Otro relato de Mariela hot
Resulta sorprendente lo que se puede lograr con las redes sociales, en apenas unos pocos días armé el mío, puse algunas fotos familiares, la mayoría con mi marido, fotos de nuestro casamiento, de la luna de miel, las que se pueden mostrar, claro, y casi enseguida comenzaron a contactarme personas que hacía tiempo no veía, y algunas de las cuáles ya casi ni me acordaba. Los primeros en ponerse en contacto fueron ex compañeros de la primaria, quienes, gracias a esta vastísima red social, estaban rastreando gente para organizar un encuentro de la promoción del ´96. Obvio que me adherí enseguida a tal idea, ya que por circunstancias de la vida había perdido el contacto con varios de ellos.
Los mails empezaron a circular proponiendo fechas y lugares, algunos que podían, otros que no, otra vez los mails que iban y venían, hasta que logramos coincidir en fecha y horario, un sábado por la tarde, en la casa de Agustina quién había sido una de mis mejores amigas durante toda la adolescencia.
La reunión se llevó a cabo y la emoción del reencuentro estuvo a la orden del día, nos contamos anécdotas ya casi olvidadas de la escuela primaria y nos pusimos al corriente de cómo estábamos cada uno de nosotros en la actualidad.
Estuvimos todos, o casi todos, ya que faltó Eugenio, al que le decíamos el “bobo” de la clase, el blanco de todas nuestras burlas. La mayoría se acordó de él cuándo se hizo alguna referencia a las bromas pesadas que solíamos hacerle, aunque la verdad es que yo esperaba verlo en la reunión por otro motivo.
Ya varios días antes habíamos comenzado a contactarnos por correo electrónico. Él también me localizó gracias a esta red social, pero tardó en mandarme la solicitud para que lo agregara como amigo ya que pensaba que lo iba a rechazar. Nada más alejado de la verdad, lo acepté enseguida, y es que en cierta forma sentía algo de culpa por haberlo tratado tan mal durante todos esos años. Yo sabía que él estaba enamorado de mí, nunca me lo dijo pero las chicas solemos darnos cuenta de esas cosas, y aunque en esa época solo teníamos 12 o 13 años, los sentimientos ya habían empezado a aflorar. Algo así no se nos escapa.
Eugenio siempre fue muy atento y cordial conmigo, muchas veces me preguntaba si quería que me llevara la mochila a la salida del cole, pero yo me reía y me sumaba a las bromas siempre pesadas que le hacían mis compañeros. Pero ahora… ahora me sentía culpable, y necesitaba resarcirme de alguna manera. Quería pedirle disculpas por todo lo que le había hecho, decirle que lo lamentaba, que había sido una tonta al sumarme a semejante burlas, pero él no estuvo.
Sin embargo días después recibí un mail suyo en el que me pedía disculpas por no haber ido, pero se justificaba diciendo que no se hubiera sentido cómodo reuniéndose con los demás, con quienes lo habían menospreciado tanto, y que de toda aquella promoción solo le interesaba ver a una persona: a mí.
Le contesté mandándole mi número de celular y un inequívoco: “Llamame”. Obvio que me llamó enseguida.
Charlamos un rato, le conté como estaban nuestros ex compañeros, y antes de despedirnos le dije que me gustaría que nos encontráramos, que tenía ganas de verlo, que si no le gustaban las reuniones podíamos vernos los dos, él y yo, a solas, sin nadie más. Por supuesto que estuvo de acuerdo. Así que quedamos en vernos un día de la semana, después del trabajo, en una confitería del centro.
Estaba como siempre, como si no hubieran pasado los años, como si el colegio hubiera terminado ayer nomás.
Charlamos bastante, y aunque siempre fue bastante retraído me contó de sus cosas. Todavía estaba solo, sin novia, una constante en su monótona y aburrida vida. Me dio mucha más pena todavía.
