MIENTRAS TODOS SESTEABAN.
Natalia estaba sentada en el murito. Pasé y noté que se le veía la bombacha. Pasé otra vez, afinando el ojo, y vi que la parte de la bombacha que se le veía estaba mojada. Miré el rostro de Natalia y estaba sonrojado, no de vergüenza o sol. Me senté a su lado. No hablamos. En un instante, mi mano se posó en su rodilla y Natalia dejó hacer. La mano, temblorosa, fue subiendo lentamente hasta llegar al borde de la falda; lo que había debajo no lo veía, pero la mano lo percibía claramente. La piel suave, tibia y levemente húmeda. El borde de la bombacha. El dedo meñique se esfuerza en pasar por debajo y lo logra. Luego, los demás dedos. La mano toda debajo de la bombacha, la palma recibe el calor de la carne abierta al medio. Froto esa carne; Natalia se estremece, se deja, es más, separa las piernas para que el ejercicio sea más cómodo. El dedo mayor encuentra la ranura; ahí está mojado, el dedo se desliza con facilidad y encuentra una serie de pliegues tiernos, delicados, todos húmedos y tibios. Natalia gime, los ojos entrecerrados y la boca apenas abierta; sus muslos se erizan. Su mano llega a mi bragueta. El bulto es notorio. Ella se aferra a mi verga dura. Busca la manera de abrir el cierre y lo logra; logra sacar mi verga afuera del pantalón. El glande parece una ciruela nueva. Está caliente, una hebra de vapor lo envuelve. Nos pasamos del murito hacia atrás, abajo, en el suelo, mirando a la casa. El manoseo va de lo delicado a lo fuerte. Las bocas se encuentran, los labios se babean, las lenguas se enredan. Ahora tengo una mano que va de la concha a las nalgas, frotando sin dificultad. La otra mano desnudó las tetitas pequeñas y muy firmes, con unos pezones inflados, rosados, salientes. Ella huele rico, siento el olor de mi pija un poco más fuerte. La tomo de la nuca y le meto la lengua hasta la garganta y casi de inmediato la guío hasta mi verga. Natalia mete en su boca mi pedazo, lo chupa como a un caramelo, lo lame como a un helado, aparece una gotita de color viscoso y ella la observa mientras oprime el glande hasta que se abre su boca y sale otra gotita. Esa concha pequeñita en mi glande la excita más aún; se abalanza con su lengua y trata de introducir la punta. En esos movimientos, su cola quedó completamente abierta para mí. Apenas empujo y ya tengo sus nalgas abiertas contra mi cara. El culo rosado estaba apenas abierto, ofrecido. Meto mu lengua en él y Natalia gime. Los dedos de la mano introducidos en su concha completamente mojada con un líquido espeso. Otro breve movimiento y ya está Natalia sentada de espaldas a mí, sobre mi pija. Su conchita nueva con los labios estirados y ese culito rosado al que rozo con un dedo y otro hasta comenzar a dejar que se metan bien adentro. Sus tetas están a punto de estallar; mi pija dentro de ella parece escupir fuego. Ambos temblamos en un espasmo intenso. Natalia sos mi puta!- le susurro al oído casi con rabia. Soy tu puta, puta, sí, cógeme todita- replica ella como con rabia también.
Esa noche ambos nos masturbamos recordando ese momento. Ella en su casa y yo en la mía. Y varias otras noches el ritual de pajas se repitió, cada vez que cada uno recordaba ese día a la hora de la siesta. Pasaron muchos años y conocí a muchas mujeres. He cogido y me han cogido de maneras increíbles. Pero jamás se repitió aquel episodio mágico, sin palabras, solo el diálogo de los cuerpos animales calientes, entendiéndose en el sexo explícito. Desde hace años no sé nada de Natalia ni ella de mí, supongo. Cada tanto voy hasta el viejo barrio donde aún está el murito frente a la casa. Siempre espero la oportunidad en que ella también aparezca a visitar nuestro sitio.
