Somos un matrimonio joven, ambos 35 años, compañeros y muy enamorados. Llevamos 14 años de casados y tenemos tres hijos. Ambos somos delgados y de muy buena presencia.
Desde hacía un tiempo yo necesitaba generar un cambio en nuestras relaciones sexuales, lo habíamos conversado, poco a poco fuimos incluyendo juegos nuevos, convencionales y no tanto, pero nunca llegamos a incluir a un tercero en nuestra cama y cuando alguna vez salía el tema (por que yo lo sacaba) la respuesta era siempre la misma: “No”.
Lo más cerca que habíamos estado de incluir a alguien en nuestros juegos fue cuando hace algún tiempo, trabamos amistad con un matrimonio nuevo. En esa oportunidad, las charlas de los cuatro giraban con frecuencia en torno al sexo y entre bromas jodiamos con enfiestarnos. A mi esposa le calentaba la fantasía de tener sexo todos juntos, en un mismo recinto, pero sin intercambiar parejas. Pero como siempre, quedaba claro que todo quedaba en el plano de la fantasía, sin chances de concretarlo.
Por mi parte, me calentaba la idea de que alguien más admirara su cuerpo desnudo, atlético, con buenas curvas y una cola perfecta, mientras hacíamos el amor.
Muchas veces, se remontaba la fantasía de incluir a un tercero, siempre traído por mi el tema y notaba como el juego de palabras y sugerencias provocaba en ella una gran excitación. Disfrutaba sobremanera el observar como su vulva completamente depilada se hinchaba y babeaba de placer. Al momento de llegar al clímax, sus orgasmos múltiples la hacían arquearse en rítmicas e incontrolables contorsiones que una vez terminadas nos dejaban exhaustos y extasiados.
Pasado un tiempo, estas fantasías dejaron de ser tan recurrentes y lentamente fuimos regresando a nuestras típicas relaciones “convencionales”, con más o menos juegos, pero sin salir demasiado de lo normal.
Esto me aburría sobre manera. En mi cabeza seguía dando vueltas la idea de incluir a un tercero, pero no para que actuara de forma activa sino más bien pasiva. Alguien que participara de la acción pero sin tomar parte predominante, alguien que se mantuviera sujeto a nuestras reglas. Que si ella solo lo quería para que mirara, eso fuera lo único que él hiciera. Y solo rozaría su piel si ambos lo consentíamos. Esa era mi fantasía.
Con esta idea en la cabeza, fui armando un plan. Sabía que de proponerlo directamente no funcionaría, por lo que tendría que de algún modo forzarlo. Decidí entonces, investigar en Internet sobre algunos boliches swinger y su funcionamiento. La idea era organizar alguna salida solos y como quien no quiere la cosa rumbear para el lado del centro, hacia donde se encontraba el boliche elegido. Una vez allí la cosa sería más fácil y se daría de forma natural.
Finalmente el día llegó. Organizamos una salida con ella y con la excusa de ir al centro para conocer algún lugar nuevo, nos dirigimos hacia ese boliche. Ya en el camino, mientras conversábamos en el auto, fui tirando la idea de visitar uno de estos lugares swinger, solo para ver y conocer algo nuevo. Pero sin intenciones de participar. Noté que poco a poco la idea fue resultándole agradable, siempre con la garantía de que no participaríamos. Solo iríamos en carácter de curiosos. Terminamos poniéndonos de acuerdo y acabamos dejando el auto en la playa de estacionamiento de este lugar.
Ingresamos tomados de la mano y una vez adentro, y luego de las explicaciones y recomendaciones de rigor por parte de los anfitriones, nos dirigimos a la barra para poder tener una mejor vista de la pista de baile y los sectores destinados para que las parejas pudieran sentarse y conocer a otras parejas. Pedí un trago para mí y como ella no toma alcohol, le pedí una gaseosa. Luego la invité a echar una mirada al piso superior, donde seguramente habría algo más de “acción”.
Nos acomodamos en un sector frente a uno de los reservados, desde donde a pesar de la tenue luz que reinaba en el ambiente, podíamos apreciar como dos parejas iniciaban su juego erótico. Una era una pareja de unos cincuenta años y la otra no pasaba de los veinte. La chica tenía agarrados los huevos del hombre mayor y el pene entraba y salía de su boca rítmicamente hasta hacer tope con la pronunciada barriga. La otra mujer se encontraba tumbada con sus piernas abiertas y la cabeza del joven hurgando con su lengua en su clítoris y su vulva, mientras con una mano acariciaba los pezones erectos de su mujer y con la otra se masturbaba lentamente.
