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La nena del barrio

La nena del barrio
Recién terminaba de darme esa ducha fresca de verano, hacía un terrible calor en casa y con las pocas comodidades que allí había parecía que fuera peor. Me envolví con la toalla y fui a mi habitación a cambiarme pero estaba tan agradable sentir la brisa del ventilador sobre mi cuerpo desnudo que demoré secándome y cantando antes de vestirme.
En esos momentos sabía que mi hermano estaba en la casa con unas vecinas que eran amigas, solían juntarse en el patio a hablar y jugar, para pasar el tiempo.
Yo, de tanto pasearme desnudo en la habitación cantando y secándome había logrado una erección bastante importante y ya se me cruzaba por la cabeza masturbarme un buen rato antes de vestirme. No era mala idea así que me di la vuelta para ir a cerrar la puerta cuando la vi. Una de las amigas de mi hermano estaba ahí, en el pasillo, viendo con total sorpresa mi miembro, no podía evitar mirar con evidente ansiedad mi pene duro. Yo también me quedé impactado, no esperaba que fuera a pasar por ahí pero claro, el baño estaba frente a mi habitación y no era una locura ver a alguien pasar por ahí.
Ella era una chica joven, de baja estatura, delgada y con pechos poco desarrollados pero un traserito bien durito y una cintura muy refinada. Llevaba el cabello largo y negro atado. Su rostro dulce e inocente, estaba enrojecido pero teñido de curiosidad y sorpresa.
Al darse cuenta de la situación en la que se había metido se dio la vuelta y se fue. Yo me quedé parado como una estatua. Como un tonto. No había reaccionado de ninguna manera y mi verga cada vez estaba más dura, completamente excitada por la situación. No cerré la puerta. Retrocedí un poco intentando analizar fríamente lo que había pasado. No me moví y me senté en la cama, pensativo, sin dejar de mirar la puerta abierta donde hacía un momento esa muchacha había estado mirando mi cuerpo. Estaba seguro de que quería, que ella deseaba mi miembro duro, que quería sostenerlo bien fuerte, pero era obvio que si yo no hacía nada ella no lo iba a hacer por si sola.
Entonces apareció de nuevo. Su cabeza se recortó en el marco de la puerta, mirándome desde allí. Lentamente me levante, dejandome ver totalmente desnudo ante sus ojos que nuevamente se dirigieron hacia mi pene. Abrió la boca sorprendida otra vez.
—Pasa —le ordené nervioso—. Cierra la puerta y no hagas ruido.
Ella, con timidez, lo hizo. Miró hacia atrás, ingresó en la habitación y cerró la puerta detrás de ella.
—¿Te gusta? —le pregunté con un hilo de voz. Yo estaba muy nervioso, después de todo estábamos en mi casa, mi madre y mi hermano podrían ir en cualquier momento.
No respondió, estaba concentrada en mi miembro que no dejaba de palpitar, deseoso de probar su carne. No atiné a hacer otra cosa que dejarme caer en la cama, sentado, esperando que ella hiciera algo.
Parecía estar aún más nerviosa. Se la veía agitada pero con el rostro enrojecido y los ojos adormecidos sin dejar de mirar mi verga dura que parecía tener un imán para ella porque se iba acercando lentamente a él. Cuando llegó cerca de mí, se arrodillo y se tapó la boca con la mano. Parecía tener un conflicto interno con su ansiedad, sus ganas y su integridad moral.
Mi miró con impaciencia y yo asentí con la cabeza. Me temblaban un poco las piernas, ella era hermosa, siempre me lo había parecido pero como era una vecina y además amiga de mi hermano nunca me había planteado el pensamiento de nada con ella pero ahora que estaba ahí pareciera que toda mi vida había esperado que ella hiciera algo como lo que estaba por hacer.
Temblando, se agarró con las manos de mis rodillas y acercó su cabeza a mi miembro. Parecía que estuviera por explotar, yo nunca lo había sentido así. Y se notaba que ella nunca había visto uno así. En realidad, nunca había visto uno. Se lo metió despacio en la boca y empezó a saborearlo. No era buena haciéndolo, seguro era la primera vez, estaba aprendiendo, pero no importó. Cada segundo era único y muy placentero para mí, seguramente para ella también. Salivaba mucho y yo aproveché para acariciarle la cabeza y la espalda, haciendo un poco de esfuerzo para llegar hasta su trasero. Siguió tomando de la punta de mi verga hasta que empezó a tener más confianza y a metérsela un poco más dentro de la boca hasta que se la llenaba por completo. Con sus manos agarraba el tronco porque no le entraba toda, su boca estaba totalmente repleta de pene y ella sentía la necesidad de meterse aún más pero no podía. Mi corazón palpitaba como nunca, como si hubiera corrido una maratón, estaba en el mejor momento de mi vida y no podía disfrutarlo como merecía porque no podía hacer ruido. Quería que me la chupara todo el día.
Y ella lo hizo sin parar. Parecía estar muy entusiasmada con eso y seguramente sentía la misma ansiedad y miedo por la situación que sentía yo. Me la siguió chupando cada vez con más ganas, succionando y aumentando la velocidad de sus lamidas.
Yo pensé que me demoraría mucho tiempo en acabar pero en un momento ella empezó a chupar en un lugar en específico que me hizo retorcer de placer.
—Oh, por favor, sigue ahí.
Ella, motivada, empezó a sorber con más velocidad sin cambiar su posición. Sus ojitos se iban achinando porque empezaba a dolerle la boquita y la lengua, pero no se rendía.
Entonces, se escucharon ruidos en la cocina. Pero ya era muy tarde, nada iba a detenerme. Completamente en éxtasis me paré y le sostuve la cabeza para que no se despegara de mí.
—¡¡Mmm, que buena mamada, perdón por esto, Dai!! —es todo lo que pude decirle en voz baja antes de descargar todo mi semen súper caliente en su boca. Ella se revolvió un poco por la impresión pero lo recibió todo, cada gota. Cuando ya no salía más, la solté y ella de despegó, respirando con dificultad pero con la boca llena de esperma todavía.
—¡Dai! —se escuchó la voz de mi hermano que la llamaba desde el patio— ¿Terminaste? Nos tenemos que ir.
Ella abrió los ojos y casi escupe todo lo que tenía en la boca. Se levantó de golpe y no sabía qué hacer.
—Puedes ir al baño a escupir, pero vete de la habitación o tendremos problemas —le apuré, temeroso.
Ella se dio la vuelta y corrió fuera de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Yo, muy caliente y completamente satisfecho, me dejé caer en la cama. Con pereza terminé de vestirme luego de un buen rato y abandoné mi habitación, con una sonrisa. Sin embargo, cuando busqué a mi vecina por allí, ella se había ido. ¿Quién sabe si volvería a tener alguna vez una oportunidad como esa?

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