(Esta historia contiene temas de bullying, abuso y drogas. Si les molesta alguno de esos temas les recomiendo que directamente no la lean.)
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Lo que les voy a contar comenzó allá por el año 2002, cuando en Argentina aún sufríamos las secuelas de la gran crisis económica del 2001, de la cual tardamos varios años en salir y estabilizarnos un poco.
Mi nombre es Sara. Hoy tengo ya 38 años, pero por ese entonces yo tenía tan solo 16. Mi infancia fue normal hasta los 10 años, cuando murió mi papá, súbitamente de un ataque al corazón. El ya era un hombre bastante mayor, yo era la menor de 3 hermanos y me había tenido ya de muy grande. Mi mamá era bastante menor que él. Yo era la más chica de los hijos por lejos, mi próximo hermano me llevaba 11 años y el otro 16. Nunca supe y nadie me dijo si yo había nacido planeada o no, pero por la diferencia de edad y ciertas cosas que fui descubriendo de más grande, todo me indicaba que no. Que yo había sido un feliz accidente.
Mi papá era católico, pero mi mamá es judía al igual que el resto de su familia, por lo que su casamiento con mi papá nunca fue bien visto por la familia de ella. La relación de la familia de mi mamá con nosotros en el mejor de los casos era que nos ignoraban o nos saludaban de compromiso, pero todos sabíamos que no le caíamos bien a nadie de ese lado de la familia, por lo que mi mamá había hecho. Papá no tenía problema con el tema de la religión, dejó que mi mamá decida, por lo que ella nos había hecho judíos a mis hermanos y a mi en un intento de suavizar las cosas con su familia, pero fue sin éxito. Inclusive después que murió mi papá, la familia de mamá aprovechó la oportunidad de que el ya no estaba presente para poner más ríspida todavia la relación, dejándola prácticamente sola socialmente, sin relación con ellos.
Cuando papá murió, por supuesto que me dolió. Yo tenía una buena relación con él, al ser la única hija mujer y se que me quería mucho. Estuve ese año la verdad muy triste y extrañandolo muchísimo. Pero a mi mamá le pegó mucho peor. Creo que entre la ausencia súbita de mi papá en su vida, de pronto encontrándose con tener que criar a dos hijos sola, más el infierno y la falta de ayuda que venía de su familia, se sintió muy sola y empezó a tener comportamientos muy feos.
Mis hermanos ya eran grandes, el más grande ya no vivía en casa, así que muchos cuidados de su parte no necesitaban, pero yo solo tenía diez años y veía como mamá se alejaba mas y mas de mi, ignorándome cuando yo mas la necesitaba. Había empezado a tomar para hacer más llevadera su depresión, tenía cambios de humor muy violentos y había empezado a salir algunas noches, dejándonos a mi hermano y a mi solos en casa. Nunca nos dijo a que salía, pero mi hermano ya era lo suficientemente grande para darse cuenta. Si bien mamá nunca llevó un hombre a casa, mi hermano una vez ya me había dicho que no me sorprendiera si una vez veía a algún hombre que yo no conocía en casa.
Para mis doce años, cuando ya había procesado la muerte de papá y me había recién adaptado a la nueva realidad, parecía que la vida me tenía jurada una venganza o algo así. Al menos así lo sentí en ese momento. En esos años había comenzado mi pubertad y mi cuerpo se empezó a desarrollar. Cuando más necesitaba a mi mamá para guiarme y contenerme, ella a veces estaba o no estaba, y cuando estaba a veces era lo mismo que nada. Me sentía absolutamente sola y abandonada, ni siquiera tenía amigas con quienes hablar y que aunque sea fueran ellas quienes me escucharan.
Lo peor vino cuando yo ya tenía 15 años, ya para el final de mi proceso de pubertad. Yo siempre había sido una nena normal. Ni muy alta ni muy petisa, ni muy flaquita ni muy gorda, pero la pubertad me pegó muy mal todos esos años. Mientras que al resto de mis compañeras de curso, algunas más pronto y otras más tarde, se les formaban cuerpos lindos y normales, yo empecé a engordar, lo cual me deprimió aún más. Si no comía o si trataba de comer sano, era lo mismo.
Ya para los 15, si bien no me volví obesa ni nada de eso, yo destacaba mucho de las otras chicas por lo rellenita que estaba por todos lados. Me miraba al espejo sola en mi pieza y desnuda y me sentía horrible. Prácticamente no tenía cintura. Mis costados no tenían ninguna curva, como dos líneas que me bajaban desde las axilas hasta las caderas. Parecía una heladera, mi torso tenía esa forma. Para colmo, mis proporciones tampoco eran las mejores. Por suerte no me había salido un culo enorme como le sale a las mujeres obesas, por suerte eso no había pasado, pero por otra parte tampoco me había quedado una cola muy linda. Era nada más una cola normal, que la hacía contrastar de mala manera con el resto de mi cuerpo de gordita. Para colmo ya tenía una panza que era muy notoria. No me colgaba de forma desagradable ni nada de eso, pero sabía que era cuestión de tiempo para que eso suceda.
Y además había otra cosa. Yo se que cuando cuente ésto muchos se van a reír. Háganlo, ya no me importa realmente, pero es la pura verdad. Había otro problema, el problema principal, que era que mis pechos habían crecido mucho y me habían quedado absolutamente enormes. Mucha gente, sobre todo los hombres, me dirán que eso no era un problema, y se reirán. Pero les aseguro que lo es. Había quedado hecha un gordita tetona. Muy tetona. El tamaño de mis pechos no pegaba con nada con el resto de las dimensiones de mi cuerpo. Me miraba al espejo y me parecía deforme a mi misma. Y ni siquiera eran pechos firmes, porque de ese tamaño no había forma que fueran firmes. Eran pesadísimos, grandes y suaves. Tenía que usar corpiños si o si, todo el tiempo, sino para mi era casi grotesco como me colgaban y se movían.
Por suerte, dentro de tantas pálidas, al menos mi carita había quedado bastante igual y la gordura que me había invadido lentamente el cuerpo a medida que fui creciendo, hasta ese momento, no se me había depositado en la cara. Así que por lo menos una buena tenía. De más está decir que yo no estaba para nada feliz con mi cuerpo. De hecho, esa infelicidad que sentía conmigo misma fue el detonante de la depresión que tuve todo ese año a mis 15.
Otras chicas de mi edad, quizás en mi misma situación, podrían buscar no se si refugio pero aunque sea comprensión y contención en la familia o en sus amigas. Pero mi familia, gracias al estado de abandono que tenía mi mamá con ella misma y con nosotros, ni estaba. Y de mis amigas, mejor ni hablar. Primero porque no tenía. Y segundo porque mis compañeras de curso en el colegio estaban más preocupadas en cargarme, hacerme vacío, dejarme sola y hasta insultarme y hacerme bullying que en querer entablar una relación de amistad conmigo.
La mayoría de las chicas, yo pensaba, cuando se acostaban a la noche soñaban con viajar, con que les hicieran una fiesta de quince años, con encontrarse un pibe lindo y ponerse de novia. Yo me dormía llorando en silencio, pidiéndole a Dios nada mas que me diera una amiga. Sólo pedía eso y nunca se me dió.
En el colegio por supuesto la mayoría del tiempo me ignoraban y, las veces que me prestaban algo de atención, era nada más para cargarme. No solo las chicas del curso, los chicos también se prendían a veces. Si no era por mi gordura, era por mis tetas enormes, o porque yo era judía o cualquier combinación de las tres que se les ocurría. A veces ni eso. A veces alcanzaba con la estupidez más mínima, como llegar una mañana al colegio con unas medias de un color raro, para que comenzaran las cargadas. Una vez no se quien fue que con un cuchillo, un destornillador o vaya a saber que, raspó y grabó en mi banco “GTJDM”. Quería decir “Gorda Tetona Judía de Mierda”. Y todo el año yo tuve que tomar clase con eso enfrente de mi cara, cada vez que bajaba la vista a escribir algo.
A veces por supuesto llegaba un punto que no me lo bancaba más y me terminaba peleando con alguna de mis compañeras. Pero eso al final era peor, porque inevitablemente ese día, o algún día siguiente, mis compañeras me agarraban en el baño y me pegaban o me tiraban del pelo entre varias. Las princesitas, las nenas de papá que no podían hacer nada malo hasta llegaron a juntar agua de los inodoros con un vaso de plástico y me lo volcaban en la cabeza. Ellas eran muchas, yo era una sola.
