Capítulo III
Los días siguientes transcurrieron en medio de una tensa calma que amenazaba con romperse en cualquier momento. Cada vez que se cruzaban, Leo le ignoraba de forma manifiesta, como si su existencia fuera algo mínimo y despreciable. Llegó a pasar de él de tal manera que temió que intentara atravesarlo en uno u otro momento. Incluso su madre le preguntó al respecto. Sin embargo, el ceño fruncido de su hermana terminó por desaparecer y, al final, todo volvió a la normalidad.
Para Sergio eso fue un alivio. Por primera vez en su vida le importaba lo que su hermana pensara de él. Como encajar eso con haberla chantajeado para desnudarse era algo que aún tenía que clarificar. Una tarde de esas el destino puso en sus manos otra oportunidad para disfrutar de su preciosa hermana.
-¡He dicho que no, y es no! –Los gritos de su padre resonaron desde el piso de abajo.-
-¡Pero...! –Su hermana intentó llevar la conversación hacia donde le convenía.- ¡No es justo!
-Será mejor que subas a tu cuarto y te pongas el pijama. –Intervino su madre, mediando entre las dos fieras.-
Su padre y su hermana llevaban discutiendo casi una hora esa tarde, el motivo era el de siempre: Una adolescente con 17 años que pedía a gritos más libertad, frente a unos padres que reconocían que la libertad de su hija no era precisamente lo más recomendable y sano del mundo. Eso, unido a las malas notas y a las poco recomendables compañías que frecuentaba, hacía que sus padres, como siempre, le dijeran que ni agonizantes le iban a dar el dinero que quería, que se tenía que conformar con lo que le daban ahora, y eso sin mencionar los horarios, si pasaba un minuto de la una los sábados, mejor que se fuera buscando un buen libro, pues no saldría en dos semanas.
-“Aunque tenga que ponerte un candado en la puerta.” -Era la amenaza final de su padre, aunque nunca la había cumplido. Al menos de momento.-
Sergio suspiró. A sus casi quince años, las peleas que había tenido que ver entre sus padres y su hermana eran cada vez más frecuentes y virulentas, no ganaba nada cerrando la puerta, ni siquiera estando su habitación en el segundo piso, sus voces le llegaban alto y claro.
Agudizando el oído pudo escuchar los pasos fuertes de Leonor en la escalera, sus murmullos coléricos por lo bajo, llenos de alocuciones que harían sonrojar a un camionero o a un obrero de la construcción que supiera hablar español. Él esperaba el portazo de siempre, pero no, rompiendo un record de dieciséis portazos en otros tantos días consecutivos, esta vez no lo hubo. Para que luego digan que las mujeres son predecibles.
Poco después, esa misma tarde, escuchó a sus padres decirles, a través de las escaleras, que irían a comprar un par de cosas que necesitaban para la cena. La voz floral de su madre, que en vez de una pelea familiar parecía haber presenciado un recital de danza, le trajo sin cuidado.
Sintió sed, todo el día había sido caluroso y él apenas había bebido algo. Con tal de no bajar las escaleras y verse mezclado en una batalla campal, incluso morir de sed era una opción tentadora. Dado que el terreno estaba despejado, optó por ir a buscar un refresco o dos. Cansinamente, se levantó de su butaca. El ordenador podía esperarle un rato más. O al menos eso esperaba, a lo mejor un día se encontraba con que el ordenador se había marchado mientras él estaba en el baño. Las nuevas tecnologías avanzaban muy rápidamente.
La casa donde vivían era un chalet muy simple, dos habitaciones y un baño arriba, mientras que abajo estaba la habitación de matrimonio, con su respectivo baño, el salón y la cocina. También tenían un pequeño jardín, coto privado de su madre.
Cuando abrió la puerta, lo hizo sigiloso como una pantera; no quería que su hermana se le echara encima y pagara con él sus frustraciones. Ya le había pasado alguna que otra vez, y las bofetadas de su Leo eran de todo menos cariñosas. Era una mujer violenta. Bien pensado, ¿Hay alguna que no lo sea?
Se quedó quieto, un pequeño resquicio de la puerta de su hermana estaba abierto, dejando pasar una línea de luz en el lúgubre descansillo. Él, agradeciendo el hecho de no llevar las zapatillas y no hacer ruido al pisar, continuó sigilosamente, puso el pie en el primer escalón, en el segundo, se dispuso a bajar, y... Le picó la curiosidad. No había otra forma de describirlo. Su hermana solía ser muy celosa con su intimidad, encontrar su puerta cerrada y con el pestillo puesto era algo normal, y en ese momento…
Desandó sus pasos y se acercó a la luz.
Esperaba verla despotricando, furiosa, incluso llorando de rabia o algo parecido, pero lo que vio le dejó, cuanto menos, atónito. Su hermana, pese a tener un semblante de mal carácter en el rostro, estaba desvistiéndose. ¡Se estaba quitando la ropa!
Sergio nunca había intentado espiar seriamente a su hermana, más que nada porque ella siempre era cuidadosa en ese aspecto, pero quizás, el cabreo, las prisas y el calor del momento estaban jugando esta vez a su favor. Sergio dudó sobre si marcharse o no, sobre si lo que hacía era algo incorrecto. Tardó 0.02 segundos en decidir quedarse y mirar. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero él no era un estúpido felino, ¿Qué era lo peor que podía pasar?
Leo se quitó la camiseta que llevaba pasándosela por la cabeza. Su sujetador apareció, blanco, con algo de encaje, bonito. La melena oscura, tentadoramente despeinada, le cubría uno de los hombros.
La mente de Sergio no podía más que recorrer una y otra vez el cuerpo de su hermana, incluso respirar se convirtió en algo secundario. Enfundada en unos pantaloncitos de tela, con ese cuerpo precioso que tenía… Su trasero era respingón, las facciones de su rostro eran suaves, bueno, al menos de base, porque estando cabreada como estaba, su ceño fruncido y los ojos entrecerrados ofrecían un aspecto más amenazador que atractivo. Como un leopardo, precioso, pero va a comerte.
