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La importancia de llamarse Ernesto

Al momento de publicar el siguiente relato en mi blog, lo hice poniendo el nombre completo de su protagonista, como una suerte de homenaje a su recuerdo, ya que hace algunos años se fue de este mundo. No fue uno más, sino alguien muy importante en mi formación, quién me ayudaría a encontrar mi verdadera vocación y, sin saberlo, me marcaría el camino a seguir de ahí en más.
En esta ocasión, y al tratarse de un sitio tan expuesto, solo pondré sus iniciales, aunque el homenaje vale igual. Besitos y espero que lo disfruten.


Al poco tiempo de terminar con Ignacio me di cuenta que lo contable no era lo mío. Me mareaban tantos números, por lo que deje la carrera antes de empezarla siquiera. Por tal motivo, y más allá de que la ayuda económica era importante, decidí renunciar a mi trabajo en el estudio. La razón era simple, no quería condenarme a ser una empleada, mis planes por entonces eran muy ambiciosos, por lo que quería iniciar cuánto antes una carrera. Pero, ¿cuál? No sabía. Pensé en medicina, pero veo sangre y me desmayo, ¿Qué clase de médica sería? Quizás veterinaria, aunque no estaba del todo convencida, y así con varias carreras más, sin llegar a interesarme realmente por ninguna.
Soy de las que creen que nada sucede sin alguna razón. Podemos darnos cuenta o no, pero algunas cosas están ya predestinadas, no digo que el futuro ya este escrito y que no podamos hacer nada para cambiarlo, solo pienso que nosotros mismos forjamos nuestro destino a cada paso, y que a veces, cuándo estás desorientado/a y no sabes que hacer, la vida se encarga de darte ese empujoncito que nos hace tanta falta. Y créanme que toda esta perorata no es en vano, ya que en más de una ocasión pude comprobar por mí misma lo correcto de esta observación. Tal como consta en el siguiente relato.
Luego de pensarlo una y otra vez, presenté mi renuncia en el estudio contable. Los dueños trataron de convencerme, ya que me consideraban una buena empleada, pero yo ya estaba decidida. Necesitaba buscar nuevos horizontes. Y me ocupe de aclararles que mi ruptura con Ignacio, hijo de uno de los socios principales, no tenía nada que ver con mi decisión.
Me despedí de mis jefes, de mis compañeros, me despedí también de Roberto, el encargado de la seguridad del edificio, y salí a la calle sin saber para donde rumbear. Me sentía como que no pertenecía a ningún lugar. Pese a lo que puedan suponer siempre he sido bastante antisociable, no soy lo que se dice “el alma de la fiesta”, soy una persona introvertida y de carácter reservado, aunque, claro, eso cuándo no estoy en la cama con un hombre, entonces rompo mis ataduras y me expreso con la libertad que en otras circunstancias me resultaría imposible. Les aseguro que muchas veces siento que mi vida sería mucho más fácil si pudiera manejarme a toda hora y en todo lugar con la misma soltura con que me manejo en el sexo. Pero no sé si soy yo la que hace uso y abuso de sus hormonas. A veces creo que “Marita” no existe, que la “Maritainfiel” es solo un personaje que me vi forzada a crear para que ella haga por mí cosas que habitualmente no haría, ¿o será al revés y el personaje sea la Mariela que todos conocen? No lo sé en realidad, todavía estoy tratando de resolver tal dilema, de lo que si estoy segura es de que algún día una de las dos le ganará el espacio a la otra y quedará una sola, dominante y orgullosa, ¿cuál de las dos será? Ni me atrevo a pensarlo.
