Hola, estuve algo ocupada por estos días, pero creánme que estoy tratando de responder todos los mensajitos, los que me escriben saben bien que los contesto, así que porfis tenganme algo de paciencia.
En cuánto al relato que posteo en esta ocasión, trata sobre una de las tantas experiencias que tuve con hombres mucho más mayores que yo, no sé porque pero siempre me sentí atraída por los "maduritos", quizás sea por haber debutado con mi tío, o por el morbo que me produce, no lo sé ni tampoco me importa descifrarlo. Solo los disfruto como en aquella ocasión.
Mis viejos siguen viviendo en San Justo, cerca de la rotonda, allí es donde nací, crecí y me crié, y donde vuelvo siempre que puedo a comer un asado con toda mi familia, y a dejarme mimar como si los años no hubiesen pasado. Igual para mi mamá siempre voy a seguir siendo la nena, la menor, la más chica, a la que siempre le consentían todos sus caprichos.
En la casa de al lado, igual que en aquellos años, sigue viviendo don Pereyra, nuestro vecino de toda la vida, un típico viejo verde que ya en mi tierna adolescencia me miraba en una forma que parecía que en cualquier momento me iba a saltar encima, aunque era más bueno que el pan. Claro que lo suyo no solo se limitaba a mirarme, sino que también me decía cosas, cosas que en ese momento yo no entendía, como que ya estaba en edad de merecer, o que le gustaría ser mi “Papi” para enseñarme las cosas lindas de la vida.
En ese entonces tenía 15 o 16 años y todavía no había pasado lo de mi tío, o sea todavía no había cogido, por lo que sus comentarios no hacían ninguna mella en mí. Pero bueno, después crecí, me desarrollé, empecé a coger como una descosida, y don Pereyra siempre estaba ahí, mirándome de esa misma manera, como en este último fin de semana que fui con mi marido.
No sé porque pero había estado pensando últimamente en don Pereyra, no en una forma constante, pero sí lo suficiente como para prestarle más atención esta vez. Después de todo sentía que si me había estado deseando por tanto tiempo bien se merecía alguna muestra gratis. Quiero decir, él fue el primero en reconocer la yegua en ciernes que había en mí, pero pese a las ganas que me tenía nunca había podido ir más allá de lo que seguramente imaginaba. Por eso cuándo pensaba en él creía que se merecía una oportunidad. Claro que solo era una idea.
Llegados ya a la casa de mis padres y mientras preparábamos todo para el almuerzo, se me ocurrió preparar una ensalada especial, Don Pereyra siempre tuvo una huerta en el fondo de su casa y le dije a mi mamá que iba a pedirle algunas verduras para preparar algo bien natural.
Estuvo de acuerdo, sobre todo porque, según me dijo, había enviudado hacía poco y consideraba que no le vendría mal recibir alguna visita.
-No lo sabía- me lamenté.
-No había porque decírtelo, total hace años que no lo ves- consideró mi mamá.
-Voy a darle el pésame entonces- repuse.
-Le va a hacer bien verte, siempre te tuvo bastante aprecio- observó mi mamá.
“Más que aprecio diría que lo que me tenía eran ganas”, pensé.
Deje lo que estaba haciendo y fui a su casa. Al verme casi se le salen los ojos. Nunca fue bueno para disimular la atracción que ejercía sobre él y ahora mucho menos. Por mi parte lo note bastante avejentado, aunque eso no evitó que tuviera ganas de hacer lo que ya venía pensando desde hacía rato. Lo saludé con un beso, le di mi más sentido pésame por el fallecimiento de su esposa, aunque eso poco pareció importarle, y entonces le dije que venía a comprarle algo de su huerta. Me dijo que no había problema, y haciéndome entrar a su casa me llevó hacia el terreno del fondo en donde tenía plantadas toda clase de verduras y hortalizas, y también un gallinero, aunque en ese momento me interesaban otra clase de huevos.
Abrió la puerta de la huerta dejando que eligiera por mí misma lo que quería llevarme. Aunque estamos en invierno no hacía tanto frío, o tal vez era yo que estaba demasiado caliente, no sé, pero estaba de pollera, así que, aprovechando esa oportunidad que quizás ya nunca más tendría, me incliné en una forma que mis bondades posteriores quedaron bien a la vista, como para que pudiera admirármelas sin restricción alguna.
