Soy Liliana y tengo 42 años. Esto que voy a contar no es un relato, es mas bien una confesión. Es una confesión porque siento que hice algo terrible. Terrible y a la vez hermoso. Algo que a veces pienso que tuve que haber detenido y por mis debilidades nunca lo hice.
Además, técnicamente, lo que cometí fue un crimen.
No pasó hace mucho, empezó cuando tenía 36 años recién cumplidos y aún estaba casada con el que era mi marido, Diego. Ahora ya estamos divorciados, después de casi 14 años de casados. Por suerte nunca tuvimos hijos. Digo por suerte por el tema de no haberlos traumado con el tema de nuestro divorcio, siempre es mejor cuando sucede algo así que no haya chicos de por medio, pero la realidad es que yo siempre quise tener y Diego no. Lo acepté en su momento porque realmente yo amaba a Diego y quería pasar mi vida con él, pero siempre fue algo de mi vida que quedó insatisfecho. Era algo que yo siempre quise, como mujer y como esposa, pero Diego no quería saber nada sobre eso. Nunca quiso.
Diego era apenas un par de años mayor que yo y nos casamos muy jóvenes. Yo tenía 22 y el 25 en ese momento. Estuvimos de novios nada más un par de años hasta que me propuso casarnos. Yo le dije que sí por varios motivos. Por supuesto, antes que nada, porque nos amábamos. Esos dos años de novios fueron increíbles y yo no pensaba que nada más por estar casados iba a cambiar algo.
Yo pensaba en ese entonces que Diego era el hombre de mi vida, además, porque nos complementabamos muy bien. Estoy hablando de la parte sexual de nuestra relación. Yo siempre fui muy sumisa y pasiva. Me encantaba estar con hombres dominantes y fuertes, que me sometieran y tomaran de mí lo que quisieran. Y Diego era así. Era un tipo fuerte y decidido, que tomaba el control en la cama y a mi me hacía volar de placer cuando me entregaba a él de esa manera. Éramos como dos piezas de rompecabezas que encajaban perfectamente.
Pero lamentablemente no duró mucho. No se si habrá sido por la convivencia permanente, por ya habernos acostumbrado el uno al otro o que, pero ese fuego hermoso que habíamos tenido de novios se había apagado ya para nuestro segundo año de casados. Se había vuelto una relación normal y desdibujada, por decirlo así. Las piezas del rompecabezas se habían separado y cambiaron de forma.
No quisiera que se malentienda. No tengo nada malo para decir de Diego. Al contrario. Fue y siempre será una persona que quiero muchísimo y es un gran tipo. Nunca me hizo nada malo y las discusiones que teníamos como cualquier pareja eran solo eso. Jamás me trató mal y se que me quería. Lo se muy bien. Pero cuando nuestra parte sexual se apagó nunca lo vi a Diego con ganas de reavivarla, pese a lo mucho que yo se lo sugería. Para el se había convertido en un juego que ya estaba aburrido de jugar, prefiriendo tener sexo normal de pareja, mientras que para mi era una parte de mi vida sexual que yo amaba, me completaba como mujer y de pronto había perdido.
Los 12 años de casados que siguieron yo estuve casi completamente insatisfecha sexualmente. No era que no teniamos sexo, lo teníamos normal como cualquier pareja, nada mas que lo que hacíamos no me satisfacía para nada mas allá que en lo físico. Diego siempre era el que salía a trabajar y yo me quedaba en casa estudiando mi carrera y haciendo de ama de casa. Tuve varias oportunidades, quizás, de serle infiel pero les aseguro que nunca lo hice. No me parecía correcto.
No creo que Diego se hubiera cansado de mí físicamente o que yo ya no le resultara atractiva. Si bien yo ya no tenía el cuerpo que tenía de pendeja cuando nos casamos, aun me parecía que era linda para mi edad. Tenía un pelo negro lindo y largo, que me gustaba de vez en cuando adornarlo con muchos reflejos rubios. No era super flaca pero tampoco gorda ni nada de eso. Mis pechos no eran grandes pero me gustaban, y seguía siendo bastante caderona con una linda cola, grande y firme que también me gustaba mucho. No estaba disconforme con mi cuerpo para nada y estoy segura que Diego tampoco lo estaba.
Yo estudiaba psicología y cursé casi hasta recibirme, pero nunca lo hice. Terminé dejando por otras cuestiones y me quedé en casa y llevando las tareas del hogar. Mi sueño era ser terapeuta, tener mi propio consultorio y ayudar así a la gente. Me había especializado en terapia de niños y adolescentes en general, pero también me interesaba mucho la parte de lo que a veces son mal llamados trastornos sexuales.
Si bien nunca me recibí, decidí empezar a ofrecer servicios de counseling, atendiendo clientes en casa y la verdad que me fue muy bien. A mi me encantaba ayudar a los chicos y chicas con sus problemas de adolescentes, esa edad que necesitan tanto apoyo y tanta guía. Muchas veces hasta el amor de los padres más interesados en sus hijos no alcanza y se necesita un poco de ayuda profesional para detectar problemas y que se puedan superar.
A través de los años, nada más por el boca a boca, logré una buena cantidad de clientes. Inclusive como una de mis mejores amigas era profesora en un colegio cercano a veces me recomendaba a madres y padres de los alumnos por si alguno necesitaba ayuda con sus hijos, para que me fueran a ver.
Yo trabajaba bien, puedo decirlo sin modestia, y me alegraba mucho poder ayudar a los chicos y chicas que me venían a ver. El counseling no es terapia, pero muchas veces funciona como tal. A esa edad tan especial, muchas veces lo único que necesitan los chicos es poder hablar honestamente con alguien que no sea alguno de sus padres, poder contarles en confianza lo que les pasa y lo que sienten y poner sus cosas mentales en orden. De eso me ocupaba yo. Escucharlos, entenderlos, contenerlos y aconsejarlos. Tampoco era que yo tuviera una consulta con pacientes psiquiátricos muy complejos o con traumas horribles. Los chicos y chicas que me venían a ver solo necesitaban una guía, consejos y que les marcaran el camino, entendiéndolos. Solo una vez, una sola en tantos años, tuve un paciente con un problema complejo de dimorfismo que finalmente derivé a un profesional especializado. El resto era nada más charlar con ellos para ver que sentían, sobre las distintas orientaciones sexuales que ellos se iban descubriendo, cómo lidiar con algunas situaciones quizás de bullying o problemas en sus casas o con sus amigos. Realmente no mucho más que eso.
A mi me encantaba poder ayudarlos y algo de plata por mis consultas cobraba, lo que ayudaba bastante en casa. Diego trabajaba todo el día así que era un buen uso de mi tiempo el poder quedarme en casa a atender pacientes. Yo deseaba en algún momento tener un consultorio propio, ese era mi sueño, pero era muy difícil y muy caro hacerlo. Por muchos años las cosas estuvieron bien, normal.
Estuvieron bien hasta que conocí a Camilo.
Un día hace más o menos seis años recibí un mensaje de un número que yo no conocía. Se presentó como Luisa, la mamá de uno de los chicos del colegio, que me contactaba por recomendación de mi amiga profesora, por un problema que estaba teniendo con su hijo, Camilo. Le dije que si vivía cerca que se viniera a casa y charlabamos, así de paso me conocía y conocía mi casa. Si me iba a encomendar a su hijo siempre estaba bueno que me conocieran a mí y al ambiente donde iba a estar, para que se quedaran tranquilos que no era nada raro.
