Historia de mi primer trio
Habíamos sido amigos desde la infancia: Carlos, Lucía y yo. Éramos inseparables, siempre pasábamos el rato juntos, siempre riéndonos. Mi mejor amigo y yo desde la infancia y nuestra amiga en común, una chica que conocíamos desde hacía años, pero en la que nunca habíamos pensado de esa manera. Pero esta noche... esta noche había dado un giro que ninguno de nosotros podría haber predicho.
Comenzó de manera bastante inocente. Estábamos conduciendo el coche de Carlos, recorriendo las calles sin rumbo fijo, cuando mencionó que sus padres estaban fuera de la ciudad, así que la casa era nuestra por la noche. Parecía una gran idea en ese momento: solo otra noche tranquila para reírnos y hablar de nada importante.
—Deberíamos tomar unas cervezas —sugirió, con una sonrisa maliciosa en el rostro—. Lucía y yo intercambiamos una mirada, pero no nos costó mucho convencernos. Al poco rato estábamos aparcados delante de una licorería y nos compramos un par de paquetes de seis cervezas antes de dirigirnos a la casa de Carlos. Su familia era adinerada y su casa era espaciosa y moderna. Nos sentamos en la sala de estar del piso de arriba, con música de fondo mientras abríamos las cervezas. La conversación fluía fácilmente al principio, pero después de un rato, los silencios comenzaron a extenderse. Fue entonces cuando mi mejor amigo sacó una baraja de cartas.
“Vamos a darle un poco de emoción a las cosas”, dijo, sonriendo con picardía. “El perdedor tiene que quitarse una prenda de ropa”.
Sonaba tonto, inofensivo incluso. Nos reímos, aceptando las reglas sin pensarlo mucho. Perdí la primera ronda y me saqué los zapatos. Luego fue el turno de mi amigo para perder, y tiró a un lado sus calcetines. A medida que avanzaba el juego, las apuestas eran cada vez más altas. Me saqué la camisa, luego mi amigo me replicó. Y luego, finalmente, fue su turno, el de Lucía.
Dudó un momento, luego se levantó y se quitó lentamente la blusa. Debajo llevaba un sujetador de encaje blanco que se ceñía a sus pequeños y respingones pechos. Se me secó la garganta mientras intentaba no mirarla, pero era imposible. Me miró a los ojos y una sonrisa tímida se dibujó en sus labios.
El juego continuó y la tensión se hizo más densa con cada prenda que caía al suelo. Cuando fue el turno de Carlos de perder, se bajó los pantalones y se quedó solo con sus bóxers. Luego fue el turno de Lucía de nuevo: se quitó los jeans y dejó al descubierto unos pantis a juego que le abrazaban el trasero a la perfección.
Nuevamente el turno de ella, dudó por un momento, sus mejillas se sonrojaron, pero luego metió la mano detrás de su espalda y desabrochó su sujetador. Se cayó, revelando unos pechos pequeños y respingones con pezones rosados que parecían endurecerse bajo nuestra mirada. Sentí que mi pulso se aceleraba, mi cuerpo respondía de maneras que no podía controlar.
Cuando fue mi turno de perder, ya estaba medio duro. Me levanté y manoseé torpemente mis bóxers. Carlos me detuvo, con los ojos brillantes de picardía. "Espera", dijo. "Deja que lo haga Lucía".
Me ardía la cara, pero no discutí. Lucía dio un paso adelante y sus dedos se engancharon en la cinturilla de mis bóxers. Ella tiró de ellos hacia abajo lentamente, su aliento caliente contra mi piel. Mientras se deslizaban más allá de mis muslos, mi semierección se liberó, rozando su mejilla. Ella se rió, el sonido fue ligero y despreocupado, pero sus ojos se quedaron en mí, oscuros por el deseo.
Ahora estaba completamente desnudo, expuesto frente a mis dos amigos. Y Lucía... no parecía poder apartar la mirada. El juego continuó, cada pérdida nos desnudaba más. Cuando llegamos a su ropa interior, el aire estaba cargado de anticipación. Mi mejor amigo y yo trabajamos juntos para deslizarle las bragas por las piernas, dejándola completamente desnuda. Se paró frente a nosotros, su cuerpo temblaba ligeramente, pero había un desafío en su postura que solo la hacía más atractiva.
