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Cristina

Estar en una familia católica me parecía lo más hermoso del mundo. Adorar a dios era mi vida y toda mi vida me he visto como una mujer santa, probablemente digna de ser la encarnación de María, pero eso era arrogante y la arrogancia era pecado.
Crecer en una familia católica fue sencillo: Rezar, vivir y dedicar mi vida a dios.
No había nada más satisfactorio en mi vida que vivir para servir. Mi ex-novio, otro católico puro, probablemente no podía pedir por un mejor partido. Lo conocí en la iglesia, al parecer nuestras familias eran las que más aportaban donativos a la iglesia local, eso nos daba estatus en la comunidad. ¿Quizás fue amor a primera vista? o tal vez...
Fuimos novios bajo la atenta mirada de nuestros padres por cinco años; cinco años durante los que no nos habíamos besado más que las mejillas. Así es, la castidad era importante y nuestro deber era traer al mundo al próximo mesías.
Una vida pulcra, una vida llena de amor, una vida llena de dios.


¿Qué cambió?

Tal vez no sea "Qué" Sino "por qué"

20 de Abril de 2018, Desperté, era un miércoles, un sol hermoso y despampanante se alzaba desde el Este y lograba escuchar a las aves cantar de alegría, incluso en medio de la ciudad existían esa clase de milagros, para mis 19 años el mundo todavía parecía un lugar fascinante. Mi novio, Daniel, me había dicho que esta noche podríamos ir al cine y yo estaba contenta porque ese día saldría temprano del trabajo y la universidad no era un problema. Me colgué mi cruz y salí para desayunar. El día transcurrió sin muchos problemas, para las 11 de la noche ya estaba lista para encontrarme con Daniel afuera del centro comercial, se había retrasado unos minutos pero no pasaba nada, si quería ser una buena esposa debía ser paciente.
Un lugar en silencio seguía en cartelera y al fin teníamos tiempo para verla, el terror no me daba especial miedo, pero tenía que actuar frente a mi amorcito, le gustaba actuar como un hombre frente a mi y me gustaba que me protegiera. Tomándolo de la mano nos encontrábamos viendo la película en aquella oscura sala.
Un movimiento llamó mi atención a mi izquierda. Daniel a mi derecha inflaba el pecho y levantaba la cabeza ante la pantalla.
Había un hombre sentado al lado de mi. Probablemente rebasara los 50 años, pero no se veía tan gordo, tenía una camisa de cuatros y el pelo ya de un gris oscuro. Me sonreía. Tomó mi mano izquierda bajo el brazal del asiento. El corazón me latía demasiado rápido. Quería vomitar, el cierre de su pantalón estaba abierto y su mano izquierda iba de arriba a abajo sobre su entrepierna. No podía imaginarme la expresión de mi rostro, estaba aterrada. Quité la mano lo más rápido y discreto que pude.
¿Podemos irnos, cariño? mientras volteaba, acercándome al oído de Daniel el señor metió la mano bajo mi falta y sentí su sucia y pecaminosa mano acariciando mis glúteos.
¿Te asusta, gorrioncita? Preguntó Daniel con sorna.
Sí... La voz me tembló y tuve que volver a repetirlo: Sí.
No te preocupes, estoy aquí para protegerte, para siempre, mi tesoro.
Por favor vámonos... apresuré.
Pero... ¿Cuándo volveremos a ver la película?
La podemos ver en DVD cuando salga...
Quedémonos, no pasa nada.
¿Puedo ir al baño?
Si no quieres estar aquí: vete.
Por favor, amor, no seas así. ¿Puedo ir?
Tú sabrás.
Lo siento... Se había molestado y probablemente mi familia me reprendería por hacerlo enojar. 
Las manos del señor estaban cada vez más encima de mí. Acariciaban mis muslos. Se acercó más a mí sólo para tomarme la mano y llevarla a su pene.
Me levanté del asiento.
Lo siento, cariño, olvidé algo en la escuela. Tengo que irme, perdón. Mientras intentaba salir entre las butacas escuché a Daniel bufar un "viejas"; y una risa más cercana, probablemente la del señor.
Bajé los escalones a brincos y salí de la sala lo más rápido que pude. Caminé rápido para salir del cine. La plaza comercial estaba vaciándose. La hora en mi teléfono marcaba las 12. Con pánico corrí hacia el metro, pero las rejas ya estaban en las entradas. No había taxis cerca y no tenía cuenta de Uber. Mi casa quedaba lejos a una hora en auto, 30 minutos en metro y probablemente a dos horas caminando. Si llegaba a casa sola sin duda me iban a regañar. No eran horas para un señorita, sin embargo, no me quedaba de otra...
Los sonidos de motos pasando cerca me hacían sentir algo atemorizada, pero tenía que ser fuerte. Probablemente Daniel ya hubiera salir y me estuviera buscando... ¿Por qué me puse a caminar a casa?
Le marqué a Daniel para que pasara por mí. No contestó las primeras 3 veces, debía estar enojado. A la cuarta vez contestó, pero no dijo nada. 
Daniel, por favor perdóname, perdóname, mi amor ¿Puedes pasar por mí? creo que estoy perdida. Lamento haber sido tan tonta.
Escuché la linea cortarse del otro lado. Me había dejado varada. Le envié mi ubicación de cualquier manera.

