Estoy segura que pensarán que algo inevitablemente salió mal, luego de ese día. Que nuestros planes no funcionaron. Que lo que queríamos hacer, el tipo de relación que decidimos tener, era tan mal vista y tan poco natural en los ojos de la sociedad que hubiese sido un acto de justicia cuando todo inevitablemente se desmoronó.
Pero no. Estarían equivocados si pensaran eso. La disciplina y las ganas que Camilo y yo le pusimos a nuestra nueva relación fue impresionante. Increíble.
Camilo sabía que lo único que tenía que hacer para no causar problemas era no pasarse de rosca. Con nadie. Con ninguno de sus compañeros, o ninguna novia que tuviera, o profesora. Él sabía que una vez por semana me iba a ver a mi, yo le sacaba la calentura que él tanto necesitaba, y se iba de vuelta a su vida, listo y refrescado para enfrentar otra semana más.
Y yo sabía, por mi parte, que mi problema del abandono que sentía de parte de mi marido ya había pasado a un segundo plano, muy lejano. Ya ni me afectaba. Yo no estaba más triste durante la semana, no me sentía más insatisfecha con mi vida de pareja. A Diego lo sentía cada vez más lejos, y menos importante. Sabía muy bien que ni bien yo me empezaba a sentir un poco mal, muy pronto iba a recibirlo a Camilo en casa. Y me iba a hacer sentir lo que me había hecho falta todos esos días. Recibirlo y que el chico, también con su carga de calentura de toda la semana, me cogiera dulcemente. O que me violara salvajemente. No me importaba. Lo que él quisiera estaba bien y me hacía feliz.
Los dos nos amabamos y nos recargabamos, una vez por semana sin falta, por dos o tres horitas a la tarde. Y así estuvimos por años, con algunas interrupciones debido a vacaciones o enfermedades incidentales de uno u otro, pero bien. Felices. Estúpidamente enamorados el uno del otro y totalmente adictos a lo que nos dábamos.
Algunas veces a lo largo de esos primeros cuatro o cinco años después que nos conocimos, se daba que Camilo había conocido a alguna chica y se había puesto de novio. Y él me lo contaba sin problema cuando venía a mi casa. Me mostraba fotos de cuando salían. A mi no me molestaba. Al contrario, me hacía bien verlo bien. Yo no estaba celosa con la vida de Camilo fuera de mi casa. Yo no estaba ahí para eso. Yo estaba ahí para complacer a mi machito. Ninguna de esas otras chicas le iba a poder dar lo que yo le daba, no eran competencia para mi. Ellas eran algo que Camilo necesitaba tener para aparentar que llevaba una vida normal.
Y vaya que la llevaba. Me dirán que era una estupidez, si, y sé cómo suena, pero me tengo que rendir ante los resultados: los problemas de Camilo prácticamente se evaporaron una vez que empezó a estar conmigo. A estar conmigo como su hembra, como su puta, a eso me refiero. Nunca, jamás, en todos esos años tuvo algún problema con algún compañero, ni de nuevo con alguna chica. De hecho yo escuchaba que las trataba a todas muy bien. Y había hecho amigos nuevos. Había cambiado para bien. Solo me había necesitado a mi, a mi cuerpo y a mi amor. Alguien que tuviera el valor y las ganas que tenía yo, que tuviera el deseo de someterme completamente a él.
Luisa, su mamá, estaba que no podía más de felicidad cuando hablábamos de Camilo, de su dulce nene. Del nene que una vez por semana me llenaba todos los agujeros en mi cuerpo de mujer con su leche deliciosa. Claro que ella no lo sabía. Solo estaba encantada de lo bien que le hacía mi terapia, y agradecida de que nos hayamos conocido. Me decía siempre que lo veía tan bien y tan cambiado a Camilo, que yo le había salvado la vida. Yo nada mas me sonreía y le agradecía, diciéndole que ella también había hecho lo suyo los días que no tenía terapia. En realidad, pensándolo bien, Camilo fue el que me salvó la vida a mi. La vida interior, quiero decir, que también tiene casi el mismo valor.
Varias veces Luisa intentó pagarme, con lo que podía, pero yo siempre me negué. Siempre diciéndole el gran placer que era para mí poder ayudar a Camilo y lograr que estuviera cada día un poco mejor. No le mentí. Nunca le mentí, nada más le oculté parte de la verdad.
Por mi parte mi vida seguía bien. Muy bien, de hecho. Mis frustraciones e inseguridades también habían desaparecido, gracias a Camilo. Claro que aparentaba ser la esposa de Diego todavía, pero en mi interior yo ya no lo sentía así. Yo ya no era la esposa de nadie. Solo era la puta de Camilo, con eso me sobraba. Y si me esmeraba y le seguía poniendo amor y onda, estaba segura que en algún momento mi machito hermoso me iba a ascender a ser su mujer. Pero todavía no.
