Capítulo I
La noche se cerraba en torno a ellos. En alguno de los árboles que les rodeaban se refugiaba un grillo que amenizaba con su canto la velada.
Cuatro tíos de entre 14 y 15 años, sentados en un banco del parque y comiendo pipas un sábado por la noche.
-“Como las viejas.” –Pensó Sergio, huraño, al tiempo que escupía unas cáscaras.-
En un sábado normal, habrían estado de botellón, o al menos, en la zona donde se desarrollaba. Sergio no era gran amante de las bebidas alcohólicas desde el día en que tuviera su primera resaca. “Nunca más”, fue lo que se dijo cuando tenía una locomotora haciendo “chuuu chuuu” en su cabeza. Hasta el día de hoy, pasados casi dos años, lo había mantenido. ¿Por qué este no era un sábado normal? Porque la semana pasada la policía había intervenido en la plaza donde solían beber. Un par de tipos, demasiado borrachos para irse, fueron detenidos, con la consiguiente multa para ellos o sus padres. Esta semana lo mejor era ir con calma, no fuera que los maderos decidieran pescar en aguas revueltas.
Sergio suspiró y volvió a escupir una cáscara. Habían estado un par de horas hablando sobre cosas de chicos, es decir: Fútbol, chicas, Fórmula 1, chicas, baloncesto, chicas, y... Chicas.
Algo de lo que decían sus amigos atrajo su atención.
-Le vi todo, tío, todo, y no veas como está... Ni siquiera tiene diecinueve, pero... –Se jactaba Pepe, el mayor del grupo, solo por unos meses, pero que él parecía considerar lustros. Nadie le discutía el liderazgo. Tampoco había ganas de hacerlo.- Llevaba el conejo recortadito, y no sé, tío, pero si una chica lo lleva así, es porque planea usarlo. Que asco...
-¿De qué habláis? –Preguntó Sergio con interés. Cuando en una misma frase salían palabras como “conejo”, “recortadito” y “usarlo”, reclamaba su atención.-
-Este dice que vio a su hermana desnuda. –Juanma meneó la cabeza, incrédulo.-
-¿A Nerea o a Dafne? –Preguntó Oscar frunciendo el ceño.-
-A Nerea, joder, Dafne sigue siendo casi una niña, no soy un puto pederasta. –Pepe se envaró y crucificó a su amigo con la mirada.- Además, aún no tiene tetas...
-Bueno... Da igual cual sea. –Oscar hizo un ruido de desagrado.- Es tu hermana, tío, no está bien espiar.
-Yo no espiaba. –Aclaró el interpelado.- Estaba en la terraza y ella dejó la ventanita del baño abierta, ¿Qué coño querías que hiciera? ¿Arrancarme los ojos?
-Seguro que fue todo un accidente. –Juanma sonrió irónicamente.- ¿Verdad que solo fue un instante? Tu nunca harías algo como espiar por la ventana, ¿Eh?
Los tres se rieron y Pepe no pudo menos que asentir a regañadientes. Era un salido. Destacaba entre la élite de salidos, es decir, todos los chicos de entre 13 y ¿60 años? Pepe quería ser ginecólogo dentro de uno años, y no porque le gustara la medicina.
-Sigue pareciéndome mal. –Comentó Oscar de nuevo.- ¡Es tu hermana!
-Claro, como tú el único hermano que tienes es maricón. –Pepe soltó una carcajada.- Y joder, le vi con su nuevo novio hace poco, uno muy alto y con el pelo negro...
-Sí... –Oscar arrugó el gesto.- Alan, o algo así, no sé de donde es. Esta tarde estaban morreándose en el portal, joder, que digo morreándose, ¡Estaban comiéndose la boca! Casi vomito...
Los cuatro hicieron sendos sonidos de desagrado.
-¿Y tú? –Pepe señaló a Juanma con la cabeza.- ¿No has visto a ninguna de tus hermanas en pelotas?
-Yo...
La situación de Juanma era especial. Vivía con su madre y con sus cuatro hermanas mayores. Dado que sus padres estaban divorciados, era el único hombre de la casa. Sus hermanas eran bonitas, en uno u otro estilo, pero claro, juntando cinco chicas en una misma casa... Juanma era el esclavo particular de todas ellas. “Juanmi, vete a comprar leche”, “Juanmi, saca la basura”, “Juanmi, déjame tu ordenador”. Lo raro era que fuera hetero y no tuviera ninguna enfermedad mental grave. Todos evitaban su casa como la peste, esas mujeres que le mangoneaban a él no dudaban en mangonear también a sus amigos.
-Una vez le vi el pecho a Marta, pero no sé, no me llamó la atención.
-Bah, otro marica... –Pepe escupió un gran montón de pipas que había estado masticando.- Si yo tuviera cuatro hermanas... ¡Puff!
Tres pares de ojos giraron hacia Sergio, expectantes. Él sabía que tarde o temprano le tocaría el turno en las confesiones.
-No. –Contestó tajantemente.-
-¿No? –Pepe parecía incrédulo.-
-¡Venga ya! –Juanma meneó la cabeza.-
-Seguro que sí... –Incluso Oscar le miró de forma extraña.-
-Nunca he visto a mi hermana desnuda. –Dijo él con sinceridad.- Ni tampoco lo he intentado... Joder, es mi hermana, y no sé, para eso está Internet, ¿No?
-¡Dios! ¡Pero que capullo eres a veces! –Pepe estiró la mano y le dio un golpe fuerte en el hombro. Dolía, pero no podías quejarte. Era cosa de hombres.- Tu hermana Leo está como quiere, joder, cuantas pajas me habré hecho pensando en ella...
-Es verdad, tío, Leo es... –Juanma frunció el ceño mientras buscaba la palabra.- ¿Una Diosa del sexo? No creo todo lo que dicen de ella, es más bien envidia, pero... Joder, ¡Qué pedazo de culo tiene!
-A mí me gustan sus ojos... –Terció Oscar, ganándose miradas extrañadas de sus amigos. A esa edad no se premia el romanticismo. Finalmente gruñó y acabó de confesar.- Y también sus tetas, joder, no son muy grandes, pero... Uff...
-Bueno... –Sergio dudó.- La he visto en bikini, y a veces se desabrocha la parte de arriba...
-¿Hace topless? –Preguntaron los tres, interesados.-
-Pero se queda bocabajo, es para que se le queden marcados los tirantes o algún rollo de esos.