Esa tarde la recibí a Luisa en casa y empezamos a charlar con un café de por medio. No me cayó nada mal, pero la noté como una mujer llevando encima la carga pesada de muchos problemas. Me dijo que su marido la había dejado hacía dos años, yo no le pregunté por qué y no me dijo. Se habían mudado al barrio hacía poco tiempo y su hijo Camilo había empezado a asistir al nuevo colegio. Pensé que hasta ahí era una situación normal, pero me alarmé internamente cuando me dijo que se habían mudado por un problema muy serio que tuvo Camilo con una compañera de su colegio anterior. Cuando le pregunté por eso, Luisa se puso muy triste y me dijo que había sido un tema de abuso sexual. Que por suerte no había pasado a ser un tema policial, gracias a Dios, pero que se tuvo que mudar para tratar de cuidar a Camilo.
Yo por supuesto que la entendía. Pese a que yo no era madre, era mujer y sé lo que es el amor de una madre. Lo que sea que había hecho Camilo, la madre no lo iba a dejar de amar y querer cuidarlo. Cuando Luisa me comentó un poco los detalles del tema, le dije inmediatamente que sí, que por favor me lo trajera a Camilo aunque sea para charlar un poco con él. Como mínimo. Idealmente que ya viniera como cliente, pero quería tener ese contacto inicial con él. Lo que me contó Luisa era bastante feo y las dos teníamos miedo que se repitiera en el colegio nuevo. Si había algún problema había que solucionarlo de raíz y cuanto antes.
Camilo tenía nada más 15 años. Era demasiado chico para haber hecho algo así y algún problema, o problemas más graves estaban detrás de eso. Luisa me confesó que iba a hacer lo posible para pagarme las consultas, que mucho dinero realmente no tenía, pero me rogó si por favor aunque sea podía hablar con él sin cargo la primera vez. Yo le sonreí, por supuesto que acepté. Y le dije que no se preocupara, que si yo veía que Camilo tenía problemas graves o si necesitaba realmente mis consultas, que no se preocupara por pagarme o que lo hiciera cuando pudiera. Luisa me agradeció muchísimo y la vi muy aliviada por eso, se ve que muchos recursos la pobre Luisa no tenía, pero si era el tipo de madre soltera, de buena mujer, que iba a priorizar la salud de su hijo sobre otros gastos, por supuesto que la iba a ayudar.
La semana siguiente, un día temprano a la tarde Luisa me dejó a Camilo en casa para que charlemos y lo conociera. Me lo dejó y, como le había pedido, se fue por un par de horas para que podamos hablar tranquilos.
Lo primero que me impresionó de Camilo fue su estatura y porte físico. Ya había pegado el estirón de la pubertad o seguramente todavía estaba en proceso. Ya era más alto que yo y que la madre, y se lo veía dentro de todo bastante fornido para un chico de esa edad. Y lo segundo fueron sus ojos. En realidad, su mirada. Tenía una mirada muy fuerte y penetrante, que te miraba fijo y no te largaba, lo que era también raro en un chico de esa edad. Por lo general los chicos y chicas adolescentes esquivan la mirada, sobre todo cuando se sienten agobiados por algún problema o por timidez, pero Camilo no lo hacía. Todo lo contrario, a veces hasta me ponía algo incómoda la forma en que no me sacaba la vista de encima. Por mi experiencia, ya sabía que tipo de mirada era.
Camilo tenía la mirada de un depredador. Ya a esa edad.
Cuando nos sentamos y nos pusimos a charlar un poco, eso me sirvió para que rápidamente pudiera confirmar esa idea inicial. Como a mi me gusta atender a mis pacientes no es de esa manera formal que quizás se imaginarán, que se acuesten en un diván o algo así y que me cuenten. A mi no me gusta atender así, primero porque no soy psicóloga, nada más hago counseling. Y segundo que me gusta una atmósfera más relajada, que mis pacientes se sientan cómodos y a gusto, que sea un diálogo entre dos personas, no un monólogo de ellos.
Nos sentamos en la mesa del living y le traje un vaso de gaseosa, yo me puse con un café y empezamos a charlar. Como siempre, como a cualquier chico que yo atendía, le expliqué que era lo que yo hacía, que podía esperar el de mi y que se quedara tranquilo que éstas eran charlas de absoluta privacidad y reserva, entre el y yo. Que yo esperaba que luego de conocerme el me viera como alguien en quien podía confiar plenamente y que estaba para ayudarlo, no para otra cosa.
La confianza de un paciente es un proceso, no es algo inmediato, pero a mi me gustaba sentar las bases enseguida. Cuanto tardaba dependía de cada uno. Algunos se abrían rápido, otros tardaban más, pero eventualmente llegábamos al punto de confiar el uno en el otro. A mi no me gustaba anotar mucho, solo lo mínimo indispensable para mis notas. No me gustaba hacer sentir a los chicos y chicas como que eran especímenes de laboratorio o que les estaba tomando examen. Prefería el rapport de dos personas conociéndose y charlando de sus cosas. Tomaba mis notas mentales, por supuesto, y cuando anotaba era algo muy importante y puntual que no quería olvidarme.
Estuve un largo rato hasta que me acostumbré a la forma que Camilo me miraba mientras hablábamos y me pude relajar un poco yo también. Durante la primera hora charlamos bien de varias cosas. No lo notaba al chico como que se abría o se cerraba demasiado, con nada. Él estaba acostumbrándose a mí también.
Para la segunda hora ya lo noté que se sentía más cómodo en general y tanto la charla como su humor en general comenzó a fluir un poco mejor. La primera hora con Camilo ya me había dejado muchas pautas para seguir en mi cabeza. El chico estaba muy obsesionado con el sexo y temas sexuales. Lo cual es normal en los chicos y chicas de esa edad, pero una cosa es el interés natural que se despierta a esa edad, y otra cosa más problemática era el nivel de obsesión que Camilo, queriendo o sin querer, me dejaba ver. Todo de alguna manera giraba alrededor de algo sexual con el. Me quedó muy claro que no era un reflejo de una homosexualidad reprimida, para nada. Camilo era muy heterosexual y lo sabía. No pasaba por ahí.
Camilo también tenía una personalidad bastante abrasiva y arrogante. Por más que sea vulgar, “cancherito” es el término que mejor aplica. Pero ese no era el problema. El problema es que Camilo me dejó ver que sentía como que la vida le debía un montón de cosas y que él era la víctima en todo. Así decidió interpretarlo internamente el. Si algún compañero lo cargaba, era una ofensa por supuesto. Pero también sentía como ofensas cosas como que su papá los hubiera abandonado. El hecho de que Luisa, su mamá, no tuviera mucha plata también lo era. Ni hablar de cuando me contó cómo se sentía cuando quizás alguna chica que le gustaba lo rechazaba o no quería saber nada con él.
Con ese tipo de cosas, la mayoría de los adolescentes sienten culpa. Como que ellos fueron de alguna manera los que generaron esas frustraciones. Pero Camilo no era así. Era completamente al revés que eso.
Camilo estaba enormemente frustrado por un montón de cosas y en lugar de entender que la vida sencillamente es así, él lo interpretaba todo como ofensas. Como que la vida le debía a él todo eso y no se lo estaba dando. Eso lo ponía peor, de humor y de comportamiento, y así se producía el círculo vicioso. Ya de por si Camilo no tenía una personalidad que a muchos le resultara agradable, y cuando la gente se le alejaba o lo confrontaba por eso, nada mas lo ponía peor. Y al ponerse peor, menos se le querían acercar. Así se formaba el círculo vicioso que Camilo no podía romper.