Diego era un tipo a quien yo ya no quería, como pareja o como amante, y que nada más vivía ahí en casa, para aparentar que la relación existía todavía. Nunca nos peleamos, nunca discutimos, pero tampoco nunca se dio cuenta de lo que yo hacía, ni tampoco pareció importarle mucho la poca bola que ya nos dábamos. Si, de vez en cuando alguna noche en nuestra cama teníamos sexo. Y si, algunas veces hasta yo le fingía algún orgasmo. Lo que me había pedido Camilo de solo dejarle mi boca a mi marido era realmente impráctico, iba a causar más problemas que otra cosa. Si Diego quería cogerme era mejor que yo lo dejara hacer. Fingir que todavía sentía algo. Que todo seguía bien y normal. Regalarle la satisfacción de que me había hecho acabar. Hacerme la que disfrutaba de su pija. Era mejor todo así. Nunca le dije a Camilo que Diego de vez en cuando todavía tenía sexo conmigo. Preferí que siguiera con la idea que mi vagina y mi cola eran exclusivamente suyas. Igualmente tampoco nunca me preguntaba nada de mi marido. No le importaba.
Y a mi Diego me importaba cada vez menos.
Mantuvimos las visitas semanales, con los breaks que ya comenté, por más de 5 años. En los cuales vi a Camilo crecer y hacerse un hombre. Un hombre hermoso. Un macho fuerte y perfecto, a mi entender. Un tipo que sabía lo que quería de mí y lo tomaba. Y que sabía amar y complacer muy bien a la hembra que se lo daba. Habían pasado más de cinco años y los dos aun nos amábamos con locura… de dos a tres horitas por semana a la vez. Pero con eso nos alcanzaba.
Yo amaba recibirlo en casa los días que sabía que iba a venir. Luisa ya hacía mucho tiempo que lo dejaba venir solo a casa, al ritual semanal de nuestra terapia, que ella pensaba que solo era charlar y aconsejarlo. Me encantaba recibir a mi macho bien linda y bien arregladita para él. Amaba darle la mejor versión de mi y de mi cuerpo, para que nunca dejara de estar caliente conmigo. Me arreglé bastante el pelo y por un tiempo me lo teñí para él. Hasta desempolvé varios de mis vestiditos más sexys y lencería bien llamativa, de las que usaba cuando éramos jóvenes con Diego, pero ésta vez para Camilo. Y al él le encantaba como su puta se arreglaba, como su hembra quería verse bien y atractiva para el.
No voy a dar muchos detalles de todo lo que hicimos. No es porque me de vergüenza, al contrario. Es que nada más es mucho lo que hicimos. Más de cinco años de amor y calentura, de sumisión y dominación. No puedo contarlo todo y hay cosas que hicimos con Camilo que son tan privadas, tan íntimas y tan dulcemente perversas que los dos pactamos que nos las íbamos a llevar a nuestras tumbas.
Si puedo contar que recuerdo muy, muy bien la primera vez que mi machito tuvo sexo anal conmigo. Fue al poco tiempo que habíamos empezado a coger cuando me lo dijo, cuando me dijo que me quería sentir ahí. Yo le sonreí y por supuesto le dije que sí, que lo que él quisiera yo se lo iba a dar. Fui a buscar un lubricante íntimo que yo tenía guardado y lo traje al living, pidiéndole que sea buenito y me lo aplicara en mi ano. A Camilo le encantó ponermelo y a mi sentirlo.
Me hizo sentir esa verga, dura como una piedra y lubricada como una seda, bien pero bien profunda en mi culo. Camilo me empujaba la cara fuerte contra los almohadones del sillón para que yo gritara todo lo que quisiera… y vaya si me hizo gritar. Al principio, lo reconozco, fueron gritos de dolor desgarrador, pero una vez que me acostumbré a la presencia de su pija en mi ano estrechito, pronto fueron gemidos de placer profundo. A Camilo le encantaba mi culo, mis caderas amplias, mis nalgas firmes… y por supuesto le encantaba llenarme el ano con su verga maravillosa, llenándome los intestinos con su amor y con su leche, como la puta que yo era.
Esa primera vez, mi machito me regaló un orgasmo anal que aun es el dia de hoy que lo siento. Lo sentí, no me pregunten por qué, hasta como mariposas en el estómago de lo profundo que me la estaba metiendo y estimulando. Hasta que estallé de placer junto con él, al sentir su leche caliente en mi interior. Me dieron arcadas y casi que vomité ahí mismo de placer, de un éxtasis casi epiléptico. Sentir a mi macho usarme así tan burdamente y el placer que le daba mi culo fue demasiado.
Por supuesto que una vez que empezamos a vernos y a coger cuando venía a casa, muy pronto Camilo quiso empezar a cogerme en mi cama matrimonial, la que yo compartía todavía con Diego. Me decía que le calentaba mucho cogerse a la mujer de otro en la cama del otro. Yo me sonreía y lo dejaba. Debo reconocer que a mi también, al principio de todo, me calentaba también. Traicionar así a mi marido, en nuestra cama. Cornearlo tan dulcemente con un machito tan excepcional, que era todo lo que Diego ya no era para mi.