Esta vista, nos calentó sobre manera a ambos, que de a poco íbamos perdiendo el pudor inicial y comenzábamos a manosearnos lentamente. Ella se encontraba vestida con una corta minifalda y una blusa con un amplio y sugerente escote. Baje mi mano hasta alcanzar su pierna por detrás del muslo y mis dedos comenzaron a subir hacia adentro de la minifalda, mientras ella refregaba su hermosa cola contra mi pene, el cual para estas alturas ya había alcanzado una formidable erección. Mi otra mano acariciaba suavemente por debajo de la blusa su pezón derecho, el cual se encontraba duro e invitaba a juguetear con él.
Siempre sin quitar la vista del espectáculo montado frente a nosotros, ella corrió su pelo hacia el otro lado e inclinó su cabeza un poco ofreciéndome su cuello para ser recorrido por mis labios y mi lengua que ansiaban besarlo, lamerlo, morderlo, y su mano buscó mi entrepierna por detrás de sus nalgas. Mis dedos habían logrado su objetivo de exploración y lograban ya sentir por sobre su minúscula bombachita, la humedad de sus hinchados labios. Acaricié delicadamente su vulva por sobre la tela, esparciendo sus fluidos en cada pasada hasta llegar a su clítoris. Mientras yo hacía esto por debajo, no dejaba de jugar con su pezón y mi boca no paraba de besar su cuello. Ella había logrado bajar mi cremallera y su mano se Encontraba asida firmemente a mi pene y lo estimulaba subiendo y bajando despaciosamente.
En determinado momento mientras recorría sus hombros con mis labios, descubro hacia nuestra izquierda a un hombre maduro, de unos 45 años, bien vestido y con pelo entrecano, observando nuestro accionar. Lejos de intentar disimular, lo miré y seguí con mi juego, mientras el siguió mirándonos, apoyado contra una de las barandas que llevaba hacia la escalera.
El notar esto me calentó aún más y locas imágenes se cruzaron por mi mente, mis dedos corrieron la tela que cubría la entrada a su vagina e introduje dos dedos en su conducto que inmediatamente comenzaron a presionar contra su punto G. Esto hizo que se doblará hacia delante en un espasmo de placer y comenzara a jadear sonoramente. Retiré mis dedos y la giré hacia mi para hundir mi lengua en su boca que abierta se dejaba explorar. Nuestras lenguas se rozaron, nos besamos con pasión de quinceañeros descubriendo el sexo y mis manos se posaron sobre su culo firme.
Lo apretaba, le abría los cachetes por sobre la minifalda y en un intento por saber hasta donde llegaba su desenfreno, tiré de la tela hacia arriba unos centímetros hasta estar seguro de que nuestro espectador tenía una buena vista del comienzo de sus nalgas desnudas, solo cubiertas por la delgada tirita de la tanga.
Su mano buscó mi pene nuevamente y lo sacó fuera para ponerlo entre sus piernas y pude sentir en mi glande el calor y la humedad de su entrepierna mientras ella se movía sigilosamente hacia adelante y hacia atrás para aumentar aún más su excitación.
Podía sentir su respiración entrecortada en mi oído mientras lamía sus oídos y seguía levantando su pollera, hasta que sus curvas quedaron completamente expuestas. Volví a “relojear” al caballero de la escalera y noté que se ponía en marcha hacia nosotros con una mano en su bolsillo y la otra cruzada hacia atrás en la espalda, con todo el aplomo de quien posee clase y demuestra su seguridad al resto del mundo.
Lo miré acercarse hasta que se detuvo a no menos de un metro de distancia y su mirada buscó mi aprobación para continuar siguiendo de cerca la acción. Solo me limité a bajar mis ojos hacia mi esposa, tomé su cara con ternura y nuevamente nos trenzamos en un apasionado beso. La abracé y volví a darla vuelta para que su culo desnudo se apoyara sobre mi miembro y quedaran piel sobre piel.
Ella alzo su mirada y se encontró con este apuesto hombre, mayor que nosotros, de buena contextura y agradables facciones mirando su cuerpo y deseándola con la mirada. Atinó a bajar su falda, como intimidada al estar siendo observada con esa lujuria masculina que se nos escapa por los ojos cuando deseamos a alguien. Retuve sus brazos y no se resistió a mi presión. Solo corrió su cara hacia un costado y cerró sus ojos en una expresión de deseo y entrega.
