
Aquella tarde recibió mi madre un buen revolcón y yo estaba allí para presenciarlo.
Aquel mes de agosto pasaba mis vacaciones en la vivienda que mis padres habían comprado a pie de playa en un pueblo costero.
Mientras mi padre, al no tener vacaciones, iba y venía solamente los fines de semana, mi madre y yo permanecíamos allí casi todo el mes. Demasiado tiempo en el que yo, a pesar de quedar a veces con un par de chavales de mi edad, me aburría soberanamente. Además como era fuerte el calor reinante, estaba en un estado semidormido prácticamente constante, sino fuera por las pajas que me hacía recordando los culos y tetas que veía en la playa, incluyendo los de mi madre.
Recuerdo aquel día en el que, tumbado en una hamaca sobre la arena de la playa y bajo la sombra de una sombrilla, desperté de mi cansino descanso y observé, a través de mis oscuras gafas de sol, a mi madre conversando animadamente con un extraño.
Estaban de pie en la orilla del mar, a unos diez metros de donde yo estaba.
Aunque el hombre era más bien alto y bien parecido, me sorprendió la actitud de mi madre por la forma de mirarle y sonreírle, de dejarse tocar y de tocar. Toques sutiles en manos y brazos, pero toques al fin y al cabo.
¡Estaba coqueteando, flirteando con un desconocido!
Sus empitonados pezones pugnaban por perforar la tela de la parte superior del bikini negro que llevaba, lo que significaba que estaba excitada, ¡excitada sexualmente! Estoy seguro que tenía el coño empapado y no precisamente de agua ni de sudor.
Pero el tipo no se quedaba atrás porque su enorme y erecta verga luchaba por sobrepasar la parte superior del ajustado bañador azul marino que vestía.
Si en ese momento hubieran estado solos en la playa, no dudo que se hubieran revolcado sobre la arena y follado sin descanso como conejos en celo. Solo de pensarlo mi polla empezó a crecer y a hincharse, imaginándome a mi madre en pelotas, con ese culo respingón y esas tetas enormes sin nada que las cubriera, siendo montada salvajemente por el tipo.
Intenté escuchar lo que decían, pero, dada la distancia, me fue imposible.
No sé cuánto tiempo estuvieron coqueteando, pero no fueron más de cinco minutos desde que yo les pillé.
Al despedirse, se dieron un casto pero sorprendente beso en la mejilla, aunque la mano del hombre se colocó encima de una de las nalgas de mi madre, sin que ella protestara ni hiciera amago de quitársela.
A pesar de lo morena que estaba mi madre, se ruborizó al despedirse y sus ojos brillaban como hacía tiempo no lo hacía, mientras veía alejarse al tipo.
Tan calentorra debía estar que se metió en el agua para refrescarse y, cuando salió, se dirigió más calmada hacia donde yo permanecía tumbado, disimulando como si continuara durmiendo.
Comimos en silencio, haciendo como si viéramos la televisión encendida, aunque nuestros pensamientos estaban en otra parte, seguramente los de mi madre coincidían con los míos, estaban en el cipote del tío metiéndose dentro del coño de ella, follándosela.
Esa misma tarde, mi madre insistió que saliera, que saliera con mis amigos e incluso me dio dinero para que les invitara para ir al cine.
Tanta insistencia me confirmó lo evidente, que quería que le dejara la casa libre para follar con su nuevo amiguito, el polla gorda.
No tenía ningunas ganas de quedar con mis amigos ni de ir al cine, lo que quería era verla desnuda y follando, pero, si la decía que me quedaba en casa, la estropearía el plan y no podría verlo, así que, al ver la necesidad que tenía de un buen revolcón, negocié con ella y acepté su dinero, bastante más que para tres entradas del cine con bebidas y palomitas.
Me despedí de ella cuando no podía verme y abrí y cerré la puerta de la calle, para que mi madre lo escuchara, pero, en lugar de marcharme, me quedé en casa, escondiéndome debajo de mi cama hasta que viniera el polla gorda.
