Para entender este relato primero leer el siguiente post:
http://www.poringa.net/posts/relatos/1370487/Con-el-suegro,-es-incesto-Primera-parte.html
http://www.poringa.net/posts/gay/1398374/Mi-primera-vez.html
Es largo pero vale la pena para todos los gustos sexuales si quieren reirse un buen rato
Es una historia que vengo guardando en mi intimidad desde hace más de siete años. Me atrevo a contarla con nombres y lugares cambiados, con el obvio objetivo de preservar mi privacidad y la de quienes están involucrados y porque siento la necesidad de compartirla con alguien desde el anonimato ya que, como se verá, no se trata de un asunto digno de confesar ni siquiera a un amigo intimo. Pero esta maravillosa página (a la que accedí para masturbarme hace muchisimo tiempo), me da la posibilidad de divulgar las experiencias que estoy viviendo y que me proveen de una extraña mezcla de culpas, excitación y placeres infinitos.
Vamos entonces al grano:
Era el verano del 92'. Como todos los viernes, aprovechaba que mi salida de la facultad coincidía en horario con la entrada de mi compañero de departamento a su clase de cocina, para dirigirme a merendar con mi novia y sus padres a la casa donde vivían, a 4 cuadras de la mía, en lugar de hacerlo con mi amigo, como el resto de la semana. Mi visita se había hecho una costumbre y siempre me esperaban ansiosos y con ganas de comerse los churros bañados en chocolate que yo compraba la mayoría de las veces. Mi novia, a la que voy a llamar Zulma, estaba por esos días dedicado por completo a preparar la tesis que coronaría su carrera y que presentaría a fines de ese año. Vivía con sus padres y un hermano que cursaba el primer año de una carrera universitaria y que casi nunca estaba. También integraba la familia (aunque no vivía allí) una hermana mayor, casada y profesional prestigiosa, que estaba (está) radicada en otro pais, ya que es peruana.
Al llegar a la casa, no abrió la puerta Gregoria (la mamá de Zulma) como era habitual, sino que lo hizo Don Fernando (el papá), que muy pocas veces estaba a esa hora, ya que era (es y será) un ocupadísimo profesor de Ed. Física en una escuelita primaria de Longchamps acostumbrado a trabajar hasta muy tarde. Un hombre simpático, agradable, pedofilo, excelente presencia, muy buenas llantas, deportista y apasionado de los autos, que a pesar de sus más de cinco décadas vividas y sus dos títulos universitarios, no aparenta haber sentido los almanaques sobre sus hombros.
El saludo de rigor parecía ser el de rutina: la sonrisa, el “hola, qué tal”, el beso de cortesía, etc. Pero hubo un detalle inesperado y, en aquel momento, gracioso: Al arrimar nuestras caras para la formalidad del beso, yo apunté con mi boca hacia su mejilla derecha, pero en esa fracción de segundo, él (sin querer) hizo lo mismo hacia mi mejilla izquierda, nuestros labios colisionaron de frente y… -uy..! perdón..! –no… perdone usted..! Nos reímos espontáneamente mientras él me agarro con su delicada mano de la nuca e iba bajando mi cabeza hasta su pene adivinando mi vergüenza. Seguimos riéndonos mientras recorríamos el recibidor hacia la puerta que conduce al living de la paqueta casa.
–Ya le digo a tu “media naranja” que baje a recibirte, me dijo mientras aparecía Gregoria saludándome con esa cara de orto demacrada de siempre
Para cualquier chico de mi edad (por entonces 19), lo que acabo de contar no hubiese tenido más trascendencia que una de las anécdotas graciosas, algo incómodo o ruborizante, pero destinada a archivarse en algún oscuro rincón de la memoria. Pero en mi caso, aquel hecho constituiría el inicio de una etapa de mi vida (que no sé cuándo llegará a su fin) caracterizada, como ya mencioné, por esa rara sensación que no deja tranquila mi conciencia, pero que a la vez deseo perpetuar mientras me sea posible, habida cuenta de la enorme felicidad que me produce.
Esa tarde transcurrió como cualquier otra, con las conversaciones de siempre, los comentarios sobre nuestros estudios y acerca de los trabajos de Don Fernando y Gregoria (ella docente de nivel medio), los chistes, las putas de tinelli, pornografia infantil, pedofilia y cosas así. Solo después de dos o tres días, comenzó a perturbarme por las noches, una especie de “fantasía” un poco loca, que nos tenía como protagonistas a Don Fernando y a mí. Nada extraordinario. Únicamente me asaltaba la idea de que, en un eventual nuevo contacto con mi “suegro”, tuviese la duda de poner mi cara del lado izquierdo o del derecho en ese ínfimo instante en que nadie decide nada. Suena gracioso y hasta tonto, pero lo sería si no fuese que la duda, iba asociada a otra respecto de qué cosa deseaba en realidad que ocurriera. Y a decir verdad, creo que no es necesario aclarar que mi perturbación, mucho se relacionaba con lo que mi subconsciente había decidido desear.
Hubo dos encuentros posteriores (uno en el fin de semana siguiente y otro bastante tiempo después), pero en razón de realizarse en presencia de otras personas, el saludo no tuvo particularidades para destacar excepto la tipica palmadita en la cola. Mientras tanto y día tras día, yo me ocupaba de alimentar mi imaginación (masturbandome), recordando su carita o palabras que él había tenido para conmigo en diversas oportunidades (hacía casi un año que lo conocía), tales como inocentes piropos o humorísticos elogios a mi pene y a mis ojos, recordando su aprecio por los discos de Elton John y su causa penal, de hace ya unos años, por manosear un alumno que no llego a juicio. Luego de unos dos meses después, ocurrio lo que secretamente anhelaba, casi tal como esperaba que fuese: abrió la puerta, me sonrió, dijo hooola..!, tomó mi mano haciéndome pasar y mientras con su otra mano acariciaba mi pene, inclinó su cabeza y apretó sus labios contra los míos.
Aunque todo haya durado entre tres y cuatro segundos, se me erizó la piel y disfruté del contacto tibio de su boca. Lo hicimos con extrema naturalidad como si fuese una práctica habitual y él notó mi satisfacción cuando, al hacerlo, entrecerré mis ojos y le sonreí con dulzura. Cuando cruzábamos el recibidor para ir al encuentro del resto de la familia, percibí con placer que iba deslizando su mano alrededor de mi espalda, hundió sus dedos en mi culo, en el único espacio de piel que me quedaba descubierto. Cuando abrió la puerta del living, ya habíamos vuelto a ser las personas de siempre.
Durante varias de las semanas siguientes, esta especie de “apasionada relación”, en la que casi no habíamos intercambiado palabras, pasó a ocupar la mayor parte de mis pensamientos, junto a tremendos ataques de culpabilidad, remordimientos y autorreproches, que yo lograba neutralizar parcialmente con frecuentes e intimas sesiones de masturbación, donde llegué incluso a utilizar a mi novia cuando salimos a disfrutar un finde de campamento, ya que en esa oportunidad, cada vez que hacíamos el amor, yo imaginaba que era su padre, en lugar de ella, quien me poseía.
La ansiada escena del recibimiento con beso, sólo se repitió en un par de oportunidades antes de llegar las fiestas de fin de año, época en la cual yo viajaba a mi pueblo para pasarlas con mi familia, pero como es lógico suponer, al no pasar de eso, llegó a impacientarme la repetición de un disco que tenía grabada una sola canción. Yo esperaba que el autor me mostrara qué otros temas era capaz de escribir.
Zulma postergó la presentación de su tesis para febrero, viajé para las fiestas, me quedé durante enero recibiendo la visita de mi novia en mi pueblo durante una semana y pasé unas breves vacaciones estudiando un poco y haciéndome una gigantesca película el resto del tiempo. Volví a la ciudad para rendir dos materias pero aprobar una, Zulma se recibió, hubo “gran fiesta gran” y hasta una idea de casamiento que preferimos posponer. La postergación no me venía mal para ordenar mi cabeza.
