Ahí les dejo un relato de mi autoría. Si les gusta, comentan y me dejan algún que otro puntín, después les regalo otro que tengo escrito y esperando...
UNA JOVEN PACIENTE
Tengo cuarenta años, soy médico ginecólogo desde hace diez, y hay cosas a las que todavía no me acostumbro. Y creo que el colega que diga que no se le mueve un pelo al revisar a ciertas pacientes apetitosas, miente. Por mi parte, en algunas ocasiones pasan miles de cosas por mi cabeza, pero siempre había podido mantener la compostura profesional, hasta el día en que me tocó atender a una paciente especial:
Fue una tarde en Diciembre, pleno verano en Buenos Aires, y era una tarde particularmente calurosa. En aquel entonces estaba sin aire acondicionado en el consultorio por culpa de "desperfectos técnicos", y yo, con camisa, corbata y guardapolvo, estaba sufriendo las consecuencias.
Me asomé a la puerta del consultorio y llamé a la siguiente paciente; al instante se levantaron del sillón de la sala de espera una señora de unos cincuenta años (-mi paciente- pensé) y su acompañante, una chica de unos dieciséis o diecisiete años, según su carita juvenil, pero con un cuerpo que a primera vista me llamó mucho la atención por la exhuberancia con que la madre naturaleza la había obsequiado. Ambas me saludaron con sendos apretones de manos y pasaron al consultorio; las invité a sentarse, me ubiqué en mi sillón, las miré y pregunté, dirigiéndome a la cincuentona:
Bien, señora, ¿ya ha tenido consultas conmigo antes?
Ella se sonrió y me contestó:
No, Doctor, la paciente es ella, mi hija.
Ah, de acuerdo, perdón- contesté con una sonrisa, y dirigiéndome a la jovencita saludé. –Mucho gusto, cómo es tu nombre?
Lorena, Doctor. –Respondió ella, con una sonrisa que mostró dos hileras de perfectos dientes blancos como la nieve.
- Muy bien, Lorena, ¿es tu primera visita al ginecólogo?
Sí, ya sé que debería haber venido antes para mis primeros controles, pero lo fui postergando y...
Qué edad tenés, Lorena?
Dieciséis, Doctor.
Muy bien, vamos a hacer la Historia Clínica, de acuerdo? – Dije, comenzando a escribir los datos en una ficha en blanco. – Te voy a explicar un poquito cómo es esto, primero vamos a anotar los datos más importantes, no te asustes si te hago preguntas que te incomoden un poco, pero hay datos que pueden resultarte un poco... incómodos, pero son importantes para la Historia Clínica, de acuerdo?
De acuerdo – contestó. – También me tiene que revisar?
Claro, a eso iba... después de recolectar los datos más importantes te voy a revisar, vamos a tomar algunas muestras si es necesario... lo más importante es que no te sientas incómoda, así que cualquier cosa me vas a avisar y yo te voy a explicar absolutamente todo, de acuerdo?
Acto seguido comencé a preguntar los datos personales, como fecha de primera menstruación, peso, talla, etcétera. En determinado momento debía preguntarle si ya había comenzado con las relaciones sexuales, pero es una pregunta un tanto incómoda para un chica de esa edad frente a su madre. Así que pregunté:
Usás algún tipo de método anticonceptivo, Lorena?
Eeeh... no, Doctor, no tengo novio... –Me respondió ruborizándose. Acto seguido se dirigió a su madre y le dijo algo al oído; luego me miró y me dijo:
Hay algún problema si mi mamá espera afuera mientras usted me revisa?
No, para nada. –Respondí. –Eso es algo que queda a la elección de cada paciente... – En ese momento la madre se levantó y se retiró, cerrando la puerta del consultorio detrás de sí. Una vez que quedamos a solas, Lorena me miró a los ojos y me dijo:
Lo que pasa, Doc, es que yo ya tuve relaciones sexuales pero mi mamá no sabe nada...
Muy bien, no hay problema –contesté. – Y seguís manteniendo relaciones regularmente?
No, sólo de vez en cuando, a menos que...
A menos qué?
No sé... no sé si cuenta la masturbación... – me dijo, mirando hacia otro lado, como rehuyendo mi mirada.
No, eso no cuenta, es algo totalmente normal pero la pregunta se refiere más que nada a los riesgos y a los cambios físicos que producen las relaciones sexuales con otra persona. – contesté.
Ah, porque yo también quería consultarle porque yo... o sea... como que me masturbo mucho, entiende?
Ahá, y cuánto es mucho, a tu entender? – Pregunté con verdadero interés profesional, pero sin poder evitar sentirme algo perturbado por la "confesión".
