Espero lo disfruten tanto como yo ! 😃, saludos.
Mi nombre es Yolanda. Soy la hija menor, mejor dicho, la niña mimada de una familia que podrÃamos llamar completa y perfecta: nuestro padre, nuestra madre, mi hermana mayor, mi hermano Alejandro y yo. La verdad es que nuestra vida se ha desarrollado entre la comodidad, el amor y la belleza. Nuestra madre es una mujer bellÃsima, a quien todos en la familia adoramos con locura. Mamá es un ángel del cielo, el amor puro sin cuya presencia no imaginarÃamos vivir. Mi hermana mayor, Laura, es absolutamente apegada a ella, a pesar de que ahora esté viviendo en Londres. Y mi hermano Alejandro, para qué decir: su edipo es del tamaño de una catedral. Está tan atolondrado por ella que, a pesar de su hermosura que enloquece a las mujeres, no mira a ninguna... hasta hace algunos meses, como ya les contaré.
Alejandro es un sueño: no podrÃa describir en todo el espacio del mundo el amor intenso que siento por él. Es el amor de mi vida, mi hombre, mi adoración, mi locura. Es tan bello que sólo mirarle puede llevar a la desesperación. Desde joven se destacó por su impresionante belleza. Cuando estaba en el colegio, el profesor encargado del régimen docente citó a nuestros padres para indicarles cómo debÃan educar a ese niño cuya belleza podrÃa causarle más problemas que ventajas. Y en la familia se tendió a sobreprotegerlo, principalmente mamá, que lo ha mimado sin lÃmites hasta ahora. No nos extrañó, pues, que Alejandro mostrara pronto inclinaciones bisexuales. Era inevitable: una madre de una hermosura turbadora, amorosa y cariñosa sin miramientos; nuestra hermana Laura, a quien adoro, bella hasta decir basta. Las amigas de mamá, muchas de ellas de una belleza inverosÃmil, no dejaban de decirle a nuestro Alejandro cuán hermoso era. Cuando ya estaba crecidito, muchas de ellas iban más allá, e intentaban disfrutar de nuestro Adonis. Pero Alejandro, retraÃdo y concentrado en sà mismo, empezó a hacer una amistad muy fuerte con un compañero de colegio, con el que me confesarÃa después se inició en las relaciones sexuales.
Para no hac
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er tan larga introducción, que juzgo necesaria para poder explicar nuestra historia, comienzo por decir que desde pequeña estuve unida a mi hermano como una lapa. Era en sus piernas donde dormÃa cuando Ãbamos en paseos largos en el coche, y era él quien me mimaba cuando hacÃa pucheros después de llegar del colegio, mientras llegaba mamá. En mi casa era natural que yo durmiera con Alejandro cuando tenÃa pesadillas o cuando tenÃa frÃo. Mi hermano nunca fue el hermano repelente y odioso que han tenido que sufrir, sin excepción, todas mis amiguitas. No fue nada raro, pues, que todas mis amiguitas estuvieran enamoradas de él.
Pasada la pubertad, con mi cuerpo en pleno desarrollo y en la época en que todos los amigos de papá me devoraban con sus ojos y se masturbaban jadeantes pensando en mis nalguitas de durazno, yo no querÃa estar sino con mi hermano. Nuestro cariño era inabarcable. Durante algún tiempo, acostumbré a visitarlo cuando aún no estaba levantado de la cama, y con el pretexto de hacerle cosquillas, le acariciaba su rostro, su pelo, sus orejas, y de vez en cuando le pasaba mis dedos por los labios. Alejandro se dejaba hacer y no disimulaba el gustito que le daban mis visitas. Hasta el momento, no pasábamos de las caricias piel con piel, hasta que fue patente para mà que necesitaba del contacto con él más que cualquier otra cosa. Estaba enferma de amor por mi hermano, y mi fiebre no se calmaba ni aún con otras posibilidades, como las que me podrÃan brindar aquel guapo amigo de mi padre que me metió mano sin tapujos durante una visita a su casa de campo, hace algunas semanas, y que alcanzó a excitarme; ni las continuadas caricias de la sicóloga de mi colegio, que con el pretexto de dialogar con las chicas de penúltimo curso, como yo, nos invita a su despacho y allà nos pide que le demos rienda suelta a nuestras fantasÃas más morbosas y le contemos nuestras apetencias, las cuales ella escucha visiblemente turbada. Las visitas a LucÃa (asà se llama nuestra "psico") son voluntarias, pero a mi me gusta visitarla, aunque la última vez estaba más cachonda que de costumbre, y al sentarme en sus piernas y abrazarla, como es tradicional, intentó por todos los modos de acariciarme las piernas debajo de mi faldita de cuadros, con el pretexto de ver cuán tenÃa firmes y tersos tenÃa los muslos. Yo jugueteé un poco con ella. LucÃa me gusta, tiene 45 años y se ha divorciado dos veces, y me genera tal confianza que he logrado mucha intimidad con ella. Fue ella quien me enseñó a besar, y no puedo ocultar que su lengua suave, húmeda y rosada llegó casi a generarme vicio. No seguiré con LucÃa, porque eso dará lugar para otra historia. Finalizo diciendo que ella me insiste en enseñarme a hacer el amor, para lo cual me invita a su casa repetidamente, bajo el máximo secreto, eso sÃ.
