Gozando con mi suegra
Aunque ciertamente el nombre del que suscribe esta historia no importa mucho y el de mi suegra tampoco,
podríamos avanzar en el relato diciendo que me llamo Héctor y que ella se llama Beatriz y que tiene
cincuenta y tantos años. Hace dos años su marido murió y, desde entonces, se quedó bastante hecha
polvo costándole bastante remontar el vuelo…
Lo cierto es que no tardé mucho en fijar mi atención en aquella madurita y en tener fantasías de tipo sexual con ella imaginando miles de posibilidades con la mujer que era la madre de mi esposa. Aquello no debe resultar tan extraño pues desde que empecé a salir con la que ahora es mi mujer, ya comencé a fijarme en Beatriz, aquella mujer madura y de buen físico y que estaba bien seguro que aún estaría necesitada de que le dieran un buen revolcón de vez en cuando.
Pronto mi cabeza se llenó de preguntas en torno a las necesidades que Beatriz, mi suegra, podría sentir: ¿qué demonios hará sin nadie que la acompañe entre las frías sábanas? ¿cómo solucionará los ardores que le corran por el cuerpo? ¿acaso se masturbará o ya tendrá olvidado todo aquello? ¿recorrerán su cabeza miles de pensamientos obscenos durante sus noches de insomnio? Pensé que aquella mujer aún joven y apetecible necesitaría de alguien que le hiciera sentir nuevas sensaciones y nuevos estallidos de placer, de manera que decidí acercarme a ella y probar qué podía pasar.
Pese a sus algo más de cincuenta años, Beatriz continúa siendo una mujer de bandera pues siempre le ha gustado cuidarse con cremas y tratamientos faciales y manteniendo una buena línea que no le hiciera ganar excesivos kilos. De larga cabellera castaña que solía recoger en coleta, tiene un buen par de senos aunque ya algo caídos por la edad así como unas buenas piernas, un culillo bien apetecible, unas caderas algo anchas y unos muslos firmes y rotundos.
Siempre vestía de forma sencilla y elegante con aquellas blusas de algodón, aquellas faldas largas hasta los pies o hasta la rodilla como mucho y aquellos vestidos veraniegos con los que tanto me gustaba verla vestir. En alguna celebración especial se había atrevido con algún zapato de tacón acompañando algún vestido más escotado de lo habitual o algún que otro traje de chaqueta. Desde la muerte de su marido había cambiado los colores pasteles o más veraniegos, tan habituales en ella, por otros muchos más oscuros predominando en su vestuario los tonos oscuros tales como negros, grises o azul marino cosa natural en su estado.
Más de una vez y mientras me encontraba haciéndole el amor a mi esposa me imaginaba la imagen desnuda y entregada de mi suegra recibiendo el placer que yo le daba. Los más turbadores encuentros junto a mi mujer se trasladaban en mi imaginación a su madre viéndome junto a ella y disfrutando de su cuerpo maduro y de sus formas que aún imaginaba más que sensuales y apetecibles. Los labios de mi mujer se transformaban en los de Beatriz, los pechos en los de mi querida suegra así como su trasero y su lindo tesoro que imaginaba estrecho, húmedo y muy mojado. Alguna vez, en la soledad del baño, me había masturbado en la ducha imaginándome acompañado por aquella mujer a la que tanto deseaba besar y darle todo el amor y cariño que estaba bien seguro que tanto debía necesitar.
Sin embargo, iban transcurriendo los días, los meses y yo me moría de ganas de conseguir algo más con aquella hembra que tanto me tenía sorbido el seso. Sin poder remediarlo notaba excitado hasta extremos inconcebibles mi apetito sexual. Pero, pese a fantasear habitualmente con la imagen de Beatriz, pensaba también en el posible escándalo que podía montarse si me rechazaba y le contaba a su hija mi osadía.
Como suele ocurrir en muchos otros casos, parece que la fortuna vino en mi ayuda pues hace unos días estando mi esposa y yo en casa de Beatriz para que no estuviera sola, mi mujer me dijo que se iba a dormir pues estaba cansada y además tenía que madrugar al día siguiente para ir al trabajo. Yo, en cambio, tenía fiesta así que me quedé un rato más viendo la tele tras despedirme de mi esposa dándonos el habitual beso de buenas noches. Beatriz había salido de cena con unas amigas y aún no había vuelto de manera que estuve viendo un rato la película que daban para, una vez terminó, ponerme a leer un libro que había empezado hacía unos días.
Llevaba una media hora leyendo cuando al fin escuché el pestillo de la puerta abrirse anunciando la llegada de mi suegra. Miré el reloj del salón y vi que era ya la una pasada. Aquella noche las amigas del grupo de baile en el que Beatriz participa, habían logrado hacerla salir a cenar y a tomar una copa para tratar con ello que se animara. Al parecer debió beber más de la cuenta pues parecía venir más contenta y excitada de lo que en ella era habitual.
Vestía una camiseta blanca y una falda larga hasta los pies en color gris y por encima de la camiseta llevaba una chaqueta gris a juego con la falda. Unas botas vaqueras negras con algo de tacón y un bolso pequeño de mano completaban el conjunto que se había puesto aquella noche. Realmente estaba guapa y elegante y nada más entrar al salón se descalzó pues según dijo le molestaban horrores las botas. Tal como dije parecía haber bebido más de la cuenta pues se la veía contenta y parlanchina y los ojos le brillaban de un modo especial.
Viéndome sentado en el sofá dejó el bolso en la mesa tras quitarse la chaqueta, me saludó sonriéndome de forma extraña y sentándose a mi lado se puso a hablar conmigo preguntándome directamente tras humedecerse mínimamente los labios con la lengua:
Buenas noches Héctor, ¿qué haces aún levantado? ¿no tienes sueño?
Pues la verdad es que no. Como mañana no tengo que madrugar me quedé viendo la película y al acabar me puse a leer un rato. Tu hija se fue a dormir hará un rato pues mañana se tiene que levantar pronto.
Yo intentaba no fijarme mucho en aquellos encantos que se marcaban amenazantemente bajo la tela de la camiseta. Beatriz sonreía un tanto embobada sin dejar de mirarme. No sé si realmente se daba cuenta de hacia donde querían dirigirse mis ojos.
Si no te importa me quedaré un rato contigo viendo la tele pues el café que tomé después de la cena parece que me ha desvelado un poco.
Oh, no te preocupes que no me molesta nada la tele para seguir leyendo.
¿No la despertarás cuando vayas a dormir? –me preguntó sin esperármelo.
No tengo todavía sueño así que supongo que cuando vaya a la cama estará ya bien dormida. No creo que se despierte –respondí a su pregunta como si no prestara mucha atención a lo que me decía.
Pues hijo si fuera yo no te dejaría acostarme sola, eso te lo aseguro –exclamó mi suegra de repente y sin dejar de mirarme con aquellos ojos tan brillantes y que tantas cosas parecían querer decir.
Dejándome allí sentado con la boca abierta fue a cambiarse a su cuarto. Aquellas palabras me pusieron alerta y sin poder remediarlo noté como mi compañero de fatigas respondía al instante poniéndose duro y firme bajo mis pantalones.
¿Qué había querido decir realmente con aquellas palabras? –pensé mientras la escuchaba hacer en su cuarto.
Realmente no sabía qué hacer, si mantenerme a la espera o lanzarme sobre aquella mujer tantas veces deseada. Opté por la primera opción esperando acontecimientos que me aclarasen un poco más las cosas antes de decidirme a actuar o no hacerlo. Al poco rato la escuché trasteando en la cocina y cómo ponía en marcha el microondas. No pude aguantar las ganas y me dirigí a la cocina comentándole que tenía sed y me apetecía un poco de zumo. Ella estaba delante de la encimera de granito envejecido y esperando que se calentara el vaso de leche que se había preparado.
