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hermani hermanita.... como te quiero!!!!!!!!!!!!!!!!!

Mi hermana y yo crecimos de manera bien diferente. De niños, yo para ella era un gañan y ella para mi una señorita y siempre vivimos de espaldas el uno para el otro. De adultos yo me convertí en un empresario de éxito y ella en una asalariada del montón pero seguíamos viviendo de espaldas el uno para el otro. Cierto día la redescubrí como hermana, pocos días después como hembra, ahora sencillamente somos pareja de hecho, matrimonio sin bendecir, amantes que cabalgamos por los límites de la locura.

Soy Pancho Alabardero y en mi deambular por el mundo en busca del mejor sexo posible me he encontrado con esta confidencia de dos hermanos que, al cabo de los años de ignorarse mutuamente se reencontraron, se atrajeron y se follaron hasta enloquecer, pero terminaron conquistando la cordura y convirtiendo su hogar en un mundo de felicidad, donde la alegría de vivir es la constante de sus vidas y de los que les rodean.

Hola, soy Manuel, tengo 34 años y vivo en Cantabria en el norte de España. Mis padres, cuando yo apenas tenía 7 años y mi hermana 2, se marcharon a trabajar a Alemania y nos dejaron a mi hermana y a mí en el pueblo al cuidado de mis abuelos. A los pocos años de marcharse se divorciaron y ambos se volvieron a casar allí, en Alemania. Mi madre incluso tuvo otro hijo con su nueva pareja y mi padre se casó con una mujer que tenia tres hijos más, de modo que poco a poco se fueron olvidando de mi hermana Matilde y de mí.

Mi abuela de siempre fue una mujer delicada y un tanto cobarde para el trabajo, de modo que terminaron ingresando a mi hermana en un internado y sólo venía a casa algunos fines de semana y en vacaciones. Yo en cambio me identifiqué desde el primer día que me quedé sólo con mi abuelo, un hombre trabajador y decidido y ambos fuimos forjando día a día un imperio ganadero.

Mi hermana los días que salía del internado y venía a casa nos encontraba a mi abuelo y a mí demasiado enfrascados en nuestro trabajo, sucios la mayor de las veces, y ocupados siempre. La abuela no podía o no quería atender a Matilde, mi hermana, porque le recordaba demasiado a su nuera, mi madre, y le achacaba a ella el fracaso del matrimonio de su querido hijo, mi padre y, quizás por esa razón, apenas la soportaba.

Yo, como niño, fui también demasiado cruel con mi hermana. Ella venía del internado con vestidos elegantes y limpios, yo siempre con pantalones medio rotos y sucios, de modo que la hacia rabiar todo cuanto podía y ella se defendía llamándome gañan, paleto, pordiosero y todo cuanto se le ocurría para defenderse. De aquellos años jamás recuerdo una sola sonrisa de mi hermana, jamás. Creció triste, sola y lo que era peor, olvidada por su único hermano, de modo que no es de extrañar que cuando se hizo mayor se marchase para Madrid y no quisiese nunca, nunca, saber nada de Cantabria. Incluso cuando falleció mi abuela no quiso aparecer para el entierro.

Para cuando yo quise darme cuenta de la penosa situación de mi hermana ya era demasiado tarde. Ella, por más que yo lo intentase, jamás quiso saber nada de nosotros. Matilde era guapa, extraordinariamente guapa, se parecía mucho a mi madre, que era guapa a rabiar, y esa era la causa que mi abuela le achacaba a mi madre para romper su matrimonio. Recuerdo que siempre le reprochaba a la pobre de mi hermana que iba a ser una perdida como su madre.

Después que mi abuela muriese y mi abuelo y yo nos quedásemos solos, ambos progresamos económicamente de una manera espectacular. Yo compré un viejo caserón y lo reconstruí totalmente. Lo convertí en un palacete al que le puse el nombre de mi hermana: Casona Matilde, aunque ella nunca accedió a venir a conocerlo.