Yo veÃa completamente normal mi amor por mi hermano Alejandro. Mis amigas odiaban a sus hermanos, mientras yo no podÃa vivir sin él. Cada vez mis visitas a su habitación duraban más rato, salvo cuando se encerraba con su "novio" Carlos a pajearse mirando las revistas que el maricón de Carlos llevaba para verlas juntos. Yo odiaba a Carlos, obviamente, aunque no tanto como para no reconocer que era un niño tan lindo como marica, pues muchos en el colegio lo conocÃan por los concursos que hacÃa en el baño de hombres para pajearse entre los compañeros y ver quién tenÃa el rejo más grande. Según me contó Alejandro, el de Carlos estaba más desarrollado que el de todos los demás. Un dÃa que salió Carlos yo entré con cara de enfadada donde Alejandro, para hacerle patentes mis celos. Él intentó mimarme, a lo que me rehusé, muy digna. Pero no pude dejar de percibir el olor de sus manos: era evidente que habÃa estado masturbando a Carlos, y aún tenÃa en sus manos ese olor mezclado a marisco, lÃquido lubricante y sudor de caballo tan propio de los hombres después de haber tenido sexo. Aunque intenté no dejarme acariciar de él, ese olor no dejó de atraerme, hasta que accedà a sus fingidos ruegos y deje que se pusiera detrás de mà y me basara el cu
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ello, diciéndome que yo seguÃa siendo su nena linda. Yo le dije que olÃa a caballo, y él me dijo que ese era el olor que le gustaba, porque no conocÃa otro mejor. Yo me senté, me subà mi faldita de cuadros, y le dije pÃcara: aquà puede haber uno mejor. Él, como la cosa más natural del mundo, se acercó hasta el final de mis piernas, arriba, y aspiró fuerte dos o tres veces, un poco teatralmente. Al principio me dio risa, porque parecÃa un perro oliendo a su perra en perÃodo de celo, pero la risa se me fue convirtiendo en un escalofrÃo en el estómago. Alejandro no salÃa de allÃ, y enseguida empezó a hacer un lado mis calzoncitos, sacando su lengua y comenzando a lamer. Yo empecé a sentir una especie de desfallecimiento, un alborozo nuevo, una dicha innombrable, una electricidad en el punto álgido de mi sensibilidad. Esa lengua era increÃblemente suave y fresca, que algunas veces me habÃa lamido los dedos y los lóbulos de las orejas, pero que ahora iba directo al corazón de mi felicidad. Cerraba los ojos y veÃa luces de colores centelleando a mi alrededor. Oh, qué sensación...
Alejandro terminó una vez apreté mis las piernas con todas mis fuerzas cuando la descarga eléctrica fue tan intensa que perdà el sentido, se limpió la boca, tomó un poco de agua, y se acostó a mi lado apretándome muy fuerte. Estaba en erección, y se frotaba contra mà rÃtmicamente. Me dijo que se habÃa hecho unas tres pajas con Carlos, y que no creÃa que pudiera más. Yo le dije que me mostrara el cachalote. Él se lo sacó, y yo lo acaricié un rato. SeguÃa erecto, aunque él me dijo que no querÃa pajearse más. Yo iba a salir, pero él me atajó bruscamente y me lanzó hacia él. Me dio un beso en los labios, muy largo, y me dijo que vivÃa loco por mÃ. Yo a esas alturas seguÃa con los pezones hinchados y firmes como corozos, lo cual no le pasó desapercibido, pues me los apretó con sus dedos varias veces. Yo querÃa que me los mordiera un poco, pero lo dejé para la mañana del dÃa siguiente.
