Mi nombre es Jimena, me considero una chica normal. Una chica que tienes de vecina. Que topas en el transporte público. Que la ves y quizás piensas “Oh mira, qué chica tan linda”. Pero para nada me confundieron con una modelo o una estrella.
Tengo 23 años. Soy de piel blanca, dicen que tengo ojos y labios muy bonitos y que tengo cara de niña buena jajaja, mis pechos son proporcionados a mi cuerpo, regulares pero no pequeños y lo que tengo es mucho culo, eso es lo que hace que no pase desapercibida a la mirada de los hombres. No me considero sexy, más bien normal y con un cuerpo tonificado del ejercicio. Pero no se dejen engañar. Mi cara de niña es una máscara que esconde debajo una loquita de libido súper desarrollado con una enfermiza adicción a ser putita, a ser culeada y a tocarse.
Me presento con una fotito:
Hace algún tiempo y cansada de ser empleada, me armé de valor y empecé mi propio negocio de venta de artículos de limpieza, yo seguía viviendo en casa de mis papás y era un poco más pequeña. Vendía escobas, detergentes, guantes de látex e incluso cubre bocas y gel antibacterial antes de que llegara la pandemia. Para hacer esto corto les diré que el negocio iba como viento en popa. Vendía bastante bien y mis finanzas cada vez se veían mejor. Y en mi infinita sabiduría pensé que era un buen momento para independizarme y tener mi propio espacio.
Y pues así fue, renté un pequeño departamento donde instalé mi negocio y no lo voy a negar, estaba feliz. Trabajaba sin salir de casa, vendía bien y sobre todo tenía la privacidad de vivir solita. Esa misma privacidad me permitía tener mis visitas sexuales de quien yo quisiera sin que nadie se diera cuenta ja, ja. Bueno sólo los vecinos jajaja, y era obvio que como cualquier chica de mi edad, tener relaciones sexuales ya es parte de nuestras vidas. Pero al vivir en casa de mi madre tenía que comportarme como toda una niña buena.
Pero bueno, llega el infame Covid-19 y todo se fue a la mierda. Si bien los productos de limpieza siguen teniendo demanda, a causa de la pandemia empezaron a surgir vendedores de mascarillas y gel por todos lados. Está de más decir que mi negocio fue decayendo al grado que mi situación económica pasó de estable a extrema. Seguía teniendo ganancias, pero empecé a retrasarme con mis pagos de la renta y obvio que al dueño eso no le convenía.
Y bueno, era día primero de mes y solo tenía la mitad de la renta y ni cómo conseguir el resto. Había conseguido una entrevista de trabajo para la tarde de este día. Mi plan era darme un baño, ponerme alguna ropa bonita y salir a mi entrevista. Pensaba ponerme algo sencillo pero sexy. No demasiado sexy ni mucho menos verme putona, pero si algo que llamara la atención de mi entrevistador, pero al mismo tiempo que me hiciera ver como alguien de confianza y capaz para la posición del trabajo disponible.
Y sobre todo mi intención era salir antes de que llegara a cobrar la renta don Pepe, el dueño del departamento. Y no es que me gusta portarme así con el señor, después de todo él siempre se había portado bien y paciente conmigo. Pero esta era ya la tercera (¿o cuarta?) vez que le tenía que pedir más tiempo para completar la renta y la verdad, me moría de pena el tener que hacerlo. Quizás podría conseguir prestado durante el día y más tarde llevárselo a su casa o algo. Cualquier cosa era mejor que tener que dar la cara.
El problema: seguía en cama. Y sin ganas de levantarme. Según el reloj, tenía un par de horas de tiempo antes de que llegara mi rentero. Y otra más para la entrevista. Llevaba tiempo sin pareja ni relación estable y no había cogido con nadie así que mi puchita ya extrañaba tener un pene dentro y que la rompieran. Decidí recurrir a mi vicio, y tomando mi cel entre a Twitter. Busqué unas cuantas vergas grandes, venudas y negras que me gustaría tener dentro. Y Empecé a verlas y no tardé mucho en ponerme cachonda imaginando sentada en ellas.