Y entonces, con toda la naturalidad del mundo, se deshizo del sujetador.
-“Preciosas.” –Pensó Sergio instantáneamente, sintiendo una oleada de emoción.-
Los pechos de su hermana nunca habían sido muy grandes, incluso alguna vez la había escuchado hablar con alguna de sus amigas de que no estaba muy conforme con ellos, pero tenían una medida bastante buena.
-“Quizás una talla 85, pero tirando a grande.” –Rumió su mente, mientras su entrepierna recibía impulsos eléctricos.-
Ella se acarició los senos levemente, quizás por las rozaduras del sujetador, quizás. Los pezones oscuros coronaban esos senos cremosos cuya textura no alcanzaba ni a imaginar. ¿Qué no daría por tocarlos?
Y, justo cuando su erección alcanzaba cotas peligrosas, sucedió lo peor.
Movida por una repentina corriente de aire que se formaba con la ventana abierta, la puerta de su hermana chirrió un instante mientras se abría más. La mirada de Leo buscó el movimiento automáticamente.
Sus ojos se encontraron.
-“Joder.” –Fue lo único que pudo pensar.- “Estoy muerto.”
Los ojos de su hermana chispearon de furia. En dos zancadas recorrió su cuarto cuan largo era, terminó de abrir la puerta y...
¡PLAF!
El sonido de la bofetada reverberó por el descansillo.
-¡ERES UN PUTO CERDO! –Gritó ella a pleno pulmón.-
Sergio percibía estrellitas blancas en su campo de visión. Nunca, jamás, le habían golpeado tan fuerte. Incluso pensó que se marearía. Su hermana levantó de nuevo la mano, él intentó pararla pero...
¡PLAF!
No tan fuerte como la anterior, pero igual de dolorosa. Leonor estaba fuera de sí, Sergio, entre asustado y aturdido, intentó defenderse, cubrirse con las manos y sobretodo detener las de su hermana. Forcejearon unos instantes cuando la chica volvió a intentar darle. Sergio instintivamente retuvo a su hermana, por cosas de la vida, en el tira y afloja una de sus manos acabó prácticamente encima de uno de los magníficos pechos de su hermana. Rozar el pezón de Leonor le hizo sentir algo especial, una corriente eléctrica que le dejó aturdido... Su reacción le dio tiempo para sacudirle una vez más.
Estaba desequilibrado y, por la inercia del golpe, se calló al suelo.
-¡Eres un cabrón! –Le fulminó con la mirada, Sergio pensó que le escupiría, pero ella acababa de reparar en algo que se le había caído a su hermano del bolsillo. Antes de que este se diera cuenta, se agachó a recogerlo, ocultándose el busto con uno de los brazos.-
-¡Eh! ¡Dámela! –Sergio se dio cuenta de que lo que su hermana había cogido era su cartera, una preciosa billetera de cuero, regalo de su abuelo por su último cumpleaños.- ¡Es mía!
-Te jodes. –Dijo ella, mientras la abría de malos modos.-
-Se lo diré a...
-Sí, yo también les diré que mi hermano me espía mientras me cambio, y que se hace pajas en mi puerta. –Dijo ella aún gritando y fulminándolo con la mirada.-
-No me estaba...
-¡Cállate! –Leonor encontró lo que buscaba, sacó los dos billetes de 5€ que había y los guardó en su puño.- Cinco por mirar y cinco por tocar. Gilipollas.
Le tiró la cartera a la cabeza y, esta vez sí, cerró la puerta de su cuarto con un portazo, incluyendo el sonido metálico de su pestillo al ser echado. Sergio tardó unos instantes en levantarse, tenía el rostro adolorido, pero no tanto como al principio. Taciturno, se refugió en su habitación, olvidando que se estaba muriendo de sed.
Tenía los ojos muy abiertos. Recordaba esos pechos, esos bonitos pechos, y el calambre que había sentido al tocarlos... Y, como si fuera un disco rayado, se repetía en su cabeza la letanía: “Cinco por mirar y cinco por tocar, Cinco por mirar y cinco por tocar, Cinco por mirar y cinco por tocar...”
Se sentó en su butaca, escuchando a través la música que Leonor acababa de poner. Apagó el monitor del ordenador, se incorporó, aturdido, no sabía si por los golpes o por la imagen de su hermana, su atractiva hermana...
Puso su propio pestillo, se lanzó sobre la cama y, automáticamente, sin pensar en nada más, se masturbó. Fue una paja rápida y sumamente placentera; las imágenes de los pechos de su hermana, el morboso roce, el “Cinco por mirar y cinco por tocar”... Contuvo un gemido mordiéndose los labios y notó su propio semen caliente entre los dedos. Tendría que usar la toalla que guardaba en el armario para sus “accidentes de puntería”, se había manchado un poco la ropa.
-“A tu salud.” –Murmuró pensando en la chica del cuarto de al lado.-
El resto del día fue de lo más anodino. Más tarde, cuando le llamaron a cenar, alegó que prefería comer en su cuarto; no era nada atípico en él, y su madre no puso pegas. Al terminar, bajó los platos, Leo estaba en el sofá del salón, de espaldas a él.
-“Mejor.” –Pensó.- “Ahora mismo no me apetece que me veas.”
En el baño de arriba se dio una ducha refrescante, se puso el pijama, se lanzó entre las sábanas cama y durmió.
O al menos lo intentó.
Nunca antes había soñado algo de forma tan obsesiva y violenta. Tenía calor, mucho calor. Dentro de su sueño tan solo la veía a ella, la primera mujer desnuda que tocaba, rememoraba el roce, la electricidad... Incluso las bofetadas le parecían menos dolorosas. Pero, sobretodo, la frase, la mítica frase... “Cinco por mirar y cinco por tocar.”, resonaba en su mente, una y otra vez, como un faro que lo atraía a puerto seguro después de una travesía peligrosa.