Esa mañana, efectivamente, todos habÃan salido temprano y yo fui donde Alejandro. Llegué a su cama, me metà en ella sin preguntar, y noté que sólo tenÃa una camisilla y nada más. Estaba en una completa erección, y su miembro palpitante y algo pegajoso en la punta empezó a pasearse por entre mis piernas. Yo, con alguna dificultad, me quité mis tanguitas, y al abrazarme fuerte a él empecé a besarlo. Alejandro estaba muy excitada, pero me decÃa por favor que lo besara despacio, como si estuviera besando a una de mis amigas. Me preguntó que si él me parecÃa lindo, y yo capté rápidamente el secreto: para que fuera totalmente mÃo, tendrÃa que tratarlo como a una nena mimada y caprichosa. Empecé a decirle que para mà era la nena más hermosa del mundo, la más bella, a medida que iba dándole unos sonoros y sostenido besos en su cara. Alejandro se fue transformando en un fenómeno colorado y jadeante, y yo empecé a prepararme para la penetración. No era la primera vez que me penetraban, pues tanto el amigo de papá que conté más arriba, como LucÃa la sicóloga de mi cole ya habÃan explorado esas zonas adentro, si bien no totalmente. El amigo de papá sólo pudo meterme algo de su dedo, y LucÃa un pequeño pene de goma con el que me preparó en una de sus sesiones de "terapia".
Alejandro comenzó a abrirse paso, pero de ahà en adelante mi estado era de tanto placer que entré en semi inconsciencia, y solo recuerdo que suavemente su miembro se frotaba en mi interior, mientras nos decÃamos cuánto nos amábamos y yo le decÃa, "ay, amor, mi belleza, ay, ay, mi hermosura, ay mi muñeco precioso, ay qué gustito tu hermosura dentro de mÃ, ay... ay qué rico, mi gatita, eres una gatita juguetona, ay..." No sé realmente cuánto estuvo haciéndome el amor, pero sà se que nunca habÃa sentido mayor dicha, mayor plenitud. Lo extraño es que en plena fase de éxtasis pensé en mi madre y su belleza me pareció más nÃtida que nunca, y experimenté un gozo indescriptible al imaginar el rejo erecto de papá. Todo esto lo sentÃa en el marco de esa felicidad suprema que fue hacer el amo
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r con Alejandro, mi hermano hermoso.
De allà en adelante seguimos haciendo el amor a menudo, sobretodo cuando mis estrategias para ahuyentar a la maricona de Carlos de casa dan resultado. Cuando éste no viene, aprovecho para mimar a mi "nena" consentida y empezar a pajearlo y darle varias lamidas a su hermoso pipà antes de tenerlo en mÃ. Las últimas veces Alejandro me ha pedido que le acaricie el ano, y eso hace que su erección sea mucho más firme. La última vez que hicimos el amor duró mucho más rato dentro, gracias a que he mejorado mi técnica de masaje anal, con la introducción del dedo cordial. Ahà Alejandro se vuelve una loca metelona que pierde la conciencia de sÃ, para gozo y ventura mÃa. Pero esta etapa anal no es sólo para él: Alejandro se pasa horas lamiéndome por detrás, primero las nalgas, que besa y lame sin parar, diciéndome que son sus melocotones preferidos, y luego me cosquillea más adentro con la lengua, lo cual en un principio no me causaba mayor placer pero que con el paso de los dÃas le voy sacando mayor gustillo. Y eso por no decir lo que pasa cuando me pongo falditas de algodón muy finito sin ropa interior, sólo para que él pueda sobar a su gusto allà donde me atrape: en la cocina lavando los platos, en el sofá de la televisión o en el ascensor. Alejandro se ha vuelto un sobón de miedo, loco por mis nalgas y por mis muslos.
Lo amo, definitivamente, y no podrÃa terminar con palabras la descripción de lo que siento cuando devora mis labios con su boca. Sus besos son desesperados mordiscos de amor que parecieran querer arrancarme mis labios, que terminan rojos como cerezas y palpitantes como mi corazón desbocado. No sé si siempre se sentirá el mismo placer, pero sà sé que el que yo siento cuando hago el amor con mi hermano Alejandro es lo máximo a lo que se puede llegar.