Abrí el armario de los vasos y estirándome hacia ellos me apreté un poco con ella haciéndole sentir levemente mi vientre apoyado sobre sus nalgas. Si se quejaba siempre podía disculparme por mi descuido diciéndole cualquier cosa. Por suerte para mí no percibí la menor protesta por su parte ni me dijo nada. Tan solo escuché escapar de entre sus labios un gemido ahogado mientras ahora ella lanzaba el culo hacia atrás tratando de hacer aquel contacto mucho más intenso. Fue entonces cuando mi ataque se hizo mucho más osado acompañándola en su rozamiento y notando cómo seguía aceptando aquello sin decirme absolutamente nada.
No tardó mucho mi herramienta en crecer de forma desmesurada gracias al roce de aquel trasero redondito y maduro. Era la misma Beatriz, mi bella suegra, la que se apretaba moviendo sus nalgas de forma circular contra mi miembro inflamado y deseoso de una buena satisfacción junto a aquella hembra tan atractiva y sensual. Su respiración se aceleró al igual que la mía mientras seguíamos moviéndonos uno contra otro para así disfrutar aún más de todo aquello.
¡Estoy muy cachonda… mucho! ¡Pero… por favor, déjame… ¿qué diría mi hija si nos viera?! –exclamó de forma entrecortada como si aún le quedara un mínimo de resistencia frente a mi embestida.
Beatriz, no te preocupes por ella que seguro que estará durmiendo como los ángeles… ¡Te deseo… te deseo tanto y tanto… tanto tiempo esperando tenerte así! –confesé yo también de forma entrecortada y dejándome llevar por la pasión y el deseo que me embargaban.
¿De veras lo dices? No me engañes, por favor Héctor, no me engañes… ¿Qué has podido ver en una mujer mayor como yo teniendo a mi hija mucho más joven y lozana?
De veras no te engaño. Hace ya mucho, mucho tiempo que te deseo, Beatriz –aseguré con voz grave antes de girarle la cara hacia mí para besarla de forma dulce y delicada uniendo mis labios a los suyos.
Por aquel entonces me hallaba ya totalmente empalmado gracias al roce que aquellas expertas montañas ejercían sobre mí. Echándola hacia adelante con las manos apoyadas en la encimera le levanté con prisas la falda y empecé a masajearle las nalgas con una mano por encima de la fina tela de aquellas bragas de encantador color rosa pálido, mientras con la otra mano le acariciaba el muslo de arriba abajo haciéndola enloquecer por momentos.
¡Sigue… vamos sigue… hacía tanto tiempo que necesitaba algo así… tanto tiempo sin un hombre que me hiciera sentir mujer! –exclamó para después ser ella la que me besara pero ahora de manera mucho más salvaje y excitada llegando incluso a morderme ligeramente los labios.
Mi mano se introdujo bajo la tela de la braguilla haciéndome con aquella nalga tan rolliza y que tanto me hacía perder la razón. Tumbándome sobre ella me hice con su pelo el cual olisqueé con gran placer respirando el aroma de aquella fresca fragancia que su cuello desprendía. Beatriz no dejaba de gemir en voz baja tratando de no gritar para que su hija, mi esposa, no oyese lo que allí estaba ocurriendo. Haciéndole girar levemente la cabeza empecé a besarle el cuello, lamiéndolo y chupándolo y subiendo después a su orejilla la cual lamí con mi lengua llenándola con mi saliva para luego envolverla entre mis labios haciéndola estremecer como loca.
¡Me estás volviendo loca… me estás poniendo a mil… lo haces de maravilla! –me animó a seguir haciéndose cada vez mayores sus jadeos de manera que me hizo temer poder ser oídos por mi esposa.
Para acallar sus cada vez más escandalosos gemidos, llevé mi mano a su boca y abriéndola empezó a chupar mis dedos como desesperada al tiempo que yo no paraba de acariciarle la piel cálida y desnuda de sus piernas. Una vez nos besamos dándome la lengua la cual noté húmeda y ardiente mezclándose con la mía en un beso que me hizo perder el control por completo, mordisqueé yo su lengua atrapándola entre mis dientes para luego ser ella quien mordía mi labio inferior alcanzando luego mi nariz la cual lamió, como por descuido, con la punta de su lengua consiguiendo con ello que fuera yo quien gimiera disfrutando de aquella caricia tan llena de amor y cariño.
Llevando mis manos a sus caderas las metí bajo la camiseta y fui subiendo lentamente por los costados hasta acabar llegando a sus senos los cuales encontré duros bajo el sujetador que los cubría.
¡Quítamela cariño… quítamela, por favor! –me pidió casi susurrando y echándola yo hacia atrás la ayudé a quitar la camiseta la cual desapareció por su cabeza con gran rapidez.
Una vez fuera la camiseta, mis manos se dirigieron al cierre del sujetador el cual solté con facilidad dejando después que aquella prenda cayese hacia delante permitiendo que sus pechos asomaran al fin al aire. Sin esperar más se los agarré con fuerza masajeándolos y sobándolos entre mis dedos con gran placer. Se notaban aún duros y tersos pese a su edad y aún más los noté cuando se los acaricié una y otra vez pasando después a dedicarme a sus pezones que pronto se erizaron al sentir el roce de la yema de mis dedos sobre ellos. Mi bella suegra gimió ante semejante tratamiento al tiempo que cerraba los ojos echando la cabeza hacia atrás para que volviese a comerle la orejilla y el cuello.
Los movimientos de nuestros cuerpos nos iban calentando cada vez más y más haciéndose el contacto para ambos totalmente insoportable. Aún estuve unos segundos más acariciándole los pezones y luego pellizcándolos ligeramente hasta que acabé abandonándolos y llevando mis manos bajo su falda maltratando sus muslos hasta conseguir hacerla estremecer. Las carnes de sus piernas se notaban calientes y palpitantes y deseosas de mayores caricias por mi parte.
¡Me vuelves loca… me estás volviendo loca como hacía mucho tiempo no sentía! –me confesó sin dejar de mover sus caderas a un lado y a otro, sin dejar de moverlas adelante y atrás.
Volviéndose hacia mí con rapidez me empujó hasta llevarme a la mesa que presidía la estancia y apoyado allí empezó a soltarme con urgencia malsana la hebilla del cinturón que sujetaba el tejano. Mi polla se hallaba a punto de reventar de tan dura que estaba y abultaba la tela del tejano de forma que era imposible que aquello pasara desapercibido para ella.
Tras soltar el cinturón, aquella experta mujer me bajó la cremallera no sin antes masajear el bulto por encima de la tela que lo cubría. Cogiendo la tela del tejano lo bajó con prisas hasta los pies y luego arrodillándose ante mí se puso a acariciarme por encima del slip el paquete que parecía querer reventar de ganas por que lo hiciera suyo. Entre sus dedos me la estuvo masajeando haciéndola crecer y crecer para luego lamerla por encima del algodón del slip obligándome con ello a vibrar de emoción. Sin dejar de mirarme a los ojos un solo momento, agarró el slip por los lados y poco a poco lo fue dejando caer hasta que al fin apareció mi largo y grueso aparato cabeceando en busca del tan necesario respiro.
Héctor cariño, déjame que te la chupe… te la voy a chupar despacito como nadie te lo habrá hecho nunca. Seguro que mi hija nunca te lo ha hecho así… ya verás –me dijo en voz baja y con los ojos clavados en los míos.
Sí cómemela… vamos cómetela entera que lo estoy deseando… vamos no aguanto más –gruñí agarrándole la cabeza entre mis dedos y llevándola entre mis piernas para que me lo hiciera.
¡Menuda polla que tienes! ¡Si lo hubiese sabido antes no te hubiera dejado escapar tan fácilmente! –la escuché decir relamiéndose los labios y sin dejar de sonreír.