Fue entonces cuando el juego terminó, reemplazado por algo mucho más primario.
Nos pidió que nos pusiéramos uno al lado del otro, sus ojos se movían rápidamente entre nuestras erecciones con una curiosidad que envió una descarga de electricidad a través de mí. Ella extendió la mano y tomó a cada uno de nosotros en su mano, comparando las diferencias entre mi longitud no circuncidada y su circunferencia más gruesa y circuncidada.
"Me gustan ambos", susurró, su voz apenas audible por encima del latido fuerte de mi corazón.
Y luego, sin previo aviso, se inclinó hacia el miembro de mi amigo y lo tomó en su boca. Su inhalación aguda llenó la habitación, las manos de él enredándose en su cabello mientras ella se movía, su lengua girando alrededor de la punta de su pene. Cuando se volvió hacia mí, no estaba preparado para la intensidad de su toque. Su boca era cálida, húmeda e increíblemente hábil, y podía sentir que perdía el control con cada movimiento de su lengua.
Mi mejor amigo se colocó detrás de ella, sus manos agarrando sus caderas mientras se posicionaba. Con una embestida, él estaba dentro de ella, y ella gimió alrededor de mi pene, sus uñas clavándose en mis nalgas. El sonido envió una oleada de calor a través de mí, y no pude evitar gemir en respuesta.
—Dios, no puedo creer que estemos haciendo esto —murmuré, con la respiración entrecortada mientras sus labios me envolvían, cálidos y húmedos. Su lengua se arremolinaba alrededor de mi glande, provocando cada terminación nerviosa. Mis caderas se contrajeron involuntariamente y ella se rio, echándose hacia atrás lo suficiente para mirarme con esos ojos grandes y claros.
—Te gusta eso, ¿no? —susurró, su voz destilando picardía. Antes de que pudiera responder, me tomó profundamente otra vez, su boca tragándome por completo. Mi cabeza cayó hacia atrás, un gemido escapó de mis labios.
La sensación era abrumadora: su boca me trabajaba con destreza mientras Carlos la follaba fuerte y rápido. Podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo, oír los sonidos húmedos de su unión. Era demasiado, no quería que terminara.
Mi trance de interrumpió cuando, detrás de ella, escuché a mi mejor amigo, soltar una risita baja. —Tu turno, hombre —dijo, su voz áspera por la excitación. Miré hacia un lado para verlo allí de pie, su propia erección palpitando en su mano. Cuando me llegó el turno de tomarla, me recosté y observé cómo se inclinaba sobre mí. Su estrechez me envolvía y podía sentir cada respiración temblorosa que tomaba mientras se movía. Sobre mí, mi mejor amigo se introducía en su boca, sus movimientos se volvían más frenéticos con cada segundo que pasaba.
La vista era embriagadora: la forma en que su cuerpo se movía entre nosotros, los sonidos que hacía, el absoluto abandono en su expresión.
—Oh, Dios —jadeó Lucía, apartándose de mi amigo por un momento para recuperar el aliento. Tenía las mejillas sonrojadas y el pelo pegado a la frente. Parecía absolutamente destrozada y era lo más caliente que había visto en mi vida. —No pares —suplicó, mirándome con ojos desesperados antes de volver a sumergirse sobre el falo de mi amigo.
Unos minutos más tarde, era momento de cambiar de lugares. Mi mejor amigo la penetró por detrás, sus dedos acariciando su ano mientras ella me la chupaba. Pude ver la vacilación en sus ojos cuando él sugirió ir más allá. —¡No, no, no! ¡Por el culo no, que soy virgen! —jadeó, con la voz temblorosa mientras arqueaba la espalda, tratando de apartarse. Pero las manos de mi mejor amigo estaban firmes en sus caderas, sus dedos ya jugueteando con el borde de lo que ella nunca se había atrevido a explorar antes.
Sus ojos se encontraron con los míos, abiertos por el pánico, pero también por algo más, algo que me hizo quedarme sin aliento. Deseo. Miedo, sí, pero una curiosidad que era imposible de ignorar.
—Estamos en un hermoso trío —dijo mi mejor amigo, con voz baja y burlona, su sonrisa lobuna mientras se inclinaba sobre su hombro—. Hay que disfrutar al máximo. Le dio un beso en el cuello y pude verla temblar, su determinación vacilando.
