Capítulo V
Los días siguientes fueron un suplicio para Sergio, que trataba de reunir valor para pedirle a su sensual hermana dar un paso más en su "aprendizaje". Unos días atrás, había leído en un periódico que, entre los 15 y los 60 años, un hombre eyacula entre 34 y 56 litros de semen.
Él creía haber agotado la mitad de sus reversas desde que cierto día se encontrara con su hermana en el parque. Su toalla se daba dos tipos de baños; los de suavizante de melocotón y los de semen.
Y así, en un estado de profunda necesidad, volvió al cuarto de su hermana.
-Cinco por mirar y cinco por tocar. –Soltó su coletilla mientras depositaba el dinero en la cómoda.-
-Sí... –Ella, automáticamente, empezó el ritual de quitarse el sujetador, pero esta vez Sergio la detuvo con un movimiento de mano.- ¿Qué pasa?
-No, hoy no. –Estaba bastante nervioso, su voz temblaba.- Hoy...
Su mirada pasó significativamente del escote de la chica hasta sus piernas, su entrepierna más bien. Leonor puso una cara de circunstancia que no le pasó desapercibido. Pese a todo, un brillo en sus ojos delataba que, probablemente, ya había pensado que esa petición llegaría algún día.
-No sé si es buena idea. –Dijo al fin.- Eso es pasarse de la raya.
-Es solo un paso más. –Había algo de súplica en su tono.- Es... Natural.
-¿Natural? –Su cara no fue precisamente agradable, más bien le retaba a decir otra estupidez más.-
-Soy tu alumno, quiero aprender.
-¿Alumno? Yo creía que solo venias aquí a meterme mano todos los días. –Le espetó ella de repente.- Y ahora encima quieres que te enseñe mi... Mi "Eso".
-Sí, es lo que quiero. –Le dirigió una mirada lastimera mientras intentaba contener una sonrisa. Quería verle su "Eso" con más ganas que respirar.-
Leonor asintió levemente con la cabeza mientras cerraba los ojos con fuerza y suspiraba. La situación la incomodaba horriblemente, pero, a fin de cuentas, se había acostumbrado y tampoco a ella le convenía que el negocio parara; se había habituado a no tener que discutir más con su padre por dinero.
Cambiando su pose a una de determinación, poco a poco desabotonó su pantalón, que bajó lentamente, mostrando sus preciosas piernas pálidas y torneadas. Las braguitas que llevaba eran negras y de encaje, muy atractivas. Ropa interior de mujer.
-Sigue, por favor. –Susurró Sergio cuando esta se quedó parada unos instantes. Le sorprendió conservar la capacidad de hablar.-
Leo volvió a suspirar, por su expresión, se diría que estaba al borde del ataque de ansiedad. Introdujo sus dedos por el elástico de la prenda íntima y, poco a poco, como si cada centímetro supusiera un enorme esfuerzo, las bajó.
Ante sus ojos quedó el sexo de su hermana.
-Es... Es precioso... –Dijo él de pronto, sin poder contenerse. Sabía que tenía los ojos como platos, casi tan abiertos como su boca.-
-Gracias. –Ella cruzaba un poco las piernas, ocultando pudorosamente las partes más íntimas de su Secreto. Pese a que había llegado a límites poco recomendados con su hermano, estaban llegando a unos aún más fuertes.-
-¿Te lo depilas? –Preguntó él, dando un paso, anhelante, para acercarse más a ese cofre del tesoro.-
-Solo un poco... –Estaba totalmente cortada, algo muy raro en ella. Incluso tenía dos chapetas de rubor en las mejillas.- No soy de las que le crece mucho pelo, no sé, es así.
-Pues es muy bonito, es...
Se calló, incapaz de decir nada que no fuera un balbuceo estúpido. Su mano temblorosa se estiró y llegó a rozar el muslo de Leonor. Incluso creyó que podía sentir el calor que emanaba de su sexo... Solo un poco más y podría acariciar ese suave vello púbico, solo un poco más y...
-¡No! –Chilló de repente su hermana, dando un salto hacia atrás mientras se giraba.- No, no, no puedo hacerlo, vete, ¡Vete!