Pero como les decía, todo pasa por alguna razón. Esa tarde, ya con mi renuncia presentada, sin trabajo y sin ninguna perspectiva a futuro, salí del edificio en donde estaba el estudio contable y empecé a caminar. Termine en una plaza de la avenida Independencia. Compre una botellita de agua mineral y me senté en un banco a ver como jugaban unos nenes en los juegos. No tenía nada que hacer, por lo que dejar pasar el tiempo no era una mala opción. Fue entonces que vi a aquel hombre mayor sentado del otro lado, dándole de comer a las palomas, pero no fue eso lo que me llamo la atención, sino que cada vez que pasaba una chica, sobre todo alguna colegiala, los ojos se le daban vuelta, las miraba en una forma que parecía que se las iba a devorar de un momento a otro, y hasta les decía alguna que otra cosa, aunque ellas no le daban demasiada bolilla que digamos. Obvio, si tenía edad como hasta para ser su abuelo.
Me puse entonces a mirarlo más detenidamente. Debería de tener como 60 años, y tenía un bastón apoyado en uno de los lados del banco, por lo que me causaba gracia y sorpresa a la vez que un viejo que apenas podía caminar se pusiera así con chicas que hasta tenían edad para ser sus nietas. Desde donde yo estaba se lo veía todo colorado, como si estuviera a punto de tener un ataque, aunque se trataba solo de la presión que se le subía por la excitación que las chicas le incitaban. Igual yo era la única que parecía notar su presencia. Y no sé porque decidí acercarme. Hice como si fuera casual que pasara por ahí.
-¿Esta ocupado?- le pregunté refiriéndome al espacio vacío que había en el banco en el que estaba sentado.
Me miro de arriba abajo, tal como miraba a toda chica que pasaba frente a él y me dijo que no. Le di las gracias y me senté, fijando mi mirada en los chicos que seguían jugando en el arenero, aunque dándome cuenta de que había logrado captar toda su atención. Realmente no pensaba hacer nada, solo estar ahí un rato, y pensar, pensar que hacer de ahí en adelante. En eso pasa un grupo de colegialas y los ojos del viejo empiezan a girar como si fueran bolitas.
-Parece que no viene solo a darle de comer a las palomas- le digo con una sonrisa.
-Con mirar no pasa nada- me dice devolviéndome la sonrisa.
-No creo que sea de los que solo se quedan mirando- digo como al pasar.
-A esta edad hijita es lo único que puedo hacer, mirar- hizo una pausa y agregó resignado: -Además aunque pudiera hacer otra cosa, ninguna de esas bellezas aceptaría irse con un viejo verde como yo-
Me reí.
-No lo digo para que te burles- me dice seriamente.
-No me estoy burlando- lo corrijo –Es que pensaba que quizás alguna podría llegar a aceptar-
Ahora el que se rió fue él.
-Decime donde esta ese ángel que voy corriendo a buscarlo ahora mismo- me dice.
-Podría estar mucho más cerca de lo que usted supone- le hago notar.
Por suerte agarró mi indirecta. Volvió a mirarme en esa forma que me resultaba tan incitante y me propuso:
-¿Te gustaría conocer mi casa?, vivo acá a la vuelta, podríamos tomar unos mates y… no sé, pasar un rato agradable-
-La verdad es que…- comencé diciéndole a la vez que miraba mi reloj pulsera -…estaría encantada de ser su invitada- rematé la frase provocándole un estremecimiento que no pasó en absoluto desapercibido para mí.
Durante el resto de la tarde no tenía absolutamente nada que hacer, por lo que alegrarle un poco la vida a un viejo no me parecía nada que fuera a lamentar después. Tiró la bolsa de pan que tenía para las palomas en el cesto, agarró el bastón que estaba apoyado en un costado, y trató de levantarse rápidamente, pero no pudo, por lo que tuve que ayudarlo. Me agradeció la ayuda y ya en mejores condiciones empezamos a caminar hacia su casa. Tal como me había dicho vivía justo a la vuelta, en un edificio antiguo de pocos pisos, con esos ascensores viejos que parece que fueran a caerse en cualquier momento. Aunque vivía en el primer piso, tuvimos que subir en aquel trasto. Por suerte llegamos sanos y salvos.
-¿Vive solo?- le pregunte antes de entrar a su departamento.
