Sueño y Realidad Debo empezar diciendo que me encanta hacer el sexo con mi mujer en forma amplia y variada. Cuando la conocí era un poco timorata, pero poco a poco fue cediendo a las caricias, a disfrutarlas tanto o más que yo, y a dejarse llevar por nuevas y ricas emociones. Al descubrirse el volcán que guardaba en su cuerpo, dio rienda libre a muchos deseos y sueños. Es una mujer bella, de color moreno encendido, pelo negro y largo, unos ojos que hablan por si solos y que me comunican ardor y deseos. Tiene unos labios carnosos y una lengua arisca, pícara, divina, con una saliva dulzona que empalaga. Sus tetas, sin ser grandes, están siempre atentas a las caricias y con una corona de pezones de color marrón oscuro, duros y extremadamente sensibles. Sus nalgas son alargadas, duras y flexibles, con un movimientos giratorio extraordinario. Su cuca es mediana, achocolatada, con un sensibilísimo clítoris duro como un mini pene. Su vagina es ardiente y cuando está a punto, su líquido es espeso y calientísimo. Atrapa mi huevo y lo quiere estrangular celestialmente. Su culito es todo calor, una brasa de delicias, que cuando recibe mi huevo lo manipula, abriéndose y contrayéndose, hasta hacerlo desmayar y sacarle toda la leche. Me gusta cuando la penetro y grita de dolor y placer al mismo tiempo y luego lo disfruta adentro de sus entrañas. En el sexo, me encanta variar de posiciones, de lugares, de tiempo y, por supuesto, de caricias y que ella disfrute al máximo. Distingo el amor del sexo, entendiendo que éste puede permitirse sus devaneos sin interferir en el otro. Uno de mis sueños era hacer el amor con dos mujeres. Era algo que me atraía enormemente. Quería algo más que una película pornográfica. Ahora bien, cómo planteárselo a mi mujer sin que ello fuese motivos de celos fue un dilema que resolví con la filosofía de la gotita china. Siempre que veíamos una película donde había una escena de dos mujeres haciendo el amor, le daba a demostrar que me excitaba mucho, lo cual era cierto. Le hacía el amor con más ardor, con más ahínco. Le comentaba que sólo una mujer podía dar las mejores caricias a otra mujer, porque conocía al detalle su cuerpo. Y, finalmente, le confesé que mi sueño era hacer el amor con dos chicas. Ella siempre rechazaba esta idea “loca”, pues dejaba claro que no era lesbiana. Yo insistía e insistía que una cosa no necesariamente tenía que ser lo mismo. Que ella me iba a complacer y que, de paso, iba a disfrutar. Va tanto el cántaro a la fuente que al final se rompe. Una noche, antes de regresar del trabajo, la llamé para decirle que llegaría en tanto tiempo. Me dijo que me diera prisa, pues me tenía una linda sorpresa. Cuando llegué, me dijo que había llamado a una agencia de masajistas y que dentro de poco llegaría una chica que había contratado para que hiciera el amor con nosotros y pudiera realizar mi sueño sexual. Yo no le creía, pero el sólo hecho de mencionármelo me provocó una gran erección. Quería cojérrmela ya, Pero me contuvo. A unos 15 minutos, se oyó el timbre de la puerta principal. Me dio nerviosamente que fuera a abrir .Me conseguí una chica de estatura baja, blanca, de cara bonita y con un cuerpo prometedor. A esta altura, aún no lo creía. Pensaba que era una compañera de trabajo o una parienta. Así que no dije nada, ya que la chica se limitó a saludarme cordial y decentemente..Cuando arribamos al apartamento, me quedé petrificado, la chica le dijo con una cálida sonrisa: “- Hola, soy Agata, la de la agencia”. De verdad, no lo podía creer. Ahí mismo estaban dos mujeres hermosas dispuestas a hacer realidad uno de mis más anheladas fantasías. Me invadieron los nervios. Agata se dio cuenta que ambos estábamos nerviosos. -¿ Es la primera vez que van a tener esta experiencia?