La cara de vicio de Beatriz me hizo cerrar los ojos unos segundos pero pronto los abrí al notar el roce de algo húmedo y caliente recorriendo mi pene de arriba abajo. Evidentemente se trataba de su lengua que lamía y disfrutaba de mi polla, saboreándola y degustándola como si del mejor de los regalos se tratase. Lamía y chupaba con gran maestría y sin prisa alguna como si quisiera aprovechar al máximo aquella inesperada oportunidad que el destino le brindaba. Mi miembro erecto y abultado se curvaba hacia arriba frente a ella y sin dejar de cabecear en busca de nuevas caricias que lo tranquilizaran.
Y pronto las encontró pues mi querida suegra, hecha ya toda una auténtica zorra, la agarró con fuerza y llevando la piel del prepucio hacia atrás abrió la boca engullendo aquella rosada cabeza dentro de ella. Gemí profundamente al notar aquellos labios maduros y finos rodeando mi grueso instrumento y empezando a chuparlo y degustarlo como una verdadera experta. Lo hacía bien, realmente bien chupando con rapidez hasta conseguir arrancarme mis primeros suspiros y jadeos de emoción y parando cuando notaba crecer mi placer hasta un punto peligroso del que quizá no podría salir sin alcanzar mi orgasmo.
Como mujer experta que era, Beatriz sabía perfectamente alargar mi placer abandonando sus caricias cuando yo le indicaba, con mis lamentos, el estado de ánimo en el que me encontraba. Lamía y comía mis testículos haciéndome gemir agradecido por la suavidad con que lo hacía. Luego, de nuevo, volvía a subir chupando mi pene grueso y con las venas fuertemente marcadas y volvía a metérselo una vez más en la boca empezando a chupar y chupar como una posesa.
Dime cariño, ¿te lo hace así mi hija?... dime, ¿te lo hace así? –me preguntó con cara de vicio y sin dejar de sonreírme de forma maliciosa.
Sigue… vamos sigue… me vas a hacer correr cabrona… qué bien que lo haces –respondí con los ojos fuertemente cerrados y sin dejar de apretar su cabeza una y otra vez ayudándole en su mamada
Y así lo hizo ahora mucho más rápido y echando mano de sus dedos los cuales masturbaban mi instrumento a velocidad de vértigo haciéndome alcanzar, de aquel modo, la gloria. Estaba a punto de correrme y así se lo hice saber lo cual fue respondido por aquella hermosa madura chupando sin descanso y mordisqueándome de tanto en tanto mi bulto con sus dientecillos. Yo no dejaba de temblar y de animarla en su mamada notándome a punto de lograr mi enorme placer entre las manos de mi querida suegra a la que tantas veces había imaginado haciéndome aquello.
¡Me corro… me corro! –le avisé gimiendo débilmente y sin poder gritar mi tremendo placer por miedo a poder ser descubiertos por mi esposa la cual seguramente estaría en la cama durmiendo apaciblemente mientras en la cocina su propia madre y su esposo disfrutaban de sus cuerpos como dos adolescentes deseosos por conocer sus ardientes cuerpos.
Acariciándole el cabello abrí los ojos y pude ver cómo salían tres, cuatro trallazos de blanquecino líquido seminal los cuales fueron a dar sobre la cara de Beatriz la cual los acogió con auténtico delirio y sin dejar de mirarme a los ojos con aquella cara de auténtica puta que me hizo enloquecer. El semen cálido y viscoso cayó sobre la frente y el cabello, sobre uno de los ojos que cerró al instante y sobre la barbilla y los labios de los cuales lo recogió con gran placer saboreándolo entre sus dedos como si fuera el mejor de los manjares.
¡Me encanta… está realmente delicioso… si lo llego a saber antes te aseguro que lo hubiéramos pasado muy bien hace tiempo! –comentó casi susurrando mientras seguía degustando el semen blanquecino y amargo que me había sacado.
Yo cansado y satisfecho caí sobre ella agarrándola del mentón y acercándola a mi boca nos besamos con suavidad y dulzura. Verdaderamente la madurita de mi suegra tenía aún mucho que enseñarme y yo, por supuesto, estaba dispuesto a conocer todos los placeres junto a aquella hembra de formas tan macizas y rotundas.
Vamos Héctor… vamos a mi cuarto muchacho que estaremos más tranquilos y sin miedo a que mi hija nos pueda sorprender –la escuché decirme mientras se levantaba, me cogía el miembro flácido con la mano y dándome la espalda me hacía seguirla camino de su dormitorio.
Cogido el tejano entre mis manos la fui siguiendo a duras penas hasta llegar a su habitación. Una vez llegamos, mi suegra cerró la puerta con un golpe del pie y acercándose a mí me ofreció aquellos labios sonrosados y llenos de sensualidad los cuales acogí entre los míos besándola de forma apasionada al tiempo que mis manos se apoderaban de su cuello llevándola hacia mí.
Separándose de mi lado me quitó el tejano sacándolo por los pies y entonces metió sus manos bajo mi camiseta acariciándome la tripa y subiendo aún más hasta los pezones los cuales respondieron al roce de las yemas de sus dedos endureciéndose al instante con enorme facilidad. Sus dedillos recorrían mi vello acariciándome al mismo tiempo los duros pezones de forma maravillosa. Yo no hacía otra cosa que agradecer todo aquello gimiendo sin descanso. No sé ya qué hora debía ser pero poco me importaba estando disfrutando de aquella hembra de bandera que me había tocado aquella noche en suerte. No había en mí el más mínimo sentimiento de culpa hacia mi esposa y lo único que me importaba en aquellos momentos era seguir gozando de lo que Beatriz pudiera ofrecerme.
Volviéndola de espaldas a mí y llevándola a la pared la obligué a abrir las piernas y bajándole la falda empecé a chuparle el coñito y el agujero del culo pasando del uno al otro mientras mis manos se apoderaban una vez más del par de melones que tenía. Ella no hacía más que gemir entrecortadamente cada vez que mis labios y mi lengua maltrataban alguno de sus agujeros. Los humedecí con gran placer recreándome especialmente en su rajilla y en su pequeño botoncillo el cual masajeé con la yema del dedo y con mis labios. De tanto en tanto lo envolvía apretándolo entre mis labios logrando con ello que se estremeciera pidiendo aún mayores atenciones por mi parte.
¡Ufffff cariño, qué bueno es esto… me vuelves loca… eres malo conmigo pero sigue que me harás correr como una loca! –dijo mordiéndose el labio con desesperación y sin parar de retorcerse entre mis brazos.
Así seguí chupándole el clítoris cada vez a mayor velocidad para, aprovechando su debilidad, llevar al tiempo dos de mis dedos al agujero de su ano el cual empecé a traspasar con sumo cuidado hasta que noté cómo se derrumbaba sobre mí alcanzando el primero de sus orgasmos. Al fin lo había conseguido, al fin había conseguido hacer mía a mi querida suegra, a aquella hembra tanto tiempo deseada. Metido entre sus piernas bebí y bebí sus jugos disfrutando del placer inmenso de aquella mujer que tanto me ponía. Agarrándome la cabeza entre sus manos me besó con gran cariño mientras se iba recuperando poco a poco del placer que le había hecho sentir.
¡Ya casi no me acordaba de esto! ¡Qué bueno, mi amor… qué bien me lo has hecho… tienes una lengua y unos labios realmente juguetones y malvados! ¡Dios, qué gusto me has dado, maldito bastardo! –casi gritó de gusto aguantándose a última hora las ganas de hacerlo.
Levantándome del suelo fuimos a la enorme cama de matrimonio dejándome yo caer sobre ella y tumbándose Beatriz encima de mí en posición inversa con lo que podíamos disfrutar a placer del sexo tembloroso del otro. Teniéndola sobre mí fui yo el primero en acariciar su sexo notándolo húmedo y mojado tras el orgasmo que había logrado arrancarle. Con los dedos separé los labios que cubrían su clítoris y así me dediqué nuevamente a chuparlo y lamerlo obligándola a gemir una vez más con aquella más que angustiosa caricia.