—Anímate a nuevas sensaciones —murmuré, mi mano se extendió para apartar un mechón de cabello de su rostro. Ella me miró, con los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando rápidamente. Y luego, lentamente, casi imperceptiblemente, asintió.
Me acosté debajo de ella, sintiendo su cuerpo temblar mientras se sentaba a horcajadas sobre mí, mi propia excitación presionando insistentemente contra su muslo, pero el deseo ganó. Ella quería esto, incluso si estaba asustada. Y cuando finalmente se bajó sobre mí, su trasero virginalmente apretado alrededor de mi pene, supe que no había otra manera de que esta noche pudiera terminar. Sus gritos de placer resonaron en la habitación, mezclándose con nuestros propios sonidos de éxtasis mientras la llevábamos al límite y más allá.
La sensación de estar dentro de ella, mi mejor amigo llenándola desde el otro lado, era diferente a todo lo que había experimentado antes. Su cuerpo se convulsionó a nuestro alrededor, su orgasmo la desgarró con tanta fuerza que desencadenó mi propia liberación. Me corrí con fuerza, derramándome dentro de ella mientras ella gritaba, sus músculos se apretaban contra mí en oleadas de placer.
Mi mejor amigo no se quedó atrás, su propio clímax se unió al mío mientras colapsábamos juntos, sudorosos y agotados.
Ahora, acostados allí después del orgasmo, los tres sin aliento y entrelazados, no puedo evitar preguntarme: ¿hacia dónde vamos desde aquí?
La habitación estaba cargada de un olor a sudor y sexo, el aire estaba cargado por el peso de lo que acabábamos de hacer. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mi cuerpo todavía hormigueaba por la intensidad de todo. Me quedé allí entre ellos, mi amiga a un lado, nuestro amigo al otro, todos enredados en un montón de extremidades y deseo persistente.
"Entonces...", mi mejor amigo rompió el silencio, su voz baja y áspera. "Eso acaba de pasar". Solté una risa temblorosa, mi mano instintivamente buscó la de mi amiga. Ella la apretó suavemente, sus dedos temblaban contra los míos. Ella también lo está sintiendo, pensé. Esa extraña mezcla de euforia e incertidumbre que llega después de salir tanto de los límites de lo familiar.
"Sí", logré decir, mi voz apenas por encima de un susurro. "Lo hizo".
Nuestra amiga, no, ya no solo nuestra amiga, nuestra amante, se movió ligeramente, su cuerpo rozando el mío mientras se giraba hacia un lado. Sus ojos se encontraron con los míos y en ellos vi un destello de algo que no podía identificar. ¿Curiosidad? ¿Nerviosismo? Tal vez ambos.
“¿Estás… bien?”, preguntó suavemente, su mirada yendo de mí a mi mejor amigo. Asentí, aunque mi mente estaba acelerada. ¿Bien? No sé si bien lo cubre. Pero antes de que pudiera responder, mi mejor amigo intervino. “Más que bien”, dijo, con una sonrisa extendiéndose por su rostro. Se apoyó en un codo, sus ojos se clavaron en ella mientras recorrían su cuerpo desnudo. “Eso fue increíble. Estuviste increíble”.
Sus mejillas se sonrojaron, pero no apartó la mirada. En cambio, se mordió el labio, su expresión cambió a algo más juguetona. “Tú tampoco estuviste tan mal”, bromeó, su voz teñida de una confianza recién descubierta.
Sentí una oleada de calor recorriendo mi cuerpo, mi cuerpo respondía a la forma en que lo miraba, la forma en que sus palabras permanecían en el aire. Dios, es hermosa. Y saber que momentos antes, ella había estado retorciéndose debajo de nosotros, tomándonos a ambos de maneras que ninguno de los dos había imaginado jamás, era casi demasiado para procesar.
Mi mejor amigo me miró y su sonrisa se ensanchó. “¿Crees que está lista para la segunda ronda?” Antes de que pudiera responder, se rió, un sonido tan ligero y despreocupado que me dolió el pecho. “¿Segunda ronda?” repitió, levantando una ceja. “¿Crees que puedes seguir el ritmo?”
Su mandíbula cayó ligeramente y no pude evitar reírme. Ella lo tiene justo donde lo quiere.