La primera vez que Camilo me cogió en nuestra cama fue bello y bueno como siempre, pero la segunda vez en su siguiente visita, ya a mi machito se le había ido la poquisima timidez de hacerlo ahí y me tomó por completo. Nos cogimos como animales en la cama de mi marido, dejándola hecha un desastre de manchas de nuestros jugos y sábanas retorcidas por cualquier lado. En su último orgasmo ese dia, para sellar el ritual de cómo se había robado la esposa de otro, luego de cogerme Camilo se empezó a masturbar y me tomó de mi mano, apuntando con cuidado y depositando toda su leche sobre mi anillo de matrimonio, que aún llevaba en el dedo. Yo le sonreía muerta de placer al verlo, mientras él acababa sobre el anillo y mis dedos dedicándole sendas puteadas por lo bajo al cornudo de Diego.
Cuando terminó de acabar nos sonreímos, nos besamos y me pidió que me lo sacara. Cuando lo hice y me extraje el anillo dorado, manchado y chorreando el semen de mi nuevo macho y amo, con una sonrisita pícara me dijo que me lo metiera bien adentro de mi culo. Y que me lo dejara ahí hasta que Diego se diera cuenta que yo no lo tenía puesto.
Yo con otra sonrisa cómplice, por supuesto lo obedecí. Me da una vergüenza enorme, pero enorme tener que admitirlo, así que no lo voy a hacer. No les voy a decir exactamente cuánto tardó Diego en darse cuenta que yo no tenía mi anillo en el dedo. Ni siquiera voy a dar una pista del número de días. No horas. Días.
Luego de eso, el día que vino Camilo a la tarde y me vio de nuevo con el anillo puesto, medio que no le gustó nada. Estábamos en el living, ya nos habíamos desnudado y estábamos besándonos amorosamente en el sillón, cuando se detuvo. Me tomó la mano y con cuidado me sacó el anillo que le molestaba. Con una sonrisa que yo ya conocía, lo tiró al piso, se paró colocándose a un par de pasos y, apuntando con su pija, lo empezó a orinar.
Cuando yo protesté por el charco que estaba dejando en el piso del living, me dijo que me callara y que mirara. Yo lo hice, sintiendo un océano de calentura dentro mío que surgía al ver la escena. No me pareció que Camilo hubiera vaciado completamente su vejiga, fueron unos pocos segundos solamente, pero cuando cortó el chorro me miró y me tomó de mi largo pelo. Me arrastró de donde estaba sentada hasta el piso, apretándome la cara contra el charco de orina que había dejado sobre mi anillo de matrimonio. Gruñendo me dijo que lo limpiara todo.
Yo le sonreí y lo obedecía, lamiendo, chupando y tomándome todo su líquido del piso. Mi macho todavía no estaba contento, así que sonriendo se sentó en el sillón y me puso uno de sus pies descalzos en la cara, apretándome mas contra el piso mojado, diciéndome que no me iba a levantar hasta que no quedara nada. Los dos nos sonreímos dulcemente mientras yo cumplía mi tarea y él se masturbaba suavemente, disfrutando ver a su puta tan obediente.
Cuando terminé, Camilo me dió una cogida violentisima en el sillón, que me hizo ver estrellas de dolor y placer. Y cuando terminó de llenar mi concha con su semen, luego de recuperarnos un ratito me dijo que agarrara el anillo del piso. Yo lo hice y él me llevó de los pelos hasta el baño, guiándome a tirones con un dolor exquisito que me encantaba. Levantó la tapa del inodoro, los dos estábamos desnudos frente a él, y me dijo que tirara el anillo ahí. Que no lo quería ver más. Que odiaba ver ese símbolo del amor que yo había tenido por otro.
Yo miré a Camilo, le di una última mirada a mi anillo de matrimonio en mi mano y nada más lo dejé caer al inodoro. Camilo no necesitaba despedirse de él. Ni bien el anillo cayó al agua, raudamente y sin decir nada presionó el botón del inodoro y el anillo desapareció para siempre. Me dijo que le dijera a mi marido que lo había perdido y punto. Yo le sonreí y le dije que sí.
Como ya estábamos en el baño nos metimos los dos en la ducha. No solíamos hacerlo, ya que a Camilo no le gustaba ducharse después de nuestras actividades en casa. En realidad, lo que no quería era volver duchado a su casa por si despertaba alguna sospecha. Prefería ducharse en su casa al llegar. Pero los dos estábamos algo sucios por su orina, así que nos metimos bajo el agua. Yo no me pude resistir y antes de enjabonarnos y lavarnos, me puse de rodillas ante mi machito y le pedí que me terminara de dar su orina, que no se la quedara adentro. Camilo sonriendo me dijo que yo era su puta hermosa y pronto sentí el calor de su pis en mi cara y en mi piel. También abrí la boca para seguir tomándolo. Los dos nos sonreímos, mirándonos a los ojos, ambos pasados de calentura y amor por el otro.
Celebramos ésto nuevo que habíamos descubierto que nos gustaba a los dos, dándonos otra hermosa cogida en la cama que solía compartir con el que solía ser mi marido.
Camilo venía a casa una vez por semana, pero un par de veces al año teníamos la suerte que Diego, gracias a su empresa, tenía que viajar al interior cuando la empresa concurría a alguna exposición o reunión. No se iba por muchos días, estaba fuera de casa 2 o 3 días como máximo, pero con Camilo podíamos planearlo bien. Buscábamos una buena excusa para que él le dijera a su mamá y se venía a casa, a pasar noches enteras en las que podíamos darnos todo nuestro amor, sin tener que depender de las dos horitas del reloj.