Llevaba una hora caminando, ya casi no escuchaba autos, sin embargo, a mi espalda lograba escuchar música amortiguada, era un auto que se acercaba, algunos gritos y risas se hacían cada vez más fuertes.
Era una camioneta. Se detuvo al lado mío.
¿Cuánto y por qué tan caro?  Eran 5 chicos en, probablemente vinieran de alguna fiesta.
¡No soy prostituta! Seguí caminando tratando de evitar más contacto con ellos. 
¡Oye, oye! ¡Lo sentimos! Dijo uno de los chicos, tenía cabello negro y ojos grises, probablemente fuera el mayor, se veía razonable. Mira, es tarde, veo que vas en nuestra misma dirección y está colonia es peligrosa ¿Quieres venir con nosotros? Te podemos llevar a casa si quieres.
Muchas gracias, pero ya estoy cerca de casa.
¡Oh¡ Entonces podemos escoltarte hasta allá, hay que cuidar a las mujeres actualmente. El mundo está lleno de locos.
No, gracias, de verdad se los agradezco, alguien va a pasar por mí... Mi teléfono comenzó a sonar.
¡ERES UNA PUTA! SABÍA QUE TE QUERÍAS IR PORQUE NO QUERÍAS ESTAR CONMIGO. Su grito se escuchaba tan fuerte que los chicos de la camioneta  hicieron gestos de preocupación.
Amor, ¿De qué hablas? 
¿¡ME TOMAS POR IDIOTA!? ESPERA A QUE TUS PADRES LO SEPAN, QUE SEPAN QUE ERES UNA SUCIA PUTA. PROSTITUYENDOTE tomó un momento para respirar EN LA CALLE COMO UNA RAMERA.
Volteé a ver a cada extremo de la avenida y a lo lejos, gracias a la luz de otro auto, logré ver la silueta del automóvil de Daniel.
NO, POR FAVOR, DANIEL. NO ES ESO.
Adiós.
El auto aceleró.

Oye... Dijo el chico que me había hecho la invitación antes. ¿te sientes bien?
Sí... Sólo. Sentía el nudo en la garganta, mis hombros temblar y por mis mejillas sentí algo cálido enfriarse conforme descendía.
Oye, amiga... El que parecía más joven, con cabello rulo, rubio y delgaducho con frenos se bajó del auto. Ven, ven. Dijo con gentileza. Te llevaremos a tu casa. Sólo dinos dónde es. Me tomó del hombro y me dirigió a la camioneta. 
Los otros pasajeros se movieron para hacerme espacio, pero al final terminé sentada sobre las piernas de uno.
Eh, la serpiente en el pantalón, griego. Dijo el mayor.
Les di mi dirección y de pusieron en marcha. Yo lloraba sobre las piernas del griego mientras intentaban consolarme. Uno de ellos puso su mano en mi pierna. Ni lo noté. Otro acariciaba mi cabello y debajo de mí sentía algo ponerse duro. Las manos del griego estaban en mi cintura.

Daba igual. ¿De qué me había servido vivir para dios? Sólo me gritaban a la mínima. Sólo me regañaban. Sólo terminaba llorando porque no era suficientemente buena. Aún así había algo mal en todo esto. No me molestaba que me tocaran. No me molestaba sentir la erección del griego. No me molestaba notar que la camioneta se había desviado hacía dos cuadras.
¿Por qué?

Fin parte 1.

Continuación: 

Aquí me quise sentir Cormac McArthy con la estructura del texto y los diálogos. Escribí esto en un golpe creativo que me dio ahorita mismo y mis mis intenciones para este texto eran diferentes a lo que terminó siendo.

Cristina

1 comentarios - Cristina

ObyJuan
Que paso con la esclava rusa ?