Escuché como mi madre, recorría las habitaciones por si no me había marchado y, al no verme, cerró con cerrojo la puerta de entrada a la vivienda.
La escuché hablando por teléfono. Aunque no pude escuchar la conversación, fue muy breve, de escasos segundos, los suficientes para decirle que no había moros en la costa, que su único hijo no estaba en casa y que no vendría en toda la tarde.
No pasaron ni diez minutos y ya estaba mi madre abriendo la puerta de la calle, dejando pasar al tipo, que por su voz grave le localicé sin verle. Escuché también como se volvía a cerrar el cerrojo de la puerta. Era evidente que mi madre no quería que su hijo la molestara, la cortara el folleteo y pudiera copular sin preocuparse si venía o no su hijo.
Fueron al salón y yo, saliendo de mi escondite, me descalce y fui sigiloso a la terraza, desde donde podía observar el interior del salón.
Y lo que ví, conformó mis sospechas: ¡Mi madre necesitaba un buen revolcón, que la alegraran el coño y la dejaran bien satisfecha!
Sentados sobre el sofá, estaban morreando apasionadamente mientras el tipo, que ya estaba desnudo de cintura para arriba, la metía mano bajo la corta faldita. Primero fue la mano al exterior de los torneados muslos de mi madre, pasando enseguida a las nalgas, sobándoselas a placer, para finalmente meterse entre los muslos, manoseándola el coño primero sobre las blancas braguitas para enseguida, apartarlas, y sobarla directamente entre los labios vaginales.
En ese momento, mi madre dejó de morrear y, liberando su boca, suspiró fuertemente.
Empujándola suavemente hacia atrás, la obligó el hombre a tumbarse bocarriba sobre el sofá y, colocándose bocabajo entre sus piernas abiertas, la abrió el escote del vestido y la empezó a besar y lamer las tetas, incidiendo especialmente en sus sonrosados y congestionados pezones, provocando que gimiera y suspirara con fuerza.
Mientras restregaba la abultada entrepierna de su pantalón por la fina braguita que cubría el húmedo sexo de mi madre.
Entre beso y chupetón, la cogía entre sus labios los pezones, tirando de ellos, provocando que mi madre ahora chillara morbosa, más por placer que por dolor.
No pasaron más que un par de minutos cuando el hombre, pensando que ya era el momento de rematar, de tirársela, se incorporó lo suficiente para meter sus dos manos bajo la faldita ya plegada de mi madre que, solícita, levantó sus piernas, colocando sus pies sobre el pecho del tipo.
La cogió los laterales del elástico de las bragas y, tirando de ellas, se las quitó, dejándolas caer. A continuación se desabrochó el pantalón y, bajándose, descubrió un enorme cipote erecto, surcado de gruesas venas azules, que apuntaba majestuoso al techo.
¡Iba a follársela allí mismo, sobre el sofá!
Iba el hombre a tumbarse otra vez sobre mi madre cuando ésta le dijo con una voz entrecortada que mostraba un profundo deseo de ser follada:
· ¡No, espera! ¡Vamos a la cama!
Y levantándose, con la falda plegada en la cintura y su escote abierto de par en par, mostraba su vulva apenas cubierta por una fina franja de vello castaño claro y sus enormes y erguidas tetas de las que emergían de areolas negras sonrosados pezones empitonados.
Dejando su pantalón y calzón en el suelo, el hombre, tirando del vestido hacia arriba, se lo quitó, dejándola completamente desnuda.
Fue el vestido al suelo, dejando las dos manos libres al hombre que, abrazando a mi madre, se besaron apasionadamente.
De puntillas mi madre y con sus glúteos y piernas en tensión, dejó que el hombre la apretara con fuerza las nalgas, amasándoselas, mientras se fundían en un beso apasionado.
Cogiéndola por las nalgas, la levantó del suelo, aprovechando mi madre para abrazarle con sus piernas la cintura.
En esa posición el tipo la penetró, la penetró con su miembro erecto por su coño, penetración profunda que hizo que mi madre suspirara y emitiera un breve y morboso chillido.
