Hay días en que todo parece planificado por Eros, con los planetas alineados o quién sabe qué, y todo dispuesto para el disfrute: los latidos en mi vagina, los pezones duros por el frío, las hormonas enardecidas y, sobre todas las cosas, la cabecita perversa pensando y pensando.
En el último tiempo, y en especial en invierno, junto a F., mi marido, las salidas habían quedado acotadas a los fines de semana. Pero el miércoles unos amigos a los que hacía rato no veíamos nos invitaron a su casa, en Vicente López. Cuando les dijimos que iríamos no contábamos con que el auto iba a estar en el taller: nada que el colectivo 59 no pudiera solucionar. La cena fue divertida y el vino ayudó. Después de algunas semanas difíciles, la salida nos había hecho bien, estábamos llenos de energía, pero el marido de mi amiga tenía que levantarse temprano al día siguiente y no suelo necesitar demasiadas indirectas para darme cuenta que es momento de irnos.
El colectivo estaba casi vacío, nos sentamos en uno de los asientos dobles, casi a la mitad. Ideal para dormirse una siestita y despertarse justo en la parada. Perdón, ¿dije “parada”? Sí, estás pensando lo mismo que yo pensé en ese momento.
- Mi amor, tengo ganitas…
- Yo también, no veo la hora de llegar y…
- No, no entendes. Ahora tengo ganas. Se me ocurren muchas cosas nuevas para hacer.
- Bueno, tampoco tan nuevas.
Cuando me dijo eso, sentí que me desafiaba. Aunque tener sexo en el colectivo es de por sí excitante y peligroso, necesitábamos hacer algo que nos llevara más allá. No se me ocurría nada, así que decidí frotar la lámpara a ver si así se me ocurría algo. Metí la mano en su pantalón y debo admitir que no me llevé ninguna sorpresa cuando sentí que su pija estaba ya parada como si me la hubiese apoyado durante quince minutos. Miré para todos lados para asegurarme que, desde los pocos lugares que estaban ocupados, nadie pudiese ver mi mano yendo y viniendo para frotársela. Aunque no lo veía, mis dedos adivinaban cada una de las venas que lo recorrían, los bordes de la cabeza, tan suave al tacto como un terciopelo. Mientras veía a través de la ventanilla a hombres y mujeres cubiertos de camperas, insultando al frío, yo disfrutaba del calor que irradiaba esa pija. Hundía cada vez más la mano; el pantalón me tapaba ya hasta la mitad del antebrazo. Tenía los testículos en la palma de mi mano. F. cerraba los ojos para disfrutar mejor de esa paja que se iniciaba donde nacen las bolas hasta el roce de la punta de la pija con el pantalón. Y ahí, donde nacen las bolas nació mi nueva fantasía.
Con mi mano derecha aferrada al tronco, mi mano izquierda abrió la cartera. F. me dijo:
- ¿Qué buscas? Ahora no, seguí.
No soy una chica coqueta, nunca llevo conmigo maquillaje ni nada de eso, por lo que haber tenido conmigo ese día crema humectante fue una suerte. Le di a F. una mirada con mi mejor cara de putita (que cada vez me sale mejor, ¿será la práctica?) y llené mi mano izquierda de crema. Le di uno de esos besos que a los hombres les hacen parar la pija con sólo mirarlos. Pasé mi mano llena de crema por atrás de su espalda y llegué hasta el perineo, donde acompañé el movimiento de la paja y sentí toda la transpiración, que tanto me gusta saborear en los labios. F., que es un poco más pudoroso que yo, puso la campera por encima de sus piernas. Ahí, frente al colectivero que de tanto en tanto miraba por el espejo retrovisor, dos pendejos que iban a algún boliche (y quizás soñaban con encontrar alguna putita que los pajeara en un colectivo), una vieja y alguno más, yo gemía y hacía gemir a F. tironeando cada vez más fuerte de su pija y metiendo la puntita del dedo en su ano.
