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Tentacion

Es cierto que a los 19 en las mujeres la belleza empieza a florecer y se van volviendo cada vez más irresistibles para el sexo contrario pero en ella ya hace tiempo que había florecido esa belleza e irresistible era un adjetivo que se le quedaba corto.

Sus dulces ojos de miel de caña hacían su mirada cautivadora, más aún si la adornaba con una sonrisa en su rostro. Su cabello largo y oscuro caía ondulado hasta más abajo de sus hombros haciendo desear apartarlo para descubrir su cuello y llenarlo de besos y seguir explorando su cuerpo de curvas perfectas.

Y eso era lo que deseaba cada vez que la veía en clase. Resultaba difícil no mirarla mientras estaba sentada en su pupitre aunque también era difícil mantener la mirada cuando me sorprendía con mis ojos clavados en ella. Pero era peor hacerlo y descubrir que te devolvía una mirada pícara acompañada de su sonrisa arrebatadora. Me derretía pero sabía que ella no era para mí, que no estaba a mi alcance, que era fruta prohibida, que era algo imposible…

Y es que nunca estuvo bien visto que un profesor cortejara a su alumna, más aún siendo casi 15 años los que les separan. Yo daba clases de Administración de establecimientos de restauración en el módulo formativo que Cristina, que así se llamaba ella, había empezado este año. Lo mío era explicar cómo intentar crear una empresa ligada a la restauración y hacer que funcionara pero en mi mente todo se removía cuando la miraba. Peor aún era mantener la compostura cuando hablaba con ella, cuando podía rozar su piel con mis manos. Parecía que el adolescente era yo y ella la mujer madura.

El primer trimestre llegaba a su fin, con las vacaciones de Navidad en la cabeza de todos más que cualquier otra cosa., y con él los exámenes parciales también. Era el último día antes de vacaciones y mis alumnos debían entregarme el trabajo sobre cómo montar un restaurante, complementario para la nota de este parcial. Pero Cristina no había venido a clase lo cual me intranquilizaba por no saber lo qué le había ocurrido.

Terminaron las clases del día con buenos deseos para las fiestas y la alegría de las vacaciones pero me mantenía inquieto su ausencia. Llegué a mi despacho para organizar los trabajos entregados y encendí el ordenador. Allí vi un mensaje en el correo que ella había enviado:

Hola Ernesto,

Siento no haber podido ir hoy a clase pero me encontraba muy mal ya que estuve toda la noche vomitando. Lo que más me preocupa es no poder haber podido entregar el trabajo a tiempo. No sé si enviarte por correo el trabajo pero me gustaría dártelo, ya que lo tengo encuadernado y supongo que la presentación también contará algo. Dime si es posible hacértelo llegar de algún modo. Sino te lo envío por e-mail. Espero tu respuesta.

Besos,

Cris.

Besos… Por un momento me quedé pensando en esos besos pero no era precisamente eso en lo que tenía que pensar. Ciertamente prefiero ver los trabajos perfectamente encuadernados y presentados a tenerlos a través del mail. Es lo que tiene haber crecido con una máquina de escribir y no rodeado de toda la tecnología actual. Sabía que ella no vivía demasiado lejos de mi casa así que pensé que podría proponerle que, si me indicaba la dirección exacta, podría ir a recoger el trabajo en su domicilio. Y eso indiqué en mi respuesta. Podría pasarme un día de la semana y así poder tener la valoración durante las vacaciones como los trabajos del resto.

Estaba tratando de amontonar todos los trabajos y exámenes pendientes de corregir para llevármelos a casa y casi cerrando el ordenador para irme cuando el sonido de nuevo mensaje rompió el silencio del despacho. Era la respuesta de Cristina:

Por mí no hay problema pero seguramente mañana nos marchemos de vacaciones. Si fuera posible que te acercaras esta tarde sería ideal. ¿Podría ser?
C/ Melancolía Nº 7. Supongo que no hace falta nada más.

Más besos,

Cris.