Despertarme al lado de mi machito era glorioso. No podía comenzar el día de mejor manera. A mi me encantaba, ya que lo tenía tanto tiempo en casa, imaginarme y jugar con que yo ya era su mujer y que vivíamos juntos los dos. Y a Camilo le encantaba como lo atendía y le cocinaba, más el tiempo que pasabamos juntos charlando, mirando tele o cualquier cosa. Era un cambio hermoso de nuestra rutina de solamente coger y coger, y los dos lo disfrutabamos mucho. Era una pena que solamente podían ser unos poquísimos días al año, pero era lo que teníamos.
Mi separación y divorcio de Diego, finalmente, ocurrió por Camilo. Pero no como se lo podrán imaginar.
Ocurrió a principios del año pasado. Camilo ya estaba grande. Grande y hermoso, como siempre. Hecho todo un hombre que me seguía volviendo loca de amor como el primer día. Ya había terminado el colegio hacía tiempo, ya tenía 20 años, casi 21. Estaba empezando con la facultad. A mi me llenaba de orgullo, más allá de que era mi hombre y lo que lo amaba, poder ver como un chico que había arrancado con tantos problemas de tan pequeño había podido superar todo y hoy era un hombre increíble.
Todavía vivía con Luisa y nosotros todavía teníamos nuestras visitas semanales. Pero a principios de ese año un día Camilo vino a casa y lo noté preocupado. Me comentó que su mamá le dijo que se iba a mudar a otro lado, a otro barrio, para estar más cerca de su familia. Camilo no quería saber nada con mudarse, por lo que de repente se vió con la necesidad de buscarse un departamento y un trabajo.
Yo no lo dudé. No me pregunten por qué, pero sabía que un día así iba a llegar en algún momento, y llegó. Le dije dulcemente a Camilo que con el trabajo no lo podía ayudar, que se lo tenía que conseguir él, pero le sonreí y le dije que iba a separarme finalmente de Diego. Y cuando eso sucediera, que quería que venga a vivir conmigo en casa.
A mi dulce amor se le encendieron los ojitos de felicidad. Nos besamos y abrazamos tan tiernamente. No solamente su hembra por fin iba a dejar al marido, también él se iba a mudar con ella por fin. Y que seamos por fin pareja. Ya estaba grande. Ya se podía hacer. Iba a ser complicado, sobre todo si Luisa se enteraba, pero ya era mucho más fácil de hacer. El amor que nos dimos los dos esa tarde no puedo explicarlo, me faltan las palabras.
El proceso iba a tardar, yo sabía que iba a tener tiempo hasta que Luisa consiguiera un lugar para mudarse, con los pocos recursos que tenía. Igualmente me puse manos a la obra bastante rápido. A la semana, una noche me senté con Diego y se lo dije.
Le dije que me quería divorciar. Que no era que yo no lo quería, pero que ya no sentía lo mismo y que estaba muy triste y sola. Diego intentó convencerme, pero yo me quedaba bastante callada. Cuando me preguntó si había otro hombre en mi vida, tímidamente le dije que sí. Me preguntó quién era y le dije que era un tipo que había conocido por Tinder, que ya nos habíamos visto algunas veces. Que no aguantaba más el esconderlo y que para mí ya estaba. Que yo quería estar con ésta otra persona. Me preguntó más detalles y yo le inventé a alguien, a un tipo mayor que yo, que vivía un poco lejos.
Charlamos mucho esa noche, hasta que Diego finalmente se dió por vencido y aceptó lo que yo le decía, aceptando también que quizás era un buen momento para divorciarse, si las cosas iban a ser así, para que lo podamos hacer amistosamente y sin peleas. El también me confesó que estaba desgastado en nuestra relación, que me quería, pero que él también sentía que hacía mucho tiempo que no era lo mismo. Me dijo que era una pena después de tantos años de casados terminar así, pero que si los dos lo queríamos, que era mejor de esa manera.
Nos dimos un largo y amoroso abrazo, el cual yo verdaderamente lo sentí y se lo devolví de la misma manera, nos besamos y decidimos hacerlo. Me dijo que no me preocupara, que él iba a ver la forma de irse con un amigo a parar mientras conseguía otro lugar.
Todo había salido bien. Diego se fue a los diez días de casa, haciendo varios viajes para llevarse sus cosas. Por supuesto todavía le quedaban muchas cosas, pero con el tiempo se las iba a ir llevando. Al mes siguiente a través de abogados empezamos con todo el papeleo del divorcio formal.
Y ese mismo mes, mi hermoso machito por fin se mudó conmigo. Después de tantos años de amor y de espera a que el momento llegara. Le había dicho a la madre, él también, que consiguió un lugar con un amigo para compartir gastos. También había conseguido un trabajo en una oficina ya.
Esa noche, su primera noche en mi casa, como mi hombre, nos acostamos los dos y nos quedamos mirándonos y sonriendo, hablando bajito sin necesidad, diciéndonos todo lo que nos amábamos. Esa noche, por fin después de tanto tiempo, fue nuestra primera noche como pareja y el amor que hicimos en la que desde ese momento fue nuestra cama fue inigualable.
