La conocí de muy pequeña, ella tenía apenas 9 años y yo unos 26. Recuerdo que era muy simpática y muy bonita. La mamá siempre le ponía hermosos vestidos, de esos que llevan moño atrás, zapatitos blancos y la peinaba con una vincha y trenzas a los costados, que acentuaban aún más su niñez y su inocencia. Era todo un angelito. Siempre estaba de la mano de su madre, quien venía bastante seguido a verme. Supongo que le gustaba la forma en que hablaba, las historias que contaba, y las enseñanzas que trataba de dejarles.
A medida que pasaba el tiempo, Sara (así la llamaré para protegerla) se fue volviendo una adolescente brillante, era muy inteligente y por demás bonita. Claro que yo no la veía como cualquier hombre vería a una mujer hermosa, sino como a una especie de hermana menor.
La verdad es que comenzamos a realizar varias actividades juntos: organizábamos salidas, dirigíamos charlas, realizábamos eventos. Supongo que en algún punto llegamos a ser muy buenos amigos.
Y así ella cumplió los 19. Y así, una tarde de primavera, se me acercó y me abrió su corazón como nunca nadie la había hecho. Me confesó su amor.
En ese momento, mi reacción sólo fue devolverle una sonrisa y decirle que seguramente estaba confundida; que estábamos pasando demasiado tiempo juntos y que eso hacía volar la imaginación; que lo que había entre nosotros era cariño, amor de hermanos; que era muy inexperta; que, finalmente, lo nuestro nunca podría llegar a ser.
Obviamente, ella no aceptó mis razones y se alejó un tanto triste. Y digo un tanto, porque ella sabía que lo nuestro era imposible.
Y yo quedé… raro. Por un lado, sabía que al ser una persona influyente en otras, algunas veces podía llegar a aparecer tal confusión. Pero por otro lado, vi la sinceridad en sus ojos. Vi el amor.
Esos ojos. No podía pensar en otra cosa que no fueran esos ojos. Tanta inocencia, tanta pasión. Por un momento me sentí confundido… pero no, de ninguna manera podía permiti8r tales pensamientos. Era una niña, por Dios!!!
Y la vida continuó. Confieso que prácticamente dejé de mirarla a los ojos. Ella disimulaba, pero ellos no podían mentir. Y eso comenzó a consumirme.
Una tarde insistió en acompañarme a una quinta a la que los chicos egresados irían a pasar una semana, para arreglar los términos, ver las instalaciones y confirmar el precio.
Por supuesto que traté por todos los medios de negarme, pero se ve que mis razones no convenció a nadie, ni siquiera a su madre, quien también me insistía en que Sara me acompañara. Y yo no podía decir la verdad: que su hija se había enamorado de mí, y que yo me sentía confundido.
De repente me encontré en esa quinta, caminando junto a ella y el dueño del lugar. Creo que él me hablaba de algo, del sistema de agua, de la empresa de emergencia médica, o qué se yo. Sólo podía pensar en ella y en sus ojos.
Entramos y nos pusimos a tomar unos mates. De un momento a otro, nos encontramos casi a oscuras, siendo las 4 de la tarde.
Sin darnos tiempo de llegar al auto, comenzó una tormenta terrible: granizo, viento, truenos, relámpagos y mucha agua, mucha.
El dueño del lugar nos dijo que iba a ser imposible salir de ahí en auto, que al ser el camino hasta la ruta de tierra éste quedaría atascado. Así que no nos quedó otra, teníamos que quedarnos.
Ya era de noche y cada uno estaba en su habitación para dormir. Dormir…quién podría dormir.
De pronto, la puerta de mi cuarto se abre y allí estaba ella parada, tratando de encontrarme en la oscuridad atenuada sólo por la luz que entraba por las ventanas. Yo la vi al instante: su cabello largo caía por sus hombres reflejando el brillo; su remera infantil de las chicas superpoderosas que al ser tan ajustada, permitía apreciar todo el contorno de sus pechos; y ese short rojo tan cortito…
Ella entró y yo me levanté de golpe. Se paró frente a mí. No supe qué hacer, estaba muy asustado. Me tomó del cuello y me besó. Por Dios, esos labios. Todo mi cuerpo se estremeció. Pensé que me desplomaba.
“No puedo seguir. Basta. Ya estás comprometido. Esto no está bien”. Creía escuchar voces. Pero venían de mi cabeza. Oh, Dios, mi cabeza. Ya no podía… ya no podía resistirme más… y la besé, la besé como nunca antes había besado a alguien. Comenzamos a abrazarnos y a besarnos cada vez con mayor pasión.