-Bah... –Un gruñido de desilusión llenó el banco.-
-Sergio, tío, te lo voy a decir con suavidad. –Las palabras de Pepe consiguieron que Sergio se tensara. La suavidad de su amigo... Brillaba por su ausencia.- Tener a una tía buena como Leo en la habitación de al lado y no haberla visto desnuda, o al menos intentarlo, es...
-Es raro. –Concluyó Juanma, probablemente interrumpiendo alguna obscenidad por parte de Pepe.- Muy raro.
-Rarísimo. –Oscar se unió al bando hostil.-
-¿Y qué queréis que haga? –Se quejó él, picado.- ¿Qué la espíe? ¿Cómo? No desayuna desnuda, que yo sepa.
-Encontrarás la oportunidad. –Pepe volvió a darle un golpe en el hombro, esta vez como gesto de apoyo. Le dolió de todas formas.- Y ya nos contarás como tiene el conejo.
Sergio suspiró, pero se libró de hacer una promesa que no tenía intención de cumplir cuando sonó la alarma del reloj de Juanma. Miró la hora y vio que eran poco más de las doce y media.
-Me tengo que ir. –Dijo el chico, levantándose mientras se sacudía pipas del regazo.- Mi madre se cabrea si llego tarde, y no quiero mosquearla cuando dentro de nada le voy a pedir dinero para la moto.
-Yo también me voy. –Sergio también se incorporó.- Total, aquí tampoco hacemos nada...
-Joder, sois unos mierdas, ¿A casita ya? Pero si no es ni la una, quedaros un rato más y...
-Bah, déjalos. –Oscar también se levantó.- Me voy a casa y me meto al Warcraft, ¿Te espero?
Esa idea pareció consolar a Pepe, que asintió con la cabeza de forma efusiva.
-Eso es otra cosa. –Se frotó las manos.- Quiero conseguir amas nuevas.
Las despedidas de rigor se formalizaron con más puñetazos en el hombro. Sergio había tenido la idea de proponer que se dieran simples palmaditas en la espalda, o quizás un simple “¡Hasta luego!”, pero no se atrevió a decirlo, no quería que pensaran mal de él. Tendría un moratón en el hombro al día siguiente, sí, pero sería un moratón ganado con toda su virilidad intacta.
Cosas de chicos.
Estar todos de pie le sirvió para constatar otra cosa evidente, su poca altura. No es que los otros fueran altos, aunque Oscar medía casi 1,75 metros, bastante para su edad. En el caso de Sergio, ser bajo era simple y llanamente una cuestión familiar. Herencia genética, lo llamaban. Por algún motivo que él no conocía, un cromosoma hijo de perra probablemente, los hombres de su familia se desarrollaban dos o tres años después que la media. Su abuelo, su padre y su tío eran testigos de este evento. Nada le gustaba más contar a su padre que como había tenido que cambiar de talla de uniforme mientras hacía el Servicio Militar Obligatorio. Ahora medía casi 1.80, una altura nada desdeñable, sin embargo, a Sergio todavía le quedaba por delante el calvario de esperar a dar ese ansiado estirón. Mientras tanto, era el chico más bajo de la clase. Incluso había dos o tres chicas mayores que él...
¡Bah! No era algo que le acomplejara, al menos no creía. Puede que no fuera bueno en el baloncesto, pero en fútbol se defendía. Algún capullo había empezado a llamarle “La Pulga”, como a Messi. Sergio aún esperaba enterarse de quién se lo había inventado para partirle la boca, que le dieran el mismo apodo que un jugador del Barcelona siendo del Real Madrid era algo intolerable.
Gruñó mientras se alejaba de sus amigos.
El parque en el que entraban formaba una gran avenida con márgenes llenas de césped y otras plantas, así como pequeños grupos de árboles que, en otros momentos, estarían llenos de la fauna local: Madres con sus niños pequeños, bandas, vagabundos... Lo típico.
Las farolas estaban muy espaciadas, por lo que, entre una y otra, se producían espacios de oscuridad bastante tétricos. Fue cuando se encontraba en uno de esos espacios cuando una pareja entró al parque utilizando una de las vías laterales.
Sergio la reconoció de inmediato. A fin de cuentas, era la chica con la que llevaba compartiendo su vida desde que nació. Leonor, Leo para los amigos, paseaba con el brazo de un tío rodeándole los hombros.
De cabello largo moreno y piel blanca, alcanzando casi el metro setenta, Leonor era una chica que, a sus 17 años, llamaba la atención. Sus pechos, una 85 por lo que había averiguado mirando alguno de sus sujetadores, resaltaban en su delgada figura. Y su trasero... Él no era gran fan de los culos, pero los entendidos en la materia decían que el de su hermana superaba las cinco estrellas. La oscuridad no le permitía verlos, pero sus ojos, intensamente azules, tenían una tara en el iris derecho. Era otro de los muchos detalles que la hacían especial.
Fue el chico lo que hizo que su hermano frunciera el ceño, puesto que no reconocía al tipo en cuestión. ¿Novio nuevo? Probablemente. Y este hacía el... Vigésimo... De la lista de novios ese año. Leo era, lo que se dice, una chica de culo inquieto.
Se detuvo en el espacio oscuro y ellos no lo advirtieron. Iban hablando, aparentemente, y de algo intenso, puesto que el chico se expresaba con muchos gestos. En un momento dado, el chico señaló hacia un punto y ella negó con la cabeza. El tipo volvió a señalar, y ella, aunque con renuencia, le siguió.
Sergio parpadeó, incrédulo. Leo y el pajarraco con el que estaba se dirigían a un pequeño grupo de árboles que, junto con los matorrales, más espesos que en otras zonas, daban un escondite perfecto para...
-“Joder...” –Meneó la cabeza en la oscuridad.- “No puede ser... ¿Lo van a hacer? ¿Aquí? ¿En mitad del parque?”
Por una parte, se sentía indignado con su hermana, por acceder a algo así, como si fuera una zorra barata. Por otra, tenía la conversación con sus amigos retumbando a bombo y platillo en su mente. Pepe había dicho que tendría una oportunidad de mirar, sí, pero él no había esperado que fuera algo tan... Violento.
Aún con dudas, siguió a la pareja, procurando ser sigiloso y certero como un lobo al acecho. Consiguió acercarse lo suficiente como para oírles cuando alzaban la voz y quedar oculto tras uno de los troncos al mismo tiempo. De nuevo, la oscuridad era su aliada, puesto que mientras él quedaba en la penumbra, la pareja era iluminada casi directamente por una de las farolas del otro lado.