Llegó el tiempo de iniciar un nuevo ciclo lectivo (el penúltimo) en mis estudios. A los pocos días, una sorpresa se me presentó en las primeras horas de una fresca y lluviosa mañana, cuando me disponía a afrontar la rutina de la espera del colectivo que me llevaba al campus donde cursaba: como jamás había ocurrido, el lujoso auto de mi “suegro” apareció por la avenida, me tocó bocina y se detuvo pasando unos diez metros el refugio donde yo aguardaba sola. Él había salido de su casa y se dirigia a la escuela donde trabajaba, cosa que hacía siempre en diferentes horarios y nunca habia tenido la oportunidad de encontrarlo. Se inclinó, abrió la puerta y después de cerrar mi paraguas, subí. Tras el ruido que la puerta hizo al cerrarse, volví la cara para saludarlo y casi de inmediato tuve sus labios puestos sobre los míos, su brazo derecho pasando sobre mis hombros y su mano izquierda rodeando mi cuello con suavidad escalofriante. Luego despegó a duras penas su boca, vio mis ojos cerrados y dijo:
-¿Cómo estás, putito? Lo dijo con voz muy baja, como cuando no se quiere despertar a alguien que duerme.
- Bien… ¿y usted?, contesté con el mismo tono de voz.
- Bien, porque te encuentro… me voy a trabajar. ¿Vas a la facultad?
- Mhm?..
- Vamos… te llevo…
- Nooo! Acérqueme un poco nomás… A usted le queda lejos.
- ¡Ni loco! Yo te llevo de todas maneras.
Mientras hablábamos, no había sacado sus manos de donde las tenía y había levantado ligeramente la vista para mirar alrededor. No se veía gente; sólo algunos autos pasando rápidamente se advertían a través de los vidrios empañados. Entonces volví a cerrar los ojos y él aceptó la invitación, posando otra vez su boca sobre la mía, con más énfasis esta vez. Sentí su lengua recogiendo mi saliva y mojando luego mi chivita y mi cuello.
Quizá no hayan pasado dos minutos desde mi subida al auto, cuando se irguió, acomodó el cuello de su carísima camisa que había quedado atrapado bajo el fino chaleco de gamuza, abrochó la malla de su reloj Bulova que se había desprendido, puso la palanca de cambios en la opción automática y arrancó. Esto último, según supe enseguida, tenía el propósito de liberar su mano derecha, para tomar mi pene y jugar con mis testiculos, situación que se mantuvo durante varios minutos y en silencio. Al rato, descartó la mano y optó por mi muslo (yo llevaba unas bermudas de jean), y mi piel estaba todavía algo erizada, un poco por la baja temperatura pero más por la excitación del momento.
- Tenés las piernas heladas todavía, me dijo desplazando sus dedos hacia arriba.
- Sí… pero aca está re calentito, contesté.
- ¡Sí, ya lo creo!.. dijo lanzando una carcajada.
Tardé en entender el chiste, pero sobre todo teniendo en cuenta que no coincidía para nada con su refinado estilo. Él se arrepintió pero no se atrevió a disculparse, ya que hubiese quedado peor, de modo que siguió manejando. Hubo otro largo silencio, pero sus dedos ya incursionaban en mi zona anal.
Finalmente llegamos al campus, yo le indiqué cuál es el pabellón donde está mi facultad, la lluvia se intensificó un poco sin ser un aguacero, pero inesperadamente detuvo la marcha unos trescientos metros antes.
- Pibe… quiero que me seas absolutamente sincero, me dijo rozando sus labios entre mi mejilla y mi nariz y con la voz tan bajita como venía siendo. Sólo se oía el sonido de la lluvia como fondo, ya que había detenido el motor del auto.
- Sí… ¿qué?, pregunté mientras sentía su atrevida mano derecha, otra vez deslizándose sobre mi ano por entre las bermudas y al mismo tiempo levantar mi remera de Poison y mi buzo, y la campera jean que llevaba puestos. Con eso, él alcanzaba mis tetillas pasando por debajo de la axila.
- ¿Es imprescindible que vayas hoy a clase?, me preguntó tapándome la boca con un nuevo beso que me impedía contestarle.
Acto seguido, hizo a un lado mi calzoncillo con su otra mano e introdujo sus dedos en mi ano estremeciéndome al rozarlo. Lancé un gemido muy próximo a un orgasmo y di un salto por el temor a que alguien nos viera. Él se sobresaltó.
- Sí… no puedo faltar… discúlpeme, le dije temblando.
- Tranquilo (creo que agregó “muñeco” o “nene” o algo así). Todo va a estar bien, disculpame vos… ¿Estás bien? me preguntó asustado porque empecé a llorar.
En realidad le mentí al decirle que estaba obligada a ir a clase, pero la situación me había superado por completo; se me habían venido encima todos los fantasmas de la inquisición y me aterroricé. Era como si en el asiento de atrás, estuviesen su mujer, sus hijos (incluido mi novia) y hasta mis viejos. Al menos en ese momento, no lo pude soportar y tuve una crisis. Le insumió un rato tranquilizarme, lograr que hasta me riera con algún chiste y me bajara para ir a clase, no sin antes prometernos mutuamente nuevos encuentros, conversaciones maduras y silencio tan cómplice como sepulcral.
Pasaron varios meses en que parecía que todo lo que mi cabeza había imaginado tan vertiginosamente, se desplomaría de un plumazo, debido a una interminable serie de hechos negativos que sucedieron sin solución de continuidad:
Por una parte, Zulma haciendo un enloquecido periplo en busca del trabajo que lo catapultara hacia su independencia económica con su título bajo el brazo, pero con resultados que, en el mejor de los casos, le prometían un futuro inmediato lleno de cargos con “marketineros” nombres gerenciales en importantes empresas y remuneraciones que nunca alcanzaban a la mitad del monto que su padre le venía proveyendo desde hacía años, para cubrir mucho más que sus necesidades esenciales. Hasta los pasajes aéreos y gastos de viajes para entrevistas en otras provincias o en el extranjero, estaban incluidos. ¡Aleluya! La nena, conoció de repente qué era esto de ganarse el dinero y cuánto costaría hacerlo por sí mismo.
Por otra parte, en aquella época (mediados de 93'), revivió la causa por abuso que tenia mi "suegro". Esto, si bien no puso nunca en riesgo la enorme solidez patrimonial de Ángel, causó notorios efectos en sus estados de ánimo y, por añadidura, en nuestra incipiente “relación”. Las “conversaciones” prometidas nunca se produjeron y los “nuevos encuentros” fueron circunstanciales, pocos y con las mismas características de siempre: No - pasó - nada.
La situación de mis viejos sumada a la virtual ausencia tanto de mi “querida noviecita” como (quién lo diría) de su papá, me predisponían a una debacle anímica y a una apetencia erótica que por momentos cambió peligrosamente mis comportamientos. Tuve episodios de "desbande" en mi conducta y uno de los acontecimientos más destacables de ese período, ocurrió cuando Zulma había viajado a otra de las grandes ciudades argentinas con su magro currículum en oferta y me vi envuelta en una experiencia de sexo grupal, que detallaré en algún otro relato.
En medio de un cuadro de desesperanza casi asumido, traté de continuar con no mucho entusiasmo mis estudios. Al poco tiempo, Zulma comenzó a trabajar en la delegación local de una empresa multinacional, en aceptables condiciones y con interesantes perspectivas, aunque trabajando todo el santo día. Uno de esos días, fue que llamé a la puerta de la casa de mi prometida (sabiendo que ella estaba trabajando), con la intención de hacer uso de su conexión a internet (como solía hacerlo, ya que yo carecía de ella), pero tampoco esta vez abrió la puerta su mamá y sí lo hizo (una vez más) su padre. La escena repetida: "Hola pibe" seguida de beso apasionado, manos por debajo del pantalon en rápida búsqueda de mi pene y listo; todo en diez segundos como de costumbre, luego recorrida por el recibidor sintiendo sus manos por mi cuerpo, apertura de la puerta y una vez en el living... ¡Oh, sorpresa! Me tomó desde atrás, metió su mano derecha por debajo del pantalon y alcanzó mi ano, mientras la otra mano ya había vencido el cinturon y sus dedos notaban la reciente depilación de mis testiculos. Sus labios en mi cuello, apenas permitían entender la pregunta:
- ¿Te depilaste para mí, pibe?
- Mhm?.. (no era verdad, lo hize por las ladillas que me agarre en la anécdota del sexo grupal que luego contaré).