Y... a veces son varias veces en un día, dos o tres...
No, no es algo anormal, a menos que esa actividad te quite el interés por relaciones sexuales con otra persona. –Expliqué.
Nooo... créame que ese interés no se me va para nada, -dijo sonriendo, como entrando en confianza conmigo. –Más bien le diría que el problema es que no encuentro con quién...
En ese momento decidí aprovechar esa confianza, y creo que ese fue el paso que marcó el camino siguiente.
Bueno, Lorena, te puedo asegurar que no creo que te falten oportunidades con los hombres, no debe haber muchos que no te vean atractiva...
Me lo dice como Doctor o como hombre?
Te lo digo como Doctor... y como hombre, claro...
Luego de esto la conversación siguió por carriles más o menos normales, hasta que terminé de consignar los datos más importantes. Entonces, con cierta excitación que creo se me notaba en la voz, le dije:
Bueno, Lorena, ahora vamos a revisarte, sí? Detrás de ese biombo tenés una bata, quitate la ropa y ponete la bata, y luego pasá a esa camilla que está ahí.
La vi desaparecer detrás del biombo y enseguida asomó la cabeza y me preguntó, mirándome a los ojos:
Me saco la bombachita, Doc?
Sí, todo; y después ponete la batita. –Contesté, notando que su pregunta me había provocado un cosquilleo en la boca del estómago.
Enseguida la vi pasar hacia la camilla, con la bata semitransparente apenas disimulando su desnudez. Le indiqué que se acostara en la camilla boca arriba, a lo que obedeció de inmediato. Entonces le expliqué que primero iba a revisar sus mamas y que debía abrirse la bata a la altura del torso. Creo que nunca voy a olvidar la primera visión de sus tetas... abrió la bata y frente a mí pude ver dos perfectas, grandes, redondas y firmes tetas, de piel blanca impecable, con aréolas pequeñas y rosadas, y cada una con su pezón pequeño, saliente y visiblemente endurecido. Realicé la inspección y la palpación, casi sin poder ocultar la creciente erección que me incomodaba. En el momento en que apreté sus pezones (como parte del examen, para ver si hay secreción), ella se los miró y me dijo, risueña:
Guau, mire cómo se pusieron, como si hiciera frío!
Sus pezones estaban duros como piedra y el apretarlos me producía un tremendo placer, por lo que repetí la maniobra varias veces. Noté que ella entrecerraba los ojos con una expresión de placer en su rostro.
Bien, ahora vamos a hacer el examen pelviano. –Le dije.- Para eso vas a tener que abrirte el resto de la bata y colocar los pies en esos estribos.
Lo hizo enseguida y pude ver su pubis (angelical, como diría Charly). Tenía su vello púbico recortado de manera que sus pelitos tenían unos tres milímetros de largo y le cubrían un triangulito del pubis, los labios mayores, y se extendían a los lados hasta el nacimiento de los muslos. Colocó los pies en los estribos, quedando con las piernas abiertas, y yo me ubiqué entre ellas, de manera que pude ver su vulva, sus labios mayores carnosos y cómo entre ellos sobresalían los labios menores. En ese momento sus labios menores comenzaron a separarse lentamente, a consecuencia de la posición de sus piernas, y pude ver cómo al abrirse un hilillo de fluido transparente y viscoso formaba un puente entre los labios; ¡la pendeja estaba mojadísima! Como si esa imagen no hubiera sido suficiente para mi calentura, acto seguido pude ver cómo una gran gota de flujo transparente asomaba a su vagina y comenzaba a resbalar entre sus labios hasta su ano...
Cuando vi esa cantidad de flujo cayendo desde la vagina de mi paciente comencé a sentir cómo, inexorablemente, mi verga comenzaba a endurecerse y a luchar contra mi pantalón. Me acomodé de manera que mi guardapolvo disimulara tal relieve y comencé una detallada inspección visual de la vulva. Separé apenas con dos de mis dedos los labios mayores, maniobra que me mostró una superficie rosada y brillante, completamente cubierta de una gruesa capa de barniz natural que no dejaba de escurrirse siguiendo las naturales e hipnóticas curvas de Lorena. Evidentemente ella pudo sentir cómo sus jugos caían, y me preguntó:
Me sale sangre, Doc?
No, Lorena, creeme que no es sangre...
Ay, qué vergüenza, justamente tenía miedo de que me pasara esto...
Por qué? Te pasa muy seguido?
Y... bastante, sobre todo cuando estoy sola y veo ciertas películas que hay en casa... usted entiende, no?
Te pasa esto cuando ves películas pornográficas? –Pregunté yo, totalmente decidido a que la ya ínfima distancia profesional que nos separaba desapareciera por completo.