Tras casi hora y media, llegó la hora de la despedida, pagó la cuenta, salimos juntos de la confitería, y ya en la vereda nos dimos un beso, en la mejilla. Al separarnos, me quede mirándolo a los ojos, viendo esa tristeza suya que tanto me conmovía.
-¿Euge… queres que vayamos a un telo?- le pregunte.
Las palabras surgieron espontáneas de mi boca. Ni siquiera había pensado en decirle algo así, ni se me había pasado por la cabeza tal idea. Pero se lo había dicho. De pronto me di cuenta que tenía verdaderas ganas de acostarme con él, que no era solo la lástima que me inspiraba, no se trataba en lo absoluto de un acto de beneficencia. Quería que me cogiera, no solo se lo debía a él, sino también a mí misma.
-Pero… estas casada- observó como si no me hubiera dado cuenta por mí misma de tal detalle.
-¿Y con eso que?- le replique –No va a ser la primera vez que le ponga los cuernos a mi marido, hasta te diría que ya lo tengo como hobby- bromeé. ¿Bromeé?
Me miró y se sonrió. Seguramente ya se imaginaba que no era una esposa sumamente fiel.
-¿Y?, ¿queres o no queres?- lo apure.
-Por supuesto que quiero, es lo que siempre desee- respondió.
No tuvo que agregar nada más. Nos tomamos de las manos y fuimos al albergue transitorio más cercano.
Ya en la habitación me lancé a sus brazos y lo besé como de seguro él siempre había soñado. Metía mi lengua dentro de su boca y la revolvía toda por dentro, frotándola con la suya, mientras le manoteaba sin pudor ese bulto suyo que crecía desmesuradamente entre sus piernas.
Con solo tocárselo me daba cuenta del potencial que tenía Eugenio en esa parte de su cuerpo.
Nos tiramos sobre la cama y ahí mismo sin dejar de besarnos le desabroche el pantalón y saque de entre sus ropas aquella herramienta de placer que ya estaba en su punto de máxima erección. ¿Qué puedo decirles? Era algo terrible, de verdad impresionante, si hasta me maldecía a mí misma por no haber disfrutado mucho antes de semejante prodigio. Se trataba de algo por demás revelador, que Eugenio pudiera tener tal atributo confirmaba aquel dicho que dice que lo que la naturaleza te mezquina por un lado te lo compensa por otro, y a él lo había compensado en una forma que podríamos decir exagerada.
Me aferre entonces de aquel caño maestro, sobándolo con las dos manos, frotándole las bolas también, para luego chuparlo con frenesí, comiéndomelo prácticamente hasta por la mitad, metiendo y sacando de mi boca todo ese pedazo de carne que se inflamaba cada vez más conforme acrecentaba la fruición de mis labios. Eugenio estaba que deliraba, no le alcanzaban las manos para tocarme, ni los ojos para mirarme, mirándome incluso a través de los espejos, tanto los de las paredes como el del techo, disfrutando la forma en que me comía su verga, sin empacho, mandándomela hasta más allá de las amígdalas. La sentía jugosa y caliente, resbalando fluidamente en mi paladar, llenándome, rebalsándome con su portentoso volumen, sofocándome con tanta carnosidad. De vez en cuándo me la sacaba de la boca, para recuperar el aliento, y se la relamía y chupaba por los lados, se la besaba, se la mordía, para volver a comérmela en esa forma que a él tanto lo conmovía. El gusto que sentía al llenarme la boca con semejante verga era soberbio. Entonces decidí que lo haríamos sin preservativo, quería sentir ese trozo al natural, sin ningún látex de por medio, así que me le subí encima, a caballito, y agarrándosela con mi propia mano la mantuve bien derecha mientras me sentaba y me la iba acomodando adentro, sintiéndola como entraba pedazo por pedazo, llenándome de a poco aunque en forma segura. ¡Que placer! ¡Que delicia! Si unos años antes me hubiesen dicho que llegaría a coger algún día con el “bobo” de Eugenio, mi ex compañero del primario, le hubiera dicho que estaba completamente loco. Pero ahí estaba, recibiendo su verga, sintiéndola dentro de mí, cada vez más adentro, llenándome con esa delicia absoluta que solo un buen trozo de virilidad puede proporcionar. Cuándo la tuve toda adentro me quede un rato quieta, sintiéndola, disfrutándola, dejándome atravesar por esos estremecimientos que te hacen saber que el placer más intenso comienza a expandirse por todo tu cuerpo. Luego empiezo a moverme de a poco, subiendo y bajando hasta encontrar la cadencia adecuada, el ritmo que nos asegure el disfrute más plácido e intenso. El rostro de Eugenio refleja alegría e incredulidad, como si todo aquello fuera tan solo un sueño, pero no, es la hermosa realidad, y ahí estamos los dos para confirmarlo, encastrados el uno en el otro, él en mí, convirtiéndose por ese momento en el amo absoluto de mi cuerpo y de mis sentidos.