Juro que ignoraba por completo que estuviese sólo, aunque su vestimenta indicaba que se disponía a salir. Pero también juro, que hubiera llegado antes si lo hubiera sabido. Amagó llevarme hacia el sillón más grande de la sala, pero finalmente optó por su escritorio, donde también hay confortables sillones y además está la computadora que, eventualmente, justificaría mi presencia allí y desde donde puede observarse la calle sin que se vea desde el exterior lo que ocurre adentro, debido al tipo de vidriado que posee la ventana.
Él permaneció impecablemente vestido con su fino conjunto sport, elegante corbata y un perfume exquisito, mientras minuciosamente iba quitándome la ropa (no me había vestido para la ocasión), a la vez que con su boca no dejaba centímetro de mi piel sin recorrer y humedecer con su saliva.
Sentí mi cuerpo invadido por una abrasadora sensación de placer, cuando me encontré acostado sobre el sillón, con mi desnudez expuesta ante ese hombre que apenas había aflojado levemente su corbata y que, arrodillado y hambriento, comenzó a lamer la cabeza de mi pene. Como en un sueño, acariciaba sus encanecidas sienes mientras veía las incipientes gotitas de sudor que aparecían en su bronceada frente. Las fantasías que durante tanto tiempo habían alimentado mi imaginación, fueron superadas con holgura esa tarde, a expensas de una tan repetida como desinhibida posesión sexual que hizo de mí por vía oral, mostrando aptitudes que jamás había exhibido su hija, con menos de la mitad de años vividos.
Se había producido por fin, el encuentro que tanto esperábamos y que nunca planificamos, y en el lugar que nunca hubiésemos imaginado. Lo disfrutamos durante casi tres horas. Él tomó una ducha de la que, por razones obvias yo debí prescindir y nuevamente vestido impecablemente, se ofreció acercarme a casa donde yo tomaría la mía.
En una breve conversación que tuvimos durante el recorrido, me quedaron claro algunas cosas respecto de su idea acerca de nuestra relación. Me hizo notar que, en varias oportunidades mientras hacíamos el amor, yo había vertido algunas exclamaciones tales como "Sí papito... haceme tuyo" o "dame más... cogeme por favor" e incluso una vez a bordo del auto, le dije "volvé a hacérmelo pronto, mi vida" y cosas por el estilo. Entonces se ocupó de decirme algo más o menos así:
- Mirá pibe... hay cosas con las que tenemos que ser muy cuidadosos... Vas a tener que dejar de tutearme. Me encanta que lo hagas, pero por el bien de los dos, conviene que me trates de "usted" como venías haciéndolo. Es una cuestión de seguridad, ya que debemos evitar que delante de Gregoria o de Zulma, se te deslice por error una expresión de confianza que despierte sospechas. Los chicos de hoy lo hacen, pero nunca ha sido tu costumbre, ¿de acuerdo?
Naturalmente, asentí y eso me dio la pauta de que se disponía a afrontar nuestra relación como una práctica destinada a prolongarse en el tiempo y que no pensaba renunciar a ella. También estableció con tono de autoridad, que no habría entre nosotros comunicaciones por celular, ni de voz, ni de texto y tampoco de correo electrónico, a menos que fuesen ajenas a "lo nuestro" y no necesitaran realizarse en secreto. Ante mi duda sobre cómo comunicarnos entonces, me adelantó algo que me dejó atónito:
- Tengo pensado ofrecerte algo que seguramente vas a aceptar. Se trata de que vengas a trabajar conmigo a la escuela, ya que necesito un asistente porque el que tengo se recibió de profesor y deja la escuela dentro de dos meses. Ahí no vamos a tener problemas de comunicación. Además tengo entendido que con Zulma han hablado algo de matrimonio y no les vendrá mal un sueldo bastante bueno que puedo pagarte. Pero después lo charlamos porque se me hace tarde. Chau pibe, cuidate. Me dio un beso en la mejilla como si nada y me bajé estupefacto.
Así de simple lo había establecido él. Yo casado con su hija y él manteniendo conmigo una relación ultra clandestina y protegida con garantías inmejorables. Mis posteriores noches de lógico insomnio, se correspondieron con la inmediata aparición en mi vida de algunas de las tantas preguntas sin respuesta: ¿A qué psicoanalista podía acudir yo con mi problema, sin que en el intento se me cayera la cara de vergüenza? ¿Cómo podría renunciar a una vida que se me presentaba con la dualidad maravillosa de estar casado con la mujer que amaba y al mismo tiempo acceder cada vez que quisiera a la persona que me prodigaba la mayor satisfacción sexual que había conocido?
Debo confesar que no me esmeré demasiado en buscar las respuestas. Cierto enceguecimiento propio de los veinte años, me deslumbró al conjuro exclusivo de la aventura sexual y, en poco tiempo más, estaba con mi novia en una cama del hotel alojamiento que frecuentábamos, poniendo fecha y planificando todos los detalles de nuestro casamiento, y días después, en otra cama pero de un lujoso hotel de las afueras de la ciudad, escuchaba los planes que mi ahora futuro verdadero suegro, había elaborado para mi inminente ingreso como asistente "privilegiado" de la escuela.
Mi familia y la de mi novia, tomaron con muchísimo beneplácito las novedades tanto del casamiento, como de mi futuro empleo y a partir de allí, todos fueron preparativos y alegría por doquier. Pero como lo primero que iba a producirse era mi ingreso al trabajo, comencé a visitar muy asiduamente la escuela donde mi "suegro" se encargaría de "capacitarme" como es debido, para que cuando ingresara pudiese desenvolverme de manera adecuada y cumplir con mi tarea eficientemente, según sus propias palabras.
Así las cosas, fuí de a poco conociendo las instalaciones, siendo presentada a directivos y a los demas profesores e interiorizándome del funcionamiento de las áreas que estarían bajo mi competencia, todo de la mano de mi querido "futuro jefe". Después de cinco o seis veces de visitas instructivas, hubo una en que debí esperar en el despacho de Don Fernando, a que éste saliera de una importante reunión en una sala contigua, mientras ensayaba algunas simples tareas que él me había enseñado. El cónclave terminó y él se despidió de los demás ejecutivos y luego de su asistente, bien entrada la noche, horario éste en que no quedaban estudiantes ni profesores y sólo permanecía una decena de los que trabajan en seguridad o mantenimiento en zonas periféricas de la escuela.
Como seguramente ya estás imaginando lo que ocurrió después, te comento que desde el despacho (ubicado en el primer piso), era uno de los úncios lugares de la escuela que no se podian ver ni oir desde las pantallas de el despacho del director, cosa que también hacen desde la guardia de seguridad, excepto para las como dije para los despachos de los profesores, la secretaría privada, el salón de reuniones y el cuarto donde se guardaban las pelotas y demas objetos que utilizaba Don Fernanado para dar sus clases, al cual sólo se entraba con la llave que el solo poseía.
Durante la espera, había preparado café en una coqueta kitchenette que se encuentra al lado de lo que luego sería mi oficina pero al entrar, él prefirió (después de darme un dulce beso) abalanzarse hacia el privadísimo barcito de roble que hay detrás de su escritorio, en busca de un gratificante "Grog XD". Seguidamente, me llevo al cuarto de "las pelotas", presidido por una camilla en caso de emergencia. Desde la radio, el grupo Los Gansters comenzaba a cantarnos despacito "Al Toque", un tema más cercano a mi época que a la de él. No fue necesario encender la lámpara que colgaba del techoe, ya que la luz tenue de la calle se filtraba desde la ventana del cuarto, dibujaba a la perfección todos los objetos.
Con gesto de mucho cansancio, alternó entre sus manos el vaso de Grog XD, para poder deshacerse de su campera deportiva y revolearla por el suelo, se apoltronó sobre la camilla y se quitó el silbato al tiempo que con cada pie, liberaba al restante de su respectiva zapatilla.
Cuando me acercaba para sentarme en el apoyabrazos de su lado, me sobresaltó el ringtone de mi celular. El sonido no hizo necesario que leyera la pantalla para identificar la llamada: era Zulma.
- Hola mi amor!..
- Bebé! ¿donde andás a esta hora?
- Aca, en (el nombre de la escuela) todavía. ¡Con tu papi! ¿qué hora es?
Al hablar miré a Don Fernando, que de inmediato se autoseñaló y a continuación apuntó insistentemente con su índice hacia el reloj.