“Oh, puedo seguir el ritmo”, respondió mi mejor amigo, con su voz llena de desafío. Se estiró hacia ella, su mano deslizándose por su muslo de una manera que la hizo estremecer. “Pero tal vez eres tú quien necesita demostrar que puedes manejarlo”.
Arqueó una ceja y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. “¿Eso es un reto?” —ronroneó, incorporándose lentamente, sus pechos brillaban aun por el sudor. Se me cortó la respiración cuando se inclinó hacia delante, su rostro a centímetros del mío—. Porque si es así, no voy a dar marcha atrás.
Mi corazón dio un vuelco, mi cuerpo respondió instantáneamente a su proximidad. —¿Estás segura de eso?—pregunté, con la voz ronca por el deseo.
No respondió con palabras. En cambio, me besó, profunda y apasionadamente, su lengua enredándose con la mía de una manera que no dejaba lugar a dudas. Cuando se apartó, sus ojos brillaron con picardía. —Tu turno —susurró, girándose para mirar a mi mejor amigo.
Él no dudó. En un movimiento fluido, la atrajo hacia su regazo, sus manos agarrando sus caderas mientras su boca encontraba la de ella. Observé, paralizado, cómo los dos se movían juntos, sus cuerpos reavivando el fuego que apenas había comenzado a enfriarse.
Pero esta vez, no me conformé con quedarme sentado y mirar. Me moví detrás de ella, mis manos rozando su piel, trazando la curva de su columna hasta que llegué a la curva de sus caderas. Ella gimió suavemente, arqueándose ante mi toque, y lo tomé como mi señal para inclinarme, presionando un beso en la base de su cuello.
Se estremeció, sus manos apretando los hombros de mi mejor amigo mientras se frotaba contra él. "Joder", respiró, su voz temblaba de necesidad. "No pares".
No tenía intención de hacerlo. Mis manos se deslizaron más abajo, atrapando su trasero mientras la guiaba hacia el miembro expectante de mi mejor amigo. Ella jadeó cuando él entró en su vagina, su cabeza cayó hacia atrás contra mi hombro mientras lo tomaba centímetro a centímetro tortuosamente.
"Te siento tan bien", gruñó mi mejor amigo, sus manos agarrando sus muslos mientras ella comenzaba a moverse. "Tan jodidamente apretada".
Podía sentir cada embestida, cada cambio sutil de su cuerpo mientras lo metía. Fue embriagador saber que estaba tan cerca de unirme a ellos, de ser parte de ese ritmo perfecto y primario una vez más.
Y luego, sin previo aviso, ella extendió la mano hacia mí, sus dedos envolvieron mi longitud ya dura. "Te quiero dentro de mí", murmuró, su voz un susurro sensual que envió una descarga de electricidad directamente a mi núcleo. "Ambos".
Los ojos de mi mejor amigo se encontraron con los míos por encima de su hombro, y vi la misma hambre reflejada en ellos, un acuerdo tácito de que esto aún no había terminado. Ni por asomo.
Me coloqué detrás de ella, con las manos temblorosas mientras me dirigía hacia su entrada apenas desvirgada minutos antes. Todavía estaba estirada desde el anterior encuentro, pero la forma en que se apretó a mi alrededor mientras yo empujaba hacia adentro me dijo que estaba más que lista.
"Sí", gimió, su cuerpo se tensó mientras la llenaba. "Oh Dios, sí". Habíamos formado una maravillosa doble penetración. Podía sentir también como el miembro de mi amigo se deslizaba al interior de nuestra amiga. Ella ya no gemía, gritaba de placer, su cuerpo temblaba y en un determinado momento, sentí como ahogaba mi miembro con su ano y se convulsionaba en un intenso y sonoro orgasmo, sentía como sus jugos se regaban sobre mí. Y no pude contener más mi final y eyaculé con mucha fuerza en su interior, mi pene palpitaba con fuerza mientras aun sentía el vaivén de la penetración que mi amigo le seguía proporcionando. Quizás el sentía también mi miembro en tan angosto espacio que con un grito de placer se corrió con fuerza dentro de la vagina de mi amiga.
Estábamos exhaustos pero inmóviles aun hasta que nuestros miembros flácidos se fueron retirando de las respectivas cavidades de nuestra amiga, y con ello, el semen que habíamos depositado con anterioridad.
Sin duda una experiencia inolvidable.