La batalla estaba ganada, su calentura y desenfreno eran tales, que ya no le importaba si la observaban directamente. Aunque expresado en otras palabras, gozaba de saber que otro hombre la veía expuesta y la hacia sentir una hembra en celo escogiendo al macho para su apareamiento. Solo quedaba descubrir que tan arriesgada sería su próxima jugada.
Bajé mis manos hasta su entrepierna y corrí su bombacha transparente y húmeda hacia un costado para dejar expuesto su clítoris a la vista de nuestro ocasional compañero. Ella bajó su mano para comenzar a masturbarse pero se la retiré, mientras nuestro ocasional espectador recostado contra la pared seguía atento a nuestros movimientos.
Mi pija buscó su vagina y de una embestida furiosa, que la volcó hacia adelante, hizo tope contra su útero, provocando en ella un quejido. Mi calentura continuaba en aumento y la volteé contra la pared para que pudiera apoyar sus manos y comencé a bombear suavemente, mientras ella me miraba de reojo y recorría con la lengua sus labios.
Yo rozaba sus pezones con la yema de los dedos por debajo de la blusa, ya había desabrochado su sostén y podía hacerlo libremente, podía sentir lo duro que estaban y cada tanto le apretaba los pechos y besaba su espalda. Ella abría sus piernas y acompañaba el rítmico movimiento con sus rodillas, mientras arqueaba su cabeza hacia atrás con su boca abierta, como queriendo absorber más aire del que sus pulmones permitían. En uno de esos vaivenes, giró su cabeza de manera salvaje dirigiendo su mirada al hombre recostado sobre la pared y lo miró fijamente, cerró sus ojos y volvió a dejar caer su cabeza hacia delante, mientras yo continuaba cogiendo su jugosa conchita y abría su culo para tener una mejor visión de su agujerito abierto por la presión de mis dedos.
Nuestro amigo sintiéndose abalado por la mirada que ella le había dirigido, se acercó hasta encontrarse a nuestro lado y ella volvió a mirarlo. Me acerqué a su oído y le sugerí que él la deseaba, que quería tener su pija en el mismo lugar que ahora estaba la mía y le pregunté que tanto le calentaba a ella, reconocer esa idea: “¡mucho!” dijo con voz sonora para superar el volumen de la música del lugar. Volví susurrarle que su pija estaba dura y apretada dentro del pantalón, que era evidente el bulto que denunciaba sobre la tela… Como sin quererlo, miró de reojo hacia la bragueta del hombre y tímidamente subió su vista hasta encontrarse con sus ojos que seguían mirándola.
Le dije que se animara, que deseaba verla con la pija de otro en su mano, que le bajara el cierre y liberara esa pija de una vez. El hombre le ganó de mano y bajó primero su bragueta y buscó mi mirada aprobatoria, a lo cual le guiñé un ojo en clara señal de luz verde. Mi mujer no reaccionaba, yo sabía que en su cabeza se debatían su calentura contra sus conceptos de moral y “corrección”, pero en la mía, la idea de verla chupando otra pija, hacía que mis neuronas funcionasen como nunca… El sudor recorría mi frente y mi pecho estaba empapado, mientras continuaba cogiéndola con tanta fuerza que hacía rebotar sus senos en su pecho y la cabeza del pene me dolía.
Cuando finalmente él sacó su verga, mi hombría se sintió un tanto acobardada… Su pija era imponente, gorda e hinchada, de un tamaño bastante superior al común de los mortales. Las venas en su tronco eran gruesas e inflamadas y su cabeza amoratada era de un grosor importante. Las dudas poblaron mi cabeza, pero se disiparon al instante en que vi que mi esposa se había armado de valor y su calentura había ganado el debate interno. Nuestro amigo se había colocado un forro y ella había tomado su pene por la base y comenzaba a masturbarlo, mientras una mano de él, pedía permiso entre las mías y apretaba firmemente un cachete se su preciada cola. Le dije al oído: -“¿que tan puta te sentís haciendo esto?” y con voz entrecortada y sin largar la pija que sostenía en su mano derecha me dijo: -“mucho.. y me encanta”… El verla finalmente liberada y realizando mi fantasía, me provocó un espasmo que evidenció que iba a llenarla de leche, por lo que opté por frenar el ritmo y sacarle la pija.