-Si, mi esposa falleció hace algunos años- me dijo mientras abría la puerta.
-Lo siento- me lamenté.
-No te preocupes, fue hace mucho, ya lo superé- me tranquilizó y abriendo la puerta me invitó a entrar.
Aquel era el típico hogar de un hombre de su edad, muebles antiguos, de la época seguramente en que se había conocido con su mujer, y un aroma a rancio en el ambiente que impregnaba todo de un manto de vejez apenas quebrado por mi presencia.
-Disculpa el desorden pero es que no estoy acostumbrado a recibir visitas- me dijo.
-No se haga drama, para mí esta todo muy bien- asentí.
-Entonces, ¿tomamos mate, cogemos, o qué?- me dijo de repente.
Solté una carcajada.
-Parece que no le gusta andar con vueltas- le dije.
-A mis años no puedo darme ese lujo- observó.
-Me parece bien, a mí también me gusta ser directa, depende de que circunstancia, claro- acoté.
-Y esta es una de esas, ¿no?- quiso saber.
-Obvio- respondí.
-¿Entonces…?- repitió.
-Entonces… sugiero que dejemos el mate para después- le dije a la vez que me sentaba en el sofá.
Sin demora alguna se sentó al lado mío y dejando el bastón a un costado se me echó encima. No lo rechacé, ya que precisamente eso era lo que estaba esperando.
Pese a ciertas reservas que tuve en algún momento, besar a aquel anciano no me pareció en lo absoluto desagradable, por el contrario, me resultó tan placentero que al rato ya estaba besándome con él en una forma por demás ávida y efusiva.
Sus manos resultaron tan inquietas como sus ojos, por lo que enseguida aprisionaron mis pechos por encima de la ropa apretándolos con una ansiedad que revelaba que hacía tiempo no disfrutaba de un manoseo semejante. Por supuesto que me deje hacer, disfrutando yo también de tan incitante toqueteo, palpando por las mías aquel tibio abultamiento que comenzaba a alzarse a la altura de su entrepierna.
Pese a su edad y a los achaques que tenía encima, parecía estar bastante bien en ese aspecto, después de todo si todavía tenía la energía suficiente como para excitarse mirando pendejas, debía de tenerla también para satisfacer a una. Decidí entonces que no me iba a demorar en averiguarlo, así que le bajé enseguida el cierre del pantalón, metí una mano adentro y aprisioné con mis dedos aquello que latía tan tentadoramente. Se la saque afuera sin demasiado esfuerzo, y me puse a meneársela, firme y sostenidamente, acelerando un poco más al comprobar que se endurecía en la forma apropiada. No era demasiado grande, es más podría considerarse pequeña si la comparamos con otras que tuve entre mis piernas, pero el hecho de que se tratara de un sexagenario, de un viejo verde, era suficiente para que me calentara más de lo habitual y considerara aquella verga como la mejor que me había tocado en suerte.
Ante su sorpresa y esos ojos incrédulos que expresaban que todavía no podía creer que lo que le estaba sucediendo fuera verdad, me fui recostando en el sillón, y apoyando la cabeza sobre sus piernas, acerque mi boca a ese tentador alzamiento que pese a no estar todavía en su plenitud alcanzaba para inspirarme a darle una buena mamada. Así lo hice, me la metí en la boca y se la chupé con auténticas ganas, tragándome sin reserva alguna el denso fluido que segregaba por el orificio de la punta. Un espejo cercano me devolvía aquella imagen, la mía mamándole la verga a un anciano. Casi acabo de solo verme, pero me contuve y seguí chupando ese añoso pijazo que para mi propia satisfacción se potenciaba cada vez más.
Con una mano le apretaba las pelotas y con la otra lo pajeaba, mientras que entre mis labios retenía aquel fruto carnoso que se humedecía cada vez más. Los roncos jadeos del viejo me arrullaban, brindándome el trasfondo ideal para esa performance mía que no conocía limitaciones.