Habíamos sido amigos desde la infancia: Carlos, Lucía y yo. Éramos inseparables, siempre pasábamos el rato juntos, siempre riéndonos. Mi mejor amigo y yo desde la infancia y nuestra amiga en común, una chica que conocíamos desde hacía años, pero en la que nunca habíamos pensado de esa manera. Pero esta noche... esta noche había dado un giro que ninguno de nosotros podría haber predicho.
Comenzó de manera bastante inocente. Estábamos conduciendo el coche de Carlos, recorriendo las calles sin rumbo fijo, cuando mencionó que sus padres estaban fuera de la ciudad, así que la casa era nuestra por la noche. Parecía una gran idea en ese momento: solo otra noche tranquila para reírnos y hablar de nada importante.
—Deberíamos tomar unas cervezas —sugirió, con una sonrisa maliciosa en el rostro—. Lucía y yo intercambiamos una mirada, pero no nos costó mucho convencernos. Al poco rato estábamos aparcados delante de una licorería y nos compramos un par de paquetes de seis cervezas antes de dirigirnos a la casa de Carlos. Su familia era adinerada y su casa era espaciosa y moderna. Nos sentamos en la sala de estar del piso de arriba, con música de fondo mientras abríamos las cervezas. La conversación fluía fácilmente al principio, pero después de un rato, los silencios comenzaron a extenderse. Fue entonces cuando mi mejor amigo sacó una baraja de cartas.
“Vamos a darle un poco de emoción a las cosas”, dijo, sonriendo con picardía. “El perdedor tiene que quitarse una prenda de ropa”.
Sonaba tonto, inofensivo incluso. Nos reímos, aceptando las reglas sin pensarlo mucho. Perdí la primera ronda y me saqué los zapatos. Luego fue el turno de mi amigo para perder, y tiró a un lado sus calcetines. A medida que avanzaba el juego, las apuestas eran cada vez más altas. Me saqué la camisa, luego mi amigo me replicó. Y luego, finalmente, fue su turno, el de Lucía.
Dudó un momento, luego se levantó y se quitó lentamente la blusa. Debajo llevaba un sujetador de encaje blanco que se ceñía a sus pequeños y respingones pechos. Se me secó la garganta mientras intentaba no mirarla, pero era imposible. Me miró a los ojos y una sonrisa tímida se dibujó en sus labios.
El juego continuó y la tensión se hizo más densa con cada prenda que caía al suelo. Cuando fue el turno de Carlos de perder, se bajó los pantalones y se quedó solo con sus bóxers. Luego fue el turno de Lucía de nuevo: se quitó los jeans y dejó al descubierto unos pantis a juego que le abrazaban el trasero a la perfección.
Nuevamente el turno de ella, dudó por un momento, sus mejillas se sonrojaron, pero luego metió la mano detrás de su espalda y desabrochó su sujetador. Se cayó, revelando unos pechos pequeños y respingones con pezones rosados que parecían endurecerse bajo nuestra mirada. Sentí que mi pulso se aceleraba, mi cuerpo respondía de maneras que no podía controlar.
Cuando fue mi turno de perder, ya estaba medio duro. Me levanté y manoseé torpemente mis bóxers. Carlos me detuvo, con los ojos brillantes de picardía. "Espera", dijo. "Deja que lo haga Lucía".
Me ardía la cara, pero no discutí. Lucía dio un paso adelante y sus dedos se engancharon en la cinturilla de mis bóxers. Ella tiró de ellos hacia abajo lentamente, su aliento caliente contra mi piel. Mientras se deslizaban más allá de mis muslos, mi semierección se liberó, rozando su mejilla. Ella se rió, el sonido fue ligero y despreocupado, pero sus ojos se quedaron en mí, oscuros por el deseo.
Ahora estaba completamente desnudo, expuesto frente a mis dos amigos. Y Lucía... no parecía poder apartar la mirada. El juego continuó, cada pérdida nos desnudaba más. Cuando llegamos a su ropa interior, el aire estaba cargado de anticipación. Mi mejor amigo y yo trabajamos juntos para deslizarle las bragas por las piernas, dejándola completamente desnuda. Se paró frente a nosotros, su cuerpo temblaba ligeramente, pero había un desafío en su postura que solo la hacía más atractiva.