Por su parte, tampoco ella se quedó indiferente ni quieta agarrándome al momento mi miembro el cual aún se mostraba débil y cansado tras mi anterior corrida. La boca de aquella experta hembra lo acogió entre sus labios y con gran delicadeza lo empezó nuevamente a lamer con devoción arriba y abajo tratando de conseguir una nueva respuesta por parte de aquel músculo tan bello y hermoso. Los gemidos tímidos de ambos se escuchaban en la habitación cada vez que las lenguas y los labios tocaban casi imperceptiblemente el sexo del otro. Tan pronto era yo el que gemía abandonando aquellos labios tiernos y delicados como era ella la que lo hacía al notar mi lengua maltratando los mojados pliegues de su inquieta flor.
De pronto y sin yo esperármelo, Beatriz comenzó a comerse mi polla devorándola salvajemente dentro de su boca para abandonarla de golpe como había hecho ya antes en la cocina. Haciéndome sufrir llevó a cabo un juego de sensaciones encontradas entre rápidas chupadas y lamidas y parones bruscos y cortos para hacerme gozarlo mucho más. Sin embargo, debo reconocer que aquel juego me encantaba respondiéndole yo con la misma moneda jugando con el vello de su pubis y bajando luego por toda la rajilla hasta escucharla gimotear mientras se retorcía sobre mí. Mi suegra, al tiempo que me la chupaba, se dedicaba a recorrer mis muslos con sus largas uñas haciéndome con ello vibrar de emoción.
Mi polla se enderezó entre sus manos y su boca y ahora ella se la tragó entera metiéndosela hasta el fondo para finalmente sacarla buscando encontrar su respiración. Tenía ganas de follarla, de follarme a mi querida suegra a la que tanto tiempo llevaba deseando y necesitando disfrutar de aquel cuerpo de grandes pechos y de caderas rotundas.
Así pues la hice levantar y estirándola en la cama volví a introducirme entre sus piernas para gozar una vez más de su coñito el cual encontré encharcado y lleno de jugos. Los devoré con fervor consiguiendo arrancarle nuevos lamentos y gemidos y haciéndola explotar en un tumultuoso orgasmo que unió con otro muy seguido y que la dejó agotada y feliz acariciándome mis cabellos rizados mientras no dejaba de darme las gracias por tanto placer como le había dado.
Pero aún faltaba el último de los placeres, aún me faltaba penetrarla y gozar de su cuerpo maduro y sensual así que, tumbada sobre la cama como la tenía, la vi doblar las piernas flexionándolas y mirándome a los ojos con mirada perdida me pidió que la penetrara diciéndome que deseaba tenerme dentro de ella y que necesitaba ser follada hasta morir.
Métemela Héctor… métemela hasta el fondo, muchacho… tanto tiempo deseándolo y al fin tengo alguien que me haga feliz –pronunció aquellas palabras entre débiles lamentos mientras me animaba a estirarme sobre ella.
Montando sobre ella apunté mi herramienta acercándola a la entrada de su sexo y dejándome caer lentamente fui entrando paso a paso notando cómo su rajilla se iba abriendo permitiendo el paso centímetro a centímetro de mi grueso aparato. Una vez hubo entrado el glande y parte del tronco me quedé unos segundos quieto para, dando un nuevo empujón mucho más decidido, quedar al fin ensartado dentro de la vagina de mi querida suegra a la que vi morderse el labio inferior para reprimir el fuerte gemido que trataba de escapar de entre sus labios.
Una lágrima de intensa felicidad escapó de su ojo cayendo por su rostro cansado y sonrosado. Rodeándome con las piernas me llevó contra ella ayudándome a empujar una vez más hasta que ambos empezamos a movernos copulando a buen ritmo. Tumbado sobre ella nos besamos mientras seguíamos follando ahora mucho más rápido respirando con fuerza y gimiendo mi suegra cada vez que entraba llenándola y haciéndola sentir mi pene dentro de ella.
Fóllame cabrón, fóllame –reclamaba sin parar de moverse ayudándome en cada uno de los movimientos que le propinaba.
¿Te gusta? ¿Te gusta cariño? –pregunté sin dejar de golpear hasta que mis huevos quedaban pegados contra su piel.
¡Me encanta… no te pares… empuja, empuja con fuerza! –pidió con la voz entrecortada mientras me apretaba las nalgas entre sus dedos animándome así a seguir martirizándola.
Sin hacer caso a sus súplicas extraje el pene de su interior y agarrándola la hice poner a cuatro patas con las piernas bien abiertas y la cabeza echada sobre la almohada. De ese modo, arrodillándome tras ella acerqué el glande a la rosada entrada y cogiéndola bien por las caderas fui empujando una vez más entrando en su coñito sin dificultad alguna gracias a los abundantes jugos que su sexo producía.
¡Sí, métemela hasta el fondo… fóllame con fuerza… me llena sí! –dijo como loca echando la cabeza hacia atrás y sin dejar de mirarme un solo momento a los ojos.
¡Tómala toda… tómala… ¿la sientes, cariño? –pregunté sin dejar de golpear cada vez más y más fuerte.
Sí, la siento… me llena entera… ufffffffffffffff, es muy grande… me llena –respondió con los ojos en blanco y recibiendo cada una de mis estocadas con un gesto de placer que jamás hubiera imaginado en una mujer como ella.
Cogida con fuerza la estuve follando sin parar entrando y saliendo de aquel húmedo agujero al tiempo que la tenía agarrada de los pechos sobándoselos y haciéndola jadear con cada uno de mis golpes. Los movimientos se fueron haciendo más y más brutales de forma que el placer para ambos se hizo inaguantable notando los dos la llegada del tan deseado final.
Beatriz arqueó la espalda echando las nalgas hacia atrás como si así consiguiera sentirme aún más. Entonces empujando sobre ella con fuerza inhumana sentí la cercanía de mi orgasmo y así estuve taladrándola unos pocos segundos más hasta que, echándose hacia delante la vi buscar entre las piernas mis testículos los cuales apretó entre sus dedos haciéndome explotar vaciándome al momento en el interior de su vagina la cual llené con mis últimos espasmos de placer.
¡Me corro… me corro… no aguanto más… tómalo, tómalo todo… qué gusto siento! –exclamé junto a su oído lanzándole mi aliento cálido y cansado para después empezar a chuparle la oreja como un desesperado.
¡Me quema… córrete vamos… dámelo todo mi amor… dámelo todo, lo siento dentro de mí! –dijo ella con cara de enorme placer y sin dejar de masajear mis testículos un solo instante hasta que finalmente logró dejármelos vacíos por entero.
Agotado y satisfecho caí sobre ella tratando de recuperar el perdido ritmo cardíaco tras aquel encuentro con la madre de mi esposa a la que finalmente había conseguido hacer mía con total complacencia por su parte. Cogiéndole la cara entre mis dedos nos besamos suavemente disfrutando de aquellos momentos tan maravillosos y espléndidos en los que ambos nos sentíamos felices y plenos.
Ahora cariño vete a dormir… ya hablaremos mañana con tranquilidad cuando tu esposa se haya ido a trabajar –me dijo sonriéndome con complicidad como si con aquellas palabras deseara iniciar un compromiso mucho más profundo entre nosotros.
Y así separándome de mi querida suegra me levanté y me fui vistiendo frente a ella la cual ronroneó como una gatita mientras se hallaba acurrucada en la cama y sin dejar de mirarme con una cara de profunda felicidad. Una vez me hube vestido me eché sobre ella y besándola por última vez me dirigí a mi dormitorio en el que encontré a mi mujer durmiendo como un niño pequeño y sin enterarse para nada de mi llegada…
Al q le interese segunda parte q deje su comentario y puntos si son merecidos
saludos
al Clan P!