- ¡Casi las diez! ¿Se volvió loco el gordo? Decile que todavía no laburás ahí, che...
- Es que está reunido con gente... Yo estoy practicando un poco y escuchando música mientras espero. No creo que demore mucho más. ¿Y vos, como estás mi amor?
- Yo muerta de cansancio porque recién salgo, pero te iba a proponer ir a tomar un "Grog XD" por ahí. ¿Y si te voy a buscar?
- ¡Ni lo pienses! Hasta que llegues aca tal vez nosotros ya hayamos salido. Además yo también estoy cansado, lo dejemos para otro día ¿si?
Sin darme cuenta y en medio de la conversación, yo había quedado parada al lado de la camilla donde Don Fernando estaba sentado. Sin perder su tiempo, con su mano hizo que yo me aproximara más a él y quedase entre sus piernas; entonces de a poco fue bajando la bragueta y...
- Bueh... está bien. ¿Pero cómo estás vos amor? ¿Te trata bien mi viejo?
- ¡Claro, tonta!.. Si sabés que es buena onda...
... pasando sus dos manos por debajo del calzoncillo, puso una en cada uno de mis testículos y comenzó...
- Sí... muy buena onda, pero sabés que es bastante explotador ese viejo. Si no lo parás...
- ¡Ay,.. Zul!.. Dejá de hablar macanas...
... a chuparme el pene. Sentí un miedo terrible de emitir algún sonido por la excitación o que cambiara el tono de mi voz, pero con cierta desesperación tomé con mi única mano libre...
- Ya lo vas a comprobar, pero bueno... ¿Puedo verte mañana?
- Supongo que sí, chanchita... pero depende más de vos que de mí. Yo mañana salgo de la facu temprano pero vos laburás.
... los pelos cortitos de su nuca tratando de apartarlo, pero él ya se las había ingeniado para despojarme del pantalon y ya por debajo de la remera, se disponía a...
- Está bien. Antes de salir del laburo te estoy llamando. Mirá que después te vas a (nombró mi pueblo) por esa famosa partida de nacimiento, así que quiero que salgamos mañana, ¿sí?
- Sííí, linda... bueno... descansá y cuidate mucho... Te quiero...
... lamer mis tetillas y acariciar mi vientre con su bigote tan masculino, asegurandose de dejarlas bien húmedas como a él le gustaba...
- Yo también te quiero, amor. Besito... Soñá conmigo, eh?
- Vos también conmigo... Besito... Chau.
... cada centímetro de mi piel que estuviese a su alcance.
Al cortar la comunicación, quizá por mis nervios, el celular se me cayó. Flexioné las piernas para recogerlo y asegurarme que había cortado bien, quedando entonces en cuclillas entre sus rodillas. Con suavidad, me tomó del cuello mientras con la otra mano bajó el cierre de sus pantalones y la tarea de desprender su cinturón me correspondió a mí, apoyando mis codos la camilla a ambos lados de sus caderas.
Cuando el elástico de su boxer lo liberó, su pene se irguió a centímetros de mis ojos. Levanté la vista buscando su mirada, entonces mi boca entreabierta, suplicante, le hizo tomarme del cuello con ambas manos y atraerme hacia sí, para hundírmelo hasta la garganta. Comenzó él a hacer el movimiento de vaivén muy lentamente con su cuerpo, mientras con las manos terminaba de lograr la desnudez de mi torso. Una vez más, me encontraba ante él, que tenía casi toda su ropa encima, provista solamente de mi calzoncillo, y mis zapatillas (que él, con un gesto, había impedido que me quitara cuando lo intenté). Luego de sacarse él también toda su ropa, estuvimos navegando en un loco viaje por el suelo durante casi dos horas. Nos recorrimos los cuerpos con nuestras bocas de un modo desenfrenado, disfrutamos de una escandalosa e impune libertad, traspusimos los límites de nuestra concepción moral mezclando nuestra saliva en los besos, saboreando los fluidos de nuestros sexos y el sudor de nuestras pieles.
Con la cabeza para el lado de los pies, acercándome sigilosamente a sus genitales. La tenía echada hacia un lado, todavía en estado de reposo.
-¡Que buena pija!- exclamo entusiasmado, a la vez que se la agarro con una mano y me pongo a meneársela.
Me gustaba la sensación del tacto. Primero le pasé la lengua por arriba, consiguiendo alguna leve reacción, aunque se puso mucho mejor todavía cuándo me la metí en la boca y se la chupe con esa avidez que tenía contenida desde hacia tanto tiempo.
De tan gorda apenas me entraba en la boca aunque me saque las ganas, mamándosela bien mamada, bajando incluso hasta sus bolas, peludas y rebosantes, para chupárselas también, pegándoles tantas lamidas que las deje bien mojadas con mi saliva. Estuve un buen rato disfrutando de tan excelso manjar, poniéndosela bien al palo, hasta que entre plácidos suspiros me pregunto si quería que me penetrara. Obvio que si. Mientras él se ponía un preservativo, me puse en cuatro, levantando bien la cola, esperándolo con la ansiedad que tal momento ameritaba. Cuándo estuvo listo se me acercó por detrás y me empezó a trabajar el agujero del culo.
Habitualmente soy de jugar con mi agujerito, de meterme dedos o pedirselo a Zulma y alguna que otra cosa, por lo que no lo tenía tan cerrado, sin embargo me lo lubrico apropiadamente, tras lo cuál se puso en posición y colocó la punta de su verga justo en la entrada. Cuándo la sentí me puse a temblar de la emoción, y cuándo empezó a empujar ni les cuento, lo veía poniéndomela y alucinaba.
La sentía entrar pedazo por pedazo, y casi lloraba del placer que sentía. Me dolía, claro, pero que me importaba el dolor cuándo me estaban metiendo semejante pijazo. Cuándo ya alcanzó a meter una porción adentro, me aferró de la cintura y empezó a moverse.
-¡Siiiiiiiiiii… asiiiiiiiiiiiiiii… ahhhhhhhhhh… dámela toda… ahhhhhhhhh…!- suspiraba yo mientras lo sentía avanzar por mi recto, llenándome con su lacerante carne viril.
Me estaba cogiendo, ¡y como!, me aniquilaba con cada combazo, abriéndome bien el ojete, partiéndome al medio, desgarrándome el esfínter tal y como lo anhelaba desde hacía tanto tiempo. Era alucinante sentirlo entrar y salir, casi en toda su extensión, ya que no me la metía toda porque la tenía muy grande, pero lo que alcanzaba a meterme era más que suficiente.
Estuvo dándome un buen rato en esa posición, hasta que se me entumecieron las piernas, no estaba acostumbrado a estar tanto tiempo en cuatro, aunque debería, entonces me la sacó y con la pija todavía bien dura, se acostó boca arriba, me le subí encima, a caballito, y ensartándomela de nuevo con su ayuda empecé a cabalgarlo, ávida y enérgicamente, disfrutando cada pedazo de esa suprema erección que tantos placeres me dispensaba.
Terminamos confluyendo los dos en un alucinante 69, yo chupándosela a pija pelada, él con preservativo, hasta hacerme acabar, aunque cuándo fue su turno de descargarse, deje que me echara toda su leche en el cuello y en el pecho, regocijándome con esa inapreciable sensación del semen discurriendo sobre mi piel desnuda.
Lo provoqué con obscenidad recordándole a su esposa mientras me penetraba, me insultó con bajeza mencionándome a su hija cuando me lamía, me burlé de su edad cuando le chupaba los testículos, se rió imaginándome frente al cura con el smoking cubriendo mi cuerpo que le seguiría perteneciendo. Finalmente, tras decirle al oído "viejo pedófilo" y él responderme "pendejo trolo", nos reímos a carcajadas hasta llorar... (quién sabe si además, no lloramos un poco... pero sin reírnos).