Quizás alguno piense que por el tamaño de mis tetas me habría resultado más fácil quizás encontrar algún novio, pero no fue así. Yo me di cuenta enseguida que la forma de mi cuerpo y mis proporciones no atraían a los otros chicos de forma sexual, más bien me veían como una curiosidad. Había varios de mis compañeros que eran buenos y nunca se prendían a abusar de mi, nunca dije que todos lo hacían, y con ellos a veces podía hablar y nos llevábamos dentro de todo bien, pero había quedado clarísimo desde el primer día que aun con ellos no iba a pasar nada. Sencillamente no me veían como una chica atractiva, más allá del tamaño descomunal de mis tetas. Y también me parecía que si yo le llegaba a gustar a alguno, ese chico no se iba a animar a decirme nada para que no lo gastaran a él también por estar conmigo. Un novio en mi curso no iba a conseguir, y no tenía otras actividades fuera del colegio como para conocer a alguien más.
Creo que ese año, desde que cumplí 15 hasta los 16, fue el año en el que más lloré en mi vida. Lloré más que todos los años anteriores juntos. Y nunca me sentí tan mal, tan abandonada por la suerte, por la vida y por todos.
Al cumplir mis 16 fue cuando decidí que ya no aguantaba más. Decidí irme de casa. No me pregunten por qué. De hecho en casa, pese a la no presencia de mi mamá, era donde estaba más cómoda dentro de todo. Pero ese verano decidí que no iba a volver más al colegio y, ya que estaba, que no quería vivir más ahí tampoco. Locuras de una chica deprimida y desesperada, pero en ese momento no se veía así. De hecho se sentía como la decisión lógica. Estaba cansada de pelear en silencio todo el tiempo.
Pelear con mis compañeras, pelear contra la soledad, contra mi propio cuerpo, contra la ausencia de mamá… Eran muchos enemigos y yo estaba sola. Lo mejor era rendirse y buscar de empezar otra vida en otro lado, de cero, donde nadie me conociera y yo pudiera empezar de nuevo, y hacerlo bien. A lo largo de varios días fui juntando coraje y me armé despacito un bolso con lo que pensaba que iba a necesitar. Algo de plata ahorrada en efectivo yo tenía y, por mas verguenza que me de admitirlo, sabía donde mamá guardaba plata y le saqué a ella también.
Una tarde, finalmente, estaba sola en casa. Mi hermano se había ido a la costa con sus amigos unos días y mi mamá había salido, vaya a saber con quién y a qué hora volvería. Me senté en la mesa de la cocina y, llorando todo el tiempo, le escribí una carta para dejarle. Diciéndole que me iba, que no se preocupara, que no me buscara, que era mejor así. Quería empezar de nuevo en otro lado. Que yo iba a estar bien y que iba a seguir en contacto, pero que por favor no me buscara. Secándome las lágrimas se la dejé en la mesa para que la viera al llegar, tomé mi bolso y me fui.
Realmente no tenía ningún plan. Tenía ideas vagas de que quería hacer, pero ningún plan. Pensé en pasar la noche en una pensión o algo así, para que la noche no me agarrara en la calle. Fui a dos que me había anotado las direcciones. Una ya no estaba ahí, había cerrado, y en la otra el conserje no me quiso dar una habitación porque yo era menor. Cuando salí a la calle de nuevo con mi bolso ya me estaba dando algo de miedo toda ésta aventura ridícula. Se estaba haciendo de noche y yo no tenía donde parar. Luego de unos minutos de pensarlo, el miedo fue más fuerte y decidí volver a casa. Seguramente mamá no habría llegado todavía, podía agarrar la carta, esperar que ella llegara y acá no había pasado nada. Prepararía mi ida de casa más adelante, mejor y con más tiempo.
Pero caminando de vuelta a casa se estaba haciendo de noche rápido y, de vuelta de pura indecisa, empecé a darme ánimo y pensar que no podía ser que me diera por vencida tan fácil. No podía rendirme tan pronto, ante el primer contratiempo, y volver a casa con la cola entre las piernas.
De casualidad, ya que yo no había planeado el recorrido, a unas pocas calles de mi casa pasé por delante de una casa abandonada. Era una casa viejísima que en su época debió haber sido hermosa, pero ya estaba toda arruinada. En su momento debió tener un lindo jardincito delante y atrás, pero ahora estaba todo el pasto crecido y lleno de bolsas y lo que parecían escombros desperdigados por todos lados. Las ventanas que podía ver del frente estaban todas tapiadas con chapas y maderas. Me dió una sensación muy rara el estar parada ahí frente a esa casa. Yo la conocía por haberla visto varias veces, de vivir ahí en el barrio. Algunos decían que estaba completamente abandonada y que alguien en algún momento iba a comprar el terreno, demolerla y hacer un edificio de departamentos. Otros decían que ahí vendían droga. Sea lo que fuese, no era un lugar para estar. Ni para entrar.
Tragándome mi miedo decidí aunque sea probar. Era una casa abandonada, nada más. Estaría sucia, habría bichos o algo así, pero podía pasar la noche ahí y aunque sea decir que lo hice. Llegar mañana a casa y saber que había asustado a mamá, por ahí lo suficiente para que cambie un poco sus actitudes.
Abrí la puerta del frente sin problemas y tímidamente crucé el jardincito, con cuidado de no pisar nada, ya que casi no se veía por donde caminaba. Probé la pesada puerta de metal de la casa y se abrió con un suave chillido. Eso también me pareció raro. Pensé que si la casa estaba abandonada alguien le habría puesto cadena y candado, o algo así, para que no se metiera nadie. Muy despacito me metí y cerré la puerta de nuevo detrás mío.
Adentro estaba tal cual me lo esperaba. Todo dilapidado, escombros y polvo por todos lados. Basura, dentro y fuera de bolsas, pedazos de muebles… todo lo que una se podía imaginar de una casa en ese estado estaba ahí. Además de un olor a marihuana muy fuerte que me llenó el olfato ni bien entré. De afuera ni se sentía, pero adentro estaba muy presente. Caminando muy despacio y sorteando obstáculos en la penumbra me adentré ya que vi una luz que provenía de uno de los ambientes más adelante. Por supuesto que tenía miedo, pero pensaba que podía pispear y si veía algo que no me gustara, podía salir corriendo de vuelta a la calle perfectamente.
La luz venía de lo que habría sido el living de la casa y al extender mi cabeza y pispear a través de la apertura casi que me topo cara a cara con el. Creo que los dos nos asustamos el uno del otro al mismo tiempo. Enfrente mío, mirándome con algo de asombro había un tipo flaquito, con pinta de vago o de linyera, muy despeinado y desaliñado. Se lo veía con los músculos marcados, fibroso, pero recontra flaco, muy chupado por todos lados. La verdad, una pinta de drogadicto que mataba. Pero no lo vi agresivo ni nada de eso. Me pareció que estaba tan sorprendido como yo de ver a alguien ahí. Igual yo no quería saber nada de estar con un tipo ahí en un lugar abandonado, y menos que menos pasar la noche ahí.
“Uh… uh, perdón… perdoname…”, atiné a decirle, alejándome un par de pasos por las dudas. El tipo no se me vino encima ni nada, se quedó mirándome.
“Eh… quién sos? Cómo entraste?”, me preguntó
“... por la puerta… estaba abierta, perdoname, ya me voy. Pensé que no había nadie…”, le dije y me giré para salir.
“Para… para… quien sos? Viniste a comprar?”, me preguntó
Yo lo miré sin entender, “Que? No… en serio, pensé que no había nadie… no te quise joder, disculpa, ya me voy.”
El tipo se sonrió y me miró dulcemente, pareció relajarse un poco y que el susto de verme ahí se le había pasado, “Nah, para loca… todo bien, che. Pensé que venías a comprar…todo bien.”
“No.. a comprar? Qué, droga?”, le pregunté. El tipo sonrió y asintió, “Ah, no nada que ver. Estaba buscando un lugar para parar.”
“Para parar posta?”, me preguntó.
“Si, para pasar la noche”, le dije, “Pero en serio, no te quise joder ni asustar, perdoname.”
“Nah, todo bien”, se sonrió, “Por mi quedate, no hay drama. Lugar hay.”
Lo miré detenidamente y no me dió mala vibra ni nada de eso. Pese a su aspecto tenía una voz suave. Me calmó bastante sentir que por lo menos éste no era un mal tipo que me iba a hacer algo. Si, ya se, eran sólo apariencias y yo en verdad que sabía… pero eso era lo que sentí en ese momento. Se lo veía simpático y con algo de buena onda.
“No te jode que me quede?”, le pregunté
“Nah, para nada. Si no es mío ésto…”, se rió, “Cualquiera se puede quedar.”
“Ah… okey. Estas solo? Hay alguien más?”