A trompicones, Sergio salió del cuarto de su hermana. Ella le lanzó uno de los billetes; incluso en un ataque de pánico tenía sentido común como para juzgar que no podía pagar por tocar si no lo había hecho.
Sergio observó la puerta, triste. Para él, aún tan joven, atravesar la puerta del cuarto de su hermana se estaba convirtiendo en algo cuanto menos especial, diferente... Lo más excitante y emocionante que realizaba en su apenas usada vida.
No era fácil renunciar a algo así.
Pero los días pasaron, y Leonor, aparte de evitarle descaradamente, le ignoraba. Cerraba su puerta con pestillo, no le hablaba, no le dirigía la mirada... Llegó un momento en el que el chico se desesperó, quería estar con ella, la necesitaba. Incluso llegó a pensar que se había vuelto adicto, cosa que, por otra parte, le pareció normal. ¿Cómo no iba a engancharse al erotismo de las situaciones que se daban con Leo?
Los días se convirtieron en semanas, y todo pareció olvidado, volvían a ser los hermanos que no hablaban, que no se conocían... Estaban solos.
-Sí, el fin de semana. –Dijo su padre uno de esos anodinos días.- Nos vamos a esquiar.
-Que haya nieve en esta época del año es rarísimo, tenemos que aprovecharla. –Añadió su madre.-
-Pero... Hay que estudiar... –Leonor no estaba dispuesta a perder un fin de semana para ir a esquiar a la sierra.- Y bueno, no sé, yo me puedo quedar y...
-Ni loca pienses en que te vas a quedar aquí sola. –Su padre lo dejó claro apuntándola con el dedo mientras la fulminaba con la mirada. No tenía mucha confianza en su hija, precisamente.-
-Cariño, ¿Y si se queda Sergio también? –Su madre se lanzó al rescate.- Así me quedaría más tranquila, y si tienen que estudiar...
-A mi no me importa quedarme. –Dijo el chico de inmediato, viendo la oportunidad que se le ofrecía.-
Su hermana le miró e intercambiaron una mirada que, aunque fue corta de duración, lo decía todo.
-Bueno... Sino hay más remedio, tendré que ir. –Fue lo que soltó ella de repente en un gruñido.-
En su fuero interno, a Sergio le dolieron muchísimo estas palabras. ¿Prefería irse a un aburrido viaje de familia a quedarse a solas con él?
Con todo el equipo cargado en el coche, la familia se encaminó hacia la sierra; no estaba lejos, eran unas horas de viaje. Decidieron llegar por la noche al hotel que habían reservado, para evitar los atascos. El coche, de noche, y cuando no conduces tú, tiene un efecto adormilante bastante pronunciado. Su madre, reclinada en el asiento de copiloto, ya había caído en los brazos de Morfeo hacía rato. Su padre canturreaba entre dientes mientras escuchaba una emisora de radio especializada en música de los setenta, todo eso sin dejar de fumar uno de sus puros.
Arrugó la nariz cuando le llegó una vaharada del acre humo que emanaba del puro. Era el vicio irresistible de su padre, tenía prohibido, por edicto mayor de su madre, fumar en casa, pero el coche era suyo, y por mucho que gruñeran los demás, él seguía fumando.
Como podía fumar, canturrear y conducir al mismo tiempo era algo que su hijo no acertaba a adivinar.
Sergio y Leonor estaban detrás, los dos alejados lo máximo el uno del otro, lo que era una distancia considerable, dado que el coche era grande. Pese a que llevaban puesta la calefacción, el frío les llegaba de vez en cuando, sobretodo porque la ventanilla de su padre estaba bajada un dedo para dejar escapar el humo del puro. Ellos habían sido previsores y llevaban una manta con la que taparse. Sergio observó el reflejo de su hermana en el cristal de su puerta. Parecía medio adormilada, pero tenía los ojos un poco abiertos.
Un chispazo de ingenio le alcanzó de repente.