Abrí mis piernas y con ello empujé a mi gato que solía dormir conmigo. Molesto, se movió de lugar y me lanzó una mirada acusatoria. ¡Puta! Casi lo escuché decirme. Ignorándolo, hice a un lado mi pequeña tanguita de encaje y empecé a frotar mi vagina, primero lento y luego más fuerte y con más velocidad. Introduje un dedo. Luego otro más. Metía y sacaba mis dedos mientras leía un relato lésbico acerca de dos cuñadas compartiendo una cama. Mi panochita estaba chorreando jugos y no me costó trabajo meter un tercer dedo. Un cuarto sería demasiado, aunque en ese momento deseaba meterme la mano entera.
Soltando mi cel. estiré mi mano hacia el pequeño mueble a un lado de mi cama y tomé mi desodorante favorito. Favorito no por su aroma, sino por su forma de pene. Lo pase por mis labios, lubricando con mi saliva para luego posicionarlo entre mis piernas. Lo presione contra mi panocha y la saliva y mis jugos hicieron el resto. De un solo empujón lo metí hasta el fondo.
“¡Ugggh!” gemí al sentir el improvisado pene de plástico abrirse paso entre mi abundante vello púbico y alojarse en mi hambrienta cueva, mientras mi gato seguía con su mirada acusatoria. ¡Puta! Lo escuché decirme de nuevo.
Empecé un movimiento de mete y saca al tiempo que la humedad de mi sexo y la fricción del desodorante se combinaban para hacer un escandaloso ruido cada vez en aumento. Llevé los dedos de mi mano libre hacia mi panocha, empapándolos de mis jugos para luego llevarlos a mi boca. No tenía tendencias lésbicas, pero me encantaba probar mis propios flujos. Luego llevé mi mano hasta mis pechos para besarlos y estrujarlos tratando de hacerme el mayor daño posible, al mismo tiempo que sentía como se acercaba mi orgasmo.
“Así papi, así. Cógeme, destrózame papito. Soy tu perra, soy tu puta. Pero no pares, ¡no pareees!” grité en voz alta emulando los muchos diálogos que tanto disfrutaba en mis sesiones sexuales mientras me retorcía entre espasmos, presa de un brutal orgasmo. Sentí como mi caliente y peluda cueva expulsaba chorros y chorros de jugos. Si bien no tenía yo la capacidad de hacer squirt, si lubricaba lo suficiente para salpicar mis piernas y mi cama.
Saqué el desodorante de mi interior mientras permanecía desfallecida en la cama tratando de tomar aire. Echando un rápido vistazo a mi improvisado juguete sexual, lo vi bañado en una espesa capa blanca casi similar a cuando alguien me llenaba de semen. Mi crema vaginal, le llamaba yo. Me encantaba saber que me había excitado tanto hasta sacarme la crema. Aventé el desodorante en la cama, para luego ver como mi gato, curioso por naturaleza, se acercaba a olfatearlo y segundos después empezaba a lamerlo. “Ja, ja, ja, ¿quién es la puta ahora, estúpido gato?” pensé para mis adentros mientras seguía tratando de jalar aire a mis pulmones.
Después de un rato y sintiendo que el alma volvía a mi cuerpo, decidí que ya era hora de levantarme. Me quité mi blusa de dormir. Luego deslicé mis calzones por mis piernas para luego inspeccionarlos un poco. Mostraban una grande y olorosa mancha blanca a la altura de donde quedaba mi puchita.
Me dirigí al cuarto de baño y estaba por meterme, cuando mi gato me empieza a llorar indicando que quiere salir al patio a hacer sus necesidades, como siempre lo hace cada mañana.
“Ay pinche gato ¿no ves que tengo prisa?” le dije a mi gato que nomás se me quedaba mirando. Me enredé en una toalla y abrí la puerta y ¡Oh Dios! Justo en ese momento encuentro parado a don Pepe, el rentero, a punto de tocar mi puerta.
Don Pepe es un señor de unos 60 y tantos años. Es un señor alto, delgado y de esos que se ven que han trabajado toda su vida. Y con eso me refiero a que tiene manos grandes y fuertes, y a pesar de su edad camina erguido y se nota sano. Incluso me atrevería a decir que me da la apariencia de que en su juventud ha de haber sido guapo y galán. Siempre me ha tratado con respeto e incluso con cariño. Igual que cualquier cosa que necesitara en el departamento, ya sea algún arreglo de plomería, el aire acondicionado o la calefacción, tardaba más en avisarle que en lo que mandaba a alguien a reparar el problema. Cuando hubo rumores de ladrones en los alrededores de la vecindad mandó poner enrejado nuevo en mis ventanas y luces por todo el patio para que no estuviéramos a oscuras. Lo sentía siempre bastante protector hacia mí y la verdad yo lo apreciaba. Por lo mismo me moría de pena tener que quedarle mal con la renta otro mes más.
