Llegamos a la costanera sur en un hermoso día soleado. Mi esposa Lucía llevaba puesta un calza negra ajustada que resaltaba su figura, y debajo se podía ver la tanga blanca que tanto le gustaba lucir. Era evidente que tenía la intención de provocar a algún camionero con su look atrevido.
Nos sentamos cerca de donde paran los camioneros, tomando mates y disfrutando de la tranquilidad del lugar. Lucía estaba radiante, con una sonrisa pícara en los labios. Sabía que a ella le gustaban las vergas gruesas y grandes, y estaba decidida a conseguir lo que buscaba.
Fue entonces que un camionero de más de 60 años se acercó a nosotros. Sacó la verga afuera para mear, mostrándosela descaradamente a mi mujer. Lucía no pudo contener una risita traviesa y le devolvió la mirada con deseo. El hombre, con una expresión de complicidad, le ofreció su miembro para que lo chupara.
Mi corazón se aceleró al ver la escena, pero en lugar de sentir celos o enfado, sentí una extraña excitación. Lucía me pidió permiso con la mirada y se acercó al camionero. Se arrodilló frente a él y se metió semejante verga en la boca sin dudarlo.
Yo me quedé observando, sin poder apartar la mirada de la escena que se desarrollaba frente a mí. Ver a mi esposa entregarse de esa manera, con tanta pasión y desinhibición, despertó algo dentro de mí que nunca antes había experimentado. Era una mezcla de celos, deseo y excitación que me tenía hipnotizado.
El camionero gemía de placer, mientras Lucía lo miraba fijamente a los ojos, disfrutando de cada momento. Era como si estuvieran en su propio mundo, ignorando a todos los demás a su alrededor. La adrenalina corría por mis venas, sintiendo una especie de éxtasis prohibido pero delicioso.
Finalmente, el camionero llegó al clímax y Lucía recibió su “recompensa” con una sonrisa de satisfacción en los labios. Se levantó, se limpió la boca con la mano y regresó a mi lado, como si nada hubiera pasado. Yo la miré con una mezcla de incredulidad y admiración, sin saber qué decir.
Esa tarde en la costanera sur en Buenos Aires fue sin duda una experiencia inolvidable. Aprendí que el deseo puede llevarnos a lugares inesperados, y que las fantasías pueden convertirse en realidad de la manera más inesperada. Y aunque aquella tarde cambió nuestra relación de alguna manera, también nos unió de una forma que nunca hubiera imaginado. Una tarde de mates, camioneros y deseos ocultos que seguirá presente en nuestras mentes por mucho tiempo.
Nos sentamos cerca de donde paran los camioneros, tomando mates y disfrutando de la tranquilidad del lugar. Lucía estaba radiante, con una sonrisa pícara en los labios. Sabía que a ella le gustaban las vergas gruesas y grandes, y estaba decidida a conseguir lo que buscaba.
Fue entonces que un camionero de más de 60 años se acercó a nosotros. Sacó la verga afuera para mear, mostrándosela descaradamente a mi mujer. Lucía no pudo contener una risita traviesa y le devolvió la mirada con deseo. El hombre, con una expresión de complicidad, le ofreció su miembro para que lo chupara.
Mi corazón se aceleró al ver la escena, pero en lugar de sentir celos o enfado, sentí una extraña excitación. Lucía me pidió permiso con la mirada y se acercó al camionero. Se arrodilló frente a él y se metió semejante verga en la boca sin dudarlo.
Yo me quedé observando, sin poder apartar la mirada de la escena que se desarrollaba frente a mí. Ver a mi esposa entregarse de esa manera, con tanta pasión y desinhibición, despertó algo dentro de mí que nunca antes había experimentado. Era una mezcla de celos, deseo y excitación que me tenía hipnotizado.
El camionero gemía de placer, mientras Lucía lo miraba fijamente a los ojos, disfrutando de cada momento. Era como si estuvieran en su propio mundo, ignorando a todos los demás a su alrededor. La adrenalina corría por mis venas, sintiendo una especie de éxtasis prohibido pero delicioso.
Finalmente, el camionero llegó al clímax y Lucía recibió su “recompensa” con una sonrisa de satisfacción en los labios. Se levantó, se limpió la boca con la mano y regresó a mi lado, como si nada hubiera pasado. Yo la miré con una mezcla de incredulidad y admiración, sin saber qué decir.
Esa tarde en la costanera sur en Buenos Aires fue sin duda una experiencia inolvidable. Aprendí que el deseo puede llevarnos a lugares inesperados, y que las fantasías pueden convertirse en realidad de la manera más inesperada. Y aunque aquella tarde cambió nuestra relación de alguna manera, también nos unió de una forma que nunca hubiera imaginado. Una tarde de mates, camioneros y deseos ocultos que seguirá presente en nuestras mentes por mucho tiempo.
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