No podía dejar de imaginarme a cada uno de los pasajeros descubriéndonos. A todos ellos les diría lo mismo:
- Sí, soy toda una putita. ¿Y qué?
Tenía el poder, nada me calienta como eso. Y mi bombacha lo sabía, porque el flujo empezaba a sentirse tibio, era una lengua que iba desde mi conchita bajando por los muslos. Mis gemidos alertaron a F., que apoyó su mano en mi concha. Claro que quería sentirlo en mi clítoris, pero que él dispusiera de mi placer iba contra la fantasía de que fuera mi esclavo en ese colectivo. Hundí el dedo entero en su culo, no me importó hacerlo con fuerza y hasta con cierta torpeza: le había hecho doler y eso no estaba nada mal. Su gemido se convirtió en un grito ahogado. El colectivero miró. Yo le mantuve la mirada, no hay hombre que pueda resistir la mirada fija de una mujer acompañada de otro hombre. El tipo arrancó y volvió a prestar atención en el camino.
- Si gritas todos van a ver como tu mujer te mete un dedito en el culo, no te lo recomiendo. – dije.
Con mi dedo bien adentro, F. empezó a cabalgar haciendo que mi mano derecha gozara del roce de su pija transpirada. Le faltaba poco.
- Seguí vos, a mí me queda algo más para hacer.- dije.
F. dio las últimas estocadas y cuando vi sus ojos cerrados, su respiración contenida y los abdominales tensos puse como un cuenco mi mano frente a su pija. Sentí el chorro de semen caliente derramarse sobre mi palma, mis dedos goteaban.
- ¿Con qué te vas a limpiar ahora? – me preguntó.
¿Limpiarme? No. Una vez servido, ni el champagne ni el semen pueden quedar sin beberse. Puse el cuenco en mi boca y, como una buena nena, me tomé todas las vitaminas; y, como una nena putona, pasé la lengua por cada resto de semen que había quedado hasta no dejar una gota sin tomarme.
- Saladito – dije en voz alta, como para que todos lo escucharan pero nadie lo entendiese.
Para cuando F. puso su mano dentro de mi bombacha mi vagina era un río, los labios estaban tan abiertos que pensé que podría introducirme el pasamanos entero. Tenía ganas de gritar pero disfrutaba de la tortura de no poder hacerlo. Mientras un dedo dibujaba círculos en mi clítoris, podía imaginarme en el pasillo del colectivo, en cuatro patas y mi hombre metiéndomela hasta el fondo; el colectivero tocándose por sobre el pantalón, los dos pendejos dispuestos a desenvainar sus pijas en mi boca y la vieja murmurando, sílaba por sílaba, “pu-ta”. Cuando acabé, entre suspiros, busqué con la mirada a cada uno de ellos.
Al bajar del colectivo, además de reírnos, pensábamos en si alguno de todos ellos se había dado cuenta. Coincidimos en que deberíamos viajar más seguido en colectivo y todo lo que hablamos fue el preludio para otro hermoso polvo, pero ya en nuestra propia cama.
Ah, no te conté cómo me limpié el dedito. Ya sabes, soy una buena nena, cómo voy a dejar algo en el plato sin tomármelo…
En el último tiempo, y en especial en invierno, junto a F., mi marido, las salidas habían quedado acotadas a los fines de semana. Pero el miércoles unos amigos a los que hacía rato no veíamos nos invitaron a su casa, en Vicente López. Cuando les dijimos que iríamos no contábamos con que el auto iba a estar en el taller: nada que el colectivo 59 no pudiera solucionar. La cena fue divertida y el vino ayudó. Después de algunas semanas difíciles, la salida nos había hecho bien, estábamos llenos de energía, pero el marido de mi amiga tenía que levantarse temprano al día siguiente y no suelo necesitar demasiadas indirectas para darme cuenta que es momento de irnos.