La idea brotó en su cabeza, maliciosa, llena de entusiasmo y. Era lo que tenía que hacer, su única oportunidad para normalizar la relación su hermana. Si es que por "normal" se podía considerar lo que habían estado haciendo los últimos tiempos, claro.
Buscó su cartera en el bolsillo y sacó uno de los billetes. Despacio, muy despacio, se aproximó a Leonor, que solo se percató de que se había acercado cuando, literalmente, estaban hombro con hombro. La joven le dirigió una mirada de aviso cargada de amenazas. Él no se acobardó. Le mostró el billete en su mano, lo señaló con la mirada y, hundiéndolo en las profundidades de la manta, se lo introdujo en el bolsillo del pantalón. La chica, sin emitir ni un solo sonido, le volvió a fulminar con la mirada. En sus ojos se leía claramente un "como te atrevas..."
Se atrevió.
El regazo de los hermanos estaba cubierto por la manta, por lo que su mano llegó hasta el muslo y, poco a poco, se aproximó a la entrepierna de la chica. La ropa que llevaba, un cómodo pantalón de deporte, facilitaría su trabajo. Pronto encontró una de las manos de Leonor intentando frenar su avance, las uñas se le clavaron con fuerza en el antebrazo, pero él hizo caso omiso. Ante su osadía, ella señaló con los ojos a su padre, vocalizando sin sonido un "¡Estás loco!" muy gráfico.
-"Me da igual." –Fue la respuesta de Sergio utilizando el mismo lenguaje.-
Siguió su camino, siendo más fuerte que su hermana bajo la manta. Llegó a su entrepierna y sus dedos empezaron a acariciar por encima de la ropa. Las caricias eran más bien... Extrañas. Acariciaba de la misma forma con la que acariciarías a un perro o algo parecido; aún no tenía la habilidad suficiente en los dedos como para arrancarle un suspiro a la mujer. Mucho menos si esta aún llevaba los pantalones puestos.
Decidido a ir hasta el final, y mientras sostenía un duelo de miradas con su hermana, sus dedos comenzaron a bajar, lentamente, el elástico de sus pantalones, con el fin de obtener el camino más rápido a sus braguitas. Agradeció que ese día no llevara vaqueros cuando estos cedieron fácilmente.
Los intentos de Leonor de sacarlo utilizando sus manos cesaron, dado que, con el invasor dentro de su pantalón, cualquier ruido raro o movimiento violento destaparía el pastel. Aunque mirara por el espejo retrovisor, su padre no podría ver nada, pero estando a menos de un metro...
Leo cerró los ojos con fuerza y cogió una gran bocanada de aire, esperando lo peor.
El joven continuó con sus caricias chapuceras y poco acertadas, esta vez por encima de la suave ropa interior. Podía notar el relieve de su sexo por debajo de la fina tela, y, también, el calor que nacía entre sus piernas.
Estuvo acariciando durante un rato, siguiendo los deliciosos contornos que sus manos encontraban. Deleitándose de ser capaz de respirar con normalidad cuando tenía el corazón latiéndole frenético y una erección de campeonato bajo la manta. Finalmente, y tras guiñarle un ojo a Leonor de forma sarcástica, introdujo la mano bajo el elástico de las braguitas y tocó su sexo.
Tuvo un escalofrío que sacudió todo su cuerpo.
Estaba caliente, o al menos eso notó en las yemas de sus dedos. Tocó; era rugoso, pero también extremadamente suave, como nada que hubiera tocado jamás. A ciegas era difícil hacerse una idea de lo que hacía, pero la acarició como pudo. Era suya... Su mano había colonizado el sexo de su hermana. Sus dedos rozaban la carne más tierna que se escondía entre sus muslos...
Había llegado a las Puertas del Cielo.
-Hmgg... –El sonido salió de la garganta de Leo. Durante unos instantes el chico pensó que era un pequeño gemido, pero luego se dio cuenta de que era una carcajada. Una carcajada contenida.-
-"Joder..." –Pensó, humillado.- "¿Tan mal lo estoy haciendo que se ríe?"