Se despertó sobresaltado. Estaba sudado de pies a cabeza, las sábanas se enrollaban alrededor de su cuerpo mientras que su miembro; enhiesto, miraba al techo firme y desafiante. Las palpitaciones de su sexo le traían constantemente la imagen de Leonor semidesnuda a la cabeza.
-“Eres un puto enfermo.” –Se reprendió, agotado por los sueños inquietos.-
Su duchó para quitarse el sudor del cuerpo, aprovechando la ocasión para masturbarse y descargar tensiones. Mientras observaba como el blancuzco semen se marchaba por el sumidero, su cabeza era un hervidero de ideas obsesivas; docenas de planes, de tentativas, quería ver más, quería tocar, saber, descubrir... Nunca había sido muy activo sexualmente, las chicas le gustaban, pero también le intimidaban, a veces pensaba que todo se debía a su altura, ser más bajo que un par de sus compañeras de clase era humillante. Por ese motivo, casi toda su sexualidad se había desarrollado en su cuarto. Es lo que tenía Internet, le daba acceso a todo lo que podía desear ver. Pero ahora había entrado en un mundo diferente, un mundo que necesitaba seguir explorando, y la elegida era especial, tan especial que, aparte de mal genio, tenía su misma sangre.
Sin nada especial que hacer ese día, se dedicó a rumiar un plan que le acercara a su objetivo: Leonor. Espiarla de nuevo sería prácticamente imposible; ni en la ducha, ni en su cuarto, ni nada, por lo que lo único que le quedaba era ir de frente, ser sincero en lo que quería. Había diseñado un plan que, en ese mundo loco, podía funcionar. Sí, tenía que funcionar…
-“Lo peor que puede ocurrir es que me lleve dos hostias más.” –Se jactó, pese a que aún le dolía una de las mejillas.- “Además, no puedo dejar de pensar en ella, si no me la quito de la cabeza no volveré a dormir bien.”
Como todos los días, menos los domingos, sus padres se habían marchado a trabajar. Pese a que ellos tenían un par de días festivos, que al juntarse con el fin de semana hacían un puente, sus padres tenían que abrir su comercio, una asesoría financiera. Ser autónomo es lo que tiene.
Al contrario que a su hermana Leonor, a Sergio siempre le daban todo lo que quería, incluidas cantidades decentes de dinero cada semana que, al no salir, no se gastaba. Su padre le había regalado una pequeña caja de caudales, donde, teniendo en cuenta que era un chico de casi 15 años, había una pequeña fortuna. Cogió unos cuantos billetes y los introdujo en su billetera, tenía la respiración agitada, pensó que hasta le temblarían las rodillas.
Llegó frente a la puerta de su hermana, entró sin llamar. Lo primero que le recibió fue una mirada penetrante, molesta.
-¿Qué coño haces entrando sin llamar? –Tan delicada como siempre. Estaba tumbada en la cama, con una revista en las manos.-
Sergio la miró directamente a los ojos.
-¿Acaso quieres llevarte otra como ayer? –Leonor se incorporó en la cama, dispuesta a defender su territorio si hacía falta.-
El chico, sin apartar la mirada, palpó en su bolsillo, cogió la cartera, la abrió y, con toda la naturalidad del mundo, dejó un billete encima de la cómoda que tenía a su lado.
-Cinco por mirar. –Lo dijo de forma mecánica, tal y como se había estado repitiendo en su mente, en su obsesivo sueño.-
-¿Qué? –El rostro de estupefacción de su hermana fue de película, abrió mucho los ojos, e incluso su boca quedó en una mueca de incomprensión.-
-Cinco por mirar. –Repitió Sergio con la misma seguridad fingida del principio, en realidad su sentido común estaba en el mundo de Yupi.-
-¿Quieres...? –Ella pareció comprender, su primer acto reflejo fue taparse el escote con la revista, pero luego, aún sorprendida, frunció el ceño y le atravesó con la mirada.- ¿Es lo que imagino?
Hubo varios segundos de silencio en los que su hermana le miró de muy diferentes formas, del odio a la sorpresa, de la sorpresa a la duda, de la duda a la determinación, siempre con orgullo.
Se levantó de la cama lentamente, y se acercó a Sergio, levantó la mano un poco, gesto que el chico interpretó como que le iban a volver a dejar la cara caliente, por lo que se apresuró a explicarse.
-Ya te he visto las te... –Carraspeó.- Los pechos. Ya te los he visto, así que no debería molestarte tanto, tú estás todo el día quejándote porque no tienes dinero. Así ganamos todos, tú el dinero, y yo, estar delante de una mujer desnuda.
-¿Tan poca cosa eres que tienes que hacer esto para ver una mujer desnuda? –Le espetó ella malintencionadamente.-
Sergio procuró no sonreír. Bien, las cosas estaban marchando tal y como quería. Era el momento de jugar la carta emocional.
-Pues puede que sí, soy el más bajo de mi clase, más que algunas chicas, puede que eso me haga no tener huevos para entrarle a las mujeres, puede que si consigo acostumbrarme a una eso no vuelva a pasar, puede que esta gilipollez me ayude a tener una vida sexual propia.
Era una mentira como una casa. Si su hermana lo conociera sabría que no tenía ningún complejo al respecto, el tema tan solo le parecía cansino. Por lo demás, si le servía para que accediera a participar en su “juego”, mejor que mejor.
Leo le miró intensamente, tal vez sorprendida por su confesión, por muy artificiales que hubieran sido sus palabras. La chica, confundida, miró el dinero y después a él. Se mordisqueó el labio inferior de esa forma encantadora que tienen las mujeres de hacerlo.