-¿Por qué no? –Estaba diciendo el chico.- Ya he esperado y no...
Las partes que no podía escuchar le irritaban, sobretodo porque, al parecer, lo que estaba presenciando no era el nidito de amor que había esperado. El tío quería rollo, pero Leo al parecer no estaba por la labor. ¡Bien por ella! El respeto que sentía por su hermana, algo escaso, aumentó.
-Estoy a punto de explotar, y tu no...
La conversación siguió durante unos minutos en los que Sergio aguardó el desenlace casi con más interés que los protagonistas. En un momento dado, después de muchos susurros y palabras perdidas por la distancia, Leo asintió con la cabeza y... Se arrodilló.
-“No me jodas...” –Sergio contuvo la exclamación de sorpresa a duras penas.- “Se la va a...”
El tipo, que al parecer tendría algo que celebrar esa noche, se acomodó en otro de los árboles y pareció a la expectativa. Leonor, con renuencia, le llevó las manos a la cremallera y...
Dos cosas salieron como un resorte: El móvil de Sergio de su bolsillo y el miembro, medio erecto, del tipo, que parecía deseoso de atenciones.
Con todo el sigilo del mundo, Sergio activó la cámara del teléfono, dispuesto a grabar para la eternidad una escena tan... ¿Oral? La luz de la farola le daba la iluminación suficiente como para hacer el video. Utilizó el pequeño zoom del móvil para aumentar cuanto pudo la imagen. En el momento en que las manos de su hermana cogieron el pene del tipo, el corazón empezó a latirle vertiginosamente.
Hacía menos de medía hora había estado quejándose porque no había visto desnuda a su hermana. Ahora estaba a punto de ver como hacía una felación. Su propio miembro había reaccionado con rapidez y ya era un trozo de piedra embutido en su ropa interior. Se lo colocó con la mano que tenía libre. Estuvo tentado de tocarse más, pero no, necesitaba concentrarse en lo que tenía ante sus ojos y no en lo que crecía y palpitaba entre sus piernas.
Cuando el miembro del tipo alcanzó una erección completa, Leonor se inclinó ligeramente para atraparlo con su boca. El chico jadeó. Sergio pudo contenerse a tiempo.
Mientras la carne ardiente entraba y salía de la boca de su hermana, el tipo que estaba recibiendo esas magnificas atenciones estiró una mano y la colocó sobre su cabeza, empujándola, obligándola a seguir el ritmo que él marcara. Esto hizo que la chica abriera los ojos, todo el tiempo cerrados, y le observara con un destello de furia. Sin embargo, esa fogosidad desapareció en una nube de desagrado, mansedumbre y ¿Miedo? ¿Su hermana? Sergio se apuntó mentalmente juzgar las escenas después, ahora solo quería observarlas.
El tipo afortunado no tardó mucho en empezar a respirar con más fuerza. La mano que reposaba sobre la cabeza de su hermana marcaba un ritmo más y más rápido. Sergio sabía lo que sucedería ahora, lo que no conseguía deducir era “como” terminaría. ¿En su cara, como las actrices porno? ¿En su boca? ¿En el suelo? ¿Dónde acabaría el regalito?
Leo no tuvo ocasión de elegir.
Cuando llegó el momento del clímax, la mano del chico empujó con firmeza, de modo que Leo, ni que quisiera ni que no, tuvo que quedarse para recibir el “regalito”. El chico jadeó y contuvo algunos gemidos menos viriles. Leonor aprovechó la laxitud del orgasmo para separarse de él. Lo primero que hizo fue escupir una generosa cantidad de semen, incluyendo un ruido con el que manifestaba su asco. Sacó un paquete de pañuelos de su bolsillo y se limpió los labios y la lengua con uno de ellos. Volvió a escupir.
Mientras su hermana se limpiaba, el tipo sonreía ligeramente, al parecer encantado con su corrida. Leonor se levantó y lo fulminó con la mirada, susurró algo en voz baja que no parecieron palabras de amor precisamente. Mientras ella se sacudía los pantalones para borrar la tierra, Sergio supo que había llegado el momento de largarse.
Guardó el video en el móvil y se replegó, como todo un ninja, a la oscuridad protectora. Un par de minutos después, puesto que el tipo le había pedido uno de los pañuelos para limpiarse él mismo, ambos se fueron por donde habían venido, si bien esta vez no iban juntitos, sino que les separaba un margen prudencial de distancia.
Sergio les dejó alejarse antes de proseguir el camino a casa. Leo tenía como hora límite la una de la madrugada debido a sus notas del instituto, más bien flojas. Él llegaría un rato después. Si es que podía caminar, claro, porque en esos momentos llevaba una erección de campeonato, y no parecía querer bajar.
Llegó a casa sin más sobresaltos. Vivía en un bungalow con sus padres y su hermana. Su habitación estaba en la segunda planta, junto con el cuarto de Leonor y un baño. Abajo quedaba el dormitorio de sus padres y las demás estancias, aprovechando el mayor espacio.
Cuando llegó al rellano que daba a su habitación, observó que había luz bajo la puerta de su hermana. Sergio estaba en una nebulosa que no podía ni siquiera entender, su mente se hallaba en esos momentos en la punta de su miembro, latiendo con fuerza, deseando aliviarse de tanta tensión.
Con una calma antinatural se puso el pijama y se lavó las manos, después entró en su habitación y cerró la puerta, asegurándose de poner el pestillo. Encendió el monitor del ordenador, este llevaba encendido varios días “alquilando” películas y series con el Emule, y conectó el móvil al mismo, asegurándose de descargar el preciado video que acababa de grabar.
Con la resolución y las posibilidades que daba el ordenador, lo vio varias veces, una detrás de otra. Era... Impresionante... Respiraba entrecortadamente cuando por fin liberó su miembro y lo acarició.
Jadeó mientras se tocaba. No estaba probando su resistencia, no quería distracción; simplemente necesitaba correrse, de forma animal, ahora, ya. Esto no tardó en suceder. Contuvo cualquier sonido en su garganta y apretó con fuerza la mandíbula mientras su semen salía disparado con una fuerza inusitada y golpeaba directamente en...
La toalla que usaba para tales menesteres. ¿Nunca habéis encontrado una mancha de semen en el lugar menos recomendado? Sergio había solucionado tal problema con su toalla; la lavaba frecuentemente él mismo, utilizando mucho suavizante de melocotón.
Le gustaba que estuviera mullidita y que tuviera buen perfume.