Ese fue mi diagnóstico inicial, pero realmente estaba errado. Y no me di cuenta del error hasta un tiempo más adelante. Si, estaba pasando algo de eso, pero no era toda la verdad.
Ya bien entrada la segunda hora de nuestra charla, me sentí confiada como para empezar a abordar el tema que principalmente lo había traído hasta mí. Me tomé un sorbito de café, lo miré suavemente y le pregunté, “Querés contarme un poco de lo que pasó con tu compañerita?”
Lo vi como que se frustró un poco, “Uff…”, protestó.
“Si ahora no querés, no hay problema, pero entendé que es un tema que nos preocupa a tu mamá y a mi y te lo voy a volver a preguntar”, le dije.
“Uh, a ver… que te dijo mi mamá?”, me preguntó.
“Me contó un poco de lo que pasó, pero me gustaría que me lo cuentes vos”, le sonreí suavemente.
“Si ya te contó ella, para que querés saber?”
“Porque está bueno que lo cuentes vos, Camilo”, le contesté, “Me gustaría escucharlo con tus palabras.”
“Y mi mamá que te dijo?”, me preguntó.
“Me dijo que tuviste ese problema con tu compañerita, Laura. Que ella era tu novia.”
“Si, habíamos empezado a salir”, me contestó.
“Y entonces si habían empezado a salir cuál fue el problema? Por qué pasó lo que pasó?”, le pregunté.
“Uf, no se, Liliana… no tengo ganas de hablar de eso. Ya hablé mucho de eso”, lo vi frustrarse.
Yo le sonreí, “Dale, contame. Yo no sé tu versión de las cosas… no te parece que está bueno que yo sepa tu versión? De tu propia boca?”
Camilo me estudió un momento, mirándome fijo, “Si me prometés que no sale de aca…”
“Si, Camilo, ya te dije varias veces. Lo que charlamos entre nosotros acá, queda acá. En serio. Eso es una norma profesional que tengo y es inviolable, no te preocupes”, le sonreí.
Lo vi dudar un poco. Era el momento en el que él iba a decidir confiar en mí o no. Luego de tomar un sorbo de su gaseosa, me lo dijo, mirándome fijo.
“A Laura… si, recién nos habíamos puesto de novios. Un dia … eehhh.. Un día que estábamos solos en la casa me la quise coger y ella no quiso. Así que, bueh…”, me dijo.
Yo me extrañé. No era lo que me había dicho la madre de Camilo. “Para, para, Camilo… tu mamá no me dijo eso.”
“Y bueno, a ver, que te dijo ella?”, me preguntó.
“Bueno, para hablar claro, me dijo que vos a Laura la habías manoseado y le habías mostrado tus genitales. Y que la habías forzado a tocarte…”, le dije.
Camilo se sonrió un poco, “Ah, si, okey… te dijo eso que es lo mismo que le dijeron a todo el mundo.”
Yo lo miré fijo, encontrando su mirada, “Entonces me vas a decir que fue lo que pasó en serio?”
“Ya te dije. Quería cogermela y ella no quería”, me contestó.
“Y entonces?”, le pregunté.
“Entonces me la cogí igual”, me dijo y a mi se me subió un escalofrío por la columna.
Enseguida entendí el por que de las dos versiones de lo que había pasado. Alguien, no se si la mamá de Camilo, los padres de la chica o todos en conjunto, habían decidido quedarse en público con esa versión de los hechos, como para cuidar y preservar a la nena. Para que no trascendiera que había sido violada.
Yo tragué saliva y lo miré, “Cómo? Camilo…”
Él se encogió de hombros, “Vos me preguntaste, yo te contesté. Y me prometiste que no salía de acá”.
“Pero Camilo, vos te das cuenta que eso… eso fue una violación, no?”, le pregunté.
“Puede ser… “, me dijo desinteresadamente.
“Y a vos no te importa que sea así?”, le pregunté.
“Si ella se puso de novia conmigo es porque yo le gustaba. Pero cómo es? Yo le gustaba pero no quería coger conmigo?”, me preguntó. O se preguntó él solo al aire.
“No es tan así, Camilo. Las chicas de esa edad no piensan en el sexo asi”, le dije.
“Bueno, okey está bien, entonces para que se puso de novia conmigo? Para calentarme nada más?”, me preguntó.
“Estoy segura que vos a ella le gustabas, por eso estaba con vos.”, le contesté, “Pero de ahí a tener sexo a esa edad… por supuesto que ella no iba a querer eso.”
“Bueh… que se yo…”, me dijo desinteresadamente.
“Me querés contar que le hiciste?”, le pregunté, queriendo ver hasta donde iba a llegar la confianza que habíamos logrado.
Y ahí me lo contó todo. Con lujo de detalles. Que un día estando solos en la casa de la chica se empezaron a besar. Camilo se calentó demasiado y le empezó a sacar la ropa a la chica. Por supuesto cuando ella no quiso, lo único que quería era besarse con su novio, Camilo la obligó igual. La agarró del pelo y la hizo succionarle el pene. Como la chica no lo pudo hacer bien y Camilo no logró satisfacerse, me dijo que se le echó encima y reteniéndola contra la cama la penetró hasta que él logró su orgasmo. Por suerte no le eyaculó adentro, pero la chica había quedado naturalmente muy mal y traumada y lo echó de la casa. Después le dijo a sus padres y ahí se armó todo el problema.
Yo me tuve que ir a hacer otro café mientras pensaba en todo lo que Camilo me había contado. Cuando volví al living lo encontré ahí sentado, tranquilamente jugando un poco con su vaso de gaseosa, como si no le hubiese contado a alguien, hacía 30 segundos, que había violado a una chica.
Tomé aire, otro sorbo de mi café recién hecho y le pregunté, mirándolo, “Camilo vos te das cuenta que lo que hiciste es horrible, no? Vos te das cuenta que estuvo muy mal?”
“Si, puede ser…”
“No, puede ser no. Te lo estoy diciendo, no como juzgándote ni nada, pero te lo estoy informando. En realidad ya lo sabés. Ya sabés que estuvo mal”, le dije tranquila, pero firmemente.
“Si, okey, estuvo mal. Y que? Lo que ella hacía no estaba mal también?”
“Perdón, que hacía ella?”
“Y… no querer coger conmigo. Calentarme asi”, me contestó. Ya le estaba saliendo su veta por ahí, como que la chica le debía a el el tener sexo.
“No es así, Camilo. Si ella no quería, estuviste mal en tomarlo y forzarla. Pero bueno, ya lo sabés.”
“Y por que todo el mundo puede hacerme lo que ellos quieran pero yo no puedo hacer lo que quiero?”, me preguntó.
Yo no iba a entrar en esa, “No es así y lo sabés también.”
“No, en serio. Laura quería calentarme y dejarme con las ganas, pero a ella nadie le dice nada por eso.”
“Estoy segura que Laura no quería hacer eso. Nada mas quería estar con vos porque te quería”, le contesté, “Que dos personas se quieran no significa que tengan que tener relaciones sexuales, y si no lo hacen entonces quiere decir que no se quieren. Dale, Camilo. Lo sabés eso.”
“No sé. Yo no lo veo así.”, me contestó, “A veces me parece que todo el mundo me dice lo que tengo que hacer, pero yo no le puedo decir nada a nadie.”