Mandé hacer tres suites, una para mi abuelo, otra para mí y la más espectacular para mi hermana. También mandé construir una habitación para mi padre y otra para mi madre, pero a ambas se accedía por lugares diferentes. Quería que cuando viniesen a mi casa, ninguno de ellos pusiese los pies en nuestras estancias.

Bueno, no sólo reconstruí el caserón, también construí una gran nave industrial donde fabricamos quesos, mantequilla y casi toda clase de productos lácteos, todos ellos de una gran calidad, así como membrillo, embutidos y una buena variedad de productos con el sello de Calidad. Incluso monté molinos de energía eólica que nos autoabastece, una pequeña flota de reparto local y monté una logística de reparto para hacer llegar nuestros productos a algunas ciudades. La caja registradora está funcionando todo el día.

Contratamos a una familia de polacos que se instalaron también en la finca y día a día nuestro pequeño imperio crece. Los niños corretean por la granja y los obreros llegan por la mañana y no se marchan hasta la noche. Así hasta hace exactamente unas semanas que levanté el teléfono y llamé a mi hermana Matilde.

-Matilde, el abuelo ha fallecido-

Recuerdo que el silencio se prolongó por minutos. Ella no quería darme una disculpa para no asistir al entierro, porque sabía lo unido que estaba con el abuelo, y yo no me atrevía a pedirle que me acompañara porque sabía el mal recuerdo que mi hermana tenía de este lugar, pero algo inesperado sucedió y todo cambió de repente. Me eché a llorar desconsoladamente y colgué el teléfono. Al momento mi teléfono comenzó a sonar. Yo hice intención de no cogerlo, sabía que era Matilde, pero no quería ponerla en un compromiso. Al fin me puse al teléfono y le dije:

-Lo siento Matilde, no te preocupes, entiendo que no quieras…- aunque no me dio tiempo a terminar la frase. -Cielo estaré contigo en unas horas, salgo para ahí ahora mismo.

Ahora tengo 34 años y mi hermana 29. Yo me convertí en un empresario muy afortunado, no sólo en dinero, sino además en amigos. Me relaciono con la mejor sociedad de la Comunidad, tengo inversiones en varios países y viajo con frecuencia a varios lugares del mundo donde mantengo intereses. Siempre que viajo a cualquier parte del mundo desde Cantabria paso por Madrid y pernocto en la capital al menos una noche, no sólo porque me viene bien, sino sobretodo, para poder estar unas horas con mi hermana.

Ella como les dije es guapa, trabaja como administrativa y a lo largo de los años le he conocido varios novios, aunque con ninguno se ha casado. Creo que vive con apuros económicos, pero nunca me ha pedido nada. Cuando quedamos a cenar o a comer, según ella disponga, le hago entrega de cheques regalo de unos grandes almacenes. Siempre le digo que me los regalan los proveedores y que yo no tengo ninguna tienda a mano para gastarlos, aunque no es cierto, siempre los adquiero para regalárselos. Ella los acepta de buen grado, porque como les dije, me parece que económicamente esta un tanto apretada.

Siempre quise conocer su casa, que me invitase a tomar una cerveza. Se lo pido siempre, pero ella siempre me dice que a la vuelta. Hice averiguaciones y se que vive en una casa modesta y no quiere que yo la vea. Tengo complejo de culpabilidad con mi hermana y no sé como arreglarlo. Siempre le pido que deje el trabajo y que se venga conmigo, a trabajar en mis negocios, pero siempre me rechaza.

Pero sucedió algo imprevisto. Es la primera vez que mi hermana accede a algo conmigo y esta vez ni siquiera se lo he pedido.

Cuando al cabo de unas cuantas horas mi hermana apareció por la granja el sol comenzaba a ponerse, pero la luz comenzaba a brillar en mi casa. Para ella todo era nuevo, la casona, su esplendida habitación, la gente arropándome. Yo no me había dado cuenta de su llegada, pero se abrazó a mí y por primera vez mi hermana me besó. Yo me aferré a ella y la abracé con todas mis fuerzas y la besé con todo mí ser.