Sí, siempre que las veo me pongo así...
Y qué hacés cuando pasa eso?
Bueno, antes le dije, Doc... Le dije que me masturbo bastante seguido...
No te preocupes, Lore, eso es totalmente normal... lo importante es que sepas cómo hacerlo y no te lastimes...
Ah, bueno, nunca nadie me enseñó, espero hacerlo bien...
En ese momento tomé la decisión más riesgosa de mi vida. Si las cosas hubieran salido mal seguramente hubiera perdido mi matrícula profesional y hoy no estaría escribiendo esto, sino manejando un taxi o algo así. Totalmente obnubilado por una calentura salvaje, le dije:
A ver, cómo lo hacés, Lore?
Quiere que le muestre, Doc?
Sí, así sabemos si no corrés peligro de lastimarte...
Entonces Lorena llevó lentamente una de sus manos a su entrepierna, hasta tocar con la punta de sus dedos el comienzo de su vello púbico. Comenzó a acariciarse el pubis muy suavemente mientras me decía:
Primero empiezo así, ve?
Así está muy bien, Lorena, así está muy bien... –Apenas resistía el impulso de tocarme la verga, que para ese entonces ya estaba casi ganándole la pelea al pantalón. Lorena siguió con sus caricias, avanzando hacia su vulva con dos dedos y comenzando un cadencioso masaje en la zona del clítoris. – Así seguís muy bien, Lorena, se nota que tenés práctica. –Dije, pero Lorena ya no me respondió. Estaba demasiado compenetrada en su tarea, y en eso continuó, haciéndome creer que era médicamente posible morir de calentura. Ahora toda su mano estaba apoyada sobre su concha y la masajeaba hacia arriba y hacia abajo con un ritmo hipnótico; en un momento, casi sin que yo me diera cuenta, su dedo mayor se perdió entre los labios menores. Había entrado por completo en la vagina, y ahora se dedicaba a entrar y salir lentamente. Yo podía ver cómo el dedo brillaba, cubierto de flujo transparente, y, levantando un poquito la vista, noté cómo los pezones de mi pacientita se habían endurecido tanto que parecían tener la mitad del tamaño original. Entonces Lorena sacó su dedo de las profundidades de su concha y me lo mostró:
Ve, Doctor? Siempre tengo esta cantidad de flujo, y no sé si es normal o es algún tipo de infección o algo...
No te preocupes, Lorena, si el flujo no tiene olor feo, en general no hay problemas.
A ver, fíjese Doc, ese olor es normal? –Me dijo, extendiendo su dedo mayor hacia mi cara. Entonces supe que todo esto iba a terminar necesariamente con mi pija dentro de mi joven paciente. Acerqué la cara a su dedo y lo olí delicadamente, como a un jazmín recién cortado. Pude sentir el olor característico de una mujer caliente, ese olor acre pero exquisito que sólo puede emanar de una vagina humana. Totalmente fuera de control, abrí la boca y engullí su dedito, chupándolo con fuerza hasta dejarlo completamente limpio. Lorena no dijo absolutamente nada; sólo levantó su pelvis hacia mí y comenzó a acariciar sus tetas con la otra mano. – Ay, Doc, cómo me gusta lo que acaba de hacer... –Me dijo con los ojos cerrados. – Le gusta mi sabor?
Si me gusta, bebé? Es lo más exquisito que probé en mi vida...
Entonces sírvase de la fuente, sin compromiso...
Al decir esto, abrió sus piernas al máximo y levantó su pelvis, ofreciéndome la conchita. Por supuesto no la hice esperar ni un segundo y de inmediato hundí mi cara en su vulva, que me empapó los labios y la punta de la nariz. Comencé a pasar la punta de mi lengua entre sus labios mayores, primero hacia arriba hasta llegar al clítoris y luego hacia abajo hasta llegar al ano. Repetí ese recorrido una infinidad de veces, mientras los gemidos de Lorena, en un constante in crescendo, me demostraban que mi paciente estaba muy cerca de su primer orgasmo. Entonces mi lengua volvió a subir hasta su clítoris, y ahí se quedó, masajeándolo con movimientos cortos y rápidos, y ejerciendo sobre él cierta presión. No pasaron diez segundos, cuando Lorena comenzó a temblar de pies a cabeza, arqueando su espalda y conteniendo un grito, y pude sentir cómo de su vagina salía una catarata de flujo que casi me ahoga ¡Mi pacientita me estaba dedicando una auténtica eyaculación femenina! Obviamente, traté de no dejar caer una gota y tragar todo lo que podía, mientras mis manos, atropelladamente, desabrochaban mi pantalón y liberaban mi pene, que con desesperación quería avanzar hacia esa entrepierna adolescente.