Aunque ciertamente el nombre del que suscribe esta historia no importa mucho y el de mi suegra tampoco,
podríamos avanzar en el relato diciendo que me llamo Héctor y que ella se llama Beatriz y que tiene
cincuenta y tantos años. Hace dos años su marido murió y, desde entonces, se quedó bastante hecha
polvo costándole bastante remontar el vuelo…
Lo cierto es que no tardé mucho en fijar mi atención en aquella madurita y en tener fantasías de tipo sexual con ella imaginando miles de posibilidades con la mujer que era la madre de mi esposa. Aquello no debe resultar tan extraño pues desde que empecé a salir con la que ahora es mi mujer, ya comencé a fijarme en Beatriz, aquella mujer madura y de buen físico y que estaba bien seguro que aún estaría necesitada de que le dieran un buen revolcón de vez en cuando.
Pronto mi cabeza se llenó de preguntas en torno a las necesidades que Beatriz, mi suegra, podría sentir: ¿qué demonios hará sin nadie que la acompañe entre las frías sábanas? ¿cómo solucionará los ardores que le corran por el cuerpo? ¿acaso se masturbará o ya tendrá olvidado todo aquello? ¿recorrerán su cabeza miles de pensamientos obscenos durante sus noches de insomnio? Pensé que aquella mujer aún joven y apetecible necesitaría de alguien que le hiciera sentir nuevas sensaciones y nuevos estallidos de placer, de manera que decidí acercarme a ella y probar qué podía pasar.
Pese a sus algo más de cincuenta años, Beatriz continúa siendo una mujer de bandera pues siempre le ha gustado cuidarse con cremas y tratamientos faciales y manteniendo una buena línea que no le hiciera ganar excesivos kilos. De larga cabellera castaña que solía recoger en coleta, tiene un buen par de senos aunque ya algo caídos por la edad así como unas buenas piernas, un culillo bien apetecible, unas caderas algo anchas y unos muslos firmes y rotundos.
Siempre vestía de forma sencilla y elegante con aquellas blusas de algodón, aquellas faldas largas hasta los pies o hasta la rodilla como mucho y aquellos vestidos veraniegos con los que tanto me gustaba verla vestir. En alguna celebración especial se había atrevido con algún zapato de tacón acompañando algún vestido más escotado de lo habitual o algún que otro traje de chaqueta. Desde la muerte de su marido había cambiado los colores pasteles o más veraniegos, tan habituales en ella, por otros muchos más oscuros predominando en su vestuario los tonos oscuros tales como negros, grises o azul marino cosa natural en su estado.
Más de una vez y mientras me encontraba haciéndole el amor a mi esposa me imaginaba la imagen desnuda y entregada de mi suegra recibiendo el placer que yo le daba. Los más turbadores encuentros junto a mi mujer se trasladaban en mi imaginación a su madre viéndome junto a ella y disfrutando de su cuerpo maduro y de sus formas que aún imaginaba más que sensuales y apetecibles. Los labios de mi mujer se transformaban en los de Beatriz, los pechos en los de mi querida suegra así como su trasero y su lindo tesoro que imaginaba estrecho, húmedo y muy mojado. Alguna vez, en la soledad del baño, me había masturbado en la ducha imaginándome acompañado por aquella mujer a la que tanto deseaba besar y darle todo el amor y cariño que estaba bien seguro que tanto debía necesitar.
Sin embargo, iban transcurriendo los días, los meses y yo me moría de ganas de conseguir algo más con aquella hembra que tanto me tenía sorbido el seso. Sin poder remediarlo notaba excitado hasta extremos inconcebibles mi apetito sexual. Pero, pese a fantasear habitualmente con la imagen de Beatriz, pensaba también en el posible escándalo que podía montarse si me rechazaba y le contaba a su hija mi osadía.
Como suele ocurrir en muchos otros casos, parece que la fortuna vino en mi ayuda pues hace unos días estando mi esposa y yo en casa de Beatriz para que no estuviera sola, mi mujer me dijo que se iba a dormir pues estaba cansada y además tenía que madrugar al día siguiente para ir al trabajo. Yo, en cambio, tenía fiesta así que me quedé un rato más viendo la tele tras despedirme de mi esposa dándonos el habitual beso de buenas noches. Beatriz había salido de cena con unas amigas y aún no había vuelto de manera que estuve viendo un rato la película que daban para, una vez terminó, ponerme a leer un libro que había empezado hacía unos días.
Llevaba una media hora leyendo cuando al fin escuché el pestillo de la puerta abrirse anunciando la llegada de mi suegra. Miré el reloj del salón y vi que era ya la una pasada. Aquella noche las amigas del grupo de baile en el que Beatriz participa, habían logrado hacerla salir a cenar y a tomar una copa para tratar con ello que se animara. Al parecer debió beber más de la cuenta pues parecía venir más contenta y excitada de lo que en ella era habitual.
Vestía una camiseta blanca y una falda larga hasta los pies en color gris y por encima de la camiseta llevaba una chaqueta gris a juego con la falda. Unas botas vaqueras negras con algo de tacón y un bolso pequeño de mano completaban el conjunto que se había puesto aquella noche. Realmente estaba guapa y elegante y nada más entrar al salón se descalzó pues según dijo le molestaban horrores las botas. Tal como dije parecía haber bebido más de la cuenta pues se la veía contenta y parlanchina y los ojos le brillaban de un modo especial.
Viéndome sentado en el sofá dejó el bolso en la mesa tras quitarse la chaqueta, me saludó sonriéndome de forma extraña y sentándose a mi lado se puso a hablar conmigo preguntándome directamente tras humedecerse mínimamente los labios con la lengua:
Buenas noches Héctor, ¿qué haces aún levantado? ¿no tienes sueño?
Pues la verdad es que no. Como mañana no tengo que madrugar me quedé viendo la película y al acabar me puse a leer un rato. Tu hija se fue a dormir hará un rato pues mañana se tiene que levantar pronto.
Yo intentaba no fijarme mucho en aquellos encantos que se marcaban amenazantemente bajo la tela de la camiseta. Beatriz sonreía un tanto embobada sin dejar de mirarme. No sé si realmente se daba cuenta de hacia donde querían dirigirse mis ojos.
Si no te importa me quedaré un rato contigo viendo la tele pues el café que tomé después de la cena parece que me ha desvelado un poco.
Oh, no te preocupes que no me molesta nada la tele para seguir leyendo.
¿No la despertarás cuando vayas a dormir? –me preguntó sin esperármelo.
No tengo todavía sueño así que supongo que cuando vaya a la cama estará ya bien dormida. No creo que se despierte –respondí a su pregunta como si no prestara mucha atención a lo que me decía.
Pues hijo si fuera yo no te dejaría acostarme sola, eso te lo aseguro –exclamó mi suegra de repente y sin dejar de mirarme con aquellos ojos tan brillantes y que tantas cosas parecían querer decir.
Dejándome allí sentado con la boca abierta fue a cambiarse a su cuarto. Aquellas palabras me pusieron alerta y sin poder remediarlo noté como mi compañero de fatigas respondía al instante poniéndose duro y firme bajo mis pantalones.
¿Qué había querido decir realmente con aquellas palabras? –pensé mientras la escuchaba hacer en su cuarto.
Realmente no sabía qué hacer, si mantenerme a la espera o lanzarme sobre aquella mujer tantas veces deseada. Opté por la primera opción esperando acontecimientos que me aclarasen un poco más las cosas antes de decidirme a actuar o no hacerlo. Al poco rato la escuché trasteando en la cocina y cómo ponía en marcha el microondas. No pude aguantar las ganas y me dirigí a la cocina comentándole que tenía sed y me apetecía un poco de zumo. Ella estaba delante de la encimera de granito envejecido y esperando que se calentara el vaso de leche que se había preparado.