“No puedo”, le dije y la aparté. “Shhhhh”, se acercó y me volvió a besar. Y la niña que era, se convirtió en toda una mujer.
Comenzamos a desnudarnos, de a poco. Toqué sus pechos, sus pezones. Los acaricié, los besé, y los sentí maravillosos.
Me empujó hacia la cama y caí en ella. Me terminó de desnudar y se acostó sobre mí. Me besaba, primero en la boca, luego en el cuello, bajó al pecho, me daba pequeños mordiscos que me hacían temblar. Y siguió bajando, hasta encontrar mi pene. Comenzó a besarlo, a lamerlo, hasta que se lo metió todo en la boca. Yo sentía que moría. Era una sensación tan exquisita. Ya no pude pensar más. Sólo sentía. Sólo actuaba. Mi excitación fue tan grande que me vine en su boca. Por Dios, ese estallido de placer!!! Fue único.
Sara se reincorporó y esta vez la acosté yo sobre la cama comenzando a besarla, besar su cuello, a saborearla, sentir esos pechos, esos pezones tan duros, los mordía, los chupaba. Y ella gemía.
Mordí su panza, su vientre. Besé su pierna y le saqué el short junto con su bombacha. Y ahí ví lo que para mí significó el Edén. Me incliné, lo besé, lo saboreé, metí mi lengua, volvía a besarlo, a saborearlo, lo tocaba con los dedos, volvía con la lengua… era muy sabroso, muy excitante.
De repente, siento cómo sus piernas se contraen, su espalda se arquea y emite uno de los gemidos más espectaculares que he oído.
Se reincorpora, me toma del cuello, me acerca a su cara y me dice: “quiero ser tuya”.
Me acomodé, abrió sus piernas, y encaminé mi pene.
Sentí su calor, su humedad, como latía. Y fui entrando de a poco. El placer era indescriptible. Entré lo más que pude y comencé un movimiento suave, y nos besamos, y el movimiento se hacía cada vez más intenso, y nos acariciábamos. Apretaba sus pechos, sus nalgas. Nuestras lenguas se encontraban. Nuestros cuerpos traspiraban. El movimiento era casi salvaje. Yo entraba y salía de ella. Era maravilloso.
Entonces me dice “basta!”. Me detengo. Salgo. Ella se reincorpora y me acuesta boca arriba. Y se sienta sobre mi miembro. Comienza un subi-baja estupendo. Comencé a acariciar sus pechos, los besaba, los mordía. Pellizcaba su cola. Nuestros sexos estaban tan mojados. Me mira y me dice: “acabame, por favor, acabame, ya no aguanto más, mi amor”.
No sé exactamente qué fue lo que lo produjo, si que le acabe o el “mi amor”, pero casi al instante estallé dentro suyo. Ella también comenzó y ambos tuvimos un maravilloso orgasmo.
Extenuados, nos fundimos en un abrazo y nos quedamos dormidos.
Al otro día pudimos volver. La dejé en su casa. Nos dimos un último beso y nos dijimos “te amo”.
Ya pasaron 3 meses desde que eso ocurrió y estoy aquí encerrado, cumpliendo mi pena, rogando por el perdón. No puedo dormir, y hace más de una semana que no como. Me siento muy débil. Sólo quise que sepan mi historia. Veo esa puerta cerrada y sueño con que mi Sara la abra y me lleve. Que esos ojitos me vuelvan a salvar.
Que Dios me perdone.
“Qué opina de esto, Monseñor?”, le dijo el sacerdote mientras doblaba la carta.
“Que el padre Juan fue de un valor inmensurable para la comunidad. Que fue una terrible pena que haya caído en esa enfermedad fatal. Y que esa carta… nunca existió”.
A medida que pasaba el tiempo, Sara (así la llamaré para protegerla) se fue volviendo una adolescente brillante, era muy inteligente y por demás bonita. Claro que yo no la veía como cualquier hombre vería a una mujer hermosa, sino como a una especie de hermana menor.
La verdad es que comenzamos a realizar varias actividades juntos: organizábamos salidas, dirigíamos charlas, realizábamos eventos. Supongo que en algún punto llegamos a ser muy buenos amigos.
Y así ella cumplió los 19. Y así, una tarde de primavera, se me acercó y me abrió su corazón como nunca nadie la había hecho. Me confesó su amor.