El colectivo estaba casi vacío, nos sentamos en uno de los asientos dobles, casi a la mitad. Ideal para dormirse una siestita y despertarse justo en la parada. Perdón, ¿dije “parada”? Sí, estás pensando lo mismo que yo pensé en ese momento.
- Mi amor, tengo ganitas…
- Yo también, no veo la hora de llegar y…
- No, no entendes. Ahora tengo ganas. Se me ocurren muchas cosas nuevas para hacer.
- Bueno, tampoco tan nuevas.
Cuando me dijo eso, sentí que me desafiaba. Aunque tener sexo en el colectivo es de por sí excitante y peligroso, necesitábamos hacer algo que nos llevara más allá. No se me ocurría nada, así que decidí frotar la lámpara a ver si así se me ocurría algo. Metí la mano en su pantalón y debo admitir que no me llevé ninguna sorpresa cuando sentí que su pija estaba ya parada como si me la hubiese apoyado durante quince minutos. Miré para todos lados para asegurarme que, desde los pocos lugares que estaban ocupados, nadie pudiese ver mi mano yendo y viniendo para frotársela. Aunque no lo veía, mis dedos adivinaban cada una de las venas que lo recorrían, los bordes de la cabeza, tan suave al tacto como un terciopelo. Mientras veía a través de la ventanilla a hombres y mujeres cubiertos de camperas, insultando al frío, yo disfrutaba del calor que irradiaba esa pija. Hundía cada vez más la mano; el pantalón me tapaba ya hasta la mitad del antebrazo. Tenía los testículos en la palma de mi mano. F. cerraba los ojos para disfrutar mejor de esa paja que se iniciaba donde nacen las bolas hasta el roce de la punta de la pija con el pantalón. Y ahí, donde nacen las bolas nació mi nueva fantasía.
Con mi mano derecha aferrada al tronco, mi mano izquierda abrió la cartera. F. me dijo:
- ¿Qué buscas? Ahora no, seguí.
No soy una chica coqueta, nunca llevo conmigo maquillaje ni nada de eso, por lo que haber tenido conmigo ese día crema humectante fue una suerte. Le di a F. una mirada con mi mejor cara de putita (que cada vez me sale mejor, ¿será la práctica?) y llené mi mano izquierda de crema. Le di uno de esos besos que a los hombres les hacen parar la pija con sólo mirarlos. Pasé mi mano llena de crema por atrás de su espalda y llegué hasta el perineo, donde acompañé el movimiento de la paja y sentí toda la transpiración, que tanto me gusta saborear en los labios. F., que es un poco más pudoroso que yo, puso la campera por encima de sus piernas. Ahí, frente al colectivero que de tanto en tanto miraba por el espejo retrovisor, dos pendejos que iban a algún boliche (y quizás soñaban con encontrar alguna putita que los pajeara en un colectivo), una vieja y alguno más, yo gemía y hacía gemir a F. tironeando cada vez más fuerte de su pija y metiendo la puntita del dedo en su ano.
No podía dejar de imaginarme a cada uno de los pasajeros descubriéndonos. A todos ellos les diría lo mismo:
- Sí, soy toda una putita. ¿Y qué?
Tenía el poder, nada me calienta como eso. Y mi bombacha lo sabía, porque el flujo empezaba a sentirse tibio, era una lengua que iba desde mi conchita bajando por los muslos. Mis gemidos alertaron a F., que apoyó su mano en mi concha. Claro que quería sentirlo en mi clítoris, pero que él dispusiera de mi placer iba contra la fantasía de que fuera mi esclavo en ese colectivo. Hundí el dedo entero en su culo, no me importó hacerlo con fuerza y hasta con cierta torpeza: le había hecho doler y eso no estaba nada mal. Su gemido se convirtió en un grito ahogado. El colectivero miró. Yo le mantuve la mirada, no hay hombre que pueda resistir la mirada fija de una mujer acompañada de otro hombre. El tipo arrancó y volvió a prestar atención en el camino.