“Nah, yo solo”, me dijo y se movió un poco invitándome a pasar al living abandonado de la casa. Se había armado una cama con un par de colchones sucios, tenía sillas plegables y una mesita bastante dañadas como mobiliario y tenía una linterna tirada en el piso que daba algo de luz. Por supuesto que el living estaba sucio y con bastantes escombros por todos lados, pero el tipo algo había movido y limpiado para hacerse su espacio.
Yo me senté en el piso, un poco apartada de donde él se sentó. Vi que se prendió un porro y me miraba. Mientras dejaba mi bolso en el piso lo escuché preguntarme, “Qué pasó? Te fuiste de tu casa?”
“Si”, le dije con un suspiro, “Pero es por hoy nada más, mañana seguro vuelvo…”
“Uh, que garrón loco. Todo mal en casa?”, yo le asentí en silencio y seguí ordenando un poco mis cosas en el bolso, “Bueh, todo bien che. Y quedate tranqui que no te voy a hacer nada. No soy de esos, todo bien.”, se rió.
Yo le sonreí, la verdad que no me sentía amenazada para nada. Pese a lo extraño de la situación y la compañía, estaba dentro de todo mejor de lo que pensaba, “Gracias… si, todo bien. Yo no te voy a joder tampoco. Vos hace lo tuyo tranqui.”
“Esta bien, me hacés compañía, re bien…”, me sonrió, “Yo me llamo Mariano, vos?”
“Sara”, le dije con una sonrisa
“Joya Sara, re bien. Me hacés compañía hoy si no estoy solo como un perro”, se rió y le dió una buena seca a su porro, luego ofreciéndomelo, “Queres un toque?”
Yo lo miré y lo dudé un poco. Ya había probado de fumar porro el año pasado, una vez. No era por eso. Me daba algo de cosa por ahí ponerme fumada en esa situación, sola con el tipo. Finalmente le sonreí y le dije que sí. Me acerqué y le di unas buenas secas a su porro. La verdad que era bastante fuerte, nada que ver con el que yo había probado.
Y así nos quedamos los dos sentados. Compartiendo primero uno y después otro porro. Charlando de todo, de nosotros y de la vida. Charlas de porro. En un momento yo busqué en mi bolso y saqué un paquete de galletitas dulces que tenía, que también compartimos mientras fumábamos. A la luz de una linterna, en el living polvoriento de una casa abandonada. Con él me pude abrir y contarle todo lo que me estaba pasando. Creo que entre lo bien que me hicieron sentir los porros y el hecho que no lo conocía, que para mi él era un total extraño, me animó a abrirme y contarle las cosas que me pasaban. Me hizo bien poder hablar con alguien, por más inusual que fuera la compañía y el entorno. Me hizo muy bien.
Después él me contó de su vida. Mariano era de Miramar, ahí había nacido, y tenía 32 años. La verdad que no los parecía, parecía mucho más joven. En su momento largó el colegio y se vino a Buenos Aires a sus 18. Tuvo diez mil trabajos de todo hasta que al final la crisis lo agarró y lo dejó en la calle. Empezó a vender y a usar drogas. De todo tipo, lo que podía conseguir, de unos tipos de Lugano y de Soldati que le vendían. El la revendía y ya tenía algunos clientes fijos. Con eso algo de plata sacaba. Le gustaba parar en ésta casa, me dijo, porque nadie lo jodía y nadie se enteraba que él estaba ahí. El no jodía a ningún vecino. No salía por la calle a robar o a juntar la basura. Si salía a pedir a veces por la calle o por los subtes, o por negocios y casas. Pero él no era chorro. Salía cuando no tenía ventas de sus productos y necesitaba plata.
Me cayó muy bien de entrada. Por supuesto que en ese momento yo no veía todas las señales y todos los comportamientos de Mariano, que a cualquier otra persona le habrían generado ruidos de alarma en la cabeza. Yo estaba en otra y no me daba cuenta. Cualquier cosa que me habría hecho ruido de Mariano yo subconscientemente la hacía a un lado, por lo contenta que estaba de haber hecho un amigo y tener alguien con quien hablar. Alguien que me escuchaba en serio y no me decía ni gorda, ni tetona, ni judía ni nada de eso. Al contrario, cuanto más hablaba con él y más entramos en confianza esa noche, más buena onda le sentía y yo pensaba que era mutuo. A él también le venía muy bien poder hablar con alguien que no lo consideraba inmediatamente un chorro o un drogadicto, pese a que el reconocía que tenía muchos problemas de adicción.
Charlamos muchas horas, conociéndonos, hasta que me agarró finalmente cansancio y vi que eran como las doce de la noche ya. Le dije a Mariano que me iba a ir a dormir, pero por supuesto yo no me había llevado nada como para hacerme una cama. Mi plan original era ir a una pensión y no contemplé la eventualidad de no conseguir una. Cuando me vió suspirar y armarme una especie de cama improvisada con mi ropa para no dormir en el piso se rió. Fue hasta su cama y deslizó uno de los dos colchones apilados que usaba para darme uno. A mi se me partió el corazón de dulzura cuando hizo eso. El tipo que no tenía nada para dar aun así me daba uno de sus colchones. El drogadicto al que todo el mundo y la sociedad le daba vuelta la cara era el único que me trató como una persona y me hizo sentir bien después de tanto tiempo.
Le agradecí con una sonrisa y me acosté en mi lugar, alejado de su colchón y tapándome con una frazada que yo llevaba. El pronto hizo lo mismo, acostándose en el suyo y apagando la linterna. El cayó dormido enseguida, lo noté, pero a mi me costó un montón dormirme. Pese a lo relajada que estaba por los porros que habíamos compartido, extrañaba mucho mi cama y mi casa. Habré estado un par de horas y por fin me estaba durmiendo cuando, en la completa oscuridad de ese living abandonado, sin verlo, escuché a Mariano que se había despertado y se estaba masturbando sin hacer casi nada de ruido bajo su frazada. Habría pensado que yo ya estaba dormida y se animó. Por suerte no duró mucho, finalmente lo escuché acabar y gemir muy suavecito su orgasmo, darse vuelta y volver a dormirse. Haber escuchado eso me calentó muchísimo, debo reconocerlo. Yo también tuve que llevar discretamente mis dedos entre mis piernas y, una vez que me aseguré de que él se había dormido de nuevo, aliviarme a mi misma.
Por supuesto que me imaginé la fantasía más obvia, que durante la noche Mariano se despertaba de nuevo y en lugar de masturbarse, venía a mi colchón y me abrazaba, me besaba y por fin me daba la cogida que ningún hombre me había dado nunca. Y yo lo dejaba, encantada de por fin recibir el placer que me daba un hombre, por primera vez en la vida.
Al otro día nos despertamos a la mañana y desayunamos las galletitas que nos habían quedado de anoche y un jugo de manzana que Mariano tenía. Nos quedamos charlando. Yo perfectamente ya podría haber tomado mis cosas, agradecerle por lo bien que me trató e irme a seguir con mi plan, pero no lo hice. No me pregunten por qué, pero no sentía como que me quería ir. Se lo dije a Mariano y él se sonrió, diciéndo que a él no le importaba que me quedara. Que le gustaba mucho tener mi compañía y que anoche la había pasado muy bien. No se si se refería a nuestra charla o a que él se había imaginado cogiéndome mientras se masturbaba, pero la situación de la noche anterior fue tan obvia que quizás a él se le había pasado por la cabeza lo mismo que a mi.
Boludeamos toda la mañana ahí en la casa abandonada. Yo tenía miedo de salir a la calle por si mi mamá habría llamado a la policía o algo así y estarían buscándome, sin saber que yo estaba tan cerca de casa. Un miedo estúpido, ya se, pero era lo que pensaba. En esa época no mucha gente tenía celulares, yo no tenía, así que no había forma que mi mamá me llamara para saber dónde estaba. Me dio pena por ella, pero junté fuerza interior y me dije que ésto era lo que había decido hacer.
Mariano me sonrió y me dijo que entendía, que si quería me quedara acá adentro porque nadie iba a saber desde afuera que yo estaba acá. A la tarde él tenía que ir a conseguir droga a Lugano para traerla y vender, pero quería que yo me quedara ahí. Me dijo que si quería aprovechar a que él no esté y lavarme, que él juntaba agua de lluvia en un tacho grande en el jardín de atrás, que no tuviera vergüenza y que lo usara para lavarme. Le agradecí y le dije que lo iba a hacer.