Cambió la forma de acariciarla intentando encontrar algo que le gustara más, pero las mismas carcajadas disimuladas aparecían una y otra vez. Cuando estaba a punto de abandonar el sexo de su hermana, humillado y avergonzado por su falta de talento, un pequeño bache hizo botar levemente el coche, provocando que su dedo se moviera y... Leonor cerró los ojos con fuerza mientras se envaraba, se mordió el labio inferior y dejó escapar el aire lentamente.
Se estremeció.
No sabía lo que había tocado ahí abajo, pero le había gustado, eso era lo que se deducía de la mueca llena de placer. ¿Sería el clítoris? Sergio sabía de anatomía femenina lo que había visto en Internet o en los libros, sabía lo que era el clítoris y sus funciones, pero dudaba que fuera capaz de acariciarlo correctamente en esa situación.
Desgraciadamente, y pese a que la cosa empezaba a ponerse caliente, su padre miró por el espejo retrovisor para ver si les pasaba algo. Sergio tuvo que sacar la mano de la entrepierna de su hermana y, disimuladamente, desperezarse, hacer como que el bache le había despertado. Al pasar su mano por su cara, notó un olor extraño e intenso, un olor que le gustó.
Mientras mantenía contacto visual con su hermana lamió los dedos que la habían acariciado tan íntimamente, llevándose con su lengua el sabor único y especial de esencia femenina. Le dirigió una última mirada a la joven, una mirada victoriosa, un "ya no tienes secretos para mí", y, apoyándose en su puerta, se hizo el dormido el resto del viaje.
Llegaron al hotel, la mujer que estaba encargada esa noche de la recepción les saludó y les dio sus tarjetas.
-¿Solo dos? –Leonor arqueó una ceja mientras miraba las tarjetas, imprescindibles para abrir sus habitaciones.-
-Claro. –Su padre le dio una de ellas.- La de nuestro cuarto y la del vuestro.
-¿Qué? –Miró a su madre.- ¿Tengo que compartir cuarto con Sergio?
-Efectivamente. –Su padre se encaminó al ascensor. Al ser de noche había un único botones que, somnoliento, cogió sus maletas y demás equipamiento.- Nosotros estamos en la cuarta planta, vosotros en la segunda. De todas maneras, si necesitáis algo, me podéis llamar al móvil.
-¡Pero mamá! –Leo se centró en su madre, generalmente más comprensiva.- Somos mayorcitos para compartir habitación...
-Lo siento. –Ella levantó los brazos, aderezando el gesto con una sonrisilla.- Pero, aparte de que saldría más caro, aún no os vemos lo suficientemente responsables como para que... Estéis solos.
Sergio, siempre en un segundo plano, fue suficientemente listo como para captar el mensaje oculto. "Estás loca si piensas que vamos a dejarte en una habitación sola, no eres precisamente la persona en la que más se pueda confiar."
Su hermana, siempre inteligente, también debió entenderlo, porque simplemente cogió su tarjeta y entró en el ascensor, donde hacía un rato que les esperaban su padre y el botones. Él examinó el semblante de su hermana, parecía dolida, quizás por tener que compartir habitación con él, quizás por saber que sus padres no confiaban en ella. La verdad es que tenía motivos para ofenderse, aunque muchos de ellos se los había buscado ella solita.
El ascensor paró y ellos se bajaron, portando sus maletas.
-Portaos bien... –Señaló su madre mientras se cerraban las puertas.- Nos vemos en el desayu...
Y desaparecieron. Eran cerca de las cuatro de la mañana, tenían cuatro o cinco horas para dormir y llegar al desayuno, antes de ir a las pistas. Leonor buscó la puerta que se correspondía con el número de la llave. Y se encontraron frente a la puerta 69. La chica dejó escapar un sonido de desagrado.
-"Es una señal". –Murmuró él para sus adentros mientras se le escapaba una sonrisilla irónica.- "Esto es cosa del destino."
Entraron. La habitación no estaba mal; Dos camas de aspecto cómodo, con sus respectivas mesillas, unos edredones de aspecto cálido, un pequeño televisor y un cuarto de baño decente. Encima de cada almohada había un bombón. Sergio se comió el suyo instantes después de dejar su maleta en la entrada.