Cerca de la medianoche, el conserje abrio la puerta del garage, desde el cual sonó un breve bocinazo a modo de saludo. Los vidrios polarizados dibujaron un signo de interrogación sobre las dos personas que estaban trabajando en la garita.
http://www.poringa.net/posts/relatos/1370487/Con-el-suegro,-es-incesto-Primera-parte.html
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Es largo pero vale la pena para todos los gustos sexuales si quieren reirse un buen rato
Es una historia que vengo guardando en mi intimidad desde hace más de siete años. Me atrevo a contarla con nombres y lugares cambiados, con el obvio objetivo de preservar mi privacidad y la de quienes están involucrados y porque siento la necesidad de compartirla con alguien desde el anonimato ya que, como se verá, no se trata de un asunto digno de confesar ni siquiera a un amigo intimo. Pero esta maravillosa página (a la que accedí para masturbarme hace muchisimo tiempo), me da la posibilidad de divulgar las experiencias que estoy viviendo y que me proveen de una extraña mezcla de culpas, excitación y placeres infinitos.
Vamos entonces al grano:
Era el verano del 92'. Como todos los viernes, aprovechaba que mi salida de la facultad coincidía en horario con la entrada de mi compañero de departamento a su clase de cocina, para dirigirme a merendar con mi novia y sus padres a la casa donde vivían, a 4 cuadras de la mía, en lugar de hacerlo con mi amigo, como el resto de la semana. Mi visita se había hecho una costumbre y siempre me esperaban ansiosos y con ganas de comerse los churros bañados en chocolate que yo compraba la mayoría de las veces. Mi novia, a la que voy a llamar Zulma, estaba por esos días dedicado por completo a preparar la tesis que coronaría su carrera y que presentaría a fines de ese año. Vivía con sus padres y un hermano que cursaba el primer año de una carrera universitaria y que casi nunca estaba. También integraba la familia (aunque no vivía allí) una hermana mayor, casada y profesional prestigiosa, que estaba (está) radicada en otro pais, ya que es peruana.
Al llegar a la casa, no abrió la puerta Gregoria (la mamá de Zulma) como era habitual, sino que lo hizo Don Fernando (el papá), que muy pocas veces estaba a esa hora, ya que era (es y será) un ocupadísimo profesor de Ed. Física en una escuelita primaria de Longchamps acostumbrado a trabajar hasta muy tarde. Un hombre simpático, agradable, pedofilo, excelente presencia, muy buenas llantas, deportista y apasionado de los autos, que a pesar de sus más de cinco décadas vividas y sus dos títulos universitarios, no aparenta haber sentido los almanaques sobre sus hombros.
El saludo de rigor parecía ser el de rutina: la sonrisa, el “hola, qué tal”, el beso de cortesía, etc. Pero hubo un detalle inesperado y, en aquel momento, gracioso: Al arrimar nuestras caras para la formalidad del beso, yo apunté con mi boca hacia su mejilla derecha, pero en esa fracción de segundo, él (sin querer) hizo lo mismo hacia mi mejilla izquierda, nuestros labios colisionaron de frente y… -uy..! perdón..! –no… perdone usted..! Nos reímos espontáneamente mientras él me agarro con su delicada mano de la nuca e iba bajando mi cabeza hasta su pene adivinando mi vergüenza. Seguimos riéndonos mientras recorríamos el recibidor hacia la puerta que conduce al living de la paqueta casa.
–Ya le digo a tu “media naranja” que baje a recibirte, me dijo mientras aparecía Gregoria saludándome con esa cara de orto demacrada de siempre
Para cualquier chico de mi edad (por entonces 19), lo que acabo de contar no hubiese tenido más trascendencia que una de las anécdotas graciosas, algo incómodo o ruborizante, pero destinada a archivarse en algún oscuro rincón de la memoria. Pero en mi caso, aquel hecho constituiría el inicio de una etapa de mi vida (que no sé cuándo llegará a su fin) caracterizada, como ya mencioné, por esa rara sensación que no deja tranquila mi conciencia, pero que a la vez deseo perpetuar mientras me sea posible, habida cuenta de la enorme felicidad que me produce.
Esa tarde transcurrió como cualquier otra, con las conversaciones de siempre, los comentarios sobre nuestros estudios y acerca de los trabajos de Don Fernando y Gregoria (ella docente de nivel medio), los chistes, las putas de tinelli, pornografia infantil, pedofilia y cosas así. Solo después de dos o tres días, comenzó a perturbarme por las noches, una especie de “fantasía” un poco loca, que nos tenía como protagonistas a Don Fernando y a mí. Nada extraordinario. Únicamente me asaltaba la idea de que, en un eventual nuevo contacto con mi “suegro”, tuviese la duda de poner mi cara del lado izquierdo o del derecho en ese ínfimo instante en que nadie decide nada. Suena gracioso y hasta tonto, pero lo sería si no fuese que la duda, iba asociada a otra respecto de qué cosa deseaba en realidad que ocurriera. Y a decir verdad, creo que no es necesario aclarar que mi perturbación, mucho se relacionaba con lo que mi subconsciente había decidido desear.
Hubo dos encuentros posteriores (uno en el fin de semana siguiente y otro bastante tiempo después), pero en razón de realizarse en presencia de otras personas, el saludo no tuvo particularidades para destacar excepto la tipica palmadita en la cola. Mientras tanto y día tras día, yo me ocupaba de alimentar mi imaginación (masturbandome), recordando su carita o palabras que él había tenido para conmigo en diversas oportunidades (hacía casi un año que lo conocía), tales como inocentes piropos o humorísticos elogios a mi pene y a mis ojos, recordando su aprecio por los discos de Elton John y su causa penal, de hace ya unos años, por manosear un alumno que no llego a juicio. Luego de unos dos meses después, ocurrio lo que secretamente anhelaba, casi tal como esperaba que fuese: abrió la puerta, me sonrió, dijo hooola..!, tomó mi mano haciéndome pasar y mientras con su otra mano acariciaba mi pene, inclinó su cabeza y apretó sus labios contra los míos.
Aunque todo haya durado entre tres y cuatro segundos, se me erizó la piel y disfruté del contacto tibio de su boca. Lo hicimos con extrema naturalidad como si fuese una práctica habitual y él notó mi satisfacción cuando, al hacerlo, entrecerré mis ojos y le sonreí con dulzura. Cuando cruzábamos el recibidor para ir al encuentro del resto de la familia, percibí con placer que iba deslizando su mano alrededor de mi espalda, hundió sus dedos en mi culo, en el único espacio de piel que me quedaba descubierto. Cuando abrió la puerta del living, ya habíamos vuelto a ser las personas de siempre.
Durante varias de las semanas siguientes, esta especie de “apasionada relación”, en la que casi no habíamos intercambiado palabras, pasó a ocupar la mayor parte de mis pensamientos, junto a tremendos ataques de culpabilidad, remordimientos y autorreproches, que yo lograba neutralizar parcialmente con frecuentes e intimas sesiones de masturbación, donde llegué incluso a utilizar a mi novia cuando salimos a disfrutar un finde de campamento, ya que en esa oportunidad, cada vez que hacíamos el amor, yo imaginaba que era su padre, en lugar de ella, quien me poseía.
La ansiada escena del recibimiento con beso, sólo se repitió en un par de oportunidades antes de llegar las fiestas de fin de año, época en la cual yo viajaba a mi pueblo para pasarlas con mi familia, pero como es lógico suponer, al no pasar de eso, llegó a impacientarme la repetición de un disco que tenía grabada una sola canción. Yo esperaba que el autor me mostrara qué otros temas era capaz de escribir.
Zulma postergó la presentación de su tesis para febrero, viajé para las fiestas, me quedé durante enero recibiendo la visita de mi novia en mi pueblo durante una semana y pasé unas breves vacaciones estudiando un poco y haciéndome una gigantesca película el resto del tiempo. Volví a la ciudad para rendir dos materias pero aprobar una, Zulma se recibió, hubo “gran fiesta gran” y hasta una idea de casamiento que preferimos posponer. La postergación no me venía mal para ordenar mi cabeza.
Llegó el tiempo de iniciar un nuevo ciclo lectivo (el penúltimo) en mis estudios. A los pocos días, una sorpresa se me presentó en las primeras horas de una fresca y lluviosa mañana, cuando me disponía a afrontar la rutina de la espera del colectivo que me llevaba al campus donde cursaba: como jamás había ocurrido, el lujoso auto de mi “suegro” apareció por la avenida, me tocó bocina y se detuvo pasando unos diez metros el refugio donde yo aguardaba sola. Él había salido de su casa y se dirigia a la escuela donde trabajaba, cosa que hacía siempre en diferentes horarios y nunca habia tenido la oportunidad de encontrarlo. Se inclinó, abrió la puerta y después de cerrar mi paraguas, subí. Tras el ruido que la puerta hizo al cerrarse, volví la cara para saludarlo y casi de inmediato tuve sus labios puestos sobre los míos, su brazo derecho pasando sobre mis hombros y su mano izquierda rodeando mi cuello con suavidad escalofriante. Luego despegó a duras penas su boca, vio mis ojos cerrados y dijo:
-¿Cómo estás, putito? Lo dijo con voz muy baja, como cuando no se quiere despertar a alguien que duerme.