De vez en cuándo me daba la vuelta para preguntarle por algo en especial y me daba cuenta que aquello que se asomaba por debajo de mi falda estaba captando toda su atención, tanto es así que en su entrepierna ya podía notar cierto abultamiento. Pese a la diferencia de edad los dos estamos tallados en la misma madera, ambos somos bastante degenerados en lo que al sexo se refiere, por lo que me di cuenta enseguida que no sería necesario andar con demasiadas vueltas respecto a lo que había ido a buscar, lo cuál me venía como anillo al dedo, ya que tampoco tenía mucho tiempo ya que se suponía que solo había ido a recoger algunas verduras de la huerta de nuestro vecino. Me acerque entonces de rodillas a él y tocándole el bulto de la entrepierna le dije con una sonrisa traviesa:
-También necesitaría un buen pepino... ¿tiene alguno que pueda gustarme?-
Con la voz temblorosa por la excitación que de a poco lo iba ganando, me dijo que tenía uno que había estado guardando exclusivamente para mí. Tal comentario me causó mucha gracia. Me reí, y después de reírme le bajé el pantalón y el calzoncillo, provocando que la verga de don Pereyra pegara un salto hacia delante. Apenas se asomó la agarré con una mano y empecé a sacudírsela, comprobando que pese a sus años, algo más de 60, poseía una erección bastante meritoria.
Ahí mismo, en medio de la huerta, de cuclillas ante él, como jamás imaginó tenerme pero como habrá fantaseado millones de veces, le hice un pete como para que el tiempo que tuvo que esperar por semejante atención no haya sido en vano. Lo escuchaba suspirar y me motivaba mucho más todavía, comiéndome casi entera la suculenta verga de mi avejentado vecino. Luego de una buena lustrada de sable me levante, lo tomé de la mano y yo misma lo llevé para dentro de la casa. El lugar en donde vive don Pereyra es prácticamente un desastre, casi no tiene muebles y por ende tampoco tiene cama, apenas un colchón tirado en el suelo. Era evidente que luego de la muerte de su esposa se había derrumbado por completo.
Igualmente tal situación de incomodidad era lo de menos, incluso le agregaba mucho más morbo a toda aquella situación, así que hice que se acostara en el colchón y echándome entre sus piernas se la volví a chupar con las mismas ganas, ya que durante ese corto trayecto se le había bajado considerablemente la erección. Cuándo se la puse al palo de nuevo, le pregunte en donde guardaba los preservativos, me indicó una caja de zapatos que estaba en un rincón, saque uno y se lo puse, y de pie frente a él me desnudé por completo, dejando que se extasiara con cada curva de mi cuerpo. Estaba a punto de hacerlo con don Pereyra y eso me calentaba mucho más todavía. Avancé hacia él, me escupí en la mano para lubricarme la concha con mi propia saliva y me le subí encima, ensartándome todo ese trozo añejo hasta lo más profundo de mi caliente y motivada conchita. Y ahí, ya bien acomodada, empecé a subir y bajar, saltando sobre él, disfrutando cada vez que sus bolas golpeaban contra mis gajos. Luego me puse en cuatro, con él atrás, dándome sin parar hasta que la pija decreció considerablemente su volumen y empezó a salirse, urgida por la necesidad me di la vuelta, le saque el forro y volví a chupársela con todo mi entusiasmo, metiéndomela entera dentro de la boca a causa de la baja que había sufrido, de nuevo mi golosa boquita produjo el milagro, así que esta vez ni me molesté en ponerle otro forro, me le subí de nuevo arriba, me la metí toda adentro, así como estaba, pelada, caliente y jugosa, cabalgándolo con frenesí, sacudiendo mis gomas al ritmo de tan frenética montada. Subía y bajaba con todo, moviéndome sin pausa, disfrutando de la forma en que se me clavaba en lo más hondo, llenándome, tapándome hasta el último rincón con su carne.
Veía la cara del viejo congestionada de placer, sus ojos inyectados en lujuria y me excitaba mucho más todavía, poniéndole más empeño a mi montada, subiendo y bajando con todas mis ansías, saltando prácticamente sobre él, entregándome por completo a una lascivia completamente demoledora.
Don Pereyra no sabía en donde dejar sus manos, primero me agarraba las nalgas, me las apretaba, luego me sobaba las caderas, de ahí subía a mis pechos para estrujármelos, retorciéndome los pezones, para luego volver a mis nalgas y comenzar todo de nuevo. En sus ojos veía que no podía creer lo que estaba pasando, pero lo disfrutaba, pegando saltitos desde abajo para clavármela lo más profundo posible, aunque yo ya me la estaba metiendo bien adentro por mis propios medios.