Lorena, en menos de un segundo, se dio vuelta, quedando boca abajo en la camilla, separó las piernas y, levantando su cadera hacia mí, me dijo:
Mirá, es todo para vos, hacé lo que quieras.
En esa posición yo podía ver su culo, casi perfecto, con nalgas redonditas, firmes, blanquitas, algo separadas por la postura, dejando entrever entre ellas una zona un poquito más oscura donde se escondía su adorable ano, y desde ahí hacia abajo, nacían sus labios menores que progresivamente se metían en medio de los mayores, y que, entreabiertos, me seguían mostrando la fuente inagotable de almíbar que derramaba sobre la camilla. Entonces, tomando mi pija con toda la mano, la dirigí hacia la entrada de la vagina, y, luego de frotar suavemente el glande por toda su vulva, coloqué la punta en la puerta de su conchita y empecé a empujar firmemente pero de a poco. Lorena comenzó a gemir y levantó un poco más sus caderas, obligándome a acelerar la penetración, de manera que enseguida la mitad de mi verga estaba alojada en una conchita pequeña, estrecha, muy caliente y muy mojada. Sólo tuve que empujar un poquito más y la lubricación natural que los dos teníamos hizo que mi pene, resbalando muy suavemente, se metiera hasta el fondo de su vagina; pude sentir cómo la punta de mi glande empujó el cuello de su útero y Lorena dio un pequeño respingo de dolor y placer. En voz baja, casi en un susurro mezclado con gemidos, me decía:
Sí, así, Doc, matame, no sabés cómo me gusta sentir esa pija bien adentro...
Te gusta, pendeja, no? Te gusta que tu ginecólogo de coja hasta dejarte de cama?
Sí, papito, reventame así, dejame deshecha!
Entonces sentí que se acercaba su segundo orgasmo y el primero mío...apresuradamente saqué la pija para acabar afuera, pero ella casi me gritó:
No! No la saques! Acabame adentro! Quiero sentir toda esa leche adentro mío!
No, bebé, es peligroso...
No, por favor, hace dos días terminé de menstruar...
Por un lado, el profesional que llevo adentro, en un razonamiento rápido como un rayo, concluyó que era una fecha bastante segura; pero por otro, el animal en celo que mi pacientita había despertado en mí, más fuerte que cualquier razonamiento, decidió que había que aprovechar un pedido tan vehemente de una adolescente tan caliente como apetecible, y de inmediato mi pene, casi con vida propia, se enterró de un solo empujón entre los labios menores de Lorena, entregándose a un desesperado bombeo que no tardó en desencadenar en ella una nueva serie de temblores descontrolados y en mi, una eyaculación cataclísmica como hacía años que no experimentaba. Con cada chorro de esperma hirviente que arrojaba en su interior, Lorena emitía un gritito parcialmente ahogado por las sábanas que estaba mordiendo. Deben haber sido al menos siete chorros interminables durante los cuales sentí que el alma se me escapaba por la uretra. Luego caí agotado sobre la espalda de mi paciente que jadeaba tratando de recuperar el aire. Retiré lentamente mi pene, que seguía tan erecto como al entrar, y casi muero al ver cómo de su vagina, dilatada y roja, asomaba una pequeña gota de semen que pronto se convirtió en un borbotón blanquecino. Lorena, pasando una mano por debajo de su pubis, recogió algo de mi esperma con un dedo y luego, mirándome a los ojos con cara de nena traviesa, se lo metió en la boca y lo succionó hasta sacarlo completamente limpio. Todo lo que pude decir ante esa imagen fue:
Ay Dios...
Como nos suele pasar a los hombres, luego de terminado el orgasmo, volví súbitamente a la realidad y miré el reloj.
Lorena! Mirá la hora que es! Tu mamá va a sospechar! –Dije, casi desmayado.
Entonces los dos nos vestimos rapidamente, me lavé la cara, y una vez que Lorena estaba vestida y correctamente sentada en su asiento, abrí la puerta e hice entrar a la mamá.
Muy bien, - dije. – Todo está bastante bien. Sólo hay unos nodulitos mamarios, benignos, pero que va a ser conveniente controlar bastante seguido.
No hay problema, Doctor. –Me dijo la mamá de mi paciente. – Yo me encargo de sacarle un turno a Lore para el mes que viene, le parece bien?
Me parece perfecto. –Dije, despidiéndome de las dos.
Me quedé ahí, sentado en mi escritorio, agradeciendo a Dios el haber elegido la especialidad que tengo, mientras Lorena, desde el umbral de la puerta, me guiñaba un ojo mientras me decía:
Hasta la próxima revisión, Doc...
