Supe que nos estaba observando. Antes de abrir los ojos, la vi. Estaba parada en el marco de la puerta mientras Josefina y yo, apenas si transitábamos por la mitad de un notable polvo. Yo tenía mis manos alrededor de su culo y jadeaba. Ella gemía rítmicamente aunque cada tanto interrumpía el movimiento pegando unos extraños saltitos. Creo que era una forma de meterse más a fondo mi verga. O, tal vez, era una manera de acostumbrarse mejor al movimiento. De perpetuarlo en su forma original. Dulce y nuevo. Me despejé. Miré a los ojos a mi mujer. Era conciente de mi adulterio. De mi imagen poco elegante. De mis pupilas drogadas por el sexo líquido de Josefina. Le sonreí. No sé cómo tuve el valor pero lo hice. Ella se mantuvo seria. Alzó sus manos a la altura de su vientre y metió su dedo índice en una imaginaria concha o en un orto. Yo supuse que quería lo segundo. Que estaba lo suficientemente enojada como para, al menos y ya que no estrangularme, ver sufrir a Josefina. Entonces lo hice. Le metí dos dedos en el culo a mi hermosa Josefina. Y esta pegó un brinco y un grito y le siguió dando. Con mi mano izquierda me ocupé del culo y con la derecha de su ano desnudo. Limpito. Sin pelos ni señales. Abierto como si fuera a parir un hijo que aun no habíamos engendrado. Ah. Ah. Ah. ¡Ay madre de dios santa puta que lo pario machito métela hasta el fondo reputo hijo de la remil!! Gritó en un maravilloso encadenado se me antojó mexicano. Cómo me gusta tu culo. Cómo me gusta, le dije en susurros al oído, como me gusta tu orto, le dije con la respiración entrecortada, y tu hoyo y todas las pijas de oro que te voy a meterrr. Sentí como Josefina se estremecía. Por un momento imaginé que salía disparada como un cohete hacia la Luna y en la Luna la esperaban todas las pijas marcianas del universo. Después del clímax, volví a abrir los ojos pero mi mujer ya no estaba. Josefína seguía tiritando como si saliera de un lago congelado. No conseguí acabar del modo en que quería a hacerlo. La ausencia de mi entrañable testigo me confundió.
1 comentarios - Josefina y yo como un cohete, y mi mujer en la puerta