Mi nombre es Yolanda. Soy la hija menor, mejor dicho, la niña mimada de una familia que podrÃamos llamar completa y perfecta: nuestro padre, nuestra madre, mi hermana mayor, mi hermano Alejandro y yo. La verdad es que nuestra vida se ha desarrollado entre la comodidad, el amor y la belleza. Nuestra madre es una mujer bellÃsima, a quien todos en la familia adoramos con locura. Mamá es un ángel del cielo, el amor puro sin cuya presencia no imaginarÃamos vivir. Mi hermana mayor, Laura, es absolutamente apegada a ella, a pesar de que ahora esté viviendo en Londres. Y mi hermano Alejandro, para qué decir: su edipo es del tamaño de una catedral. Está tan atolondrado por ella que, a pesar de su hermosura que enloquece a las mujeres, no mira a ninguna... hasta hace algunos meses, como ya les contaré.
Alejandro es un sueño: no podrÃa describir en todo el espacio del mundo el amor intenso que siento por él. Es el amor de mi vida, mi hombre, mi adoración, mi locura. Es tan bello que sólo mirarle puede llevar a la desesperación. Desde joven se destacó por su impresionante belleza. Cuando estaba en el colegio, el profesor encargado del régimen docente citó a nuestros padres para indicarles cómo debÃan educar a ese niño cuya belleza podrÃa causarle más problemas que ventajas. Y en la familia se tendió a sobreprotegerlo, principalmente mamá, que lo ha mimado sin lÃmites hasta ahora. No nos extrañó, pues, que Alejandro mostrara pronto inclinaciones bisexuales. Era inevitable: una madre de una hermosura turbadora, amorosa y cariñosa sin miramientos; nuestra hermana Laura, a quien adoro, bella hasta decir basta. Las amigas de mamá, muchas de ellas de una belleza inverosÃmil, no dejaban de decirle a nuestro Alejandro cuán hermoso era. Cuando ya estaba crecidito, muchas de ellas iban más allá, e intentaban disfrutar de nuestro Adonis. Pero Alejandro, retraÃdo y concentrado en sà mismo, empezó a hacer una amistad muy fuerte con un compañero de colegio, con el que me confesarÃa después se inició en las relaciones sexuales.
Para no hac
1000
er tan larga introducción, que juzgo necesaria para poder explicar nuestra historia, comienzo por decir que desde pequeña estuve unida a mi hermano como una lapa. Era en sus piernas donde dormÃa cuando Ãbamos en paseos largos en el coche, y era él quien me mimaba cuando hacÃa pucheros después de llegar del colegio, mientras llegaba mamá. En mi casa era natural que yo durmiera con Alejandro cuando tenÃa pesadillas o cuando tenÃa frÃo. Mi hermano nunca fue el hermano repelente y odioso que han tenido que sufrir, sin excepción, todas mis amiguitas. No fue nada raro, pues, que todas mis amiguitas estuvieran enamoradas de él.
Pasada la pubertad, con mi cuerpo en pleno desarrollo y en la época en que todos los amigos de papá me devoraban con sus ojos y se masturbaban jadeantes pensando en mis nalguitas de durazno, yo no querÃa estar sino con mi hermano. Nuestro cariño era inabarcable. Durante algún tiempo, acostumbré a visitarlo cuando aún no estaba levantado de la cama, y con el pretexto de hacerle cosquillas, le acariciaba su rostro, su pelo, sus orejas, y de vez en cuando le pasaba mis dedos por los labios. Alejandro se dejaba hacer y no disimulaba el gustito que le daban mis visitas. Hasta el momento, no pasábamos de las caricias piel con piel, hasta que fue patente para mà que necesitaba del contacto con él más que cualquier otra cosa. Estaba enferma de amor por mi hermano, y mi fiebre no se calmaba ni aún con otras posibilidades, como las que me podrÃan brindar aquel guapo amigo de mi padre que me metió mano sin tapujos durante una visita a su casa de campo, hace algunas semanas, y que alcanzó a excitarme; ni las continuadas caricias de la sicóloga de mi colegio, que con el pretexto de dialogar con las chicas de penúltimo curso, como yo, nos invita a su despacho y allà nos pide que le demos rienda suelta a nuestras fantasÃas más morbosas y le contemos nuestras apetencias, las cuales ella escucha visiblemente turbada. Las visitas a LucÃa (asà se llama nuestra "psico") son voluntarias, pero a mi me gusta visitarla, aunque la última vez estaba más cachonda que de costumbre, y al sentarme en sus piernas y abrazarla, como es tradicional, intentó por todos los modos de acariciarme las piernas debajo de mi faldita de cuadros, con el pretexto de ver cuán tenÃa firmes y tersos tenÃa los muslos. Yo jugueteé un poco con ella. LucÃa me gusta, tiene 45 años y se ha divorciado dos veces, y me genera tal confianza que he logrado mucha intimidad con ella. Fue ella quien me enseñó a besar, y no puedo ocultar que su lengua suave, húmeda y rosada llegó casi a generarme vicio. No seguiré con LucÃa, porque eso dará lugar para otra historia. Finalizo diciendo que ella me insiste en enseñarme a hacer el amor, para lo cual me invita a su casa repetidamente, bajo el máximo secreto, eso sÃ.
