Esa noche tuve una pequeña crisis nerviosa, sola en el baño, lejos de la mirada de mi marido. Una vez que se me pasó la calentura y caí en la gravedad de lo que había hecho. Solamente en esos 5 minutos de pura calentura cuando masturbé a Camilo… Había engañado a mi marido, traicionado su confianza, tuve contacto sexual con un menor y para colmo, un paciente, mandando al diablo todos los protocolos, normas y reglas que alguien en mi posición podía llegar a tener.
Me senté en el inodoro, llorando suavemente en silencio, no podía creer lo que había hecho y el verdadero desastre que se podía llegar a armar si Camilo hablaba o decía algo. Mi única esperanza era que el chico entendiera y se aprovechara de la privacidad que yo siempre le decía que tenían nuestras sesiones, que entendiera que fue parte de eso, algo protegido por nuestro acuerdo de confidencialidad. Porque si llegaba a decirle algo a la madre…
Prefería no pensar en eso. Una vez que me calmé y ya me pude desahogar, empecé a reflexionar y a tratar de estudiarme. Mis decisiones, mis reacciones, acerca de lo que había pasado con Camilo. Por qué había llegado al punto al que llegué?
Porque estaba absolutamente pasada de calentura, producto de los años y años de frustración sexual que llevaba encima. Gracias a la falta de atención de mi marido a esa parte de mi, que yo siempre consideré tan esencial y vital, se me había atrofiado. No sé si esa es la palabra. Se me había escondido, quizás es la palabra más precisa. Mis necesidades sexuales tan particulares habían creado una mujer totalmente sumisa, cuyo máximo placer era complacer a una pareja bien dominante. Y al dejar de ser atendida de esa manera, lentamente, esa mujer había sido desplazada. Fuera de la luz, fuera de la vista. Se fue a vivir al sótano de mi mente.
En su lugar quedó la cáscara de la mujer que yo era y aparentaba ser. Una esposa dentro de todo feliz con su vida y su pareja, que hacía sus cosas y vivía bien. Pero no vivía bien. Era un acto, en realidad. Un personaje. Esa mujer no era yo. Yo en realidad era la del sótano. Ya triste y a punto de ser completamente olvidada bajo un manto de frustración y falta de atención. Años y años de eso.
Hasta que apareció Camilo.
El machito fuerte y dominante que apareció y trastornó todo lo que estaba establecido. Cuando mi personalidad real lo escuchó y lo vió desde el sótano donde estaba encadenada, no pudo hacer más que zafarse de sus ataduras y lentamente volver a la luz, atraída como una polilla a una lamparita. No había nada que hacer, era el curso natural de las cosas. Luego de estar tantos años hambrienta, mi personalidad sumisa sintió algo de alimento cerca y se movió a la luz. Volvió a la vida.
No importaba que Camilo era un chico. Además un chico con los problemas que tenía. Tampoco importaba que yo estaba casada y le llevaba más del doble de edad. Ni que el chico fuera mi paciente. Todos esos eran detalles que no le importaban a la Liliana sumisa, a la verdadera Liliana. Ella necesitaba su alimento desesperadamente e hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir. Comer, aunque sea las migajas que la vida le daba, hechas realidad en el semen de ese machito en el piso y en la sensación de su verga joven y dura en mi mano.
Yo ya sabía la batalla interna que me esperaba. La batalla entre la Liliana que yo aparentaba ser y la Liliana que era realmente. Tenía los comienzos de una rebelión dentro de mi cabeza. La Liliana sumisa ya no soportaba el maltrato, el olvido y la desatención e iba a reclamar por sus derechos de nuevo a gritos. Mientras que la Liliana que gobernaba, a la vista de todos, algo tenía que hacer para aplacarla.
Masturbarme era una opción, si. Pero eran solo imágenes. Promesas de deseo que existían solo en mi cabeza. Solo servían para aplacar a la sumisa por un rato, por unas horas, no para solucionarle los problemas. Otra opción era matarla. Matar definitivamente a la sumisa. Yo ni sabía si algo así era posible, considerando lo íntegra que yo sentía esa parte de mi. Aun si lo pudiera hacer, como quedaría yo después? Quedaría bien? O incompleta?
Y la otra opción era la más terrible de todas. Dejarla. Dejar que la revolución que se estaba gestando en mi cabeza y en mi alma siga su curso. Que explotara. Que cayera lo que tenía que caer, y que la sumisa tomara las riendas de nuevo. Internamente eso se veía genial, por supuesto, como todas las revoluciones. Pero desde afuera como sería visto? Cuanto daño iba a causarle a mi matrimonio? A Camilo? A mi misma, como alguien que vive en sociedad? Si la revolución tenía éxito, inevitablemente se iban a producir varios crímenes.
Por lo pronto necesitaba tiempo para pensar. Le mandé un whatsapp a Luisa para que no lo trajera a Camilo por el resto de la semana, le mentí diciendo que me había surgido algo. Que lo dejabamos para la próxima semana. Por supuesto que lo entendió. Ya que estábamos nos quedamos chateando un poco más y me agradeció mucho, no solo porque no le estaba cobrando nada, sino porque ya lo notaba a Camilo bastante mejor. Más tranquilo, de mejor humor y sin que se le notaran tanto las aristas más feas de su personalidad.
La pobre Luisa se pensaba que era por la terapia y por mis charlas. Yo sabía que la realidad era que había sido gracias a mi mano alrededor del pene del chico, y por ser el objeto de sus fantasías sexuales. El resultado era bueno, Camilo estaba mejor, pero la forma en la que se llegó a eso fue la peor posible.
Esa noche Diego se fue a acostar temprano y yo aproveché para quedarme un poco más despierta, sola en el living revisando mis pocas notas. Me tuve que aliviar, en silencio en el living, desnuda en el sillón con uno de mis consoladores, mientras recordaba el gusto del semen de Camilo en mi boca, lamido del piso, y me imaginaba todas las formas en las que el chico me violaba una y otra vez. Y me hacía suya, completamente. Y me arrancaba los orgasmos más dulces que sentía en mi vida. Fantasías que servían nada más para aliviarme y aplacar a la sumisa.
Pasó el fin de semana y yo por suerte ya me estaba calmando un poco. Fuimos al Tigre de paseo con Diego una tarde y la pasamos bien. A la noche hicimos el amor en casa, y fue como siempre lo era. Bien. Normal. Insulso. Desabrido.
Mecánico.
Cuando llegó por fin el martes en el que iba a venir Camilo a la consulta yo me sentía bien. Lista para recibirlo, como terapeuta, o al menos eso era lo que yo pensaba. Las cosas estaban escalando rápido con él y realmente no sabía con que guarangada me iba a salir ahora que había perdido completamente la vergüenza conmigo, pero me sentía bastante lista. Si no, le hubiese dicho a Luisa que no lo trajera. Pero no le dije nada, estaba confiada en mí y en que si las cosas se ponían pesadas de nuevo, como la última vez, que lo iba a saber desactivar. Pero qué equivocada estaba…
Después que Luisa lo trajo a casa, subimos y lo hice pasar, cerrando la puerta detrás de él. No llegué a preguntarle si quería algo para tomar cuando sentí que me tomó de la cintura y me dio vuelta, enfrentándolo. Enseguida me presionó contra la puerta, empujando su cuerpo contra el mío y me empezó a besar en la boca, reteniéndome la nuca con una mano mientras gemía suavemente.