Cuando Mariano se fue me quedé sola ahí y comencé a explorar la casa. Era bastante grande, habría sido una linda casona en su época. Por supuesto estaba toda dilapidada y no vi nada fuera de lo ordinario que se pudiera ver en una casa abandonada. Todos los ambientes estaban destruidos, polvorientos y llenos de desechos y cosas. Decidí que mientras Mariano no estaba, lo menos que podía hacer para agradecerle su buena onda anoche era limpiarle un poco el living, ya que él aparentemente no lo hacía. Encontré una escoba en la cocina y le barrí bien todo el piso, luego saqué todos los escombros y desechos que había en el living y los moví a otro ambiente. Aunque sea para que no estuvieran ahí.
Cuando terminé, si bien no era gran cosa, la diferencia era notable. Me fui a lavar con el agua de lluvia que Mariano me había dicho y con un jabón que él había conseguido y dejado ahí. Me sentí un poco mejor, pese a lo fría que estaba el agua. Por lo menos ya me sentía limpia y el living de la casa también lo estaba.
Cuando Mariano volvió a la tardecita me encontró sentada en el living, ya limpio, y se sonrió. Le encantó como había quedado y me lo agradeció. Se había comprado (o mendigado) unas empanadas y tenía otra botella de jugo. Las compartimos enseguida ahí porque yo me estaba muriendo de hambre. Yo tenía plata para quizás salir y comprarme algo, pero tenía miedo de salir a la calle todavía.
Nos quedamos de nuevo charlando de todo hasta que se hizo de noche y cenamos, terminando las empanadas y el jugo. Mariano tenía una radio a pila que la puso bajito para no llamar la atención de afuera de la casa, pero para que por lo menos nos entretuviéramos con algo de música. Nos sentamos los dos hombro con hombro contra una de las paredes, escuchando música y compartiendo uno de sus porros fuertes después de cenar, hablando de nada y de todo.
“Qué fue lo que trajiste de Lugano?”, le pregunté, “De curiosa nomás…”
El se rió, “Me traje de todo. Yerba, pastis… a la gente le gusta la variedad viste.”
“Bueno, ojalá vendas todo!”, le sonreí.
Ahí, tan cerca pegados los dos, vi que me sonrió él también, “Si… se va a vender, tranqui”, me pasó su porro y yo me lo quedé, dándole unas buenas y largas secas. Ya me estaba acostumbrando a los porros de Mariano, “Son re fuertes estas pastis, a los pibes les gustan éstas.”
Yo me quedé pensando un momento en silencio, mientras disfrutaba el humo de la marihuana y lo que me estaba relajando, lo miré y le dije “Son muy caras? Te puedo comprar una?”
Mariano sonrió, “Que, querés probar?”
“Y si.. A ver que onda… si a la gente le gusta…”
“Nah, no te la vendo Sara… si vos me limpiaste todo aca, ni ahí.”, se sonrió, “Si queres compartimos una?”
“Compartimos?”
“Y si, yo una de cada tanda me mando siempre también. Para saber cómo vino la tanda, viste… no puedo vender cualquier cosa, sino se corre la bola y se me van los clientes”, me dijo y revolvió en una de las bolsitas que se trajo, mostrándome una pastilla rosa, bastante chiquita.
“Que tiene?”, le pregunté mirándola.
“Ni idea que tiene, pero te pone de la re pera…”, se rió, “La probamos, querés?”
Yo suspiré, sintiendo un poco de miedo, “No sé, Mariano…”
Mariano me miró suavemente y me puso su brazo alrededor de mis hombros, se sonrió y me dijo “Tranqui Sara… si te pega mal o algo, yo estoy acá. Mejor que ponérsela sola es que tengas a alguien no?”. Yo nada más lo miraba suavemente a los ojos. Sentía su brazo alrededor de mis hombros, la mirada dulce de sus ojos y su sonrisa, la calma que me estaba dando el porro… se me juntó todo.
Muy suavecito y sin dejar de mirarlo le dije, “... bueno, dale…”
Mariano sonrió, “Abrí la boca, a ver…”. Yo abrí mi boca y saqué la lengua un poco. Mariano me puso la pastilla en mi lengua y yo la retraje adentro de mi boca, “No te la tragues… es como un caramelo, deja que se disuelva sola… mirá que es fuerte ésta…”
Yo empecé a hacer lo que me dijo, la verdad que la pastilla no tenía un rico gusto. Tampoco feo, era difícil de describir. Era como un gusto a colorante artificial o algo así, pero suave.
“Y vos?”, le pregunté mientras chupaba la pastilla en mi boca, “Vos no te tomás una?”
Mariano se sonrió y me dijo suavecito, mirándome, “... te dije que la compartíamos…”. Sentí su mano acariciándome la mejilla y de pronto se inclinó y me besó. Sentí su lengua lamerme los labios tan dulcemente y pronto abrí mi boca, dejándola entrar. Los dos gemimos suavecito en la boca del otro, mientras nuestras lenguas se pusieron a jugar con la pastilla, a veces chupándola uno, a veces el otro. A mi me dió un placer enorme sentir su beso. Encima con la excusa de la pastilla fue un beso larguísimo, dulce y profundo, que ninguno de los dos quería largar. En un momento la pastilla ya se había disuelto en nuestras bocas, pero los dos seguíamos besándonos de la misma manera, nuestras lenguas enredándose entre ellas y nuestros labios presionando y presionando cada vez más.
Sin dejar de besarnos sentí su mano que me largó la mejilla y me comenzó a sentir uno de mis enormes pechos. Que sensación hermosa, sentir su mano acariciando y estrujándome ahí. Aunque estaba encima de mi remera, no me importaba. Me hizo sentir una cosquilla entre mis piernas de lo dulce que era la sensación que alguien me tocara los pechos. Siempre habían sido mirados, algunos se burlaban de ellos y de mí, pero ahora estaban siendo apreciados y amados tan dulcemente por Mariano. Que sensación hermosa, de estar siendo amada por un hombre por primera vez…
Entre el porro y la calma que me había dado, lo bien que se sentían los besos y las caricias de Mariano y la pastilla que me había empezado a hacer un suave efecto, mi cabeza estaba empezando a despegar. Me quedaron fragmentos de sensaciones, de palabras que escuchaba y que yo decía. Recuerdo sentir que Mariano me apretó más en su abrazo y sin dejar de llenarme la boca con su lengua, pasó de sentirme las tetas a llevar su mano entre mis piernas, por encima del pantalón, y como me estremeció esa sensación.
Recuerdo mis gemidos suaves de placer y los de él. Los fragmentos se me hacen cada vez más infrecuentes, pero igual de intensos. Recuerdo de pronto estar acostada con él en su colchón, y la sensación de acariciar su torso ya desnudo. La forma que sus dos manos me estrujaban las tetas, ya libres de mi corpiño y mi remera, y la sensación de sus labios succionando mis pezones. Sus dedos sintiéndome los labios vaginales por debajo de mi bombacha y lo húmeda que ya estaba.
Cada vez menos fragmentos, cada vez más lejanos. La sensación hermosa de su pija en mi boca, mi lengua degustandola con pasión, oirlo gemir el placer que yo le estaba dando. Que rica que era su pija, que sensación increíble por fin tener a un hombre en mi boca, después de tanto tiempo de desearlo.
Los fragmentos ya se desdibujan y se me mezclan, las memorias cada vez más disueltas en un tono rojo suave en mi cabeza. Los latidos de mi corazón acelerado. La sensación de su cuerpo flaquito, desnudo sobre el mío, y como su piel y su cuerpo endurecido se acomodaba contra mi suave panza. Mis piernas abiertas para él, la presión de su pija en mi conchita húmeda, hasta que al fin lo sentí entrar. Una vez. Y otra vez. Y un millón de veces más, llenando mi cuerpo de placer con cada empujón de sus flacas caderas. Sentir como mi telita se rompía ante sus embates y no sentir nada de dolor, solo el placer de recibir su pija dura y hermosa aún más profundo dentro mio.
Y antes que se apague todo y yo quedara flotando en un suave y delicado mar oscuro de nada, sentir su grito ya lejano, de placer orgásmico, y sentir su semen caliente en mi conchita una y otra vez, mientras mi cuerpo se retorcía de placer bajo el suyo en mi propio clímax.
Hasta ahí llega lo que me acuerdo de ese momento y de esa noche. Lo que habremos hecho después, realmente no lo sé, no tengo ningún recuerdo. Si se que me desperté a la mañana en su colchón, desnuda y abrazada por el, con rastros ya secos de su semen en mi cara, mi pelo y mis tetas, con una sensación extraña y un poco dolorosa en mi ano, pero un placer en el alma que no había sentido nunca.