Más besos… Un montón que había hecho con varios de los trabajos cayó al suelo derrumbándose desde mi mesa y me sacó de mi estado de ensoñación. Contesté rápidamente indicándole que no había problema y que estaría allí aproximadamente en una hora. No sabía el motivo pero el corazón me latía más deprisa que de costumbre. Recogí todo lo más rápido que pude y me dirigí hacia el coche. Metí la dirección en el navegador y puse rumbo hacía ella.

Ya era casi de noche, más aún lo parecía porque el cielo se había cubierto con unos nubarrones que anunciaban lluvia. Pronto el parabrisas se llenó de gotas cada vez mayores hasta que los limpias no daban abasto. Llegué a la dirección indicada pero me costó encontrar aparcamiento cerca de la casa. Tuve que correr más de 200 metros bajo el aguacero hasta la puerta de su domicilio. Sólo esperaba que después de todo hubiera leído el correo y alguien pudiera darme el trabajo.

Toqué el timbre. Durante unos segundos, que para mí fueron muy largos, no se escuchó nada al otro lado de la puerta. Iba a volver a llamar cuando sonó el ruido de unas llaves que giraban la cerradura y la puerta se abrió. Al otro lado apareció Cristina, con una sonrisa en su rostro, con una camiseta de manga larga roja y que se ceñía a su cuerpo perfectamente y unos vaqueros que hacían idéntica función.

Mi pulso se volvió a acelerar y, por momentos, se me olvidó lo que hacía allí, el chaparrón que me acababa de caer encima y cualquier otra cosa que tuviera que importarme en ese momento salvo el brillo de sus ojos.

- Hola Ernesto. ¡Estás calado! – dijo con voz de sorpresa.
- Sí, no veas cómo se ha puesto a llover en un momento… y tuve que aparcar algo lejos – fue mi respuesta. Ella río y me invitó a entrar.
- Pasa, por favor, no te quedes ahí, que te vas a congelar.
- Si sólo es un minuto, me das el trabajo y me marcho.
- ¿Con lo que llueve? No, no, no. Al menos esperas a que pare un poco. ¿No querrás arruinar mi trabajo?

Su risa resonó en la entrada de la casa y a mí me pareció que su rostro era aún más hermoso. Accedí a la invitación porque volver a salir a la calle suponía otro remojón y no quería calarme hasta los huesos. Además, estar unos minutos con ella era terriblemente tentador y eso que aún desconocía un pequeño detalle.

- Pasa, pasa, no hay nadie en casa. Mis padres fueron a comprar y ya se quedaran a cenar por ahí. ¿Me das tu abrigo?

Me quité el abrigo y ella lo dejo sobre una silla pegada a un radiador.

- Ahí se secará un poco – dijo ella.
- Perdona, con todo esto no te pregunté qué tal te encuentras
- Bastante mejor. Sería algo que comí. Estuve toda la noche vomitando pero entre manzanillas y arroz hervido parece que el estómago vuelve poco a poco a la normalidad
- Me alegro

Seguía nervioso. Mi cabeza me decía que estaba fuera de toda lógica esos nervios porque nada tenía que pasar, porque ni ella quería ni yo debía. Tenía que pensar en otra cosa.

- ¿Subes conmigo? El trabajo lo tengo en mi habitación. Así también te enseño la casa, que quiero ser buena anfitriona.

Quizá debía haber declinado la invitación pero no lo hice. Antes de llegar a su habitación me enseñó la cocina, los baños, el salón… El recorrido normal en estos casos aderezados con las frases típicas. Por fin llegamos a su habitación. Pintada en un azul suave muy acogedor salvo una pared en la que el azul se volvía más oscuro, parecía la habitación típica de cualquier chica de su edad salvo por la ausencia de pósters de actores o músicos famosos.

- Esta es mi habitación. Espero que te guste
- Claro que sí, está muy bien.
- Y aquí está el trabajo. Y también espero que te guste – volvió a reír ampliamente - y mucho más que mi habitación.
- Bueno eso ya lo veremos. Estas vacaciones me toca leerme muchos como éste.

