Cuando volví a abrir los ojos la luz parecía como que me los lastimaba. Estaba todo muy brillante y sentí un dolor de cabeza impresionante, pulsándome dolorosamente y haciéndome sentir como que me iba a estallar. También sentí un gusto horrible en la boca.
Pero estaba viva. Y estaba en una cama. Cuando pude enfocarme bien, vi que era una salita de hospital. Vino una enfermera a chequearme y al rato llegó una doctora, que se presentó y me revisó, me dijo que ella fue la que me atendió y me salvó. Que yo había estado casi dos días inconsciente y que no tenía idea como yo no estaba muerta. La doctora me dijo que ella no creía en los milagros, pero que si existían éste seguramente calificaba como uno.
Me pidió que le contara qué había pasado y yo débilmente se lo dije. Se lo dije todo, lo que me habían hecho esos dos hijos de mil putas de Pablo y German. Cuando lo recordé me puse a llorar desconsoladamente mientras le contaba. Me sentía la peor mierda del mundo, no solo físicamente. Me habían querido matar, sin darme ninguna explicación… tan poco valía yo?
La doctora se apiadó de mí y me contuvo. Se quedó un rato largo conmigo, tomándome de la mano y dándome un poquito de agua. Yo tenía un suero puesto en el brazo, pero tenía la garganta reseca. Esa doctora era un amor, me entendió y me calmó mientras yo le contaba todo lo que me había pasado, casi desde el principio.
Si bien la doctora me entendió, me dijo que por orden policial yo no me podía mover de ahí. Que me habían encontrado ese día en la casa en un allanamiento y cuando me vieron tirada ahí con los signos vitales casi desaparecidos ni llamaron una ambulancia, me metieron en un patrullero y me llevaron volando al hospital. La doctora me dijo que yo entré casi ya muerta, que si me encontraban solo una hora más tarde seguramente ellos ya no podrían haber hecho nada por mi. Pero gracias a Dios me lograron estabilizar enseguida y salvarme.
Ahí entendí que a Pablo y a German alguien les estaba avisando ese día que iban a allanar la casa y decidieron fugarse. En lugar de llevarme, directamente eligieron dejarme ahí muerta para que no pudiera contarle nada a nadie. Decidieron desecharme como un trapo de piso que ya no les servía.
La doctora me dijo que iba a hacer lo posible para hablar con la policía y demorarlos un poco, pero que ya le dijeron que en cuanto yo estuviera mejor para ser trasladada me iban a detener o meter presa. Yo me largue a llorar de nuevo y ella me dijo que entendía que yo era la víctima, pero que pensaba que como el allanamiento a la policía le había salido como el culo… no encontraron a los hermanos, no encontraron nada de droga ni nada incriminatorio, solo a mi casi muerta… algo tenían que hacer para demostrar que todo el operativo no había sido al pedo. Y ese algo era yo. Si alguna cabeza tenía que rodar iba a ser la mía, no la de alguno de ellos. A nadie le iba a importar mucho. Si me encontraron ahí pasada de una sobredosis seguro que yo andaba en algo raro y nadie iba a decir ni mu si iba presa.
La doctora cumplió su palabra y demoró a la policía lo más que pudo, pero finalmente no pudo hacerlo más. Estuve cinco días en el hospital con ella hasta que al fin se despidió dulcemente de mí y me dejó a cargo de dos policías mujeres que me sacaron del hospital. Me tuvieron tres noches en una celda en una comisaría hasta que al final en el tercer día apareció un tipo que ni se identificó, no tenía placa de policía ni nada pero estaba vestido como uno.
Me dijo que me iban a trasladar a un penal de mujeres, que había salido mi prisión preventiva por tenencia y tráfico de estupefacientes. Cuando le dije que eso era cualquiera y que quería hablar con un abogado se sonrió y me dijo que me habían encontrado un montón de pastillas, jeringas y heroína entre mis cosas en la casa. Yo no sabía si eso era un cuento que me estaba haciendo nada más para condenarme, o era cierto y los hijos de puta de Pablo y German me lo habían dejado ahí para incriminarme. Cualquiera podía ser cierta. Yo no podía pensar de la tristeza que me daba todo y me sentía tan, pero tan débil. Cuando el tipo me preguntó si tenía alguien a quien avisarle le dije nada mas que no. Que estaba sola en la vida.
Era exactamente lo que sentía.
Al tiempo me trasladaron como habían dicho a un penal de mujeres, a uno que estaba en Ezeiza y ahí me procesaron y me ingresaron como presa. Cuando las policías me llevaron por fin a la que iba a ser mi celda me dejaron ahí y me dieron un librito con las reglas a seguir, diciéndome que mañana una guardia me iba a orientar a como iba a ser todo. Yo estaba muerta de miedo y de tristeza. Encima ni bien se fueron las policías, algunas de las otras presas vinieron a verme del otro lado de la reja. A ver la carne fresca. Se reían y me decían guarangadas, contándome todo lo que le iban a hacer a una nena linda como yo. Lo bien que se las iba a hacer pasar a todas. Como se reían. Y cuando no pude evitar largarme a llorar, ahí se dieron cuenta lo blandita que era y se pusieron peor. Lamian los barrotes de la celda, me tiraban besitos, se frotaban entre las piernas por sobre sus uniformes… diciendome que ya me iban a agarrar en el baño, o en la ducha o en cualquier lado, riendose… siempre riendose.