Me acurruque un poco en el abrazo de Mariano y sonreí, cerrando los ojos y volviendo a dormir.
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Lo que les voy a contar comenzó allá por el año 2002, cuando en Argentina aún sufríamos las secuelas de la gran crisis económica del 2001, de la cual tardamos varios años en salir y estabilizarnos un poco.
Mi nombre es Sara. Hoy tengo ya 38 años, pero por ese entonces yo tenía tan solo 16. Mi infancia fue normal hasta los 10 años, cuando murió mi papá, súbitamente de un ataque al corazón. El ya era un hombre bastante mayor, yo era la menor de 3 hermanos y me había tenido ya de muy grande. Mi mamá era bastante menor que él. Yo era la más chica de los hijos por lejos, mi próximo hermano me llevaba 11 años y el otro 16. Nunca supe y nadie me dijo si yo había nacido planeada o no, pero por la diferencia de edad y ciertas cosas que fui descubriendo de más grande, todo me indicaba que no. Que yo había sido un feliz accidente.
Mi papá era católico, pero mi mamá es judía al igual que el resto de su familia, por lo que su casamiento con mi papá nunca fue bien visto por la familia de ella. La relación de la familia de mi mamá con nosotros en el mejor de los casos era que nos ignoraban o nos saludaban de compromiso, pero todos sabíamos que no le caíamos bien a nadie de ese lado de la familia, por lo que mi mamá había hecho. Papá no tenía problema con el tema de la religión, dejó que mi mamá decida, por lo que ella nos había hecho judíos a mis hermanos y a mi en un intento de suavizar las cosas con su familia, pero fue sin éxito. Inclusive después que murió mi papá, la familia de mamá aprovechó la oportunidad de que el ya no estaba presente para poner más ríspida todavia la relación, dejándola prácticamente sola socialmente, sin relación con ellos.
Cuando papá murió, por supuesto que me dolió. Yo tenía una buena relación con él, al ser la única hija mujer y se que me quería mucho. Estuve ese año la verdad muy triste y extrañandolo muchísimo. Pero a mi mamá le pegó mucho peor. Creo que entre la ausencia súbita de mi papá en su vida, de pronto encontrándose con tener que criar a dos hijos sola, más el infierno y la falta de ayuda que venía de su familia, se sintió muy sola y empezó a tener comportamientos muy feos.
Mis hermanos ya eran grandes, el más grande ya no vivía en casa, así que muchos cuidados de su parte no necesitaban, pero yo solo tenía diez años y veía como mamá se alejaba mas y mas de mi, ignorándome cuando yo mas la necesitaba. Había empezado a tomar para hacer más llevadera su depresión, tenía cambios de humor muy violentos y había empezado a salir algunas noches, dejándonos a mi hermano y a mi solos en casa. Nunca nos dijo a que salía, pero mi hermano ya era lo suficientemente grande para darse cuenta. Si bien mamá nunca llevó un hombre a casa, mi hermano una vez ya me había dicho que no me sorprendiera si una vez veía a algún hombre que yo no conocía en casa.
Para mis doce años, cuando ya había procesado la muerte de papá y me había recién adaptado a la nueva realidad, parecía que la vida me tenía jurada una venganza o algo así. Al menos así lo sentí en ese momento. En esos años había comenzado mi pubertad y mi cuerpo se empezó a desarrollar. Cuando más necesitaba a mi mamá para guiarme y contenerme, ella a veces estaba o no estaba, y cuando estaba a veces era lo mismo que nada. Me sentía absolutamente sola y abandonada, ni siquiera tenía amigas con quienes hablar y que aunque sea fueran ellas quienes me escucharan.
Lo peor vino cuando yo ya tenía 15 años, ya para el final de mi proceso de pubertad. Yo siempre había sido una nena normal. Ni muy alta ni muy petisa, ni muy flaquita ni muy gorda, pero la pubertad me pegó muy mal todos esos años. Mientras que al resto de mis compañeras de curso, algunas más pronto y otras más tarde, se les formaban cuerpos lindos y normales, yo empecé a engordar, lo cual me deprimió aún más. Si no comía o si trataba de comer sano, era lo mismo.
Ya para los 15, si bien no me volví obesa ni nada de eso, yo destacaba mucho de las otras chicas por lo rellenita que estaba por todos lados. Me miraba al espejo sola en mi pieza y desnuda y me sentía horrible. Prácticamente no tenía cintura. Mis costados no tenían ninguna curva, como dos líneas que me bajaban desde las axilas hasta las caderas. Parecía una heladera, mi torso tenía esa forma. Para colmo, mis proporciones tampoco eran las mejores. Por suerte no me había salido un culo enorme como le sale a las mujeres obesas, por suerte eso no había pasado, pero por otra parte tampoco me había quedado una cola muy linda. Era nada más una cola normal, que la hacía contrastar de mala manera con el resto de mi cuerpo de gordita. Para colmo ya tenía una panza que era muy notoria. No me colgaba de forma desagradable ni nada de eso, pero sabía que era cuestión de tiempo para que eso suceda.
Y además había otra cosa. Yo se que cuando cuente ésto muchos se van a reír. Háganlo, ya no me importa realmente, pero es la pura verdad. Había otro problema, el problema principal, que era que mis pechos habían crecido mucho y me habían quedado absolutamente enormes. Mucha gente, sobre todo los hombres, me dirán que eso no era un problema, y se reirán. Pero les aseguro que lo es. Había quedado hecha un gordita tetona. Muy tetona. El tamaño de mis pechos no pegaba con nada con el resto de las dimensiones de mi cuerpo. Me miraba al espejo y me parecía deforme a mi misma. Y ni siquiera eran pechos firmes, porque de ese tamaño no había forma que fueran firmes. Eran pesadísimos, grandes y suaves. Tenía que usar corpiños si o si, todo el tiempo, sino para mi era casi grotesco como me colgaban y se movían.
Por suerte, dentro de tantas pálidas, al menos mi carita había quedado bastante igual y la gordura que me había invadido lentamente el cuerpo a medida que fui creciendo, hasta ese momento, no se me había depositado en la cara. Así que por lo menos una buena tenía. De más está decir que yo no estaba para nada feliz con mi cuerpo. De hecho, esa infelicidad que sentía conmigo misma fue el detonante de la depresión que tuve todo ese año a mis 15.
Otras chicas de mi edad, quizás en mi misma situación, podrían buscar no se si refugio pero aunque sea comprensión y contención en la familia o en sus amigas. Pero mi familia, gracias al estado de abandono que tenía mi mamá con ella misma y con nosotros, ni estaba. Y de mis amigas, mejor ni hablar. Primero porque no tenía. Y segundo porque mis compañeras de curso en el colegio estaban más preocupadas en cargarme, hacerme vacío, dejarme sola y hasta insultarme y hacerme bullying que en querer entablar una relación de amistad conmigo.
La mayoría de las chicas, yo pensaba, cuando se acostaban a la noche soñaban con viajar, con que les hicieran una fiesta de quince años, con encontrarse un pibe lindo y ponerse de novia. Yo me dormía llorando en silencio, pidiéndole a Dios nada mas que me diera una amiga. Sólo pedía eso y nunca se me dió.
En el colegio por supuesto la mayoría del tiempo me ignoraban y, las veces que me prestaban algo de atención, era nada más para cargarme. No solo las chicas del curso, los chicos también se prendían a veces. Si no era por mi gordura, era por mis tetas enormes, o porque yo era judía o cualquier combinación de las tres que se les ocurría. A veces ni eso. A veces alcanzaba con la estupidez más mínima, como llegar una mañana al colegio con unas medias de un color raro, para que comenzaran las cargadas. Una vez no se quien fue que con un cuchillo, un destornillador o vaya a saber que, raspó y grabó en mi banco “GTJDM”. Quería decir “Gorda Tetona Judía de Mierda”. Y todo el año yo tuve que tomar clase con eso enfrente de mi cara, cada vez que bajaba la vista a escribir algo.
A veces por supuesto llegaba un punto que no me lo bancaba más y me terminaba peleando con alguna de mis compañeras. Pero eso al final era peor, porque inevitablemente ese día, o algún día siguiente, mis compañeras me agarraban en el baño y me pegaban o me tiraban del pelo entre varias. Las princesitas, las nenas de papá que no podían hacer nada malo hasta llegaron a juntar agua de los inodoros con un vaso de plástico y me lo volcaban en la cabeza. Ellas eran muchas, yo era una sola.