Al entregarme el trabajo nuestras manos se rozaron. La electricidad que ese contacto provocó en mí fue brutal. Sentí como un latigazo recorrió mi cuerpo, como nunca me había pasado con ella.

- Uy, si tienes el jersey también empapado. ¡Mira cómo tienes la manga! Anda, déjamelo que también lo pongo en algún radiador.

No sé bien cómo ocurrió pero sus brazos me rodearon y empezó a tirar de mi jersey para arriba. Su pecho estaba prácticamente pegado al mío. Cuando pude recobrar la visión de lo que acontecía, ya que mientras que el jersey salía por mi cabeza nada veía, también su rostro estaba pegado al mío. Centímetros separaban sus labios de los míos. No sé si fue ella o si fui yo el que dio inició el pequeño recorrido entre ellos pero pronto se encontraron enzarzándose en un beso que, en primera instancia, fue un simple pico pero se reconvirtió rápidamente en un beso largo y apasionado en donde nuestras lenguas empezaron a bailar enredándose entre ellas, yendo de una boca a otra.

Sus manos se habían colado bajo mi camisa y yo hice lo propio bajo su camiseta roja. Su piel era la más suave que mi tacto recordaba haber tocado. Recorría su espalda desde su cintura hasta casi sus hombros. Sentía las de ella sobre mi pecho, bajando hasta mi estómago una vez que ya había desabotonado la camisa.

Durante unos instantes dejamos de besarnos para poder sacar su camiseta. Bajo ella nada llevaba y pude observar sus pechos, tan perfectos como parecían con ropa encima. Sus areolas eran grandes pero no exageradas, rosadas y culminaban en un pezón ahora levemente endurecido.

Sus labios eran tan dulces… y carnosos. Mis labios los besaban y hasta mis dientes los mordisqueaban ligeramente pero sin hacer daño. Siempre me habían encantado pero nunca pensé que podría llegar a besarlos y menos de aquella manera. Llevé mis manos desde su cintura por su vientre para llegar a sus pechos. Lentamente los recorrí alrededor de las areolas cada vez acercándome más a ellas hasta finalmente alcanzarlas y llegar a sus pezones. Empecé a frotarlos con mis dedos, a pellizcarlos, mientras mi boca había abandonado la de ella para recorrer su cuello. Besos cortos y húmedos depositaba en aquel tramo de piel tan deseada hasta llegar a la oreja y mordisquear su lóbulo.

Ella retiró mi camisa y dejé de acariciar sus pechos para abrazarla, apretando su cuerpo contra el mío, sintiendo su piel contra la mía. Seguí bajando con mi boca desde su cuello para dirigirme a su pecho. Lamí la piel que hay entre ellos, arrastrando mi lengua. Fui haciendo círculos de saliva en su seno derecho que se estrechaban entorno a su pezón hasta que lo alcancé y lo mordisqueé con delicadeza.

Escuché como un gemido salía de su boca lo cual me excitó aún más. Succioné ese pezón y luego el otro. Empecé a chuparlos alternativamente y en su cara se dibujaba un placer creciente. Mis manos se aferraban a sus glúteos sintiendo el calor a través de la tela vaquera de su pantalón. Lo desabotoné para poder sentir la piel más abajo de su cintura. Bajé sus pantalones a la par que mi boca descendía por su vientre. Acaricié sus piernas, desde los tobillos hasta sus muslos, recorriéndolas despacio, sintiendo la piel que ya casi me quemaba.

Mi boca recorrió su vientre y llegó hasta la cintura. Las manos se me escondían bajo la tela de sus braguitas tocando casi el cielo, la seda de sus nalgas, apretándolas. Decidí desprenderla de aquella la última tela que cubría su cuerpo y se tendió sobre la cama que se encontraba tras ella. Verla desnuda por completo era cumplir la mayor de mis fantasías. Era como estar soñando pero sabía que era real porque sentía la sangre latir a borbotones en mi interior, sentía el calor que aquellas imágenes me producían por dentro.