Al fin nos reencontramos y cuando al cabo de unas horas la llevé a su habitación para que descansara, me arrodillé delante de ella, le quité los zapatos y le di unos pequeños masajes en sus pies. Ella estaba sentada en un sillón y se abandonó. Yo la miraba y estaba serena, guapa y relajada, cómoda desde luego.

Yo estaba flotando, por fin mi hermana estaba en mi casa y en la habitación que especialmente había construido para ella, pero además Matilde tenía ligeramente subida la falda y desde mi posición podía ver sus braguitas de color rosa.

Yo me quedé literalmente deslumbrado, ella se dio cuenta de que miraba sus braguitas pero lejos de taparse, cerró los ojos y abrió ligeramente sus piernas. Ese gesto de ella me hizo enormemente feliz, mi hermana no solo no me rechazaba sino que además se mostraba receptiva para que contemplase su chochito, aunque cubierto por sus braguitas de color rosa palo. Podía haber aprovechado la ocasión y seguro que habría podido acceder a su chochito, pero me retuve, tiempo abría, aunque eso si, me tomé mi tiempo para contemplar las delicias de mi hermana en todo su esplendor.

Tenía unos muslos firmes y blanquitos y no tenía el chochito rasurado, pues por la comisura de sus braguitas asomaban algunos pelitos finos y rubitos, además se apreciaba un destacable abombamiento de sus braguitas a lo largo de su monte de Venus, lo que delataba o hacía presagiar unos labios vaginales carnosos y pronunciados.

Acerqué mis labios y besé ligeramente sus muslitos, casi acariciándolos y subí cuanto pude por encima de sus rodillas, cerca, muy cerca a de sus braguitas rosa. Ella nuevamente me hizo una nueva concesión, otra vez se abrió otro poquito de piernas y me mostraba en todo su esplendor sus finísimas braguitas tejidas en suave algodón que ajustaba de forma precisa toda su rajita. Tenía su chochito a menos de una cuarta, podía apreciar nítidamente su embriagador aroma, podía si me lo hubiese propuesto alargar mi lengua y lamer su chochito, pero había decidido que no esa noche, habría otras noches para disfrutar del chochito de mi hermana en toda su inmensidad.

Salí de entre sus piernas, busqué sus labios y la besé con dulzura, con toda la ternura que me era posible. Ella entrelazó sus brazos sobre mi cuello y se entregó feliz y participativa. A cada beso que yo la daba ella me correspondía con otro, cada vez que yo le introducía mi lengua en su boquita, ella me correspondía metiendo la suya en la mía, cada vez que paraba, la miraba a los ojos y me deleitaba con su fresca y atractiva mirada, ella miraba los míos y esbozaba una sonrisa de satisfacción, de complicidad quizás, de felicidad desde luego.

Había química, había atracción mutua, había seducción, pero sobre cualquier otra cosa, había años y años de desencuentro que necesariamente teníamos que recuperar como fuese, porque adoraba a mi hermana, adoraba sus trencitas de niña buena, idolatraba su aspecto limpio y refinado de aquellos años de la niñez, me parecía una diosa inalcanzable para un gañan como yo, sucio, descuidado y siempre entre las vacas, yo oliendo a ganado y ella oliendo a rosas. Creo que me llegué a obsesionar con ella y quizás, quizás por esa razón nunca me eché novia formal, porque ninguna se parecía lo suficiente a mi hermana y en ese momento se lo dije.

Ella se echó a reír, me miró emocionada y me confesó algo inesperado para mí:

-¿Por qué crees que nunca me duraron los novios? Siempre los comparaba contigo y siempre terminaba diciéndome: con ese nunca seré feliz.

Llamaron a la puerta y al otro lado la voz de Lali, la esposa de Jarko, el matrimonio polaco de guardeses que tenía contratado reclamaba la presencia de mi hermana.