Me hice a un costado y comencé a sobarle el culo junto con mi amigo que ya metía los dedos en su concha completamente mojada. Me agaché nuevamente para acercarme a su cabeza y le dije: “dale, metéte esa pijaza en la boca” pero movió su cabeza haciendo un signo de negación muy sensual, pero que evidenciaba todo lo contrario. Tomé su cabeza por la nuca y la forcé hacia el pene intruso. Le ordené en el oído que sacara la lengua y la lamiera, volvió a negarse y le grité que lo hiciera. Eso la puso como loca y comenzó a lamerlo desde la cabeza tímidamente, para luego bajar por los lados, su saliva brillaba en el forro y su sabor parecía no disgustarle.
Verla tan suelta alimentaba mis ratones y mis manos recorrían su espalda y su cintura con avidez. Los dedos del otro continuaban su labor en vagina de mi mujer, y a juzgar por sus gemidos de placer, no lo estaba haciendo nada mal. Yo di un paso al costado para aprovechar mejor la vista del espectáculo que se estaba desarrollando. Pude ver como ella juntaba coraje y se metía con cierta dificultad la punta de su verga en la boca y comenzaba a mamarla. El ahora estrujaba sus tetas y acariciaba su vientre, mientras con un movimiento de cadera continuo le introducía su miembro en la boca hasta provocarle una que otra arcada. Ella acariciaba sus huevos, esto la enloquecía, jugaba con sus dedos entre la base de la pija y entre los testículos, que colgaban y bailaban libremente al compás de sus estocadas en la boca.
Mi mano subía y bajaba cansinamente por mi verga, prolongando el momento del orgasmo que ya sentía próximo. Le pregunté al oído si quería sentir su pija adentro, gruesa y caliente y me miró con reprobación. Sabía que esa barrera no había sido derribada aún, pero que se encontraba débilmente sostenida, dada su calentura y su conmoción por haberse atrevido a llegar hasta el punto en que se encontraba: Con una pija en cada mano.
Le hice señas a nuestro compañero de acercarnos a uno de los amplios sofás que nos flanqueaban. Nos movimos los tres hacia el más próximo y la recostamos boca arriba. Me coloqué entre sus piernas y comencé a cogerla con fuerza, sus gritos de placer hacían crecer mi calentura, mientras ella le pedía al otro la pija en las tetas.
Ver su pija jugar entre los pezones de mi mujer me llevó a explotar dentro de su concha. Sentí la leche fluir con mucha fuerza inundando su interior y mis músculos me curvaron con fuertes espasmos.
Exhausto y con la pija dolorida, me acerqué caminando por el costado hacia su cara, mientras el otro tomaba el lugar que en el que yo antes había estado. La besé profundamente y le dije que se la iban a coger y que ya no podía evitarlo, cerró sus ojos al mismo instante en que la verga gruesa y dura le llenaba la vagina y mi amigo la bombeaba con fuerza. Me miró nuevamente y abrió la boca en un grito ahogado, el cual llene de lengua y saliva, fundiéndonos en un nuevo beso apasionado y cargado de lujuria, al momento que ella alcanzaba el primero de sus muchos orgasmos, al compás del ir y venir de esa otra pija que ahora la estaba haciendo delirar de placer.
Le dije al oído: “que flor de puta resultaste” y me devolvió una sonrisa despiadada y replicó: “Vos me empujaste a esto… ¡Vos me transformaste!”. Sonreímos y nos besamos nuevamente mientras pude ver como nuestro acompañante daba claros signos de estar acabando mientras su cara se enrojecía y dejaba escapar un audible bramido de bestia en celo. Una vez alcanzado su orgasmo, se retiró hacia un costado y dejó caer su cuerpo sobre el sofá acariciando una de las piernas de mi mujer y apreciando en primera plana su concha abierta.
Acaricié sus pezones y los besé dulcemente. Le dije que la amaba y ella respondió lo mismo. Nuestro amigo, ya repuesto, había terminado de acomodarse su ropa y nos saludó amistosamente, alcanzándonos una tarjeta personal, por si queríamos repetir la experiencia en forma más privada alguna vez en el futuro. Nos dimos la mano como dos caballeros, besó a mi esposa en la mejilla y le susurró lo hermosa que era y lo bien que la había pasado y se alejó con aplomo, perdiéndose entre el resto de la gente que allí se encontraba.
Por nuestra parte, hicimos lo mismo, nos acomodamos la ropa, nos abrazamos y caminando lentamente de la mano, bajamos las escaleras enfrentando la salida.
Habíamos llevado nuestra relación al punto más alto de excitación y desenfreno. Un punto del cual no estábamos seguros de querer regresar.
Desde hacía un tiempo yo necesitaba generar un cambio en nuestras relaciones sexuales, lo habíamos conversado, poco a poco fuimos incluyendo juegos nuevos, convencionales y no tanto, pero nunca llegamos a incluir a un tercero en nuestra cama y cuando alguna vez salía el tema (por que yo lo sacaba) la respuesta era siempre la misma: “No”.