Mis labios hicieron el recorrido por las piernas que antes habían hecho mis manos. Se detuvieron en sus muslos y avanzaron por las ingles. Las lamí tomándome mi tiempo, primero un lado, luego el otro, y subí hasta su pubis. Desde ahí descendí por su sexo pero sin tocarlo con mis labios, simplemente a escasos milímetros soplaba levemente en él. Después mi lengua probó el sabor de su placer. Entre esos, sus otros labios, se coló para lamerlos, para recorrer la zona que los separa hasta llegar a su clítoris y detenerme en él. Lo lamí, lo chupé, lo succioné. Me volví loco haciendo que mi lengua la hiciera gozar. Escuchar sus gemidos me hacía aumentar mi locura, hacer que mi lengua la penetrara, incluso que lamiera su ano, que metiera la punta internándose a través de él.

Sus gemidos eran ya gritos de placer. Sentía que estaba cerca del orgasmo e intensifiqué el ritmo de mi lengua sobre su clítoris. Introduje uno de mis dedos en su vagina primero, un segundo poco después. También otro de mis dedos avanzó a través de su ano hasta perderse en él, entrando y saliendo como los otros dos.

Su cuerpo empezó a temblar y por un momento pareció como si dejara de respirar. Un segundo después gritó de una forma casi desesperada. Fue un grito de placer enorme y pude beber de él, de su placer.

Su respiración poco a poco fue normalizándose pero mi pulso seguía a mil. Verla descansar después de aquella batalla, completamente desnuda y con apariencia frágil me volvía loco. Pero aquella batalla era la primera de aquella guerra de placer…

Se sentó sobre la cama mientras yo estaba de pie observándola. Me agarró del cinturón y me atrajo hacia ella. Lo desabrochó y luego también el pantalón dejándolo caer. Empezó a acariciar mi miembro a través del boxer. Estaba excitado, muy excitado. Bajó un poco el elástico y asomó la punta y la besó. Entonces se levantó y se dirigió a un armario. En un primer momento no pude ver lo que había cogido pero cuando se acercó vi que era una cámara de video.

- Quiero que me grabes mientras te la chupo. ¿Te atreves? – me dijo.

Su voz no parecía la misma. Su mirada ya no era la pícara que algunas veces me había mostrado. Era una mirada lasciva por completo. Conectó la cámara y me la dio. A través de ella pude ver como bajaba mi boxer y liberaba mi pene completamente erecto. Con la punta de su lengua fue recorriendo desde la base hasta la punta, deteniéndose en ella, lamiendo todo el glande. Lo introdujo en su boca mirando a la cámara con ojos de lujuria hasta que quedó todo mi pene en su boca. Fue entrando y saliendo de ella despacio. Después paró e hizo lo mismo con mis testículos. Desplacé la cámara hacia un lado para enfocar mejor cómo lo hacía en esa zona. Sentía un placer enorme con cada lamida, cada vez que su lengua se movía.

En ese momento me di cuenta que en su mano izquierda llevaba algo. Debió haberlo cogido junto a la cámara pero no me había dado cuenta. Ahora lo llevaba entre sus piernas y un pequeño zumbido empezó a sonar. Era un vibrador liso, de un verde claro, que empezaba a introducir en su vagina. Se echó levemente para atrás para que filmara cómo entraba en ella.

- Es que me encanta tener algo dentro – decía mientras miraba a la cámara.

Y agarró con la otra mano mi miembro para llevarlo a la boca y tragarse toda mi erección. Empezó a hacer que entrara y saliera de su boca cada vez más rápido haciéndome gozar como pocas veces lo había hecho. Ella también aumentaba el ritmo con su otra mano. De repente dejó de chuparme.

- ¿Quieres ocupar el sitio de mi juguetito?