Yo me tomé otro sorbo de café, “La vida está llena de esas frustraciones, Camilo, pero parte de crecer como hombre y como persona es aprender a lidiar con esas frustraciones, no? Si no, pasan las cosas que pasan.”
“Si, soy el único frustrado yo”, se rió suavemente
“Para nada. Todo el mundo tiene frustraciones, así es la vida. Vos, yo, tu mamá, todo el mundo”, le dije suavemente.
El se rió, “Ah, si? Y vos qué frustraciones tenés?”, me preguntó.
A mi no me gustaba hablar de mí durante las consultas, salvo para tener que mostrarle algo a algún paciente, de algo que me habría pasado a mi también, como para darle de ejemplo. En mis consultas no se trataba de mí, se trataba de mis pacientes.
“No importa las que tengo, Camilo”, le dije, “Pero creeme que es así. Todo el mundo tiene.”
“Bueh, contame dale”, me pidió.
“No viene al caso, estamos hablando de vos y de lo que te pasa a vos”, le dije.
“Me habías dicho que ésto iba a ser ida y vuelta”, me miró, “Y hasta ahora no me contaste nada de vos”.
Yo lo miré de vuelta, tratando de mantenerle la mirada penetrante que tenía, “Nada, no se que querés saber. Tengo las frustraciones que puede tener cualquier persona o cualquier mujer. Soy normal, no se que querés que te diga.”
“Y yo que sé que frustraciones puede tener cualquier mujer?”, se sonrió.
Yo tomé aire y le contesté, “Bueno, para que sepas y solo como ejemplo, ahora por ejemplo estoy con temas de pareja, como mucha otra gente.”
“Uh, que, te peleaste con tu marido?”
“No, para nada. Nos llevamos muy bien”, le sonreí.
“Y entonces qué es?”
“Nada, ya llevamos muchos años de casados. La gente cambia y las relaciones cambian”, le expliqué, “Todo va cambiando y nuestra relación no es la misma que era hace 10 años. Ni hace 5 años. Tengo que aprender a adaptarme a eso, pero no lo veo como una frustración, pese a que lo es. Lo veo como un desafìo para aprender a mejorarme”
“Ah, okey…”, me dijo.
“Por ahí vos tendrías que ver a tus frustraciones de la misma manera”, le dije dulcemente, “No como algo que te molesta y contra lo que te querés pelear, sino como oportunidades para mejorar.”
“Y a vos que te jode de estar casada?”, me preguntó.
“Nada, no dije que me jodía estar casada”, lo corregí, “Dije que como las relaciones van cambiando me tengo que adaptar. Ya las cosas no tienen la misma intensidad de antes, y es lo más natural que hay que pase eso”
“Y vos cómo te adaptas a eso?”
Yo le sonreí, “Yo pienso positivamente, cada día, y veo todo como una oportunidad de mejorarme a mí misma y a los demás.”
No se si lo dejó satisfecho esa respuesta, pero es la que le di. No me iba a poner a explicarle a un chico de 15 años, encima un paciente con temas sexuales complejos, lo frustrada que estaba yo sexualmente en mi vida de pareja. Si lo entendía él solo, perfecto. Y si no lo entendía no estábamos ahí para hablar de mí, igualmente.
Ya se acercaba el final de las dos horas que yo le había dicho a la madre, por lo que más o menos fuimos terminando nuestra charla. A mi realmente me habían quedado muchas cosas en el tintero y me interesaba mucho llegar a la raíz de los comportamientos y problemas de Camilo. No era algo que lo podía solucionar en dos horas y se lo iba a decir a la mamá. Que no se preocupara por pagarme, que eso no era problema, pero que Camilo si necesitaba ayuda. Ya sea mía o de otro profesional. Con la actitud que llevaba encima y que parecía no querer cambiar, era cuestión de tiempo para que se produjera algún problema en su colegio nuevo, con sus nuevos compañeros. Yo rogaba que no fuera un problema como el que había tenido con esa chica, pero había que atenderlo pronto y bien.
Camilo me pidió ir al baño mientras yo me puse a anotar mis cosas, para no olvidarme de nada. Luego de un rato salió y lo acompañé abajo a esperar a la madre. Cuando ella llegó nos quedamos charlando, no quería darle mucha cantidad de detalles y más con Camilo ahí presente, pero sí le dije que volviera la semana que viene y que me gustaría verlo dos veces por semana, si a ella le parecía. Y que por supuesto no se preocupara por el pago.
Luisa me agradeció muchísimo y me dijo que sí. Arreglamos los días, nos despedimos y se fueron. Cuando volví al departamento limpié un poco y lavé los vasos y tazas que habíamos usado, mientras pensaba y repensaba todo el tema de Camilo y sus problemas, revisando fragmentos de la charla que habíamos tenido.
Me dieron ganas de ir al baño en un momento y ahí fui, pero cuando entré me quedé dura. Helada. Camilo había dejado la tapa baja del inodoro luego de usarlo, y ahí lo vi. Mientras estaba en el baño se había masturbado y me había dejado, totalmente a propósito, toda la tapa manchada y chorreada con su semen. No había sido un accidente. No podía haberlo sido. Si lo dejo ahí fue porque lo quiso hacer. No le costaba nada masturbarse y que cayera dentro del inodoro, o en algún papel higiénico. Lo hizo porque quiso y no solo eso, porque también quiso que yo lo viera.
Me quedé ahí parada un momento en el baño, mirando la escena, mientras me pasaban muchas cosas por la cabeza. El depredador estaba marcando el territorio, haciéndoselo saber a la presa. No voy a negar que la primera reacción que tuve fue de asco y de enojo. Cómo podía haberse atrevido a hacer algo así? Menos mal que se me ocurrió ir al baño. Mira si no iba en todo el dia y al llegar Diego el se encontraba con eso. Pero la segunda reacción… Esa fue mucho más íntima y una que yo me conocía muy bien. No era algo pensado, era algo que me brotaba y me surgía solo. De bien adentro y bien profundo de mi personalidad.
Eran las campanitas en mi alma y la excitación sexual de la sumisa, sabiéndose marcada y deseada por el dominante. Ahí no había excusa que valiera. A esa reacción mía no le importaba nada. Yo sentía como los pelitos de los brazos se me erizaban solos y mi vagina me daba unas lindas y tibias señales de alerta, solo al ver eso. No importaba que Camilo tuviera solo 15 años, ni que yo tuviera más del doble, ni que él fuera mi paciente, ni los problemas psicológicos que el chico tenía. Mi reacción sólo entendía que un machito fuerte y dominante me había seleccionado para ser su hembra. Todavía no me había poseído, no, pero me estaba marcando y me lo estaba haciendo saber.
No me había sentido así desde que eramos novios con Diego, hacía más de 10 años ya. Esa excitación, ese morbo increíble de la anticipación a ser tomada, forzada y poseída como mujer. Esa euforia dulce por saberse deseada.
Suspiré, sola en el baño y en mi casa, y me puse a limpiar el enchastre que Camilo dejó en mi baño. A las mujeres que no son sumisas como yo, o a las que lo son pero no a mi nivel, quizás les cueste mucho entender lo que se piensa y lo que se siente, y con qué cosas las sumisas totales como yo nos sentimos plenas y realizadas sexualmente. Pero ahí nomás me acerqué y limpié el enchastre de semen que Camilo me dejó.
Estaba sola en casa, sola conmigo misma, con mis debilidades y necesidades más íntimas que hacía tanto, pero tanto tiempo que no eran atendidas. Nadie lo iba a ver, nadie lo iba a saber, solamente yo. Arrodillandome frente al inodoro limpié la tapa, despacio y completamente, con mi lengua.