Ahí fue cuando conocí a la que iba a ser mi compañera de celda. Una morocha petisa, un poco morruda que se llamaba Maria, pero todos le decían La Tana. Era una mina ya grande, tenía 46 años. Cuando ella vino a su celda y vio a las otras lobas jodiendome del otro lado de la reja las saco cagando a todas y entró conmigo. Cuando me vio bien se le encendieron los ojitos.
Si piensan que les voy a contar que La Tana fue la única buena del penal y fue la que me salvó de las otras… bueno, no. La Tana era tan hija de puta y mierda como las otras presas. O peor, porque era una de las que mandaba ahí. Pero por lo menos era honesta. Se sentó conmigo en la cama, se presentó, charlamos un par de cosas para conocernos y me lo dijo directamente. Que la única forma que yo la iba a pasar bien ahí era si yo estaba bajo su protección. Sino, me dijo, que pruebe a ver como me iba con las otras lobas.
Ya se imaginarán que tipo de protección tenía en mente La Tana.
Esa misma noche en nuestra celda La Tana me dejó bien claro que la que mandaba era ella. Cuando se apagaron las luces me llamó a su catre y me dijo que no me lo iba a decir dos veces. Fui y me acosté con ella. La Tana estaba muy feliz de por fin tener una nena linda para ella, para poder disfrutar. Yo nunca antes había estado con otra mujer y realmente me daba mucho asco. Pero La Tana se ocupó de sacarme el asco rápido a cachetazos y tirones de pelo. Yo estaba ahí para hacerla feliz a ella, me dijo, y si no me iba a tirar a las otras.
Me convertí muy, pero muy rápido en la putita de La Tana. Y ella se los hizo saber a las otras enseguida esa noche, haciéndome gritar de dolor y de placer, mientras las otras presas aplaudían y chiflaban al escucharme desde las otras celdas. Nunca ninguna de las otras presas me tocó un pelo, salvo cuando La Tana estaba aburrida y llamaba a alguna amiga para que me dieran entre las dos. Yo ya era propiedad de ella y tan solo a la primera semana yo ya se lo estaba demostrando con mucho amor, cada noche en su catre, amando a mi nueva dueña y complaciéndola como ella quisiera.
A La Tana le encantaba mi cuerpo y lo que más le gustaba era hacer la 69 conmigo, disfrutando como mi lengua y mis labios le complacían la concha y su clitoris, mientras me probaba a mi tambien, a veces colandome sus dedos y otras veces directamente abriendome el agujero que ella quisiera con alguno de los consoladores enormes que tenía.
Al terminar el primer mes yo ya era su nena, su putita, dulce y amorosa, atendiendo y complaciéndola con lo que ella me pidiera. Todas las mañanas yo amanecía en su catre, con mi dueña abrazándome suavemente. Me pasaba todo el día con ella, a su lado como su mascota. Y a la noche yo la complacía con mucho amor en su catre, brindándome completamente a ella, dándole placer y dejando que ella disfrutara de mi cuerpo cuanto ella quisiera. Le encantaba abrirse bien de piernas, sentada en el catre, y tirando fuerte de mi pelo aplastarme la cara contra su concha, dejándola ahí hasta que mi lengua la hiciera acabar dulcemente, para después probar la mía y regalarme un orgasmo también.
La Tana tenía un carácter muy fuerte y era muy mandona. Nunca me rebelé contra ella ni nada de eso, pero a veces teníamos discusiones por algo y no perdía tiempo en corregirme a sopapos. Cuando ya me calmaba me hacía chuparle la concha y al final, para que yo aprendiera, me llevaba de los pelos al inodoro que teníamos en la celda, me hacia poner la cara en la apertura y abriéndose de piernas parada encima mio, me orinaba toda la cara, dejando bien claro quien era la que mandaba y que pasaba cuando yo me retobaba por algo.
Esas noches que durante el día habíamos discutido y llegado a ese punto, yo esperaba que las luces se apagaran y silenciosamente me iba sola sin que me llame a su catre, abrazándola, acariciandola y pidiendole perdon, diciendole cositas lindas al oído y dándole suaves y amorosos besitos en su boca hasta que por fin me perdonaba y nos amábamos de nuevo. A La Tana le encantaba como su nena putita y linda le pedía perdón tan dulcemente y con cuánto amor nos cogíamos al hacer las paces a la noche.
A mi me terminó gustando estar con La Tana. Ya el asco de estar con otra mujer se me había pasado rápido y al estar con ella me sentía segura. Nadie nunca me hizo nada debido a eso. Yo era propiedad de La Tana y ninguna otra se animaba a hacerme algo. Lo que nunca me gustó era cuando a veces llamaba a alguna amiga a la celda para compartirme con ella. No por el acto en sí, yo ya me sentía propiedad de ella y podía hacer lo que quería conmigo, pero la verdad es que había cada mujer tan desagradable en ese penal que ahí si me daba asco. La Tana, por suerte al igual que yo, era una mujer limpia y le gustaba estar así, pero de sus amigas no podía decir lo mismo. Desgraciadamente a veces lo tenía que hacer, para complacer a mi dueña. Chupé y lamí demasiadas conchas y anos sucios, y también me llevé varias orinadas de sus amigas en mi cara cuando a La Tana le pintaba dejarlas que me lo hicieran.
Pero yo nunca me quejé. Estaba feliz de ser propiedad de mi dueña y contenta de lo mucho que me cuidaba.
