II. EL TIEMPO
Esos días fueron perfectos para concretar el plan. El marido de Sofía se había llevado a las nenas por el fin de semana y la casa estaba sola. Y ese fin de semana Bruno tocaba con su banda y la idea planteada era que Sole, siempre forzando casualidades y fluidez, se vaya del bar con Bruno a coger a la casa.
Por eso ellas tres estaban ahí, a pesar del calor, de la gente, de los olores y de la cantina.
Cuando terminó de tocar la banda, Sofía llamó a Bruno a sentarse a la mesa. Pareció como orquestado y seguramente ella le había anticipado que iba a presentarle a una amiga.
Luego de la presentación de rigor, de intercambiar algunas risas y felicitaciones falsas por la banda, Sofía le pidió a Laura que la acompañe al baño.
De forma automática, Bruno comenzó a hablar con Sole; mejor dicho, comenzó a darle charla. Y ella, con un poco de lástima y de culpa, empezó a hablarle pero sin estar allí.
Pasaron cuarenta minutos en donde la conversación fue un monólogo de Bruno, y únicamente Sole se limitó a asentir o sonreir sin prestar atención a lo escuchado. No obstante, ella fue matizando esa situación con suaves movimientos de cuello, para un lado y para otro. Lo único que le importaba era aliviar la tensión de su cuello y de sus hombros. Y en cada movimiento volvía a amar el latigazo de las rastas contra su cuello y su pecho. Pensó que quería fluir como su pelo. Que quería fluir al azar, acariciando y golpeando su piel en un roce pendular. Sentía que ella se amaba, que su pelo era su alma. Se excitó por ella misma, por lo que sentía. Y pedía por favor que el chabón se callara.
Sólo mantenía una mueca de sonrisa ante un tedioso monólogo de Bruno. Sole no comprendía ni le interesaba lo que hablaba pero, al mismo tiempo, quería que las palabras sean la sábana, el manto que cubría su cuerpo agitado por sus pensamientos en el sopor de un alcohol que ya pegaba en su cuerpo, para concentrarse en el inicio de una excitación rara ante el descubrimiento de una nueva relación con su pelo, con sus rastas.
El tiempo
fue
confuso
a partir de ese momento.
Y los momentos confundieron al tiempo.
Quizás el alcohol, quizás el aburrimiento, quizás tres energías femeninas y otra masculina tan disímiles provocaron una curvatura del tiempo. La sucesión de eventos pasó a ser una colección de fotos.
Cuando llegaron a la mesa Sofía y Laura, Sole sintió ganas de caminar. Se paró repentinamente y quiso ir al baño, en realidad quería caminar. Se sintió mareada y pensó en el tiempo “¿Cuánto hace que estamos acá?”, se preguntó.
Atravesó las mesas con cierta dificultad y se sonreía pensando; “qué bueno no fijarse en el tiempo”. Cuando salió al patio, que había que cruzar para ir a los baños, dejó libre una carcajada contenida; “que bueno no fijarse en el tiempo pero que él tampoco se fije en mí”, se respondió aliviada y alegre.
Al salir del baño la estaba esperando Bruno, actuando un forzado encuentro casual. Sole se fastidió, pero luego notó que el patio era amplio y que tenía la poca luz suficiente para mirar a las estrellas. Así que tiró su cabeza hacia atrás y jugó a ver las diferentes intensidades de luz de las estrellas, probando entrecerrar y abrir bien grande los ojos. Volvió a abstraerse de la conversación y de la presencia de Bruno pero cada tanto, asentía o se reía si encontraba graciosa la última oración comentada por el flaco.
Sofía y Laura anunciaron que se iban. Bruno se levantó rápido. Sole, lento. Bruno sonrió. Sole suspiró.
Bruno salió junto a Sofía riéndose. En el medio caminaba Laura mirando el celular y atrás, Sole, jugando disimuladamente a dar zancadas amplias para cubrir con sus pasos largos tres baldosas de color verde que se alternaban en un zaguán eterno de la cantina hacia la calle.