FIN
UNA JOVEN PACIENTE
Tengo cuarenta años, soy médico ginecólogo desde hace diez, y hay cosas a las que todavía no me acostumbro. Y creo que el colega que diga que no se le mueve un pelo al revisar a ciertas pacientes apetitosas, miente. Por mi parte, en algunas ocasiones pasan miles de cosas por mi cabeza, pero siempre había podido mantener la compostura profesional, hasta el día en que me tocó atender a una paciente especial:
Fue una tarde en Diciembre, pleno verano en Buenos Aires, y era una tarde particularmente calurosa. En aquel entonces estaba sin aire acondicionado en el consultorio por culpa de "desperfectos técnicos", y yo, con camisa, corbata y guardapolvo, estaba sufriendo las consecuencias.
Me asomé a la puerta del consultorio y llamé a la siguiente paciente; al instante se levantaron del sillón de la sala de espera una señora de unos cincuenta años (-mi paciente- pensé) y su acompañante, una chica de unos dieciséis o diecisiete años, según su carita juvenil, pero con un cuerpo que a primera vista me llamó mucho la atención por la exhuberancia con que la madre naturaleza la había obsequiado. Ambas me saludaron con sendos apretones de manos y pasaron al consultorio; las invité a sentarse, me ubiqué en mi sillón, las miré y pregunté, dirigiéndome a la cincuentona:
Bien, señora, ¿ya ha tenido consultas conmigo antes?
Ella se sonrió y me contestó:
No, Doctor, la paciente es ella, mi hija.
Ah, de acuerdo, perdón- contesté con una sonrisa, y dirigiéndome a la jovencita saludé. –Mucho gusto, cómo es tu nombre?
Lorena, Doctor. –Respondió ella, con una sonrisa que mostró dos hileras de perfectos dientes blancos como la nieve.
- Muy bien, Lorena, ¿es tu primera visita al ginecólogo?
Sí, ya sé que debería haber venido antes para mis primeros controles, pero lo fui postergando y...
Qué edad tenés, Lorena?
Dieciséis, Doctor.
Muy bien, vamos a hacer la Historia Clínica, de acuerdo? – Dije, comenzando a escribir los datos en una ficha en blanco. – Te voy a explicar un poquito cómo es esto, primero vamos a anotar los datos más importantes, no te asustes si te hago preguntas que te incomoden un poco, pero hay datos que pueden resultarte un poco... incómodos, pero son importantes para la Historia Clínica, de acuerdo?
De acuerdo – contestó. – También me tiene que revisar?
Claro, a eso iba... después de recolectar los datos más importantes te voy a revisar, vamos a tomar algunas muestras si es necesario... lo más importante es que no te sientas incómoda, así que cualquier cosa me vas a avisar y yo te voy a explicar absolutamente todo, de acuerdo?
Acto seguido comencé a preguntar los datos personales, como fecha de primera menstruación, peso, talla, etcétera. En determinado momento debía preguntarle si ya había comenzado con las relaciones sexuales, pero es una pregunta un tanto incómoda para un chica de esa edad frente a su madre. Así que pregunté:
Usás algún tipo de método anticonceptivo, Lorena?
Eeeh... no, Doctor, no tengo novio... –Me respondió ruborizándose. Acto seguido se dirigió a su madre y le dijo algo al oído; luego me miró y me dijo:
Hay algún problema si mi mamá espera afuera mientras usted me revisa?
No, para nada. –Respondí. –Eso es algo que queda a la elección de cada paciente... – En ese momento la madre se levantó y se retiró, cerrando la puerta del consultorio detrás de sí. Una vez que quedamos a solas, Lorena me miró a los ojos y me dijo:
Lo que pasa, Doc, es que yo ya tuve relaciones sexuales pero mi mamá no sabe nada...
Muy bien, no hay problema –contesté. – Y seguís manteniendo relaciones regularmente?
No, sólo de vez en cuando, a menos que...
A menos qué?
No sé... no sé si cuenta la masturbación... – me dijo, mirando hacia otro lado, como rehuyendo mi mirada.
No, eso no cuenta, es algo totalmente normal pero la pregunta se refiere más que nada a los riesgos y a los cambios físicos que producen las relaciones sexuales con otra persona. – contesté.
Ah, porque yo también quería consultarle porque yo... o sea... como que me masturbo mucho, entiende?
Ahá, y cuánto es mucho, a tu entender? – Pregunté con verdadero interés profesional, pero sin poder evitar sentirme algo perturbado por la "confesión".
Y... a veces son varias veces en un día, dos o tres...
No, no es algo anormal, a menos que esa actividad te quite el interés por relaciones sexuales con otra persona. –Expliqué.