Mi montada se vuelve más y más enérgica a cada instante, al igual que mis gemidos y jadeos los cuáles aumentan de intensidad en concordancia con mis movimientos, mis pechos se sacuden de un lado a otro, toda mi piel se calienta y enrojece debido a la emotividad de esas sensaciones, las pulsaciones se aceleran, y todo parece ir a mil por hora.
Me gusta sentir sus bolas retumbando contra mis gajos cada vez que me la mando a guardar hasta lo más recóndito, sintiéndola palpitar allí, en lo más íntimo y sagrado, al rato nos damos vuelta, ahora él esta arriba, dándome con todo, sin pausa alguna, arremetiendo contra mi cuerpo con un ímpetu por demás acelerado y desbocado. Me la mete toda, entera, haciéndome sentir su latir en los confines más profundos y alejados de mi sexo.
-¡Más… dame más…!- le pido entre ahogados suspiros, la voz ronca de tanta calentura, agarrándolo de los pelos y atrayéndolo aún más hacía mí, deseando que me coja hasta que el mundo se acabe y se evapore en cenizas. No quiero más que satisfacción, la satisfacción que solo un hombre puede dispensarme. Un hombre como él, ansioso como estaba por cogerme desde hacia tantos años. Y el polvo que nos echamos bien valió la pena. Intenso, refulgente, sublime, poderoso.
En cuatro patas me sigue dando con todo, embistiéndome una y otra vez, ensartándomela hasta los pelos, sacudiéndome los cachetes de la cola con cada penetración, y mientras me la mete y me la saca yo misma me meto un dedo en el culo para dilatar en la forma apropiada esa zona que también quiere sentirlo.
-¡Haceme la colita!- le pido entonces, ofreciéndole mi agujero trasero en todo su esplendor.
Me la saca de un lado y me la mete por el otro, proporcionándome un placer infinito, sin fisuras, una orgía de sensaciones que se entrelazan la una con la otra para formar una cadena que me envuelve y somete sin que pueda oponerle la menor resistencia.
Sentirla por el culo completa el círculo, me hace sentir que mi redención no ha sido en vano. Bien aferrado de mis caderas Eugenio se mueve con una cadencia perfecta, perforándome sin pausa, acelerando de a poco, hasta que en uno de esos últimos arrebatos me la deja bien guardada adentro y acaba en medio de exaltados y gozosos suspiros, llenándome el culo de leche, ahogándome en su propia efervescencia. Gritando de placer, rugiendo prácticamente, acabo yo también, deshaciéndome en gemidos, empujando la colita contra su pelvis y moviéndola en círculos para sentir aún más nítidamente ese torrente vivo que fluye espesamente por cada rincón de mi culito, quemándome, situándome al borde mismo del colapso.
Cuándo me la sacó, toda fláccida y rugosa, empapada en semen, se la volví a chupar, limpiándosela con mis labios y lengua, saboreando en su verga la nata del placer, la que tanto tiempo me había llevado disfrutar.
Desde entonces y para siempre Eugenio había dejado de ser, para mí, el bobo de la clase.
