertura, dejándole solo ante el peligro. A él le pareció que el tacto era muy parecido al de su glande cuando estaba excitado. Ella lo movió lentamente, acariciando su carne más tierna con dedicación. Sus estremecimientos se prologaban casi tanto como su pesada respiración. En su frente empezaron a aparecer gotas de sudor y, cada cierto tiempo, tenía que humedecerse los labios. Los de la boca.
Largos minutos estuvieron mantuvieron ese juego de dedos. De las cuatro manos, una de las de Sergio acariciaba lentamente la vagina de la chica, una de las de Leonor conducía la otra mano de Sergio hasta sus pechos, por debajo de la camiseta, y ambos los acariciaban. La otra mano de Leonor, ahora libre, la usaba para frotar un punto situado sobre su vagina.
-Eso es... –Preguntó él, dado que ella estaba casi completamente ida en sus caricias.- ¿El clítoris?
-Sí... Sí... –Dijo jadeante.- Tócalo, con mucho cuidado, es la zona más sensible de una mujer... Cuando nos excitamos se hincha, ¿Lo notas?
Sí, su dedo, abandonando temporalmente las caricias vaginales, ascendió hasta esa pequeñísima protuberancia, que era mucho más perceptible al tacto que a la vista, por sobresalir entre el resto de piel suave y caliente. La entrepierna de la chica lubricaba bien, y pronto todo estuvo húmedo, perlado de excitación. Los dedos que antes había mojado en su boca ahora la penetraban con facilidad por sí mismos.
-Introduce un poquito más tu dedo. –Suplicó ella con la voz rota.- Y sigue acariciando, ahora, sácalo un poco, y lo vuelves a meter... Más...
Leonor había cerrado los ojos, su respiración era ya un jadeo constante, gemidos escapaban de sus labios cada cierto tiempo. Sergio fue consciente de que las caricias y las instrucciones se habían convertido en un dedo en toda regla. ¡Estaba masturbándola! Aunque ella sola se sobraba y bastaba para darse placer, su colaboración era bien recibida.
Pronto el dedo de Sergio se introdujo mucho más profundamente, lo que antes era un masaje ahora era una penetración profunda, tanto como podía dada su posición. Ella seguía acosando su clítoris, rodeándolo con los dedos, tocándolo solo de cuando en cuando. Sus otras manos, ahora separadas, daban cuenta cada una de uno de sus pechos, estrujándolos, pellizcando delicadamente sus pezones, acrecentando la sensación de placer. Leo empezó a moverse conforme a las caricias, levantaba sus caderas, primero suavemente, luego de forma violenta y arrítmica, anhelando la fricción.
-Lo haces... Bien... –Decía entre jadeos.- Aprieta más, más profundo, no me voy a romper...
Sergio le daba pequeños besos y mordisquitos en el cuello y la oreja, cada vez que atrapaba su lóbulo ella se estremecía doblemente, le encantaba.
-Muy bien... Muy bien... –Repetía, complementa ida.- Sí...
Sus movimientos subían en intensidad, la cama ya rechinaba bajo ellos, la imagen del espejo era brutal, los dedos del chico entrar y salir, los de la chica abrazar su clítoris... La batalla bajo la camiseta de la mujer también era increíble; ambos pechos eran custodiados por una mano, sus oscuros pezones acosados por las caricias, y su cuello, coronado por los labios del joven, que sentía el impulso de hundir sus dientes en ella.
Sergio también recibía su dosis de placer, aparte del que le reportaba el morbo. El trasero desnudo de la chica friccionaba su erectísimo miembro cada vez que se movía, alguna vez incluso llegó a sentarse encima de él, haciéndole jadear de gusto.
Ella llevó el ritmo a un nivel exagerado, la mano que frotaba su clítoris prácticamente desaparecía de su vista, y obligó a que su penetración fuera tan rápida y profunda que le empezó a doler el bíceps, sus tetas eran sobadas y pellizcadas con violencia, sus gemidos eran gritos, gritos lujuriosos.
Explotó.
-¡Diooos! ¡Siii! ¡Sí! –Gritaba, saltaba, gemía, su cuerpo entero vibraba, su frente cubierta en sudor iba de un lado a otro.- ¡Por favooor! Aaah...
Coincidiendo con su orgasmo las manos que hurgaban en sus tetas pellizcaron sus pezones, aumentando la sensación de dolor-placer-locura que la llenaba. Gritó hasta quedarse sin aire en los pulmones. La mano de Sergio, que aún permanecía en su vagina, acabó húmeda de un líquido parecido al sudor pero más denso. Había sentido las contracciones de su vagina sobre su dedo, como intentaba exprimirle, anhelando algo más grande y consistente...
-"Increíble." –Pensó él, viendo arder a su hermana. Siguiendo sin parpadear su reflejo en el espejo.-
Fue mucho más prolongado que el más largo de los orgasmos que Sergio hubiera experimentado en su vida, y, de los gritos y los temblores, Leo pasó a un estado de relajación total, parecía dormida, casi inconsciente. Exhibía una sonrisa de satisfacción en los labios, que resaltaba su rostro feliz. Había tenido un Señor Orgasmo.
6 comentarios - Tabú de Hermanos Cap X
Muchas gracias por el aporte, segui asi!!!!
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disculpa por la tardanza.. ya estoy publicando los capítulos del XI al XIV. Gracias por leerme