Sujetándola por las nalgas, la levantó y bajó unos pocos centímetros, los suficientes para írsela follando poco a poco, subiéndola y bajándola, mientras mi madre gemía y suspiraba, abrazándole la cabeza con sus brazos.
¡Allí mismo se la estaba follando!
En una de las subidas el pene se debió salir del coño de mi madre, lo que aprovechó ésta, otra vez, a decir ansiosa:
· ¡Vamos … vamos a la cama!
Esta vez si la soltó el tipo, dejándola en el suelo, y ella, cogiéndole de la mano, le condujo deprisa por el pasillo, a la carrera, los dos completamente desnudos, hacia el dormitorio donde la cama de matrimonio les esperaba.
En el pasillo no pude verlos, aunque la escuché chillar excitada, entrando el tipo al dormitorio, cargando con mi madre sobre uno de los hombros. Estaba ella tumbada bocabajo y con el culo en pompa, apuntando hacia delante.
La depositó de pie sobre la cama y, tumbándose, se fundieron en un abrazo, morreando apasionados.
Sujetándola el hombre por las nalgas, se puso bocarriba sobre la cama con mi madre bocabajo encima, y, restregando insistentemente su cipote erecto entre los labios vaginales de ella, la provocó suspiros y gemidos de placer, incrementando su ansiado deseo de ser penetrada.
Revolcándose sobre el colchón, frotándose siempre los dos genitales entre sí, se colocó mi madre nuevamente encima y, antes de que la volviera a penetrar, se incorporó.
Girándose, se colocó nuevamente bocabajo sobre él, pero esta vez con su rostro sobre los genitales del tipo, ofreciendo los suyos a la boca.
Cogiendo con una de sus manos la verga, se la acercó a los labios y comenzó a lamerla, dando despacio un largo lengüetazo tras otro al tallo y al glande, incidiendo más en este último, pasando a continuación a los cojones, lamiéndose también, especialmente en su unión con el perineo.
Volvió nuevamente al cipote, que se lo metió en la boca, desapareciendo dentro, y, mientras le acariciaba los cojones con una mano, hacía lo propio con la verga, utilizando sus voluptuosos y empapados labios sonrosados.
¡Le estaba mi madre comiendo la polla al tipo, a un extraño que acababa esa misma mañana de conocer en la playa!
Mientras mi madre le comía la polla, el tipo la comía el coño, provocando que gimiera y suspirara, interrumpiendo su mamada.
A punto de correrse, se detuvo mi madre y, volviéndose a girar, se colocó a horcajadas sobre las caderas del tipo, le cogió con su mano derecha el cipote erecto y se lo metió por el coño, comenzando a cabalgarle, subiendo y bajando una y otra vez sin descanso.
A través de la ventana que daba a la terraza podía ver el culo de mi madre ¡Un hermoso culo, voluminoso y redondo, que subía y bajaba a un ritmo constante, aplastando una y otra vez un par de cojones, gordos como pelotas de tenis, y un erecto cipote, grueso y largo, que aparecía y desaparecía dentro de él!
¡Estaban follando! ¡Estaba mi madre follando!
¡Arriba-abajo-arriba-abajo! ¡Adelante-atrás-adelante-atrás! ¡Mete-saca-mete-saca!
La habitación se inundó de suspiros, gemidos, resoplidos, chillidos y chirriar de la cama mientras follaban como si no hubiera un mañana.
Empezaron follando lenta y suavemente, sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, pero poco a poco fueron aumentando el ritmo.
Las manos de él fueron de las caderas de mi madre a sus nalgas y allí se quedaron todo el tiempo que estuvieron follando, hasta que, por fin, mi madre emitió un par de agudos chillidos, remitiendo su ritmo hasta detenerse cuando el tipo la sujetó por las nalgas para que dejara de cabalgarle.
¡Se habían corrido! ¡Se habían corrido los dos!
Se dejó caer mi madre bocabajo sobre el hombre, donde permaneció unos pocos segundos hasta que, volteándose, se dejó caer bocarriba sobre la cama, al lado de él.
Con los ojos cerrados y la respiración jadeante, permanecieron tumbados en silencio uno al lado del otro.