Cuando no estaba con La Tana, en el penal había una unidad de rehabilitación de drogadictos y yo estaba obligada a asistir. Al principio pensé que no me iba a servir de mucho, pero me terminó haciendo muy bien. Cuando entré al penal tenía secuelas feas de mi sobredosis y un síndrome de abstinencia bastante importante, pero gracias a la gente de la unidad de rehabilitación lo pude controlar muy lentamente. No digo superar, porque nunca se me fue, pero si aprender a controlarlo con mucho esfuerzo. Si bien estar en la cárcel, por el lado sexual no me curó ya que seguía siendo la putita de una, por el lado de mis adicciones si me ayudó a sanarme bastante. No curarme completamente, pero si mejorar mucho. Las doctoras de la unidad siempre me decían que iba a estar toda la vida luchando contra eso, que las adicciones jodidas eran así, no se iban a ir nunca, solo podía controlarlas. Nunca iba a dejar de ser drogadicta, solo iba a ser con mucho esfuerzo una drogadicta que no se drogaba.
Estuve catorce meses en el penal, hasta que por fin un día me informaron que pronto me iban a dejar libre. La Tana se puso muy triste y esos últimos días me disfrutó a pleno, sin compartirme con ninguna otra, hasta la última noche que tuvo a su putita que casi se larga a llorar. Yo nunca la había visto así. Me dejó su número de celular para que la buscara cuando ella saliera en unos años. Yo por supuesto le dije que sí, pero no tenía nada de interés. Si me iban a dejar libre, no quería saber nada con ella o con ninguna de las otras presas que llegué a conocer. Lo que pasó, ya había pasado.
Me acuerdo que el día que me dejaron en libertad llovía a cántaros. Era impresionante, no paraba nunca. Me metieron a mí y a algunas otras en un furgoncito del servicio penitenciario y nos llevaron de vuelta a capital. Yo nada más tenía un bolsito con mis cosas, lo poco que alguno había pensado en guardar para mí luego del allanamiento. Me dejaron en la misma comisaría que me habían procesado inicialmente, firmé unos papeles y me dijeron que podía irme, que ya estaba en libertad.
Y yo la verdad que no sabía qué hacer. Estaba abombada y triste. En la cárcel por lo menos tenía un techo y comida, ahora estaba sola de vuelta y sin nada. Conseguí que me dieran la dirección de un refugio para mujeres y empecé a caminar. No tenía ni plata para tomarme un colectivo. Cuando llegué ya estaba empapada y se me partió el corazón cuando me dijeron que el refugio estaba lleno y no estaban aceptando a nadie más. Me largue a llorar ahí, rogándole a la chica que me dejara quedarme aunque sea ahí en la entrada, pero me dijo que no, que me tenía que ir.
Llorando todo el tiempo y sintiéndome la peor mierda de nuevo, comencé a caminar. Bajo la lluvia. Ya estaba fría y empapada, no me importaba nada. Cuando pensaba el prospecto de pasar la noche debajo de un puente o algo así, sin comer y sin aunque sea una frazada, les juro que me dieron ganas directamente de tirarme abajo de un tren y terminarlo todo ahí.
Pero fue en ese momento, de la nada creo, que tuve la idea que me cambió la vida para siempre. De pronto paré de deambular por las calles y me di cuenta donde estaba. Fue como una llamita de esperanza que se me encendió en mi interior. De casualidad estaba cerca de donde vivía Ricky, que me había tratado tan bien aquella vez que ya me parecía tan lejana. Habían pasado años y me había pasado tanto… yo ni sabía si seguiría viviendo ahí, si estaba solo, si me dejaría entrar a su casa… no sabía nada, pero estaba jugada con la que yo sabía que verdaderamente era mi última carta.
Por suerte me acordé de la dirección y la casa. Ahí parada en la vereda, empapada y tiritando de frío, con mucho miedo toqué el timbre y, gracias a Dios, Ricky abrió la puerta y me vió. Yo lo miré y empecé a llorar como una nena, no aguantaba más nada, le empecé a balbucear y a pedirle, a rogarle de corazón si por favor me dejaba pasar y quedarme… que no tenía nada y no tenía a nadie…
Cuando me vió así, Ricky ni lo dudó. Ni me dejó terminar. Me reconoció enseguida, por suerte se acordaba de mi. Me agarró y me sacó de la lluvia fría, me hizo pasar y me envolvió enseguida con un toallón. Se sorprendió por todo el tiempo que había pasado y más aún por cómo me acordaba yo donde vivía el. Yo no podía hablar del llanto y del frío que me hacía tiritar. Ricky me dió una sonrisa y una mirada dulce, que por lo menos me abrigó el alma, y yo le sonreí como pude.
Me llevó al baño y me dijo que me diera una ducha caliente enseguida mientras él me buscaba ropa seca para ponerme. Que placer que fue sentir esa agua caliente sacarme el frío del cuerpo. Cuando me sequé y salí de la ducha, Ricky ya me había dejado una pilita de ropa ahí para ponerme. Me senté con él en su cocina, como había hecho aquella vez, y me hizo un café calentito. Y me dio de comer de nuevo. Y me miraba y escuchaba con una dulce sonrisa mientras yo le contaba todo lo que me había pasado en éstos años, desde la última vez que había estado ahí.