En eso sentí como se estremecía, como se agitaba debajo de mi cuerpo y me aferré aún más a él, quedándome bien abrochada, esperando el supremo instante de la disolución, hasta que el mismo llego en una oleada explosiva y caudalosa.
El viejo Pereyra me llenó de leche, me rebalsó, me inundó hasta el último rincón de la concha con su añeja esencia íntima.
Ya había pasado un buen rato desde que había salido de la casa de mis padres para comprar un poco de verdura en lo de don Pereyra, así que ni bien sentí la explosión me levanté, le di una chupadita de huevos como broche de oro, y me vestí, llevándome conmigo lo que había juntado de su huerta, aparte de su semen, claro, que me lo llevaba bien adentro de la concha.
Volví a casa de mis viejos como si nada, mi marido seguía hablando de fútbol con mis hermanos, mi papá cuidaba el asado, así que fui directamente a la cocina a ayudar a mi mamá y a preparar la ensalada. Nadie se preocupo por mi demora, por suerte, y cuándo me preguntaron al respecto solo respondí que don Pereyra tenía una huerta muy interesante, aunque lo que había probado de él no habían sido precisamente hortalizas. Pero eso solo lo sabemos él, yo y ahora ustedes. Espero que sepan guardar mi secreto. Un besito a todos.
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En cuánto al relato que posteo en esta ocasión, trata sobre una de las tantas experiencias que tuve con hombres mucho más mayores que yo, no sé porque pero siempre me sentí atraída por los "maduritos", quizás sea por haber debutado con mi tío, o por el morbo que me produce, no lo sé ni tampoco me importa descifrarlo. Solo los disfruto como en aquella ocasión.
DON PEREYRA
Mis viejos siguen viviendo en San Justo, cerca de la rotonda, allí es donde nací, crecí y me crié, y donde vuelvo siempre que puedo a comer un asado con toda mi familia, y a dejarme mimar como si los años no hubiesen pasado. Igual para mi mamá siempre voy a seguir siendo la nena, la menor, la más chica, a la que siempre le consentían todos sus caprichos.
En la casa de al lado, igual que en aquellos años, sigue viviendo don Pereyra, nuestro vecino de toda la vida, un típico viejo verde que ya en mi tierna adolescencia me miraba en una forma que parecía que en cualquier momento me iba a saltar encima, aunque era más bueno que el pan. Claro que lo suyo no solo se limitaba a mirarme, sino que también me decía cosas, cosas que en ese momento yo no entendía, como que ya estaba en edad de merecer, o que le gustaría ser mi “Papi” para enseñarme las cosas lindas de la vida.
En ese entonces tenía 15 o 16 años y todavía no había pasado lo de mi tío, o sea todavía no había cogido, por lo que sus comentarios no hacían ninguna mella en mí. Pero bueno, después crecí, me desarrollé, empecé a coger como una descosida, y don Pereyra siempre estaba ahí, mirándome de esa misma manera, como en este último fin de semana que fui con mi marido.
No sé porque pero había estado pensando últimamente en don Pereyra, no en una forma constante, pero sí lo suficiente como para prestarle más atención esta vez. Después de todo sentía que si me había estado deseando por tanto tiempo bien se merecía alguna muestra gratis. Quiero decir, él fue el primero en reconocer la yegua en ciernes que había en mí, pero pese a las ganas que me tenía nunca había podido ir más allá de lo que seguramente imaginaba. Por eso cuándo pensaba en él creía que se merecía una oportunidad. Claro que solo era una idea.
Llegados ya a la casa de mis padres y mientras preparábamos todo para el almuerzo, se me ocurrió preparar una ensalada especial, Don Pereyra siempre tuvo una huerta en el fondo de su casa y le dije a mi mamá que iba a pedirle algunas verduras para preparar algo bien natural.
Estuvo de acuerdo, sobre todo porque, según me dijo, había enviudado hacía poco y consideraba que no le vendría mal recibir alguna visita.
-No lo sabía- me lamenté.
-No había porque decírtelo, total hace años que no lo ves- consideró mi mamá.
-Voy a darle el pésame entonces- repuse.
-Le va a hacer bien verte, siempre te tuvo bastante aprecio- observó mi mamá.
“Más que aprecio diría que lo que me tenía eran ganas”, pensé.