Así estuvieron durante casi quince minutos, hasta que mi madre, abriendo los ojos, se acercó a él, fusionándose en un abrazo y besándose apasionadamente.
Reposando su cabeza sobre el pecho del tipo, cerraron nuevamente los ojos y, si no se quedaron dormidos, poco les faltó.
Llevaban casi una hora en esa posición cuando por fin el hombre abrió la boca y la preguntó:
· ¿Cuándo viene tu hijo?
Esa pregunta reactivó a mi madre que, abriendo mucho los ojos, recordó mi existencia y, levantando la cabeza, observó la hora que marcaba el reloj de la pared.
Al verla, se asustó de lo tarde que era y se incorporó deprisa, diciendo:
· ¡Nos da tiempo a otro!
A otro polvo se refería, la muy zorra, porque se volvió a colocar a horcajadas sobre el hombre, pero esta vez dándole la espalda, y, tomando con su mano el cipote, lo comenzó a jalar arriba y abajo, para reactivarlo nuevamente. Cuando ya pensaba que estaba lo suficiete duro y erecto, se lo metió por el coño, comenzando a mover sus caderas adelante y atrás, una y otra vez, frotando el miembro por el interior de su vulva.
Inclinándose hacia delante, puso sus manos sobre las rodillas del hombre, ofreciéndole sus nalgas, sin dejar de follárselo.
Aprovechó el hombre para amasarla los glúteos y, seprarándolos, acarició con sus dedos el ano de mi madre, metiendo incluso un par de dedos en su interior, dilatándolo.
Desde la ventana donde estaba escondido pude observar la cara de vicio de mi madre y como sus enormes y redondas tetas se balanceaban al ritmo de su folleteo.
Esta vez el ritmo fue rápido desde principio a fin, no fuera que su hijo, es decir, yo, volviera del cine antes de que alcanzaran el orgasmo.
Sus suspiros y gemidos dieron paso a chillidos y en pocos segundos se volvió a correr, emitiendo ahora un prolongado chillido.
Aunque ya había alcanzado el orgasmo, todavía cabalgaba mi madre, pero el tipo, al correrse también, emitió un sonido semejante a una carcajada y la sujetó por las caderas, impidiendo que siguiera follando.
Breves segundos duró mi madre disfrutando con la polla del tipo dentro, porque, saltando de la cama, corrió hacia el cuarto de baño y, sin cerrar la puerta, escuché como abría el grifo de la ducha.
· ¡Cierra al salir!
Todavía le dijo al tipo que, levantándose también rápido de la cama, corrió por el pasillo hacia el salón en busca de su ropa.
Una vez vestido se cruzó con mi madre que, completamanete desnuda, salió a despedirle todavía secándose con la toalla.
Se dieron un beso apasionado y mi madre le dijo:
· Mañana te presentó a mi hijo.
A lo que el tipo respondió:
· ¡Saludos a mi primo!
· ¡Vete a la porra!
Fue la respuesta de mi madre, riéndose.
Y, saliendo el tipo por la puerta de la calle, cerró mi madre la puerta tras él. Ahora no echó el cerrojo.
Espere hasta que mi madre volviera a meterse al baño para salir sigilosamente de la vivienda.
Mientras estaba en la calle, no solamente recordé empalmado el voluptuoso cuerpo de mi madre y como había follado sino que pensé qué grado de parentesco podía yo tener con el polla gorda que se la había beneficiado: ¿Sería mi primo o el de mi padre?. Saldría de dudas cuando mi madre me lo presentara al día siguiente.
Cuando ya había pasado el tiempo suficiente para que mi madre pensara que ya había salido del cine, volví a entrar en la vivienda.
Sin ningún interés me interrogó mi madre por la película y por mis amigos. Mentí, por supuesto. Recibiendo también mentiras cuando fui yo el que la pregunté como había pasado la tarde. Leyendo y durmiendo me respondió la muy puta.
Aquella noche me masturbé un par de veces recordando el cuerpo desnudo de mi madre y cómo se la habían beneficiado.
2 comentarios - A mamá la dan un buen revolcón