Finalmente junté coraje y se lo pedí, preguntándole si por favor no me dejaba quedarme ahí por esa noche. Hasta que pudiera tener la cabeza más clara y ordenar que era lo que quería y podía hacer con mi vida. El solo se sonrió, me tomó dulcemente la mano y me dijo que por favor me quedara, que ni se me ocurriera irme de ahí con la lluvia y sin saber que iba a hacer. Esa noche me dejó dormir en su cama mientras él se acostó en el sillón del living, pese a mis protestas que yo le decía que lo hiciéramos al revés. No quería saber nada. Me dijo que se sentía feliz si yo estaba lo mas cómoda posible.
Pase una noche genial, luego de tanto, tanto tiempo. Durmiendome suavemente con el ruido de la lluvia afuera y el corazón abrigado gracias a la bondad de Ricky.
Al otro día nos levantamos, desayunamos y ahí me dijo que él también estuvo pensando anoche que hacer. Yo le dije que si quería, al igual que había hecho con los hermanos, que yo le limpiaba la casa, le haría las compras, lo que él quisiera, pero si no le molestaba que me quedara ahí unos días. No le dije de coger, como había hecho con Pablo y German. Me pareció que no hacía falta.
Ricky solo se sonrió y me dijo que no quería saber nada con eso. Yo me extrañé y le pregunté por qué. Me dijo que no necesitaba una mucama. Que si me quería quedar ahí, el tiempo que yo quisiera, que lo podía hacer, pero como su amiga que lo necesitaba, y al él le encantaría ayudarme asi.
Yo me puse a llorar como una estúpida ahí mismo. No podía parar las lágrimas de la emoción y la ternura que me estaba causando éste hombre. De lo bueno que era conmigo sin pedirme nada a cambio, como habían hecho todos los demás.
Me quedé viviendo con Ricky en su casa un par de semanas. Y, por supuesto, como no podía ser de otra manera, nos terminamos enamorando el uno del otro. El me dijo que yo siempre le había gustado, que lo había flechado cuando me vió aquella primera vez cuando Mariano tocó el timbre conmigo. Yo ya sentía demasiado por él en ese momento cuando me dijo eso como para quedarme callada y no hacer nada. Estábamos los dos cortando verduras para hacernos la cena cuando me lo dijo. Nos miramos y yo sencillamente largué todo y nos abrazamos, dándonos unos besos increíbles ahí en la cocina, llenos de amor y de la pasión que los dos nos teníamos tan guardada y por fin salía a la luz.
Que hombre hermoso y bueno que era Ricky. Que tipo increíble. Me atendía como una princesa, como su reina. Y por fin yo me sentía verdaderamente amada, y cuidada. Apreciada. De vez en cuando yo tenía noches muy malas por las secuelas de mis adicciones y él lo notaba enseguida. Cuando veía que yo me agitaba y me empezaban a temblar las manos, mi hermoso hombre me preparaba un baño caliente y se metía conmigo, nada más abrazándome y teniéndome ahí en sus brazos hasta que me calmaba. Despacito, hablando bajito y calmado, diciendome todo lo que me amaba y que ya se me iba a pasar, que tuviera fuerza… Lo que me ayudaba sentir y escuchar todo eso no tiene nombre. Lo bien que me hacía sentir tenerlo a Ricky cerca era increíble.
Estuvimos cuatro años de novios, donde yo me pude rehacer como persona y volver a tener una vida normal, lejos de las drogas y la prostitucion. Lejos de toda esa mierda. Lejos de todo eso que me había arruinado y casi me mató. A Ricky no le importaba nada de eso. Por supuesto que le conté todo, pero a él no le importaba lo que yo había hecho.
Me dijo que mis problemas del pasado eran mi historia, pero que los problemas de mi futuro eran su privilegio. Me lo dijo con una sonrisa y me destruyó completamente. Me amaba con locura y yo a él.
Luego de esos cuatro años de noviazgo, decidimos casarnos. Ya llevamos trece años como marido y mujer y ya tenemos dos nenes hermosos. Son mi luz, mi sol y la razón por la que estoy viva hoy. Y mi hombre increíble, mi marido hermoso, mi amigo que me adora y me cuida… él es mi estrella guía. Y yo la de él. Me pondría en el camino de una bala por él, si no fuera porque sé que él lo haría primero por mi. Nunca, jamás, estuve tan profundamente enamorada de nadie y nunca, jamás, me sentí tan amada y cuidada por alguien.
Hoy ya tengo 38 años y por fin puedo decir que hace mucho, mucho tiempo que estoy bien y me siento bien. Después de todos los desastres que me busqué y que me pasaron, por fin estoy bien en la vida. Sintiéndome bien conmigo misma. Sintiéndome deseada, amada y pudiendo darle amor y cuidado a mi familia. Cuando nació nuestro primer hijo, Agustín, hasta junte coraje y con el apoyo de Ricky pude reconectarme con mi mamá y mis hermanos, después de tanto tiempo que no supieron nada de mi. Claro que no les conté todo lo que había hecho, nada más les dije la versión sanitizada, pero fue una gran alegría poder volver a verlos y haber quedado en contacto. Mi mamá está encantada de ser abuela y que yo haya encontrado a un hombre tan maravilloso como Ricky.
Y yo también lo estoy. Hoy que ya estoy bien, plena y entera como persona nuevamente, cuando miro atrás y recuerdo todas las cosas que me pasaron, si no fuese por el hecho que gracias a eso, de casualidad, pude conocer a mi marido increíble, al hombre que amo con toda mi alma… me desharía de todo. De todo lo que viví y de todo lo que me pasó. De todo lo que hice. Esos años, para mi, son nada más mis años perdidos.