Sentí su cuerpo duro contra el mío, aprisionado ahí, y se me cayeron todos los planes. Todos de golpe. Su lengua me lamía los labios, buscando entrar a mi boca con fuerza hasta que no pude más y lo dejé. A mi también se me escapó un gemido de placer en su boca y pronto nuestras lenguas estaban acariciándose y enredándose en nuestras bocas. Su mano me sentía la cadera y el costado de mi culo por encima del vestido, dándome placer ahí también.
Yo lo acaricié un poco y nos besamos así fuertemente por unos segundos. Finalmente rompí el contacto de nuestras bocas y le sonreí, poniéndole una mano en el pecho mientras él seguía disfrutando de mis amplias caderas.
“Para… para Camilo, por favor…”
“Bueh.. okey… Perdón…”, me sonrió sin dejar de sentirme.
“Que te pasa?”, le pregunté, “Estás bien?”
“Ahora si estoy bien”, se rió, “Hace mucho que no te veo y estuve re caliente todo el finde…”
“Bueno, okey, pero no podemos hacer ésto, si?”, le dije suavemente.
Camilo sonrió y enterró su cara en mi cuello, besándome y chupándome el lóbulo de mi oreja. Yo nada más cerré los ojos y sonreí, fuera de su vista, girando la cabeza al otro lado, mis manos aun en su pecho, haciendo una pantomima de querer alejarlo.
“... para, por favor… no podemos hacer ésto…”, le dije suavemente.
“Que, no te gusta?”, me dijo. Sus dos manos se movieron sobre mis pechos por encima del vestido y me los comenzó a sentir. Agradecí que llevaba corpiño, sino el chico habría sentido como mis pezones reaccionaron a sus caricias y dulces estrujones.
“No es eso… para por favor…”, le susurré.
“Entonces te gusta… que linda que sos, Liliana… estuve pensando tanto en vos..:”, me dijo al oído. Me apretó contra la puerta con sus caderas y sentí la dureza que llevaba ahí también.
“Claro que me gusta, Camilo…”, le dije honestamente, “Pero para por favor… estoy casada y además… además no podemos…”
“Por qué no?”, me preguntó.
“Porque no. Porque está mal y lo sabés…”
Camilo me volvió a besar en la boca y yo le respondí el beso. Mis palabras claramente no coincidían con mis acciones. Yo me sentía como una pasajera en mi propio cuerpo. Los besos, las caricias y las cosas que me estaban corriendo por la mente eran increíbles.
El chico se rió y dejó de besarme, pero se quedó ahí pegado a mí, acariciándome el cuerpo y las tetas suavemente por encima del vestido, mirándome fijo a los ojos, “Si… El otro dia que me hiciste una pajita no estabas casada, no? Y eso tampoco se podía…”
“Si, bueno, Camilo… yo no tendría que haber hecho eso tampoco”, le dije encontrándome con su mirada.
“Pero lo hiciste y te gustó.”
“Yo no te dije que me había gustado”, le contesté y él se sonrió.
“Me di cuenta que te gustó.”
“Ah, si? Y cómo, a ver?”
Camilo me dió un par de piquitos en los labios, “Por como me mirabas… como sentí que te gustaba pajearme… las ganas que tenías en los ojos de chuparmela…”
Yo tragué saliva y finalmente lo empujé suavemente para alejarlo un poco de mi. Ya no soportaba más la calentura que me estaba dando sentir su cuerpo de hombrecito pegado a mi, la forma que me tocaba y las cosas que me decía.
“Bueno, Camilo… soy una mujer, que queres… Igual, te repito, no tendría que haber pasado eso. Yo no debí hacerlo.”
“Bueh… si vos lo decís…”, me dijo sin sacarme los ojos de encima. Nos quedamos mirando así unos segundos mientras yo me recomponía y me ajustaba un poco el vestido.
“Bueno, ya está…”, suspiré suavemente, “Vas a querer algo para tomar?”
“No”, me dijo secamente.
“Okey… bueno, veni, vamos a sentarnos y charlar al living…”, le dije y me encaminé hacia alli. Camilo me seguía y los dos nos sentamos tranquilamente en el sillón, “Mira, Camilo, tenemos que definir varias cosas, creo. No está bueno como se está desarrollando nuestra dinámica. Creo que los dos hicimos cosas que no están bien.”
“Yo que hice?”, me preguntó.
Yo lo miré un poco irritada, “Te masturbaste en mi baño, y después me hiciste masturbarte a vos. Y ahora te me echaste encima. Te parece bien?”
El se sonrió, “Es lo que me salió hacer… tampoco te vi muy espantada por nada de eso.”
“No, esas cosas no me espantan”, le contesté, “Igual no están buenas y no tendríamos que haberlo hecho. Vos hiciste lo que hiciste y yo nunca te detuve.”
“Si no me paraste es porque te gusta y querés, no?”, me preguntó.
Y por fin llegó la pregunta que yo temía que me hiciera. Por supuesto que el tema iba a salir y por supuesto que me la iba a preguntar. Y yo no tenía respuesta. Si le decía que no me gustaba no solo le estaba mintiendo descaradamente, sino que no coincidía con nada de lo que había hecho hasta ahora, incluídos los besos que nos estábamos dando hacía un par de minutos nada más. Y si le decía que si me gustaba… eso le daba a Camilo la oportunidad de avanzar más y más sobre mi. Tuve que pensar algo rápido para contestarle.
“Mira, Camilo, no pasa por si me gusta o no.”, le dije mirándolo, “Es que sencillamente no se puede. Yo soy una mujer casada y vos sos de alguna forma mi paciente.”
“Y otra vez…”, se sonrió, “Ahora eso es un problema pero antes no.”
“No, siempre fue un problema.”
“Y por qué lo hiciste entonces? Si siempre fue un problema?”, me preguntó.
Yo tomé aire, “Porque no soy perfecta, Camilo, okey? Está bien? Eso es lo que querés escuchar? No soy perfecta y tengo momentos de debilidad como cualquier persona.”
Camilo me miró por un momento y extendió su brazo, tomándome de nuevo por la nuca y acariciándome ahí despacito entre mi pelo. Me presionó suavemente hacia él y nuestras caras se encontraron de nuevo. Nos dimos otros dulces besos así por unos momentos. Yo le acababa de decir que todo eso estaba mal, y ahí estaba a los diez segundos, besándolo dulcemente.
“Dale, Liliana…”, me dijo bajito, “Si los dos nos gustamos, qué problema hay?”
“No, Camilo.”
“Me vas a decir que yo no te gusto?”, me preguntó, “Vos sos hermosa, obvio que me gustas…”
Yo sentí un fuego por dentro cuando lo escuché decirme eso, “No pasa por ahí… no se puede. No podemos…”
“Pero queremos…”
“Si, queremos…”, finalmente le dije, “Pero tenemos que ser responsables. Yo, mas que nada, tengo que ser responsable…”
Él sonrió, “Estoy re caliente, Liliana… me vas a dejar así? Dale…”
Yo lo miré y lo estudié un momento mientras él todavía me acariciaba la nuca. Temí decirlo, pero finalmente junté coraje, “No… bueno… qué querés, Camilo?”. El chico se sonrió y se desabrochó el pantalón, bajándoselo un poco, enseguida extrayendo su pija hermosa, que ya estaba durìsima y erguida por todo lo que habíamos hecho. Yo la miré. En realidad la admiré. Suavemente le dije, “Querés que te masturbe de nuevo?”