-¡Qué bueno! –Dijo con la boca llena de chocolate.- Relleno de fresa.
-Toma. –Leonor le lanzó el que le correspondía.- Cómete el mío, lo que menos me hace falta ahora es engordar...
-Pero qué dices... –Lo cogió al vuelo.- Si estás estupenda, más quisieran muchas tener tu cuerpo...
Ella sonrió, un piropo nunca sentaba mal, pese a todo, frunció el ceño de inmediato. El azul de sus ojos convertido en una borrasca de furia. Puso las manos en las caderas, como queriendo controlarlas no fuera que le abofeteara. Era una mujer violenta.
-Eres un imbécil. –Le espetó de pronto con ira.- ¿A qué venía ese numerito del coche? ¿Es que no piensas? ¿Es que te crees que esto es una puro relato erótico o qué?
-Ya, bueno... –Tragó el segundo bombón.- Es que...
-¡Te das cuenta de lo que habría pasado si papá nos llega a ver! –Se acercó a él, bajando la voz, dándose cuenta de que en los hoteles las paredes tenían oídos.- ¡Nos habría matado! ¡Literalmente! Bueno, a mí al menos sí, a ti no, que eres el mimado de la casa.
Hubo cierta amargura en su voz. En realidad, ella había sido el ojito derecho de su padre toda su vida. Eran uña y carne, y así fue hasta que Leo entró en la adolescencia y... En fin. Su niñita preciosa se convirtió en... La adolescente problemática.
-No lo pensé bien. –Mintió él.- Lo siento.
-Por cosas así es por las cuales sé que nunca, jamás, debí entrar en este juego tuyo. Eres un imbécil que no sabe lo que hace, un puto crío que...
-Vale, perdona, no te pongas así. –De nuevo recurrió a su actuación de niño bueno. El chantaje emocional solía funcionar.- Nunca debí hacer...
-¿Hacer el qué? –Ella le clavó la mirada mientras entrecerraba los ojos.- ¿Meterme la mano en las bragas?
-Sí...
El silencio se prolongó hasta que ella abrió su maleta, sacó algo de ropa y se encerró en el cuarto de baño. Sergio suspiró.
-"Al menos ya no me pega." –Se jactó para sus adentros.-
Por curiosidad y no tener nada que hacer, buscó el mando a distancia de la televisión con los ojos, al no verlo supuso que estaría en alguna de las mesillas. Abrió el cajón de la suya, encontrando una sorpresita en su interior..
Era una revista porno.
Una revista porno, y encima de las duras, al menos la portada era de lo más explícita. Sergio dudaba que tal cantidad de semen pudiera pertenecer a un solo hombre.
Con más curiosidad que morbo, la sacó. Probablemente el antiguo dueño se la habría dejado olvidada. Ojeó sus contenidos. No era la mejor que había visto, sobretodo teniendo en cuenta que Internet estaba lleno de pornografía mil veces mejor. Le sorprendió la imagen de una mujer metiéndose un pepino gigante en la vagina, era... Inquietante... Tenía los ojos cerrados y la boca abierta en una exclamación muda de placer.
-"¿De verdad les gustará hacer eso?" –Se preguntó, como hacía siempre que se veía en situaciones parecidas.- "¿O lo harán por dinero?"
A él no le gustaba el porno, le desagradaba por ser tan artificial y repetitivo. Prefería la fotografía erótica, o los desnudos de mujeres famosas. Tenía una gran colección de ambas categorías. Estaba inmerso en sus ensoñaciones cuando su hermana salió del baño, ahora vestida con un pijama largo en vez de su ropa deportiva.
-¿Qué haces? –Miró la revista en sus manos y dejó escapar un sonido de incredulidad.- ¿De donde has sacado eso? ¡Joder, eres un obseso! ¡Todo el puto día pensando en lo mismo!
-Eh, eh, que no es mía... –Se defendió, zarandeando la revista- Yo buscaba el mando a distancia, y estaba en el cajón y... No sé, la miré.