Pero estaba viva. Y estaba en una cama. Cuando pude enfocarme bien, vi que era una salita de hospital. Vino una enfermera a chequearme y al rato llegó una doctora, que se presentó y me revisó, me dijo que ella fue la que me atendió y me salvó. Que yo había estado casi dos días inconsciente y que no tenía idea como yo no estaba muerta. La doctora me dijo que ella no creía en los milagros, pero que si existían éste seguramente calificaba como uno.
Me pidió que le contara qué había pasado y yo débilmente se lo dije. Se lo dije todo, lo que me habían hecho esos dos hijos de mil putas de Pablo y German. Cuando lo recordé me puse a llorar desconsoladamente mientras le contaba. Me sentía la peor mierda del mundo, no solo físicamente. Me habían querido matar, sin darme ninguna explicación… tan poco valía yo?
La doctora se apiadó de mí y me contuvo. Se quedó un rato largo conmigo, tomándome de la mano y dándome un poquito de agua. Yo tenía un suero puesto en el brazo, pero tenía la garganta reseca. Esa doctora era un amor, me entendió y me calmó mientras yo le contaba todo lo que me había pasado, casi desde el principio.
Si bien la doctora me entendió, me dijo que por orden policial yo no me podía mover de ahí. Que me habían encontrado ese día en la casa en un allanamiento y cuando me vieron tirada ahí con los signos vitales casi desaparecidos ni llamaron una ambulancia, me metieron en un patrullero y me llevaron volando al hospital. La doctora me dijo que yo entré casi ya muerta, que si me encontraban solo una hora más tarde seguramente ellos ya no podrían haber hecho nada por mi. Pero gracias a Dios me lograron estabilizar enseguida y salvarme.
Ahí entendí que a Pablo y a German alguien les estaba avisando ese día que iban a allanar la casa y decidieron fugarse. En lugar de llevarme, directamente eligieron dejarme ahí muerta para que no pudiera contarle nada a nadie. Decidieron desecharme como un trapo de piso que ya no les servía.
La doctora me dijo que iba a hacer lo posible para hablar con la policía y demorarlos un poco, pero que ya le dijeron que en cuanto yo estuviera mejor para ser trasladada me iban a detener o meter presa. Yo me largue a llorar de nuevo y ella me dijo que entendía que yo era la víctima, pero que pensaba que como el allanamiento a la policía le había salido como el culo… no encontraron a los hermanos, no encontraron nada de droga ni nada incriminatorio, solo a mi casi muerta… algo tenían que hacer para demostrar que todo el operativo no había sido al pedo. Y ese algo era yo. Si alguna cabeza tenía que rodar iba a ser la mía, no la de alguno de ellos. A nadie le iba a importar mucho. Si me encontraron ahí pasada de una sobredosis seguro que yo andaba en algo raro y nadie iba a decir ni mu si iba presa.
La doctora cumplió su palabra y demoró a la policía lo más que pudo, pero finalmente no pudo hacerlo más. Estuve cinco días en el hospital con ella hasta que al fin se despidió dulcemente de mí y me dejó a cargo de dos policías mujeres que me sacaron del hospital. Me tuvieron tres noches en una celda en una comisaría hasta que al final en el tercer día apareció un tipo que ni se identificó, no tenía placa de policía ni nada pero estaba vestido como uno.
Me dijo que me iban a trasladar a un penal de mujeres, que había salido mi prisión preventiva por tenencia y tráfico de estupefacientes. Cuando le dije que eso era cualquiera y que quería hablar con un abogado se sonrió y me dijo que me habían encontrado un montón de pastillas, jeringas y heroína entre mis cosas en la casa. Yo no sabía si eso era un cuento que me estaba haciendo nada más para condenarme, o era cierto y los hijos de puta de Pablo y German me lo habían dejado ahí para incriminarme. Cualquiera podía ser cierta. Yo no podía pensar de la tristeza que me daba todo y me sentía tan, pero tan débil. Cuando el tipo me preguntó si tenía alguien a quien avisarle le dije nada mas que no. Que estaba sola en la vida.
Era exactamente lo que sentía.
Al tiempo me trasladaron como habían dicho a un penal de mujeres, a uno que estaba en Ezeiza y ahí me procesaron y me ingresaron como presa. Cuando las policías me llevaron por fin a la que iba a ser mi celda me dejaron ahí y me dieron un librito con las reglas a seguir, diciéndome que mañana una guardia me iba a orientar a como iba a ser todo. Yo estaba muerta de miedo y de tristeza. Encima ni bien se fueron las policías, algunas de las otras presas vinieron a verme del otro lado de la reja. A ver la carne fresca. Se reían y me decían guarangadas, contándome todo lo que le iban a hacer a una nena linda como yo. Lo bien que se las iba a hacer pasar a todas. Como se reían. Y cuando no pude evitar largarme a llorar, ahí se dieron cuenta lo blandita que era y se pusieron peor. Lamian los barrotes de la celda, me tiraban besitos, se frotaban entre las piernas por sobre sus uniformes… diciendome que ya me iban a agarrar en el baño, o en la ducha o en cualquier lado, riendose… siempre riendose.
Ahí fue cuando conocí a la que iba a ser mi compañera de celda. Una morocha petisa, un poco morruda que se llamaba Maria, pero todos le decían La Tana. Era una mina ya grande, tenía 46 años. Cuando ella vino a su celda y vio a las otras lobas jodiendome del otro lado de la reja las saco cagando a todas y entró conmigo. Cuando me vio bien se le encendieron los ojitos.