Además, técnicamente, lo que cometí fue un crimen.
No pasó hace mucho, empezó cuando tenía 36 años recién cumplidos y aún estaba casada con el que era mi marido, Diego. Ahora ya estamos divorciados, después de casi 14 años de casados. Por suerte nunca tuvimos hijos. Digo por suerte por el tema de no haberlos traumado con el tema de nuestro divorcio, siempre es mejor cuando sucede algo así que no haya chicos de por medio, pero la realidad es que yo siempre quise tener y Diego no. Lo acepté en su momento porque realmente yo amaba a Diego y quería pasar mi vida con él, pero siempre fue algo de mi vida que quedó insatisfecho. Era algo que yo siempre quise, como mujer y como esposa, pero Diego no quería saber nada sobre eso. Nunca quiso.
Diego era apenas un par de años mayor que yo y nos casamos muy jóvenes. Yo tenía 22 y el 25 en ese momento. Estuvimos de novios nada más un par de años hasta que me propuso casarnos. Yo le dije que sí por varios motivos. Por supuesto, antes que nada, porque nos amábamos. Esos dos años de novios fueron increíbles y yo no pensaba que nada más por estar casados iba a cambiar algo.
Yo pensaba en ese entonces que Diego era el hombre de mi vida, además, porque nos complementabamos muy bien. Estoy hablando de la parte sexual de nuestra relación. Yo siempre fui muy sumisa y pasiva. Me encantaba estar con hombres dominantes y fuertes, que me sometieran y tomaran de mí lo que quisieran. Y Diego era así. Era un tipo fuerte y decidido, que tomaba el control en la cama y a mi me hacía volar de placer cuando me entregaba a él de esa manera. Éramos como dos piezas de rompecabezas que encajaban perfectamente.
Pero lamentablemente no duró mucho. No se si habrá sido por la convivencia permanente, por ya habernos acostumbrado el uno al otro o que, pero ese fuego hermoso que habíamos tenido de novios se había apagado ya para nuestro segundo año de casados. Se había vuelto una relación normal y desdibujada, por decirlo así. Las piezas del rompecabezas se habían separado y cambiaron de forma.
No quisiera que se malentienda. No tengo nada malo para decir de Diego. Al contrario. Fue y siempre será una persona que quiero muchísimo y es un gran tipo. Nunca me hizo nada malo y las discusiones que teníamos como cualquier pareja eran solo eso. Jamás me trató mal y se que me quería. Lo se muy bien. Pero cuando nuestra parte sexual se apagó nunca lo vi a Diego con ganas de reavivarla, pese a lo mucho que yo se lo sugería. Para el se había convertido en un juego que ya estaba aburrido de jugar, prefiriendo tener sexo normal de pareja, mientras que para mi era una parte de mi vida sexual que yo amaba, me completaba como mujer y de pronto había perdido.
Los 12 años de casados que siguieron yo estuve casi completamente insatisfecha sexualmente. No era que no teniamos sexo, lo teníamos normal como cualquier pareja, nada mas que lo que hacíamos no me satisfacía para nada mas allá que en lo físico. Diego siempre era el que salía a trabajar y yo me quedaba en casa estudiando mi carrera y haciendo de ama de casa. Tuve varias oportunidades, quizás, de serle infiel pero les aseguro que nunca lo hice. No me parecía correcto.
No creo que Diego se hubiera cansado de mí físicamente o que yo ya no le resultara atractiva. Si bien yo ya no tenía el cuerpo que tenía de pendeja cuando nos casamos, aun me parecía que era linda para mi edad. Tenía un pelo negro lindo y largo, que me gustaba de vez en cuando adornarlo con muchos reflejos rubios. No era super flaca pero tampoco gorda ni nada de eso. Mis pechos no eran grandes pero me gustaban, y seguía siendo bastante caderona con una linda cola, grande y firme que también me gustaba mucho. No estaba disconforme con mi cuerpo para nada y estoy segura que Diego tampoco lo estaba.
Yo estudiaba psicología y cursé casi hasta recibirme, pero nunca lo hice. Terminé dejando por otras cuestiones y me quedé en casa y llevando las tareas del hogar. Mi sueño era ser terapeuta, tener mi propio consultorio y ayudar así a la gente. Me había especializado en terapia de niños y adolescentes en general, pero también me interesaba mucho la parte de lo que a veces son mal llamados trastornos sexuales.
Si bien nunca me recibí, decidí empezar a ofrecer servicios de counseling, atendiendo clientes en casa y la verdad que me fue muy bien. A mi me encantaba ayudar a los chicos y chicas con sus problemas de adolescentes, esa edad que necesitan tanto apoyo y tanta guía. Muchas veces hasta el amor de los padres más interesados en sus hijos no alcanza y se necesita un poco de ayuda profesional para detectar problemas y que se puedan superar.
A través de los años, nada más por el boca a boca, logré una buena cantidad de clientes. Inclusive como una de mis mejores amigas era profesora en un colegio cercano a veces me recomendaba a madres y padres de los alumnos por si alguno necesitaba ayuda con sus hijos, para que me fueran a ver.
Yo trabajaba bien, puedo decirlo sin modestia, y me alegraba mucho poder ayudar a los chicos y chicas que me venían a ver. El counseling no es terapia, pero muchas veces funciona como tal. A esa edad tan especial, muchas veces lo único que necesitan los chicos es poder hablar honestamente con alguien que no sea alguno de sus padres, poder contarles en confianza lo que les pasa y lo que sienten y poner sus cosas mentales en orden. De eso me ocupaba yo. Escucharlos, entenderlos, contenerlos y aconsejarlos. Tampoco era que yo tuviera una consulta con pacientes psiquiátricos muy complejos o con traumas horribles. Los chicos y chicas que me venían a ver solo necesitaban una guía, consejos y que les marcaran el camino, entendiéndolos. Solo una vez, una sola en tantos años, tuve un paciente con un problema complejo de dimorfismo que finalmente derivé a un profesional especializado. El resto era nada más charlar con ellos para ver que sentían, sobre las distintas orientaciones sexuales que ellos se iban descubriendo, cómo lidiar con algunas situaciones quizás de bullying o problemas en sus casas o con sus amigos. Realmente no mucho más que eso.
A mi me encantaba poder ayudarlos y algo de plata por mis consultas cobraba, lo que ayudaba bastante en casa. Diego trabajaba todo el día así que era un buen uso de mi tiempo el poder quedarme en casa a atender pacientes. Yo deseaba en algún momento tener un consultorio propio, ese era mi sueño, pero era muy difícil y muy caro hacerlo. Por muchos años las cosas estuvieron bien, normal.
Estuvieron bien hasta que conocí a Camilo.
Un día hace más o menos seis años recibí un mensaje de un número que yo no conocía. Se presentó como Luisa, la mamá de uno de los chicos del colegio, que me contactaba por recomendación de mi amiga profesora, por un problema que estaba teniendo con su hijo, Camilo. Le dije que si vivía cerca que se viniera a casa y charlabamos, así de paso me conocía y conocía mi casa. Si me iba a encomendar a su hijo siempre estaba bueno que me conocieran a mí y al ambiente donde iba a estar, para que se quedaran tranquilos que no era nada raro.