Abrí el armario de los vasos y estirándome hacia ellos me apreté un poco con ella haciéndole sentir levemente mi vientre apoyado sobre sus nalgas. Si se quejaba siempre podía disculparme por mi descuido diciéndole cualquier cosa. Por suerte para mí no percibí la menor protesta por su parte ni me dijo nada. Tan solo escuché escapar de entre sus labios un gemido ahogado mientras ahora ella lanzaba el culo hacia atrás tratando de hacer aquel contacto mucho más intenso. Fue entonces cuando mi ataque se hizo mucho más osado acompañándola en su rozamiento y notando cómo seguía aceptando aquello sin decirme absolutamente nada.
No tardó mucho mi herramienta en crecer de forma desmesurada gracias al roce de aquel trasero redondito y maduro. Era la misma Beatriz, mi bella suegra, la que se apretaba moviendo sus nalgas de forma circular contra mi miembro inflamado y deseoso de una buena satisfacción junto a aquella hembra tan atractiva y sensual. Su respiración se aceleró al igual que la mía mientras seguíamos moviéndonos uno contra otro para así disfrutar aún más de todo aquello.
¡Estoy muy cachonda… mucho! ¡Pero… por favor, déjame… ¿qué diría mi hija si nos viera?! –exclamó de forma entrecortada como si aún le quedara un mínimo de resistencia frente a mi embestida.
Beatriz, no te preocupes por ella que seguro que estará durmiendo como los ángeles… ¡Te deseo… te deseo tanto y tanto… tanto tiempo esperando tenerte así! –confesé yo también de forma entrecortada y dejándome llevar por la pasión y el deseo que me embargaban.
¿De veras lo dices? No me engañes, por favor Héctor, no me engañes… ¿Qué has podido ver en una mujer mayor como yo teniendo a mi hija mucho más joven y lozana?
De veras no te engaño. Hace ya mucho, mucho tiempo que te deseo, Beatriz –aseguré con voz grave antes de girarle la cara hacia mí para besarla de forma dulce y delicada uniendo mis labios a los suyos.
Por aquel entonces me hallaba ya totalmente empalmado gracias al roce que aquellas expertas montañas ejercían sobre mí. Echándola hacia adelante con las manos apoyadas en la encimera le levanté con prisas la falda y empecé a masajearle las nalgas con una mano por encima de la fina tela de aquellas bragas de encantador color rosa pálido, mientras con la otra mano le acariciaba el muslo de arriba abajo haciéndola enloquecer por momentos.
¡Sigue… vamos sigue… hacía tanto tiempo que necesitaba algo así… tanto tiempo sin un hombre que me hiciera sentir mujer! –exclamó para después ser ella la que me besara pero ahora de manera mucho más salvaje y excitada llegando incluso a morderme ligeramente los labios.
Mi mano se introdujo bajo la tela de la braguilla haciéndome con aquella nalga tan rolliza y que tanto me hacía perder la razón. Tumbándome sobre ella me hice con su pelo el cual olisqueé con gran placer respirando el aroma de aquella fresca fragancia que su cuello desprendía. Beatriz no dejaba de gemir en voz baja tratando de no gritar para que su hija, mi esposa, no oyese lo que allí estaba ocurriendo. Haciéndole girar levemente la cabeza empecé a besarle el cuello, lamiéndolo y chupándolo y subiendo después a su orejilla la cual lamí con mi lengua llenándola con mi saliva para luego envolverla entre mis labios haciéndola estremecer como loca.
¡Me estás volviendo loca… me estás poniendo a mil… lo haces de maravilla! –me animó a seguir haciéndose cada vez mayores sus jadeos de manera que me hizo temer poder ser oídos por mi esposa.
Para acallar sus cada vez más escandalosos gemidos, llevé mi mano a su boca y abriéndola empezó a chupar mis dedos como desesperada al tiempo que yo no paraba de acariciarle la piel cálida y desnuda de sus piernas. Una vez nos besamos dándome la lengua la cual noté húmeda y ardiente mezclándose con la mía en un beso que me hizo perder el control por completo, mordisqueé yo su lengua atrapándola entre mis dientes para luego ser ella quien mordía mi labio inferior alcanzando luego mi nariz la cual lamió, como por descuido, con la punta de su lengua consiguiendo con ello que fuera yo quien gimiera disfrutando de aquella caricia tan llena de amor y cariño.
Llevando mis manos a sus caderas las metí bajo la camiseta y fui subiendo lentamente por los costados hasta acabar llegando a sus senos los cuales encontré duros bajo el sujetador que los cubría.
¡Quítamela cariño… quítamela, por favor! –me pidió casi susurrando y echándola yo hacia atrás la ayudé a quitar la camiseta la cual desapareció por su cabeza con gran rapidez.
Una vez fuera la camiseta, mis manos se dirigieron al cierre del sujetador el cual solté con facilidad dejando después que aquella prenda cayese hacia delante permitiendo que sus pechos asomaran al fin al aire. Sin esperar más se los agarré con fuerza masajeándolos y sobándolos entre mis dedos con gran placer. Se notaban aún duros y tersos pese a su edad y aún más los noté cuando se los acaricié una y otra vez pasando después a dedicarme a sus pezones que pronto se erizaron al sentir el roce de la yema de mis dedos sobre ellos. Mi bella suegra gimió ante semejante tratamiento al tiempo que cerraba los ojos echando la cabeza hacia atrás para que volviese a comerle la orejilla y el cuello.
Los movimientos de nuestros cuerpos nos iban calentando cada vez más y más haciéndose el contacto para ambos totalmente insoportable. Aún estuve unos segundos más acariciándole los pezones y luego pellizcándolos ligeramente hasta que acabé abandonándolos y llevando mis manos bajo su falda maltratando sus muslos hasta conseguir hacerla estremecer. Las carnes de sus piernas se notaban calientes y palpitantes y deseosas de mayores caricias por mi parte.
¡Me vuelves loca… me estás volviendo loca como hacía mucho tiempo no sentía! –me confesó sin dejar de mover sus caderas a un lado y a otro, sin dejar de moverlas adelante y atrás.
Volviéndose hacia mí con rapidez me empujó hasta llevarme a la mesa que presidía la estancia y apoyado allí empezó a soltarme con urgencia malsana la hebilla del cinturón que sujetaba el tejano. Mi polla se hallaba a punto de reventar de tan dura que estaba y abultaba la tela del tejano de forma que era imposible que aquello pasara desapercibido para ella.
Tras soltar el cinturón, aquella experta mujer me bajó la cremallera no sin antes masajear el bulto por encima de la tela que lo cubría. Cogiendo la tela del tejano lo bajó con prisas hasta los pies y luego arrodillándose ante mí se puso a acariciarme por encima del slip el paquete que parecía querer reventar de ganas por que lo hiciera suyo. Entre sus dedos me la estuvo masajeando haciéndola crecer y crecer para luego lamerla por encima del algodón del slip obligándome con ello a vibrar de emoción. Sin dejar de mirarme a los ojos un solo momento, agarró el slip por los lados y poco a poco lo fue dejando caer hasta que al fin apareció mi largo y grueso aparato cabeceando en busca del tan necesario respiro.
Héctor cariño, déjame que te la chupe… te la voy a chupar despacito como nadie te lo habrá hecho nunca. Seguro que mi hija nunca te lo ha hecho así… ya verás –me dijo en voz baja y con los ojos clavados en los míos.
Sí cómemela… vamos cómetela entera que lo estoy deseando… vamos no aguanto más –gruñí agarrándole la cabeza entre mis dedos y llevándola entre mis piernas para que me lo hiciera.
¡Menuda polla que tienes! ¡Si lo hubiese sabido antes no te hubiera dejado escapar tan fácilmente! –la escuché decir relamiéndose los labios y sin dejar de sonreír.