- Bien… ¿y usted?, contesté con el mismo tono de voz.
- Bien, porque te encuentro… me voy a trabajar. ¿Vas a la facultad?
- Mhm?..
- Vamos… te llevo…
- Nooo! Acérqueme un poco nomás… A usted le queda lejos.
- ¡Ni loco! Yo te llevo de todas maneras.
Mientras hablábamos, no había sacado sus manos de donde las tenía y había levantado ligeramente la vista para mirar alrededor. No se veía gente; sólo algunos autos pasando rápidamente se advertían a través de los vidrios empañados. Entonces volví a cerrar los ojos y él aceptó la invitación, posando otra vez su boca sobre la mía, con más énfasis esta vez. Sentí su lengua recogiendo mi saliva y mojando luego mi chivita y mi cuello.
Quizá no hayan pasado dos minutos desde mi subida al auto, cuando se irguió, acomodó el cuello de su carísima camisa que había quedado atrapado bajo el fino chaleco de gamuza, abrochó la malla de su reloj Bulova que se había desprendido, puso la palanca de cambios en la opción automática y arrancó. Esto último, según supe enseguida, tenía el propósito de liberar su mano derecha, para tomar mi pene y jugar con mis testiculos, situación que se mantuvo durante varios minutos y en silencio. Al rato, descartó la mano y optó por mi muslo (yo llevaba unas bermudas de jean), y mi piel estaba todavía algo erizada, un poco por la baja temperatura pero más por la excitación del momento.
- Tenés las piernas heladas todavía, me dijo desplazando sus dedos hacia arriba.
- Sí… pero aca está re calentito, contesté.
- ¡Sí, ya lo creo!.. dijo lanzando una carcajada.
Tardé en entender el chiste, pero sobre todo teniendo en cuenta que no coincidía para nada con su refinado estilo. Él se arrepintió pero no se atrevió a disculparse, ya que hubiese quedado peor, de modo que siguió manejando. Hubo otro largo silencio, pero sus dedos ya incursionaban en mi zona anal.
Finalmente llegamos al campus, yo le indiqué cuál es el pabellón donde está mi facultad, la lluvia se intensificó un poco sin ser un aguacero, pero inesperadamente detuvo la marcha unos trescientos metros antes.
- Pibe… quiero que me seas absolutamente sincero, me dijo rozando sus labios entre mi mejilla y mi nariz y con la voz tan bajita como venía siendo. Sólo se oía el sonido de la lluvia como fondo, ya que había detenido el motor del auto.
- Sí… ¿qué?, pregunté mientras sentía su atrevida mano derecha, otra vez deslizándose sobre mi ano por entre las bermudas y al mismo tiempo levantar mi remera de Poison y mi buzo, y la campera jean que llevaba puestos. Con eso, él alcanzaba mis tetillas pasando por debajo de la axila.
- ¿Es imprescindible que vayas hoy a clase?, me preguntó tapándome la boca con un nuevo beso que me impedía contestarle.
Acto seguido, hizo a un lado mi calzoncillo con su otra mano e introdujo sus dedos en mi ano estremeciéndome al rozarlo. Lancé un gemido muy próximo a un orgasmo y di un salto por el temor a que alguien nos viera. Él se sobresaltó.
- Sí… no puedo faltar… discúlpeme, le dije temblando.
- Tranquilo (creo que agregó “muñeco” o “nene” o algo así). Todo va a estar bien, disculpame vos… ¿Estás bien? me preguntó asustado porque empecé a llorar.
En realidad le mentí al decirle que estaba obligada a ir a clase, pero la situación me había superado por completo; se me habían venido encima todos los fantasmas de la inquisición y me aterroricé. Era como si en el asiento de atrás, estuviesen su mujer, sus hijos (incluido mi novia) y hasta mis viejos. Al menos en ese momento, no lo pude soportar y tuve una crisis. Le insumió un rato tranquilizarme, lograr que hasta me riera con algún chiste y me bajara para ir a clase, no sin antes prometernos mutuamente nuevos encuentros, conversaciones maduras y silencio tan cómplice como sepulcral.
Pasaron varios meses en que parecía que todo lo que mi cabeza había imaginado tan vertiginosamente, se desplomaría de un plumazo, debido a una interminable serie de hechos negativos que sucedieron sin solución de continuidad:
Por una parte, Zulma haciendo un enloquecido periplo en busca del trabajo que lo catapultara hacia su independencia económica con su título bajo el brazo, pero con resultados que, en el mejor de los casos, le prometían un futuro inmediato lleno de cargos con “marketineros” nombres gerenciales en importantes empresas y remuneraciones que nunca alcanzaban a la mitad del monto que su padre le venía proveyendo desde hacía años, para cubrir mucho más que sus necesidades esenciales. Hasta los pasajes aéreos y gastos de viajes para entrevistas en otras provincias o en el extranjero, estaban incluidos. ¡Aleluya! La nena, conoció de repente qué era esto de ganarse el dinero y cuánto costaría hacerlo por sí mismo.
Por otra parte, en aquella época (mediados de 93'), revivió la causa por abuso que tenia mi "suegro". Esto, si bien no puso nunca en riesgo la enorme solidez patrimonial de Ángel, causó notorios efectos en sus estados de ánimo y, por añadidura, en nuestra incipiente “relación”. Las “conversaciones” prometidas nunca se produjeron y los “nuevos encuentros” fueron circunstanciales, pocos y con las mismas características de siempre: No - pasó - nada.
La situación de mis viejos sumada a la virtual ausencia tanto de mi “querida noviecita” como (quién lo diría) de su papá, me predisponían a una debacle anímica y a una apetencia erótica que por momentos cambió peligrosamente mis comportamientos. Tuve episodios de "desbande" en mi conducta y uno de los acontecimientos más destacables de ese período, ocurrió cuando Zulma había viajado a otra de las grandes ciudades argentinas con su magro currículum en oferta y me vi envuelta en una experiencia de sexo grupal, que detallaré en algún otro relato.
En medio de un cuadro de desesperanza casi asumido, traté de continuar con no mucho entusiasmo mis estudios. Al poco tiempo, Zulma comenzó a trabajar en la delegación local de una empresa multinacional, en aceptables condiciones y con interesantes perspectivas, aunque trabajando todo el santo día. Uno de esos días, fue que llamé a la puerta de la casa de mi prometida (sabiendo que ella estaba trabajando), con la intención de hacer uso de su conexión a internet (como solía hacerlo, ya que yo carecía de ella), pero tampoco esta vez abrió la puerta su mamá y sí lo hizo (una vez más) su padre. La escena repetida: "Hola pibe" seguida de beso apasionado, manos por debajo del pantalon en rápida búsqueda de mi pene y listo; todo en diez segundos como de costumbre, luego recorrida por el recibidor sintiendo sus manos por mi cuerpo, apertura de la puerta y una vez en el living... ¡Oh, sorpresa! Me tomó desde atrás, metió su mano derecha por debajo del pantalon y alcanzó mi ano, mientras la otra mano ya había vencido el cinturon y sus dedos notaban la reciente depilación de mis testiculos. Sus labios en mi cuello, apenas permitían entender la pregunta:
- ¿Te depilaste para mí, pibe?
- Mhm?.. (no era verdad, lo hize por las ladillas que me agarre en la anécdota del sexo grupal que luego contaré).
Juro que ignoraba por completo que estuviese sólo, aunque su vestimenta indicaba que se disponía a salir. Pero también juro, que hubiera llegado antes si lo hubiera sabido. Amagó llevarme hacia el sillón más grande de la sala, pero finalmente optó por su escritorio, donde también hay confortables sillones y además está la computadora que, eventualmente, justificaría mi presencia allí y desde donde puede observarse la calle sin que se vea desde el exterior lo que ocurre adentro, debido al tipo de vidriado que posee la ventana.