- preguntó. Casi al unísono, respondemos que si. Sugirió que nos tomáremos algo para calmarnos. Serví tres whiskeys . Le dijo a mi mujer que estuviera tranquila, que iba a disfrutar enormemente y que ella se encargaría de que fuera así. Pasado ese primer momento, sentí un gran cosquilleó en todo el cuerpo y noté que el huevo se me había parado, dispuesto a responder al desafío. Tomó nuestras manos y las unió con fuerza. Las masajeó suavemente, hasta lograr relajarlas. Luego las besó y chupó cada uno de nuestros dedos, repasándolos arriba abajo con su ágil y caliente lengua y dándoles un ligero mordisquito en las yemas, al tiempo que suspiraba. Respondí de la misma manera, pero metiéndome en la boca un dedo de ella y otro de mi mujer, quien ya empezaba a sentirse acalorada. De pronto, estábamos besándonos los tres, las lenguas de entrecruzaban, se exploraban y se fundían de calor. Por mi parte, deje que mis manos empezaron a explorar este cuerpo nuevo: sus grandes, redondas y duras tetas, sus nalgas prometedoras, su firme espalda... Para una mayor comodidad, decidimos pasar a la cama. Agata y yo desnudamos a mi mujer lentamente: primero le quitamos uno a uno los botones de su blusa, al tiempo que le dábamos besitos en las orejas y en el cuello. Luego, le quitamos los zapatos y le besamos sus pies, le lambimos sus plantas, chupando cada uno de su deditos. Esto le producía ricos escalofríos en todo el cuerpo, que manifestaba con pujiditos. Aflojamos su pantalón, el cual fue deslizándose poco a poco con nuestras manos, bocas y lenguas hasta sus pies. Así quedó sólo con su diminuto conjunto de brazier y pantaletas, el cual le gustó mucho a Agata. Finalmente, nos desnudamos todos. De esta manera, pude contemplar a mi pleno gusto esas ricas y prometedoras tetas de Agata y su misteriosa cueva de placer. Pero, lo que más me incitó fue contemplar y tener a mi alcance ese contraste maravilloso: un cuerpo blanco y otro casi de ébano, ambos lujuriosos y calientes. Decidimos que mi mujer se situara en el medio de la cama, para que con nuestras caricias gradualmente dejara los temores. Empezamos por besarle detrás de las orejas y a mordérselas suavemente, lo que le producía ricos escalofríos en todo el cuerpo, se le crispaba toda la piel y trataba como de escaparse; pero nuestras lenguas la perseguían sin cesar hasta hacerla casi desfallecer de placer. De nuevo, nuestras tres lenguas se fundieron en besos y besos húmedos y calientes. Yo sentía que me fundía del calor que sentía y mi huevo amenazaba con explotarse de la gran excitación que tenía. Entretanto, Agata le daba suaves masajitos en sus hombros para que el relax fuera completo. Seguimos besando a mi mujer por su lindo cuello y, poco a poco, empezamos a acariciar sus pechos. En este punto, me detuve para observar y aprender con Agata la mejor manera de acariciar esta sensible parte del cuerpo femenino. Era su especialidad, según confesó luego: primero le dimos caricias circulares con la lengua en todo sus senos, desde la base hasta casi rozar la aureola de su ya erecto pezón, despacio, con mucho tacto. Luego, le mordimos un poquito fuerte la punta de esta granada de pasión y se la acariciamos dulcemente con la punta de la lengua. Mi mujer, en un prolongado éxtasis, nos agarró nuestras cabezas, nos colmó de caricias y nos tiró del cabello. Bajé mi mano, le acaricié su clítoris, que estaba palpitante, y le introduje un dedo en su cuca: estaba calientísima y llena de sus jugos; pero Agata me hizo señas para que me refrenara. Todo a su tiempo. Seguimos deleitándonos con esos senos maravillosos que parecían volcanes a punto de explotar. Algunas veces, nuestras leguas se concentraban en uno de los pezones y