“Hola muchachita, estaba apenas por tocar la puerta” me dijo don Pepe igual de sorprendido que yo. Sobre todo, de encontrarme enredada tan solo en una pequeña toalla.
“¡Don Pepe! Perdón, je, je... no lo esperaba tan temprano... je, je” le respondí nerviosa, tanto por el asunto de la renta y otro más por encontrarme casi desnuda. Trataba de estirar la diminuta toalla de la parte de arriba para cubrir mis pechos, pero al mismo tiempo intentando no subir demasiado y mostrarle la espesa mata de pelos de mi vagina, don Pepe que permanecía inmóvil frente a mí y visiblemente nervioso.
“Lo siento pequeña, no pensaba encontrarte en un momento tan incómodo para ti, pero pues venía por la renta. Ya sé que usualmente vengo más tarde, pero andaba aquí en los alrededores y decidí pasar de una vez. ¿Tienes el dinero?” me dijo don Pepe y yo quería que en ese momento me tragara la tierra y me escupiera en China.
“Ay don Pepe, es que... sabe...” respondí sintiendo mi rostro tornarse rojo de vergüenza. Ni siquiera el estar casi desnuda ante él me apenaba tanto como el tener que inventar una excusa para no pagar la renta.
“¿No lo tienes?” dijo mi rentero adivinando mi respuesta.
“Pues... tengo solo la mitad. Usted sabe cómo se ha puesto de dura la situación y pues... pues... no la completé. Si pudiera esperarme una semana más... o deme chance solo hoy y le pago. Más tarde tengo una entrevista de trabajo y tengo confianza en que sí me den el empleo. Igual voy a hablar con un amigo para que me preste el dinero faltante” le respondí sintiendo mi rostro como un arcoíris de mil colores.
Parte 2?...
Tengo 23 años. Soy de piel blanca, dicen que tengo ojos y labios muy bonitos y que tengo cara de niña buena jajaja, mis pechos son proporcionados a mi cuerpo, regulares pero no pequeños y lo que tengo es mucho culo, eso es lo que hace que no pase desapercibida a la mirada de los hombres. No me considero sexy, más bien normal y con un cuerpo tonificado del ejercicio. Pero no se dejen engañar. Mi cara de niña es una máscara que esconde debajo una loquita de libido súper desarrollado con una enfermiza adicción a ser putita, a ser culeada y a tocarse.
Me presento con una fotito:
Hace algún tiempo y cansada de ser empleada, me armé de valor y empecé mi propio negocio de venta de artículos de limpieza, yo seguía viviendo en casa de mis papás y era un poco más pequeña. Vendía escobas, detergentes, guantes de látex e incluso cubre bocas y gel antibacterial antes de que llegara la pandemia. Para hacer esto corto les diré que el negocio iba como viento en popa. Vendía bastante bien y mis finanzas cada vez se veían mejor. Y en mi infinita sabiduría pensé que era un buen momento para independizarme y tener mi propio espacio.
Y pues así fue, renté un pequeño departamento donde instalé mi negocio y no lo voy a negar, estaba feliz. Trabajaba sin salir de casa, vendía bien y sobre todo tenía la privacidad de vivir solita. Esa misma privacidad me permitía tener mis visitas sexuales de quien yo quisiera sin que nadie se diera cuenta ja, ja. Bueno sólo los vecinos jajaja, y era obvio que como cualquier chica de mi edad, tener relaciones sexuales ya es parte de nuestras vidas. Pero al vivir en casa de mi madre tenía que comportarme como toda una niña buena.
Pero bueno, llega el infame Covid-19 y todo se fue a la mierda. Si bien los productos de limpieza siguen teniendo demanda, a causa de la pandemia empezaron a surgir vendedores de mascarillas y gel por todos lados. Está de más decir que mi negocio fue decayendo al grado que mi situación económica pasó de estable a extrema. Seguía teniendo ganancias, pero empecé a retrasarme con mis pagos de la renta y obvio que al dueño eso no le convenía.