Lo más cerca que habíamos estado de incluir a alguien en nuestros juegos fue cuando hace algún tiempo, trabamos amistad con un matrimonio nuevo. En esa oportunidad, las charlas de los cuatro giraban con frecuencia en torno al sexo y entre bromas jodiamos con enfiestarnos. A mi esposa le calentaba la fantasía de tener sexo todos juntos, en un mismo recinto, pero sin intercambiar parejas. Pero como siempre, quedaba claro que todo quedaba en el plano de la fantasía, sin chances de concretarlo.
Por mi parte, me calentaba la idea de que alguien más admirara su cuerpo desnudo, atlético, con buenas curvas y una cola perfecta, mientras hacíamos el amor.
Muchas veces, se remontaba la fantasía de incluir a un tercero, siempre traído por mi el tema y notaba como el juego de palabras y sugerencias provocaba en ella una gran excitación. Disfrutaba sobremanera el observar como su vulva completamente depilada se hinchaba y babeaba de placer. Al momento de llegar al clímax, sus orgasmos múltiples la hacían arquearse en rítmicas e incontrolables contorsiones que una vez terminadas nos dejaban exhaustos y extasiados.
Pasado un tiempo, estas fantasías dejaron de ser tan recurrentes y lentamente fuimos regresando a nuestras típicas relaciones “convencionales”, con más o menos juegos, pero sin salir demasiado de lo normal.
Esto me aburría sobre manera. En mi cabeza seguía dando vueltas la idea de incluir a un tercero, pero no para que actuara de forma activa sino más bien pasiva. Alguien que participara de la acción pero sin tomar parte predominante, alguien que se mantuviera sujeto a nuestras reglas. Que si ella solo lo quería para que mirara, eso fuera lo único que él hiciera. Y solo rozaría su piel si ambos lo consentíamos. Esa era mi fantasía.
Con esta idea en la cabeza, fui armando un plan. Sabía que de proponerlo directamente no funcionaría, por lo que tendría que de algún modo forzarlo. Decidí entonces, investigar en Internet sobre algunos boliches swinger y su funcionamiento. La idea era organizar alguna salida solos y como quien no quiere la cosa rumbear para el lado del centro, hacia donde se encontraba el boliche elegido. Una vez allí la cosa sería más fácil y se daría de forma natural.
Finalmente el día llegó. Organizamos una salida con ella y con la excusa de ir al centro para conocer algún lugar nuevo, nos dirigimos hacia ese boliche. Ya en el camino, mientras conversábamos en el auto, fui tirando la idea de visitar uno de estos lugares swinger, solo para ver y conocer algo nuevo. Pero sin intenciones de participar. Noté que poco a poco la idea fue resultándole agradable, siempre con la garantía de que no participaríamos. Solo iríamos en carácter de curiosos. Terminamos poniéndonos de acuerdo y acabamos dejando el auto en la playa de estacionamiento de este lugar.
Ingresamos tomados de la mano y una vez adentro, y luego de las explicaciones y recomendaciones de rigor por parte de los anfitriones, nos dirigimos a la barra para poder tener una mejor vista de la pista de baile y los sectores destinados para que las parejas pudieran sentarse y conocer a otras parejas. Pedí un trago para mí y como ella no toma alcohol, le pedí una gaseosa. Luego la invité a echar una mirada al piso superior, donde seguramente habría algo más de “acción”.
Nos acomodamos en un sector frente a uno de los reservados, desde donde a pesar de la tenue luz que reinaba en el ambiente, podíamos apreciar como dos parejas iniciaban su juego erótico. Una era una pareja de unos cincuenta años y la otra no pasaba de los veinte. La chica tenía agarrados los huevos del hombre mayor y el pene entraba y salía de su boca rítmicamente hasta hacer tope con la pronunciada barriga. La otra mujer se encontraba tumbada con sus piernas abiertas y la cabeza del joven hurgando con su lengua en su clítoris y su vulva, mientras con una mano acariciaba los pezones erectos de su mujer y con la otra se masturbaba lentamente.
Esta vista, nos calentó sobre manera a ambos, que de a poco íbamos perdiendo el pudor inicial y comenzábamos a manosearnos lentamente. Ella se encontraba vestida con una corta minifalda y una blusa con un amplio y sugerente escote. Baje mi mano hasta alcanzar su pierna por detrás del muslo y mis dedos comenzaron a subir hacia adentro de la minifalda, mientras ella refregaba su hermosa cola contra mi pene, el cual para estas alturas ya había alcanzado una formidable erección. Mi otra mano acariciaba suavemente por debajo de la blusa su pezón derecho, el cual se encontraba duro e invitaba a juguetear con él.