Nooo... créame que ese interés no se me va para nada, -dijo sonriendo, como entrando en confianza conmigo. –Más bien le diría que el problema es que no encuentro con quién...
En ese momento decidí aprovechar esa confianza, y creo que ese fue el paso que marcó el camino siguiente.
Bueno, Lorena, te puedo asegurar que no creo que te falten oportunidades con los hombres, no debe haber muchos que no te vean atractiva...
Me lo dice como Doctor o como hombre?
Te lo digo como Doctor... y como hombre, claro...
Luego de esto la conversación siguió por carriles más o menos normales, hasta que terminé de consignar los datos más importantes. Entonces, con cierta excitación que creo se me notaba en la voz, le dije:
Bueno, Lorena, ahora vamos a revisarte, sí? Detrás de ese biombo tenés una bata, quitate la ropa y ponete la bata, y luego pasá a esa camilla que está ahí.
La vi desaparecer detrás del biombo y enseguida asomó la cabeza y me preguntó, mirándome a los ojos:
Me saco la bombachita, Doc?
Sí, todo; y después ponete la batita. –Contesté, notando que su pregunta me había provocado un cosquilleo en la boca del estómago.
Enseguida la vi pasar hacia la camilla, con la bata semitransparente apenas disimulando su desnudez. Le indiqué que se acostara en la camilla boca arriba, a lo que obedeció de inmediato. Entonces le expliqué que primero iba a revisar sus mamas y que debía abrirse la bata a la altura del torso. Creo que nunca voy a olvidar la primera visión de sus tetas... abrió la bata y frente a mí pude ver dos perfectas, grandes, redondas y firmes tetas, de piel blanca impecable, con aréolas pequeñas y rosadas, y cada una con su pezón pequeño, saliente y visiblemente endurecido. Realicé la inspección y la palpación, casi sin poder ocultar la creciente erección que me incomodaba. En el momento en que apreté sus pezones (como parte del examen, para ver si hay secreción), ella se los miró y me dijo, risueña:
Guau, mire cómo se pusieron, como si hiciera frío!
Sus pezones estaban duros como piedra y el apretarlos me producía un tremendo placer, por lo que repetí la maniobra varias veces. Noté que ella entrecerraba los ojos con una expresión de placer en su rostro.
Bien, ahora vamos a hacer el examen pelviano. –Le dije.- Para eso vas a tener que abrirte el resto de la bata y colocar los pies en esos estribos.
Lo hizo enseguida y pude ver su pubis (angelical, como diría Charly). Tenía su vello púbico recortado de manera que sus pelitos tenían unos tres milímetros de largo y le cubrían un triangulito del pubis, los labios mayores, y se extendían a los lados hasta el nacimiento de los muslos. Colocó los pies en los estribos, quedando con las piernas abiertas, y yo me ubiqué entre ellas, de manera que pude ver su vulva, sus labios mayores carnosos y cómo entre ellos sobresalían los labios menores. En ese momento sus labios menores comenzaron a separarse lentamente, a consecuencia de la posición de sus piernas, y pude ver cómo al abrirse un hilillo de fluido transparente y viscoso formaba un puente entre los labios; ¡la pendeja estaba mojadísima! Como si esa imagen no hubiera sido suficiente para mi calentura, acto seguido pude ver cómo una gran gota de flujo transparente asomaba a su vagina y comenzaba a resbalar entre sus labios hasta su ano...
Cuando vi esa cantidad de flujo cayendo desde la vagina de mi paciente comencé a sentir cómo, inexorablemente, mi verga comenzaba a endurecerse y a luchar contra mi pantalón. Me acomodé de manera que mi guardapolvo disimulara tal relieve y comencé una detallada inspección visual de la vulva. Separé apenas con dos de mis dedos los labios mayores, maniobra que me mostró una superficie rosada y brillante, completamente cubierta de una gruesa capa de barniz natural que no dejaba de escurrirse siguiendo las naturales e hipnóticas curvas de Lorena. Evidentemente ella pudo sentir cómo sus jugos caían, y me preguntó:
Me sale sangre, Doc?
No, Lorena, creeme que no es sangre...
Ay, qué vergüenza, justamente tenía miedo de que me pasara esto...
Por qué? Te pasa muy seguido?
Y... bastante, sobre todo cuando estoy sola y veo ciertas películas que hay en casa... usted entiende, no?
Te pasa esto cuando ves películas pornográficas? –Pregunté yo, totalmente decidido a que la ya ínfima distancia profesional que nos separaba desapareciera por completo.
Sí, siempre que las veo me pongo así...
Y qué hacés cuando pasa eso?