Esa tarde la recibí a Luisa en casa y empezamos a charlar con un café de por medio. No me cayó nada mal, pero la noté como una mujer llevando encima la carga pesada de muchos problemas. Me dijo que su marido la había dejado hacía dos años, yo no le pregunté por qué y no me dijo. Se habían mudado al barrio hacía poco tiempo y su hijo Camilo había empezado a asistir al nuevo colegio. Pensé que hasta ahí era una situación normal, pero me alarmé internamente cuando me dijo que se habían mudado por un problema muy serio que tuvo Camilo con una compañera de su colegio anterior. Cuando le pregunté por eso, Luisa se puso muy triste y me dijo que había sido un tema de abuso sexual. Que por suerte no había pasado a ser un tema policial, gracias a Dios, pero que se tuvo que mudar para tratar de cuidar a Camilo.
Yo por supuesto que la entendía. Pese a que yo no era madre, era mujer y sé lo que es el amor de una madre. Lo que sea que había hecho Camilo, la madre no lo iba a dejar de amar y querer cuidarlo. Cuando Luisa me comentó un poco los detalles del tema, le dije inmediatamente que sí, que por favor me lo trajera a Camilo aunque sea para charlar un poco con él. Como mínimo. Idealmente que ya viniera como cliente, pero quería tener ese contacto inicial con él. Lo que me contó Luisa era bastante feo y las dos teníamos miedo que se repitiera en el colegio nuevo. Si había algún problema había que solucionarlo de raíz y cuanto antes.
Camilo tenía nada más 15 años. Era demasiado chico para haber hecho algo así y algún problema, o problemas más graves estaban detrás de eso. Luisa me confesó que iba a hacer lo posible para pagarme las consultas, que mucho dinero realmente no tenía, pero me rogó si por favor aunque sea podía hablar con él sin cargo la primera vez. Yo le sonreí, por supuesto que acepté. Y le dije que no se preocupara, que si yo veía que Camilo tenía problemas graves o si necesitaba realmente mis consultas, que no se preocupara por pagarme o que lo hiciera cuando pudiera. Luisa me agradeció muchísimo y la vi muy aliviada por eso, se ve que muchos recursos la pobre Luisa no tenía, pero si era el tipo de madre soltera, de buena mujer, que iba a priorizar la salud de su hijo sobre otros gastos, por supuesto que la iba a ayudar.
La semana siguiente, un día temprano a la tarde Luisa me dejó a Camilo en casa para que charlemos y lo conociera. Me lo dejó y, como le había pedido, se fue por un par de horas para que podamos hablar tranquilos.
Lo primero que me impresionó de Camilo fue su estatura y porte físico. Ya había pegado el estirón de la pubertad o seguramente todavía estaba en proceso. Ya era más alto que yo y que la madre, y se lo veía dentro de todo bastante fornido para un chico de esa edad. Y lo segundo fueron sus ojos. En realidad, su mirada. Tenía una mirada muy fuerte y penetrante, que te miraba fijo y no te largaba, lo que era también raro en un chico de esa edad. Por lo general los chicos y chicas adolescentes esquivan la mirada, sobre todo cuando se sienten agobiados por algún problema o por timidez, pero Camilo no lo hacía. Todo lo contrario, a veces hasta me ponía algo incómoda la forma en que no me sacaba la vista de encima. Por mi experiencia, ya sabía que tipo de mirada era.
Camilo tenía la mirada de un depredador. Ya a esa edad.
Cuando nos sentamos y nos pusimos a charlar un poco, eso me sirvió para que rápidamente pudiera confirmar esa idea inicial. Como a mi me gusta atender a mis pacientes no es de esa manera formal que quizás se imaginarán, que se acuesten en un diván o algo así y que me cuenten. A mi no me gusta atender así, primero porque no soy psicóloga, nada más hago counseling. Y segundo que me gusta una atmósfera más relajada, que mis pacientes se sientan cómodos y a gusto, que sea un diálogo entre dos personas, no un monólogo de ellos.
Nos sentamos en la mesa del living y le traje un vaso de gaseosa, yo me puse con un café y empezamos a charlar. Como siempre, como a cualquier chico que yo atendía, le expliqué que era lo que yo hacía, que podía esperar el de mi y que se quedara tranquilo que éstas eran charlas de absoluta privacidad y reserva, entre el y yo. Que yo esperaba que luego de conocerme el me viera como alguien en quien podía confiar plenamente y que estaba para ayudarlo, no para otra cosa.
La confianza de un paciente es un proceso, no es algo inmediato, pero a mi me gustaba sentar las bases enseguida. Cuanto tardaba dependía de cada uno. Algunos se abrían rápido, otros tardaban más, pero eventualmente llegábamos al punto de confiar el uno en el otro. A mi no me gustaba anotar mucho, solo lo mínimo indispensable para mis notas. No me gustaba hacer sentir a los chicos y chicas como que eran especímenes de laboratorio o que les estaba tomando examen. Prefería el rapport de dos personas conociéndose y charlando de sus cosas. Tomaba mis notas mentales, por supuesto, y cuando anotaba era algo muy importante y puntual que no quería olvidarme.
Estuve un largo rato hasta que me acostumbré a la forma que Camilo me miraba mientras hablábamos y me pude relajar un poco yo también. Durante la primera hora charlamos bien de varias cosas. No lo notaba al chico como que se abría o se cerraba demasiado, con nada. Él estaba acostumbrándose a mí también.
Para la segunda hora ya lo noté que se sentía más cómodo en general y tanto la charla como su humor en general comenzó a fluir un poco mejor. La primera hora con Camilo ya me había dejado muchas pautas para seguir en mi cabeza. El chico estaba muy obsesionado con el sexo y temas sexuales. Lo cual es normal en los chicos y chicas de esa edad, pero una cosa es el interés natural que se despierta a esa edad, y otra cosa más problemática era el nivel de obsesión que Camilo, queriendo o sin querer, me dejaba ver. Todo de alguna manera giraba alrededor de algo sexual con el. Me quedó muy claro que no era un reflejo de una homosexualidad reprimida, para nada. Camilo era muy heterosexual y lo sabía. No pasaba por ahí.
Camilo también tenía una personalidad bastante abrasiva y arrogante. Por más que sea vulgar, “cancherito” es el término que mejor aplica. Pero ese no era el problema. El problema es que Camilo me dejó ver que sentía como que la vida le debía un montón de cosas y que él era la víctima en todo. Así decidió interpretarlo internamente el. Si algún compañero lo cargaba, era una ofensa por supuesto. Pero también sentía como ofensas cosas como que su papá los hubiera abandonado. El hecho de que Luisa, su mamá, no tuviera mucha plata también lo era. Ni hablar de cuando me contó cómo se sentía cuando quizás alguna chica que le gustaba lo rechazaba o no quería saber nada con él.
Con ese tipo de cosas, la mayoría de los adolescentes sienten culpa. Como que ellos fueron de alguna manera los que generaron esas frustraciones. Pero Camilo no era así. Era completamente al revés que eso.
Camilo estaba enormemente frustrado por un montón de cosas y en lugar de entender que la vida sencillamente es así, él lo interpretaba todo como ofensas. Como que la vida le debía a él todo eso y no se lo estaba dando. Eso lo ponía peor, de humor y de comportamiento, y así se producía el círculo vicioso. Ya de por si Camilo no tenía una personalidad que a muchos le resultara agradable, y cuando la gente se le alejaba o lo confrontaba por eso, nada mas lo ponía peor. Y al ponerse peor, menos se le querían acercar. Así se formaba el círculo vicioso que Camilo no podía romper.