En ese momento, mi reacción sólo fue devolverle una sonrisa y decirle que seguramente estaba confundida; que estábamos pasando demasiado tiempo juntos y que eso hacía volar la imaginación; que lo que había entre nosotros era cariño, amor de hermanos; que era muy inexperta; que, finalmente, lo nuestro nunca podría llegar a ser.
Obviamente, ella no aceptó mis razones y se alejó un tanto triste. Y digo un tanto, porque ella sabía que lo nuestro era imposible.
Y yo quedé… raro. Por un lado, sabía que al ser una persona influyente en otras, algunas veces podía llegar a aparecer tal confusión. Pero por otro lado, vi la sinceridad en sus ojos. Vi el amor.
Esos ojos. No podía pensar en otra cosa que no fueran esos ojos. Tanta inocencia, tanta pasión. Por un momento me sentí confundido… pero no, de ninguna manera podía permiti8r tales pensamientos. Era una niña, por Dios!!!
Y la vida continuó. Confieso que prácticamente dejé de mirarla a los ojos. Ella disimulaba, pero ellos no podían mentir. Y eso comenzó a consumirme.
Una tarde insistió en acompañarme a una quinta a la que los chicos egresados irían a pasar una semana, para arreglar los términos, ver las instalaciones y confirmar el precio.
Por supuesto que traté por todos los medios de negarme, pero se ve que mis razones no convenció a nadie, ni siquiera a su madre, quien también me insistía en que Sara me acompañara. Y yo no podía decir la verdad: que su hija se había enamorado de mí, y que yo me sentía confundido.
De repente me encontré en esa quinta, caminando junto a ella y el dueño del lugar. Creo que él me hablaba de algo, del sistema de agua, de la empresa de emergencia médica, o qué se yo. Sólo podía pensar en ella y en sus ojos.
Entramos y nos pusimos a tomar unos mates. De un momento a otro, nos encontramos casi a oscuras, siendo las 4 de la tarde.
Sin darnos tiempo de llegar al auto, comenzó una tormenta terrible: granizo, viento, truenos, relámpagos y mucha agua, mucha.
El dueño del lugar nos dijo que iba a ser imposible salir de ahí en auto, que al ser el camino hasta la ruta de tierra éste quedaría atascado. Así que no nos quedó otra, teníamos que quedarnos.
Ya era de noche y cada uno estaba en su habitación para dormir. Dormir…quién podría dormir.
De pronto, la puerta de mi cuarto se abre y allí estaba ella parada, tratando de encontrarme en la oscuridad atenuada sólo por la luz que entraba por las ventanas. Yo la vi al instante: su cabello largo caía por sus hombres reflejando el brillo; su remera infantil de las chicas superpoderosas que al ser tan ajustada, permitía apreciar todo el contorno de sus pechos; y ese short rojo tan cortito…
Ella entró y yo me levanté de golpe. Se paró frente a mí. No supe qué hacer, estaba muy asustado. Me tomó del cuello y me besó. Por Dios, esos labios. Todo mi cuerpo se estremeció. Pensé que me desplomaba.
“No puedo seguir. Basta. Ya estás comprometido. Esto no está bien”. Creía escuchar voces. Pero venían de mi cabeza. Oh, Dios, mi cabeza. Ya no podía… ya no podía resistirme más… y la besé, la besé como nunca antes había besado a alguien. Comenzamos a abrazarnos y a besarnos cada vez con mayor pasión.
“No puedo”, le dije y la aparté. “Shhhhh”, se acercó y me volvió a besar. Y la niña que era, se convirtió en toda una mujer.
Comenzamos a desnudarnos, de a poco. Toqué sus pechos, sus pezones. Los acaricié, los besé, y los sentí maravillosos.
Me empujó hacia la cama y caí en ella. Me terminó de desnudar y se acostó sobre mí. Me besaba, primero en la boca, luego en el cuello, bajó al pecho, me daba pequeños mordiscos que me hacían temblar. Y siguió bajando, hasta encontrar mi pene. Comenzó a besarlo, a lamerlo, hasta que se lo metió todo en la boca. Yo sentía que moría. Era una sensación tan exquisita. Ya no pude pensar más. Sólo sentía. Sólo actuaba. Mi excitación fue tan grande que me vine en su boca. Por Dios, ese estallido de placer!!! Fue único.
Sara se reincorporó y esta vez la acosté yo sobre la cama comenzando a besarla, besar su cuello, a saborearla, sentir esos pechos, esos pezones tan duros, los mordía, los chupaba. Y ella gemía.