Siempre sin quitar la vista del espectáculo montado frente a nosotros, ella corrió su pelo hacia el otro lado e inclinó su cabeza un poco ofreciéndome su cuello para ser recorrido por mis labios y mi lengua que ansiaban besarlo, lamerlo, morderlo, y su mano buscó mi entrepierna por detrás de sus nalgas. Mis dedos habían logrado su objetivo de exploración y lograban ya sentir por sobre su minúscula bombachita, la humedad de sus hinchados labios. Acaricié delicadamente su vulva por sobre la tela, esparciendo sus fluidos en cada pasada hasta llegar a su clítoris. Mientras yo hacía esto por debajo, no dejaba de jugar con su pezón y mi boca no paraba de besar su cuello. Ella había logrado bajar mi cremallera y su mano se Encontraba asida firmemente a mi pene y lo estimulaba subiendo y bajando despaciosamente.
En determinado momento mientras recorría sus hombros con mis labios, descubro hacia nuestra izquierda a un hombre maduro, de unos 45 años, bien vestido y con pelo entrecano, observando nuestro accionar. Lejos de intentar disimular, lo miré y seguí con mi juego, mientras el siguió mirándonos, apoyado contra una de las barandas que llevaba hacia la escalera.
El notar esto me calentó aún más y locas imágenes se cruzaron por mi mente, mis dedos corrieron la tela que cubría la entrada a su vagina e introduje dos dedos en su conducto que inmediatamente comenzaron a presionar contra su punto G. Esto hizo que se doblará hacia delante en un espasmo de placer y comenzara a jadear sonoramente. Retiré mis dedos y la giré hacia mi para hundir mi lengua en su boca que abierta se dejaba explorar. Nuestras lenguas se rozaron, nos besamos con pasión de quinceañeros descubriendo el sexo y mis manos se posaron sobre su culo firme.
Lo apretaba, le abría los cachetes por sobre la minifalda y en un intento por saber hasta donde llegaba su desenfreno, tiré de la tela hacia arriba unos centímetros hasta estar seguro de que nuestro espectador tenía una buena vista del comienzo de sus nalgas desnudas, solo cubiertas por la delgada tirita de la tanga.
Su mano buscó mi pene nuevamente y lo sacó fuera para ponerlo entre sus piernas y pude sentir en mi glande el calor y la humedad de su entrepierna mientras ella se movía sigilosamente hacia adelante y hacia atrás para aumentar aún más su excitación.
Podía sentir su respiración entrecortada en mi oído mientras lamía sus oídos y seguía levantando su pollera, hasta que sus curvas quedaron completamente expuestas. Volví a “relojear” al caballero de la escalera y noté que se ponía en marcha hacia nosotros con una mano en su bolsillo y la otra cruzada hacia atrás en la espalda, con todo el aplomo de quien posee clase y demuestra su seguridad al resto del mundo.
Lo miré acercarse hasta que se detuvo a no menos de un metro de distancia y su mirada buscó mi aprobación para continuar siguiendo de cerca la acción. Solo me limité a bajar mis ojos hacia mi esposa, tomé su cara con ternura y nuevamente nos trenzamos en un apasionado beso. La abracé y volví a darla vuelta para que su culo desnudo se apoyara sobre mi miembro y quedaran piel sobre piel.
Ella alzo su mirada y se encontró con este apuesto hombre, mayor que nosotros, de buena contextura y agradables facciones mirando su cuerpo y deseándola con la mirada. Atinó a bajar su falda, como intimidada al estar siendo observada con esa lujuria masculina que se nos escapa por los ojos cuando deseamos a alguien. Retuve sus brazos y no se resistió a mi presión. Solo corrió su cara hacia un costado y cerró sus ojos en una expresión de deseo y entrega.
La batalla estaba ganada, su calentura y desenfreno eran tales, que ya no le importaba si la observaban directamente. Aunque expresado en otras palabras, gozaba de saber que otro hombre la veía expuesta y la hacia sentir una hembra en celo escogiendo al macho para su apareamiento. Solo quedaba descubrir que tan arriesgada sería su próxima jugada.