Ese fue mi diagnóstico inicial, pero realmente estaba errado. Y no me di cuenta del error hasta un tiempo más adelante. Si, estaba pasando algo de eso, pero no era toda la verdad.
Ya bien entrada la segunda hora de nuestra charla, me sentí confiada como para empezar a abordar el tema que principalmente lo había traído hasta mí. Me tomé un sorbito de café, lo miré suavemente y le pregunté, “Querés contarme un poco de lo que pasó con tu compañerita?”
Lo vi como que se frustró un poco, “Uff…”, protestó.
“Si ahora no querés, no hay problema, pero entendé que es un tema que nos preocupa a tu mamá y a mi y te lo voy a volver a preguntar”, le dije.
“Uh, a ver… que te dijo mi mamá?”, me preguntó.
“Me contó un poco de lo que pasó, pero me gustaría que me lo cuentes vos”, le sonreí suavemente.
“Si ya te contó ella, para que querés saber?”
“Porque está bueno que lo cuentes vos, Camilo”, le contesté, “Me gustaría escucharlo con tus palabras.”
“Y mi mamá que te dijo?”, me preguntó.
“Me dijo que tuviste ese problema con tu compañerita, Laura. Que ella era tu novia.”
“Si, habíamos empezado a salir”, me contestó.
“Y entonces si habían empezado a salir cuál fue el problema? Por qué pasó lo que pasó?”, le pregunté.
“Uf, no se, Liliana… no tengo ganas de hablar de eso. Ya hablé mucho de eso”, lo vi frustrarse.
Yo le sonreí, “Dale, contame. Yo no sé tu versión de las cosas… no te parece que está bueno que yo sepa tu versión? De tu propia boca?”
Camilo me estudió un momento, mirándome fijo, “Si me prometés que no sale de aca…”
“Si, Camilo, ya te dije varias veces. Lo que charlamos entre nosotros acá, queda acá. En serio. Eso es una norma profesional que tengo y es inviolable, no te preocupes”, le sonreí.
Lo vi dudar un poco. Era el momento en el que él iba a decidir confiar en mí o no. Luego de tomar un sorbo de su gaseosa, me lo dijo, mirándome fijo.
“A Laura… si, recién nos habíamos puesto de novios. Un dia … eehhh.. Un día que estábamos solos en la casa me la quise coger y ella no quiso. Así que, bueh…”, me dijo.
Yo me extrañé. No era lo que me había dicho la madre de Camilo. “Para, para, Camilo… tu mamá no me dijo eso.”
“Y bueno, a ver, que te dijo ella?”, me preguntó.
“Bueno, para hablar claro, me dijo que vos a Laura la habías manoseado y le habías mostrado tus genitales. Y que la habías forzado a tocarte…”, le dije.
Camilo se sonrió un poco, “Ah, si, okey… te dijo eso que es lo mismo que le dijeron a todo el mundo.”
Yo lo miré fijo, encontrando su mirada, “Entonces me vas a decir que fue lo que pasó en serio?”
“Ya te dije. Quería cogermela y ella no quería”, me contestó.
“Y entonces?”, le pregunté.
“Entonces me la cogí igual”, me dijo y a mi se me subió un escalofrío por la columna.
Enseguida entendí el por que de las dos versiones de lo que había pasado. Alguien, no se si la mamá de Camilo, los padres de la chica o todos en conjunto, habían decidido quedarse en público con esa versión de los hechos, como para cuidar y preservar a la nena. Para que no trascendiera que había sido violada.
Yo tragué saliva y lo miré, “Cómo? Camilo…”
Él se encogió de hombros, “Vos me preguntaste, yo te contesté. Y me prometiste que no salía de acá”.
“Pero Camilo, vos te das cuenta que eso… eso fue una violación, no?”, le pregunté.
“Puede ser… “, me dijo desinteresadamente.
“Y a vos no te importa que sea así?”, le pregunté.
“Si ella se puso de novia conmigo es porque yo le gustaba. Pero cómo es? Yo le gustaba pero no quería coger conmigo?”, me preguntó. O se preguntó él solo al aire.
“No es tan así, Camilo. Las chicas de esa edad no piensan en el sexo asi”, le dije.
“Bueno, okey está bien, entonces para que se puso de novia conmigo? Para calentarme nada más?”, me preguntó.
“Estoy segura que vos a ella le gustabas, por eso estaba con vos.”, le contesté, “Pero de ahí a tener sexo a esa edad… por supuesto que ella no iba a querer eso.”
“Bueh… que se yo…”, me dijo desinteresadamente.
“Me querés contar que le hiciste?”, le pregunté, queriendo ver hasta donde iba a llegar la confianza que habíamos logrado.
Y ahí me lo contó todo. Con lujo de detalles. Que un día estando solos en la casa de la chica se empezaron a besar. Camilo se calentó demasiado y le empezó a sacar la ropa a la chica. Por supuesto cuando ella no quiso, lo único que quería era besarse con su novio, Camilo la obligó igual. La agarró del pelo y la hizo succionarle el pene. Como la chica no lo pudo hacer bien y Camilo no logró satisfacerse, me dijo que se le echó encima y reteniéndola contra la cama la penetró hasta que él logró su orgasmo. Por suerte no le eyaculó adentro, pero la chica había quedado naturalmente muy mal y traumada y lo echó de la casa. Después le dijo a sus padres y ahí se armó todo el problema.
Yo me tuve que ir a hacer otro café mientras pensaba en todo lo que Camilo me había contado. Cuando volví al living lo encontré ahí sentado, tranquilamente jugando un poco con su vaso de gaseosa, como si no le hubiese contado a alguien, hacía 30 segundos, que había violado a una chica.
Tomé aire, otro sorbo de mi café recién hecho y le pregunté, mirándolo, “Camilo vos te das cuenta que lo que hiciste es horrible, no? Vos te das cuenta que estuvo muy mal?”
“Si, puede ser…”
“No, puede ser no. Te lo estoy diciendo, no como juzgándote ni nada, pero te lo estoy informando. En realidad ya lo sabés. Ya sabés que estuvo mal”, le dije tranquila, pero firmemente.
“Si, okey, estuvo mal. Y que? Lo que ella hacía no estaba mal también?”
“Perdón, que hacía ella?”
“Y… no querer coger conmigo. Calentarme asi”, me contestó. Ya le estaba saliendo su veta por ahí, como que la chica le debía a el el tener sexo.
“No es así, Camilo. Si ella no quería, estuviste mal en tomarlo y forzarla. Pero bueno, ya lo sabés.”
“Y por que todo el mundo puede hacerme lo que ellos quieran pero yo no puedo hacer lo que quiero?”, me preguntó.
Yo no iba a entrar en esa, “No es así y lo sabés también.”
“No, en serio. Laura quería calentarme y dejarme con las ganas, pero a ella nadie le dice nada por eso.”
“Estoy segura que Laura no quería hacer eso. Nada mas quería estar con vos porque te quería”, le contesté, “Que dos personas se quieran no significa que tengan que tener relaciones sexuales, y si no lo hacen entonces quiere decir que no se quieren. Dale, Camilo. Lo sabés eso.”
“No sé. Yo no lo veo así.”, me contestó, “A veces me parece que todo el mundo me dice lo que tengo que hacer, pero yo no le puedo decir nada a nadie.”
Yo me tomé otro sorbo de café, “La vida está llena de esas frustraciones, Camilo, pero parte de crecer como hombre y como persona es aprender a lidiar con esas frustraciones, no? Si no, pasan las cosas que pasan.”