Cuando no estaba cumpliendo su función, permanecía guardada en uno de sus cajones del armario. En ese momento, y tras examinar su corrida de forma morbosa, Sergio dictaminó que tendría que lavarla en el acto.
El video volvió a reproducirse y sus ojos siguieron la escena como atraídos por fuerzas magnéticas. Un rato después, empezó a sentir como de nuevo la sangre llegaba a su entrepierna, aún necesitada de más acción. Gruñó mientras estiraba los hombros y se acomodaba en su silla.
Al parecer, la noche iba a ser muy larga...
Sobretodo porque se le acababa de ocurrir otro uso que dar al video.
Cuatro tíos de entre 14 y 15 años, sentados en un banco del parque y comiendo pipas un sábado por la noche.
-“Como las viejas.” –Pensó Sergio, huraño, al tiempo que escupía unas cáscaras.-
En un sábado normal, habrían estado de botellón, o al menos, en la zona donde se desarrollaba. Sergio no era gran amante de las bebidas alcohólicas desde el día en que tuviera su primera resaca. “Nunca más”, fue lo que se dijo cuando tenía una locomotora haciendo “chuuu chuuu” en su cabeza. Hasta el día de hoy, pasados casi dos años, lo había mantenido. ¿Por qué este no era un sábado normal? Porque la semana pasada la policía había intervenido en la plaza donde solían beber. Un par de tipos, demasiado borrachos para irse, fueron detenidos, con la consiguiente multa para ellos o sus padres. Esta semana lo mejor era ir con calma, no fuera que los maderos decidieran pescar en aguas revueltas.
Sergio suspiró y volvió a escupir una cáscara. Habían estado un par de horas hablando sobre cosas de chicos, es decir: Fútbol, chicas, Fórmula 1, chicas, baloncesto, chicas, y... Chicas.
Algo de lo que decían sus amigos atrajo su atención.
-Le vi todo, tío, todo, y no veas como está... Ni siquiera tiene diecinueve, pero... –Se jactaba Pepe, el mayor del grupo, solo por unos meses, pero que él parecía considerar lustros. Nadie le discutía el liderazgo. Tampoco había ganas de hacerlo.- Llevaba el conejo recortadito, y no sé, tío, pero si una chica lo lleva así, es porque planea usarlo. Que asco...
-¿De qué habláis? –Preguntó Sergio con interés. Cuando en una misma frase salían palabras como “conejo”, “recortadito” y “usarlo”, reclamaba su atención.-
-Este dice que vio a su hermana desnuda. –Juanma meneó la cabeza, incrédulo.-
-¿A Nerea o a Dafne? –Preguntó Oscar frunciendo el ceño.-
-A Nerea, joder, Dafne sigue siendo casi una niña, no soy un puto pederasta. –Pepe se envaró y crucificó a su amigo con la mirada.- Además, aún no tiene tetas...
-Bueno... Da igual cual sea. –Oscar hizo un ruido de desagrado.- Es tu hermana, tío, no está bien espiar.
-Yo no espiaba. –Aclaró el interpelado.- Estaba en la terraza y ella dejó la ventanita del baño abierta, ¿Qué coño querías que hiciera? ¿Arrancarme los ojos?
-Seguro que fue todo un accidente. –Juanma sonrió irónicamente.- ¿Verdad que solo fue un instante? Tu nunca harías algo como espiar por la ventana, ¿Eh?
Los tres se rieron y Pepe no pudo menos que asentir a regañadientes. Era un salido. Destacaba entre la élite de salidos, es decir, todos los chicos de entre 13 y ¿60 años? Pepe quería ser ginecólogo dentro de uno años, y no porque le gustara la medicina.
-Sigue pareciéndome mal. –Comentó Oscar de nuevo.- ¡Es tu hermana!
-Claro, como tú el único hermano que tienes es maricón. –Pepe soltó una carcajada.- Y joder, le vi con su nuevo novio hace poco, uno muy alto y con el pelo negro...
-Sí... –Oscar arrugó el gesto.- Alan, o algo así, no sé de donde es. Esta tarde estaban morreándose en el portal, joder, que digo morreándose, ¡Estaban comiéndose la boca! Casi vomito...
Los cuatro hicieron sendos sonidos de desagrado.
-¿Y tú? –Pepe señaló a Juanma con la cabeza.- ¿No has visto a ninguna de tus hermanas en pelotas?
-Yo...
La situación de Juanma era especial. Vivía con su madre y con sus cuatro hermanas mayores. Dado que sus padres estaban divorciados, era el único hombre de la casa. Sus hermanas eran bonitas, en uno u otro estilo, pero claro, juntando cinco chicas en una misma casa... Juanma era el esclavo particular de todas ellas. “Juanmi, vete a comprar leche”, “Juanmi, saca la basura”, “Juanmi, déjame tu ordenador”. Lo raro era que fuera hetero y no tuviera ninguna enfermedad mental grave. Todos evitaban su casa como la peste, esas mujeres que le mangoneaban a él no dudaban en mangonear también a sus amigos.
-Una vez le vi el pecho a Marta, pero no sé, no me llamó la atención.
-Bah, otro marica... –Pepe escupió un gran montón de pipas que había estado masticando.- Si yo tuviera cuatro hermanas... ¡Puff!
Tres pares de ojos giraron hacia Sergio, expectantes. Él sabía que tarde o temprano le tocaría el turno en las confesiones.
-No. –Contestó tajantemente.-
-¿No? –Pepe parecía incrédulo.-
-¡Venga ya! –Juanma meneó la cabeza.-
-Seguro que sí... –Incluso Oscar le miró de forma extraña.-
-Nunca he visto a mi hermana desnuda. –Dijo él con sinceridad.- Ni tampoco lo he intentado... Joder, es mi hermana, y no sé, para eso está Internet, ¿No?
-¡Dios! ¡Pero que capullo eres a veces! –Pepe estiró la mano y le dio un golpe fuerte en el hombro. Dolía, pero no podías quejarte. Era cosa de hombres.- Tu hermana Leo está como quiere, joder, cuantas pajas me habré hecho pensando en ella...
-Es verdad, tío, Leo es... –Juanma frunció el ceño mientras buscaba la palabra.- ¿Una Diosa del sexo? No creo todo lo que dicen de ella, es más bien envidia, pero... Joder, ¡Qué pedazo de culo tiene!
-A mí me gustan sus ojos... –Terció Oscar, ganándose miradas extrañadas de sus amigos. A esa edad no se premia el romanticismo. Finalmente gruñó y acabó de confesar.- Y también sus tetas, joder, no son muy grandes, pero... Uff...