No hizo falta que contestara. Se tumbó en la cama y sacó el vibrador dejando sus piernas completamente abiertas. Sin dejar de grabar esa escena tan excitante acerqué mi pene a la entrada de su vagina y desde allí lo restregué despacio por su clítoris y entre sus labios. Ella llevó el vibrador hacia su ano. El zumbido seguía oyéndose de fondo. Fue introduciéndoselo lentamente a la par que yo la penetraba en su vagina. Puso sus piernas de tal forma que sus tobillos ahora descansaban sobre mis hombros.

Seguía grabando mientras entraba y salía de ella. No sabía cómo iba a verse luego aquello con tanto movimiento pero en ese momento no me preocupaba lo más mínimo. Dirigí la cámara algo más arriba de su fisonomía para grabar el movimiento de sus senos. Era un vaivén al ritmo de cada una de mis embestidas que hacía que me pusiera aún más cachondo. Ella volvía a gemir de una forma brutal. Eso me daba más energía para penetrarla con más fuerza, para acelerar el ritmo, para aumentar más nuestro gozo. Pero me pidió que me parara en ese momento de auge.

- ¿Te gustaría volver a ocupar el sitio donde está ahora mi juguete? A mí me encantaría.
- Claro que sí, cariño – dije con voz entrecortada

Se volvió, poniéndose de rodillas en la cama. Ya no sabía bien lo que grababa con la cámara pero aquello me volvió más loco si cabe. Lamí su ano nuevamente y ella metía el vibrador en donde acaba de estar mi pene. Éste lo dirigí a la entrada de su ano y fue entrando en aquella cavidad algo más estrecha pero igual de cálida y mojada. Volvimos a alcanzar el ritmo que poco antes habíamos mantenido con la anterior postura. Sus gritos de placer alcanzaban decibelios de record y yo sentía como estaba a punto de rebasar el límite de mi placer.

Pero ella lo alcanzó antes que yo. Su cuerpo volvió a temblar y volvieron a cesar sus gritos por un instante, para de nuevo proseguir unos segundos más. Hizo que me detuviera y que saliera de ella nuevamente.

- Quiero que te corras en mi boca. Quiero bebérmelo todo. – dijo mirando a la cámara, que apenas sabía si enfocaba o no, con su voz casi sin resuello.

Agarró con fuerza mi pene y empezó a moverlo metiendo la punta dentro de su boca. Pocos segundos después noté un placer intenso y supe que iba a vaciarme en ella. No sé ya si se grabó bien o no pero su boca se inundó con mi semen. Ella enseñó como su boca estaba llena y como la vaciaba tragándoselo todo. Creo que ahí se detuvo la filmación pero mis ojos estaban empañados por el placer, mi mente apenas podía pensar.

Ambos nos quedamos tumbados, desnudos, sin aliento sobre la cama. Volví a pensar que aquello había sido un sueño. No necesité pellizcarme porque ella me besó en los labios y volví a sentir su lengua con la mía, mezclándose nuestras salivas con nuestros elixires de placer.

No era consciente del tiempo que había transcurrido desde que llegué. Pudo ser que hasta nos durmiéramos después de todo lo que había pasado. Quizá sus padres estaban a punto de llegar. Me entró casi pánico al pensarlo. Miré por la ventana y ya no llovía. Era tarde. Me vestí deprisa y ella no dijo nada. El verla desnuda me volvía a excitar pero no podía permanecer allí. Tuve miedo de ser descubierto.

- No olvides el trabajo – me dijo desde la cama con una sonrisa llena de picardía en su rostro
- No, no te preocupes, no lo olvido – acerté a replicar.
- ¿Cuándo volverás? – preguntó volviéndose su rostro más serio.

No supe qué responder. El rubor entonces se apoderó de mi rostro por saber que había hecho algo casi prohibido, algo que no era ético.

- Espero que pronto- contesté al fin.

Y es que ya había caído en la tentación.




Espero que les haya gustado 😳

3 comentarios - Tentacion

Mujercita_89
Me encata tu relato.
Tu manera de escribir hace que la lectura sea más amena.
Las descripciones son muy gráficas, buen trabajo.
Espero leer otro pronto..
Besotes 🙂