Sergio contuvo la respiración, aguardando la decisión. Tenía que darse cuenta de que era algo muy lógico, todos ganaban. Era una locura muy lógica, valga la paradoja.
Con un suspiro agotado y después de negar con la cabeza, Leonor cogió el billete de 5€ y se lo guardó en el bolsillo.
-Pon el pestillo. –Dijo esta con tono amargado mientras se daba la vuelta.-
Sergio no se hizo de rogar, el pestillo pronto estuvo en su lugar, sabían que estaban solos, pero era una precaución que él aprobaba.
Ella le miró una vez más.
-Esto no puedes contárselo a nadie. Ni a tus amigos, ni a tus conocidos de Internet, ni escribirlo, nunca, a nadie, jamás, pase lo que pase. –Por unos momentos la presencia de su hermana fue temible.-
El chico estaba absolutamente aterrado, prácticamente contaba con llevarse dos bofetadas y ser sacado del cuarto a patadas de nuevo, pero esto... Una alineación de planetas estaba ejerciendo su influjo en esa habitación.
-Deja de estar ahí como un imbécil, siéntate. –Ordenó ella, que se había llevado las manos a la espalda y desenganchaba su sujetador aún llevando la camiseta.-
La verdad es que, si lo mirabas con atención, eso de quitarse el sujetador antes que la camiseta era algo bastante atractivo. La prenda íntima acabó encima de la mesa. A Sergio le pareció algo muy obsceno, aunque no supo por qué.
-Mirar. –Avisó ella.- Nada más, absolutamente nada más. Si te pasas, ya sabes lo que te espera, lo de ayer no fue nada en comparación... Y no lo hago por... Por...
-Sí. –Dijo, rompiendo su silencio, ansioso porque esa camiseta verde se levantara desvelando lo que tanto deseaba, pensando que eso era un sueño, y un instante después despertaría sudado y con una gran erección.- Acepto tus reglas.
Leonor se dio la vuelta y se quitó la camiseta rápidamente, tapándose con los brazos, luchando contra las dudas de última hora que habían aparecido. Pero cedió, era una chica orgullosa, pero también necesitada, además, a fin de cuentas, ya se las había visto, se dio la vuelta, y las destapó.
Un suspiro escapó de sus labios. Eran tan hermosos... La piel tan pálida... Los pezones tan apetecibles...
El rubor apareció en el cuello de su hermana y se extendió por su rostro. La mujer miró hacia otro lado mientras respiraba profundamente. Sergio aprendió a valorar su respiración, cuando cogía aire, sus senos resaltaban aún más, para volver a su posición original al expulsarlos. Tuvo un deseo casi incontrolable de acariciarle los pezones y ver si podía ponerlos duros.
La mano comenzó a hormiguearle de necesidad por tocarla. Estaba ligeramente encorvado, un movimiento reflejo para tratar de ocultar su erección.
-Vale, ya está. –Leonor se cubrió con la camiseta y le fulminó con la mirada.- Ya me has visto, vete.
-Pero... –Tragó saliva y asintió.- Sí, será mejor que me vaya...
Trastabilló mientras caminaba había atrás, atisbando los costados de su hermana y su vientre liso. Toda ella parecía apetecible. ¿Morderla estaría mal? Cuando ella entrecerró los ojos aún más, él llegó a la conclusión de que debía acelerar la huida.
En su habitación hizo lo que tenía que hacer. Se dio placer, acariciándose lentamente esta vez, queriendo retardar lo máximo posible su orgasmo. Acarició su glande y el resto de su miembro, incluso apretó ligeramente sus testículos, aunque nunca había encontrado placer en algo así.
Gimió al correrse, y, mientras permanecía jadeante en la cama, sonrió, conteniendo apenas las carcajadas.
La vida tenía paradojas muy, muy suculentas. Tanto como las cremosas tetas de su hermana.
A lo largo de las siguientes dos semanas, Sergio visitó a Leonor en una siete ocasiones. Si fuera por él, se habría pasado la vida en el cuarto, dejándose hasta el último céntimo en su inconfesable vicio. Sin embargo, no quería que ella se sintiera acosada y, además, esperar un poco tenía sus ventajas. Aumentaba el deseo.
Las primeras veces tras su debut, Leo seguía mirándole con recelo y rencor, exhibiendo su anatomía orgullosa, pero ofendida por tener que hacerlo, aunque sin poder ocultar la satisfacción que le reportaba el dinero extra. Algunas veces le miraba de forma tan acusadora que Sergio llegó a pedirla que cerrara para que no le hiciera sentir culpable. Ella se rió de él.
Poco a poco, conforme tenían más de estos intrigantes encuentros, ella empezó a relajarse. Incluso parecía encontrar divertida la situación. Al parecer había llegado a la conclusión de que conseguir dinero por pasar unos minutos semidesnuda en su habitación era algo por lo que estar contenta. Incluso empezó a hacer chistes sobre la cara de embobado que ponía Sergio al contemplarla, halagada por su fascinación. Incluso llegó a ofrecerle todo un espectáculo mientras se ponía crema hidratante después de haberse duchado, mientras él observaba la escena prácticamente babeando.
Mientras observaba la piel de su hermana observar la crema y a esta sonreír de forma maliciosa, Sergio se hizo a la idea de que había llegado el momento de dar un paso más. ¿Loco él? Probablemente.
Como cada vez que llamaba a su puerta y ella le daba permiso para entrar, Leonor sonrió mientras suspiraba, aparentemente exasperada por la situación. Sin que mediara palabra, se quitó la camiseta que llevaba en ese momento e hizo lo propio con el sujetador negro de deporte.
Él sintió la boca al ver el objeto de su obsesión, sin embargo, ver no era lo único que quería ese día.
-Cinco por mirar... Y cinco por tocar... –Colocó los billetes con suavidad en la mesa.-
Ella reaccionó con estupor y perdió la sonrisa que había puesto al ver acercarse dinero fácil. El enfado cobró enteros poco a poco mientras negaba con la cabeza.