Quizás alguno piense que por el tamaño de mis tetas me habría resultado más fácil quizás encontrar algún novio, pero no fue así. Yo me di cuenta enseguida que la forma de mi cuerpo y mis proporciones no atraían a los otros chicos de forma sexual, más bien me veían como una curiosidad. Había varios de mis compañeros que eran buenos y nunca se prendían a abusar de mi, nunca dije que todos lo hacían, y con ellos a veces podía hablar y nos llevábamos dentro de todo bien, pero había quedado clarísimo desde el primer día que aun con ellos no iba a pasar nada. Sencillamente no me veían como una chica atractiva, más allá del tamaño descomunal de mis tetas. Y también me parecía que si yo le llegaba a gustar a alguno, ese chico no se iba a animar a decirme nada para que no lo gastaran a él también por estar conmigo. Un novio en mi curso no iba a conseguir, y no tenía otras actividades fuera del colegio como para conocer a alguien más.
Creo que ese año, desde que cumplí 15 hasta los 16, fue el año en el que más lloré en mi vida. Lloré más que todos los años anteriores juntos. Y nunca me sentí tan mal, tan abandonada por la suerte, por la vida y por todos.
Al cumplir mis 16 fue cuando decidí que ya no aguantaba más. Decidí irme de casa. No me pregunten por qué. De hecho en casa, pese a la no presencia de mi mamá, era donde estaba más cómoda dentro de todo. Pero ese verano decidí que no iba a volver más al colegio y, ya que estaba, que no quería vivir más ahí tampoco. Locuras de una chica deprimida y desesperada, pero en ese momento no se veía así. De hecho se sentía como la decisión lógica. Estaba cansada de pelear en silencio todo el tiempo.
Pelear con mis compañeras, pelear contra la soledad, contra mi propio cuerpo, contra la ausencia de mamá… Eran muchos enemigos y yo estaba sola. Lo mejor era rendirse y buscar de empezar otra vida en otro lado, de cero, donde nadie me conociera y yo pudiera empezar de nuevo, y hacerlo bien. A lo largo de varios días fui juntando coraje y me armé despacito un bolso con lo que pensaba que iba a necesitar. Algo de plata ahorrada en efectivo yo tenía y, por mas verguenza que me de admitirlo, sabía donde mamá guardaba plata y le saqué a ella también.
Una tarde, finalmente, estaba sola en casa. Mi hermano se había ido a la costa con sus amigos unos días y mi mamá había salido, vaya a saber con quién y a qué hora volvería. Me senté en la mesa de la cocina y, llorando todo el tiempo, le escribí una carta para dejarle. Diciéndole que me iba, que no se preocupara, que no me buscara, que era mejor así. Quería empezar de nuevo en otro lado. Que yo iba a estar bien y que iba a seguir en contacto, pero que por favor no me buscara. Secándome las lágrimas se la dejé en la mesa para que la viera al llegar, tomé mi bolso y me fui.
Realmente no tenía ningún plan. Tenía ideas vagas de que quería hacer, pero ningún plan. Pensé en pasar la noche en una pensión o algo así, para que la noche no me agarrara en la calle. Fui a dos que me había anotado las direcciones. Una ya no estaba ahí, había cerrado, y en la otra el conserje no me quiso dar una habitación porque yo era menor. Cuando salí a la calle de nuevo con mi bolso ya me estaba dando algo de miedo toda ésta aventura ridícula. Se estaba haciendo de noche y yo no tenía donde parar. Luego de unos minutos de pensarlo, el miedo fue más fuerte y decidí volver a casa. Seguramente mamá no habría llegado todavía, podía agarrar la carta, esperar que ella llegara y acá no había pasado nada. Prepararía mi ida de casa más adelante, mejor y con más tiempo.
Pero caminando de vuelta a casa se estaba haciendo de noche rápido y, de vuelta de pura indecisa, empecé a darme ánimo y pensar que no podía ser que me diera por vencida tan fácil. No podía rendirme tan pronto, ante el primer contratiempo, y volver a casa con la cola entre las piernas.
De casualidad, ya que yo no había planeado el recorrido, a unas pocas calles de mi casa pasé por delante de una casa abandonada. Era una casa viejísima que en su época debió haber sido hermosa, pero ya estaba toda arruinada. En su momento debió tener un lindo jardincito delante y atrás, pero ahora estaba todo el pasto crecido y lleno de bolsas y lo que parecían escombros desperdigados por todos lados. Las ventanas que podía ver del frente estaban todas tapiadas con chapas y maderas. Me dió una sensación muy rara el estar parada ahí frente a esa casa. Yo la conocía por haberla visto varias veces, de vivir ahí en el barrio. Algunos decían que estaba completamente abandonada y que alguien en algún momento iba a comprar el terreno, demolerla y hacer un edificio de departamentos. Otros decían que ahí vendían droga. Sea lo que fuese, no era un lugar para estar. Ni para entrar.
Tragándome mi miedo decidí aunque sea probar. Era una casa abandonada, nada más. Estaría sucia, habría bichos o algo así, pero podía pasar la noche ahí y aunque sea decir que lo hice. Llegar mañana a casa y saber que había asustado a mamá, por ahí lo suficiente para que cambie un poco sus actitudes.
Abrí la puerta del frente sin problemas y tímidamente crucé el jardincito, con cuidado de no pisar nada, ya que casi no se veía por donde caminaba. Probé la pesada puerta de metal de la casa y se abrió con un suave chillido. Eso también me pareció raro. Pensé que si la casa estaba abandonada alguien le habría puesto cadena y candado, o algo así, para que no se metiera nadie. Muy despacito me metí y cerré la puerta de nuevo detrás mío.
Adentro estaba tal cual me lo esperaba. Todo dilapidado, escombros y polvo por todos lados. Basura, dentro y fuera de bolsas, pedazos de muebles… todo lo que una se podía imaginar de una casa en ese estado estaba ahí. Además de un olor a marihuana muy fuerte que me llenó el olfato ni bien entré. De afuera ni se sentía, pero adentro estaba muy presente. Caminando muy despacio y sorteando obstáculos en la penumbra me adentré ya que vi una luz que provenía de uno de los ambientes más adelante. Por supuesto que tenía miedo, pero pensaba que podía pispear y si veía algo que no me gustara, podía salir corriendo de vuelta a la calle perfectamente.
La luz venía de lo que habría sido el living de la casa y al extender mi cabeza y pispear a través de la apertura casi que me topo cara a cara con el. Creo que los dos nos asustamos el uno del otro al mismo tiempo. Enfrente mío, mirándome con algo de asombro había un tipo flaquito, con pinta de vago o de linyera, muy despeinado y desaliñado. Se lo veía con los músculos marcados, fibroso, pero recontra flaco, muy chupado por todos lados. La verdad, una pinta de drogadicto que mataba. Pero no lo vi agresivo ni nada de eso. Me pareció que estaba tan sorprendido como yo de ver a alguien ahí. Igual yo no quería saber nada de estar con un tipo ahí en un lugar abandonado, y menos que menos pasar la noche ahí.
“Uh… uh, perdón… perdoname…”, atiné a decirle, alejándome un par de pasos por las dudas. El tipo no se me vino encima ni nada, se quedó mirándome.
“Eh… quién sos? Cómo entraste?”, me preguntó
“... por la puerta… estaba abierta, perdoname, ya me voy. Pensé que no había nadie…”, le dije y me giré para salir.
“Para… para… quien sos? Viniste a comprar?”, me preguntó
Yo lo miré sin entender, “Que? No… en serio, pensé que no había nadie… no te quise joder, disculpa, ya me voy.”
El tipo se sonrió y me miró dulcemente, pareció relajarse un poco y que el susto de verme ahí se le había pasado, “Nah, para loca… todo bien, che. Pensé que venías a comprar…todo bien.”
“No.. a comprar? Qué, droga?”, le pregunté. El tipo sonrió y asintió, “Ah, no nada que ver. Estaba buscando un lugar para parar.”
“Para parar posta?”, me preguntó.
“Si, para pasar la noche”, le dije, “Pero en serio, no te quise joder ni asustar, perdoname.”
“Nah, todo bien”, se sonrió, “Por mi quedate, no hay drama. Lugar hay.”
Lo miré detenidamente y no me dió mala vibra ni nada de eso. Pese a su aspecto tenía una voz suave. Me calmó bastante sentir que por lo menos éste no era un mal tipo que me iba a hacer algo. Si, ya se, eran sólo apariencias y yo en verdad que sabía… pero eso era lo que sentí en ese momento. Se lo veía simpático y con algo de buena onda.
“No te jode que me quede?”, le pregunté
“Nah, para nada. Si no es mío ésto…”, se rió, “Cualquiera se puede quedar.”
“Ah… okey. Estas solo? Hay alguien más?”