Pero no. Estarían equivocados si pensaran eso. La disciplina y las ganas que Camilo y yo le pusimos a nuestra nueva relación fue impresionante. Increíble.
Camilo sabía que lo único que tenía que hacer para no causar problemas era no pasarse de rosca. Con nadie. Con ninguno de sus compañeros, o ninguna novia que tuviera, o profesora. Él sabía que una vez por semana me iba a ver a mi, yo le sacaba la calentura que él tanto necesitaba, y se iba de vuelta a su vida, listo y refrescado para enfrentar otra semana más.
Y yo sabía, por mi parte, que mi problema del abandono que sentía de parte de mi marido ya había pasado a un segundo plano, muy lejano. Ya ni me afectaba. Yo no estaba más triste durante la semana, no me sentía más insatisfecha con mi vida de pareja. A Diego lo sentía cada vez más lejos, y menos importante. Sabía muy bien que ni bien yo me empezaba a sentir un poco mal, muy pronto iba a recibirlo a Camilo en casa. Y me iba a hacer sentir lo que me había hecho falta todos esos días. Recibirlo y que el chico, también con su carga de calentura de toda la semana, me cogiera dulcemente. O que me violara salvajemente. No me importaba. Lo que él quisiera estaba bien y me hacía feliz.
Los dos nos amabamos y nos recargabamos, una vez por semana sin falta, por dos o tres horitas a la tarde. Y así estuvimos por años, con algunas interrupciones debido a vacaciones o enfermedades incidentales de uno u otro, pero bien. Felices. Estúpidamente enamorados el uno del otro y totalmente adictos a lo que nos dábamos.
Algunas veces a lo largo de esos primeros cuatro o cinco años después que nos conocimos, se daba que Camilo había conocido a alguna chica y se había puesto de novio. Y él me lo contaba sin problema cuando venía a mi casa. Me mostraba fotos de cuando salían. A mi no me molestaba. Al contrario, me hacía bien verlo bien. Yo no estaba celosa con la vida de Camilo fuera de mi casa. Yo no estaba ahí para eso. Yo estaba ahí para complacer a mi machito. Ninguna de esas otras chicas le iba a poder dar lo que yo le daba, no eran competencia para mi. Ellas eran algo que Camilo necesitaba tener para aparentar que llevaba una vida normal.
Y vaya que la llevaba. Me dirán que era una estupidez, si, y sé cómo suena, pero me tengo que rendir ante los resultados: los problemas de Camilo prácticamente se evaporaron una vez que empezó a estar conmigo. A estar conmigo como su hembra, como su puta, a eso me refiero. Nunca, jamás, en todos esos años tuvo algún problema con algún compañero, ni de nuevo con alguna chica. De hecho yo escuchaba que las trataba a todas muy bien. Y había hecho amigos nuevos. Había cambiado para bien. Solo me había necesitado a mi, a mi cuerpo y a mi amor. Alguien que tuviera el valor y las ganas que tenía yo, que tuviera el deseo de someterme completamente a él.
Luisa, su mamá, estaba que no podía más de felicidad cuando hablábamos de Camilo, de su dulce nene. Del nene que una vez por semana me llenaba todos los agujeros en mi cuerpo de mujer con su leche deliciosa. Claro que ella no lo sabía. Solo estaba encantada de lo bien que le hacía mi terapia, y agradecida de que nos hayamos conocido. Me decía siempre que lo veía tan bien y tan cambiado a Camilo, que yo le había salvado la vida. Yo nada mas me sonreía y le agradecía, diciéndole que ella también había hecho lo suyo los días que no tenía terapia. En realidad, pensándolo bien, Camilo fue el que me salvó la vida a mi. La vida interior, quiero decir, que también tiene casi el mismo valor.
Varias veces Luisa intentó pagarme, con lo que podía, pero yo siempre me negué. Siempre diciéndole el gran placer que era para mí poder ayudar a Camilo y lograr que estuviera cada día un poco mejor. No le mentí. Nunca le mentí, nada más le oculté parte de la verdad.
Por mi parte mi vida seguía bien. Muy bien, de hecho. Mis frustraciones e inseguridades también habían desaparecido, gracias a Camilo. Claro que aparentaba ser la esposa de Diego todavía, pero en mi interior yo ya no lo sentía así. Yo ya no era la esposa de nadie. Solo era la puta de Camilo, con eso me sobraba. Y si me esmeraba y le seguía poniendo amor y onda, estaba segura que en algún momento mi machito hermoso me iba a ascender a ser su mujer. Pero todavía no.