Bajé mis manos hasta su entrepierna y corrí su bombacha transparente y húmeda hacia un costado para dejar expuesto su clítoris a la vista de nuestro ocasional compañero. Ella bajó su mano para comenzar a masturbarse pero se la retiré, mientras nuestro ocasional espectador recostado contra la pared seguía atento a nuestros movimientos.
Mi pija buscó su vagina y de una embestida furiosa, que la volcó hacia adelante, hizo tope contra su útero, provocando en ella un quejido. Mi calentura continuaba en aumento y la volteé contra la pared para que pudiera apoyar sus manos y comencé a bombear suavemente, mientras ella me miraba de reojo y recorría con la lengua sus labios.
Yo rozaba sus pezones con la yema de los dedos por debajo de la blusa, ya había desabrochado su sostén y podía hacerlo libremente, podía sentir lo duro que estaban y cada tanto le apretaba los pechos y besaba su espalda. Ella abría sus piernas y acompañaba el rítmico movimiento con sus rodillas, mientras arqueaba su cabeza hacia atrás con su boca abierta, como queriendo absorber más aire del que sus pulmones permitían. En uno de esos vaivenes, giró su cabeza de manera salvaje dirigiendo su mirada al hombre recostado sobre la pared y lo miró fijamente, cerró sus ojos y volvió a dejar caer su cabeza hacia delante, mientras yo continuaba cogiendo su jugosa conchita y abría su culo para tener una mejor visión de su agujerito abierto por la presión de mis dedos.
Nuestro amigo sintiéndose abalado por la mirada que ella le había dirigido, se acercó hasta encontrarse a nuestro lado y ella volvió a mirarlo. Me acerqué a su oído y le sugerí que él la deseaba, que quería tener su pija en el mismo lugar que ahora estaba la mía y le pregunté que tanto le calentaba a ella, reconocer esa idea: “¡mucho!” dijo con voz sonora para superar el volumen de la música del lugar. Volví susurrarle que su pija estaba dura y apretada dentro del pantalón, que era evidente el bulto que denunciaba sobre la tela… Como sin quererlo, miró de reojo hacia la bragueta del hombre y tímidamente subió su vista hasta encontrarse con sus ojos que seguían mirándola.
Le dije que se animara, que deseaba verla con la pija de otro en su mano, que le bajara el cierre y liberara esa pija de una vez. El hombre le ganó de mano y bajó primero su bragueta y buscó mi mirada aprobatoria, a lo cual le guiñé un ojo en clara señal de luz verde. Mi mujer no reaccionaba, yo sabía que en su cabeza se debatían su calentura contra sus conceptos de moral y “corrección”, pero en la mía, la idea de verla chupando otra pija, hacía que mis neuronas funcionasen como nunca… El sudor recorría mi frente y mi pecho estaba empapado, mientras continuaba cogiéndola con tanta fuerza que hacía rebotar sus senos en su pecho y la cabeza del pene me dolía.
Cuando finalmente él sacó su verga, mi hombría se sintió un tanto acobardada… Su pija era imponente, gorda e hinchada, de un tamaño bastante superior al común de los mortales. Las venas en su tronco eran gruesas e inflamadas y su cabeza amoratada era de un grosor importante. Las dudas poblaron mi cabeza, pero se disiparon al instante en que vi que mi esposa se había armado de valor y su calentura había ganado el debate interno. Nuestro amigo se había colocado un forro y ella había tomado su pene por la base y comenzaba a masturbarlo, mientras una mano de él, pedía permiso entre las mías y apretaba firmemente un cachete se su preciada cola. Le dije al oído: -“¿que tan puta te sentís haciendo esto?” y con voz entrecortada y sin largar la pija que sostenía en su mano derecha me dijo: -“mucho.. y me encanta”… El verla finalmente liberada y realizando mi fantasía, me provocó un espasmo que evidenció que iba a llenarla de leche, por lo que opté por frenar el ritmo y sacarle la pija.
Me hice a un costado y comencé a sobarle el culo junto con mi amigo que ya metía los dedos en su concha completamente mojada. Me agaché nuevamente para acercarme a su cabeza y le dije: “dale, metéte esa pijaza en la boca” pero movió su cabeza haciendo un signo de negación muy sensual, pero que evidenciaba todo lo contrario. Tomé su cabeza por la nuca y la forcé hacia el pene intruso. Le ordené en el oído que sacara la lengua y la lamiera, volvió a negarse y le grité que lo hiciera. Eso la puso como loca y comenzó a lamerlo desde la cabeza tímidamente, para luego bajar por los lados, su saliva brillaba en el forro y su sabor parecía no disgustarle.