parecía que fueran tres ardientes lenguas besándose. Lentamente, con los labios, le quitamos el breve biquini que apenas cubría su ardiente cuca. Al mismo tiempo, le besábamos su clítoris, el cual palpitaba de la emoción. Mi mujer empezó a moverse desesperada, levantaba sus caderas y su cuerpo se arqueaba, al tiempo que emitía gemidos de satisfacción: una cadena de orgasmos le sucedían sin cesar. Mientras Agata se le deleitaba con su clítoris, yo le empecé a besar la espalda hasta llegar a su caliente culo. Le metí la legua hasta lo más hondo que pude. Sus músculos se contraían y expandían como una flor que no quería soltar su presa. Entretanto, la chica le metía dos dedos y su lengua en la vagina, de la cual brotaban jugos calientes sin cesar. En un momento dado, decidí ocuparme de Agata. Le chupé sus grandes y duros senos, tal como había aprendido. Mientras ella seguía acariciando la cuca de mi mujer, que estaba en el séptimo cielo, decidí hacerle una buena mamada, acostándome debajo de ella. Su cuca estaba caliente y jugosa y respondió con movimientos convulsos, al tiempo que emitía grititos de placer. Ya no aguantaba mi erección. Mientras ella seguía chupando la cuca de mi mujer, decidí meterle mi huevo por detrás. Apenas lo sintió, empezó a moverse rítmicamente. Yo se lo metía y se lo sacaba sin cesar. Gocé enormemente, hasta que no me pude aguantar más y tuve un orgasmo prolongado, divino, llenándola de leche por todos lados. Me levanté un momento para tomar algo y reponerme, en tanto que la chica seguía acariciándole la cuca a mi mujer. Cuando regresé, le vi sus ojos casi desorbitados por el placer que estaba recibiendo, había levantado sus piernas y tenía a la chica prisionera ente ellas. Esta actitud de entrega, me excitó de nuevo y decidí ponerle mi huevo en su boca. Me lo mamó desesperada. De pronto, sin darme cuenta, estaba en medio de las dos mujeres. Ambas me estaban acariciando por todas partes. Me mamaban el huevo: primero una y luego la otra o las dos al mismo tiempo. Mi mujer se puso encima mío y me hacía un maravillosos 69, al mismo tiempo que me metían su lengua y sus dedos por mi culo. Yo, entre tanto, le chupaba con gran avidez su cuca y su culo. Luego se montó sobre mi, cabalgándome: se metió todo mi huevo en su caliente y jugosa cuca y empezó a moverse de forma sensacional, al tiempo que le acariciaba su ricos y duros pezones de las tetas. Agata, por su parte, le besaba y lamía su espalda, hasta introducirle su lengua y sus dedos en su culo, todo lo cual le produjo varios orgasmos. Pero la lengua de la chica era una culebra de placer con el culo de mi mujer y con el mío. Quería prolongar ese momento maravilloso. MI mujer estaba en un éxtasis de placer. De repente, sentí que estaba a punto de acabar y me aguanté un poco; pero sentí que soltaba toda la leche del mundo, como si viniera de mi espinazo y grité y reí de placer. Agata estaba loca de gozo y mi mujer tuvo varios orgasmos seguidos, hasta que quedó casi desmayada sobre mi. Los tres habíamos alcanzado el máximo goce. Poco a poco, nos separamos como hipnotizados. Nos tomamos un trago para refrescarnos y normalizar nuestros sentidos. Agata dijo que lo había pasado maravilloso y, antes de irse, confesó que disfrutaba mucho cuando hacía el amor con parejas novatas, principalmente cuando la mujer era tan caliente como la mía. Al quedar solos, le di las gracias por ese sueño hecho realidad y, al recordar los momentos que recién habíamos disfrutado, mi mujer y yo empezamos a acariciarnos de nuevo. Recorrí con gran delicia todo su cuerpo, dándole las caricias más tiernas y calientes. Pronto, estábamos listos para hacer el amor. Lo hicimos como salvajes hasta quedar exhaustos. Sueño y Realidad Debo