Fue entonces cuando el juego terminó, reemplazado por algo mucho más primario.
Nos pidió que nos pusiéramos uno al lado del otro, sus ojos se movían rápidamente entre nuestras erecciones con una curiosidad que envió una descarga de electricidad a través de mí. Ella extendió la mano y tomó a cada uno de nosotros en su mano, comparando las diferencias entre mi longitud no circuncidada y su circunferencia más gruesa y circuncidada.
"Me gustan ambos", susurró, su voz apenas audible por encima del latido fuerte de mi corazón.
Y luego, sin previo aviso, se inclinó hacia el miembro de mi amigo y lo tomó en su boca. Su inhalación aguda llenó la habitación, las manos de él enredándose en su cabello mientras ella se movía, su lengua girando alrededor de la punta de su pene. Cuando se volvió hacia mí, no estaba preparado para la intensidad de su toque. Su boca era cálida, húmeda e increíblemente hábil, y podía sentir que perdía el control con cada movimiento de su lengua.
Mi mejor amigo se colocó detrás de ella, sus manos agarrando sus caderas mientras se posicionaba. Con una embestida, él estaba dentro de ella, y ella gimió alrededor de mi pene, sus uñas clavándose en mis nalgas. El sonido envió una oleada de calor a través de mí, y no pude evitar gemir en respuesta.
—Dios, no puedo creer que estemos haciendo esto —murmuré, con la respiración entrecortada mientras sus labios me envolvían, cálidos y húmedos. Su lengua se arremolinaba alrededor de mi glande, provocando cada terminación nerviosa. Mis caderas se contrajeron involuntariamente y ella se rio, echándose hacia atrás lo suficiente para mirarme con esos ojos grandes y claros.
—Te gusta eso, ¿no? —susurró, su voz destilando picardía. Antes de que pudiera responder, me tomó profundamente otra vez, su boca tragándome por completo. Mi cabeza cayó hacia atrás, un gemido escapó de mis labios.
La sensación era abrumadora: su boca me trabajaba con destreza mientras Carlos la follaba fuerte y rápido. Podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo, oír los sonidos húmedos de su unión. Era demasiado, no quería que terminara.
Mi trance de interrumpió cuando, detrás de ella, escuché a mi mejor amigo, soltar una risita baja. —Tu turno, hombre —dijo, su voz áspera por la excitación. Miré hacia un lado para verlo allí de pie, su propia erección palpitando en su mano. Cuando me llegó el turno de tomarla, me recosté y observé cómo se inclinaba sobre mí. Su estrechez me envolvía y podía sentir cada respiración temblorosa que tomaba mientras se movía. Sobre mí, mi mejor amigo se introducía en su boca, sus movimientos se volvían más frenéticos con cada segundo que pasaba.
La vista era embriagadora: la forma en que su cuerpo se movía entre nosotros, los sonidos que hacía, el absoluto abandono en su expresión.
—Oh, Dios —jadeó Lucía, apartándose de mi amigo por un momento para recuperar el aliento. Tenía las mejillas sonrojadas y el pelo pegado a la frente. Parecía absolutamente destrozada y era lo más caliente que había visto en mi vida. —No pares —suplicó, mirándome con ojos desesperados antes de volver a sumergirse sobre el falo de mi amigo.
Unos minutos más tarde, era momento de cambiar de lugares. Mi mejor amigo la penetró por detrás, sus dedos acariciando su ano mientras ella me la chupaba. Pude ver la vacilación en sus ojos cuando él sugirió ir más allá. —¡No, no, no! ¡Por el culo no, que soy virgen! —jadeó, con la voz temblorosa mientras arqueaba la espalda, tratando de apartarse. Pero las manos de mi mejor amigo estaban firmes en sus caderas, sus dedos ya jugueteando con el borde de lo que ella nunca se había atrevido a explorar antes.
Sus ojos se encontraron con los míos, abiertos por el pánico, pero también por algo más, algo que me hizo quedarme sin aliento. Deseo. Miedo, sí, pero una curiosidad que era imposible de ignorar.
—Estamos en un hermoso trío —dijo mi mejor amigo, con voz baja y burlona, su sonrisa lobuna mientras se inclinaba sobre su hombro—. Hay que disfrutar al máximo. Le dio un beso en el cuello y pude verla temblar, su determinación vacilando.