-Estás loco, no pienso dejar que me pongas la mano encima. –Se puso la camiseta rápidamente.- Bájate de la nube y deja de soñar. Vete.
Sergio gruñó, sabía que no sería fácil, pero encontraba agotador ese juego de toma y daca que sostenían. Intentó ser sincero con sus palabras, no fuera que ella descubriera sus sutiles manipulaciones.
-Verte es suficiente para excitar a cualquiera, y lo sabes, pero quiero aprender a estar seguro delante de una mujer, y todo lo que hacemos no me servirá de nada si me pongo a temblar con la primera caricia o no sé donde mirar. –La miró directamente a los ojos.- Quiero aprender, Leo, quiero conocer a las mujeres.
Ella puso los ojos en blanco.
-¿Te crees que he nacido ayer? –Señaló a la puerta.- No voy a dejar que me metas mano, Sergio, soy tu hermana, joder, debería darte vergüenza hasta pensarlo...
-Sí, tal vez debería avergonzarme. –Suspiró y hasta a él le pareció que lo hacía de forma un poco melodramática.- Pero eres una mujer atractiva, ¿Sabes que todos mis amigos tienen fantasías contigo?
-Joder, que asco. –Hizo un ruido acorde a sus palabras.- Como si me interesara gustarle a ese grupito de pajeros.
-Bueno... –Se limpió el sudor de las manos en los pantalones.- No haré nada que tu no quieras, tendrás el control en todo momento... Puedes mirarlo como un favor que me haces... –Señaló a los billetes.- Y todos salimos ganando. ¿Qué tiene de malo?
Ella le fulminó con la mirada y pareció dispuesta a decirle las mil cosas malas que tenía. También parecía dispuesta a sacudirle una bofetada, pero eso no era nada anormal. Leo se pasó la mano por el pelo, nerviosa. Miró de soslayo el dinero, después a él. Negó con la cabeza y murmuró algo para sí misma que le sonó a “Cerdo pajero”. Nada halagador.
-Ven. –De nuevo dirigió hacia él esa mirada dura cargada de animosidad mientras se quitaba la camiseta.- Tócame.
Sergio de repente se sintió muy nervioso. Había esperado que accediera, pero la verdad es que no sabía como empezar, no sabía qué hacer. Salvo el pequeño contacto con su hermana, lo más cerca que había estado de tocar unos pechos habían sido los “roces accidentales” que tenía de vez en cuando con sus compañeras de clase. Era un chico muy torpe. Y sus amigos también. Había leído, por ociosidad más que otra cosa, algunos libros sobre sexo, técnicas amatorias y demás chorradas. Pero nada de eso servía para esta situación. Por mucho que dijeran, nadie nace sabiendo.
-¡Vamos! –Ella le cogió las manos y las dejó encima de sus tetas.- Que no tengo todo el día...
-Mmm... –Las tocó, al principio con dudas, luego con decisión. Eran blanditas, de un tacto cálido, suave... Encantador...- Son muy...
-No hables. –Cortó ella, que miraba hacía otro lado, manteniendo una mueca de indiferencia absoluta, pese a que también se percibían rasgos de humillación.-
Verse ahí, tocándola, fue para él como si le atravesara un rayo. Que tenía una erección era obvio, empezaba a tenerlas en cuanto se le pasaba por la cabeza la idea de visitar a su hermana, y ya no hacía nada por disimular el bulto de sus pantalones. Acarició la suave rugosidad de sus pezones y ella dejó escapar un sonido de la garganta, aunque no le pareció que fuera de placer.
Si pasaron diez segundos o diez minutos él nunca lo supo, era tal su fijación con los pechos de su hermana que no fue consciente de la realidad hasta que, dándole un leve empujoncito, Leonor le apartó de su lado, cubriéndose rápidamente con los brazos.
-Tiempo. Ya está... Lárgate.
-Pero... Te daré más dinero y...
-No. –Fue tajante, Sergio supo que no debía discutirlo.- Por hoy ya es suficiente.
Su hermana le obligó a salir del cuarto y le cerró la puerta en las narices. Sergio pensó, quizás se equivocaba, que los ojos de Leonor se habían tornado acuosos, como si estuviera a punto de llorar.
No le importó demasiado.
El chico estaba en una nube, una preciosa nube de algodón de azúcar. Todo, hasta el más mínimo detalle, le encantaba, era genial, perfecto, inmejorable... Fue directamente al baño, donde se cascó una soberana paja. Sus manos aún recordaban el tacto aterciopelado de los pechos de su hermana, y sus pezones... Recordó no haberlos pellizcados, quería sentirlos en sus dedos, retorcerse... Y...
-“Por hoy ya es suficiente...” –Recordó las palabras de su hermana.- “Por hoy.”
A la hora de la cena, a la que esta vez acudió para hacerla en familia, en el salón, hubo un silencio súbito. Sergio buscó insistentemente una mirada cómplice de Leonor, pero ella estaba especialmente interesada en un trozo de tomate de su ensalada, no levantó los ojos en ningún momento.
Dormir fue más sencillo, ella estuvo de nuevo en sus sueños, pero ya no de forma tan obsesiva y dolorosa, ahora era más bien la representación del placer y la belleza. Al día siguiente, cuando el sonido del coche de sus padres se apagó a lo lejos, Sergio salió de su habitación y, de nuevo, penetró en la de su hermana. La misma mirada, el mismo gesto, dejar los billetes en el mismo sitio... Leonor, suspirando, se despojó de su ropa y condujo sus manos nuevamente hacía sus preciosos pechos...
¿Cuántas veces repitió el proceso? Durante una semana, casi todos los días, estuvo, insistentemente, a las mismas horas, entrando en la habitación de su hermana, acariciando, apretando, sosteniendo entre sus manos la morbidez de su par de tetas... Y, si por él fuera, habría seguido así durante un año. Pero...