-Bueno... –Sergio dudó.- La he visto en bikini, y a veces se desabrocha la parte de arriba...
-¿Hace topless? –Preguntaron los tres, interesados.-
-Pero se queda bocabajo, es para que se le queden marcados los tirantes o algún rollo de esos.
-Bah... –Un gruñido de desilusión llenó el banco.-
-Sergio, tío, te lo voy a decir con suavidad. –Las palabras de Pepe consiguieron que Sergio se tensara. La suavidad de su amigo... Brillaba por su ausencia.- Tener a una tía buena como Leo en la habitación de al lado y no haberla visto desnuda, o al menos intentarlo, es...
-Es raro. –Concluyó Juanma, probablemente interrumpiendo alguna obscenidad por parte de Pepe.- Muy raro.
-Rarísimo. –Oscar se unió al bando hostil.-
-¿Y qué queréis que haga? –Se quejó él, picado.- ¿Qué la espíe? ¿Cómo? No desayuna desnuda, que yo sepa.
-Encontrarás la oportunidad. –Pepe volvió a darle un golpe en el hombro, esta vez como gesto de apoyo. Le dolió de todas formas.- Y ya nos contarás como tiene el conejo.
Sergio suspiró, pero se libró de hacer una promesa que no tenía intención de cumplir cuando sonó la alarma del reloj de Juanma. Miró la hora y vio que eran poco más de las doce y media.
-Me tengo que ir. –Dijo el chico, levantándose mientras se sacudía pipas del regazo.- Mi madre se cabrea si llego tarde, y no quiero mosquearla cuando dentro de nada le voy a pedir dinero para la moto.
-Yo también me voy. –Sergio también se incorporó.- Total, aquí tampoco hacemos nada...
-Joder, sois unos mierdas, ¿A casita ya? Pero si no es ni la una, quedaros un rato más y...
-Bah, déjalos. –Oscar también se levantó.- Me voy a casa y me meto al Warcraft, ¿Te espero?
Esa idea pareció consolar a Pepe, que asintió con la cabeza de forma efusiva.
-Eso es otra cosa. –Se frotó las manos.- Quiero conseguir amas nuevas.
Las despedidas de rigor se formalizaron con más puñetazos en el hombro. Sergio había tenido la idea de proponer que se dieran simples palmaditas en la espalda, o quizás un simple “¡Hasta luego!”, pero no se atrevió a decirlo, no quería que pensaran mal de él. Tendría un moratón en el hombro al día siguiente, sí, pero sería un moratón ganado con toda su virilidad intacta.
Cosas de chicos.
Estar todos de pie le sirvió para constatar otra cosa evidente, su poca altura. No es que los otros fueran altos, aunque Oscar medía casi 1,75 metros, bastante para su edad. En el caso de Sergio, ser bajo era simple y llanamente una cuestión familiar. Herencia genética, lo llamaban. Por algún motivo que él no conocía, un cromosoma hijo de perra probablemente, los hombres de su familia se desarrollaban dos o tres años después que la media. Su abuelo, su padre y su tío eran testigos de este evento. Nada le gustaba más contar a su padre que como había tenido que cambiar de talla de uniforme mientras hacía el Servicio Militar Obligatorio. Ahora medía casi 1.80, una altura nada desdeñable, sin embargo, a Sergio todavía le quedaba por delante el calvario de esperar a dar ese ansiado estirón. Mientras tanto, era el chico más bajo de la clase. Incluso había dos o tres chicas mayores que él...
¡Bah! No era algo que le acomplejara, al menos no creía. Puede que no fuera bueno en el baloncesto, pero en fútbol se defendía. Algún capullo había empezado a llamarle “La Pulga”, como a Messi. Sergio aún esperaba enterarse de quién se lo había inventado para partirle la boca, que le dieran el mismo apodo que un jugador del Barcelona siendo del Real Madrid era algo intolerable.
Gruñó mientras se alejaba de sus amigos.
El parque en el que entraban formaba una gran avenida con márgenes llenas de césped y otras plantas, así como pequeños grupos de árboles que, en otros momentos, estarían llenos de la fauna local: Madres con sus niños pequeños, bandas, vagabundos... Lo típico.
Las farolas estaban muy espaciadas, por lo que, entre una y otra, se producían espacios de oscuridad bastante tétricos. Fue cuando se encontraba en uno de esos espacios cuando una pareja entró al parque utilizando una de las vías laterales.
Sergio la reconoció de inmediato. A fin de cuentas, era la chica con la que llevaba compartiendo su vida desde que nació. Leonor, Leo para los amigos, paseaba con el brazo de un tío rodeándole los hombros.
De cabello largo moreno y piel blanca, alcanzando casi el metro setenta, Leonor era una chica que, a sus 17 años, llamaba la atención. Sus pechos, una 85 por lo que había averiguado mirando alguno de sus sujetadores, resaltaban en su delgada figura. Y su trasero... Él no era gran fan de los culos, pero los entendidos en la materia decían que el de su hermana superaba las cinco estrellas. La oscuridad no le permitía verlos, pero sus ojos, intensamente azules, tenían una tara en el iris derecho. Era otro de los muchos detalles que la hacían especial.
Fue el chico lo que hizo que su hermano frunciera el ceño, puesto que no reconocía al tipo en cuestión. ¿Novio nuevo? Probablemente. Y este hacía el... Vigésimo... De la lista de novios ese año. Leo era, lo que se dice, una chica de culo inquieto.
Se detuvo en el espacio oscuro y ellos no lo advirtieron. Iban hablando, aparentemente, y de algo intenso, puesto que el chico se expresaba con muchos gestos. En un momento dado, el chico señaló hacia un punto y ella negó con la cabeza. El tipo volvió a señalar, y ella, aunque con renuencia, le siguió.
Sergio parpadeó, incrédulo. Leo y el pajarraco con el que estaba se dirigían a un pequeño grupo de árboles que, junto con los matorrales, más espesos que en otras zonas, daban un escondite perfecto para...
-“Joder...” –Meneó la cabeza en la oscuridad.- “No puede ser... ¿Lo van a hacer? ¿Aquí? ¿En mitad del parque?”
Por una parte, se sentía indignado con su hermana, por acceder a algo así, como si fuera una zorra barata. Por otra, tenía la conversación con sus amigos retumbando a bombo y platillo en su mente. Pepe había dicho que tendría una oportunidad de mirar, sí, pero él no había esperado que fuera algo tan... Violento.