“Nah, yo solo”, me dijo y se movió un poco invitándome a pasar al living abandonado de la casa. Se había armado una cama con un par de colchones sucios, tenía sillas plegables y una mesita bastante dañadas como mobiliario y tenía una linterna tirada en el piso que daba algo de luz. Por supuesto que el living estaba sucio y con bastantes escombros por todos lados, pero el tipo algo había movido y limpiado para hacerse su espacio.
Yo me senté en el piso, un poco apartada de donde él se sentó. Vi que se prendió un porro y me miraba. Mientras dejaba mi bolso en el piso lo escuché preguntarme, “Qué pasó? Te fuiste de tu casa?”
“Si”, le dije con un suspiro, “Pero es por hoy nada más, mañana seguro vuelvo…”
“Uh, que garrón loco. Todo mal en casa?”, yo le asentí en silencio y seguí ordenando un poco mis cosas en el bolso, “Bueh, todo bien che. Y quedate tranqui que no te voy a hacer nada. No soy de esos, todo bien.”, se rió.
Yo le sonreí, la verdad que no me sentía amenazada para nada. Pese a lo extraño de la situación y la compañía, estaba dentro de todo mejor de lo que pensaba, “Gracias… si, todo bien. Yo no te voy a joder tampoco. Vos hace lo tuyo tranqui.”
“Esta bien, me hacés compañía, re bien…”, me sonrió, “Yo me llamo Mariano, vos?”
“Sara”, le dije con una sonrisa
“Joya Sara, re bien. Me hacés compañía hoy si no estoy solo como un perro”, se rió y le dió una buena seca a su porro, luego ofreciéndomelo, “Queres un toque?”
Yo lo miré y lo dudé un poco. Ya había probado de fumar porro el año pasado, una vez. No era por eso. Me daba algo de cosa por ahí ponerme fumada en esa situación, sola con el tipo. Finalmente le sonreí y le dije que sí. Me acerqué y le di unas buenas secas a su porro. La verdad que era bastante fuerte, nada que ver con el que yo había probado.
Y así nos quedamos los dos sentados. Compartiendo primero uno y después otro porro. Charlando de todo, de nosotros y de la vida. Charlas de porro. En un momento yo busqué en mi bolso y saqué un paquete de galletitas dulces que tenía, que también compartimos mientras fumábamos. A la luz de una linterna, en el living polvoriento de una casa abandonada. Con él me pude abrir y contarle todo lo que me estaba pasando. Creo que entre lo bien que me hicieron sentir los porros y el hecho que no lo conocía, que para mi él era un total extraño, me animó a abrirme y contarle las cosas que me pasaban. Me hizo bien poder hablar con alguien, por más inusual que fuera la compañía y el entorno. Me hizo muy bien.
Después él me contó de su vida. Mariano era de Miramar, ahí había nacido, y tenía 32 años. La verdad que no los parecía, parecía mucho más joven. En su momento largó el colegio y se vino a Buenos Aires a sus 18. Tuvo diez mil trabajos de todo hasta que al final la crisis lo agarró y lo dejó en la calle. Empezó a vender y a usar drogas. De todo tipo, lo que podía conseguir, de unos tipos de Lugano y de Soldati que le vendían. El la revendía y ya tenía algunos clientes fijos. Con eso algo de plata sacaba. Le gustaba parar en ésta casa, me dijo, porque nadie lo jodía y nadie se enteraba que él estaba ahí. El no jodía a ningún vecino. No salía por la calle a robar o a juntar la basura. Si salía a pedir a veces por la calle o por los subtes, o por negocios y casas. Pero él no era chorro. Salía cuando no tenía ventas de sus productos y necesitaba plata.
Me cayó muy bien de entrada. Por supuesto que en ese momento yo no veía todas las señales y todos los comportamientos de Mariano, que a cualquier otra persona le habrían generado ruidos de alarma en la cabeza. Yo estaba en otra y no me daba cuenta. Cualquier cosa que me habría hecho ruido de Mariano yo subconscientemente la hacía a un lado, por lo contenta que estaba de haber hecho un amigo y tener alguien con quien hablar. Alguien que me escuchaba en serio y no me decía ni gorda, ni tetona, ni judía ni nada de eso. Al contrario, cuanto más hablaba con él y más entramos en confianza esa noche, más buena onda le sentía y yo pensaba que era mutuo. A él también le venía muy bien poder hablar con alguien que no lo consideraba inmediatamente un chorro o un drogadicto, pese a que el reconocía que tenía muchos problemas de adicción.
Charlamos muchas horas, conociéndonos, hasta que me agarró finalmente cansancio y vi que eran como las doce de la noche ya. Le dije a Mariano que me iba a ir a dormir, pero por supuesto yo no me había llevado nada como para hacerme una cama. Mi plan original era ir a una pensión y no contemplé la eventualidad de no conseguir una. Cuando me vió suspirar y armarme una especie de cama improvisada con mi ropa para no dormir en el piso se rió. Fue hasta su cama y deslizó uno de los dos colchones apilados que usaba para darme uno. A mi se me partió el corazón de dulzura cuando hizo eso. El tipo que no tenía nada para dar aun así me daba uno de sus colchones. El drogadicto al que todo el mundo y la sociedad le daba vuelta la cara era el único que me trató como una persona y me hizo sentir bien después de tanto tiempo.
Le agradecí con una sonrisa y me acosté en mi lugar, alejado de su colchón y tapándome con una frazada que yo llevaba. El pronto hizo lo mismo, acostándose en el suyo y apagando la linterna. El cayó dormido enseguida, lo noté, pero a mi me costó un montón dormirme. Pese a lo relajada que estaba por los porros que habíamos compartido, extrañaba mucho mi cama y mi casa. Habré estado un par de horas y por fin me estaba durmiendo cuando, en la completa oscuridad de ese living abandonado, sin verlo, escuché a Mariano que se había despertado y se estaba masturbando sin hacer casi nada de ruido bajo su frazada. Habría pensado que yo ya estaba dormida y se animó. Por suerte no duró mucho, finalmente lo escuché acabar y gemir muy suavecito su orgasmo, darse vuelta y volver a dormirse. Haber escuchado eso me calentó muchísimo, debo reconocerlo. Yo también tuve que llevar discretamente mis dedos entre mis piernas y, una vez que me aseguré de que él se había dormido de nuevo, aliviarme a mi misma.
Por supuesto que me imaginé la fantasía más obvia, que durante la noche Mariano se despertaba de nuevo y en lugar de masturbarse, venía a mi colchón y me abrazaba, me besaba y por fin me daba la cogida que ningún hombre me había dado nunca. Y yo lo dejaba, encantada de por fin recibir el placer que me daba un hombre, por primera vez en la vida.
Al otro día nos despertamos a la mañana y desayunamos las galletitas que nos habían quedado de anoche y un jugo de manzana que Mariano tenía. Nos quedamos charlando. Yo perfectamente ya podría haber tomado mis cosas, agradecerle por lo bien que me trató e irme a seguir con mi plan, pero no lo hice. No me pregunten por qué, pero no sentía como que me quería ir. Se lo dije a Mariano y él se sonrió, diciéndo que a él no le importaba que me quedara. Que le gustaba mucho tener mi compañía y que anoche la había pasado muy bien. No se si se refería a nuestra charla o a que él se había imaginado cogiéndome mientras se masturbaba, pero la situación de la noche anterior fue tan obvia que quizás a él se le había pasado por la cabeza lo mismo que a mi.
Boludeamos toda la mañana ahí en la casa abandonada. Yo tenía miedo de salir a la calle por si mi mamá habría llamado a la policía o algo así y estarían buscándome, sin saber que yo estaba tan cerca de casa. Un miedo estúpido, ya se, pero era lo que pensaba. En esa época no mucha gente tenía celulares, yo no tenía, así que no había forma que mi mamá me llamara para saber dónde estaba. Me dio pena por ella, pero junté fuerza interior y me dije que ésto era lo que había decido hacer.
Mariano me sonrió y me dijo que entendía, que si quería me quedara acá adentro porque nadie iba a saber desde afuera que yo estaba acá. A la tarde él tenía que ir a conseguir droga a Lugano para traerla y vender, pero quería que yo me quedara ahí. Me dijo que si quería aprovechar a que él no esté y lavarme, que él juntaba agua de lluvia en un tacho grande en el jardín de atrás, que no tuviera vergüenza y que lo usara para lavarme. Le agradecí y le dije que lo iba a hacer.