Camilo hizo una mueca pícara, “No”, me dijo, “Arrodillate y dame la chupada de pija que vengo soñando desde que te vi…”
Yo me estremecí, “Que… no… Camilo….”, pero enseguida sentí que sus dedos me aprisionaron los pelos detrás de mi cabeza, reteniéndome ahí y haciéndome sentirlos.
“Arrodillate y chupame bien la pija…”, me repitió el comando.
Todo al diablo. Todo al mismísimo demonio. Todos los planes, toda la moral, toda mi resistencia… todo tirado a la hoguera que me explotó dentro del cuerpo y la cabeza, tan solo con esas palabritas. Sencilla y literalmente no podía aguantarlo más, resistirme más. Y tampoco quería seguir aguantando y resistiendo. La sumisa chillaba y gritaba adentro mío, lista y deseosa para entregarse completamente al machito. Era ahora, o realmente era nunca.
Sin decirle nada tragué saliva y me moví en silencio para arrodillarme frente a él, frente al macho, la posición que más feliz me hacía en la vida. Camilo no me soltaba el pelo y a mi me encantaba que me retuviera ahí y así. Me situé entre sus piernas semi abiertas y me incliné para empezar a lamer y besar esa verga hermosa, dura y erecta a más no poder, mirando a mi machito a los ojos mientras lo hacìa, buscando ver el placer que le daba verme así. Ver así a su hembra, sumisa y entregada a él, por fin. Ya no había más excusas, ya no había más pretextos o protestas.
Cuando por fin me llevé la pija de Camilo a mi boca… fue la gloria. La gloria misma. Primero sentí el aroma y el gusto hermoso en mi boca, la manera en que me la llenaba, en que la sentía llena de un hombre que me deseaba y yo a él. Luego escuché sus gemidos de placer, que pronto se mezclaron con los míos cuando mi cabeza suavemente empezó a mecerse abajo y arriba… abajo y arriba… tomándolo y amándolo tan dulce, tan amorosamente. Mis fantasías no me habían preparado para nada de ésto, para como se sentía en la realidad. Para la combinación de sensaciones.
Como se la chupè. Dios, Dios… como se la chupé. Que sensación de placer y libertad hermosa. La libertad de abandonar todo y entregarme así a un macho fuerte. Complacerlo. Amarlo. Darle placer. Y como lo disfrutaba él, sus gemidos eran dulces y suaves, mirando con una sonrisa a la hembra que lo estaba complaciendo gustosa. A esa hembra más madura, más experimentada, pero no menos deseosa de ser suya. Completamente suya. Entregada. Regalada. La esclava que gozaba del látigo exquisito del amo, hecho carne en la verga deliciosa que llenaba mi boca.
Pronto sentí como me jaló fuerte del pelo y me sacó su pija de la boca.
“Ufff… abrí la boca….”, me dijo mientras empezó a masturbarse con furia.
Yo le sonreí ampliamente y la abrí para él, jadeando mientras recuperaba el aire. Camilo se enderezó en el sillón y apuntó la cabeza de su verga hacia mi cara. Pronto los chorros calientes de su semen me empezaron a salpicar toda la cara. Algunos entraban en mi boca hambrienta, otros me bañaban la piel.
Que hermoso se sentía ser marcada así. Marcada a fuego con el calor de su semen hirviente, directo de los huevos de mi macho. Porque el centelleo que sentía en mi vagina húmeda ya significaba eso. Que yo era su hembra, marcada así, y él era mi macho fuerte y amante. Nos sonreímos un momento así mientras nos recuperamos hasta que yo me levanté y fui a la cocina a buscar un papel para limpiarme la cara. Cuando volví al living, Camilo estaba sonriendo, recostado cómodamente contra la espalda del sillón, mirándome. Me abrió un brazo para que me sentara a su lado y me abrazó suavemente, dándonos unos buenos besos de esa manera.
Todavía estaba con su pene al aire, ya blando y descansando de la eyaculación hermosa que me había regalado recién, pero aun así me parecía lindo. Sentí que Camilo me empezó a acariciar el culo suavemente en su abrazo, mientras nos besamos dulcemente y nos acariciamos.
Yo suspiré placenteramente y vi que la tenía todavía sucia con restos de su semen. Estiré la mano para limpiarla con un papel de cocina pero me detuvo y me sonrió, “No… limpiamela vos… con esa boca hermosa…”
Le sonreí y cambié de posición, apoyándome en mis rodillas y codos sobre el sillón, a su lado. La tomé por la base y me la llevé a la boca de nuevo, sin dudarlo, mientras mi lengua la amaba y la limpiaba nuevamente, tragándome con hambre los restitos de su semen. Más que limpiarla ya se la estaba mamando de nuevo, pronto devolviéndole la vida y la dureza con mi amor y mis atenciones bucales. Camilo gemía suavemente y lo sentí levantarme el vestido, exponiendo mi cola al aire.
Sentí su mano acariciándome las nalgas y entre mis piernas, frotando mi concha húmeda por sobre la fina tela de mi bombacha.
“Ufff… que culazo que tenes, mi amor…”, lo escuché decir y me sonreí, con su pija en mi boca, gustosa de sentir la mano de mi macho disfrutandome ahí también. Pronto lo sentí engancharme un dedo en la bombacha, tironeando para abajo, y luego sus dedos masajeando y sintiéndome los labios vaginales y mi clítoris, que ya estaban tan pero tan húmedos.
“Que mojadita estás… me encanta…”, lo escuche decir y mientras hacía eso me puso su otra mano en mi cabeza, tomándome de nuevo el pelo. Sentí que me deslizó un par de dedos entre los labios de mi vagina y me penetró suavemente, haciéndome protestar de placer con la boca llena de verga. Mi humedad seguramente ya le estaba bañando los dedos dentro mío.
“Si… uff… aahhh…esta es la terapia que me gusta…”, se rió y me apretó el pelo fuerte, enterrando su pija hacia arriba en mi cabeza hasta que me dieron arcadas de placer al sentir la punta de su verga en mi garganta. Sus dedos seguían explorando mi vagina, no hasta el fondo pero lo suficiente para hacerme gemir y vibrar. Que hermoso era mi machito.
Sentí que se llevó uno de los dedos húmedos entre mis nalgas y, presionando un poco, me lo introdujo por mi ano estrecho, haciéndomelo sentir ahí también. Yo no aguanté la sensación y me liberé de su pija, jadeando y tomando un poco de aire.
“Ay! Camilo….”, le sonreí un poco
El me devolvió la sonrisa, “Te gusta ahí también parece…”
Yo me incorporé y nos dimos unos besazos hermosos, mientras él seguìa explorandome el ano con un dedo y con la otra mano me descubrió uno de mis pechos, amasando suavemente. Cuando rompimos el beso nos quedamos los dos mirándonos a los ojos, fuerte y fijo. Le di un amoroso piquito y le dije con una sonrisa, “... no hay mucho que no me guste…”
Camilo me sonrió y me besó de nuevo, con su mano libre me tomó del pelo de nuevo y me inclinó para que le siguiera chupando la pija, mientras seguía disfrutandome el ano con su dedo. Estuvo así un rato hasta que lo sacó y me lo metió de nuevo en mi vagina, ésta vez profundo hasta el nudillo, explorando mi suavidad y mi humedad. Me dió un tironcito fuerte del pelo que me hizo vibrar de morbo. Pero esa vibración no se comparó con la que tuve inmediatamente después, una casi orgásmica, cuando lo escuché entre sus gemidos.