- Si gritas todos van a ver como tu mujer te mete un dedito en el culo, no te lo recomiendo. – dije.
Con mi dedo bien adentro, F. empezó a cabalgar haciendo que mi mano derecha gozara del roce de su pija transpirada. Le faltaba poco.
- Seguí vos, a mí me queda algo más para hacer.- dije.
F. dio las últimas estocadas y cuando vi sus ojos cerrados, su respiración contenida y los abdominales tensos puse como un cuenco mi mano frente a su pija. Sentí el chorro de semen caliente derramarse sobre mi palma, mis dedos goteaban.
- ¿Con qué te vas a limpiar ahora? – me preguntó.
¿Limpiarme? No. Una vez servido, ni el champagne ni el semen pueden quedar sin beberse. Puse el cuenco en mi boca y, como una buena nena, me tomé todas las vitaminas; y, como una nena putona, pasé la lengua por cada resto de semen que había quedado hasta no dejar una gota sin tomarme.
- Saladito – dije en voz alta, como para que todos lo escucharan pero nadie lo entendiese.
Para cuando F. puso su mano dentro de mi bombacha mi vagina era un río, los labios estaban tan abiertos que pensé que podría introducirme el pasamanos entero. Tenía ganas de gritar pero disfrutaba de la tortura de no poder hacerlo. Mientras un dedo dibujaba círculos en mi clítoris, podía imaginarme en el pasillo del colectivo, en cuatro patas y mi hombre metiéndomela hasta el fondo; el colectivero tocándose por sobre el pantalón, los dos pendejos dispuestos a desenvainar sus pijas en mi boca y la vieja murmurando, sílaba por sílaba, “pu-ta”. Cuando acabé, entre suspiros, busqué con la mirada a cada uno de ellos.
Al bajar del colectivo, además de reírnos, pensábamos en si alguno de todos ellos se había dado cuenta. Coincidimos en que deberíamos viajar más seguido en colectivo y todo lo que hablamos fue el preludio para otro hermoso polvo, pero ya en nuestra propia cama.
Ah, no te conté cómo me limpié el dedito. Ya sabes, soy una buena nena, cómo voy a dejar algo en el plato sin tomármelo…
14 comentarios - Más pública y perversa que nunca
🙌 gracias
hola laury preciosa se te estaba extrañando!!!! y volviste con este impresionante relato realmente lujurioso y fantástico me encanto y obvio van mis 10 de hoy con un besito para tu rica conchita jugosa...la miá se hizo agüita imaginándolos tan zarpados en el bondi 🙎♂️ 🙎♂️ 🙎♂️ 😀 😀 😀
Sexo en el colectivo !!!
Lo hemos hecho haya lejos y hace tiempo pero no olvidamos lo excitante que fue !!!
Muy buen relato !!!
Gracias por compartir.
Besos y Lamiditas !!!
Compartamos, comentemos, apoyemos, hagamos cada vez mejor esta maravillosa Comunidad !!!
Por este hermoso testimonio bien caliente y por vivir la sexualidad a pleno y llevarla más alla de lo imaginado
A través de tus palabras experimenté la misma sensación de F., fue un gran placer ser guiado por una hermosa putona como vos
moni: Con qué placer recibo tu beso!! Besos hermosa!
Angieyruben: si sabrás del gustito de hacerlo en lugares raros, no? Qué lindo!!!
Tu_potro_sex: Gracias por tus palabras, el placer es mío. Besos!
Fledo02: Me mató eso de "empalado"! jaja Besos y gracias
❤️ y +5
Bebe23: el placer es mío. Volví con la calentura acumulada de bastante tiempo sin escribir!!! Eso sí, a vos te leí siempre mientras tanto. Gracias por el comentario.
Danpou: Si algún día se filma "Laurita, la peli" te voy a poner de publicista!!! gracias.
Beso!
Me voy hacer una puñeta y vuelvo my lady. 🤤