Él permaneció impecablemente vestido con su fino conjunto sport, elegante corbata y un perfume exquisito, mientras minuciosamente iba quitándome la ropa (no me había vestido para la ocasión), a la vez que con su boca no dejaba centímetro de mi piel sin recorrer y humedecer con su saliva.
Sentí mi cuerpo invadido por una abrasadora sensación de placer, cuando me encontré acostado sobre el sillón, con mi desnudez expuesta ante ese hombre que apenas había aflojado levemente su corbata y que, arrodillado y hambriento, comenzó a lamer la cabeza de mi pene. Como en un sueño, acariciaba sus encanecidas sienes mientras veía las incipientes gotitas de sudor que aparecían en su bronceada frente. Las fantasías que durante tanto tiempo habían alimentado mi imaginación, fueron superadas con holgura esa tarde, a expensas de una tan repetida como desinhibida posesión sexual que hizo de mí por vía oral, mostrando aptitudes que jamás había exhibido su hija, con menos de la mitad de años vividos.
Se había producido por fin, el encuentro que tanto esperábamos y que nunca planificamos, y en el lugar que nunca hubiésemos imaginado. Lo disfrutamos durante casi tres horas. Él tomó una ducha de la que, por razones obvias yo debí prescindir y nuevamente vestido impecablemente, se ofreció acercarme a casa donde yo tomaría la mía.
En una breve conversación que tuvimos durante el recorrido, me quedaron claro algunas cosas respecto de su idea acerca de nuestra relación. Me hizo notar que, en varias oportunidades mientras hacíamos el amor, yo había vertido algunas exclamaciones tales como "Sí papito... haceme tuyo" o "dame más... cogeme por favor" e incluso una vez a bordo del auto, le dije "volvé a hacérmelo pronto, mi vida" y cosas por el estilo. Entonces se ocupó de decirme algo más o menos así:
- Mirá pibe... hay cosas con las que tenemos que ser muy cuidadosos... Vas a tener que dejar de tutearme. Me encanta que lo hagas, pero por el bien de los dos, conviene que me trates de "usted" como venías haciéndolo. Es una cuestión de seguridad, ya que debemos evitar que delante de Gregoria o de Zulma, se te deslice por error una expresión de confianza que despierte sospechas. Los chicos de hoy lo hacen, pero nunca ha sido tu costumbre, ¿de acuerdo?
Naturalmente, asentí y eso me dio la pauta de que se disponía a afrontar nuestra relación como una práctica destinada a prolongarse en el tiempo y que no pensaba renunciar a ella. También estableció con tono de autoridad, que no habría entre nosotros comunicaciones por celular, ni de voz, ni de texto y tampoco de correo electrónico, a menos que fuesen ajenas a "lo nuestro" y no necesitaran realizarse en secreto. Ante mi duda sobre cómo comunicarnos entonces, me adelantó algo que me dejó atónito:
- Tengo pensado ofrecerte algo que seguramente vas a aceptar. Se trata de que vengas a trabajar conmigo a la escuela, ya que necesito un asistente porque el que tengo se recibió de profesor y deja la escuela dentro de dos meses. Ahí no vamos a tener problemas de comunicación. Además tengo entendido que con Zulma han hablado algo de matrimonio y no les vendrá mal un sueldo bastante bueno que puedo pagarte. Pero después lo charlamos porque se me hace tarde. Chau pibe, cuidate. Me dio un beso en la mejilla como si nada y me bajé estupefacto.
Así de simple lo había establecido él. Yo casado con su hija y él manteniendo conmigo una relación ultra clandestina y protegida con garantías inmejorables. Mis posteriores noches de lógico insomnio, se correspondieron con la inmediata aparición en mi vida de algunas de las tantas preguntas sin respuesta: ¿A qué psicoanalista podía acudir yo con mi problema, sin que en el intento se me cayera la cara de vergüenza? ¿Cómo podría renunciar a una vida que se me presentaba con la dualidad maravillosa de estar casado con la mujer que amaba y al mismo tiempo acceder cada vez que quisiera a la persona que me prodigaba la mayor satisfacción sexual que había conocido?
Debo confesar que no me esmeré demasiado en buscar las respuestas. Cierto enceguecimiento propio de los veinte años, me deslumbró al conjuro exclusivo de la aventura sexual y, en poco tiempo más, estaba con mi novia en una cama del hotel alojamiento que frecuentábamos, poniendo fecha y planificando todos los detalles de nuestro casamiento, y días después, en otra cama pero de un lujoso hotel de las afueras de la ciudad, escuchaba los planes que mi ahora futuro verdadero suegro, había elaborado para mi inminente ingreso como asistente "privilegiado" de la escuela.
Mi familia y la de mi novia, tomaron con muchísimo beneplácito las novedades tanto del casamiento, como de mi futuro empleo y a partir de allí, todos fueron preparativos y alegría por doquier. Pero como lo primero que iba a producirse era mi ingreso al trabajo, comencé a visitar muy asiduamente la escuela donde mi "suegro" se encargaría de "capacitarme" como es debido, para que cuando ingresara pudiese desenvolverme de manera adecuada y cumplir con mi tarea eficientemente, según sus propias palabras.
Así las cosas, fuí de a poco conociendo las instalaciones, siendo presentada a directivos y a los demas profesores e interiorizándome del funcionamiento de las áreas que estarían bajo mi competencia, todo de la mano de mi querido "futuro jefe". Después de cinco o seis veces de visitas instructivas, hubo una en que debí esperar en el despacho de Don Fernando, a que éste saliera de una importante reunión en una sala contigua, mientras ensayaba algunas simples tareas que él me había enseñado. El cónclave terminó y él se despidió de los demás ejecutivos y luego de su asistente, bien entrada la noche, horario éste en que no quedaban estudiantes ni profesores y sólo permanecía una decena de los que trabajan en seguridad o mantenimiento en zonas periféricas de la escuela.
Como seguramente ya estás imaginando lo que ocurrió después, te comento que desde el despacho (ubicado en el primer piso), era uno de los úncios lugares de la escuela que no se podian ver ni oir desde las pantallas de el despacho del director, cosa que también hacen desde la guardia de seguridad, excepto para las como dije para los despachos de los profesores, la secretaría privada, el salón de reuniones y el cuarto donde se guardaban las pelotas y demas objetos que utilizaba Don Fernanado para dar sus clases, al cual sólo se entraba con la llave que el solo poseía.
Durante la espera, había preparado café en una coqueta kitchenette que se encuentra al lado de lo que luego sería mi oficina pero al entrar, él prefirió (después de darme un dulce beso) abalanzarse hacia el privadísimo barcito de roble que hay detrás de su escritorio, en busca de un gratificante "Grog XD". Seguidamente, me llevo al cuarto de "las pelotas", presidido por una camilla en caso de emergencia. Desde la radio, el grupo Los Gansters comenzaba a cantarnos despacito "Al Toque", un tema más cercano a mi época que a la de él. No fue necesario encender la lámpara que colgaba del techoe, ya que la luz tenue de la calle se filtraba desde la ventana del cuarto, dibujaba a la perfección todos los objetos.
Con gesto de mucho cansancio, alternó entre sus manos el vaso de Grog XD, para poder deshacerse de su campera deportiva y revolearla por el suelo, se apoltronó sobre la camilla y se quitó el silbato al tiempo que con cada pie, liberaba al restante de su respectiva zapatilla.
Cuando me acercaba para sentarme en el apoyabrazos de su lado, me sobresaltó el ringtone de mi celular. El sonido no hizo necesario que leyera la pantalla para identificar la llamada: era Zulma.
- Hola mi amor!..
- Bebé! ¿donde andás a esta hora?
- Aca, en (el nombre de la escuela) todavía. ¡Con tu papi! ¿qué hora es?
Al hablar miré a Don Fernando, que de inmediato se autoseñaló y a continuación apuntó insistentemente con su índice hacia el reloj.
- ¡Casi las diez! ¿Se volvió loco el gordo? Decile que todavía no laburás ahí, che...
- Es que está reunido con gente... Yo estoy practicando un poco y escuchando música mientras espero. No creo que demore mucho más. ¿Y vos, como estás mi amor?