Yo veÃa completamente normal mi amor por mi hermano Alejandro. Mis amigas odiaban a sus hermanos, mientras yo no podÃa vivir sin él. Cada vez mis visitas a su habitación duraban más rato, salvo cuando se encerraba con su "novio" Carlos a pajearse mirando las revistas que el maricón de Carlos llevaba para verlas juntos. Yo odiaba a Carlos, obviamente, aunque no tanto como para no reconocer que era un niño tan lindo como marica, pues muchos en el colegio lo conocÃan por los concursos que hacÃa en el baño de hombres para pajearse entre los compañeros y ver quién tenÃa el rejo más grande. Según me contó Alejandro, el de Carlos estaba más desarrollado que el de todos los demás. Un dÃa que salió Carlos yo entré con cara de enfadada donde Alejandro, para hacerle patentes mis celos. Él intentó mimarme, a lo que me rehusé, muy digna. Pero no pude dejar de percibir el olor de sus manos: era evidente que habÃa estado masturbando a Carlos, y aún tenÃa en sus manos ese olor mezclado a marisco, lÃquido lubricante y sudor de caballo tan propio de los hombres después de haber tenido sexo. Aunque intenté no dejarme acariciar de él, ese olor no dejó de atraerme, hasta que accedà a sus fingidos ruegos y deje que se pusiera detrás de mà y me basara el cu
1000
ello, diciéndome que yo seguÃa siendo su nena linda. Yo le dije que olÃa a caballo, y él me dijo que ese era el olor que le gustaba, porque no conocÃa otro mejor. Yo me senté, me subà mi faldita de cuadros, y le dije pÃcara: aquà puede haber uno mejor. Él, como la cosa más natural del mundo, se acercó hasta el final de mis piernas, arriba, y aspiró fuerte dos o tres veces, un poco teatralmente. Al principio me dio risa, porque parecÃa un perro oliendo a su perra en perÃodo de celo, pero la risa se me fue convirtiendo en un escalofrÃo en el estómago. Alejandro no salÃa de allÃ, y enseguida empezó a hacer un lado mis calzoncitos, sacando su lengua y comenzando a lamer. Yo empecé a sentir una especie de desfallecimiento, un alborozo nuevo, una dicha innombrable, una electricidad en el punto álgido de mi sensibilidad. Esa lengua era increÃblemente suave y fresca, que algunas veces me habÃa lamido los dedos y los lóbulos de las orejas, pero que ahora iba directo al corazón de mi felicidad. Cerraba los ojos y veÃa luces de colores centelleando a mi alrededor. Oh, qué sensación...
Alejandro terminó una vez apreté mis las piernas con todas mis fuerzas cuando la descarga eléctrica fue tan intensa que perdà el sentido, se limpió la boca, tomó un poco de agua, y se acostó a mi lado apretándome muy fuerte. Estaba en erección, y se frotaba contra mà rÃtmicamente. Me dijo que se habÃa hecho unas tres pajas con Carlos, y que no creÃa que pudiera más. Yo le dije que me mostrara el cachalote. Él se lo sacó, y yo lo acaricié un rato. SeguÃa erecto, aunque él me dijo que no querÃa pajearse más. Yo iba a salir, pero él me atajó bruscamente y me lanzó hacia él. Me dio un beso en los labios, muy largo, y me dijo que vivÃa loco por mÃ. Yo a esas alturas seguÃa con los pezones hinchados y firmes como corozos, lo cual no le pasó desapercibido, pues me los apretó con sus dedos varias veces. Yo querÃa que me los mordiera un poco, pero lo dejé para la mañana del dÃa siguiente.