empezar diciendo que me encanta hacer el sexo con mi mujer en forma amplia y variada. Cuando la conocí era un poco timorata, pero poco a poco fue cediendo a las caricias, a disfrutarlas tanto o más que yo, y a dejarse llevar por nuevas y ricas emociones. Al descubrirse el volcán que guardaba en su cuerpo, dio rienda libre a muchos deseos y sueños. Es una mujer bella, de color moreno encendido, pelo negro y largo, unos ojos que hablan por si solos y que me comunican ardor y deseos. Tiene unos labios carnosos y una lengua arisca, pícara, divina, con una saliva dulzona que empalaga. Sus tetas, sin ser grandes, están siempre atentas a las caricias y con una corona de pezones de color marrón oscuro, duros y extremadamente sensibles. Sus nalgas son alargadas, duras y flexibles, con un movimientos giratorio extraordinario. Su cuca es mediana, achocolatada, con un sensibilísimo clítoris duro como un mini pene. Su vagina es ardiente y cuando está a punto, su líquido es espeso y calientísimo. Atrapa mi huevo y lo quiere estrangular celestialmente. Su culito es todo calor, una brasa de delicias, que cuando recibe mi huevo lo manipula, abriéndose y contrayéndose, hasta hacerlo desmayar y sacarle toda la leche. Me gusta cuando la penetro y grita de dolor y placer al mismo tiempo y luego lo disfruta adentro de sus entrañas. En el sexo, me encanta variar de posiciones, de lugares, de tiempo y, por supuesto, de caricias y que ella disfrute al máximo. Distingo el amor del sexo, entendiendo que éste puede permitirse sus devaneos sin interferir en el otro. Uno de mis sueños era hacer el amor con dos mujeres. Era algo que me atraía enormemente. Quería algo más que una película pornográfica. Ahora bien, cómo planteárselo a mi mujer sin que ello fuese motivos de celos fue un dilema que resolví con la filosofía de la gotita china. Siempre que veíamos una película donde había una escena de dos mujeres haciendo el amor, le daba a demostrar que me excitaba mucho, lo cual era cierto. Le hacía el amor con más ardor, con más ahínco. Le comentaba que sólo una mujer podía dar las mejores caricias a otra mujer, porque conocía al detalle su cuerpo. Y, finalmente, le confesé que mi sueño era hacer el amor con dos chicas. Ella siempre rechazaba esta idea “loca”, pues dejaba claro que no era lesbiana. Yo insistía e insistía que una cosa no necesariamente tenía que ser lo mismo. Que ella me iba a complacer y que, de paso, iba a disfrutar. Va tanto el cántaro a la fuente que al final se rompe. Una noche, antes de regresar del trabajo, la llamé para decirle que llegaría en tanto tiempo. Me dijo que me diera prisa, pues me tenía una linda sorpresa. Cuando llegué, me dijo que había llamado a una agencia de masajistas y que dentro de poco llegaría una chica que había contratado para que hiciera el amor con nosotros y pudiera realizar mi sueño sexual. Yo no le creía, pero el sólo hecho de mencionármelo me provocó una gran erección. Quería cojérrmela ya, Pero me contuvo. A unos 15 minutos, se oyó el timbre de la puerta principal. Me dio nerviosamente que fuera a abrir .Me conseguí una chica de estatura baja, blanca, de cara bonita y con un cuerpo prometedor. A esta altura, aún no lo creía. Pensaba que era una compañera de trabajo o una parienta. Así que no dije nada, ya que la chica se limitó a saludarme cordial y decentemente..Cuando arribamos al apartamento, me quedé petrificado, la chica le dijo con una cálida sonrisa: “- Hola, soy Agata, la de la agencia”. De verdad, no lo podía creer. Ahí mismo estaban dos mujeres hermosas dispuestas a hacer realidad uno de mis más anheladas fantasías. Me invadieron los nervios. Agata se dio cuenta que ambos estábamos nerviosos. -¿ Es la primera vez que van a tener esta experiencia?