Verla tan suelta alimentaba mis ratones y mis manos recorrían su espalda y su cintura con avidez. Los dedos del otro continuaban su labor en vagina de mi mujer, y a juzgar por sus gemidos de placer, no lo estaba haciendo nada mal. Yo di un paso al costado para aprovechar mejor la vista del espectáculo que se estaba desarrollando. Pude ver como ella juntaba coraje y se metía con cierta dificultad la punta de su verga en la boca y comenzaba a mamarla. El ahora estrujaba sus tetas y acariciaba su vientre, mientras con un movimiento de cadera continuo le introducía su miembro en la boca hasta provocarle una que otra arcada. Ella acariciaba sus huevos, esto la enloquecía, jugaba con sus dedos entre la base de la pija y entre los testículos, que colgaban y bailaban libremente al compás de sus estocadas en la boca.
Mi mano subía y bajaba cansinamente por mi verga, prolongando el momento del orgasmo que ya sentía próximo. Le pregunté al oído si quería sentir su pija adentro, gruesa y caliente y me miró con reprobación. Sabía que esa barrera no había sido derribada aún, pero que se encontraba débilmente sostenida, dada su calentura y su conmoción por haberse atrevido a llegar hasta el punto en que se encontraba: Con una pija en cada mano.
Le hice señas a nuestro compañero de acercarnos a uno de los amplios sofás que nos flanqueaban. Nos movimos los tres hacia el más próximo y la recostamos boca arriba. Me coloqué entre sus piernas y comencé a cogerla con fuerza, sus gritos de placer hacían crecer mi calentura, mientras ella le pedía al otro la pija en las tetas.
Ver su pija jugar entre los pezones de mi mujer me llevó a explotar dentro de su concha. Sentí la leche fluir con mucha fuerza inundando su interior y mis músculos me curvaron con fuertes espasmos.
Exhausto y con la pija dolorida, me acerqué caminando por el costado hacia su cara, mientras el otro tomaba el lugar que en el que yo antes había estado. La besé profundamente y le dije que se la iban a coger y que ya no podía evitarlo, cerró sus ojos al mismo instante en que la verga gruesa y dura le llenaba la vagina y mi amigo la bombeaba con fuerza. Me miró nuevamente y abrió la boca en un grito ahogado, el cual llene de lengua y saliva, fundiéndonos en un nuevo beso apasionado y cargado de lujuria, al momento que ella alcanzaba el primero de sus muchos orgasmos, al compás del ir y venir de esa otra pija que ahora la estaba haciendo delirar de placer.
Le dije al oído: “que flor de puta resultaste” y me devolvió una sonrisa despiadada y replicó: “Vos me empujaste a esto… ¡Vos me transformaste!”. Sonreímos y nos besamos nuevamente mientras pude ver como nuestro acompañante daba claros signos de estar acabando mientras su cara se enrojecía y dejaba escapar un audible bramido de bestia en celo. Una vez alcanzado su orgasmo, se retiró hacia un costado y dejó caer su cuerpo sobre el sofá acariciando una de las piernas de mi mujer y apreciando en primera plana su concha abierta.
Acaricié sus pezones y los besé dulcemente. Le dije que la amaba y ella respondió lo mismo. Nuestro amigo, ya repuesto, había terminado de acomodarse su ropa y nos saludó amistosamente, alcanzándonos una tarjeta personal, por si queríamos repetir la experiencia en forma más privada alguna vez en el futuro. Nos dimos la mano como dos caballeros, besó a mi esposa en la mejilla y le susurró lo hermosa que era y lo bien que la había pasado y se alejó con aplomo, perdiéndose entre el resto de la gente que allí se encontraba.
Por nuestra parte, hicimos lo mismo, nos acomodamos la ropa, nos abrazamos y caminando lentamente de la mano, bajamos las escaleras enfrentando la salida.
Habíamos llevado nuestra relación al punto más alto de excitación y desenfreno. Un punto del cual no estábamos seguros de querer regresar.
20 comentarios - Primer trio con mi mujer
Te agradezco Ariano, cualquier cosa te mando un MP 😉
🤤
Muy bueno el relato.
MUY BUEN RELATO ASI NOS PASO A NOSOTROS.
NOSOTROS COMENZAMOS BUSCANDO UNA CHICA PARA UN TRIO Y ACABAMOS CON UNA PAREJA HACIENDO EL AMOR CADA KIEN CON SU MUJER Y ELLAS DANDOSE MUCHO PLACER A MANOS LLENAS, CHUAPANDOSE TODO SU CUERPO.
SALUDOS
Saludos!