-¡Basta! –Vociferó su Leo, sorprendiéndolo, mientras estaba en su labor diaria de tocar, tocar y tocar.- ¡Pero que coño haces!
-Yo... Pues...
-¡No soy una vaca! –Estaba realmente fuera de sí, lo curioso era que no se tapaba, a fin de cuentas, su hermano ya tenía de sobra conocido hasta el último milímetro de su piel. Y a todo acaba una acostumbrándose, incluso a estar desnuda.- ¡No puedes estrujar, apretar y tirar de esa forma! ¿Eres imbécil o qué?
La verdad es que a Sergio le perturbó la forma que tuvo su hermana de sacarlo de su particular ensoñación, parecía realmente indignada.
-Perdona... –Titubeó, avergonzado.- Lo siento, es que no sabía como...
-Vete, ya está, se terminó. –Ella cogió su camiseta para ponérsela, pero Sergio agarró, con poca fuerza, su muñeca.- ¿Ahora que quieres?
-Enséñame. –Dijo este con sencillez, la verdad es que magrearle las tetas a su hermana durante una semana le había dado un cierto grado de seguridad en sí mismo, sobretodo en el trato hacía ella, que ni loco habría pensado que podría tener.-
-Yo no soy una... –Había estado a punto de decir “puta” pero se contuvo, sintiendo ligeros remordimientos.- Yo... No tengo por qué enseñar a un niño salido como tú a tocarme las tetas.
-Por favor... Leo... –Cogió un nuevo billete y lo dejó en la cómoda.- Quiero hacerlo bien, no me gusta ser el único que disfruta...
-Claro, como que a mí me gusta que me toques las tetas... –Se giró, dándole la espalda.-
Sergio sabía que en ese momento se le podía acabar el chollo con su hermana, que tenía que hacer y decir algo realmente importante o se iba a quedar solo, de nuevo, abandonado a las chicas de Internet, que ni de lejos estaban tan buenas como su hermana, y, sobretodo, no podía tocarlas.
-Mira, yo nunca había hecho esto nunca... Aún no... Me he enrollado con ninguna chica, no hasta ese punto, no tengo práctica, no sé como... No sé que hay que hacer... –Puestos a soltar el discurso, decidió ser sincero.- Leo, esto es importante para mí... Porque me cuesta mucho acercarme a las chicas, me... Me dan miedo... Si fallo también aquí, probablemente sea virgen hasta los 40...
-Joder... –Exclamó ella, visiblemente risueña ante la humillación de su hermano.- Que melodramático te pones... Ni que estuvieras entre la vida y la muerte. Y no eres tan feo, creo.
-Son dos etapas de mi vida, dos etapas diferentes, tú eres una mujer. –Había escogido bien la palabra “mujer”, era más solemne que llamarla “chica”.- Y sabes más que yo, podrías enseñarme... Y yo, bueno, tengo algo que tú necesitas... Todos ganamos.
-Mira... Déjate de tonterías... –Hizo un ademán con la mano para que se callara.- Si quieres que te enseñe, o al menos te diga como no destrozarle las tetas a una mujer, lo primero; tendrás que hacer solo lo que yo te diga.
-Sí.
-Dejarás de mirármelas como si solo fueran un trozo de carne, valorarás el total.
-Te valoro. –Respondió él, repentinamente avergonzado.- Ya te lo he dicho, esta posibilidad surgió por accidente y bueno, eres la mujer más guapa que conozco...
-Oh, que romántico. –Leo hizo una mueca sensiblera, bromeando.-
-No te ilusiones, no conozco a muchas. –Apuntó él, intentando no parecer demasiado sentimental. Toda esa escena era para que le dejara volver a tocarla, y parecía haber tenido éxito.-
-Ya... Bueno... A ver... –Observó su cuarto detenidamente, calculando algo, acto seguido movió con dificultad un espejo grande, de cuerpo entero, que tenía en una de las esquinas y usaba normalmente para ver como le quedaba la ropa. Situó el espejo de forma que quedara justo frente al lecho.- Siéntate en la esquina de la cama, déjame sitio...
Él hizo todo lo que ella ordenó, pronto la tuvo sentada entre sus piernas. Al instante su mente se fue a su entrepierna, un poquito más atrás, y se rozaría de lleno con su erección. ¿Cómo reaccionaría? Sería algo muy violento incluso para él. Ella le sacó de sus preocupaciones agarrando sus manos.
-Mira, esto no es cosa de ordeñar... –Los dedos de Leonor se entrelazaron con los suyos, prontamente condujo sus manos hasta su torso desnudo.- Para las mujeres sus pechos son algo muy delicado... Hay días que el menor roce nos molesta e incluso puede doler, es todo muy hormonal, pero también muy físico...
Sus dedos, conducidos por los de su hermana, empezaron a acariciar suavemente, muy suavemente, el contorno de sus senos.
-Piensa que es algo delicado... Para apretarlos, morderlos y pellizcarlos es necesario más... –Dudó sobre lo que decir.- Preparación... Hay que estar...
-Caliente. –Terminó él en un susurro entrecortado. La verdad es que el tono seudo educativo de Leo le estaba poniendo a mil.-
-Sí, excitado, ahí se te va un poco la cabeza, y todo es posible, incluso morderlos con saña... Pero, cuando estás en reposo... –Las yemas de sus dedos, describiendo círculos, empezaron a rodear sus pezones.- Las caricias... Usar bien el sentido del tacto... ¿Lo notas?
-Se ponen... Más duros...
Sergio estaba muy concentrado en su labor. Tenía la cabeza casi apoyada en uno de los hombros de la chica; su piel y su pelo olían al champú de frutas que usaba. Su cuello era suave...
-Cuando se ponen duros... –Continuó explicando ella.- Es nuestra forma de manifestar excitación.