—Anímate a nuevas sensaciones —murmuré, mi mano se extendió para apartar un mechón de cabello de su rostro. Ella me miró, con los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando rápidamente. Y luego, lentamente, casi imperceptiblemente, asintió.
Me acosté debajo de ella, sintiendo su cuerpo temblar mientras se sentaba a horcajadas sobre mí, mi propia excitación presionando insistentemente contra su muslo, pero el deseo ganó. Ella quería esto, incluso si estaba asustada. Y cuando finalmente se bajó sobre mí, su trasero virginalmente apretado alrededor de mi pene, supe que no había otra manera de que esta noche pudiera terminar. Sus gritos de placer resonaron en la habitación, mezclándose con nuestros propios sonidos de éxtasis mientras la llevábamos al límite y más allá.
La sensación de estar dentro de ella, mi mejor amigo llenándola desde el otro lado, era diferente a todo lo que había experimentado antes. Su cuerpo se convulsionó a nuestro alrededor, su orgasmo la desgarró con tanta fuerza que desencadenó mi propia liberación. Me corrí con fuerza, derramándome dentro de ella mientras ella gritaba, sus músculos se apretaban contra mí en oleadas de placer.
Mi mejor amigo no se quedó atrás, su propio clímax se unió al mío mientras colapsábamos juntos, sudorosos y agotados.
Ahora, acostados allí después del orgasmo, los tres sin aliento y entrelazados, no puedo evitar preguntarme: ¿hacia dónde vamos desde aquí?
La habitación estaba cargada de un olor a sudor y sexo, el aire estaba cargado por el peso de lo que acabábamos de hacer. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mi cuerpo todavía hormigueaba por la intensidad de todo. Me quedé allí entre ellos, mi amiga a un lado, nuestro amigo al otro, todos enredados en un montón de extremidades y deseo persistente.
"Entonces...", mi mejor amigo rompió el silencio, su voz baja y áspera. "Eso acaba de pasar". Solté una risa temblorosa, mi mano instintivamente buscó la de mi amiga. Ella la apretó suavemente, sus dedos temblaban contra los míos. Ella también lo está sintiendo, pensé. Esa extraña mezcla de euforia e incertidumbre que llega después de salir tanto de los límites de lo familiar.
"Sí", logré decir, mi voz apenas por encima de un susurro. "Lo hizo".
Nuestra amiga, no, ya no solo nuestra amiga, nuestra amante, se movió ligeramente, su cuerpo rozando el mío mientras se giraba hacia un lado. Sus ojos se encontraron con los míos y en ellos vi un destello de algo que no podía identificar. ¿Curiosidad? ¿Nerviosismo? Tal vez ambos.
“¿Estás… bien?”, preguntó suavemente, su mirada yendo de mí a mi mejor amigo. Asentí, aunque mi mente estaba acelerada. ¿Bien? No sé si bien lo cubre. Pero antes de que pudiera responder, mi mejor amigo intervino. “Más que bien”, dijo, con una sonrisa extendiéndose por su rostro. Se apoyó en un codo, sus ojos se clavaron en ella mientras recorrían su cuerpo desnudo. “Eso fue increíble. Estuviste increíble”.
Sus mejillas se sonrojaron, pero no apartó la mirada. En cambio, se mordió el labio, su expresión cambió a algo más juguetona. “Tú tampoco estuviste tan mal”, bromeó, su voz teñida de una confianza recién descubierta.
Sentí una oleada de calor recorriendo mi cuerpo, mi cuerpo respondía a la forma en que lo miraba, la forma en que sus palabras permanecían en el aire. Dios, es hermosa. Y saber que momentos antes, ella había estado retorciéndose debajo de nosotros, tomándonos a ambos de maneras que ninguno de los dos había imaginado jamás, era casi demasiado para procesar.
Mi mejor amigo me miró y su sonrisa se ensanchó. “¿Crees que está lista para la segunda ronda?” Antes de que pudiera responder, se rió, un sonido tan ligero y despreocupado que me dolió el pecho. “¿Segunda ronda?” repitió, levantando una ceja. “¿Crees que puedes seguir el ritmo?”
Su mandíbula cayó ligeramente y no pude evitar reírme. Ella lo tiene justo donde lo quiere.