Esta vez fue ella quien, lanzando la ropa usada a un rincón, ojeó la revista con una mueca inquisitiva en su rostro.
-No sé como os pueden gustar estas cosas. –Murmuró al final, negando con la cabeza.- Hay algunas que son sencillamente asquerosas... Jamás dejaría que un hombre se me corriera en la cara, es denigrante.
-Sí, es verdad. –Añadió él mientras pensaba que era absurdo eso de correrse en la cara de la mujer cuando podías hacerlo en su boca o entre sus pechos.- Pobres mujeres.
-¿Pobres?
-Sí, ¿Has visto la que tiene el pepino en... Bueno, ya sabes...? Eso no puede gustarle.
Ella pasó algunas páginas hasta encontrar la foto del pepino, la examinó con ojo científico, incluso le dio la vuelta a la revista para verla desde todos los ángulos.
-No sé. –Sentenció al final, con un fingido tono recatado.- Tampoco parece muy molesta precisamente. Además ese pepino tiene el tamaño justo como para...
Y empezó a reírse a carcajada limpia. Hacía mucho tiempo que Leonor no se reía de esa forma, y a Sergio le encantó. Como se contraía su pecho con cada carcajada, y sus ojos, que brillaban en tonos de azul capaces de hipnotizar a cualquier hombre...
Capítulo VI
-En fin... Ay... –Se limpió una lagrimilla que había aparecido en uno de sus ojos por tanta risa. Enrolló la revista y se la lanzó.- Qué cosas...
-Psé... –Fue lo único el chico mientras guardaba la revista en su sitio, sin interés ninguno en ella.- Hoy tienes la risa floja, al parecer.
Ella, que captó la indirecta, contraatacó con una de su propia cosecha.
-Solo para las cosas que dan verdaderamente risa, pequeñín. –Hizo especial énfasis en su última palabra, y eso no gustó nada a Sergio.-
Herido en su orgullo, se quitó los zapatos y, abriendo la cama de malos modos, se metió en ella, vestido como estaba.
-"Pequeñín..." –Gruñía hoscamente.- "Pequeñín... Ya te iba a demostrar yo lo pequeño que soy..."
Pero su cabreo mental desapareció, a fin de cuentas, es verdad que era un tipo inexperto, negarlo sería una necedad. Y bueno, vale, ella se había reído de lo mal que la había acariciado y eso le dolía, pero, ¿Acaso no tenía razón? Nadie nacía sabiendo. Él quería aprender. Y, si todo salía bien, aprendería de la chica que esas últimas semanas parecía haberse convertido en el centro de gravedad de su mundo...
Leo estuvo haciendo alguna que otra cosa durante un rato hasta que, finalmente, apagó la luz y se introdujo en su propia cama. Pasaron unos minutos de silencio en la casi completa oscuridad; tan solo entraban unos rayos de luz a través de las pesadas cortinas, algún luminoso, una farola lejana quizás.
-Oye... –Leonor habló, de forma conciliadora.- No tienes que preocuparte de lo del coche... Los he visto peores.
Sergio estaba tumbado de lado, dándole la espalda, les separaba un estrecho margen, y por unos instantes se imaginó que sentía su aliento en la nuca.
-Todo es cosa de encontrar la chica correcta. –Siguió ella, poniendo énfasis en sus últimas palabras.- Y practicar. Es algo natural, es... Instintivo.
-Huemfeaicacommecta... –Dijo él, con la almohada tapándole la boca.-
-¿Qué?
-Que tú eres la chica correcta. –Susurró más claramente, notando un leve rubor en sus mejillas y agradeciendo que estuvieran a oscuras. Intentó decir algo más crudo para suavizar sus palabras.- También la única que tengo a mano.
-Pero eso... –Replicó ella de forma vehemente.- Es porque no conoces más, no sé, alguna compañera de clase, una amiga o...