-Cómo las erecciones de los chicos. –Señaló él. Le estaban tratando como a un necio, pero... Le encantaba.-
-Sí, eso es. A veces pasa por los cambios de temperatura, o por el roce de la ropa, un pensamiento caliente también puede ponerte así... –Las caricias se centraron en sus pezones de forma sincronizada, ahora sí eran auténticas piedras.- En el sex... Quiero decir, en las relaciones, hay que ser justos, dar placer para recibir placer... Ese es el juego...
Sergio, tan cerca como estaba de su hermana, teniéndola prácticamente encima, pudo notar como sus respiraciones empezaron a ser más profundas. Por primera vez se fijó en el espejo, ahí estaba el reflejo de los dos, de sus manos, conducidas por las de la chica, que recorrían sus bellísimos pechos. Acariciando sus puntas oscuras, recorriendo sus aureolas. Leonor tenía los ojos ligeramente entrecerrados.
-Y si sigues así... –Su voz bajó hasta un susurro ronco.- Si eres generoso y delicado... Conseguirás tener a cualquier chica que desees... Sí...
Entonces ella se reclinó más, y notó perfectamente la erección de su hermano, dado que se la debió clavar en la espalda. Como un resorte, se levantó.
-Vale, hemos terminado por hoy. –Murmuró, aunque esta vez parecía acalorada no solo por el enfado.-
-Sí... –Sergio la miró unos instantes, le dedicó una sonrisa.- Gracias, Leo.
Salió de su cuarto. Esta vez no fue directamente a masturbarse, rememoró todas y cada una de las palabras de su hermana. El resumen era sencillo “Si eres generoso con las mujeres, ellas te abrirán las puertas del paraíso”. Si ese era el camino, él quería llegar. Sin ninguna duda, el paraíso se le antojaba apetecible... Muy apetecible.
Capítulo IV
Pasaron unos días en los que siguieron con sus curiosas “clases prácticas”, Leonor le estaba enseñando todos los secretos sobre el busto femenino; Sergio casi se sintió morir de placer cuando ella se humedeció las yemas de los dedos y acarició con ellas sus pezones. Pero, aparte de lo físico, también había otras clases más teóricas sobre la mente de la mujer; En qué pensaban estas, qué les gustaba, qué las hacía sentirse especiales y no como simples trozos de carne. Ella a veces seguía mostrándose ligeramente dudosa sobre lo que hacían, pero cuando revisaba su cartera, que se llenaba considerablemente cada vez que su hermano la visitaba, sus dudas se disipaban. Era un juego que le estaba saliendo rentable, además, aunque lo negara, empezaba a encontrarlo entretenido.
En la “clase” anterior, su maestra había decidido que ya sabía lo suficiente como para poder dejarle “aprender” solo, sin guiar sus manos. Por lo que había devuelto el espejo a su posición original, para después colocar la almohada y unos cuantos cojines en el respaldo de la cama, donde después se reclinó, toda ella gracia y belleza.
-Así estaremos más cómodos. –Había dicho ella mientras le indicaba un lugar a su lado para que se colocara.-
Al verla ahí, tumbada, a Sergio se le secó la boca. Estaba preciosa. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de lo hermosa que era Leonor? ¿Y de cómo sus ojos chispeaban, pasando de un azul claro a uno borrascoso conforme crecía su excitación? Siempre la había visto como su hermana; una chica violenta, desorganizada y en la que no era posible confiar.
Ahora la veía más como una persona; como una mujer.
Una hermosa mujer que atraía a los hombres. Que le atraía a él.
Aunque tal vez esos pensamientos tan extraños eran frutos de sus erecciones. Con tanta sangre acumulándose en su miembro, tal vez el cerebro empezaba a resecarse. Pero en fin, ahí estaba, reclinado a su lado, acariciándola, tan cerca de su cuerpo que podía sentir su tibia temperatura en ascenso.
Sus manos estaban amasando con delicadeza, pero sin vacilar, los pechos de su hermana. Podía sentir las puntas endurecidas friccionar contra sus palmas, procuró que fuera una caricia tan grata para ella como para él. Cuando sintió que sus pezones alcanzaban su máxima dureza sonrió. Ya no le costaba excitarla hasta ese punto, le había enseñado bien.
Mientras con una de sus manos continuaba estimulando su escote, deslizó la otra por la mitad superior de su cuerpo; acarició su costado, su vientre, su ombligo... Leo le había explicado que si las caricias se centraban mucho rato en la misma zona acaban por ser aburridas, pero que si se distribuían, acrecentaban la sensibilidad. Dicho y hecho.
Su atención volvió a la mano que disfrutaba con la morbidez de sus pechos, los amasó con un poco más de intensidad y deslizó la palma por toda su amplitud. Después, atrapó dulcemente el pezón entre dos dedos, que previamente había humedecido en su boca. Lo de la saliva le daba reparos al principio, pero rápidamente había comprobado sus ventajas.
Cuando apretó suavemente la pequeña protuberancia carnosa, su hermana gimió.
Él se sorprendió y la miró al rostro, pero tenía los ojos cerrados y, aparte de sus mejillas enrojecidas y su respiración profunda, no había nada diferente. Sin embargo, ese gemido era una novedad. Era la primera vez que conseguía arrancarle un gemido de placer. Al principio le había conseguido sacar muchos jadeos y gruñidos de dolor, pero eso era antes, cuando la trataba “como si ordeñaras una vaca”, como ella decía.
Sonrió encantado y no se enfadó cuando Leo dio por concluida la sesión unos instantes después. Incluso se despidió con un irónico “Ha sido un placer” que dejó a la chica confundida.
En su siguiente cita, consiguió que la mujer se arqueara contra sus manos. Esa era una muy buena señal, no solo ponía en evidencia que le estaba dando placer, sino que ella se estaba entregando al juego. Sergio no podría haber sido más feliz; ya no sabía qué le gustaba más, si el momento de las caricias en sí o las pajas de después.