Muchachos espero sus comentarios
Resulta sorprendente lo que se puede lograr con las redes sociales, en apenas unos pocos días armé el mío, puse algunas fotos familiares, la mayoría con mi marido, fotos de nuestro casamiento, de la luna de miel, las que se pueden mostrar, claro, y casi enseguida comenzaron a contactarme personas que hacía tiempo no veía, y algunas de las cuáles ya casi ni me acordaba. Los primeros en ponerse en contacto fueron ex compañeros de la primaria, quienes, gracias a esta vastísima red social, estaban rastreando gente para organizar un encuentro de la promoción del ´96. Obvio que me adherí enseguida a tal idea, ya que por circunstancias de la vida había perdido el contacto con varios de ellos.
Los mails empezaron a circular proponiendo fechas y lugares, algunos que podían, otros que no, otra vez los mails que iban y venían, hasta que logramos coincidir en fecha y horario, un sábado por la tarde, en la casa de Agustina quién había sido una de mis mejores amigas durante toda la adolescencia.
La reunión se llevó a cabo y la emoción del reencuentro estuvo a la orden del día, nos contamos anécdotas ya casi olvidadas de la escuela primaria y nos pusimos al corriente de cómo estábamos cada uno de nosotros en la actualidad.
Estuvimos todos, o casi todos, ya que faltó Eugenio, al que le decíamos el “bobo” de la clase, el blanco de todas nuestras burlas. La mayoría se acordó de él cuándo se hizo alguna referencia a las bromas pesadas que solíamos hacerle, aunque la verdad es que yo esperaba verlo en la reunión por otro motivo.
Ya varios días antes habíamos comenzado a contactarnos por correo electrónico. Él también me localizó gracias a esta red social, pero tardó en mandarme la solicitud para que lo agregara como amigo ya que pensaba que lo iba a rechazar. Nada más alejado de la verdad, lo acepté enseguida, y es que en cierta forma sentía algo de culpa por haberlo tratado tan mal durante todos esos años. Yo sabía que él estaba enamorado de mí, nunca me lo dijo pero las chicas solemos darnos cuenta de esas cosas, y aunque en esa época solo teníamos 12 o 13 años, los sentimientos ya habían empezado a aflorar. Algo así no se nos escapa.
Eugenio siempre fue muy atento y cordial conmigo, muchas veces me preguntaba si quería que me llevara la mochila a la salida del cole, pero yo me reía y me sumaba a las bromas siempre pesadas que le hacían mis compañeros. Pero ahora… ahora me sentía culpable, y necesitaba resarcirme de alguna manera. Quería pedirle disculpas por todo lo que le había hecho, decirle que lo lamentaba, que había sido una tonta al sumarme a semejante burlas, pero él no estuvo.
Sin embargo días después recibí un mail suyo en el que me pedía disculpas por no haber ido, pero se justificaba diciendo que no se hubiera sentido cómodo reuniéndose con los demás, con quienes lo habían menospreciado tanto, y que de toda aquella promoción solo le interesaba ver a una persona: a mí.
Le contesté mandándole mi número de celular y un inequívoco: “Llamame”. Obvio que me llamó enseguida.
Charlamos un rato, le conté como estaban nuestros ex compañeros, y antes de despedirnos le dije que me gustaría que nos encontráramos, que tenía ganas de verlo, que si no le gustaban las reuniones podíamos vernos los dos, él y yo, a solas, sin nadie más. Por supuesto que estuvo de acuerdo. Así que quedamos en vernos un día de la semana, después del trabajo, en una confitería del centro.
Estaba como siempre, como si no hubieran pasado los años, como si el colegio hubiera terminado ayer nomás.
Charlamos bastante, y aunque siempre fue bastante retraído me contó de sus cosas. Todavía estaba solo, sin novia, una constante en su monótona y aburrida vida. Me dio mucha más pena todavía.
Tras casi hora y media, llegó la hora de la despedida, pagó la cuenta, salimos juntos de la confitería, y ya en la vereda nos dimos un beso, en la mejilla. Al separarnos, me quede mirándolo a los ojos, viendo esa tristeza suya que tanto me conmovía.