Diego era un tipo a quien yo ya no quería, como pareja o como amante, y que nada más vivía ahí en casa, para aparentar que la relación existía todavía. Nunca nos peleamos, nunca discutimos, pero tampoco nunca se dio cuenta de lo que yo hacía, ni tampoco pareció importarle mucho la poca bola que ya nos dábamos. Si, de vez en cuando alguna noche en nuestra cama teníamos sexo. Y si, algunas veces hasta yo le fingía algún orgasmo. Lo que me había pedido Camilo de solo dejarle mi boca a mi marido era realmente impráctico, iba a causar más problemas que otra cosa. Si Diego quería cogerme era mejor que yo lo dejara hacer. Fingir que todavía sentía algo. Que todo seguía bien y normal. Regalarle la satisfacción de que me había hecho acabar. Hacerme la que disfrutaba de su pija. Era mejor todo así. Nunca le dije a Camilo que Diego de vez en cuando todavía tenía sexo conmigo. Preferí que siguiera con la idea que mi vagina y mi cola eran exclusivamente suyas. Igualmente tampoco nunca me preguntaba nada de mi marido. No le importaba.
Y a mi Diego me importaba cada vez menos.
Mantuvimos las visitas semanales, con los breaks que ya comenté, por más de 5 años. En los cuales vi a Camilo crecer y hacerse un hombre. Un hombre hermoso. Un macho fuerte y perfecto, a mi entender. Un tipo que sabía lo que quería de mí y lo tomaba. Y que sabía amar y complacer muy bien a la hembra que se lo daba. Habían pasado más de cinco años y los dos aun nos amábamos con locura… de dos a tres horitas por semana a la vez. Pero con eso nos alcanzaba.
Yo amaba recibirlo en casa los días que sabía que iba a venir. Luisa ya hacía mucho tiempo que lo dejaba venir solo a casa, al ritual semanal de nuestra terapia, que ella pensaba que solo era charlar y aconsejarlo. Me encantaba recibir a mi macho bien linda y bien arregladita para él. Amaba darle la mejor versión de mi y de mi cuerpo, para que nunca dejara de estar caliente conmigo. Me arreglé bastante el pelo y por un tiempo me lo teñí para él. Hasta desempolvé varios de mis vestiditos más sexys y lencería bien llamativa, de las que usaba cuando éramos jóvenes con Diego, pero ésta vez para Camilo. Y al él le encantaba como su puta se arreglaba, como su hembra quería verse bien y atractiva para el.
No voy a dar muchos detalles de todo lo que hicimos. No es porque me de vergüenza, al contrario. Es que nada más es mucho lo que hicimos. Más de cinco años de amor y calentura, de sumisión y dominación. No puedo contarlo todo y hay cosas que hicimos con Camilo que son tan privadas, tan íntimas y tan dulcemente perversas que los dos pactamos que nos las íbamos a llevar a nuestras tumbas.
Si puedo contar que recuerdo muy, muy bien la primera vez que mi machito tuvo sexo anal conmigo. Fue al poco tiempo que habíamos empezado a coger cuando me lo dijo, cuando me dijo que me quería sentir ahí. Yo le sonreí y por supuesto le dije que sí, que lo que él quisiera yo se lo iba a dar. Fui a buscar un lubricante íntimo que yo tenía guardado y lo traje al living, pidiéndole que sea buenito y me lo aplicara en mi ano. A Camilo le encantó ponermelo y a mi sentirlo.
Me hizo sentir esa verga, dura como una piedra y lubricada como una seda, bien pero bien profunda en mi culo. Camilo me empujaba la cara fuerte contra los almohadones del sillón para que yo gritara todo lo que quisiera… y vaya si me hizo gritar. Al principio, lo reconozco, fueron gritos de dolor desgarrador, pero una vez que me acostumbré a la presencia de su pija en mi ano estrechito, pronto fueron gemidos de placer profundo. A Camilo le encantaba mi culo, mis caderas amplias, mis nalgas firmes… y por supuesto le encantaba llenarme el ano con su verga maravillosa, llenándome los intestinos con su amor y con su leche, como la puta que yo era.
Esa primera vez, mi machito me regaló un orgasmo anal que aun es el dia de hoy que lo siento. Lo sentí, no me pregunten por qué, hasta como mariposas en el estómago de lo profundo que me la estaba metiendo y estimulando. Hasta que estallé de placer junto con él, al sentir su leche caliente en mi interior. Me dieron arcadas y casi que vomité ahí mismo de placer, de un éxtasis casi epiléptico. Sentir a mi macho usarme así tan burdamente y el placer que le daba mi culo fue demasiado.
Por supuesto que una vez que empezamos a vernos y a coger cuando venía a casa, muy pronto Camilo quiso empezar a cogerme en mi cama matrimonial, la que yo compartía todavía con Diego. Me decía que le calentaba mucho cogerse a la mujer de otro en la cama del otro. Yo me sonreía y lo dejaba. Debo reconocer que a mi también, al principio de todo, me calentaba también. Traicionar así a mi marido, en nuestra cama. Cornearlo tan dulcemente con un machito tan excepcional, que era todo lo que Diego ya no era para mi.
La primera vez que Camilo me cogió en nuestra cama fue bello y bueno como siempre, pero la segunda vez en su siguiente visita, ya a mi machito se le había ido la poquisima timidez de hacerlo ahí y me tomó por completo. Nos cogimos como animales en la cama de mi marido, dejándola hecha un desastre de manchas de nuestros jugos y sábanas retorcidas por cualquier lado. En su último orgasmo ese dia, para sellar el ritual de cómo se había robado la esposa de otro, luego de cogerme Camilo se empezó a masturbar y me tomó de mi mano, apuntando con cuidado y depositando toda su leche sobre mi anillo de matrimonio, que aún llevaba en el dedo. Yo le sonreía muerta de placer al verlo, mientras él acababa sobre el anillo y mis dedos dedicándole sendas puteadas por lo bajo al cornudo de Diego.