-Señorita Matilde, necesito consultarla algunas cosas. -Ahora salgo- le dijo mi hermana, a la vez que me confesaba que desde que había llegado no hacían más que preguntarle cosas. -Es que yo siempre me dediqué a los negocios y el abuelo llevaba todas las cosas de la casa- le dije, aunque no era del todo cierto, les había instruido a todos para que hiciesen sentir a mi hermana como la responsable de la casa.

Al entierro vinieron mi padre, su esposa y los hijos de su esposa, vinieron mi madre, su marido y la nueva hija de mi madre, nuestra media hermana alemana de veinte años de edad, una preciosidad de chiquilla. A todos los atendió Matilde, que con la ayuda de Lali todo estaba en perfectas condiciones. Matilde se sentía segura y se sentía útil e imprescindible.

Cuando acabaron las honras fúnebres y tuvimos un momento de intimidad me dijo:

-Tengo que volver a Madrid, me van a echar de la empresa, aunque si quieren que les diga, me dio la sensación que me lo decía con desgana, sin ganas de marcharse a ninguna parte.

-A ti nadie te va a echar de ninguna parte cielo, ya habló con ellos para decirles que te despides y ya me ocupo de poner tu piso en venta, porque tu sitio esta aquí, en tu casa, y tu trabajo también, en administrar los bienes y las propiedades, ya sabes que yo de eso no sé nada-

A ella se le escapó una lágrima, supongo que de felicidad y me volvió a preguntar:

-¿De verdad quieres que me quedé aquí, en tu casa? -No cielo, esta casa no es sólo mía, es mía y del abuelo y cuando abran el testamento, dentro de unos días, comprobaras que el abuelo te ha dejado a ti heredera única y universal de todos sus bienes, de modo que estás en tu casa.

Se abrazó a mí y se echó a llorar. Yo la cogí entre mis brazos y la llevé a su habitación, la deposité con mimo en un sillón y me arrodillé delante de ella, la descalcé, busqué sus braguitas, que hoy no eran de color rosa palo, sino negras con ribetes amarillos y se las bajé hasta los tobillos. Después acerqué mi cabeza a sus piernas y la enterré entre sus muslos. Matilde se abrió de piernas y me ofreció gustosa su esplendorosa rajita.

Cuando por primera vez mi lengua se paseaba por entre los labios de la rajita de mi hermana creo que el mundo se paró y la gravedad, la jodida gravedad, desapareció de la corteza terrestre y flotábamos cual astronautas en la Estación Espacial. La luz blanquecina se tornó de colores y la estancia parecía un calidoscopio y nosotros, mi hermana y yo, el centro del universo.

Salí de entre sus piernas y contemplé el espectáculo que se me ofrecía generoso a la vista. Ella con semblante de felicidad extrema, con sus tetas a medio descubrir, con sus braguitas por entre sus tobillos, con su chochito cubierto por una espesa mata de pelo rubito, su barriguita reluciente, sus nalguitas entre mis manos, su culito, su apasionante culito acariciado por mis dedos y su lengua paseándose por entre sus labios, todo incitaba a follarla, pero lo mejor aún estaba por llegar.

Matilde se retorcía en el sillón, se desabrochaba el sujetador para librar sus tetitas bien proporcionadas y erectas, se las acariciaba, porque ya no había manos para acariciar más partes de su sensual y apetecible cuerpecito y de pronto unos jadeos apenas imperceptibles se dejaban escuchar en la estancia.

-Que feliz soy, que feliz soy, que feliz soy- Eran sus primeras frases, aunque pronto se tornaron en frases más expresivas: -Que mamada más rica, que ganas tenía de que me mamaras el chochito, que ganas tengo de que me la metas-

Como pudimos, terminamos de desnudarnos los dos y nos fundimos en un apasionado abrazo que terminó con nuestros cuerpos rodando por los suelos. Allí, en el suelo, dimos rienda suelta a nuestros voluptuosos deseos. Matilde enseguida se me mostró como una amante caprichosa, posesiva, exigente. Me cogió la polla con sus dos manos y se la metió entera a la boca, no para chuparla, no para hacerme una paja con su boca, sino para paladearla, saborearla. La cató y se la volvió a sacar de la boca a la vez que me decía con voz apasionada:

-Me gusta como sabe tu polla, me gusta su sabor, me gusta su olor, me gusta su textura, me gusta su grosor- Pero aún fue un tanto más explicita. -Que gorda y que rica tienes la polla- a la vez que me empujaba y me dirigía la cabeza hacia su entrepierna.