Cuando Mariano se fue me quedé sola ahí y comencé a explorar la casa. Era bastante grande, habría sido una linda casona en su época. Por supuesto estaba toda dilapidada y no vi nada fuera de lo ordinario que se pudiera ver en una casa abandonada. Todos los ambientes estaban destruidos, polvorientos y llenos de desechos y cosas. Decidí que mientras Mariano no estaba, lo menos que podía hacer para agradecerle su buena onda anoche era limpiarle un poco el living, ya que él aparentemente no lo hacía. Encontré una escoba en la cocina y le barrí bien todo el piso, luego saqué todos los escombros y desechos que había en el living y los moví a otro ambiente. Aunque sea para que no estuvieran ahí.
Cuando terminé, si bien no era gran cosa, la diferencia era notable. Me fui a lavar con el agua de lluvia que Mariano me había dicho y con un jabón que él había conseguido y dejado ahí. Me sentí un poco mejor, pese a lo fría que estaba el agua. Por lo menos ya me sentía limpia y el living de la casa también lo estaba.
Cuando Mariano volvió a la tardecita me encontró sentada en el living, ya limpio, y se sonrió. Le encantó como había quedado y me lo agradeció. Se había comprado (o mendigado) unas empanadas y tenía otra botella de jugo. Las compartimos enseguida ahí porque yo me estaba muriendo de hambre. Yo tenía plata para quizás salir y comprarme algo, pero tenía miedo de salir a la calle todavía.
Nos quedamos de nuevo charlando de todo hasta que se hizo de noche y cenamos, terminando las empanadas y el jugo. Mariano tenía una radio a pila que la puso bajito para no llamar la atención de afuera de la casa, pero para que por lo menos nos entretuviéramos con algo de música. Nos sentamos los dos hombro con hombro contra una de las paredes, escuchando música y compartiendo uno de sus porros fuertes después de cenar, hablando de nada y de todo.
“Qué fue lo que trajiste de Lugano?”, le pregunté, “De curiosa nomás…”
El se rió, “Me traje de todo. Yerba, pastis… a la gente le gusta la variedad viste.”
“Bueno, ojalá vendas todo!”, le sonreí.
Ahí, tan cerca pegados los dos, vi que me sonrió él también, “Si… se va a vender, tranqui”, me pasó su porro y yo me lo quedé, dándole unas buenas y largas secas. Ya me estaba acostumbrando a los porros de Mariano, “Son re fuertes estas pastis, a los pibes les gustan éstas.”
Yo me quedé pensando un momento en silencio, mientras disfrutaba el humo de la marihuana y lo que me estaba relajando, lo miré y le dije “Son muy caras? Te puedo comprar una?”
Mariano sonrió, “Que, querés probar?”
“Y si.. A ver que onda… si a la gente le gusta…”
“Nah, no te la vendo Sara… si vos me limpiaste todo aca, ni ahí.”, se sonrió, “Si queres compartimos una?”
“Compartimos?”
“Y si, yo una de cada tanda me mando siempre también. Para saber cómo vino la tanda, viste… no puedo vender cualquier cosa, sino se corre la bola y se me van los clientes”, me dijo y revolvió en una de las bolsitas que se trajo, mostrándome una pastilla rosa, bastante chiquita.
“Que tiene?”, le pregunté mirándola.
“Ni idea que tiene, pero te pone de la re pera…”, se rió, “La probamos, querés?”
Yo suspiré, sintiendo un poco de miedo, “No sé, Mariano…”
Mariano me miró suavemente y me puso su brazo alrededor de mis hombros, se sonrió y me dijo “Tranqui Sara… si te pega mal o algo, yo estoy acá. Mejor que ponérsela sola es que tengas a alguien no?”. Yo nada más lo miraba suavemente a los ojos. Sentía su brazo alrededor de mis hombros, la mirada dulce de sus ojos y su sonrisa, la calma que me estaba dando el porro… se me juntó todo.
Muy suavecito y sin dejar de mirarlo le dije, “... bueno, dale…”
Mariano sonrió, “Abrí la boca, a ver…”. Yo abrí mi boca y saqué la lengua un poco. Mariano me puso la pastilla en mi lengua y yo la retraje adentro de mi boca, “No te la tragues… es como un caramelo, deja que se disuelva sola… mirá que es fuerte ésta…”
Yo empecé a hacer lo que me dijo, la verdad que la pastilla no tenía un rico gusto. Tampoco feo, era difícil de describir. Era como un gusto a colorante artificial o algo así, pero suave.
“Y vos?”, le pregunté mientras chupaba la pastilla en mi boca, “Vos no te tomás una?”
Mariano se sonrió y me dijo suavecito, mirándome, “... te dije que la compartíamos…”. Sentí su mano acariciándome la mejilla y de pronto se inclinó y me besó. Sentí su lengua lamerme los labios tan dulcemente y pronto abrí mi boca, dejándola entrar. Los dos gemimos suavecito en la boca del otro, mientras nuestras lenguas se pusieron a jugar con la pastilla, a veces chupándola uno, a veces el otro. A mi me dió un placer enorme sentir su beso. Encima con la excusa de la pastilla fue un beso larguísimo, dulce y profundo, que ninguno de los dos quería largar. En un momento la pastilla ya se había disuelto en nuestras bocas, pero los dos seguíamos besándonos de la misma manera, nuestras lenguas enredándose entre ellas y nuestros labios presionando y presionando cada vez más.
Sin dejar de besarnos sentí su mano que me largó la mejilla y me comenzó a sentir uno de mis enormes pechos. Que sensación hermosa, sentir su mano acariciando y estrujándome ahí. Aunque estaba encima de mi remera, no me importaba. Me hizo sentir una cosquilla entre mis piernas de lo dulce que era la sensación que alguien me tocara los pechos. Siempre habían sido mirados, algunos se burlaban de ellos y de mí, pero ahora estaban siendo apreciados y amados tan dulcemente por Mariano. Que sensación hermosa, de estar siendo amada por un hombre por primera vez…
Entre el porro y la calma que me había dado, lo bien que se sentían los besos y las caricias de Mariano y la pastilla que me había empezado a hacer un suave efecto, mi cabeza estaba empezando a despegar. Me quedaron fragmentos de sensaciones, de palabras que escuchaba y que yo decía. Recuerdo sentir que Mariano me apretó más en su abrazo y sin dejar de llenarme la boca con su lengua, pasó de sentirme las tetas a llevar su mano entre mis piernas, por encima del pantalón, y como me estremeció esa sensación.
Recuerdo mis gemidos suaves de placer y los de él. Los fragmentos se me hacen cada vez más infrecuentes, pero igual de intensos. Recuerdo de pronto estar acostada con él en su colchón, y la sensación de acariciar su torso ya desnudo. La forma que sus dos manos me estrujaban las tetas, ya libres de mi corpiño y mi remera, y la sensación de sus labios succionando mis pezones. Sus dedos sintiéndome los labios vaginales por debajo de mi bombacha y lo húmeda que ya estaba.
Cada vez menos fragmentos, cada vez más lejanos. La sensación hermosa de su pija en mi boca, mi lengua degustandola con pasión, oirlo gemir el placer que yo le estaba dando. Que rica que era su pija, que sensación increíble por fin tener a un hombre en mi boca, después de tanto tiempo de desearlo.
Los fragmentos ya se desdibujan y se me mezclan, las memorias cada vez más disueltas en un tono rojo suave en mi cabeza. Los latidos de mi corazón acelerado. La sensación de su cuerpo flaquito, desnudo sobre el mío, y como su piel y su cuerpo endurecido se acomodaba contra mi suave panza. Mis piernas abiertas para él, la presión de su pija en mi conchita húmeda, hasta que al fin lo sentí entrar. Una vez. Y otra vez. Y un millón de veces más, llenando mi cuerpo de placer con cada empujón de sus flacas caderas. Sentir como mi telita se rompía ante sus embates y no sentir nada de dolor, solo el placer de recibir su pija dura y hermosa aún más profundo dentro mio.
Y antes que se apague todo y yo quedara flotando en un suave y delicado mar oscuro de nada, sentir su grito ya lejano, de placer orgásmico, y sentir su semen caliente en mi conchita una y otra vez, mientras mi cuerpo se retorcía de placer bajo el suyo en mi propio clímax.
Hasta ahí llega lo que me acuerdo de ese momento y de esa noche. Lo que habremos hecho después, realmente no lo sé, no tengo ningún recuerdo. Si se que me desperté a la mañana en su colchón, desnuda y abrazada por el, con rastros ya secos de su semen en mi cara, mi pelo y mis tetas, con una sensación extraña y un poco dolorosa en mi ano, pero un placer en el alma que no había sentido nunca.
Me acurruque un poco en el abrazo de Mariano y sonreí, cerrando los ojos y volviendo a dormir.
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