Bueno, antes le dije, Doc... Le dije que me masturbo bastante seguido...
No te preocupes, Lore, eso es totalmente normal... lo importante es que sepas cómo hacerlo y no te lastimes...
Ah, bueno, nunca nadie me enseñó, espero hacerlo bien...
En ese momento tomé la decisión más riesgosa de mi vida. Si las cosas hubieran salido mal seguramente hubiera perdido mi matrícula profesional y hoy no estaría escribiendo esto, sino manejando un taxi o algo así. Totalmente obnubilado por una calentura salvaje, le dije:
A ver, cómo lo hacés, Lore?
Quiere que le muestre, Doc?
Sí, así sabemos si no corrés peligro de lastimarte...
Entonces Lorena llevó lentamente una de sus manos a su entrepierna, hasta tocar con la punta de sus dedos el comienzo de su vello púbico. Comenzó a acariciarse el pubis muy suavemente mientras me decía:
Primero empiezo así, ve?
Así está muy bien, Lorena, así está muy bien... –Apenas resistía el impulso de tocarme la verga, que para ese entonces ya estaba casi ganándole la pelea al pantalón. Lorena siguió con sus caricias, avanzando hacia su vulva con dos dedos y comenzando un cadencioso masaje en la zona del clítoris. – Así seguís muy bien, Lorena, se nota que tenés práctica. –Dije, pero Lorena ya no me respondió. Estaba demasiado compenetrada en su tarea, y en eso continuó, haciéndome creer que era médicamente posible morir de calentura. Ahora toda su mano estaba apoyada sobre su concha y la masajeaba hacia arriba y hacia abajo con un ritmo hipnótico; en un momento, casi sin que yo me diera cuenta, su dedo mayor se perdió entre los labios menores. Había entrado por completo en la vagina, y ahora se dedicaba a entrar y salir lentamente. Yo podía ver cómo el dedo brillaba, cubierto de flujo transparente, y, levantando un poquito la vista, noté cómo los pezones de mi pacientita se habían endurecido tanto que parecían tener la mitad del tamaño original. Entonces Lorena sacó su dedo de las profundidades de su concha y me lo mostró:
Ve, Doctor? Siempre tengo esta cantidad de flujo, y no sé si es normal o es algún tipo de infección o algo...
No te preocupes, Lorena, si el flujo no tiene olor feo, en general no hay problemas.
A ver, fíjese Doc, ese olor es normal? –Me dijo, extendiendo su dedo mayor hacia mi cara. Entonces supe que todo esto iba a terminar necesariamente con mi pija dentro de mi joven paciente. Acerqué la cara a su dedo y lo olí delicadamente, como a un jazmín recién cortado. Pude sentir el olor característico de una mujer caliente, ese olor acre pero exquisito que sólo puede emanar de una vagina humana. Totalmente fuera de control, abrí la boca y engullí su dedito, chupándolo con fuerza hasta dejarlo completamente limpio. Lorena no dijo absolutamente nada; sólo levantó su pelvis hacia mí y comenzó a acariciar sus tetas con la otra mano. – Ay, Doc, cómo me gusta lo que acaba de hacer... –Me dijo con los ojos cerrados. – Le gusta mi sabor?
Si me gusta, bebé? Es lo más exquisito que probé en mi vida...
Entonces sírvase de la fuente, sin compromiso...
Al decir esto, abrió sus piernas al máximo y levantó su pelvis, ofreciéndome la conchita. Por supuesto no la hice esperar ni un segundo y de inmediato hundí mi cara en su vulva, que me empapó los labios y la punta de la nariz. Comencé a pasar la punta de mi lengua entre sus labios mayores, primero hacia arriba hasta llegar al clítoris y luego hacia abajo hasta llegar al ano. Repetí ese recorrido una infinidad de veces, mientras los gemidos de Lorena, en un constante in crescendo, me demostraban que mi paciente estaba muy cerca de su primer orgasmo. Entonces mi lengua volvió a subir hasta su clítoris, y ahí se quedó, masajeándolo con movimientos cortos y rápidos, y ejerciendo sobre él cierta presión. No pasaron diez segundos, cuando Lorena comenzó a temblar de pies a cabeza, arqueando su espalda y conteniendo un grito, y pude sentir cómo de su vagina salía una catarata de flujo que casi me ahoga ¡Mi pacientita me estaba dedicando una auténtica eyaculación femenina! Obviamente, traté de no dejar caer una gota y tragar todo lo que podía, mientras mis manos, atropelladamente, desabrochaban mi pantalón y liberaban mi pene, que con desesperación quería avanzar hacia esa entrepierna adolescente.
