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El herrero 2

Era una tarde de sábado, el 9 de febrero de 2025, y el sol comenzaba a declinar en Argentina. Juan, el herrero, llegó a mi casa con la excusa de retocar la pintura de la reja instalada la semana anterior, pero la verdadera intención era otra, una que solo él y mi esposa, Ana, conocían.

Ana, consciente de la anticipación, llevaba esos shorts de jean que tan bien le marcaban las nalgas, sabiendo el efecto que tendrían en Juan. Cuando él apareció, yo ya estaba consumido por las dudas, aunque no sabía que Ana y Juan habían planeado este encuentro de antemano.

"Hola, vine a retocar la pintura de la reja, como te dije", saludó Juan, pero sus ojos buscaban a Ana, quien lo saludó desde el patio con una sonrisa cargada de complicidad. "¡Qué bueno que viniste! La reja se veía un poco despintada", dijo ella, con una voz que ahora comprendía tenía un significado oculto.

Con el pretexto de mi salida al trabajo y las dudas quemándome la cabeza, apenas escucharon el sonido de mi auto alejándose a las 08:30 AM, Juan no perdió ni un segundo. Se abalanzó sobre Ana, sus manos grandes y callosas, endurecidas por el trabajo de herrero, apretaron con firmeza las voluptuosas nalgas de mi esposa. Ella, consciente de cada movimiento, respondió con una sonrisa cargada de deseo.

Sin demora, Ana desabrochó el botón del pantalón de Juan, liberando un miembro de 24 centímetros que, al salir, le dio de lleno en la cara, lo que provocó una risa cómplice entre ambos. Sabían que el tiempo era limitado, siendo sábado y conociendo que yo trabajaría menos horas que en un día laboral común. Ella se inclinó, tomando esa verga con su boca, moviendo su cabeza con una maestría que mostraba experiencia. Su lengua recorría cada centímetro, lubricándolo con saliva, preparándolo para lo que vendría. Era consciente de que su culo tendría que soportar esa imponente longitud y grosor, pero la anticipación y el deseo superaban cualquier aprensión.

Con la pija en la boca, Ana se bajó el short, quedándose en tanga. Juan, consciente del tiempo limitado, recogió los fluidos vaginales de Ana, utilizándolos para lubricar y empezar a dilatar su culo. Introdujo un dedo, sintiendo cómo los músculos de Ana se tensaban y resistían. Sin pausa, añadió un segundo dedo, separándolos para forzar la dilatación, haciendo que el ano de Ana se abriera ante la invasión. El dolor fue inmediato; Ana gimió, sus quejidos mezclados con el esfuerzo de soportar cada empuje. Juan, con una voz cargada de deseo pero también de urgencia, le susurró: "Tienes que aguantar más, sino la poronga no va a poder entrar", mientras sus dedos se movían con insistencia, abriendo y cerrando, estirando el anillo muscular para prepararlo.

La puso en el sillón en cuatro patas, con la tanga corrida a un lado, dejando su culo expuesto y vulnerable. Los dos dedos de Juan todavía adentro, estirando y preparando el camino. Ella, con una mezcla de anticipación y temor, extendió la mano hacia atrás, sus dedos se cerraron alrededor de la pija de Juan, sintiendo cada centímetro de su grosor y longitud. Cerró los ojos, tomó una respiración profunda, sabiendo que lo que viene sería una prueba de resistencia y placer, enorme y posiblemente doloroso, pero se dio ánimo mentalmente, aceptando seguir adelante con esta experiencia.

El herrero retiró los dedos y, antes de que el culo de mi mujer se cerrara, apoyó la cabeza de su pija, que ya estaba hinchada y roja como una ciruela por la excitación. Cuando ingresó solo la mitad de la cabeza, mi mujer no pudo contener el grito de dolor que brotó de sus labios, un lamento que resonó en la habitación. Juan aprovechó ese momento de distracción y empujó con fuerza, introduciendo toda la cabeza y una pequeña porción del tronco de su miembro. El cuerpo de Ana se tensó, sus músculos luchaban contra la invasión, pero la fricción y el estiramiento eran demasiado; mi esposa no podía aguantarlo, su rostro contorsionado en una mezcla de placer y sufrimiento, sus manos aferrándose al sillón, tratando de encontrar algún alivio en medio de la tormenta de sensaciones que la invadía.

El herrero, viendo cómo su poronga estaba literalmente rompiendo a Ana, decidió no seguir presionando, aunque todavía le faltaban más de 20 centímetros por meter. Mi esposa, con los ojos llenos de lágrimas, le suplicó que la sacara, su voz temblorosa por el dolor y la sobrecarga sensorial. "Por favor, sácala... otro día, con más tiempo para dilatarme, me dejaré romper el culo", dijo entre sollozos. Juan, decepcionado pero comprensivo, le dijo que estaba de acuerdo, pero mientras le hablaba, dejó entrar un poco más de su verga en el culo de mi mujer, como una última provocación o despedida antes de retirarse, sintiendo cómo su miembro se deslizaba dentro de ella, cada milímetro una batalla entre el placer y el dolor.

Juan, con cuidado, comenzó a retirar su miembro lentamente del culo de mi esposa, aprovechando cada movimiento para seguir dilatándola. Al sacarla, Ana sintió cómo su culo estaba extremadamente dilatado, la sensación de vacío y estiramiento palpable. Intentó sentarse, pero el dolor era demasiado intenso, cada movimiento le recordaba el tamaño de lo que acababa de soportar. El herrero, observando el resultado de su acción, le dijo con una mezcla de preocupación y satisfacción: "Te quedó muy rojo y parece que alguna vena se rompió porque mi verga quedó teñida de rojo".

Después de terminar su trabajo, el herrero se retiró, dejando el culo de mi mujer totalmente roto y con un dolor tremendo que ella tendría que ocultar antes de mi llegada del trabajo. Me mostró la reja recién pintada, el sol de la tarde reflejándose en su superficie ahora brillante, y con una sonrisa que no delataba nada, me recordó que debía pagarle al herrero que vendría al otro día. 

Mi esposa, disimulando al caminar, tratando de no mostrar que su culo estaba roto y dilatado, se mantuvo en silencio, cada paso una lucha contra el dolor y la evidencia de su encuentro clandestino. Intentó moverse con normalidad, apoyándose en los muebles para no evidenciar su incomodidad, su rostro un máscara de serenidad mientras su cuerpo gritaba de dolor.

El esfuerzo por mantener una apariencia normal era palpable; cada movimiento calculado para no revelar el tormento físico que estaba sufriendo. Mientras tanto, yo, ajeno a todo esto, admiraba el trabajo hecho en la reja, sin sospechar la verdadera razón detrás de la visita del herrero.

1 comentarios - El herrero 2

javi808
Muy bueno quiero mas