-Buenas noches. –Cortó él, no queriendo escuchar el resto de sus palabras.-
-Buenas noches. –Sentenció su hermana al final, regando su alocución con un suspiro exasperado.-
De nuevo, pasaron unos minutos. Sergio no podía dormir, aparte de por la ansiedad que sentía al tener tan cerca al objeto de su deseo, también porque algo se le estaba clavando en el muslo, palpó y se dio cuenta de que era su cartera. La sacó de su bolsillo con dificultades. Estuvo acariciando su superficie de piel, notando el relieve que hacían las monedas.
Tuvo una idea.
Lanzó una moneda de un euro al aire. Un instante después se escuchó el sonido metálico del metal al caer en el suelo, en la parte de la habitación que no tenía alfombra.
-¡Qué es eso! –Su hermana se sobresaltó por el ruido, que realmente fue estruendoso en medio del silencio.-
-Un euro por tus pensamientos.
-¿Qué?
-La moneda está por ahí. –Señaló vagamente hacia la oscuridad.-
-¿Y a mí que me cuentas?
-Pues eso... Que te doy un euro por tus pensamientos.
-Que estupidez.
-Vamos.
-No voy a decirte mis pensamientos.
-¿Por qué?
-Pues porque son míos.
-Ya te he pagado.
-No he cogido el dinero.
-Leo...
-Es que además no estoy pensando nada...
-Mentira.
-Verdad.
Cesaron en su dialogo sin sentido. Sergio notó como su hermana se revolvía entre sus mantas mientras musitaba algo sobre "pajeros cansinos".
-¿Qué quieres saber? –Suspiró pesadamente, como si tratara con un bebé especialmente agotador.-
-Todo.
-Todo es mucho. –Sentenció.- Elige un momento.
-Pues... –No tuvo que pensarlo mucho, acababa de ocurrir.- ¿Qué has sentido cuando mamá te ha dicho que no confiaban en ti?
-No ha dicho eso... –Se defendió ella.-
-Sabes que sí.
-¡Ja! Bueno, que más dará, quien les necesita... –De nuevo la amargura impregnó su voz.-
-Entenderás que les has dado motivos para desconfiar... –Expuso él, intentando no menear la cabeza con sarcasmo. Decir que les había dado motivos era un eufemismo, la verdad es que había atravesado por todo, desde llegar a casa borracha hasta no llegar hasta el día siguiente por dormir "en casa de una amiga".-
-No más que cualquier otro adolescente.
-Yo nunca...
-Tú eres raro. –Interrumpió Leonor.-
-¿Eso es malo?
-No sé... Es... Diferente...
-¿Y tú eres normal?
Se hizo el silencio.
-Cada persona es diferente, no sé...
-Pero yo soy raro, según tú.
-Entonces yo seré rara también, ¡Yo que sé! ¡Qué cosas me preguntas! ¡Pareces un puto Punset!
-Yo no creo que seas rara. –Opinó mientras ignoraba sus imprecaciones.- Solo una incomprendida.
-Ah, sí, genial... –Bufó con sarcasmo.-
-De verdad... Es que no sé, nadie se ha parado el suficiente tiempo a verte y pensar en ti, al menos eso es lo que me parece.
Ella le dejó seguir.
-Cuando no gritas, ni pones cara de mala leche e intentas sacudirme, eres muy agradable. Tampoco eres idiota, pero en el instituto pasas de todo. –Pensó bien en sus palabras.- Probablemente pienses eso de "Como nadie espera nada de mí, no hago nada", pero no es así.
-...
-Eh, no me dejes hablando solo. ¿Te has dormido?
-No, no... –Titubeó.- No estoy dormida.
-¿Entonces?
-Solo escuchaba.
-¿Y? ¿Alguna opinión?
-Sí. –Tosió levemente.- Buenas noches.
Y, efectivamente, no volvió a abrir la boca en lo poco que quedaba de noche. Sergio no insistió.
La mañana amaneció fría, pero la nieve estaba bien, no muy espesa, pero si perfecta para el esquí. El desayuno fue taciturno, la falta de horas de sueño se notaba en el grupo.