“Que hermosa que sos Liliana… aaahh… quiero que seas mi puta…”
Casi acabo ahí mismo cuando lo escuché. Dejé de mamarlo enseguida y me incorporé, mirándolo suavemente a los ojos.
“... que?”
El me sonrió y me tomó fuerte de la mandíbula, estrujandome las mejillas y penetrándome los ojos con su mirada, “Que quiero que seas mi puta… me encantas… queres?”, me preguntó.
Yo tragué saliva. En ese momento no pensé en nada más. Era lo que quería. Era lo único que quería en la vida, en materia sexual. Ser la puta de un buen macho, fuerte y dominante. Yo le acaricié la mejilla suavemente y le sonreí, “... ay… si, mi amor… si…”
Camilo se sorprendió un poco, pero me regaló una alegre sonrisa él también, “En serio queres?”
“Si, mi amor…”, le dije bajito.
Él me besó y se movió a chupar y morderme la oreja, mientras mi mano acariciaba su pija húmeda y mis ojos se cerraron suavemente, “Queres ser mi puta.. Mi hembrita?”, me dijo al oído y yo me derretía ahí mismo en sus brazos, en sus manos, en su amor.
“... si, mi amor…”, le susurré, “... quiero ser toda, toda tuya… pero mi marido…”, le dije y me interrumpió.
“No me hables de tu marido ahora”, me dijo, “Acostate.”
Me dijo eso y me sacó el vestido por encima de la cabeza, él desnudándose también. Yo me recosté en el sillón y me abrí de piernas para él, los dos por primera vez desnudos totalmente en nuestro encuentro más íntimo y más amoroso.
No puedo dar muchos detalles de lo que pasó luego. En realidad, no quiero. Porque fue algo mágico para mi. Volver a sentir un macho fuerte en mi cuerpo, tomando todo lo que querìa de mi. Una pija joven, durìsima y hermosa abriendo y llenando mi interior. La manera en que Camilo tomaba todo el amor que yo le entregaba, regalada completamente a él, y aun así lo sentìa que querìa mas y mas… Le regalé un orgasmo increíble, un orgasmo bien dulce, bien de hembra satisfecha. De hembra cogida y dominada. De puta, de esclava. Un orgasmo de mujer que, por fin luego de tanto tiempo, se sintió de nuevo viva y plena.
Y Camilo me regaló los chorros de su semen caliente en mi piel, sacándola justo antes de su hermoso orgasmo. Por suerte me escuchó entre la violencia de nuestra cogida y nuestros gemidos, que por favor me la sacara y no me acabara adentro. Yo tomaba anticonceptivos, por pedido de mi marido, pero aun así no me quería arriesgar a nada. No quería correr ningún riesgo con el semen fuerte y vital que debía tener mi hermoso machito. Camilo me bañó la concha y todo a su alrededor dulcemente con todo su amor, masturbándose los últimos segundos y marcandome de nuevo en mi piel. Yo adoré verlo asi, su cuerpo desnudo erguido entre mis piernas, su verga hecha una roca, cubierta de mis jugos y eyaculando toda su pasión y su amor sobre mi sexo. Marcándome de nuevo, ahora permanentemente, como por fin suya.
Me hizo sentir viva. Renacida. La revolución había triunfado, por fin.
Nos quedamos así en el sillón, desnudos, él encima mío y abrazándonos. Acariciandonos. Mirándonos a los ojos. Y hablando… hablando un montón. Esa hora final de lo que aun de alguna manera podía llegar a llamarse “terapia”, fue increíble para mi. Para los dos. Lo pude ver a Camilo calmado, satisfecho, lleno. En paz. El también llevaba una batalla por dentro y luego de cogerme, se le apaciguó. Seguìa siendo fuerte, seguìa siendo el, por supuesto, pero otra versión de mi Camilo. Más calmo, más bueno. Sin esos bordes feos y filosos que su personalidad tenía.
Cara contra cara, cuerpo contra cuerpo, amándonos así, hablamos.
“No se que voy a hacer, Camilo…”, le dije suavecito, muy suavecito, mientras nos mirabamos a los ojos.
“Con que?”
“Con mi marido…”
El se sonrió, “No me importa. Hace lo que quieras con tu marido. Pero vos sos mía ahora…”, me dijo y yo le sonreí, “Tu conchita y tu culito son míos… quiero que sean míos. Si queres a tu marido chupasela de vez en cuando, así no jode”, terminó con una risa.
Pero yo no me reía. Yo estaba tomando nota mental de mis nuevas instrucciones, “Okey…”
“Me parece que no hace falta que siga viniendo a terapia, no?”, me guiñó un ojo.
Yo solo le sonreí, “No.. a terapia no.”
“Quiero venir a verte entonces…”, me dijo.
Le asentì con la cabeza y con una dulce sonrisa, “Y yo quiero que sigas viniendo…”
Ahí, en esa hora que faltaba antes que Luisa lo viniera a buscar, hablamos con Camilo y definimos todo. Nos sinceramos. Por fin, por fin después de tanto tiempo nos pudimos abrir. El, abrirse con alguien en quien podía confiar y que lo amaba. Y yo, pudiendo confesarle mis cosas, mis debilidades y mis necesidades de mujer sumisa. Creo que si Camilo aún hubiese estado con la calentura que tenía, si no me hubiese cogido tan lindo y tan bien, no se si esa charla hubiese sido tan productiva. Estaría muy alterado, muy malo. Pero ahora estaba calmo y en paz. Lleno de placer, contenido en los brazos de la mujer madura que lo adoraba…
No, perdón, me expresé mal. En los brazos de la puta que lo amaba y ya le pertenecía. Una mujer tiene dignidad. A mi no me servía la dignidad. Eso era algo que yo gustosamente iba a sacrificar en el altar del placer y la satisfacción.
Decidimos, ahí en nuestra charla, desnudos uno encima del otro, mientras nos acariciamos los cuerpos suavemente, que novios no íbamos a ser. No había forma de hacerlo o de aparentarlo. Yo iba a seguir casada con Diego y él iba a tener su novia, o sus novias. Y estaba todo bien así. Los dos éramos libres de llevar nuestras vidas normales. Pero una vez a la semana, aunque sea, nos íbamos a ver. Para la mamá de Camilo, con la excusa de la terapia. Pero para nosotros… con la excusa de amarnos y de estar juntos. De sentir el delicado alambre de púas sobre la piel de mi mente de sumisa que era el pertenecer a un machito como Camilo.
La razón de mis frustraciones e insatisfacciones era, realmente, que yo era una sumisa a quien nadie hacía sentir como tal. Y la razón de los problemas de Camilo era que él era un macho, fuerte y dominante, a quien la sociedad, sus amigos y sus parejas nunca iban a aceptar como tal.
Pero yo sí. Porque finalmente nos dimos cuenta que eramos el uno para el otro. El necesitaba dominar, poseer y humillar. Yo necesitaba ser dominada, poseída y humillada. Yo era el bálsamo que lo entendía y lo calmaba. El era el fuego que me cocinaba, me abrigaba el alma y me hacía sentir viva y completa. Sentí un click en mi cabeza, y siempre rogué que él lo hubiera sentido también. El click de dos piezas de rompecabezas, las dos compatibles y complementarias respecto a las formas del otro, juntándose y uniéndose.