-¿Euge… queres que vayamos a un telo?- le pregunte.
Las palabras surgieron espontáneas de mi boca. Ni siquiera había pensado en decirle algo así, ni se me había pasado por la cabeza tal idea. Pero se lo había dicho. De pronto me di cuenta que tenía verdaderas ganas de acostarme con él, que no era solo la lástima que me inspiraba, no se trataba en lo absoluto de un acto de beneficencia. Quería que me cogiera, no solo se lo debía a él, sino también a mí misma.
-Pero… estas casada- observó como si no me hubiera dado cuenta por mí misma de tal detalle.
-¿Y con eso que?- le replique –No va a ser la primera vez que le ponga los cuernos a mi marido, hasta te diría que ya lo tengo como hobby- bromeé. ¿Bromeé?
Me miró y se sonrió. Seguramente ya se imaginaba que no era una esposa sumamente fiel.
-¿Y?, ¿queres o no queres?- lo apure.
-Por supuesto que quiero, es lo que siempre desee- respondió.
No tuvo que agregar nada más. Nos tomamos de las manos y fuimos al albergue transitorio más cercano.
Ya en la habitación me lancé a sus brazos y lo besé como de seguro él siempre había soñado. Metía mi lengua dentro de su boca y la revolvía toda por dentro, frotándola con la suya, mientras le manoteaba sin pudor ese bulto suyo que crecía desmesuradamente entre sus piernas.
Con solo tocárselo me daba cuenta del potencial que tenía Eugenio en esa parte de su cuerpo.
Nos tiramos sobre la cama y ahí mismo sin dejar de besarnos le desabroche el pantalón y saque de entre sus ropas aquella herramienta de placer que ya estaba en su punto de máxima erección. ¿Qué puedo decirles? Era algo terrible, de verdad impresionante, si hasta me maldecía a mí misma por no haber disfrutado mucho antes de semejante prodigio. Se trataba de algo por demás revelador, que Eugenio pudiera tener tal atributo confirmaba aquel dicho que dice que lo que la naturaleza te mezquina por un lado te lo compensa por otro, y a él lo había compensado en una forma que podríamos decir exagerada.
Me aferre entonces de aquel caño maestro, sobándolo con las dos manos, frotándole las bolas también, para luego chuparlo con frenesí, comiéndomelo prácticamente hasta por la mitad, metiendo y sacando de mi boca todo ese pedazo de carne que se inflamaba cada vez más conforme acrecentaba la fruición de mis labios. Eugenio estaba que deliraba, no le alcanzaban las manos para tocarme, ni los ojos para mirarme, mirándome incluso a través de los espejos, tanto los de las paredes como el del techo, disfrutando la forma en que me comía su verga, sin empacho, mandándomela hasta más allá de las amígdalas. La sentía jugosa y caliente, resbalando fluidamente en mi paladar, llenándome, rebalsándome con su portentoso volumen, sofocándome con tanta carnosidad. De vez en cuándo me la sacaba de la boca, para recuperar el aliento, y se la relamía y chupaba por los lados, se la besaba, se la mordía, para volver a comérmela en esa forma que a él tanto lo conmovía. El gusto que sentía al llenarme la boca con semejante verga era soberbio. Entonces decidí que lo haríamos sin preservativo, quería sentir ese trozo al natural, sin ningún látex de por medio, así que me le subí encima, a caballito, y agarrándosela con mi propia mano la mantuve bien derecha mientras me sentaba y me la iba acomodando adentro, sintiéndola como entraba pedazo por pedazo, llenándome de a poco aunque en forma segura. ¡Que placer! ¡Que delicia! Si unos años antes me hubiesen dicho que llegaría a coger algún día con el “bobo” de Eugenio, mi ex compañero del primario, le hubiera dicho que estaba completamente loco. Pero ahí estaba, recibiendo su verga, sintiéndola dentro de mí, cada vez más adentro, llenándome con esa delicia absoluta que solo un buen trozo de virilidad puede proporcionar. Cuándo la tuve toda adentro me quede un rato quieta, sintiéndola, disfrutándola, dejándome atravesar por esos estremecimientos que te hacen saber que el placer más intenso comienza a expandirse por todo tu cuerpo. Luego empiezo a moverme de a poco, subiendo y bajando hasta encontrar la cadencia adecuada, el ritmo que nos asegure el disfrute más plácido e intenso. El rostro de Eugenio refleja alegría e incredulidad, como si todo aquello fuera tan solo un sueño, pero no, es la hermosa realidad, y ahí estamos los dos para confirmarlo, encastrados el uno en el otro, él en mí, convirtiéndose por ese momento en el amo absoluto de mi cuerpo y de mis sentidos.