Esos días fueron perfectos para concretar el plan. El marido de Sofía se había llevado a las nenas por el fin de semana y la casa estaba sola. Y ese fin de semana Bruno tocaba con su banda y la idea planteada era que Sole, siempre forzando casualidades y fluidez, se vaya del bar con Bruno a coger a la casa.
Por eso ellas tres estaban ahí, a pesar del calor, de la gente, de los olores y de la cantina.
Cuando terminó de tocar la banda, Sofía llamó a Bruno a sentarse a la mesa. Pareció como orquestado y seguramente ella le había anticipado que iba a presentarle a una amiga.
Luego de la presentación de rigor, de intercambiar algunas risas y felicitaciones falsas por la banda, Sofía le pidió a Laura que la acompañe al baño.
De forma automática, Bruno comenzó a hablar con Sole; mejor dicho, comenzó a darle charla. Y ella, con un poco de lástima y de culpa, empezó a hablarle pero sin estar allí.
Pasaron cuarenta minutos en donde la conversación fue un monólogo de Bruno, y únicamente Sole se limitó a asentir o sonreir sin prestar atención a lo escuchado. No obstante, ella fue matizando esa situación con suaves movimientos de cuello, para un lado y para otro. Lo único que le importaba era aliviar la tensión de su cuello y de sus hombros. Y en cada movimiento volvía a amar el latigazo de las rastas contra su cuello y su pecho. Pensó que quería fluir como su pelo. Que quería fluir al azar, acariciando y golpeando su piel en un roce pendular. Sentía que ella se amaba, que su pelo era su alma. Se excitó por ella misma, por lo que sentía. Y pedía por favor que el chabón se callara.
Sólo mantenía una mueca de sonrisa ante un tedioso monólogo de Bruno. Sole no comprendía ni le interesaba lo que hablaba pero, al mismo tiempo, quería que las palabras sean la sábana, el manto que cubría su cuerpo agitado por sus pensamientos en el sopor de un alcohol que ya pegaba en su cuerpo, para concentrarse en el inicio de una excitación rara ante el descubrimiento de una nueva relación con su pelo, con sus rastas.
El tiempo
fue
confuso
a partir de ese momento.
Y los momentos confundieron al tiempo.
Quizás el alcohol, quizás el aburrimiento, quizás tres energías femeninas y otra masculina tan disímiles provocaron una curvatura del tiempo. La sucesión de eventos pasó a ser una colección de fotos.
Cuando llegaron a la mesa Sofía y Laura, Sole sintió ganas de caminar. Se paró repentinamente y quiso ir al baño, en realidad quería caminar. Se sintió mareada y pensó en el tiempo “¿Cuánto hace que estamos acá?”, se preguntó.
Atravesó las mesas con cierta dificultad y se sonreía pensando; “qué bueno no fijarse en el tiempo”. Cuando salió al patio, que había que cruzar para ir a los baños, dejó libre una carcajada contenida; “que bueno no fijarse en el tiempo pero que él tampoco se fije en mí”, se respondió aliviada y alegre.
Al salir del baño la estaba esperando Bruno, actuando un forzado encuentro casual. Sole se fastidió, pero luego notó que el patio era amplio y que tenía la poca luz suficiente para mirar a las estrellas. Así que tiró su cabeza hacia atrás y jugó a ver las diferentes intensidades de luz de las estrellas, probando entrecerrar y abrir bien grande los ojos. Volvió a abstraerse de la conversación y de la presencia de Bruno pero cada tanto, asentía o se reía si encontraba graciosa la última oración comentada por el flaco.
Sofía y Laura anunciaron que se iban. Bruno se levantó rápido. Sole, lento. Bruno sonrió. Sole suspiró.
Bruno salió junto a Sofía riéndose. En el medio caminaba Laura mirando el celular y atrás, Sole, jugando disimuladamente a dar zancadas amplias para cubrir con sus pasos largos tres baldosas de color verde que se alternaban en un zaguán eterno de la cantina hacia la calle.
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