En un momento dado, después de humedecer el pezón con la saliva que impregnaba sus dedos, tuvo el impulso de soplar sobre él. Ella se estremeció por el repentino frío, dejando escapar un suspiro de placer. Él sonrió. Se dio cuenta de lo cerca que estaba su rostro del escote de la mujer. A cada momento tenía que luchar contra el impulso de hundirse en ese busto, de apoyarse en él, de rodear sus pezones con los labios y atraparlos, succionarlos, morderlos...
Cuando notó la mano de la mujer en su nuca se dio cuenta de que se había quedado observando sus pechos, con su boca a escasos centímetros, y que posiblemente ella se había dado cuenta de sus pensamientos, dejándole claro que eso estaba fuera del trato.
Sin embargo, para su completa estupefacción, la mano no le retiró de la tierna carne, sino que la aproximó hasta ella. Sergio notó, anonadado, como una de las oscuras puntas de su hermana se rozaba con sus labios.
-Esto también es tocar. –Murmuró ella, medio a la defensiva, aunque se notaba su excitación en su voz enronquecida.- Me pagas para que te enseñe, ¿No? Pues aprende...
Él de repente vio todo rojo. Lamió ese pezón que le ofrecían como si le fuera la vida en ello, lo rodeó con su boca, impregnándose con el sabor de su piel, lo frotó con los labios...
-Sé suave. –Le recordó Leo, dándole un pequeño tirón en el pelo.- Recuerda, como con las manos, hay que ir de menos a más... Y cuidado con los dientes.
Las palabras de la chica consiguieron que se calmara un poco, aunque para ello tuvo que cerrar los ojos con fuerza y tomar respirar profundamente. Sentía la morbidez de su seno contra la mejilla, con el pezón como contraste más duro, y su aureola, ahora humedecida por su lengua, demostrando una exquisita suavidad. Pudo controlarse y, reacio a perder su oportunidad dorada, reanudó su tarea.
Poco a poco, conteniéndose cuando el ansia lo embargaba, consiguió llevar a Leo a un estado de excitación máxima. Él también estaba excitado, obviamente. Estaba tan reclinado, casi sobre la chica, que su entrepierna quedaba sobre uno de los muslos de la mujer, frotándose con ella en cada movimiento que hacía. Movimientos que él realizaba casi sin ser conscientes de ellos y que le proporcionaban una deliciosa fricción. En otras ocasiones ella había rechazado sentir su erección, o se había puesto muy nerviosa, en esta, parecía estar más pensando en si misma que en él, puesto que no puso ninguna pega. De hecho, gimió ante la suave succión que aplicó en su pezón.
Mientras que su boca se daba un banquete con uno de sus pechos, el otro era atendido por su mano, que no le dejaba sentirse abandonado. Leo se arqueaba contra él, posando sus manos en su nuca y en su pelo, tirando de él, aprentándole contra su carne ardiente.
Él continuaba restregando su miembro contra el muslo de la mujer.
Cuando rodeó el pezón con la lengua y tiró de él, ella volvió a gemir, intercalando palabras que le parecieron a algo como “Sí, así, muy bien...” mientras le acariciaba la cabeza.
Su sexo se frotaba contra la pierna de la chica, en instintivas caricias que le hacían respirar entrecortadamente y comenzar a perder la cabeza.
Las caricias, los gemidos, sendas respiraciones agitadas, la sangre corriendo espesa en sus venas...
Y de repente, sucedió.
Sergio se tensó de repente, el pezón con el que jugaba entre sus dedos fue apretado sin compasión, mientras que el que descansaba en su boca recibía el mismo trato. Leonor jadeó, pero apretó más al chico contra ella, como si le gustara ese grado de intensidad. Sin embargo, él no se movió más.
No se lo podía creer... ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Tan ido estaba en su placer?
Aunque quisiera hacer caso omiso y que se lo tragara la tierra, Sergio acababa de correrse.
Con los pantalones puestos.
Frotándose contra el muslo de la mujer.
Como un perro...
Cerró los ojos con fuerza y dejó escapar el aire que había mantenido en sus pulmones. Se apartó de la chica con renuencia, un hilillo de saliva conectó el pezón con sus labios durante unos instantes. Él sintió como el fuego se reavivaba.
Leonor le observaba, algo confundida, incuso con una ceja arqueada en una muda pregunta. Él bajó el rostro, intentando disimular que se había sonrojado.
-Ya está. –Dijo él, aturullado.- Por hoy ya vale, tengo... Tengo cosas que hacer...
-Sergi...
-Nos vemos.
Huyó intentando ocultar disimuladamente las evidencias de su corrida, claro que la mancha de humedad justo en su entrepierna no dejaba mucho a la imaginación. Mientras observaba el estropicio que había organizado y decidía que lo mejor era darse una ducha, se mostró aliviado de que, al menos, Leo no se hubiera dado cuenta de lo sucedido.
Su hermana le sacó drásticamente de su error cuando, durante toda esa semana, le acosó con chistes sobre perros que eyaculan frotándose contra las piernas de sus amas. Él los recibía con aparente indiferencia mientras en su mente rumiaba el siguiente paso en su “aprendizaje”.
Dado que a ella le hacían tanta gracia los chistes sobre corridas, tal vez debería dejar que experimentara uno en carne propia. Oh, sí, no podía esperar para contárselo...
Continuará....
9 comentarios - Tabú de Hermanos Cap III y IV
Avisa cuando salgan bro, ya no puedo esperar....
ya los demas los estoy publicando, perdonen la demora tenia problemas con la pc
http://www.poringa.net/posts/relatos/1650969/Tab%C3%BA-de-Hermano-Cap-VII,-VIII-y-IX.html Capitulos VII al IX
Gracias