Simple. Lógico. Perfecto. Intenso.
Me senté en el inodoro, llorando suavemente en silencio, no podía creer lo que había hecho y el verdadero desastre que se podía llegar a armar si Camilo hablaba o decía algo. Mi única esperanza era que el chico entendiera y se aprovechara de la privacidad que yo siempre le decía que tenían nuestras sesiones, que entendiera que fue parte de eso, algo protegido por nuestro acuerdo de confidencialidad. Porque si llegaba a decirle algo a la madre…
Prefería no pensar en eso. Una vez que me calmé y ya me pude desahogar, empecé a reflexionar y a tratar de estudiarme. Mis decisiones, mis reacciones, acerca de lo que había pasado con Camilo. Por qué había llegado al punto al que llegué?
Porque estaba absolutamente pasada de calentura, producto de los años y años de frustración sexual que llevaba encima. Gracias a la falta de atención de mi marido a esa parte de mi, que yo siempre consideré tan esencial y vital, se me había atrofiado. No sé si esa es la palabra. Se me había escondido, quizás es la palabra más precisa. Mis necesidades sexuales tan particulares habían creado una mujer totalmente sumisa, cuyo máximo placer era complacer a una pareja bien dominante. Y al dejar de ser atendida de esa manera, lentamente, esa mujer había sido desplazada. Fuera de la luz, fuera de la vista. Se fue a vivir al sótano de mi mente.
En su lugar quedó la cáscara de la mujer que yo era y aparentaba ser. Una esposa dentro de todo feliz con su vida y su pareja, que hacía sus cosas y vivía bien. Pero no vivía bien. Era un acto, en realidad. Un personaje. Esa mujer no era yo. Yo en realidad era la del sótano. Ya triste y a punto de ser completamente olvidada bajo un manto de frustración y falta de atención. Años y años de eso.
Hasta que apareció Camilo.
El machito fuerte y dominante que apareció y trastornó todo lo que estaba establecido. Cuando mi personalidad real lo escuchó y lo vió desde el sótano donde estaba encadenada, no pudo hacer más que zafarse de sus ataduras y lentamente volver a la luz, atraída como una polilla a una lamparita. No había nada que hacer, era el curso natural de las cosas. Luego de estar tantos años hambrienta, mi personalidad sumisa sintió algo de alimento cerca y se movió a la luz. Volvió a la vida.
No importaba que Camilo era un chico. Además un chico con los problemas que tenía. Tampoco importaba que yo estaba casada y le llevaba más del doble de edad. Ni que el chico fuera mi paciente. Todos esos eran detalles que no le importaban a la Liliana sumisa, a la verdadera Liliana. Ella necesitaba su alimento desesperadamente e hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir. Comer, aunque sea las migajas que la vida le daba, hechas realidad en el semen de ese machito en el piso y en la sensación de su verga joven y dura en mi mano.
Yo ya sabía la batalla interna que me esperaba. La batalla entre la Liliana que yo aparentaba ser y la Liliana que era realmente. Tenía los comienzos de una rebelión dentro de mi cabeza. La Liliana sumisa ya no soportaba el maltrato, el olvido y la desatención e iba a reclamar por sus derechos de nuevo a gritos. Mientras que la Liliana que gobernaba, a la vista de todos, algo tenía que hacer para aplacarla.
Masturbarme era una opción, si. Pero eran solo imágenes. Promesas de deseo que existían solo en mi cabeza. Solo servían para aplacar a la sumisa por un rato, por unas horas, no para solucionarle los problemas. Otra opción era matarla. Matar definitivamente a la sumisa. Yo ni sabía si algo así era posible, considerando lo íntegra que yo sentía esa parte de mi. Aun si lo pudiera hacer, como quedaría yo después? Quedaría bien? O incompleta?
Y la otra opción era la más terrible de todas. Dejarla. Dejar que la revolución que se estaba gestando en mi cabeza y en mi alma siga su curso. Que explotara. Que cayera lo que tenía que caer, y que la sumisa tomara las riendas de nuevo. Internamente eso se veía genial, por supuesto, como todas las revoluciones. Pero desde afuera como sería visto? Cuanto daño iba a causarle a mi matrimonio? A Camilo? A mi misma, como alguien que vive en sociedad? Si la revolución tenía éxito, inevitablemente se iban a producir varios crímenes.
Por lo pronto necesitaba tiempo para pensar. Le mandé un whatsapp a Luisa para que no lo trajera a Camilo por el resto de la semana, le mentí diciendo que me había surgido algo. Que lo dejabamos para la próxima semana. Por supuesto que lo entendió. Ya que estábamos nos quedamos chateando un poco más y me agradeció mucho, no solo porque no le estaba cobrando nada, sino porque ya lo notaba a Camilo bastante mejor. Más tranquilo, de mejor humor y sin que se le notaran tanto las aristas más feas de su personalidad.
La pobre Luisa se pensaba que era por la terapia y por mis charlas. Yo sabía que la realidad era que había sido gracias a mi mano alrededor del pene del chico, y por ser el objeto de sus fantasías sexuales. El resultado era bueno, Camilo estaba mejor, pero la forma en la que se llegó a eso fue la peor posible.
Esa noche Diego se fue a acostar temprano y yo aproveché para quedarme un poco más despierta, sola en el living revisando mis pocas notas. Me tuve que aliviar, en silencio en el living, desnuda en el sillón con uno de mis consoladores, mientras recordaba el gusto del semen de Camilo en mi boca, lamido del piso, y me imaginaba todas las formas en las que el chico me violaba una y otra vez. Y me hacía suya, completamente. Y me arrancaba los orgasmos más dulces que sentía en mi vida. Fantasías que servían nada más para aliviarme y aplacar a la sumisa.
Pasó el fin de semana y yo por suerte ya me estaba calmando un poco. Fuimos al Tigre de paseo con Diego una tarde y la pasamos bien. A la noche hicimos el amor en casa, y fue como siempre lo era. Bien. Normal. Insulso. Desabrido.
Mecánico.
Cuando llegó por fin el martes en el que iba a venir Camilo a la consulta yo me sentía bien. Lista para recibirlo, como terapeuta, o al menos eso era lo que yo pensaba. Las cosas estaban escalando rápido con él y realmente no sabía con que guarangada me iba a salir ahora que había perdido completamente la vergüenza conmigo, pero me sentía bastante lista. Si no, le hubiese dicho a Luisa que no lo trajera. Pero no le dije nada, estaba confiada en mí y en que si las cosas se ponían pesadas de nuevo, como la última vez, que lo iba a saber desactivar. Pero qué equivocada estaba…
Después que Luisa lo trajo a casa, subimos y lo hice pasar, cerrando la puerta detrás de él. No llegué a preguntarle si quería algo para tomar cuando sentí que me tomó de la cintura y me dio vuelta, enfrentándolo. Enseguida me presionó contra la puerta, empujando su cuerpo contra el mío y me empezó a besar en la boca, reteniéndome la nuca con una mano mientras gemía suavemente.