“Si, soy el único frustrado yo”, se rió suavemente
“Para nada. Todo el mundo tiene frustraciones, así es la vida. Vos, yo, tu mamá, todo el mundo”, le dije suavemente.
El se rió, “Ah, si? Y vos qué frustraciones tenés?”, me preguntó.
A mi no me gustaba hablar de mí durante las consultas, salvo para tener que mostrarle algo a algún paciente, de algo que me habría pasado a mi también, como para darle de ejemplo. En mis consultas no se trataba de mí, se trataba de mis pacientes.
“No importa las que tengo, Camilo”, le dije, “Pero creeme que es así. Todo el mundo tiene.”
“Bueh, contame dale”, me pidió.
“No viene al caso, estamos hablando de vos y de lo que te pasa a vos”, le dije.
“Me habías dicho que ésto iba a ser ida y vuelta”, me miró, “Y hasta ahora no me contaste nada de vos”.
Yo lo miré de vuelta, tratando de mantenerle la mirada penetrante que tenía, “Nada, no se que querés saber. Tengo las frustraciones que puede tener cualquier persona o cualquier mujer. Soy normal, no se que querés que te diga.”
“Y yo que sé que frustraciones puede tener cualquier mujer?”, se sonrió.
Yo tomé aire y le contesté, “Bueno, para que sepas y solo como ejemplo, ahora por ejemplo estoy con temas de pareja, como mucha otra gente.”
“Uh, que, te peleaste con tu marido?”
“No, para nada. Nos llevamos muy bien”, le sonreí.
“Y entonces qué es?”
“Nada, ya llevamos muchos años de casados. La gente cambia y las relaciones cambian”, le expliqué, “Todo va cambiando y nuestra relación no es la misma que era hace 10 años. Ni hace 5 años. Tengo que aprender a adaptarme a eso, pero no lo veo como una frustración, pese a que lo es. Lo veo como un desafìo para aprender a mejorarme”
“Ah, okey…”, me dijo.
“Por ahí vos tendrías que ver a tus frustraciones de la misma manera”, le dije dulcemente, “No como algo que te molesta y contra lo que te querés pelear, sino como oportunidades para mejorar.”
“Y a vos que te jode de estar casada?”, me preguntó.
“Nada, no dije que me jodía estar casada”, lo corregí, “Dije que como las relaciones van cambiando me tengo que adaptar. Ya las cosas no tienen la misma intensidad de antes, y es lo más natural que hay que pase eso”
“Y vos cómo te adaptas a eso?”
Yo le sonreí, “Yo pienso positivamente, cada día, y veo todo como una oportunidad de mejorarme a mí misma y a los demás.”
No se si lo dejó satisfecho esa respuesta, pero es la que le di. No me iba a poner a explicarle a un chico de 15 años, encima un paciente con temas sexuales complejos, lo frustrada que estaba yo sexualmente en mi vida de pareja. Si lo entendía él solo, perfecto. Y si no lo entendía no estábamos ahí para hablar de mí, igualmente.
Ya se acercaba el final de las dos horas que yo le había dicho a la madre, por lo que más o menos fuimos terminando nuestra charla. A mi realmente me habían quedado muchas cosas en el tintero y me interesaba mucho llegar a la raíz de los comportamientos y problemas de Camilo. No era algo que lo podía solucionar en dos horas y se lo iba a decir a la mamá. Que no se preocupara por pagarme, que eso no era problema, pero que Camilo si necesitaba ayuda. Ya sea mía o de otro profesional. Con la actitud que llevaba encima y que parecía no querer cambiar, era cuestión de tiempo para que se produjera algún problema en su colegio nuevo, con sus nuevos compañeros. Yo rogaba que no fuera un problema como el que había tenido con esa chica, pero había que atenderlo pronto y bien.
Camilo me pidió ir al baño mientras yo me puse a anotar mis cosas, para no olvidarme de nada. Luego de un rato salió y lo acompañé abajo a esperar a la madre. Cuando ella llegó nos quedamos charlando, no quería darle mucha cantidad de detalles y más con Camilo ahí presente, pero sí le dije que volviera la semana que viene y que me gustaría verlo dos veces por semana, si a ella le parecía. Y que por supuesto no se preocupara por el pago.
Luisa me agradeció muchísimo y me dijo que sí. Arreglamos los días, nos despedimos y se fueron. Cuando volví al departamento limpié un poco y lavé los vasos y tazas que habíamos usado, mientras pensaba y repensaba todo el tema de Camilo y sus problemas, revisando fragmentos de la charla que habíamos tenido.
Me dieron ganas de ir al baño en un momento y ahí fui, pero cuando entré me quedé dura. Helada. Camilo había dejado la tapa baja del inodoro luego de usarlo, y ahí lo vi. Mientras estaba en el baño se había masturbado y me había dejado, totalmente a propósito, toda la tapa manchada y chorreada con su semen. No había sido un accidente. No podía haberlo sido. Si lo dejo ahí fue porque lo quiso hacer. No le costaba nada masturbarse y que cayera dentro del inodoro, o en algún papel higiénico. Lo hizo porque quiso y no solo eso, porque también quiso que yo lo viera.
Me quedé ahí parada un momento en el baño, mirando la escena, mientras me pasaban muchas cosas por la cabeza. El depredador estaba marcando el territorio, haciéndoselo saber a la presa. No voy a negar que la primera reacción que tuve fue de asco y de enojo. Cómo podía haberse atrevido a hacer algo así? Menos mal que se me ocurrió ir al baño. Mira si no iba en todo el dia y al llegar Diego el se encontraba con eso. Pero la segunda reacción… Esa fue mucho más íntima y una que yo me conocía muy bien. No era algo pensado, era algo que me brotaba y me surgía solo. De bien adentro y bien profundo de mi personalidad.
Eran las campanitas en mi alma y la excitación sexual de la sumisa, sabiéndose marcada y deseada por el dominante. Ahí no había excusa que valiera. A esa reacción mía no le importaba nada. Yo sentía como los pelitos de los brazos se me erizaban solos y mi vagina me daba unas lindas y tibias señales de alerta, solo al ver eso. No importaba que Camilo tuviera solo 15 años, ni que yo tuviera más del doble, ni que él fuera mi paciente, ni los problemas psicológicos que el chico tenía. Mi reacción sólo entendía que un machito fuerte y dominante me había seleccionado para ser su hembra. Todavía no me había poseído, no, pero me estaba marcando y me lo estaba haciendo saber.
No me había sentido así desde que eramos novios con Diego, hacía más de 10 años ya. Esa excitación, ese morbo increíble de la anticipación a ser tomada, forzada y poseída como mujer. Esa euforia dulce por saberse deseada.
Suspiré, sola en el baño y en mi casa, y me puse a limpiar el enchastre que Camilo dejó en mi baño. A las mujeres que no son sumisas como yo, o a las que lo son pero no a mi nivel, quizás les cueste mucho entender lo que se piensa y lo que se siente, y con qué cosas las sumisas totales como yo nos sentimos plenas y realizadas sexualmente. Pero ahí nomás me acerqué y limpié el enchastre de semen que Camilo me dejó.
Estaba sola en casa, sola conmigo misma, con mis debilidades y necesidades más íntimas que hacía tanto, pero tanto tiempo que no eran atendidas. Nadie lo iba a ver, nadie lo iba a saber, solamente yo. Arrodillandome frente al inodoro limpié la tapa, despacio y completamente, con mi lengua.
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