- preguntó. Casi al unísono, respondemos que si. Sugirió que nos tomáremos algo para calmarnos. Serví tres whiskeys . Le dijo a mi mujer que estuviera tranquila, que iba a disfrutar enormemente y que ella se encargaría de que fuera así. Pasado ese primer momento, sentí un gran cosquilleó en todo el cuerpo y noté que el huevo se me había parado, dispuesto a responder al desafío. Tomó nuestras manos y las unió con fuerza. Las masajeó suavemente, hasta lograr relajarlas. Luego las besó y chupó cada uno de nuestros dedos, repasándolos arriba abajo con su ágil y caliente lengua y dándoles un ligero mordisquito en las yemas, al tiempo que suspiraba. Respondí de la misma manera, pero metiéndome en la boca un dedo de ella y otro de mi mujer, quien ya empezaba a sentirse acalorada. De pronto, estábamos besándonos los tres, las lenguas de entrecruzaban, se exploraban y se fundían de calor. Por mi parte, deje que mis manos empezaron a explorar este cuerpo nuevo: sus grandes, redondas y duras tetas, sus nalgas prometedoras, su firme espalda... Para una mayor comodidad, decidimos pasar a la cama. Agata y yo desnudamos a mi mujer lentamente: primero le quitamos uno a uno los botones de su blusa, al tiempo que le dábamos besitos en las orejas y en el cuello. Luego, le quitamos los zapatos y le besamos sus pies, le lambimos sus plantas, chupando cada uno de su deditos. Esto le producía ricos escalofríos en todo el cuerpo, que manifestaba con pujiditos. Aflojamos su pantalón, el cual fue deslizándose poco a poco con nuestras manos, bocas y lenguas hasta sus pies. Así quedó sólo con su diminuto conjunto de brazier y pantaletas, el cual le gustó mucho a Agata. Finalmente, nos desnudamos todos. De esta manera, pude contemplar a mi pleno gusto esas ricas y prometedoras tetas de Agata y su misteriosa cueva de placer. Pero, lo que más me incitó fue contemplar y tener a mi alcance ese contraste maravilloso: un cuerpo blanco y otro casi de ébano, ambos lujuriosos y calientes. Decidimos que mi mujer se situara en el medio de la cama, para que con nuestras caricias gradualmente dejara los temores. Empezamos por besarle detrás de las orejas y a mordérselas suavemente, lo que le producía ricos escalofríos en todo el cuerpo, se le crispaba toda la piel y trataba como de escaparse; pero nuestras lenguas la perseguían sin cesar hasta hacerla casi desfallecer de placer. De nuevo, nuestras tres lenguas se fundieron en besos y besos húmedos y calientes. Yo sentía que me fundía del calor que sentía y mi huevo amenazaba con explotarse de la gran excitación que tenía. Entretanto, Agata le daba suaves masajitos en sus hombros para que el relax fuera completo. Seguimos besando a mi mujer por su lindo cuello y, poco a poco, empezamos a acariciar sus pechos. En este punto, me detuve para observar y aprender con Agata la mejor manera de acariciar esta sensible parte del cuerpo femenino. Era su especialidad, según confesó luego: primero le dimos caricias circulares con la lengua en todo sus senos, desde la base hasta casi rozar la aureola de su ya erecto pezón, despacio, con mucho tacto. Luego, le mordimos un poquito fuerte la punta de esta granada de pasión y se la acariciamos dulcemente con la punta de la lengua. Mi mujer, en un prolongado éxtasis, nos agarró nuestras cabezas, nos colmó de caricias y nos tiró del cabello. Bajé mi mano, le acaricié su clítoris, que estaba palpitante, y le introduje un dedo en su cuca: estaba calientísima y llena de sus jugos; pero Agata me hizo señas para que me refrenara. Todo a su tiempo. Seguimos deleitándonos con esos senos maravillosos que parecían volcanes a punto de explotar. Algunas veces, nuestras leguas se concentraban en uno de los pezones y parecía que fueran tres