Sentí su cuerpo duro contra el mío, aprisionado ahí, y se me cayeron todos los planes. Todos de golpe. Su lengua me lamía los labios, buscando entrar a mi boca con fuerza hasta que no pude más y lo dejé. A mi también se me escapó un gemido de placer en su boca y pronto nuestras lenguas estaban acariciándose y enredándose en nuestras bocas. Su mano me sentía la cadera y el costado de mi culo por encima del vestido, dándome placer ahí también.
Yo lo acaricié un poco y nos besamos así fuertemente por unos segundos. Finalmente rompí el contacto de nuestras bocas y le sonreí, poniéndole una mano en el pecho mientras él seguía disfrutando de mis amplias caderas.
“Para… para Camilo, por favor…”
“Bueh.. okey… Perdón…”, me sonrió sin dejar de sentirme.
“Que te pasa?”, le pregunté, “Estás bien?”
“Ahora si estoy bien”, se rió, “Hace mucho que no te veo y estuve re caliente todo el finde…”
“Bueno, okey, pero no podemos hacer ésto, si?”, le dije suavemente.
Camilo sonrió y enterró su cara en mi cuello, besándome y chupándome el lóbulo de mi oreja. Yo nada más cerré los ojos y sonreí, fuera de su vista, girando la cabeza al otro lado, mis manos aun en su pecho, haciendo una pantomima de querer alejarlo.
“... para, por favor… no podemos hacer ésto…”, le dije suavemente.
“Que, no te gusta?”, me dijo. Sus dos manos se movieron sobre mis pechos por encima del vestido y me los comenzó a sentir. Agradecí que llevaba corpiño, sino el chico habría sentido como mis pezones reaccionaron a sus caricias y dulces estrujones.
“No es eso… para por favor…”, le susurré.
“Entonces te gusta… que linda que sos, Liliana… estuve pensando tanto en vos..:”, me dijo al oído. Me apretó contra la puerta con sus caderas y sentí la dureza que llevaba ahí también.
“Claro que me gusta, Camilo…”, le dije honestamente, “Pero para por favor… estoy casada y además… además no podemos…”
“Por qué no?”, me preguntó.
“Porque no. Porque está mal y lo sabés…”
Camilo me volvió a besar en la boca y yo le respondí el beso. Mis palabras claramente no coincidían con mis acciones. Yo me sentía como una pasajera en mi propio cuerpo. Los besos, las caricias y las cosas que me estaban corriendo por la mente eran increíbles.
El chico se rió y dejó de besarme, pero se quedó ahí pegado a mí, acariciándome el cuerpo y las tetas suavemente por encima del vestido, mirándome fijo a los ojos, “Si… El otro dia que me hiciste una pajita no estabas casada, no? Y eso tampoco se podía…”
“Si, bueno, Camilo… yo no tendría que haber hecho eso tampoco”, le dije encontrándome con su mirada.
“Pero lo hiciste y te gustó.”
“Yo no te dije que me había gustado”, le contesté y él se sonrió.
“Me di cuenta que te gustó.”
“Ah, si? Y cómo, a ver?”
Camilo me dió un par de piquitos en los labios, “Por como me mirabas… como sentí que te gustaba pajearme… las ganas que tenías en los ojos de chuparmela…”
Yo tragué saliva y finalmente lo empujé suavemente para alejarlo un poco de mi. Ya no soportaba más la calentura que me estaba dando sentir su cuerpo de hombrecito pegado a mi, la forma que me tocaba y las cosas que me decía.
“Bueno, Camilo… soy una mujer, que queres… Igual, te repito, no tendría que haber pasado eso. Yo no debí hacerlo.”
“Bueh… si vos lo decís…”, me dijo sin sacarme los ojos de encima. Nos quedamos mirando así unos segundos mientras yo me recomponía y me ajustaba un poco el vestido.
“Bueno, ya está…”, suspiré suavemente, “Vas a querer algo para tomar?”
“No”, me dijo secamente.
“Okey… bueno, veni, vamos a sentarnos y charlar al living…”, le dije y me encaminé hacia alli. Camilo me seguía y los dos nos sentamos tranquilamente en el sillón, “Mira, Camilo, tenemos que definir varias cosas, creo. No está bueno como se está desarrollando nuestra dinámica. Creo que los dos hicimos cosas que no están bien.”
“Yo que hice?”, me preguntó.
Yo lo miré un poco irritada, “Te masturbaste en mi baño, y después me hiciste masturbarte a vos. Y ahora te me echaste encima. Te parece bien?”
El se sonrió, “Es lo que me salió hacer… tampoco te vi muy espantada por nada de eso.”
“No, esas cosas no me espantan”, le contesté, “Igual no están buenas y no tendríamos que haberlo hecho. Vos hiciste lo que hiciste y yo nunca te detuve.”
“Si no me paraste es porque te gusta y querés, no?”, me preguntó.
Y por fin llegó la pregunta que yo temía que me hiciera. Por supuesto que el tema iba a salir y por supuesto que me la iba a preguntar. Y yo no tenía respuesta. Si le decía que no me gustaba no solo le estaba mintiendo descaradamente, sino que no coincidía con nada de lo que había hecho hasta ahora, incluídos los besos que nos estábamos dando hacía un par de minutos nada más. Y si le decía que si me gustaba… eso le daba a Camilo la oportunidad de avanzar más y más sobre mi. Tuve que pensar algo rápido para contestarle.
“Mira, Camilo, no pasa por si me gusta o no.”, le dije mirándolo, “Es que sencillamente no se puede. Yo soy una mujer casada y vos sos de alguna forma mi paciente.”
“Y otra vez…”, se sonrió, “Ahora eso es un problema pero antes no.”
“No, siempre fue un problema.”
“Y por qué lo hiciste entonces? Si siempre fue un problema?”, me preguntó.
Yo tomé aire, “Porque no soy perfecta, Camilo, okey? Está bien? Eso es lo que querés escuchar? No soy perfecta y tengo momentos de debilidad como cualquier persona.”
Camilo me miró por un momento y extendió su brazo, tomándome de nuevo por la nuca y acariciándome ahí despacito entre mi pelo. Me presionó suavemente hacia él y nuestras caras se encontraron de nuevo. Nos dimos otros dulces besos así por unos momentos. Yo le acababa de decir que todo eso estaba mal, y ahí estaba a los diez segundos, besándolo dulcemente.
“Dale, Liliana…”, me dijo bajito, “Si los dos nos gustamos, qué problema hay?”
“No, Camilo.”
“Me vas a decir que yo no te gusto?”, me preguntó, “Vos sos hermosa, obvio que me gustas…”
Yo sentí un fuego por dentro cuando lo escuché decirme eso, “No pasa por ahí… no se puede. No podemos…”
“Pero queremos…”
“Si, queremos…”, finalmente le dije, “Pero tenemos que ser responsables. Yo, mas que nada, tengo que ser responsable…”
Él sonrió, “Estoy re caliente, Liliana… me vas a dejar así? Dale…”
Yo lo miré y lo estudié un momento mientras él todavía me acariciaba la nuca. Temí decirlo, pero finalmente junté coraje, “No… bueno… qué querés, Camilo?”. El chico se sonrió y se desabrochó el pantalón, bajándoselo un poco, enseguida extrayendo su pija hermosa, que ya estaba durìsima y erguida por todo lo que habíamos hecho. Yo la miré. En realidad la admiré. Suavemente le dije, “Querés que te masturbe de nuevo?”
