Gente, ese es un posta atípico, pero bueno, soy una persona atípica, como supongo lo somos todos en nuestros mundos privados. esto que quiero publicar es un pequeño extracto, aún sin corregir de una novela que estoy escribiendo, es todo ficción, por si alguno se cree que ando haciendo estas cosas, pero en el universo de las fantasias ya se sabe...todo sucede. Asi que a disfrutar!!!
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SUEÑO DE GRACIELA
Graciela movía desesperadamente su mano buscando el suelo, sabía que era menester no abrir los ojos o todo se disolvería como un paisaje pintado con tizas al que le cae un chaparrón de agua. Solo bastaba con acariciar el pasto que se levantaba a su alrededor como una cabellera inmensa y húmeda, o saborear con los labios entreabiertos el sol que se fitraban en pequeños hilos de luz entre las hojas del gomero extendido sobre su cabeza. No ignoraba el hermoso peligro que corría cuando llegó a ese rincón oculto tras la Biblioteca Nacional, pero una vez que se tendió sobre el pasto, ese peligro condimentó el juego del contorneo que con los dedos trazaba en las curvas de sus senos, en una danza de incitación. Sabía que el la miraba, ahora que desajustaba la corbata y desprendía parte de la camisa para apretárselos como dos frutas deseosas de ser exprimidas y al fin poder sacar tanta humedad guardada. No sentía amedrento alguno con su presencia; él ya estaba ahí, escondido, agazapado. Bien segura estaba, como que fue él quien descubrió sus oscuros deseos, prohibidos por tanta educación religiosa. fué hace ya más de un año, en el colectivo 110 que todos los días la regresaba del colegio Esclavas de Jesús, a su casa.
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Sin saber jamás como era su rostro, ni su cuerpo, excepto por una vez, que en un movimiento involuntario pudo ver el color amarillo de su remera, y un bolso negro en el que brillaba el lente de una cámara que no perdía detalles de su entrepierna. Aunque el colectivo siempre estuviera atestado de gente, ella las abría, a veces empujando las piernas apretujadas en esa cotidiana batalla de posiciones en que se convierte a las seis de la tarde el interior de cualquier colectivo en Buenos Aires; permitiéndole grabar con todo detalle sus secretos.
El juego, duraba hasta que entes de llegar a su casa; un poco antes, Graciela comenzaba a sentir un bulto que crecía y le rozaba los muslos, forzándola a apretarse contra el limite de dos asientos, y obligándola a mirar por la ventana y fijar los ojos en un paisaje que se convertía en un montón de trazos multicolores, como los de un cuadro de Pollock, que debe haber pintado experimentando la misma sensación de pánico y excitación que sentía ella. Por eso, ahora, arrojada en ese pequeño paraje tras la Biblioteca Nacional Graciela no ignoraba su presencia. Porque esta vez había permitido que le grabara la entrepierna pero sin ropa interior, y porque no se había amedrentado contra los asientos, como hacía siempre, sino que sus nalgas retrocedieron y se movieron permitiendo al bulto ubicarse exactamente entre las tablas de su pollera a cuadros, hasta enterrarse un poco en su culo; y porque esta vez Graciela bajó quince cuadras después de su casa, en la avenida Las Heras y había caminado hasta la parte de atrás de la biblioteca, donde la fronda del gomero y la descuidada hierba la protegían del mundo. Ahí, lo había invitado silenciosamente entre contorsiones de placer. Y ahora, que su remera amarilla la cubria completamente como si fuese un sol de tala abrazando su cuerpo en medio de la sombra del gomero, Graciela se aferraba al pasto húmedo, y de a poco se despojába del uniforme escolar. Sabía que no debía mirarlo a los ojos, que no podía permitirse mas que ser ella la observada y entragarse, al fin, a su extraño y pervertido amante.
Sus manos comenzaron a tocarla, como si brotaran de esos dedos las gotas de un extraño y cálido rociado con olor a lavanda, que lentamente se desparramaba sobre sus senos y su mojada vagina, y le arrancaba profundos gemidos de placer.
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Al despertarse Graciela pudo ver a Karina que gastándole una broma le rociaba una de las mejillas con su perfume para la ropa, -¡te agarre!- le dijo como cuando se sorprende a un ladrón en medio de la noche- mira que sos putita, con que pija estabas soñando?- horrorizada al haber sido delatada por su inconciente Graciela retrocedió acurrucándose en el respaldo de la cama –¡que te importa, yo no soy como vos¡-
-¿ha no?, y decime, ¿Cómo soy yo?-dijo Karina elevando chillonamente la voz
-mejor me voy a desayunar-
-¡no, para, contestáme¡
Pero cuando Karina encolerizada profirió el grito, Graciela ya se dirigía al baño a enjuagarse el perfume de la cara. El desayuno ya estaba en la mesa.