Si piensan que les voy a contar que La Tana fue la única buena del penal y fue la que me salvó de las otras… bueno, no. La Tana era tan hija de puta y mierda como las otras presas. O peor, porque era una de las que mandaba ahí. Pero por lo menos era honesta. Se sentó conmigo en la cama, se presentó, charlamos un par de cosas para conocernos y me lo dijo directamente. Que la única forma que yo la iba a pasar bien ahí era si yo estaba bajo su protección. Sino, me dijo, que pruebe a ver como me iba con las otras lobas.
Ya se imaginarán que tipo de protección tenía en mente La Tana.
Esa misma noche en nuestra celda La Tana me dejó bien claro que la que mandaba era ella. Cuando se apagaron las luces me llamó a su catre y me dijo que no me lo iba a decir dos veces. Fui y me acosté con ella. La Tana estaba muy feliz de por fin tener una nena linda para ella, para poder disfrutar. Yo nunca antes había estado con otra mujer y realmente me daba mucho asco. Pero La Tana se ocupó de sacarme el asco rápido a cachetazos y tirones de pelo. Yo estaba ahí para hacerla feliz a ella, me dijo, y si no me iba a tirar a las otras.
Me convertí muy, pero muy rápido en la putita de La Tana. Y ella se los hizo saber a las otras enseguida esa noche, haciéndome gritar de dolor y de placer, mientras las otras presas aplaudían y chiflaban al escucharme desde las otras celdas. Nunca ninguna de las otras presas me tocó un pelo, salvo cuando La Tana estaba aburrida y llamaba a alguna amiga para que me dieran entre las dos. Yo ya era propiedad de ella y tan solo a la primera semana yo ya se lo estaba demostrando con mucho amor, cada noche en su catre, amando a mi nueva dueña y complaciéndola como ella quisiera.
A La Tana le encantaba mi cuerpo y lo que más le gustaba era hacer la 69 conmigo, disfrutando como mi lengua y mis labios le complacían la concha y su clitoris, mientras me probaba a mi tambien, a veces colandome sus dedos y otras veces directamente abriendome el agujero que ella quisiera con alguno de los consoladores enormes que tenía.
Al terminar el primer mes yo ya era su nena, su putita, dulce y amorosa, atendiendo y complaciéndola con lo que ella me pidiera. Todas las mañanas yo amanecía en su catre, con mi dueña abrazándome suavemente. Me pasaba todo el día con ella, a su lado como su mascota. Y a la noche yo la complacía con mucho amor en su catre, brindándome completamente a ella, dándole placer y dejando que ella disfrutara de mi cuerpo cuanto ella quisiera. Le encantaba abrirse bien de piernas, sentada en el catre, y tirando fuerte de mi pelo aplastarme la cara contra su concha, dejándola ahí hasta que mi lengua la hiciera acabar dulcemente, para después probar la mía y regalarme un orgasmo también.
La Tana tenía un carácter muy fuerte y era muy mandona. Nunca me rebelé contra ella ni nada de eso, pero a veces teníamos discusiones por algo y no perdía tiempo en corregirme a sopapos. Cuando ya me calmaba me hacía chuparle la concha y al final, para que yo aprendiera, me llevaba de los pelos al inodoro que teníamos en la celda, me hacia poner la cara en la apertura y abriéndose de piernas parada encima mio, me orinaba toda la cara, dejando bien claro quien era la que mandaba y que pasaba cuando yo me retobaba por algo.
Esas noches que durante el día habíamos discutido y llegado a ese punto, yo esperaba que las luces se apagaran y silenciosamente me iba sola sin que me llame a su catre, abrazándola, acariciandola y pidiendole perdon, diciendole cositas lindas al oído y dándole suaves y amorosos besitos en su boca hasta que por fin me perdonaba y nos amábamos de nuevo. A La Tana le encantaba como su nena putita y linda le pedía perdón tan dulcemente y con cuánto amor nos cogíamos al hacer las paces a la noche.
A mi me terminó gustando estar con La Tana. Ya el asco de estar con otra mujer se me había pasado rápido y al estar con ella me sentía segura. Nadie nunca me hizo nada debido a eso. Yo era propiedad de La Tana y ninguna otra se animaba a hacerme algo. Lo que nunca me gustó era cuando a veces llamaba a alguna amiga a la celda para compartirme con ella. No por el acto en sí, yo ya me sentía propiedad de ella y podía hacer lo que quería conmigo, pero la verdad es que había cada mujer tan desagradable en ese penal que ahí si me daba asco. La Tana, por suerte al igual que yo, era una mujer limpia y le gustaba estar así, pero de sus amigas no podía decir lo mismo. Desgraciadamente a veces lo tenía que hacer, para complacer a mi dueña. Chupé y lamí demasiadas conchas y anos sucios, y también me llevé varias orinadas de sus amigas en mi cara cuando a La Tana le pintaba dejarlas que me lo hicieran.
Pero yo nunca me quejé. Estaba feliz de ser propiedad de mi dueña y contenta de lo mucho que me cuidaba.