- Yo muerta de cansancio porque recién salgo, pero te iba a proponer ir a tomar un "Grog XD" por ahí. ¿Y si te voy a buscar?
- ¡Ni lo pienses! Hasta que llegues aca tal vez nosotros ya hayamos salido. Además yo también estoy cansado, lo dejemos para otro día ¿si?
Sin darme cuenta y en medio de la conversación, yo había quedado parada al lado de la camilla donde Don Fernando estaba sentado. Sin perder su tiempo, con su mano hizo que yo me aproximara más a él y quedase entre sus piernas; entonces de a poco fue bajando la bragueta y...
- Bueh... está bien. ¿Pero cómo estás vos amor? ¿Te trata bien mi viejo?
- ¡Claro, tonta!.. Si sabés que es buena onda...
... pasando sus dos manos por debajo del calzoncillo, puso una en cada uno de mis testículos y comenzó...
- Sí... muy buena onda, pero sabés que es bastante explotador ese viejo. Si no lo parás...
- ¡Ay,.. Zul!.. Dejá de hablar macanas...
... a chuparme el pene. Sentí un miedo terrible de emitir algún sonido por la excitación o que cambiara el tono de mi voz, pero con cierta desesperación tomé con mi única mano libre...
- Ya lo vas a comprobar, pero bueno... ¿Puedo verte mañana?
- Supongo que sí, chanchita... pero depende más de vos que de mí. Yo mañana salgo de la facu temprano pero vos laburás.
... los pelos cortitos de su nuca tratando de apartarlo, pero él ya se las había ingeniado para despojarme del pantalon y ya por debajo de la remera, se disponía a...
- Está bien. Antes de salir del laburo te estoy llamando. Mirá que después te vas a (nombró mi pueblo) por esa famosa partida de nacimiento, así que quiero que salgamos mañana, ¿sí?
- Sííí, linda... bueno... descansá y cuidate mucho... Te quiero...
... lamer mis tetillas y acariciar mi vientre con su bigote tan masculino, asegurandose de dejarlas bien húmedas como a él le gustaba...
- Yo también te quiero, amor. Besito... Soñá conmigo, eh?
- Vos también conmigo... Besito... Chau.
... cada centímetro de mi piel que estuviese a su alcance.
Al cortar la comunicación, quizá por mis nervios, el celular se me cayó. Flexioné las piernas para recogerlo y asegurarme que había cortado bien, quedando entonces en cuclillas entre sus rodillas. Con suavidad, me tomó del cuello mientras con la otra mano bajó el cierre de sus pantalones y la tarea de desprender su cinturón me correspondió a mí, apoyando mis codos la camilla a ambos lados de sus caderas.
Cuando el elástico de su boxer lo liberó, su pene se irguió a centímetros de mis ojos. Levanté la vista buscando su mirada, entonces mi boca entreabierta, suplicante, le hizo tomarme del cuello con ambas manos y atraerme hacia sí, para hundírmelo hasta la garganta. Comenzó él a hacer el movimiento de vaivén muy lentamente con su cuerpo, mientras con las manos terminaba de lograr la desnudez de mi torso. Una vez más, me encontraba ante él, que tenía casi toda su ropa encima, provista solamente de mi calzoncillo, y mis zapatillas (que él, con un gesto, había impedido que me quitara cuando lo intenté). Luego de sacarse él también toda su ropa, estuvimos navegando en un loco viaje por el suelo durante casi dos horas. Nos recorrimos los cuerpos con nuestras bocas de un modo desenfrenado, disfrutamos de una escandalosa e impune libertad, traspusimos los límites de nuestra concepción moral mezclando nuestra saliva en los besos, saboreando los fluidos de nuestros sexos y el sudor de nuestras pieles.
Con la cabeza para el lado de los pies, acercándome sigilosamente a sus genitales. La tenía echada hacia un lado, todavía en estado de reposo.
-¡Que buena pija!- exclamo entusiasmado, a la vez que se la agarro con una mano y me pongo a meneársela.
Me gustaba la sensación del tacto. Primero le pasé la lengua por arriba, consiguiendo alguna leve reacción, aunque se puso mucho mejor todavía cuándo me la metí en la boca y se la chupe con esa avidez que tenía contenida desde hacia tanto tiempo.
De tan gorda apenas me entraba en la boca aunque me saque las ganas, mamándosela bien mamada, bajando incluso hasta sus bolas, peludas y rebosantes, para chupárselas también, pegándoles tantas lamidas que las deje bien mojadas con mi saliva. Estuve un buen rato disfrutando de tan excelso manjar, poniéndosela bien al palo, hasta que entre plácidos suspiros me pregunto si quería que me penetrara. Obvio que si. Mientras él se ponía un preservativo, me puse en cuatro, levantando bien la cola, esperándolo con la ansiedad que tal momento ameritaba. Cuándo estuvo listo se me acercó por detrás y me empezó a trabajar el agujero del culo.
Habitualmente soy de jugar con mi agujerito, de meterme dedos o pedirselo a Zulma y alguna que otra cosa, por lo que no lo tenía tan cerrado, sin embargo me lo lubrico apropiadamente, tras lo cuál se puso en posición y colocó la punta de su verga justo en la entrada. Cuándo la sentí me puse a temblar de la emoción, y cuándo empezó a empujar ni les cuento, lo veía poniéndomela y alucinaba.
La sentía entrar pedazo por pedazo, y casi lloraba del placer que sentía. Me dolía, claro, pero que me importaba el dolor cuándo me estaban metiendo semejante pijazo. Cuándo ya alcanzó a meter una porción adentro, me aferró de la cintura y empezó a moverse.
-¡Siiiiiiiiiii… asiiiiiiiiiiiiiii… ahhhhhhhhhh… dámela toda… ahhhhhhhhh…!- suspiraba yo mientras lo sentía avanzar por mi recto, llenándome con su lacerante carne viril.
Me estaba cogiendo, ¡y como!, me aniquilaba con cada combazo, abriéndome bien el ojete, partiéndome al medio, desgarrándome el esfínter tal y como lo anhelaba desde hacía tanto tiempo. Era alucinante sentirlo entrar y salir, casi en toda su extensión, ya que no me la metía toda porque la tenía muy grande, pero lo que alcanzaba a meterme era más que suficiente.
Estuvo dándome un buen rato en esa posición, hasta que se me entumecieron las piernas, no estaba acostumbrado a estar tanto tiempo en cuatro, aunque debería, entonces me la sacó y con la pija todavía bien dura, se acostó boca arriba, me le subí encima, a caballito, y ensartándomela de nuevo con su ayuda empecé a cabalgarlo, ávida y enérgicamente, disfrutando cada pedazo de esa suprema erección que tantos placeres me dispensaba.
Terminamos confluyendo los dos en un alucinante 69, yo chupándosela a pija pelada, él con preservativo, hasta hacerme acabar, aunque cuándo fue su turno de descargarse, deje que me echara toda su leche en el cuello y en el pecho, regocijándome con esa inapreciable sensación del semen discurriendo sobre mi piel desnuda.
Lo provoqué con obscenidad recordándole a su esposa mientras me penetraba, me insultó con bajeza mencionándome a su hija cuando me lamía, me burlé de su edad cuando le chupaba los testículos, se rió imaginándome frente al cura con el smoking cubriendo mi cuerpo que le seguiría perteneciendo. Finalmente, tras decirle al oído "viejo pedófilo" y él responderme "pendejo trolo", nos reímos a carcajadas hasta llorar... (quién sabe si además, no lloramos un poco... pero sin reírnos).
Cerca de la medianoche, el conserje abrio la puerta del garage, desde el cual sonó un breve bocinazo a modo de saludo. Los vidrios polarizados dibujaron un signo de interrogación sobre las dos personas que estaban trabajando en la garita.
18 comentarios - Con el suegro, es incesto? Mi primera vez
bueno te jodes por puto, era un cago de risa
Te comiste un payaso capo? no entedi ese chiste pelotudo, aclaralo
tenes 18 y no la pusiste sos un salame
fleto qliao
pero que chistoso que sos la puta madre que me pario loco, me meo de risa...pelotudo
Van puntos y saludos desde San Juan Argentina.
http://www.poringa.net/posts/relatos/1924977/Poseida-por-mi-papa-politico.html