Deje lo que estaba haciendo y fui a su casa. Al verme casi se le salen los ojos. Nunca fue bueno para disimular la atracción que ejercía sobre él y ahora mucho menos. Por mi parte lo note bastante avejentado, aunque eso no evitó que tuviera ganas de hacer lo que ya venía pensando desde hacía rato. Lo saludé con un beso, le di mi más sentido pésame por el fallecimiento de su esposa, aunque eso poco pareció importarle, y entonces le dije que venía a comprarle algo de su huerta. Me dijo que no había problema, y haciéndome entrar a su casa me llevó hacia el terreno del fondo en donde tenía plantadas toda clase de verduras y hortalizas, y también un gallinero, aunque en ese momento me interesaban otra clase de huevos.
Abrió la puerta de la huerta dejando que eligiera por mí misma lo que quería llevarme. Aunque estamos en invierno no hacía tanto frío, o tal vez era yo que estaba demasiado caliente, no sé, pero estaba de pollera, así que, aprovechando esa oportunidad que quizás ya nunca más tendría, me incliné en una forma que mis bondades posteriores quedaron bien a la vista, como para que pudiera admirármelas sin restricción alguna.
De vez en cuándo me daba la vuelta para preguntarle por algo en especial y me daba cuenta que aquello que se asomaba por debajo de mi falda estaba captando toda su atención, tanto es así que en su entrepierna ya podía notar cierto abultamiento. Pese a la diferencia de edad los dos estamos tallados en la misma madera, ambos somos bastante degenerados en lo que al sexo se refiere, por lo que me di cuenta enseguida que no sería necesario andar con demasiadas vueltas respecto a lo que había ido a buscar, lo cuál me venía como anillo al dedo, ya que tampoco tenía mucho tiempo ya que se suponía que solo había ido a recoger algunas verduras de la huerta de nuestro vecino. Me acerque entonces de rodillas a él y tocándole el bulto de la entrepierna le dije con una sonrisa traviesa:
-También necesitaría un buen pepino... ¿tiene alguno que pueda gustarme?-
Con la voz temblorosa por la excitación que de a poco lo iba ganando, me dijo que tenía uno que había estado guardando exclusivamente para mí. Tal comentario me causó mucha gracia. Me reí, y después de reírme le bajé el pantalón y el calzoncillo, provocando que la verga de don Pereyra pegara un salto hacia delante. Apenas se asomó la agarré con una mano y empecé a sacudírsela, comprobando que pese a sus años, algo más de 60, poseía una erección bastante meritoria.
Ahí mismo, en medio de la huerta, de cuclillas ante él, como jamás imaginó tenerme pero como habrá fantaseado millones de veces, le hice un pete como para que el tiempo que tuvo que esperar por semejante atención no haya sido en vano. Lo escuchaba suspirar y me motivaba mucho más todavía, comiéndome casi entera la suculenta verga de mi avejentado vecino. Luego de una buena lustrada de sable me levante, lo tomé de la mano y yo misma lo llevé para dentro de la casa. El lugar en donde vive don Pereyra es prácticamente un desastre, casi no tiene muebles y por ende tampoco tiene cama, apenas un colchón tirado en el suelo. Era evidente que luego de la muerte de su esposa se había derrumbado por completo.
Igualmente tal situación de incomodidad era lo de menos, incluso le agregaba mucho más morbo a toda aquella situación, así que hice que se acostara en el colchón y echándome entre sus piernas se la volví a chupar con las mismas ganas, ya que durante ese corto trayecto se le había bajado considerablemente la erección. Cuándo se la puse al palo de nuevo, le pregunte en donde guardaba los preservativos, me indicó una caja de zapatos que estaba en un rincón, saque uno y se lo puse, y de pie frente a él me desnudé por completo, dejando que se extasiara con cada curva de mi cuerpo. Estaba a punto de hacerlo con don Pereyra y eso me calentaba mucho más todavía. Avancé hacia él, me escupí en la mano para lubricarme la concha con mi propia saliva y me le subí encima, ensartándome todo ese trozo añejo hasta lo más profundo de mi caliente y motivada conchita. Y ahí, ya bien acomodada, empecé a subir y bajar, saltando sobre él, disfrutando cada vez que sus bolas golpeaban contra mis gajos. Luego me puse en cuatro, con él atrás, dándome sin parar hasta que la pija decreció considerablemente su volumen y empezó a salirse, urgida por la necesidad me di la vuelta, le saque el forro y volví a chupársela con todo mi entusiasmo, metiéndomela entera dentro de la boca a causa de la baja que había sufrido, de nuevo mi golosa boquita produjo el milagro, así que esta vez ni me molesté en ponerle otro forro, me le subí de nuevo arriba, me la metí toda adentro, así como estaba, pelada, caliente y jugosa, cabalgándolo con frenesí, sacudiendo mis gomas al ritmo de tan frenética montada. Subía y bajaba con todo, moviéndome sin pausa, disfrutando de la forma en que se me clavaba en lo más hondo, llenándome, tapándome hasta el último rincón con su carne.