Cuando terminó de acabar nos sonreímos, nos besamos y me pidió que me lo sacara. Cuando lo hice y me extraje el anillo dorado, manchado y chorreando el semen de mi nuevo macho y amo, con una sonrisita pícara me dijo que me lo metiera bien adentro de mi culo. Y que me lo dejara ahí hasta que Diego se diera cuenta que yo no lo tenía puesto.
Yo con otra sonrisa cómplice, por supuesto lo obedecí. Me da una vergüenza enorme, pero enorme tener que admitirlo, así que no lo voy a hacer. No les voy a decir exactamente cuánto tardó Diego en darse cuenta que yo no tenía mi anillo en el dedo. Ni siquiera voy a dar una pista del número de días. No horas. Días.
Luego de eso, el día que vino Camilo a la tarde y me vio de nuevo con el anillo puesto, medio que no le gustó nada. Estábamos en el living, ya nos habíamos desnudado y estábamos besándonos amorosamente en el sillón, cuando se detuvo. Me tomó la mano y con cuidado me sacó el anillo que le molestaba. Con una sonrisa que yo ya conocía, lo tiró al piso, se paró colocándose a un par de pasos y, apuntando con su pija, lo empezó a orinar.
Cuando yo protesté por el charco que estaba dejando en el piso del living, me dijo que me callara y que mirara. Yo lo hice, sintiendo un océano de calentura dentro mío que surgía al ver la escena. No me pareció que Camilo hubiera vaciado completamente su vejiga, fueron unos pocos segundos solamente, pero cuando cortó el chorro me miró y me tomó de mi largo pelo. Me arrastró de donde estaba sentada hasta el piso, apretándome la cara contra el charco de orina que había dejado sobre mi anillo de matrimonio. Gruñendo me dijo que lo limpiara todo.
Yo le sonreí y lo obedecía, lamiendo, chupando y tomándome todo su líquido del piso. Mi macho todavía no estaba contento, así que sonriendo se sentó en el sillón y me puso uno de sus pies descalzos en la cara, apretándome mas contra el piso mojado, diciéndome que no me iba a levantar hasta que no quedara nada. Los dos nos sonreímos dulcemente mientras yo cumplía mi tarea y él se masturbaba suavemente, disfrutando ver a su puta tan obediente.
Cuando terminé, Camilo me dió una cogida violentisima en el sillón, que me hizo ver estrellas de dolor y placer. Y cuando terminó de llenar mi concha con su semen, luego de recuperarnos un ratito me dijo que agarrara el anillo del piso. Yo lo hice y él me llevó de los pelos hasta el baño, guiándome a tirones con un dolor exquisito que me encantaba. Levantó la tapa del inodoro, los dos estábamos desnudos frente a él, y me dijo que tirara el anillo ahí. Que no lo quería ver más. Que odiaba ver ese símbolo del amor que yo había tenido por otro.
Yo miré a Camilo, le di una última mirada a mi anillo de matrimonio en mi mano y nada más lo dejé caer al inodoro. Camilo no necesitaba despedirse de él. Ni bien el anillo cayó al agua, raudamente y sin decir nada presionó el botón del inodoro y el anillo desapareció para siempre. Me dijo que le dijera a mi marido que lo había perdido y punto. Yo le sonreí y le dije que sí.
Como ya estábamos en el baño nos metimos los dos en la ducha. No solíamos hacerlo, ya que a Camilo no le gustaba ducharse después de nuestras actividades en casa. En realidad, lo que no quería era volver duchado a su casa por si despertaba alguna sospecha. Prefería ducharse en su casa al llegar. Pero los dos estábamos algo sucios por su orina, así que nos metimos bajo el agua. Yo no me pude resistir y antes de enjabonarnos y lavarnos, me puse de rodillas ante mi machito y le pedí que me terminara de dar su orina, que no se la quedara adentro. Camilo sonriendo me dijo que yo era su puta hermosa y pronto sentí el calor de su pis en mi cara y en mi piel. También abrí la boca para seguir tomándolo. Los dos nos sonreímos, mirándonos a los ojos, ambos pasados de calentura y amor por el otro.
Celebramos ésto nuevo que habíamos descubierto que nos gustaba a los dos, dándonos otra hermosa cogida en la cama que solía compartir con el que solía ser mi marido.
Camilo venía a casa una vez por semana, pero un par de veces al año teníamos la suerte que Diego, gracias a su empresa, tenía que viajar al interior cuando la empresa concurría a alguna exposición o reunión. No se iba por muchos días, estaba fuera de casa 2 o 3 días como máximo, pero con Camilo podíamos planearlo bien. Buscábamos una buena excusa para que él le dijera a su mamá y se venía a casa, a pasar noches enteras en las que podíamos darnos todo nuestro amor, sin tener que depender de las dos horitas del reloj.