Allí me esperaba Matilde abierta de piernas para que le mamara su jugosísima rajita. Tenía un sabor entre dulzón y amargo, salpicado de agrios, pero tanto como el sabor destacaba su frondosa mata de pelos rubitos. Se me metían en la boca, los sentía en mi paladar, se me atragantaban, pero lejos de incomodarme, me estaban poniendo como un burro, le estaba comiendo la rajita a mi hermana y toda la boca la tenía llena de chocho.

Matilde se mostraba endiabladamente activa, estaba en todos los lados, chupándome la polla, acariciándose sus tetas, agarrándome la cabeza con todas sus fuerzas y metiéndomela entre sus piernas, brincando encima de mí y sentando su culito sobre mi boca, me pedía que se lo besara, que se lo comiera, que le metiera la lengua dentro, sus jadeos eran más que elocuentes:

-Bésame el culo, bésamelo, chúpamelo, chúpame el culo joder, chúpame el culo- y se lo chupé, le besé su culito, le metí la lengua en su redondito culito y me gustó, me encantó meterle la lengua en su culito, era una delicia, toda ella era puro sexo.

Y llegó la hora de metérsela, creí que nunca iba a llegar, estaba ansioso, mi polla reventaba, estábamos listos para follar, y follamos, cabalgamos el uno encima del otro, dando vueltas por el suelo, rodando, metiéndonosla, jodiéndonos, follándonos y reventamos, reventamos de placer, los dos aullamos como lobos, y ambos desfallecimos el uno encima del otro.

No, no fue sólo follar, fue locura, fue desenfreno, fue demencia, delirio, enajenación, fue años y años de desearnos y por fin encontrarnos, satisfacernos, amarnos, follarnos desde luego. Cuando finalmente nuestros cuerpos quedaron exhaustos tirados por el suelo, pero aferrados el uno al otro, sin querer soltarnos y queriendo prolongar indefinidamente esos momentos, nos miramos a los ojos y le dije lo más bonito que nunca le había dicho a una mujer:

-Quiero vivir contigo el resto de mi vida, no quiero separarme ya nunca de ti.

Ella me miraba extasiada, más que una amante parecía una diablesa, y con una sonrisa de complicidad me dijo:

-Esto nuestro no es amor, es locura, pero yo también quiero vivir contigo el resto de mi vida-

Y poco a poco la locura fue dejando paso a la cordura, la demencia a la sensatez, pero la pasión no, esa esta presente cada día en nuestras vidas, esa lejos de apagarse cada día arde con más fuerza y cierto día, sin que nadie lo llamase especialmente, sin que nadie lo invitase personalmente, apareció el amor. Me había enamorado de mi hermana Matilde y me casé con ella, nos casamos, aunque nuestro matrimonio no está bendecido, y ¿quieren que les diga lo que siento? Me importa un rábano que nadie bendiga mi matrimonio con mi hermana, pero nos amamos y ante eso, todo los demás es circunstancial.

El sexo es una fuente de placer inagotable, no cuesta dinero, rejuvenece, embellece, es saludable, y además no contamina.


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5 comentarios - hermani hermanita.... como te quiero!!!!!!!!!!!!!!!!!

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excelente la historia a el man lo felicito no todos encuentran a la mujer de su vida y no todos cumplen sus deseos
lennypix
excelente relato brother... unas fotos no vendrían mal... sin rostros claro:P
espero que sean felices sigan cogiendo y tengan hijos sanos con ayuda de la ciencia que ahora sí se puede... sino ps siempre está la adopcion... sé que uds. nunca los abandonarán. Suerte para ambos.
gallazo
tremenda historia
apocalipsis99
muy buena la historia te felicito y espero que sigan siendo muy felices