La cara de vicio de Beatriz me hizo cerrar los ojos unos segundos pero pronto los abrí al notar el roce de algo húmedo y caliente recorriendo mi pene de arriba abajo. Evidentemente se trataba de su lengua que lamía y disfrutaba de mi polla, saboreándola y degustándola como si del mejor de los regalos se tratase. Lamía y chupaba con gran maestría y sin prisa alguna como si quisiera aprovechar al máximo aquella inesperada oportunidad que el destino le brindaba. Mi miembro erecto y abultado se curvaba hacia arriba frente a ella y sin dejar de cabecear en busca de nuevas caricias que lo tranquilizaran.
Y pronto las encontró pues mi querida suegra, hecha ya toda una auténtica zorra, la agarró con fuerza y llevando la piel del prepucio hacia atrás abrió la boca engullendo aquella rosada cabeza dentro de ella. Gemí profundamente al notar aquellos labios maduros y finos rodeando mi grueso instrumento y empezando a chuparlo y degustarlo como una verdadera experta. Lo hacía bien, realmente bien chupando con rapidez hasta conseguir arrancarme mis primeros suspiros y jadeos de emoción y parando cuando notaba crecer mi placer hasta un punto peligroso del que quizá no podría salir sin alcanzar mi orgasmo.
Como mujer experta que era, Beatriz sabía perfectamente alargar mi placer abandonando sus caricias cuando yo le indicaba, con mis lamentos, el estado de ánimo en el que me encontraba. Lamía y comía mis testículos haciéndome gemir agradecido por la suavidad con que lo hacía. Luego, de nuevo, volvía a subir chupando mi pene grueso y con las venas fuertemente marcadas y volvía a metérselo una vez más en la boca empezando a chupar y chupar como una posesa.
Dime cariño, ¿te lo hace así mi hija?... dime, ¿te lo hace así? –me preguntó con cara de vicio y sin dejar de sonreírme de forma maliciosa.
Sigue… vamos sigue… me vas a hacer correr cabrona… qué bien que lo haces –respondí con los ojos fuertemente cerrados y sin dejar de apretar su cabeza una y otra vez ayudándole en su mamada
Y así lo hizo ahora mucho más rápido y echando mano de sus dedos los cuales masturbaban mi instrumento a velocidad de vértigo haciéndome alcanzar, de aquel modo, la gloria. Estaba a punto de correrme y así se lo hice saber lo cual fue respondido por aquella hermosa madura chupando sin descanso y mordisqueándome de tanto en tanto mi bulto con sus dientecillos. Yo no dejaba de temblar y de animarla en su mamada notándome a punto de lograr mi enorme placer entre las manos de mi querida suegra a la que tantas veces había imaginado haciéndome aquello.
¡Me corro… me corro! –le avisé gimiendo débilmente y sin poder gritar mi tremendo placer por miedo a poder ser descubiertos por mi esposa la cual seguramente estaría en la cama durmiendo apaciblemente mientras en la cocina su propia madre y su esposo disfrutaban de sus cuerpos como dos adolescentes deseosos por conocer sus ardientes cuerpos.
Acariciándole el cabello abrí los ojos y pude ver cómo salían tres, cuatro trallazos de blanquecino líquido seminal los cuales fueron a dar sobre la cara de Beatriz la cual los acogió con auténtico delirio y sin dejar de mirarme a los ojos con aquella cara de auténtica puta que me hizo enloquecer. El semen cálido y viscoso cayó sobre la frente y el cabello, sobre uno de los ojos que cerró al instante y sobre la barbilla y los labios de los cuales lo recogió con gran placer saboreándolo entre sus dedos como si fuera el mejor de los manjares.
¡Me encanta… está realmente delicioso… si lo llego a saber antes te aseguro que lo hubiéramos pasado muy bien hace tiempo! –comentó casi susurrando mientras seguía degustando el semen blanquecino y amargo que me había sacado.
Yo cansado y satisfecho caí sobre ella agarrándola del mentón y acercándola a mi boca nos besamos con suavidad y dulzura. Verdaderamente la madurita de mi suegra tenía aún mucho que enseñarme y yo, por supuesto, estaba dispuesto a conocer todos los placeres junto a aquella hembra de formas tan macizas y rotundas.
Vamos Héctor… vamos a mi cuarto muchacho que estaremos más tranquilos y sin miedo a que mi hija nos pueda sorprender –la escuché decirme mientras se levantaba, me cogía el miembro flácido con la mano y dándome la espalda me hacía seguirla camino de su dormitorio.
Cogido el tejano entre mis manos la fui siguiendo a duras penas hasta llegar a su habitación. Una vez llegamos, mi suegra cerró la puerta con un golpe del pie y acercándose a mí me ofreció aquellos labios sonrosados y llenos de sensualidad los cuales acogí entre los míos besándola de forma apasionada al tiempo que mis manos se apoderaban de su cuello llevándola hacia mí.
Separándose de mi lado me quitó el tejano sacándolo por los pies y entonces metió sus manos bajo mi camiseta acariciándome la tripa y subiendo aún más hasta los pezones los cuales respondieron al roce de las yemas de sus dedos endureciéndose al instante con enorme facilidad. Sus dedillos recorrían mi vello acariciándome al mismo tiempo los duros pezones de forma maravillosa. Yo no hacía otra cosa que agradecer todo aquello gimiendo sin descanso. No sé ya qué hora debía ser pero poco me importaba estando disfrutando de aquella hembra de bandera que me había tocado aquella noche en suerte. No había en mí el más mínimo sentimiento de culpa hacia mi esposa y lo único que me importaba en aquellos momentos era seguir gozando de lo que Beatriz pudiera ofrecerme.
Volviéndola de espaldas a mí y llevándola a la pared la obligué a abrir las piernas y bajándole la falda empecé a chuparle el coñito y el agujero del culo pasando del uno al otro mientras mis manos se apoderaban una vez más del par de melones que tenía. Ella no hacía más que gemir entrecortadamente cada vez que mis labios y mi lengua maltrataban alguno de sus agujeros. Los humedecí con gran placer recreándome especialmente en su rajilla y en su pequeño botoncillo el cual masajeé con la yema del dedo y con mis labios. De tanto en tanto lo envolvía apretándolo entre mis labios logrando con ello que se estremeciera pidiendo aún mayores atenciones por mi parte.
¡Ufffff cariño, qué bueno es esto… me vuelves loca… eres malo conmigo pero sigue que me harás correr como una loca! –dijo mordiéndose el labio con desesperación y sin parar de retorcerse entre mis brazos.
Así seguí chupándole el clítoris cada vez a mayor velocidad para, aprovechando su debilidad, llevar al tiempo dos de mis dedos al agujero de su ano el cual empecé a traspasar con sumo cuidado hasta que noté cómo se derrumbaba sobre mí alcanzando el primero de sus orgasmos. Al fin lo había conseguido, al fin había conseguido hacer mía a mi querida suegra, a aquella hembra tanto tiempo deseada. Metido entre sus piernas bebí y bebí sus jugos disfrutando del placer inmenso de aquella mujer que tanto me ponía. Agarrándome la cabeza entre sus manos me besó con gran cariño mientras se iba recuperando poco a poco del placer que le había hecho sentir.
¡Ya casi no me acordaba de esto! ¡Qué bueno, mi amor… qué bien me lo has hecho… tienes una lengua y unos labios realmente juguetones y malvados! ¡Dios, qué gusto me has dado, maldito bastardo! –casi gritó de gusto aguantándose a última hora las ganas de hacerlo.
Levantándome del suelo fuimos a la enorme cama de matrimonio dejándome yo caer sobre ella y tumbándose Beatriz encima de mí en posición inversa con lo que podíamos disfrutar a placer del sexo tembloroso del otro. Teniéndola sobre mí fui yo el primero en acariciar su sexo notándolo húmedo y mojado tras el orgasmo que había logrado arrancarle. Con los dedos separé los labios que cubrían su clítoris y así me dediqué nuevamente a chuparlo y lamerlo obligándola a gemir una vez más con aquella más que angustiosa caricia.