Lorena, en menos de un segundo, se dio vuelta, quedando boca abajo en la camilla, separó las piernas y, levantando su cadera hacia mí, me dijo:
Mirá, es todo para vos, hacé lo que quieras.
En esa posición yo podía ver su culo, casi perfecto, con nalgas redonditas, firmes, blanquitas, algo separadas por la postura, dejando entrever entre ellas una zona un poquito más oscura donde se escondía su adorable ano, y desde ahí hacia abajo, nacían sus labios menores que progresivamente se metían en medio de los mayores, y que, entreabiertos, me seguían mostrando la fuente inagotable de almíbar que derramaba sobre la camilla. Entonces, tomando mi pija con toda la mano, la dirigí hacia la entrada de la vagina, y, luego de frotar suavemente el glande por toda su vulva, coloqué la punta en la puerta de su conchita y empecé a empujar firmemente pero de a poco. Lorena comenzó a gemir y levantó un poco más sus caderas, obligándome a acelerar la penetración, de manera que enseguida la mitad de mi verga estaba alojada en una conchita pequeña, estrecha, muy caliente y muy mojada. Sólo tuve que empujar un poquito más y la lubricación natural que los dos teníamos hizo que mi pene, resbalando muy suavemente, se metiera hasta el fondo de su vagina; pude sentir cómo la punta de mi glande empujó el cuello de su útero y Lorena dio un pequeño respingo de dolor y placer. En voz baja, casi en un susurro mezclado con gemidos, me decía:
Sí, así, Doc, matame, no sabés cómo me gusta sentir esa pija bien adentro...
Te gusta, pendeja, no? Te gusta que tu ginecólogo de coja hasta dejarte de cama?
Sí, papito, reventame así, dejame deshecha!
Entonces sentí que se acercaba su segundo orgasmo y el primero mío...apresuradamente saqué la pija para acabar afuera, pero ella casi me gritó:
No! No la saques! Acabame adentro! Quiero sentir toda esa leche adentro mío!
No, bebé, es peligroso...
No, por favor, hace dos días terminé de menstruar...
Por un lado, el profesional que llevo adentro, en un razonamiento rápido como un rayo, concluyó que era una fecha bastante segura; pero por otro, el animal en celo que mi pacientita había despertado en mí, más fuerte que cualquier razonamiento, decidió que había que aprovechar un pedido tan vehemente de una adolescente tan caliente como apetecible, y de inmediato mi pene, casi con vida propia, se enterró de un solo empujón entre los labios menores de Lorena, entregándose a un desesperado bombeo que no tardó en desencadenar en ella una nueva serie de temblores descontrolados y en mi, una eyaculación cataclísmica como hacía años que no experimentaba. Con cada chorro de esperma hirviente que arrojaba en su interior, Lorena emitía un gritito parcialmente ahogado por las sábanas que estaba mordiendo. Deben haber sido al menos siete chorros interminables durante los cuales sentí que el alma se me escapaba por la uretra. Luego caí agotado sobre la espalda de mi paciente que jadeaba tratando de recuperar el aire. Retiré lentamente mi pene, que seguía tan erecto como al entrar, y casi muero al ver cómo de su vagina, dilatada y roja, asomaba una pequeña gota de semen que pronto se convirtió en un borbotón blanquecino. Lorena, pasando una mano por debajo de su pubis, recogió algo de mi esperma con un dedo y luego, mirándome a los ojos con cara de nena traviesa, se lo metió en la boca y lo succionó hasta sacarlo completamente limpio. Todo lo que pude decir ante esa imagen fue:
Ay Dios...
Como nos suele pasar a los hombres, luego de terminado el orgasmo, volví súbitamente a la realidad y miré el reloj.
Lorena! Mirá la hora que es! Tu mamá va a sospechar! –Dije, casi desmayado.
Entonces los dos nos vestimos rapidamente, me lavé la cara, y una vez que Lorena estaba vestida y correctamente sentada en su asiento, abrí la puerta e hice entrar a la mamá.
Muy bien, - dije. – Todo está bastante bien. Sólo hay unos nodulitos mamarios, benignos, pero que va a ser conveniente controlar bastante seguido.
No hay problema, Doctor. –Me dijo la mamá de mi paciente. – Yo me encargo de sacarle un turno a Lore para el mes que viene, le parece bien?
Me parece perfecto. –Dije, despidiéndome de las dos.
Me quedé ahí, sentado en mi escritorio, agradeciendo a Dios el haber elegido la especialidad que tengo, mientras Lorena, desde el umbral de la puerta, me guiñaba un ojo mientras me decía:
Hasta la próxima revisión, Doc...
FIN
10 comentarios - El Médico y su paciente
felicitaciones por el relato
abrazo de gol