-Venga, coged los que más os gusten. –Dijo su padre señalando las hileras de esquís y cascos.-
Estaban en la tienda de alquiler del equipo. Enfundarse las botas era algo complicado, pero ya tenían experiencia, dejaron sus zapatos en los casilleros y cogieron los esquís que habían elegido. Pronto estaban subiendo en el telesilla. El que primero llegó era biplaza, por lo que Leonor y Sergio lo compartieron. Ella permaneció taciturna, concentrada en bajar la pendiente. Él también permaneció silencioso, mirando como a la chica se le marcaba el trasero en el traje de esquiar.
La mañana pasó sin nada que reseñar más que alguna caída suave y un profundo dolor de piernas al terminar la sesión.
-Estoy muerta... –Se quejó Leonor.- Creo que me voy a echar una siesta.
Acababan de terminar de comer en el restaurante del hotel.
-Sí, hija, sube y duerme un poco, se te ve mala cara.
-¿Adonde vais vosotros?
-Queremos ver unas casas rurales que hay no muy lejos de aquí...
Sergio, que no tenía pensado ni de lejos ir a ver chozas de madera con sus padres, decidió que la idea de la siesta también le apetecía. En el cuarto, con su hermana, esta se metió rápidamente al baño, donde estuvo prácticamente una hora larga. Al final salió entre una nube de vapor y con el pijama ya puesto.
-Todo tuyo.
Él no tardó ni diez minutos en terminar. Las mujeres eran todas unas exageradas... Aunque claro, un hombre encerrado en un baño más de quince minutos se convertía en blanco de sospechas... Y precisamente por estar jugando con líquidos blancos, y no precisamente el champú.
Leo permanecía aún despierta, sentada encima de las mantas, viendo la televisión. Al parecer, el mando misterioso había aparecido. Viéndola ahí, con ese gesto relajado y tranquilo, el pelo ligeramente revuelto por el secador y los labios húmedos...
Sacó su cartera de su mesilla de noche. Su hermana siguió sus movimientos con la mirada.
-Cinco por mirar y cinco por tocar. –Recurrió a la fórmula habitual.-
-No. –Lo dijo como una sentencia.-
-¡Venga! –Insistió él. No le importaba suplicar un poco, el fin justifica los medios, y no tenía a ninguno de sus amigotes delante con los que alardear de machito.-
-Hoy no se puede. –Gruñó ella.- Además, no quiero.
-¡Por favor! ¡Leo!
-¡Qué no puedo! –Gritó ella de pronto.- ¡Me ha bajado la regla esta mañana! ¡Eres imbécil o qué!
La chica le clavó una mirada fulminante, esperando que siguiera insistiendo para soltarle una bofetada.
-Vale. –Cedió él, desanimado pero comprensivo con las circunstancias. No pudo evitar ponerse ceñudo.-
-Eres un guarro. –Rió ella suavemente.- Siempre estás pensando en lo mismo.
-Si tu estuvieras en mi lugar yo sería más generoso. –Señaló hoscamente.-
-¿Ah sí?
-Sí, te haría todo lo que quisieses, te enseñaría todo lo que supiera...
-¿Cómo que?
-Pues... –Se lo pensó.- Te dejaría tocarme... Te enseñaría como hacerlo... Te... Tocaría... Incluso...
-¿Incluso que? –Fue una pregunta retadora.-
-Llegaría hasta el final.
-¿El final? –Ella pareció comprender, manteniendo su sonrisa divertida mientras negaba con la cabeza- ¿Qué quieres decir? ¿Te acostarías conmigo? ¿Follarías con tu hermana? ¿Es eso lo que quieres decir?
Lo había lanzado más como una pregunta hipotética, pero el contundente "Sí" de su hermano la dejó turbada y confusa. Ante esa situación, a Sergio se le ocurrió otra idea. Sacó un nuevo billete de su cartera, esta vez de veinte euros.
-¿En qué... estás pensando? –Ella se tensó, recelosa.- Ya te he dicho que no puedo y tampoco quiero...
-No, tranquila. –Se sentó en su propia cama y le lanzó una mirada significativa.- Esta vez serás tú la que tendrá que tocarme...
5 comentarios - Tabu de Hermanos Cap V al VI
Muchas gracias por el aporte, segui asi!!!!
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