Camilo hizo una mueca pícara, “No”, me dijo, “Arrodillate y dame la chupada de pija que vengo soñando desde que te vi…”
Yo me estremecí, “Que… no… Camilo….”, pero enseguida sentí que sus dedos me aprisionaron los pelos detrás de mi cabeza, reteniéndome ahí y haciéndome sentirlos.
“Arrodillate y chupame bien la pija…”, me repitió el comando.
Todo al diablo. Todo al mismísimo demonio. Todos los planes, toda la moral, toda mi resistencia… todo tirado a la hoguera que me explotó dentro del cuerpo y la cabeza, tan solo con esas palabritas. Sencilla y literalmente no podía aguantarlo más, resistirme más. Y tampoco quería seguir aguantando y resistiendo. La sumisa chillaba y gritaba adentro mío, lista y deseosa para entregarse completamente al machito. Era ahora, o realmente era nunca.
Sin decirle nada tragué saliva y me moví en silencio para arrodillarme frente a él, frente al macho, la posición que más feliz me hacía en la vida. Camilo no me soltaba el pelo y a mi me encantaba que me retuviera ahí y así. Me situé entre sus piernas semi abiertas y me incliné para empezar a lamer y besar esa verga hermosa, dura y erecta a más no poder, mirando a mi machito a los ojos mientras lo hacìa, buscando ver el placer que le daba verme así. Ver así a su hembra, sumisa y entregada a él, por fin. Ya no había más excusas, ya no había más pretextos o protestas.
Cuando por fin me llevé la pija de Camilo a mi boca… fue la gloria. La gloria misma. Primero sentí el aroma y el gusto hermoso en mi boca, la manera en que me la llenaba, en que la sentía llena de un hombre que me deseaba y yo a él. Luego escuché sus gemidos de placer, que pronto se mezclaron con los míos cuando mi cabeza suavemente empezó a mecerse abajo y arriba… abajo y arriba… tomándolo y amándolo tan dulce, tan amorosamente. Mis fantasías no me habían preparado para nada de ésto, para como se sentía en la realidad. Para la combinación de sensaciones.
Como se la chupè. Dios, Dios… como se la chupé. Que sensación de placer y libertad hermosa. La libertad de abandonar todo y entregarme así a un macho fuerte. Complacerlo. Amarlo. Darle placer. Y como lo disfrutaba él, sus gemidos eran dulces y suaves, mirando con una sonrisa a la hembra que lo estaba complaciendo gustosa. A esa hembra más madura, más experimentada, pero no menos deseosa de ser suya. Completamente suya. Entregada. Regalada. La esclava que gozaba del látigo exquisito del amo, hecho carne en la verga deliciosa que llenaba mi boca.
Pronto sentí como me jaló fuerte del pelo y me sacó su pija de la boca.
“Ufff… abrí la boca….”, me dijo mientras empezó a masturbarse con furia.
Yo le sonreí ampliamente y la abrí para él, jadeando mientras recuperaba el aire. Camilo se enderezó en el sillón y apuntó la cabeza de su verga hacia mi cara. Pronto los chorros calientes de su semen me empezaron a salpicar toda la cara. Algunos entraban en mi boca hambrienta, otros me bañaban la piel.
Que hermoso se sentía ser marcada así. Marcada a fuego con el calor de su semen hirviente, directo de los huevos de mi macho. Porque el centelleo que sentía en mi vagina húmeda ya significaba eso. Que yo era su hembra, marcada así, y él era mi macho fuerte y amante. Nos sonreímos un momento así mientras nos recuperamos hasta que yo me levanté y fui a la cocina a buscar un papel para limpiarme la cara. Cuando volví al living, Camilo estaba sonriendo, recostado cómodamente contra la espalda del sillón, mirándome. Me abrió un brazo para que me sentara a su lado y me abrazó suavemente, dándonos unos buenos besos de esa manera.
Todavía estaba con su pene al aire, ya blando y descansando de la eyaculación hermosa que me había regalado recién, pero aun así me parecía lindo. Sentí que Camilo me empezó a acariciar el culo suavemente en su abrazo, mientras nos besamos dulcemente y nos acariciamos.
Yo suspiré placenteramente y vi que la tenía todavía sucia con restos de su semen. Estiré la mano para limpiarla con un papel de cocina pero me detuvo y me sonrió, “No… limpiamela vos… con esa boca hermosa…”
Le sonreí y cambié de posición, apoyándome en mis rodillas y codos sobre el sillón, a su lado. La tomé por la base y me la llevé a la boca de nuevo, sin dudarlo, mientras mi lengua la amaba y la limpiaba nuevamente, tragándome con hambre los restitos de su semen. Más que limpiarla ya se la estaba mamando de nuevo, pronto devolviéndole la vida y la dureza con mi amor y mis atenciones bucales. Camilo gemía suavemente y lo sentí levantarme el vestido, exponiendo mi cola al aire.
Sentí su mano acariciándome las nalgas y entre mis piernas, frotando mi concha húmeda por sobre la fina tela de mi bombacha.
“Ufff… que culazo que tenes, mi amor…”, lo escuché decir y me sonreí, con su pija en mi boca, gustosa de sentir la mano de mi macho disfrutandome ahí también. Pronto lo sentí engancharme un dedo en la bombacha, tironeando para abajo, y luego sus dedos masajeando y sintiéndome los labios vaginales y mi clítoris, que ya estaban tan pero tan húmedos.
“Que mojadita estás… me encanta…”, lo escuche decir y mientras hacía eso me puso su otra mano en mi cabeza, tomándome de nuevo el pelo. Sentí que me deslizó un par de dedos entre los labios de mi vagina y me penetró suavemente, haciéndome protestar de placer con la boca llena de verga. Mi humedad seguramente ya le estaba bañando los dedos dentro mío.
“Si… uff… aahhh…esta es la terapia que me gusta…”, se rió y me apretó el pelo fuerte, enterrando su pija hacia arriba en mi cabeza hasta que me dieron arcadas de placer al sentir la punta de su verga en mi garganta. Sus dedos seguían explorando mi vagina, no hasta el fondo pero lo suficiente para hacerme gemir y vibrar. Que hermoso era mi machito.
Sentí que se llevó uno de los dedos húmedos entre mis nalgas y, presionando un poco, me lo introdujo por mi ano estrecho, haciéndomelo sentir ahí también. Yo no aguanté la sensación y me liberé de su pija, jadeando y tomando un poco de aire.
“Ay! Camilo….”, le sonreí un poco
El me devolvió la sonrisa, “Te gusta ahí también parece…”
Yo me incorporé y nos dimos unos besazos hermosos, mientras él seguìa explorandome el ano con un dedo y con la otra mano me descubrió uno de mis pechos, amasando suavemente. Cuando rompimos el beso nos quedamos los dos mirándonos a los ojos, fuerte y fijo. Le di un amoroso piquito y le dije con una sonrisa, “... no hay mucho que no me guste…”
Camilo me sonrió y me besó de nuevo, con su mano libre me tomó del pelo de nuevo y me inclinó para que le siguiera chupando la pija, mientras seguía disfrutandome el ano con su dedo. Estuvo así un rato hasta que lo sacó y me lo metió de nuevo en mi vagina, ésta vez profundo hasta el nudillo, explorando mi suavidad y mi humedad. Me dió un tironcito fuerte del pelo que me hizo vibrar de morbo. Pero esa vibración no se comparó con la que tuve inmediatamente después, una casi orgásmica, cuando lo escuché entre sus gemidos.