Al rato, y con su virilidad ya en su punto de máxima expresión, no levantamos, y tomados de las manos, como dos tortolitos, fuimos hacia su dormitorio.
La cama estaba deshecha, tal como se había levantado la había dejado. Ya antes se había sacado el pantalón, por lo que terminó de sacarse el resto de la ropa y desnudo se tendió en la cama. Yo hice lo mismo, desnudándome frente a él, ofreciéndole un más que amplio panorama de todas mis curvas.
Ya desnuda me lancé sobre la cama, a su lado, dándole una chupadita más, tras lo cuál lo monté a horcajadas y aprisionando con una mano la todavía enhiesta poronga me la puse justo en la entrada, colocando el gomoso glande entre mis gajos, y ahí me deje caer, sentándome de a poco, dejándome llenar hasta donde le fue posible, acomodándome entre suspiros en torno a tan añejo volumen. Cuándo sentí que ya la tenía toda adentro, apoyé las manos en su pecho y echando la cabeza hacia atrás, solté un plácido suspiro, iniciando en forma lenta y pausada una cabalgata que poco después me permitiría disfrutar de un orgasmo tan impactante que demoré un buen rato en recuperar la compostura. Pero cuándo lo hice seguí moviéndome, ya que él todavía estaba dentro mío, duro aún, así que empecé a montarlo, despacio primero, aunque aumentado el ritmo en forma progresiva, guiándolo ahora a él a un polvo que pareció repercutir profundamente en su cuerpo. Me salí justo cuándo la leche empezó a saltar y su cuerpo a temblar, así que quedándome a un costado se la agarre con una mano y se la sacudí, haciéndole soltar hasta la última gota, sin perderme ni uno solo de los plácidos gestos que esbozaba. El viejo parecía estar en pleno éxtasis, mirando hacia el techo como si estuviera contemplando una aparición religiosa.
-¡Gracias Dios!- exclamó entonces alzando los brazos.
Me miró y nos echamos a reír. Entre sus piernas y sobre las sábanas había quedado un charco de esperma, cuantioso producto del polvo que se había echado. Me acosté al lado suyo y exhalé un profuso suspiro de satisfacción. No perdió tiempo en meterme la mano por entre las piernas, y acariciarme la conchita, todavía dilatada y mojada, aunque volví a estremecerme cuándo sentí un dedo filtrándose por entre mis labios.
-Ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que tuve sexo… y menos todavía cuándo estuve con una chica como vos- me dijo, visiblemente impactado todavía por la experiencia.
Me sonreí y lo besé en la mejilla.
-Esto hay que festejarlo, ¿no te parece?, tengo algo que guardo solo para ocasiones principales, y esta es una de ellas- dijo y abriendo el cajón de la mesita de luz saco una caja de habanos y un encendedor. Me reí con su ocurrencia.
Sacó un habano, lo despojó de su envoltura, se lo llevó a los labios y lo prendió, soltando una espesa columna de humo. Luego me lo alcanzó. Me divertía mucho toda esa situación. No fumo, nunca fumé, pero acepté la invitación, ya que se trataba de una ocasión especial y hubiera sido desconsiderado de mi parte rechazarlo. Sin embargo me ahogué y tosí al intentar fumarlo.
Luego de terminado el habano, nos quedamos acostados, acariciándonos, disfrutando de esas sensaciones post-orgasmo, hasta que él se quedó dormido. Entonces me levanté y fui a la sala, todavía no quería irme, por lo que anduve un rato por la casa, sin vestirme todavía. Me puse a mirar las fotos que estaban en los estantes, al parecer él con su esposa, decenas de años antes, en ese momento no lo sabía pero luego él mismo me contaría que jamás habían tenido hijos. Entonces encontré unos libros apilados. Libros de sociología, Francisco Ayala, José Castillo, Elías, Giddens, etc. Agarré uno al azar y me puse a hojearlo. Era “Introducción a la sociología general”, de Guy Rocher. Quede atrapada. Era la primera vez que leía un libro con tanto interés. Ya había avanzado bastante cuándo el dueño de casa apareció en la sala, todavía desnudo, con su verga bamboleando pesadamente entre sus piernas.