Y bueno, era día primero de mes y solo tenía la mitad de la renta y ni cómo conseguir el resto. Había conseguido una entrevista de trabajo para la tarde de este día. Mi plan era darme un baño, ponerme alguna ropa bonita y salir a mi entrevista. Pensaba ponerme algo sencillo pero sexy. No demasiado sexy ni mucho menos verme putona, pero si algo que llamara la atención de mi entrevistador, pero al mismo tiempo que me hiciera ver como alguien de confianza y capaz para la posición del trabajo disponible.
Y sobre todo mi intención era salir antes de que llegara a cobrar la renta don Pepe, el dueño del departamento. Y no es que me gusta portarme así con el señor, después de todo él siempre se había portado bien y paciente conmigo. Pero esta era ya la tercera (¿o cuarta?) vez que le tenía que pedir más tiempo para completar la renta y la verdad, me moría de pena el tener que hacerlo. Quizás podría conseguir prestado durante el día y más tarde llevárselo a su casa o algo. Cualquier cosa era mejor que tener que dar la cara.
El problema: seguía en cama. Y sin ganas de levantarme. Según el reloj, tenía un par de horas de tiempo antes de que llegara mi rentero. Y otra más para la entrevista. Llevaba tiempo sin pareja ni relación estable y no había cogido con nadie así que mi puchita ya extrañaba tener un pene dentro y que la rompieran. Decidí recurrir a mi vicio, y tomando mi cel entre a Twitter. Busqué unas cuantas vergas grandes, venudas y negras que me gustaría tener dentro. Y Empecé a verlas y no tardé mucho en ponerme cachonda imaginando sentada en ellas.
Abrí mis piernas y con ello empujé a mi gato que solía dormir conmigo. Molesto, se movió de lugar y me lanzó una mirada acusatoria. ¡Puta! Casi lo escuché decirme. Ignorándolo, hice a un lado mi pequeña tanguita de encaje y empecé a frotar mi vagina, primero lento y luego más fuerte y con más velocidad. Introduje un dedo. Luego otro más. Metía y sacaba mis dedos mientras leía un relato lésbico acerca de dos cuñadas compartiendo una cama. Mi panochita estaba chorreando jugos y no me costó trabajo meter un tercer dedo. Un cuarto sería demasiado, aunque en ese momento deseaba meterme la mano entera.
Soltando mi cel. estiré mi mano hacia el pequeño mueble a un lado de mi cama y tomé mi desodorante favorito. Favorito no por su aroma, sino por su forma de pene. Lo pase por mis labios, lubricando con mi saliva para luego posicionarlo entre mis piernas. Lo presione contra mi panocha y la saliva y mis jugos hicieron el resto. De un solo empujón lo metí hasta el fondo.
“¡Ugggh!” gemí al sentir el improvisado pene de plástico abrirse paso entre mi abundante vello púbico y alojarse en mi hambrienta cueva, mientras mi gato seguía con su mirada acusatoria. ¡Puta! Lo escuché decirme de nuevo.
Empecé un movimiento de mete y saca al tiempo que la humedad de mi sexo y la fricción del desodorante se combinaban para hacer un escandaloso ruido cada vez en aumento. Llevé los dedos de mi mano libre hacia mi panocha, empapándolos de mis jugos para luego llevarlos a mi boca. No tenía tendencias lésbicas, pero me encantaba probar mis propios flujos. Luego llevé mi mano hasta mis pechos para besarlos y estrujarlos tratando de hacerme el mayor daño posible, al mismo tiempo que sentía como se acercaba mi orgasmo.
“Así papi, así. Cógeme, destrózame papito. Soy tu perra, soy tu puta. Pero no pares, ¡no pareees!” grité en voz alta emulando los muchos diálogos que tanto disfrutaba en mis sesiones sexuales mientras me retorcía entre espasmos, presa de un brutal orgasmo. Sentí como mi caliente y peluda cueva expulsaba chorros y chorros de jugos. Si bien no tenía yo la capacidad de hacer squirt, si lubricaba lo suficiente para salpicar mis piernas y mi cama.