Aún con dudas, siguió a la pareja, procurando ser sigiloso y certero como un lobo al acecho. Consiguió acercarse lo suficiente como para oírles cuando alzaban la voz y quedar oculto tras uno de los troncos al mismo tiempo. De nuevo, la oscuridad era su aliada, puesto que mientras él quedaba en la penumbra, la pareja era iluminada casi directamente por una de las farolas del otro lado.
-¿Por qué no? –Estaba diciendo el chico.- Ya he esperado y no...
Las partes que no podía escuchar le irritaban, sobretodo porque, al parecer, lo que estaba presenciando no era el nidito de amor que había esperado. El tío quería rollo, pero Leo al parecer no estaba por la labor. ¡Bien por ella! El respeto que sentía por su hermana, algo escaso, aumentó.
-Estoy a punto de explotar, y tu no...
La conversación siguió durante unos minutos en los que Sergio aguardó el desenlace casi con más interés que los protagonistas. En un momento dado, después de muchos susurros y palabras perdidas por la distancia, Leo asintió con la cabeza y... Se arrodilló.
-“No me jodas...” –Sergio contuvo la exclamación de sorpresa a duras penas.- “Se la va a...”
El tipo, que al parecer tendría algo que celebrar esa noche, se acomodó en otro de los árboles y pareció a la expectativa. Leonor, con renuencia, le llevó las manos a la cremallera y...
Dos cosas salieron como un resorte: El móvil de Sergio de su bolsillo y el miembro, medio erecto, del tipo, que parecía deseoso de atenciones.
Con todo el sigilo del mundo, Sergio activó la cámara del teléfono, dispuesto a grabar para la eternidad una escena tan... ¿Oral? La luz de la farola le daba la iluminación suficiente como para hacer el video. Utilizó el pequeño zoom del móvil para aumentar cuanto pudo la imagen. En el momento en que las manos de su hermana cogieron el pene del tipo, el corazón empezó a latirle vertiginosamente.
Hacía menos de medía hora había estado quejándose porque no había visto desnuda a su hermana. Ahora estaba a punto de ver como hacía una felación. Su propio miembro había reaccionado con rapidez y ya era un trozo de piedra embutido en su ropa interior. Se lo colocó con la mano que tenía libre. Estuvo tentado de tocarse más, pero no, necesitaba concentrarse en lo que tenía ante sus ojos y no en lo que crecía y palpitaba entre sus piernas.
Cuando el miembro del tipo alcanzó una erección completa, Leonor se inclinó ligeramente para atraparlo con su boca. El chico jadeó. Sergio pudo contenerse a tiempo.
Mientras la carne ardiente entraba y salía de la boca de su hermana, el tipo que estaba recibiendo esas magnificas atenciones estiró una mano y la colocó sobre su cabeza, empujándola, obligándola a seguir el ritmo que él marcara. Esto hizo que la chica abriera los ojos, todo el tiempo cerrados, y le observara con un destello de furia. Sin embargo, esa fogosidad desapareció en una nube de desagrado, mansedumbre y ¿Miedo? ¿Su hermana? Sergio se apuntó mentalmente juzgar las escenas después, ahora solo quería observarlas.
El tipo afortunado no tardó mucho en empezar a respirar con más fuerza. La mano que reposaba sobre la cabeza de su hermana marcaba un ritmo más y más rápido. Sergio sabía lo que sucedería ahora, lo que no conseguía deducir era “como” terminaría. ¿En su cara, como las actrices porno? ¿En su boca? ¿En el suelo? ¿Dónde acabaría el regalito?
Leo no tuvo ocasión de elegir.
Cuando llegó el momento del clímax, la mano del chico empujó con firmeza, de modo que Leo, ni que quisiera ni que no, tuvo que quedarse para recibir el “regalito”. El chico jadeó y contuvo algunos gemidos menos viriles. Leonor aprovechó la laxitud del orgasmo para separarse de él. Lo primero que hizo fue escupir una generosa cantidad de semen, incluyendo un ruido con el que manifestaba su asco. Sacó un paquete de pañuelos de su bolsillo y se limpió los labios y la lengua con uno de ellos. Volvió a escupir.
Mientras su hermana se limpiaba, el tipo sonreía ligeramente, al parecer encantado con su corrida. Leonor se levantó y lo fulminó con la mirada, susurró algo en voz baja que no parecieron palabras de amor precisamente. Mientras ella se sacudía los pantalones para borrar la tierra, Sergio supo que había llegado el momento de largarse.
Guardó el video en el móvil y se replegó, como todo un ninja, a la oscuridad protectora. Un par de minutos después, puesto que el tipo le había pedido uno de los pañuelos para limpiarse él mismo, ambos se fueron por donde habían venido, si bien esta vez no iban juntitos, sino que les separaba un margen prudencial de distancia.
Sergio les dejó alejarse antes de proseguir el camino a casa. Leo tenía como hora límite la una de la madrugada debido a sus notas del instituto, más bien flojas. Él llegaría un rato después. Si es que podía caminar, claro, porque en esos momentos llevaba una erección de campeonato, y no parecía querer bajar.
Llegó a casa sin más sobresaltos. Vivía en un bungalow con sus padres y su hermana. Su habitación estaba en la segunda planta, junto con el cuarto de Leonor y un baño. Abajo quedaba el dormitorio de sus padres y las demás estancias, aprovechando el mayor espacio.
Cuando llegó al rellano que daba a su habitación, observó que había luz bajo la puerta de su hermana. Sergio estaba en una nebulosa que no podía ni siquiera entender, su mente se hallaba en esos momentos en la punta de su miembro, latiendo con fuerza, deseando aliviarse de tanta tensión.
Con una calma antinatural se puso el pijama y se lavó las manos, después entró en su habitación y cerró la puerta, asegurándose de poner el pestillo. Encendió el monitor del ordenador, este llevaba encendido varios días “alquilando” películas y series con el Emule, y conectó el móvil al mismo, asegurándose de descargar el preciado video que acababa de grabar.
Con la resolución y las posibilidades que daba el ordenador, lo vio varias veces, una detrás de otra. Era... Impresionante... Respiraba entrecortadamente cuando por fin liberó su miembro y lo acarició.
Jadeó mientras se tocaba. No estaba probando su resistencia, no quería distracción; simplemente necesitaba correrse, de forma animal, ahora, ya. Esto no tardó en suceder. Contuvo cualquier sonido en su garganta y apretó con fuerza la mandíbula mientras su semen salía disparado con una fuerza inusitada y golpeaba directamente en...