“Oh, puedo seguir el ritmo”, respondió mi mejor amigo, con su voz llena de desafío. Se estiró hacia ella, su mano deslizándose por su muslo de una manera que la hizo estremecer. “Pero tal vez eres tú quien necesita demostrar que puedes manejarlo”.
Arqueó una ceja y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. “¿Eso es un reto?” —ronroneó, incorporándose lentamente, sus pechos brillaban aun por el sudor. Se me cortó la respiración cuando se inclinó hacia delante, su rostro a centímetros del mío—. Porque si es así, no voy a dar marcha atrás.
Mi corazón dio un vuelco, mi cuerpo respondió instantáneamente a su proximidad. —¿Estás segura de eso?—pregunté, con la voz ronca por el deseo.
No respondió con palabras. En cambio, me besó, profunda y apasionadamente, su lengua enredándose con la mía de una manera que no dejaba lugar a dudas. Cuando se apartó, sus ojos brillaron con picardía. —Tu turno —susurró, girándose para mirar a mi mejor amigo.
Él no dudó. En un movimiento fluido, la atrajo hacia su regazo, sus manos agarrando sus caderas mientras su boca encontraba la de ella. Observé, paralizado, cómo los dos se movían juntos, sus cuerpos reavivando el fuego que apenas había comenzado a enfriarse.
Pero esta vez, no me conformé con quedarme sentado y mirar. Me moví detrás de ella, mis manos rozando su piel, trazando la curva de su columna hasta que llegué a la curva de sus caderas. Ella gimió suavemente, arqueándose ante mi toque, y lo tomé como mi señal para inclinarme, presionando un beso en la base de su cuello.
Se estremeció, sus manos apretando los hombros de mi mejor amigo mientras se frotaba contra él. "Joder", respiró, su voz temblaba de necesidad. "No pares".
No tenía intención de hacerlo. Mis manos se deslizaron más abajo, atrapando su trasero mientras la guiaba hacia el miembro expectante de mi mejor amigo. Ella jadeó cuando él entró en su vagina, su cabeza cayó hacia atrás contra mi hombro mientras lo tomaba centímetro a centímetro tortuosamente.
"Te siento tan bien", gruñó mi mejor amigo, sus manos agarrando sus muslos mientras ella comenzaba a moverse. "Tan jodidamente apretada".
Podía sentir cada embestida, cada cambio sutil de su cuerpo mientras lo metía. Fue embriagador saber que estaba tan cerca de unirme a ellos, de ser parte de ese ritmo perfecto y primario una vez más.
Y luego, sin previo aviso, ella extendió la mano hacia mí, sus dedos envolvieron mi longitud ya dura. "Te quiero dentro de mí", murmuró, su voz un susurro sensual que envió una descarga de electricidad directamente a mi núcleo. "Ambos".
Los ojos de mi mejor amigo se encontraron con los míos por encima de su hombro, y vi la misma hambre reflejada en ellos, un acuerdo tácito de que esto aún no había terminado. Ni por asomo.
Me coloqué detrás de ella, con las manos temblorosas mientras me dirigía hacia su entrada apenas desvirgada minutos antes. Todavía estaba estirada desde el anterior encuentro, pero la forma en que se apretó a mi alrededor mientras yo empujaba hacia adentro me dijo que estaba más que lista.
"Sí", gimió, su cuerpo se tensó mientras la llenaba. "Oh Dios, sí". Habíamos formado una maravillosa doble penetración. Podía sentir también como el miembro de mi amigo se deslizaba al interior de nuestra amiga. Ella ya no gemía, gritaba de placer, su cuerpo temblaba y en un determinado momento, sentí como ahogaba mi miembro con su ano y se convulsionaba en un intenso y sonoro orgasmo, sentía como sus jugos se regaban sobre mí. Y no pude contener más mi final y eyaculé con mucha fuerza en su interior, mi pene palpitaba con fuerza mientras aun sentía el vaivén de la penetración que mi amigo le seguía proporcionando. Quizás el sentía también mi miembro en tan angosto espacio que con un grito de placer se corrió con fuerza dentro de la vagina de mi amiga.
Estábamos exhaustos pero inmóviles aun hasta que nuestros miembros flácidos se fueron retirando de las respectivas cavidades de nuestra amiga, y con ello, el semen que habíamos depositado con anterioridad.
Sin duda una experiencia inolvidable.
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