Saqué el desodorante de mi interior mientras permanecía desfallecida en la cama tratando de tomar aire. Echando un rápido vistazo a mi improvisado juguete sexual, lo vi bañado en una espesa capa blanca casi similar a cuando alguien me llenaba de semen. Mi crema vaginal, le llamaba yo. Me encantaba saber que me había excitado tanto hasta sacarme la crema. Aventé el desodorante en la cama, para luego ver como mi gato, curioso por naturaleza, se acercaba a olfatearlo y segundos después empezaba a lamerlo. “Ja, ja, ja, ¿quién es la puta ahora, estúpido gato?” pensé para mis adentros mientras seguía tratando de jalar aire a mis pulmones.
Después de un rato y sintiendo que el alma volvía a mi cuerpo, decidí que ya era hora de levantarme. Me quité mi blusa de dormir. Luego deslicé mis calzones por mis piernas para luego inspeccionarlos un poco. Mostraban una grande y olorosa mancha blanca a la altura de donde quedaba mi puchita.
Me dirigí al cuarto de baño y estaba por meterme, cuando mi gato me empieza a llorar indicando que quiere salir al patio a hacer sus necesidades, como siempre lo hace cada mañana.
“Ay pinche gato ¿no ves que tengo prisa?” le dije a mi gato que nomás se me quedaba mirando. Me enredé en una toalla y abrí la puerta y ¡Oh Dios! Justo en ese momento encuentro parado a don Pepe, el rentero, a punto de tocar mi puerta.
Don Pepe es un señor de unos 60 y tantos años. Es un señor alto, delgado y de esos que se ven que han trabajado toda su vida. Y con eso me refiero a que tiene manos grandes y fuertes, y a pesar de su edad camina erguido y se nota sano. Incluso me atrevería a decir que me da la apariencia de que en su juventud ha de haber sido guapo y galán. Siempre me ha tratado con respeto e incluso con cariño. Igual que cualquier cosa que necesitara en el departamento, ya sea algún arreglo de plomería, el aire acondicionado o la calefacción, tardaba más en avisarle que en lo que mandaba a alguien a reparar el problema. Cuando hubo rumores de ladrones en los alrededores de la vecindad mandó poner enrejado nuevo en mis ventanas y luces por todo el patio para que no estuviéramos a oscuras. Lo sentía siempre bastante protector hacia mí y la verdad yo lo apreciaba. Por lo mismo me moría de pena tener que quedarle mal con la renta otro mes más.
“Hola muchachita, estaba apenas por tocar la puerta” me dijo don Pepe igual de sorprendido que yo. Sobre todo, de encontrarme enredada tan solo en una pequeña toalla.
“¡Don Pepe! Perdón, je, je... no lo esperaba tan temprano... je, je” le respondí nerviosa, tanto por el asunto de la renta y otro más por encontrarme casi desnuda. Trataba de estirar la diminuta toalla de la parte de arriba para cubrir mis pechos, pero al mismo tiempo intentando no subir demasiado y mostrarle la espesa mata de pelos de mi vagina, don Pepe que permanecía inmóvil frente a mí y visiblemente nervioso.
“Lo siento pequeña, no pensaba encontrarte en un momento tan incómodo para ti, pero pues venía por la renta. Ya sé que usualmente vengo más tarde, pero andaba aquí en los alrededores y decidí pasar de una vez. ¿Tienes el dinero?” me dijo don Pepe y yo quería que en ese momento me tragara la tierra y me escupiera en China.
“Ay don Pepe, es que... sabe...” respondí sintiendo mi rostro tornarse rojo de vergüenza. Ni siquiera el estar casi desnuda ante él me apenaba tanto como el tener que inventar una excusa para no pagar la renta.
“¿No lo tienes?” dijo mi rentero adivinando mi respuesta.
“Pues... tengo solo la mitad. Usted sabe cómo se ha puesto de dura la situación y pues... pues... no la completé. Si pudiera esperarme una semana más... o deme chance solo hoy y le pago. Más tarde tengo una entrevista de trabajo y tengo confianza en que sí me den el empleo. Igual voy a hablar con un amigo para que me preste el dinero faltante” le respondí sintiendo mi rostro como un arcoíris de mil colores.
Parte 2?...
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