Por su parte, tampoco ella se quedó indiferente ni quieta agarrándome al momento mi miembro el cual aún se mostraba débil y cansado tras mi anterior corrida. La boca de aquella experta hembra lo acogió entre sus labios y con gran delicadeza lo empezó nuevamente a lamer con devoción arriba y abajo tratando de conseguir una nueva respuesta por parte de aquel músculo tan bello y hermoso. Los gemidos tímidos de ambos se escuchaban en la habitación cada vez que las lenguas y los labios tocaban casi imperceptiblemente el sexo del otro. Tan pronto era yo el que gemía abandonando aquellos labios tiernos y delicados como era ella la que lo hacía al notar mi lengua maltratando los mojados pliegues de su inquieta flor.
De pronto y sin yo esperármelo, Beatriz comenzó a comerse mi polla devorándola salvajemente dentro de su boca para abandonarla de golpe como había hecho ya antes en la cocina. Haciéndome sufrir llevó a cabo un juego de sensaciones encontradas entre rápidas chupadas y lamidas y parones bruscos y cortos para hacerme gozarlo mucho más. Sin embargo, debo reconocer que aquel juego me encantaba respondiéndole yo con la misma moneda jugando con el vello de su pubis y bajando luego por toda la rajilla hasta escucharla gimotear mientras se retorcía sobre mí. Mi suegra, al tiempo que me la chupaba, se dedicaba a recorrer mis muslos con sus largas uñas haciéndome con ello vibrar de emoción.
Mi polla se enderezó entre sus manos y su boca y ahora ella se la tragó entera metiéndosela hasta el fondo para finalmente sacarla buscando encontrar su respiración. Tenía ganas de follarla, de follarme a mi querida suegra a la que tanto tiempo llevaba deseando y necesitando disfrutar de aquel cuerpo de grandes pechos y de caderas rotundas.
Así pues la hice levantar y estirándola en la cama volví a introducirme entre sus piernas para gozar una vez más de su coñito el cual encontré encharcado y lleno de jugos. Los devoré con fervor consiguiendo arrancarle nuevos lamentos y gemidos y haciéndola explotar en un tumultuoso orgasmo que unió con otro muy seguido y que la dejó agotada y feliz acariciándome mis cabellos rizados mientras no dejaba de darme las gracias por tanto placer como le había dado.
Pero aún faltaba el último de los placeres, aún me faltaba penetrarla y gozar de su cuerpo maduro y sensual así que, tumbada sobre la cama como la tenía, la vi doblar las piernas flexionándolas y mirándome a los ojos con mirada perdida me pidió que la penetrara diciéndome que deseaba tenerme dentro de ella y que necesitaba ser follada hasta morir.
Métemela Héctor… métemela hasta el fondo, muchacho… tanto tiempo deseándolo y al fin tengo alguien que me haga feliz –pronunció aquellas palabras entre débiles lamentos mientras me animaba a estirarme sobre ella.
Montando sobre ella apunté mi herramienta acercándola a la entrada de su sexo y dejándome caer lentamente fui entrando paso a paso notando cómo su rajilla se iba abriendo permitiendo el paso centímetro a centímetro de mi grueso aparato. Una vez hubo entrado el glande y parte del tronco me quedé unos segundos quieto para, dando un nuevo empujón mucho más decidido, quedar al fin ensartado dentro de la vagina de mi querida suegra a la que vi morderse el labio inferior para reprimir el fuerte gemido que trataba de escapar de entre sus labios.
Una lágrima de intensa felicidad escapó de su ojo cayendo por su rostro cansado y sonrosado. Rodeándome con las piernas me llevó contra ella ayudándome a empujar una vez más hasta que ambos empezamos a movernos copulando a buen ritmo. Tumbado sobre ella nos besamos mientras seguíamos follando ahora mucho más rápido respirando con fuerza y gimiendo mi suegra cada vez que entraba llenándola y haciéndola sentir mi pene dentro de ella.
Fóllame cabrón, fóllame –reclamaba sin parar de moverse ayudándome en cada uno de los movimientos que le propinaba.
¿Te gusta? ¿Te gusta cariño? –pregunté sin dejar de golpear hasta que mis huevos quedaban pegados contra su piel.
¡Me encanta… no te pares… empuja, empuja con fuerza! –pidió con la voz entrecortada mientras me apretaba las nalgas entre sus dedos animándome así a seguir martirizándola.
Sin hacer caso a sus súplicas extraje el pene de su interior y agarrándola la hice poner a cuatro patas con las piernas bien abiertas y la cabeza echada sobre la almohada. De ese modo, arrodillándome tras ella acerqué el glande a la rosada entrada y cogiéndola bien por las caderas fui empujando una vez más entrando en su coñito sin dificultad alguna gracias a los abundantes jugos que su sexo producía.
¡Sí, métemela hasta el fondo… fóllame con fuerza… me llena sí! –dijo como loca echando la cabeza hacia atrás y sin dejar de mirarme un solo momento a los ojos.
¡Tómala toda… tómala… ¿la sientes, cariño? –pregunté sin dejar de golpear cada vez más y más fuerte.
Sí, la siento… me llena entera… ufffffffffffffff, es muy grande… me llena –respondió con los ojos en blanco y recibiendo cada una de mis estocadas con un gesto de placer que jamás hubiera imaginado en una mujer como ella.
Cogida con fuerza la estuve follando sin parar entrando y saliendo de aquel húmedo agujero al tiempo que la tenía agarrada de los pechos sobándoselos y haciéndola jadear con cada uno de mis golpes. Los movimientos se fueron haciendo más y más brutales de forma que el placer para ambos se hizo inaguantable notando los dos la llegada del tan deseado final.
Beatriz arqueó la espalda echando las nalgas hacia atrás como si así consiguiera sentirme aún más. Entonces empujando sobre ella con fuerza inhumana sentí la cercanía de mi orgasmo y así estuve taladrándola unos pocos segundos más hasta que, echándose hacia delante la vi buscar entre las piernas mis testículos los cuales apretó entre sus dedos haciéndome explotar vaciándome al momento en el interior de su vagina la cual llené con mis últimos espasmos de placer.
¡Me corro… me corro… no aguanto más… tómalo, tómalo todo… qué gusto siento! –exclamé junto a su oído lanzándole mi aliento cálido y cansado para después empezar a chuparle la oreja como un desesperado.
¡Me quema… córrete vamos… dámelo todo mi amor… dámelo todo, lo siento dentro de mí! –dijo ella con cara de enorme placer y sin dejar de masajear mis testículos un solo instante hasta que finalmente logró dejármelos vacíos por entero.
Agotado y satisfecho caí sobre ella tratando de recuperar el perdido ritmo cardíaco tras aquel encuentro con la madre de mi esposa a la que finalmente había conseguido hacer mía con total complacencia por su parte. Cogiéndole la cara entre mis dedos nos besamos suavemente disfrutando de aquellos momentos tan maravillosos y espléndidos en los que ambos nos sentíamos felices y plenos.
Ahora cariño vete a dormir… ya hablaremos mañana con tranquilidad cuando tu esposa se haya ido a trabajar –me dijo sonriéndome con complicidad como si con aquellas palabras deseara iniciar un compromiso mucho más profundo entre nosotros.
Y así separándome de mi querida suegra me levanté y me fui vistiendo frente a ella la cual ronroneó como una gatita mientras se hallaba acurrucada en la cama y sin dejar de mirarme con una cara de profunda felicidad. Una vez me hube vestido me eché sobre ella y besándola por última vez me dirigí a mi dormitorio en el que encontré a mi mujer durmiendo como un niño pequeño y sin enterarse para nada de mi llegada…
Al q le interese segunda parte q deje su comentario y puntos si son merecidos
saludos
al Clan P!
8 comentarios - Mi relato espero sea de su agrado
tremenda la suegra!
espero las fotos!
SALUD!
DocGaleno, poringologo
para la proxima pone una foto de tu suegra y de tu mujer
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Mis diez de hoy.