“Que hermosa que sos Liliana… aaahh… quiero que seas mi puta…”
Casi acabo ahí mismo cuando lo escuché. Dejé de mamarlo enseguida y me incorporé, mirándolo suavemente a los ojos.
“... que?”
El me sonrió y me tomó fuerte de la mandíbula, estrujandome las mejillas y penetrándome los ojos con su mirada, “Que quiero que seas mi puta… me encantas… queres?”, me preguntó.
Yo tragué saliva. En ese momento no pensé en nada más. Era lo que quería. Era lo único que quería en la vida, en materia sexual. Ser la puta de un buen macho, fuerte y dominante. Yo le acaricié la mejilla suavemente y le sonreí, “... ay… si, mi amor… si…”
Camilo se sorprendió un poco, pero me regaló una alegre sonrisa él también, “En serio queres?”
“Si, mi amor…”, le dije bajito.
Él me besó y se movió a chupar y morderme la oreja, mientras mi mano acariciaba su pija húmeda y mis ojos se cerraron suavemente, “Queres ser mi puta.. Mi hembrita?”, me dijo al oído y yo me derretía ahí mismo en sus brazos, en sus manos, en su amor.
“... si, mi amor…”, le susurré, “... quiero ser toda, toda tuya… pero mi marido…”, le dije y me interrumpió.
“No me hables de tu marido ahora”, me dijo, “Acostate.”
Me dijo eso y me sacó el vestido por encima de la cabeza, él desnudándose también. Yo me recosté en el sillón y me abrí de piernas para él, los dos por primera vez desnudos totalmente en nuestro encuentro más íntimo y más amoroso.
No puedo dar muchos detalles de lo que pasó luego. En realidad, no quiero. Porque fue algo mágico para mi. Volver a sentir un macho fuerte en mi cuerpo, tomando todo lo que querìa de mi. Una pija joven, durìsima y hermosa abriendo y llenando mi interior. La manera en que Camilo tomaba todo el amor que yo le entregaba, regalada completamente a él, y aun así lo sentìa que querìa mas y mas… Le regalé un orgasmo increíble, un orgasmo bien dulce, bien de hembra satisfecha. De hembra cogida y dominada. De puta, de esclava. Un orgasmo de mujer que, por fin luego de tanto tiempo, se sintió de nuevo viva y plena.
Y Camilo me regaló los chorros de su semen caliente en mi piel, sacándola justo antes de su hermoso orgasmo. Por suerte me escuchó entre la violencia de nuestra cogida y nuestros gemidos, que por favor me la sacara y no me acabara adentro. Yo tomaba anticonceptivos, por pedido de mi marido, pero aun así no me quería arriesgar a nada. No quería correr ningún riesgo con el semen fuerte y vital que debía tener mi hermoso machito. Camilo me bañó la concha y todo a su alrededor dulcemente con todo su amor, masturbándose los últimos segundos y marcandome de nuevo en mi piel. Yo adoré verlo asi, su cuerpo desnudo erguido entre mis piernas, su verga hecha una roca, cubierta de mis jugos y eyaculando toda su pasión y su amor sobre mi sexo. Marcándome de nuevo, ahora permanentemente, como por fin suya.
Me hizo sentir viva. Renacida. La revolución había triunfado, por fin.
Nos quedamos así en el sillón, desnudos, él encima mío y abrazándonos. Acariciandonos. Mirándonos a los ojos. Y hablando… hablando un montón. Esa hora final de lo que aun de alguna manera podía llegar a llamarse “terapia”, fue increíble para mi. Para los dos. Lo pude ver a Camilo calmado, satisfecho, lleno. En paz. El también llevaba una batalla por dentro y luego de cogerme, se le apaciguó. Seguìa siendo fuerte, seguìa siendo el, por supuesto, pero otra versión de mi Camilo. Más calmo, más bueno. Sin esos bordes feos y filosos que su personalidad tenía.
Cara contra cara, cuerpo contra cuerpo, amándonos así, hablamos.
“No se que voy a hacer, Camilo…”, le dije suavecito, muy suavecito, mientras nos mirabamos a los ojos.
“Con que?”
“Con mi marido…”
El se sonrió, “No me importa. Hace lo que quieras con tu marido. Pero vos sos mía ahora…”, me dijo y yo le sonreí, “Tu conchita y tu culito son míos… quiero que sean míos. Si queres a tu marido chupasela de vez en cuando, así no jode”, terminó con una risa.
Pero yo no me reía. Yo estaba tomando nota mental de mis nuevas instrucciones, “Okey…”
“Me parece que no hace falta que siga viniendo a terapia, no?”, me guiñó un ojo.
Yo solo le sonreí, “No.. a terapia no.”
“Quiero venir a verte entonces…”, me dijo.
Le asentì con la cabeza y con una dulce sonrisa, “Y yo quiero que sigas viniendo…”
Ahí, en esa hora que faltaba antes que Luisa lo viniera a buscar, hablamos con Camilo y definimos todo. Nos sinceramos. Por fin, por fin después de tanto tiempo nos pudimos abrir. El, abrirse con alguien en quien podía confiar y que lo amaba. Y yo, pudiendo confesarle mis cosas, mis debilidades y mis necesidades de mujer sumisa. Creo que si Camilo aún hubiese estado con la calentura que tenía, si no me hubiese cogido tan lindo y tan bien, no se si esa charla hubiese sido tan productiva. Estaría muy alterado, muy malo. Pero ahora estaba calmo y en paz. Lleno de placer, contenido en los brazos de la mujer madura que lo adoraba…
No, perdón, me expresé mal. En los brazos de la puta que lo amaba y ya le pertenecía. Una mujer tiene dignidad. A mi no me servía la dignidad. Eso era algo que yo gustosamente iba a sacrificar en el altar del placer y la satisfacción.
Decidimos, ahí en nuestra charla, desnudos uno encima del otro, mientras nos acariciamos los cuerpos suavemente, que novios no íbamos a ser. No había forma de hacerlo o de aparentarlo. Yo iba a seguir casada con Diego y él iba a tener su novia, o sus novias. Y estaba todo bien así. Los dos éramos libres de llevar nuestras vidas normales. Pero una vez a la semana, aunque sea, nos íbamos a ver. Para la mamá de Camilo, con la excusa de la terapia. Pero para nosotros… con la excusa de amarnos y de estar juntos. De sentir el delicado alambre de púas sobre la piel de mi mente de sumisa que era el pertenecer a un machito como Camilo.
La razón de mis frustraciones e insatisfacciones era, realmente, que yo era una sumisa a quien nadie hacía sentir como tal. Y la razón de los problemas de Camilo era que él era un macho, fuerte y dominante, a quien la sociedad, sus amigos y sus parejas nunca iban a aceptar como tal.
Pero yo sí. Porque finalmente nos dimos cuenta que eramos el uno para el otro. El necesitaba dominar, poseer y humillar. Yo necesitaba ser dominada, poseída y humillada. Yo era el bálsamo que lo entendía y lo calmaba. El era el fuego que me cocinaba, me abrigaba el alma y me hacía sentir viva y completa. Sentí un click en mi cabeza, y siempre rogué que él lo hubiera sentido también. El click de dos piezas de rompecabezas, las dos compatibles y complementarias respecto a las formas del otro, juntándose y uniéndose.
Simple. Lógico. Perfecto. Intenso.
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