Esa mañana, efectivamente, todos habÃan salido temprano y yo fui donde Alejandro. Llegué a su cama, me metà en ella sin preguntar, y noté que sólo tenÃa una camisilla y nada más. Estaba en una completa erección, y su miembro palpitante y algo pegajoso en la punta empezó a pasearse por entre mis piernas. Yo, con alguna dificultad, me quité mis tanguitas, y al abrazarme fuerte a él empecé a besarlo. Alejandro estaba muy excitada, pero me decÃa por favor que lo besara despacio, como si estuviera besando a una de mis amigas. Me preguntó que si él me parecÃa lindo, y yo capté rápidamente el secreto: para que fuera totalmente mÃo, tendrÃa que tratarlo como a una nena mimada y caprichosa. Empecé a decirle que para mà era la nena más hermosa del mundo, la más bella, a medida que iba dándole unos sonoros y sostenido besos en su cara. Alejandro se fue transformando en un fenómeno colorado y jadeante, y yo empecé a prepararme para la penetración. No era la primera vez que me penetraban, pues tanto el amigo de papá que conté más arriba, como LucÃa la sicóloga de mi cole ya habÃan explorado esas zonas adentro, si bien no totalmente. El amigo de papá sólo pudo meterme algo de su dedo, y LucÃa un pequeño pene de goma con el que me preparó en una de sus sesiones de "terapia".
Alejandro comenzó a abrirse paso, pero de ahà en adelante mi estado era de tanto placer que entré en semi inconsciencia, y solo recuerdo que suavemente su miembro se frotaba en mi interior, mientras nos decÃamos cuánto nos amábamos y yo le decÃa, "ay, amor, mi belleza, ay, ay, mi hermosura, ay mi muñeco precioso, ay qué gustito tu hermosura dentro de mÃ, ay... ay qué rico, mi gatita, eres una gatita juguetona, ay..." No sé realmente cuánto estuvo haciéndome el amor, pero sà se que nunca habÃa sentido mayor dicha, mayor plenitud. Lo extraño es que en plena fase de éxtasis pensé en mi madre y su belleza me pareció más nÃtida que nunca, y experimenté un gozo indescriptible al imaginar el rejo erecto de papá. Todo esto lo sentÃa en el marco de esa felicidad suprema que fue hacer el amo
f92
r con Alejandro, mi hermano hermoso.
De allà en adelante seguimos haciendo el amor a menudo, sobretodo cuando mis estrategias para ahuyentar a la maricona de Carlos de casa dan resultado. Cuando éste no viene, aprovecho para mimar a mi "nena" consentida y empezar a pajearlo y darle varias lamidas a su hermoso pipà antes de tenerlo en mÃ. Las últimas veces Alejandro me ha pedido que le acaricie el ano, y eso hace que su erección sea mucho más firme. La última vez que hicimos el amor duró mucho más rato dentro, gracias a que he mejorado mi técnica de masaje anal, con la introducción del dedo cordial. Ahà Alejandro se vuelve una loca metelona que pierde la conciencia de sÃ, para gozo y ventura mÃa. Pero esta etapa anal no es sólo para él: Alejandro se pasa horas lamiéndome por detrás, primero las nalgas, que besa y lame sin parar, diciéndome que son sus melocotones preferidos, y luego me cosquillea más adentro con la lengua, lo cual en un principio no me causaba mayor placer pero que con el paso de los dÃas le voy sacando mayor gustillo. Y eso por no decir lo que pasa cuando me pongo falditas de algodón muy finito sin ropa interior, sólo para que él pueda sobar a su gusto allà donde me atrape: en la cocina lavando los platos, en el sofá de la televisión o en el ascensor. Alejandro se ha vuelto un sobón de miedo, loco por mis nalgas y por mis muslos.
Lo amo, definitivamente, y no podrÃa terminar con palabras la descripción de lo que siento cuando devora mis labios con su boca. Sus besos son desesperados mordiscos de amor que parecieran querer arrancarme mis labios, que terminan rojos como cerezas y palpitantes como mi corazón desbocado. No sé si siempre se sentirá el mismo placer, pero sà sé que el que yo siento cuando hago el amor con mi hermano Alejandro es lo máximo a lo que se puede llegar.
13 comentarios - El mejor relato que he visto "Mi hermano me hace el amo
seria un poco mejor si fuera con otro pariente no tan cercando pero muy bueno 😉 😃