Veía la cara del viejo congestionada de placer, sus ojos inyectados en lujuria y me excitaba mucho más todavía, poniéndole más empeño a mi montada, subiendo y bajando con todas mis ansías, saltando prácticamente sobre él, entregándome por completo a una lascivia completamente demoledora.
Don Pereyra no sabía en donde dejar sus manos, primero me agarraba las nalgas, me las apretaba, luego me sobaba las caderas, de ahí subía a mis pechos para estrujármelos, retorciéndome los pezones, para luego volver a mis nalgas y comenzar todo de nuevo. En sus ojos veía que no podía creer lo que estaba pasando, pero lo disfrutaba, pegando saltitos desde abajo para clavármela lo más profundo posible, aunque yo ya me la estaba metiendo bien adentro por mis propios medios.
En eso sentí como se estremecía, como se agitaba debajo de mi cuerpo y me aferré aún más a él, quedándome bien abrochada, esperando el supremo instante de la disolución, hasta que el mismo llego en una oleada explosiva y caudalosa.
El viejo Pereyra me llenó de leche, me rebalsó, me inundó hasta el último rincón de la concha con su añeja esencia íntima.
Ya había pasado un buen rato desde que había salido de la casa de mis padres para comprar un poco de verdura en lo de don Pereyra, así que ni bien sentí la explosión me levanté, le di una chupadita de huevos como broche de oro, y me vestí, llevándome conmigo lo que había juntado de su huerta, aparte de su semen, claro, que me lo llevaba bien adentro de la concha.
Volví a casa de mis viejos como si nada, mi marido seguía hablando de fútbol con mis hermanos, mi papá cuidaba el asado, así que fui directamente a la cocina a ayudar a mi mamá y a preparar la ensalada. Nadie se preocupo por mi demora, por suerte, y cuándo me preguntaron al respecto solo respondí que don Pereyra tenía una huerta muy interesante, aunque lo que había probado de él no habían sido precisamente hortalizas. Pero eso solo lo sabemos él, yo y ahora ustedes. Espero que sepan guardar mi secreto. Un besito a todos.
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34 comentarios - Don Pereyra (maritainfiel)
buenisimoooo 😉 😉
besossss
micamorocha
habra que probar algun madurito!!! jamas me llamaron la atencion, pero uno nunca sabe!!!
Besos, Lau.
Gracias mi amor, esa es la idea, romperte la cabeza... las dos, claro. Jajajaja. Besitos y gracias por los puntos. Como hago siempre te dejo + 10 corazoncitos.
❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️
Gracias por estar. Besotes. ❤️
Gracias y besossss también, y corazoncitos. ❤️
Nunca digas nunca... jajajaja... Besitos. ❤️
Jajajaja... ya es bastante cornudo el pobre. Besissss. ❤️
Gracias... te correspondo los 5. ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️
Me gusta que te calienten. Besitos. ❤️
Jajajaja... y quien te dice. Te correspondo los + 10.
❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️
Jajajaja... los que amamos el sexo sabemos que el olor es lo mejor, además cuándo volví lo peor no era eso, sino que me chorreaba por la entrepierna, así que como te imaginaras tuve que ir urgente a pegarme una bideteada, jajajaja... Besitos y espero haber contestado tu interrogante. ❤️
Gracias... Besitos. ❤️
Jajajaja... puede ser... lo que si te digo es que en la variedad esta el gusto, y que así como un jovencito te puede llevar a la Gloria a pura potencia, los maduritos pueden hacerlo con la experiencia y el oficio que proporcionan los años. Te lo digo con conocimiento de causa... jajajaja... Besitos. ❤️
IMPRESIONANTE RELATO , MARITA...
VAN MIS MAS CALIENTES POROTINES DEL DIA...
+10
Gracias... Besos tambien. ❤️
Muchas gracias... y como siempre van 10 corazoncitos.
❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️ ❤️
Y besitos tambien.
No pierdas esa hermosa manera de contar cosas de no contar que tenes...volvé...no te pierdas... 🙎♂️ 🙎♂️
vos amas el sexo y adoras el olor y sabor de la leche... pero...(como vos desis) los demas te deben sentir el olor y se dan cuenta o sospechan no se...