ardientes lenguas besándose. Lentamente, con los labios, le quitamos el breve biquini que apenas cubría su ardiente cuca. Al mismo tiempo, le besábamos su clítoris, el cual palpitaba de la emoción. Mi mujer empezó a moverse desesperada, levantaba sus caderas y su cuerpo se arqueaba, al tiempo que emitía gemidos de satisfacción: una cadena de orgasmos le sucedían sin cesar. Mientras Agata se le deleitaba con su clítoris, yo le empecé a besar la espalda hasta llegar a su caliente culo. Le metí la legua hasta lo más hondo que pude. Sus músculos se contraían y expandían como una flor que no quería soltar su presa. Entretanto, la chica le metía dos dedos y su lengua en la vagina, de la cual brotaban jugos calientes sin cesar. En un momento dado, decidí ocuparme de Agata. Le chupé sus grandes y duros senos, tal como había aprendido. Mientras ella seguía acariciando la cuca de mi mujer, que estaba en el séptimo cielo, decidí hacerle una buena mamada, acostándome debajo de ella. Su cuca estaba caliente y jugosa y respondió con movimientos convulsos, al tiempo que emitía grititos de placer. Ya no aguantaba mi erección. Mientras ella seguía chupando la cuca de mi mujer, decidí meterle mi huevo por detrás. Apenas lo sintió, empezó a moverse rítmicamente. Yo se lo metía y se lo sacaba sin cesar. Gocé enormemente, hasta que no me pude aguantar más y tuve un orgasmo prolongado, divino, llenándola de leche por todos lados. Me levanté un momento para tomar algo y reponerme, en tanto que la chica seguía acariciándole la cuca a mi mujer. Cuando regresé, le vi sus ojos casi desorbitados por el placer que estaba recibiendo, había levantado sus piernas y tenía a la chica prisionera ente ellas. Esta actitud de entrega, me excitó de nuevo y decidí ponerle mi huevo en su boca. Me lo mamó desesperada. De pronto, sin darme cuenta, estaba en medio de las dos mujeres. Ambas me estaban acariciando por todas partes. Me mamaban el huevo: primero una y luego la otra o las dos al mismo tiempo. Mi mujer se puso encima mío y me hacía un maravillosos 69, al mismo tiempo que me metían su lengua y sus dedos por mi culo. Yo, entre tanto, le chupaba con gran avidez su cuca y su culo. Luego se montó sobre mi, cabalgándome: se metió todo mi huevo en su caliente y jugosa cuca y empezó a moverse de forma sensacional, al tiempo que le acariciaba su ricos y duros pezones de las tetas. Agata, por su parte, le besaba y lamía su espalda, hasta introducirle su lengua y sus dedos en su culo, todo lo cual le produjo varios orgasmos. Pero la lengua de la chica era una culebra de placer con el culo de mi mujer y con el mío. Quería prolongar ese momento maravilloso. MI mujer estaba en un éxtasis de placer. De repente, sentí que estaba a punto de acabar y me aguanté un poco; pero sentí que soltaba toda la leche del mundo, como si viniera de mi espinazo y grité y reí de placer. Agata estaba loca de gozo y mi mujer tuvo varios orgasmos seguidos, hasta que quedó casi desmayada sobre mi. Los tres habíamos alcanzado el máximo goce. Poco a poco, nos separamos como hipnotizados. Nos tomamos un trago para refrescarnos y normalizar nuestros sentidos. Agata dijo que lo había pasado maravilloso y, antes de irse, confesó que disfrutaba mucho cuando hacía el amor con parejas novatas, principalmente cuando la mujer era tan caliente como la mía. Al quedar solos, le di las gracias por ese sueño hecho realidad y, al recordar los momentos que recién habíamos disfrutado, mi mujer y yo empezamos a acariciarnos de nuevo. Recorrí con gran delicia todo su cuerpo, dándole las caricias más tiernas y calientes. Pronto, estábamos listos para hacer el amor. Lo hicimos como salvajes hasta quedar exhaust
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