-Creí que te habías ido- me dijo.
-Perdona, ya me voy…- le dije, dejando el libro a un costado y levantándome.
-No, no te estoy echando, por mí te podrías quedar a vivir conmigo, solo que pensé… no sé… que por ahí te habías arrepentido- dijo con una leve resignación.
-Eso nunca- le aseguré y para confirmar lo que decía, agregué: -¿Queres hacerlo de nuevo?-
-Me encantaría- aceptó.
Me acerque a él y echándome de rodillas en el suelo, le agarré la pija con una mano y mirándolo a los ojos me puse a frotársela fuertemente, consiguiendo enseguida una más que apropiada reacción. Entonces me la metí en la boca y se la chupé con avidez, reteniendo entre mis labios la esponjosa cabeza, succionándola, sintiendo como iba engordando y humedeciéndose. De nuevo los roncos jadeos del anciano me envolvían con su incitante melodía, poniéndome en un estado desesperante, tanto que me daban ganas de devorarle esa pija que cada vez me gustaba más y más. Tras una buena mamada y de dejársela pletórica de vigor, me levanté y me eché en cuatro sobre el sofá, levantando bien la cola, ofreciéndole en plenitud mis atributos posteriores. Con la pija bien empinada, el viejo se acercó, me la puso en la puerta y aferrándome de la cintura me la fue metiendo de a poco, sentirlo de nuevo atravesando mi conducto íntimo me arrancó unos gemidos por demás exaltados, los cuáles se mezclaban con los suyos propios, conformando ambos una misma sinfonía.
Ya bien dentro de mí empezó a moverse, aumentando el ritmo con cada embiste, la concha se me deshacía del gusto, mojándose en su propia complacencia. Hundí la cara en el respaldo del sofá y me dispuse a gozar de aquella andanada de metidas y sacadas que me atravesaban hasta lo más íntimo, hasta lo más profundo, hasta lo más recóndito de mi ser. Esta vez me acabó adentro, yo lo quise así, se lo pedí incluso, estallando en mil y un suspiros cuándo sentí aquel torrente vivo precipitándose en mi interior.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!- me estremecí, dejándome arrasar por tan voluptuosas sensaciones, sintiendo como se me endurecían los pezones, como se hinchaban a causa de la excitación que aquel anciano me contagiaba.
Echados ahí, sobre el sofá, estremeciéndonos todavía a causa del orgasmo, agarré el libro y se lo mostré.
-Si te interesa es tuyo- me dijo –Es más, podes llevarte toda la biblioteca, yo ya estoy retirado-
-¿Sos sociológo?- le pregunte aunque debido a la bibliografía que se encontraba en el lugar se caía de maduro.
-Lo fui… aunque creo que uno nunca deja de estudiar a las personas por más retirado que este- comentó.
-¿Y ya tenes algún diagnóstico sobre mí?- me interesé.
-Lo único que puedo decir es que sos un ángel, me hiciste muy feliz, me diste lo que hacía tiempo no tenía, la satisfacción de sentirme vivo, esto no fue un polvo como cualquiera, esto es la vida misma, antes de conocerte sentía que ya no tenía nada porque vivir, y ahora me doy cuenta que todavía puedo seguir batallando, así que con vos hermosa no hay diagnóstico que valga, me rompiste todos los esquemas- expuso muy doctamente.
Finalmente me regaló varios libros, los que leí con un interés que hasta entonces no había demostrado en ninguna otra cosa, por lo que a la semana siguiente ya estaba anotándome en sociología. Con el tiempo y mientras cursaba la carrera volví a visitarlo varias veces, considerándolo mi verdadero mentor, el que, sin proponérselo, me hizo dar cuenta de cuál era el camino que debía tomar. Razón por la cuál le estaré eternamente agradecida, es por ello que este relato va dedicado a él, a Ernesto F. S.