Despertarme al lado de mi machito era glorioso. No podía comenzar el día de mejor manera. A mi me encantaba, ya que lo tenía tanto tiempo en casa, imaginarme y jugar con que yo ya era su mujer y que vivíamos juntos los dos. Y a Camilo le encantaba como lo atendía y le cocinaba, más el tiempo que pasabamos juntos charlando, mirando tele o cualquier cosa. Era un cambio hermoso de nuestra rutina de solamente coger y coger, y los dos lo disfrutabamos mucho. Era una pena que solamente podían ser unos poquísimos días al año, pero era lo que teníamos.
Mi separación y divorcio de Diego, finalmente, ocurrió por Camilo. Pero no como se lo podrán imaginar.
Ocurrió a principios del año pasado. Camilo ya estaba grande. Grande y hermoso, como siempre. Hecho todo un hombre que me seguía volviendo loca de amor como el primer día. Ya había terminado el colegio hacía tiempo, ya tenía 20 años, casi 21. Estaba empezando con la facultad. A mi me llenaba de orgullo, más allá de que era mi hombre y lo que lo amaba, poder ver como un chico que había arrancado con tantos problemas de tan pequeño había podido superar todo y hoy era un hombre increíble.
Todavía vivía con Luisa y nosotros todavía teníamos nuestras visitas semanales. Pero a principios de ese año un día Camilo vino a casa y lo noté preocupado. Me comentó que su mamá le dijo que se iba a mudar a otro lado, a otro barrio, para estar más cerca de su familia. Camilo no quería saber nada con mudarse, por lo que de repente se vió con la necesidad de buscarse un departamento y un trabajo.
Yo no lo dudé. No me pregunten por qué, pero sabía que un día así iba a llegar en algún momento, y llegó. Le dije dulcemente a Camilo que con el trabajo no lo podía ayudar, que se lo tenía que conseguir él, pero le sonreí y le dije que iba a separarme finalmente de Diego. Y cuando eso sucediera, que quería que venga a vivir conmigo en casa.
A mi dulce amor se le encendieron los ojitos de felicidad. Nos besamos y abrazamos tan tiernamente. No solamente su hembra por fin iba a dejar al marido, también él se iba a mudar con ella por fin. Y que seamos por fin pareja. Ya estaba grande. Ya se podía hacer. Iba a ser complicado, sobre todo si Luisa se enteraba, pero ya era mucho más fácil de hacer. El amor que nos dimos los dos esa tarde no puedo explicarlo, me faltan las palabras.
El proceso iba a tardar, yo sabía que iba a tener tiempo hasta que Luisa consiguiera un lugar para mudarse, con los pocos recursos que tenía. Igualmente me puse manos a la obra bastante rápido. A la semana, una noche me senté con Diego y se lo dije.
Le dije que me quería divorciar. Que no era que yo no lo quería, pero que ya no sentía lo mismo y que estaba muy triste y sola. Diego intentó convencerme, pero yo me quedaba bastante callada. Cuando me preguntó si había otro hombre en mi vida, tímidamente le dije que sí. Me preguntó quién era y le dije que era un tipo que había conocido por Tinder, que ya nos habíamos visto algunas veces. Que no aguantaba más el esconderlo y que para mí ya estaba. Que yo quería estar con ésta otra persona. Me preguntó más detalles y yo le inventé a alguien, a un tipo mayor que yo, que vivía un poco lejos.
Charlamos mucho esa noche, hasta que Diego finalmente se dió por vencido y aceptó lo que yo le decía, aceptando también que quizás era un buen momento para divorciarse, si las cosas iban a ser así, para que lo podamos hacer amistosamente y sin peleas. El también me confesó que estaba desgastado en nuestra relación, que me quería, pero que él también sentía que hacía mucho tiempo que no era lo mismo. Me dijo que era una pena después de tantos años de casados terminar así, pero que si los dos lo queríamos, que era mejor de esa manera.
Nos dimos un largo y amoroso abrazo, el cual yo verdaderamente lo sentí y se lo devolví de la misma manera, nos besamos y decidimos hacerlo. Me dijo que no me preocupara, que él iba a ver la forma de irse con un amigo a parar mientras conseguía otro lugar.
Todo había salido bien. Diego se fue a los diez días de casa, haciendo varios viajes para llevarse sus cosas. Por supuesto todavía le quedaban muchas cosas, pero con el tiempo se las iba a ir llevando. Al mes siguiente a través de abogados empezamos con todo el papeleo del divorcio formal.
Y ese mismo mes, mi hermoso machito por fin se mudó conmigo. Después de tantos años de amor y de espera a que el momento llegara. Le había dicho a la madre, él también, que consiguió un lugar con un amigo para compartir gastos. También había conseguido un trabajo en una oficina ya.
Esa noche, su primera noche en mi casa, como mi hombre, nos acostamos los dos y nos quedamos mirándonos y sonriendo, hablando bajito sin necesidad, diciéndonos todo lo que nos amábamos. Esa noche, por fin después de tanto tiempo, fue nuestra primera noche como pareja y el amor que hicimos en la que desde ese momento fue nuestra cama fue inigualable.
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