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SUEÑO DE GRACIELA
Graciela movía desesperadamente su mano buscando el suelo, sabía que era menester no abrir los ojos o todo se disolvería como un paisaje pintado con tizas al que le cae un chaparrón de agua. Solo bastaba con acariciar el pasto que se levantaba a su alrededor como una cabellera inmensa y húmeda, o saborear con los labios entreabiertos el sol que se fitraban en pequeños hilos de luz entre las hojas del gomero extendido sobre su cabeza. No ignoraba el hermoso peligro que corría cuando llegó a ese rincón oculto tras la Biblioteca Nacional, pero una vez que se tendió sobre el pasto, ese peligro condimentó el juego del contorneo que con los dedos trazaba en las curvas de sus senos, en una danza de incitación. Sabía que el la miraba, ahora que desajustaba la corbata y desprendía parte de la camisa para apretárselos como dos frutas deseosas de ser exprimidas y al fin poder sacar tanta humedad guardada. No sentía amedrento alguno con su presencia; él ya estaba ahí, escondido, agazapado. Bien segura estaba, como que fue él quien descubrió sus oscuros deseos, prohibidos por tanta educación religiosa. fué hace ya más de un año, en el colectivo 110 que todos los días la regresaba del colegio Esclavas de Jesús, a su casa.
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Sin saber jamás como era su rostro, ni su cuerpo, excepto por una vez, que en un movimiento involuntario pudo ver el color amarillo de su remera, y un bolso negro en el que brillaba el lente de una cámara que no perdía detalles de su entrepierna. Aunque el colectivo siempre estuviera atestado de gente, ella las abría, a veces empujando las piernas apretujadas en esa cotidiana batalla de posiciones en que se convierte a las seis de la tarde el interior de cualquier colectivo en Buenos Aires; permitiéndole grabar con todo detalle sus secretos.
El juego, duraba hasta que entes de llegar a su casa; un poco antes, Graciela comenzaba a sentir un bulto que crecía y le rozaba los muslos, forzándola a apretarse contra el limite de dos asientos, y obligándola a mirar por la ventana y fijar los ojos en un paisaje que se convertía en un montón de trazos multicolores, como los de un cuadro de Pollock, que debe haber pintado experimentando la misma sensación de pánico y excitación que sentía ella. Por eso, ahora, arrojada en ese pequeño paraje tras la Biblioteca Nacional Graciela no ignoraba su presencia. Porque esta vez había permitido que le grabara la entrepierna pero sin ropa interior, y porque no se había amedrentado contra los asientos, como hacía siempre, sino que sus nalgas retrocedieron y se movieron permitiendo al bulto ubicarse exactamente entre las tablas de su pollera a cuadros, hasta enterrarse un poco en su culo; y porque esta vez Graciela bajó quince cuadras después de su casa, en la avenida Las Heras y había caminado hasta la parte de atrás de la biblioteca, donde la fronda del gomero y la descuidada hierba la protegían del mundo. Ahí, lo había invitado silenciosamente entre contorsiones de placer. Y ahora, que su remera amarilla la cubria completamente como si fuese un sol de tala abrazando su cuerpo en medio de la sombra del gomero, Graciela se aferraba al pasto húmedo, y de a poco se despojába del uniforme escolar. Sabía que no debía mirarlo a los ojos, que no podía permitirse mas que ser ella la observada y entragarse, al fin, a su extraño y pervertido amante.
Sus manos comenzaron a tocarla, como si brotaran de esos dedos las gotas de un extraño y cálido rociado con olor a lavanda, que lentamente se desparramaba sobre sus senos y su mojada vagina, y le arrancaba profundos gemidos de placer.
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Al despertarse Graciela pudo ver a Karina que gastándole una broma le rociaba una de las mejillas con su perfume para la ropa, -¡te agarre!- le dijo como cuando se sorprende a un ladrón en medio de la noche- mira que sos putita, con que pija estabas soñando?- horrorizada al haber sido delatada por su inconciente Graciela retrocedió acurrucándose en el respaldo de la cama –¡que te importa, yo no soy como vos¡-
-¿ha no?, y decime, ¿Cómo soy yo?-dijo Karina elevando chillonamente la voz
-mejor me voy a desayunar-
-¡no, para, contestáme¡
Pero cuando Karina encolerizada profirió el grito, Graciela ya se dirigía al baño a enjuagarse el perfume de la cara. El desayuno ya estaba en la mesa.
9 comentarios - Mi novela (Graciela colegiala)
Gracias Moni...prometo muchisimo mas...esperaba este tipo de comentarios para animarme
gracias antohot
:headbang::headbang::headbang::headbang::headbang::headbang::headbang::headbang::headbang::headbang:
jaja...
Saludoss 😉
bueno un placer que una diosa como vos haya comentado..jajja , entre vos y Angie luego de sacarle fotos artísticas me han levantado el....amor por el arte..jajaja
besos