Natalia estaba sentada en el murito. Pasé y noté que se le veía la bombacha. Pasé otra vez, afinando el ojo, y vi que la parte de la bombacha que se le veía estaba mojada. Miré el rostro de Natalia y estaba sonrojado, no de vergüenza o sol. Me senté a su lado. No hablamos. En un instante, mi mano se posó en su rodilla y Natalia dejó hacer. La mano, temblorosa, fue subiendo lentamente hasta llegar al borde de la falda; lo que había debajo no lo veía, pero la mano lo percibía claramente. La piel suave, tibia y levemente húmeda. El borde de la bombacha. El dedo meñique se esfuerza en pasar por debajo y lo logra. Luego, los demás dedos. La mano toda debajo de la bombacha, la palma recibe el calor de la carne abierta al medio. Froto esa carne; Natalia se estremece, se deja, es más, separa las piernas para que el ejercicio sea más cómodo. El dedo mayor encuentra la ranura; ahí está mojado, el dedo se desliza con facilidad y encuentra una serie de pliegues tiernos, delicados, todos húmedos y tibios. Natalia gime, los ojos entrecerrados y la boca apenas abierta; sus muslos se erizan. Su mano llega a mi bragueta. El bulto es notorio. Ella se aferra a mi verga dura. Busca la manera de abrir el cierre y lo logra; logra sacar mi verga afuera del pantalón. El glande parece una ciruela nueva. Está caliente, una hebra de vapor lo envuelve. Nos pasamos del murito hacia atrás, abajo, en el suelo, mirando a la casa. El manoseo va de lo delicado a lo fuerte. Las bocas se encuentran, los labios se babean, las lenguas se enredan. Ahora tengo una mano que va de la concha a las nalgas, frotando sin dificultad. La otra mano desnudó las tetitas pequeñas y muy firmes, con unos pezones inflados, rosados, salientes. Ella huele rico, siento el olor de mi pija un poco más fuerte. La tomo de la nuca y le meto la lengua hasta la garganta y casi de inmediato la guío hasta mi verga. Natalia mete en su boca mi pedazo, lo chupa como a un caramelo, lo lame como a un helado, aparece una gotita de color viscoso y ella la observa mientras oprime el glande hasta que se abre su boca y sale otra gotita. Esa concha pequeñita en mi glande la excita más aún; se abalanza con su lengua y trata de introducir la punta. En esos movimientos, su cola quedó completamente abierta para mí. Apenas empujo y ya tengo sus nalgas abiertas contra mi cara. El culo rosado estaba apenas abierto, ofrecido. Meto mu lengua en él y Natalia gime. Los dedos de la mano introducidos en su concha completamente mojada con un líquido espeso. Otro breve movimiento y ya está Natalia sentada de espaldas a mí, sobre mi pija. Su conchita nueva con los labios estirados y ese culito rosado al que rozo con un dedo y otro hasta comenzar a dejar que se metan bien adentro. Sus tetas están a punto de estallar; mi pija dentro de ella parece escupir fuego. Ambos temblamos en un espasmo intenso. Natalia sos mi puta!- le susurro al oído casi con rabia. Soy tu puta, puta, sí, cógeme todita- replica ella como con rabia también.
Esa noche ambos nos masturbamos recordando ese momento. Ella en su casa y yo en la mía. Y varias otras noches el ritual de pajas se repitió, cada vez que cada uno recordaba ese día a la hora de la siesta. Pasaron muchos años y conocí a muchas mujeres. He cogido y me han cogido de maneras increíbles. Pero jamás se repitió aquel episodio mágico, sin palabras, solo el diálogo de los cuerpos animales calientes, entendiéndose en el sexo explícito. Desde hace años no sé nada de Natalia ni ella de mí, supongo. Cada tanto voy hasta el viejo barrio donde aún está el murito frente a la casa. Siempre espero la oportunidad en que ella también aparezca a visitar nuestro sitio.
1 comentarios - Mientras todos sesteaban
jajajaja
excelente trabajo