La toalla que usaba para tales menesteres. ¿Nunca habéis encontrado una mancha de semen en el lugar menos recomendado? Sergio había solucionado tal problema con su toalla; la lavaba frecuentemente él mismo, utilizando mucho suavizante de melocotón.
Le gustaba que estuviera mullidita y que tuviera buen perfume.
Cuando no estaba cumpliendo su función, permanecía guardada en uno de sus cajones del armario. En ese momento, y tras examinar su corrida de forma morbosa, Sergio dictaminó que tendría que lavarla en el acto.
El video volvió a reproducirse y sus ojos siguieron la escena como atraídos por fuerzas magnéticas. Un rato después, empezó a sentir como de nuevo la sangre llegaba a su entrepierna, aún necesitada de más acción. Gruñó mientras estiraba los hombros y se acomodaba en su silla.
Al parecer, la noche iba a ser muy larga...
Sobretodo porque se le acababa de ocurrir otro uso que dar al video.
Capítulo II
Al día siguiente, Sergio se despertó con la boca pastosa y un profundo dolor de cabeza. También le dolía el hombro derecho, y su “socio” iba a necesitar un poco de crema hidratante.
Gruñó somnoliento mientras masticaba la almohada, agradeciendo que fuera domingo y no tuviera nada que hacer. La noche anterior había sido una pasada, casi podría decirse que era el destino lo que le empujó a esa situación. Primero la conversación con sus amigos, luego coincidir con su hermana en tan sorprendente posición...
Volvió a gruñir. El zumbido del ordenador, encendido a perpetuidad, era lo único que rasgaba el silencio. Por la ventana entraban unos pocos rayos de sol pese a que las persianas estaban echadas casi del todo.
-“¿Puedo hacerlo?” –Se preguntó por enésima vez.-
La idea había dado vueltas en su cabeza durante toda la noche, antes y después de acostarse, como una mosca zumbona que te agobia hasta ponerte de los nervios. Hasta ese día, no se le había ocurrido algo tan disparatado. Claro que tampoco había tenido un video de su hermana chupándosela a un tío. Y sin embargo...
Sergio solía discurrir buenos planes, en su grupo de Tecnología era el líder indiscutible, él repartía trabajo, decía qué y quién debía realizar cada tarea, y los demás obedecían por dos motivos: Siempre acababan sus trabajos los primeros, y no se tenían que comer la cabeza pensando. Él también se echaba encima esa responsabilidad por otros motivos, como por ejemplo que, al final, era el que realizaba tareas menos pesadas.
Si tenía suficiente cabeza como para discurrir una estrategia en casi cualquier situación, que no esperen que también se mate a trabajar con ellos. No era tan necio.
Utilizando esa mente maquinadora que tenía, había establecido un plan. Realmente era una locura, pero... ¿Y si funcionaba? No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar...
Dio otra vuelta en la cama y finalmente se levantó. Necesitaba una ducha.
-“Lo haré.” –Se dijo finalmente.- “Y que sea lo que Dios quiera...”
Esa misma tarde, Sergio tuvo todos los elementos de su plan en marcha. Sus padres se habían marchado a comer con unos amigos, recordándole a Leonor que no podía salir antes de las cinco. “Te pasas todo el día en la calle”, había dicho su padre con el ceño fruncido. Leo había preferido no objetar, al parecer, tampoco tenía muchas ganas de salir.
Perfecto.
Al menos para él.
Abrió la puerta de su habitación y observó la de su hermana. Le asaltaron las dudas, pero se dijo que era muy tarde para echarse atrás. El premio lo merecía.
Respiró hondo y llamó.
Su hermana tardó un par de minutos en abrir y, cuando lo hizo, le miró de malos modos, como venía siendo común entre ellos.
-¿Qué quieres?
Siempre le había parecido que Leonor tenía una voz bonita. Una lástima que cuando hablaba con él solo usara algo parecido a ladridos.
-Tengo... –Carraspeó, sus ojos se desviaron fugazmente por el cuerpo de su hermana, que vestía ropa de andar por casa.- Tengo algo que enseñarte.
-¿El qué? –Preguntó ella, recelosa.- ¿No será otro video patético de esos de youtube?
-No, no... –Frunció el ceño. Los videos que le enseñaba no eran malos, solo que ella no tenía buen gusto.- Este te interesa.
-Seguro...
Leo puso los ojos en blanco, pero le siguió hasta su habitación, probablemente porque no tenía nada mejor que hacer. Curiosamente, y a pesar de que ella había entrado en su cuarto mil veces, esta fue la primera vez que su presencia se le hacía extraña. ¿Habría cambiado algo la noche anterior? ¿O sería por su intención de que cambiaran en ese preciso momento?
-Mira.
Sin más, movió el cursor del ratón hasta llegar al “Play”. La escena del parque se reprodujo en toda su gloria...
Leonor jadeó con consternación. Su rostro se volvió blanco de repente, para pasar al verde cuando salía con el miembro del tipo en su boca. Incluso llegó a oscilar, como si estuviera mareada. Cuando por fin reunió fuerzas, se apresuró a apoderarse del ratón y cerrar el reproductor.
-¿De dónde has sacado esto? ¿Quién más lo ha visto? –Respiraba con dificultad, el pánico y el miedo rezumaban de su voz.- Sergio, joder, dime de donde... Tengo que saber quien lo ha visto y...
-No te preocupes, no lo ha visto nadie más. –Él se forzó para parecer calmado, incluso indiferente. Leo le miró como si no lo entendiera.- No lo ha visto nadie, porque fui yo quien lo grabó.
Se produjo un silencio prolongado. Un instante después, el miedo se borró del rostro de su hermana y dio paso a la ira. Sin contemplaciones, le apartó de su camino y llegó hasta el ordenador. Borró el video y se aseguró de eliminarlo también de la Papelera de Reciclaje.
-No importa lo que hagas, tengo más copias.
-Tú, cabrón, ya me las estás dando si no quieres que... –Se acercó hasta él, amenazadora.-
-Te daré todas las copias que he hecho... –Se le secó la garganta y tuvo que tragar para seguir hablando. No podía fallar, no en ese momento.- Si te desnudas delante de mi.