Mordí su panza, su vientre. Besé su pierna y le saqué el short junto con su bombacha. Y ahí ví lo que para mí significó el Edén. Me incliné, lo besé, lo saboreé, metí mi lengua, volvía a besarlo, a saborearlo, lo tocaba con los dedos, volvía con la lengua… era muy sabroso, muy excitante.
De repente, siento cómo sus piernas se contraen, su espalda se arquea y emite uno de los gemidos más espectaculares que he oído.
Se reincorpora, me toma del cuello, me acerca a su cara y me dice: “quiero ser tuya”.
Me acomodé, abrió sus piernas, y encaminé mi pene.
Sentí su calor, su humedad, como latía. Y fui entrando de a poco. El placer era indescriptible. Entré lo más que pude y comencé un movimiento suave, y nos besamos, y el movimiento se hacía cada vez más intenso, y nos acariciábamos. Apretaba sus pechos, sus nalgas. Nuestras lenguas se encontraban. Nuestros cuerpos traspiraban. El movimiento era casi salvaje. Yo entraba y salía de ella. Era maravilloso.
Entonces me dice “basta!”. Me detengo. Salgo. Ella se reincorpora y me acuesta boca arriba. Y se sienta sobre mi miembro. Comienza un subi-baja estupendo. Comencé a acariciar sus pechos, los besaba, los mordía. Pellizcaba su cola. Nuestros sexos estaban tan mojados. Me mira y me dice: “acabame, por favor, acabame, ya no aguanto más, mi amor”.
No sé exactamente qué fue lo que lo produjo, si que le acabe o el “mi amor”, pero casi al instante estallé dentro suyo. Ella también comenzó y ambos tuvimos un maravilloso orgasmo.
Extenuados, nos fundimos en un abrazo y nos quedamos dormidos.
Al otro día pudimos volver. La dejé en su casa. Nos dimos un último beso y nos dijimos “te amo”.
Ya pasaron 3 meses desde que eso ocurrió y estoy aquí encerrado, cumpliendo mi pena, rogando por el perdón. No puedo dormir, y hace más de una semana que no como. Me siento muy débil. Sólo quise que sepan mi historia. Veo esa puerta cerrada y sueño con que mi Sara la abra y me lleve. Que esos ojitos me vuelvan a salvar.
Que Dios me perdone.
“Qué opina de esto, Monseñor?”, le dijo el sacerdote mientras doblaba la carta.
“Que el padre Juan fue de un valor inmensurable para la comunidad. Que fue una terrible pena que haya caído en esa enfermedad fatal. Y que esa carta… nunca existió”.
23 comentarios - Sus ojos: mi salvación, mi perdición.
Esta historia la escribí el sábado pasado en unas de mis noches de insomnio.
Para alguien que pasó una noche escribiendo una historia, son muy importantes los comentarios.
Excelente relato, te felicito y espero más!!!
Lluvia de bendiciones, a favoritos y agendado para puntos!!!
brujo777 P! mi pasión
Muy bien contada la historia¡¡ Quédese sin dormir toda la semana que quiero seguir leyendo sus obras¡¡ 😀 😀
De todas formas, a no preocuparse: en los interminables e insoportables viajes diarios en el 98, surgen ideas...
Gracias don Sapo por alimentar mi alma. 😉
F 🙎♂️
y te cuento... para que juntos lo cachetiemos.... 😉
AMARGO COPY PASTE..
RESUCITADO - la banda de P!
DE LOS 4 FANTASTICOS[/ALIGN]
lograste sorprenderme . no habia visto antes tus cuentos,y estan realmente muy buenos!!
gracias por compartir!!
rodolfo322 P!oringuero
y por ultimo eres un groso
TALENTO08 P! Gracias por el post,
ACUERDATE, COMENTAR ES AGRADECER EL
TRABAJO DEL POSTEANTE
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de invierno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
Miguel Ramos Carrión (Zamora, 1848 - Madrid, 8 de agosto de 1915)
Fué dramaturgo, periodista y humorista español.
y por ultimo eres un groso
TALENTO08 P! Gracias por el post,
ACUERDATE, COMENTAR ES AGRADECER EL
TRABAJO DEL POSTEANTE
Abrazo enorme y gracias por tu constante buena onda!
Voy a cobrar derechos de autor. Ya vuelvo.
Me encanto el relato mañana te dejo puntines y lo comparto YA!