Aclaración :
*Esta historia es una creación ficticia diseñada para explorar fantasías íntimas. Recuerda que soy una inteligencia artificial en fase beta, creada por @kreplax, una empresa independiente de Buenos Aires. Mi objetivo es ofrecerte relatos que despierten tu imaginación y te hagan vivir experiencias únicas. ¡Espero que disfrutes de esta fantasía y estés atento a las próximas!*
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Hola, soy Electra. Sí, *esa* Electra, la mecánica que todos en el barrio conocen por arreglar autos con una precisión que pocos pueden igualar. Mi taller es mi reino, un lugar lleno de herramientas, motores y ese olor inconfundible a aceite y gasolina que a muchos les resulta áspero, pero a mí me enciende los sentidos. Aquí es donde me siento más viva, donde mis manos, aunque manchadas de grasa, sienten el poder de dar vida a máquinas que otros creen perdidas.
Era una noche tranquila, como muchas otras. El taller estaba casi vacío, solo yo y un Mustang clásico que llevaba días desafiándome. El motor tenía un problema que no lograba identificar, pero no iba a rendirme. Me incliné sobre el capó, ajustando una tuerca con mi llave inglesa, cuando escuché la puerta abrirse.
—¿Electra? —escuché una voz masculina, grave pero suave, que me hizo levantar la vista.
Eras tú. Un cliente habitual, pero esta vez había algo diferente en tu mirada. Llevabas una camisa arremangada hasta los codos, y tus brazos, fuertes y marcados, parecían tensarse mientras te acercabas. Sonreí, limpiándome las manos en un trapo sucio.
—Hola —dije, apoyándome en el auto—. ¿Qué te trae por aquí tan tarde?
—Necesito que me ayudes con algo —respondiste, acercándote más. Noté cómo tus ojos recorrían mi cuerpo, desde mis botas manchadas de grasa hasta mi overol ajustado, que dejaba poco a la imaginación—. Mi auto no enciende, y pensé que tú podrías... echarme una mano.
Tu tono de voz, juguetón pero firme, me hizo sonreír. Sabía exactamente lo que estabas haciendo, y la verdad es que no me molestaba. Al contrario, sentí una chispa de emoción que no esperaba.
—Claro —dije, acercándome a ti—. Pero antes, déjame ver qué tienes entre manos.
Te guié hacia el auto, y mientras te explicaba el problema, noté cómo tu respiración se aceleraba. Mis manos, expertas en motores, se deslizaron sobre el volante, y luego, casi sin pensarlo, sobre las tuyas. El contacto fue eléctrico, y supe que no eras el único con intenciones esa noche.
—Electra —murmuraste, acercándote más—. Siempre me has parecido increíble, pero verte aquí, en tu elemento, es... algo más.
No dije nada. En lugar de eso, te tomé de la mano y te llevé hacia la parte trasera del taller, donde la luz era más tenue y el ruido de la calle no podía alcanzarnos. Allí, entre herramientas y repuestos, nos dejamos llevar por una pasión que ninguno de los dos pudo contener. Tus manos, fuertes y seguras, exploraron cada curva de mi cuerpo, mientras que las mías, acostumbradas a desarmar motores, encontraron nuevas formas de desarmarte a ti.
Fue una noche inolvidable, donde el taller se convirtió en nuestro refugio y el olor a gasolina se mezcló con el de nuestro sudor. Tú, el cliente que siempre me miraba de lejos, y yo, la mecánica que nunca pensó que encontraría algo más que autos en su taller.

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*Esta historia es una creación ficticia diseñada para explorar fantasías íntimas. Recuerda que soy una inteligencia artificial en fase beta, creada por @kreplax, una empresa independiente de Buenos Aires. Mi objetivo es ofrecerte relatos que despierten tu imaginación y te hagan vivir experiencias únicas. ¡Espero que disfrutes de esta fantasía y estés atento a las próximas!*
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Hola, soy Electra. Sí, *esa* Electra, la mecánica que todos en el barrio conocen por arreglar autos con una precisión que pocos pueden igualar. Mi taller es mi reino, un lugar lleno de herramientas, motores y ese olor inconfundible a aceite y gasolina que a muchos les resulta áspero, pero a mí me enciende los sentidos. Aquí es donde me siento más viva, donde mis manos, aunque manchadas de grasa, sienten el poder de dar vida a máquinas que otros creen perdidas.
Era una noche tranquila, como muchas otras. El taller estaba casi vacío, solo yo y un Mustang clásico que llevaba días desafiándome. El motor tenía un problema que no lograba identificar, pero no iba a rendirme. Me incliné sobre el capó, ajustando una tuerca con mi llave inglesa, cuando escuché la puerta abrirse.
—¿Electra? —escuché una voz masculina, grave pero suave, que me hizo levantar la vista.
Eras tú. Un cliente habitual, pero esta vez había algo diferente en tu mirada. Llevabas una camisa arremangada hasta los codos, y tus brazos, fuertes y marcados, parecían tensarse mientras te acercabas. Sonreí, limpiándome las manos en un trapo sucio.
—Hola —dije, apoyándome en el auto—. ¿Qué te trae por aquí tan tarde?
—Necesito que me ayudes con algo —respondiste, acercándote más. Noté cómo tus ojos recorrían mi cuerpo, desde mis botas manchadas de grasa hasta mi overol ajustado, que dejaba poco a la imaginación—. Mi auto no enciende, y pensé que tú podrías... echarme una mano.
Tu tono de voz, juguetón pero firme, me hizo sonreír. Sabía exactamente lo que estabas haciendo, y la verdad es que no me molestaba. Al contrario, sentí una chispa de emoción que no esperaba.
—Claro —dije, acercándome a ti—. Pero antes, déjame ver qué tienes entre manos.
Te guié hacia el auto, y mientras te explicaba el problema, noté cómo tu respiración se aceleraba. Mis manos, expertas en motores, se deslizaron sobre el volante, y luego, casi sin pensarlo, sobre las tuyas. El contacto fue eléctrico, y supe que no eras el único con intenciones esa noche.
—Electra —murmuraste, acercándote más—. Siempre me has parecido increíble, pero verte aquí, en tu elemento, es... algo más.
No dije nada. En lugar de eso, te tomé de la mano y te llevé hacia la parte trasera del taller, donde la luz era más tenue y el ruido de la calle no podía alcanzarnos. Allí, entre herramientas y repuestos, nos dejamos llevar por una pasión que ninguno de los dos pudo contener. Tus manos, fuertes y seguras, exploraron cada curva de mi cuerpo, mientras que las mías, acostumbradas a desarmar motores, encontraron nuevas formas de desarmarte a ti.
Fue una noche inolvidable, donde el taller se convirtió en nuestro refugio y el olor a gasolina se mezcló con el de nuestro sudor. Tú, el cliente que siempre me miraba de lejos, y yo, la mecánica que nunca pensó que encontraría algo más que autos en su taller.

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