Cuando no estaba con La Tana, en el penal había una unidad de rehabilitación de drogadictos y yo estaba obligada a asistir. Al principio pensé que no me iba a servir de mucho, pero me terminó haciendo muy bien. Cuando entré al penal tenía secuelas feas de mi sobredosis y un síndrome de abstinencia bastante importante, pero gracias a la gente de la unidad de rehabilitación lo pude controlar muy lentamente. No digo superar, porque nunca se me fue, pero si aprender a controlarlo con mucho esfuerzo. Si bien estar en la cárcel, por el lado sexual no me curó ya que seguía siendo la putita de una, por el lado de mis adicciones si me ayudó a sanarme bastante. No curarme completamente, pero si mejorar mucho. Las doctoras de la unidad siempre me decían que iba a estar toda la vida luchando contra eso, que las adicciones jodidas eran así, no se iban a ir nunca, solo podía controlarlas. Nunca iba a dejar de ser drogadicta, solo iba a ser con mucho esfuerzo una drogadicta que no se drogaba.
Estuve catorce meses en el penal, hasta que por fin un día me informaron que pronto me iban a dejar libre. La Tana se puso muy triste y esos últimos días me disfrutó a pleno, sin compartirme con ninguna otra, hasta la última noche que tuvo a su putita que casi se larga a llorar. Yo nunca la había visto así. Me dejó su número de celular para que la buscara cuando ella saliera en unos años. Yo por supuesto le dije que sí, pero no tenía nada de interés. Si me iban a dejar libre, no quería saber nada con ella o con ninguna de las otras presas que llegué a conocer. Lo que pasó, ya había pasado.
Me acuerdo que el día que me dejaron en libertad llovía a cántaros. Era impresionante, no paraba nunca. Me metieron a mí y a algunas otras en un furgoncito del servicio penitenciario y nos llevaron de vuelta a capital. Yo nada más tenía un bolsito con mis cosas, lo poco que alguno había pensado en guardar para mí luego del allanamiento. Me dejaron en la misma comisaría que me habían procesado inicialmente, firmé unos papeles y me dijeron que podía irme, que ya estaba en libertad.
Y yo la verdad que no sabía qué hacer. Estaba abombada y triste. En la cárcel por lo menos tenía un techo y comida, ahora estaba sola de vuelta y sin nada. Conseguí que me dieran la dirección de un refugio para mujeres y empecé a caminar. No tenía ni plata para tomarme un colectivo. Cuando llegué ya estaba empapada y se me partió el corazón cuando me dijeron que el refugio estaba lleno y no estaban aceptando a nadie más. Me largue a llorar ahí, rogándole a la chica que me dejara quedarme aunque sea ahí en la entrada, pero me dijo que no, que me tenía que ir.
Llorando todo el tiempo y sintiéndome la peor mierda de nuevo, comencé a caminar. Bajo la lluvia. Ya estaba fría y empapada, no me importaba nada. Cuando pensaba el prospecto de pasar la noche debajo de un puente o algo así, sin comer y sin aunque sea una frazada, les juro que me dieron ganas directamente de tirarme abajo de un tren y terminarlo todo ahí.
Pero fue en ese momento, de la nada creo, que tuve la idea que me cambió la vida para siempre. De pronto paré de deambular por las calles y me di cuenta donde estaba. Fue como una llamita de esperanza que se me encendió en mi interior. De casualidad estaba cerca de donde vivía Ricky, que me había tratado tan bien aquella vez que ya me parecía tan lejana. Habían pasado años y me había pasado tanto… yo ni sabía si seguiría viviendo ahí, si estaba solo, si me dejaría entrar a su casa… no sabía nada, pero estaba jugada con la que yo sabía que verdaderamente era mi última carta.
Por suerte me acordé de la dirección y la casa. Ahí parada en la vereda, empapada y tiritando de frío, con mucho miedo toqué el timbre y, gracias a Dios, Ricky abrió la puerta y me vió. Yo lo miré y empecé a llorar como una nena, no aguantaba más nada, le empecé a balbucear y a pedirle, a rogarle de corazón si por favor me dejaba pasar y quedarme… que no tenía nada y no tenía a nadie…
Cuando me vió así, Ricky ni lo dudó. Ni me dejó terminar. Me reconoció enseguida, por suerte se acordaba de mi. Me agarró y me sacó de la lluvia fría, me hizo pasar y me envolvió enseguida con un toallón. Se sorprendió por todo el tiempo que había pasado y más aún por cómo me acordaba yo donde vivía el. Yo no podía hablar del llanto y del frío que me hacía tiritar. Ricky me dió una sonrisa y una mirada dulce, que por lo menos me abrigó el alma, y yo le sonreí como pude.
Me llevó al baño y me dijo que me diera una ducha caliente enseguida mientras él me buscaba ropa seca para ponerme. Que placer que fue sentir esa agua caliente sacarme el frío del cuerpo. Cuando me sequé y salí de la ducha, Ricky ya me había dejado una pilita de ropa ahí para ponerme. Me senté con él en su cocina, como había hecho aquella vez, y me hizo un café calentito. Y me dio de comer de nuevo. Y me miraba y escuchaba con una dulce sonrisa mientras yo le contaba todo lo que me había pasado en éstos años, desde la última vez que había estado ahí.
Finalmente junté coraje y se lo pedí, preguntándole si por favor no me dejaba quedarme ahí por esa noche. Hasta que pudiera tener la cabeza más clara y ordenar que era lo que quería y podía hacer con mi vida. El solo se sonrió, me tomó dulcemente la mano y me dijo que por favor me quedara, que ni se me ocurriera irme de ahí con la lluvia y sin saber que iba a hacer. Esa noche me dejó dormir en su cama mientras él se acostó en el sillón del living, pese a mis protestas que yo le decía que lo hiciéramos al revés. No quería saber nada. Me dijo que se sentía feliz si yo estaba lo mas cómoda posible.