Es la primera vez que nombró a alguien con su nombre completo, el motivo es que ya falleció hace algún tiempo, y como no tuvo descendencia, no creo que alguien pueda sentirse herido por el recuerdo que hago aquí de su persona. Además cuándo se enteró de que había elegido la misma carrera en la que él se había destacado, muchas veces supo decirme que era la hija que la vida le había negado.
-Una hija muy especial- le aclaraba considerando la clase de relación que teníamos.
Él se reía.
-Bueno, entonces digamos una amiga muy amiga- se corregía.
Por eso y todo lo demás, su memoria siempre estará conmigo.

36 comentarios - La importancia de llamarse Ernesto

rodolfo322
que buen relato!! EMOTIVO . y tremendamente sexual!! gracias amiga por el regalo de tus relatos!!
a fav. porque estoy sin resto!! y continuo saiguiendote,,,, espero alcanzarte !!!
Bebe23
MUY BUENO MARITA ME ENCANTO
mork56
excelente relato... me gusto mucho a favoritos... aparte d ser sensual... pone temas con los que todos debemos pasar en algun momentos... ojala todos tengamos la dicha de angeles como tu... gracias por comparitr..
elmanu82
sos una constante sorpresa marita y eso me encanta en una mujer van los 10 un beso genia
elbattou
exelente marita como todos tus relatos!!! pase y sigo siendo tu seguidor fiel pese a q no tengas mas tu blog! besotes!!!!!
drsexrg
muy buen relato, marita...
intrigante y atrapador, como siempre...
+10 puntines
besos
JohnMcClaine
Muy Bueno!
Felicitaciones!!! Bella historia, muy lograda!!!
A favs y recomendación a seguidores!
😉
angieyruben
El relato es excelente y rescato este fragmento por todo lo que transmite "...sos un ángel, me hiciste muy feliz, me diste lo que hacía tiempo no tenía, la satisfacción de sentirme vivo, esto no fue un polvo como cualquiera, esto es la vida misma..."
Muy buen aporte. !!!


Gracias por compartir.
Besos y Lamiditas !!!

La importancia de llamarse Ernesto

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memoskpo
Excelente!! 🙎‍♂️ 🙎‍♂️ 🙎‍♂️ 🙎‍♂️ 🙎‍♂️
Muchas gracias por el aporte, segui asi!!!!



sexo



infidelidad
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fer_z
caliente y tibio, tierno y excitante. Buenisimo!!!! +10
EL_PUNK
lo volvi a leer m re calento
Pitin56
Gracias por compartir, Marlita.
TheEroticWriter
"La importancia de llamarse Ernesto" es una obra de teatro del magnífico Oscar Wilde.

¿Te inspiraste en él?
badboy
muy emotivo... encontraste tus vocaciones... socióloga y putita.. q lindo q lo compartas, y Ernesto conocio el paraiso antes de morir... se topo con un angel en su camino... ese angel q llevas dentro de ti Marita... eres un amor
kramalo
muy buen relato, que bien lo contaste..... que caliente....!!! van puntos.
chewhiny
Exelente relato. me encanta como escribís!!! me parece q esta mejor este relato q la obra de wilde.
besos
Lex_Luthor69
Tienes un talento increíble para escribir de forma hermosa una relación. Mas que relato porno, en mi humilde opinión, esto es un relato erótico de muy buen nivel. Caliente y con alma, una excelente historia, creo que me encantará leer más historias tuyas.
Gluten
Sos una grosa!! Me re imagine al viejito re feliz!
Rickelrojo
Sos una genia Marita...Tu relato me calentó y emocionó en partes iguales. Relatar y coger son un arte para vos, evidentemente...Te felicito!
paezmartin1995
hermoso relato 👏👏 ademas de exitante es emotivo