Casi antes de que terminara de decir las palabras, Leonor le propinó una bofetada de campeonato que le dejó viendo estrellitas. Su hermana tenía las manos largas, eso ya lo sabía. Solían pelearse de vez en cuando, ya no tanto como años atrás, pero de vez en cuando... Él se auto-convencía diciéndose que era más fuerte, pese a que ella fuera más grande y, sobretodo, más imponente. Un día, forcejeando por el mando a distancia del salón, él le había propinado un codazo en el estómago. No había sido nada muy fuerte, sin embargo, ella se había doblado y había empezado a sollozar de dolor, asustándole. Su madre, después, le había comentado algo sobre “la menstruación” y “los ovarios”. Como si hubiera entendido algo de lo que decía... Sin embargo, desde ese día, había evitado devolverle los golpes. No le gustaba verla llorar.
Como vio que otra bofetada se acercaba, se apresuró a alejarse de su radio de acción y a encararla.
-Puedes sacudirme todo lo que quieras, pero no creo que te guste ver tu video en Internet. –La amenazó.-
-No puedes colgarlo en Internet, aún soy menor. –Lo dijo con voz un tanto acosada, pero al menos se detuvo.-
-Hay miles de videos de menores que aparentan tener más de 18, y lo sabes.
-No sabes lo que estás diciendo, dame el video Sergio, damelo o... –La desesperación volvió a teñir su semblante.- No sabes lo que estás haciendo, ¿Verme desnuda? ¡Soy tu hermana!
-También es mi hermana a la que he visto chupándosela a un tío. –Objetó él con acritud.- Espero que viéndote desnuda se me borre de la cabeza, no es precisamente agradable verte escupiendo semen.
Ella se estremeció y cerró los ojos.
-Si quieres dinero... –Fue un susurro derrotado el que brotó de sus labios.-
-No tienes ni un euro. –Atajó él.-
-Pero, Sergi. –Muy oportuno que usara su apelativo cariñoso justo en ese momento.- No puedes... ¿Desnuda? Soy tu hermana, joder, no puedes querer...
-Sí que quiero. –Se sintió repentinamente irritado y no pudo evitar decir lo siguiente.- Y, la verdad, si vas chupándosela a cualquiera por la calle, que yo te vea desnuda es de lo que menos tienes que preocuparte...
-Sergi...
-Me pregunto que pensará papá del video...
Leonor cerró la boca con fuerza, respiró hondo y abrió los ojos. Dos ascuas azules le observaron. Odio, miedo, humillación... Todas las emociones relampagueaban claramente en su rostro, coronadas por la ansiedad.
-Eres un hijo de perra... –Siseó ella con furia.-
Sin embargo, parecía haber tomado una decisión, dado que prácticamente se arrancó la camiseta que llevaba, mostrando un sujetador de color rosa pálido. Hizo lo mismo con los pantalones, dado que no llevaba calzado. En un pestañeo, estaba ante él en ropa interior.
Sergio tragó saliva.
La había visto en bikini muchas otras veces, pero... Esto no era un bikini, era ropa interior. Ese hecho lo cambiaba todo. El cuerpo de Leo era hermoso, con piernas largas y torneadas, así como un vientre liso que conducía, inexorable, a las dos zonas de su anatomía que más resaltaban.
El color rojo se adueñó del rostro de la chica, parecía apunto de desmayarse por la vergüenza. Sergio observaba, esperando...
Ella se echó las manos a la espalda y con un diestro movimiento, fruto de años de práctica, se desabrochó el sujetador. Lo sostuvo ella misma durante unos instantes, buscando cualquier salida por la que escapar. Echó un vistazo al ordenador y se estremeció.
Dejó caer la fina prenda.
Sergio soltó el aire, dándose cuenta en ese instante de que lo había estado conteniendo.
-“Qué buena está...” –El pensamiento rebotó por toda su psique, repitiéndose.-
Tenían forma de gota, y esos eran su tipo preferido. Los pezones eran pequeñitos, enmarcados por unas oscuras aureolas de aspecto suave que contrastaban con su blanca piel. Él se encontraba en el limbo, era una visión magnifica, la primera mujer que veía desnuda, eso sin contar las del ordenador, claro. Esas no valían.
Mientras notaba como su excitación crecía incontenible, su hermana siguió en movimiento. Con el rostro enrojecido, bajó las manos hasta sus caderas, al elástico de sus braguitas, y comenzó a bajar.
Tal vez fuera por sus ojos que habían empezado a lagrimear, probablemente de humillación y vergüenza, o quizás porque con ver su busto había tenido suficiente, pero las palabras se deslizaron por su boca, traicionando su deseo.
-Para. –Carraspeó para recuperar la voz.- Para...
-¿Qué quieres ahora? –Esos ojos cargados de lágrimas no derramadas le miraron.-
-Ya basta. –Él se movió torpemente hasta el escritorio y sacó un CD del cajón.- Es suficiente, no tienes que quitarte más.
-¿Por qué? –Ella miró el disco, recelosa.-
-Porque... –Se humedeció los labios y evitó mirar hacia las manos de su hermana que mantenían aferrados el elástico de sus braguitas. ¿Había atisbado una línea de vello púbico justo antes de detenerla?- Lo que he visto ya me ha impresionado, es lo que quería, y yo... ¡Coge el CD y lárgate!
Necesitaba estar a solas. Urgentemente.
-¿Cómo sé que no hay más copias? –Se había agachado como una centella y ahora se cubría el pecho con su desechada camiseta.-
-No hay más copias, te lo prometo.
Verdad. Lo que le quedaba era la versión original. Para su disfrute personal.
Leonor cogió el CD y lo observó durante un momento, después se estremeció y, haciendo gala de su fuerza, lo partió por la mitad. Su mirada volvió a él, de nuevo toda furia y cólera.
-Si vuelvo a saber algo de este video... –Se le entrecortaron las palabras.- Te juro que te arranco los huevos.
La creyó. Con esos ojos... Salió de su habitación y dio un portazo que resonó por toda la casa al llegar a la suya. La música sonó alta casi al instante. Sergio se quedó mirando la puerta durante un minuto entero. Se aseguro de cerrarla y después se tendió en la cama.
No pudo esperar. Recordaba la cremosidad de esos senos, su forma, el aspecto de los pezones, incluso las tres o cuatro pequitas, o lunares, o lo que sea, que los decoraban. Se masturbó con furia y no tardó en eyacular. Esta vez no hubo toalla que impidiera el desastre.
Tampoco le importó demasiado.
Continuara..
8 comentarios - Tabú de Hermanos Cap I al II
Esta Historia Me Iso Recordar Cuando Mi Hermana Entro A Mi Cuarto Y Me Comenzo A Masturbar...
Te Dejaria Puntos Pero Soy Novato..
jajaja gracias!! 😃 😛