Pase una noche genial, luego de tanto, tanto tiempo. Durmiendome suavemente con el ruido de la lluvia afuera y el corazón abrigado gracias a la bondad de Ricky.
Al otro día nos levantamos, desayunamos y ahí me dijo que él también estuvo pensando anoche que hacer. Yo le dije que si quería, al igual que había hecho con los hermanos, que yo le limpiaba la casa, le haría las compras, lo que él quisiera, pero si no le molestaba que me quedara ahí unos días. No le dije de coger, como había hecho con Pablo y German. Me pareció que no hacía falta.
Ricky solo se sonrió y me dijo que no quería saber nada con eso. Yo me extrañé y le pregunté por qué. Me dijo que no necesitaba una mucama. Que si me quería quedar ahí, el tiempo que yo quisiera, que lo podía hacer, pero como su amiga que lo necesitaba, y al él le encantaría ayudarme asi.
Yo me puse a llorar como una estúpida ahí mismo. No podía parar las lágrimas de la emoción y la ternura que me estaba causando éste hombre. De lo bueno que era conmigo sin pedirme nada a cambio, como habían hecho todos los demás.
Me quedé viviendo con Ricky en su casa un par de semanas. Y, por supuesto, como no podía ser de otra manera, nos terminamos enamorando el uno del otro. El me dijo que yo siempre le había gustado, que lo había flechado cuando me vió aquella primera vez cuando Mariano tocó el timbre conmigo. Yo ya sentía demasiado por él en ese momento cuando me dijo eso como para quedarme callada y no hacer nada. Estábamos los dos cortando verduras para hacernos la cena cuando me lo dijo. Nos miramos y yo sencillamente largué todo y nos abrazamos, dándonos unos besos increíbles ahí en la cocina, llenos de amor y de la pasión que los dos nos teníamos tan guardada y por fin salía a la luz.
Que hombre hermoso y bueno que era Ricky. Que tipo increíble. Me atendía como una princesa, como su reina. Y por fin yo me sentía verdaderamente amada, y cuidada. Apreciada. De vez en cuando yo tenía noches muy malas por las secuelas de mis adicciones y él lo notaba enseguida. Cuando veía que yo me agitaba y me empezaban a temblar las manos, mi hermoso hombre me preparaba un baño caliente y se metía conmigo, nada más abrazándome y teniéndome ahí en sus brazos hasta que me calmaba. Despacito, hablando bajito y calmado, diciendome todo lo que me amaba y que ya se me iba a pasar, que tuviera fuerza… Lo que me ayudaba sentir y escuchar todo eso no tiene nombre. Lo bien que me hacía sentir tenerlo a Ricky cerca era increíble.
Estuvimos cuatro años de novios, donde yo me pude rehacer como persona y volver a tener una vida normal, lejos de las drogas y la prostitucion. Lejos de toda esa mierda. Lejos de todo eso que me había arruinado y casi me mató. A Ricky no le importaba nada de eso. Por supuesto que le conté todo, pero a él no le importaba lo que yo había hecho.
Me dijo que mis problemas del pasado eran mi historia, pero que los problemas de mi futuro eran su privilegio. Me lo dijo con una sonrisa y me destruyó completamente. Me amaba con locura y yo a él.
Luego de esos cuatro años de noviazgo, decidimos casarnos. Ya llevamos trece años como marido y mujer y ya tenemos dos nenes hermosos. Son mi luz, mi sol y la razón por la que estoy viva hoy. Y mi hombre increíble, mi marido hermoso, mi amigo que me adora y me cuida… él es mi estrella guía. Y yo la de él. Me pondría en el camino de una bala por él, si no fuera porque sé que él lo haría primero por mi. Nunca, jamás, estuve tan profundamente enamorada de nadie y nunca, jamás, me sentí tan amada y cuidada por alguien.
Hoy ya tengo 38 años y por fin puedo decir que hace mucho, mucho tiempo que estoy bien y me siento bien. Después de todos los desastres que me busqué y que me pasaron, por fin estoy bien en la vida. Sintiéndome bien conmigo misma. Sintiéndome deseada, amada y pudiendo darle amor y cuidado a mi familia. Cuando nació nuestro primer hijo, Agustín, hasta junte coraje y con el apoyo de Ricky pude reconectarme con mi mamá y mis hermanos, después de tanto tiempo que no supieron nada de mi. Claro que no les conté todo lo que había hecho, nada más les dije la versión sanitizada, pero fue una gran alegría poder volver a verlos y haber quedado en contacto. Mi mamá está encantada de ser abuela y que yo haya encontrado a un hombre tan maravilloso como Ricky.
Y yo también lo estoy. Hoy que ya estoy bien, plena y entera como persona nuevamente, cuando miro atrás y recuerdo todas las cosas que me pasaron, si no fuese por el hecho que gracias a eso, de casualidad, pude conocer a mi marido increíble, al hombre que amo con toda mi alma… me desharía de todo. De todo lo que viví y de todo lo que me pasó. De todo lo que hice. Esos años, para mi, son nada más mis años perdidos.
4 comentarios - Mis años perdidos - Parte 5 (fin)
PD: Ricky MVP.