Mi montada se vuelve más y más enérgica a cada instante, al igual que mis gemidos y jadeos los cuáles aumentan de intensidad en concordancia con mis movimientos, mis pechos se sacuden de un lado a otro, toda mi piel se calienta y enrojece debido a la emotividad de esas sensaciones, las pulsaciones se aceleran, y todo parece ir a mil por hora.
Me gusta sentir sus bolas retumbando contra mis gajos cada vez que me la mando a guardar hasta lo más recóndito, sintiéndola palpitar allí, en lo más íntimo y sagrado, al rato nos damos vuelta, ahora él esta arriba, dándome con todo, sin pausa alguna, arremetiendo contra mi cuerpo con un ímpetu por demás acelerado y desbocado. Me la mete toda, entera, haciéndome sentir su latir en los confines más profundos y alejados de mi sexo.
-¡Más… dame más…!- le pido entre ahogados suspiros, la voz ronca de tanta calentura, agarrándolo de los pelos y atrayéndolo aún más hacía mí, deseando que me coja hasta que el mundo se acabe y se evapore en cenizas. No quiero más que satisfacción, la satisfacción que solo un hombre puede dispensarme. Un hombre como él, ansioso como estaba por cogerme desde hacia tantos años. Y el polvo que nos echamos bien valió la pena. Intenso, refulgente, sublime, poderoso.
En cuatro patas me sigue dando con todo, embistiéndome una y otra vez, ensartándomela hasta los pelos, sacudiéndome los cachetes de la cola con cada penetración, y mientras me la mete y me la saca yo misma me meto un dedo en el culo para dilatar en la forma apropiada esa zona que también quiere sentirlo.
-¡Haceme la colita!- le pido entonces, ofreciéndole mi agujero trasero en todo su esplendor.
Me la saca de un lado y me la mete por el otro, proporcionándome un placer infinito, sin fisuras, una orgía de sensaciones que se entrelazan la una con la otra para formar una cadena que me envuelve y somete sin que pueda oponerle la menor resistencia.
Sentirla por el culo completa el círculo, me hace sentir que mi redención no ha sido en vano. Bien aferrado de mis caderas Eugenio se mueve con una cadencia perfecta, perforándome sin pausa, acelerando de a poco, hasta que en uno de esos últimos arrebatos me la deja bien guardada adentro y acaba en medio de exaltados y gozosos suspiros, llenándome el culo de leche, ahogándome en su propia efervescencia. Gritando de placer, rugiendo prácticamente, acabo yo también, deshaciéndome en gemidos, empujando la colita contra su pelvis y moviéndola en círculos para sentir aún más nítidamente ese torrente vivo que fluye espesamente por cada rincón de mi culito, quemándome, situándome al borde mismo del colapso.
Cuándo me la sacó, toda fláccida y rugosa, empapada en semen, se la volví a chupar, limpiándosela con mis labios y lengua, saboreando en su verga la nata del placer, la que tanto tiempo me había llevado disfrutar.
Desde entonces y para siempre Eugenio había dejado de ser, para mí, el bobo de la clase.
Muchachos espero sus comentarios
5 comentarios - Red Social
nimedia11
Buen relato. Pasá por mi primer post (relato).
Saludos.