Se recostó boca abajo en la cama, adoptando mi posición favorita.
Vicky no se sentía muy bien y preguntó si yo podía ayudarla.
Le contesté que lo mejor por hacer, era darle una enema…
“Como cuando era chica…” Sonrió ella, mientras sus dedos comenzaban a deslizar la bombacha de algodón por sus muslos.
Quedé extasiada mirando sus redondos y delicados glúteos.
Sus inquietos dedos separaron esa maravilla y entonces su apretado orificio se abrió como una flor. Le pregunté si quería usar vaselina.
Vicky soltó una carcajada, a pesar de la molestia que sentía en su vientre y dijo que su lindo agujerito estaba acostumbrado a sentir cosas más gruesas que el pico de una simple enema.
Insistí, diciéndole que no le quería provocar dolor.
Embadurné mis dedos en vaselina y empecé introduciendo uno, para dilatar esa estrecha entrada. Enseguida entró también el mayor. Vicky suspiró.
Me entusiasmé, mientras miraba de reojo esa enema ya preparada.
Ella comenzó a jadear y a retorcer su esbelto cuerpo.
Mis dedos seguían trabajando a todo vapor, mientras ella comenzaba a aullar de placer, tratando de escapar de su destino de ser una perra.
Acabó; acabó aullando a todo pulmón, como loca.
Mis dedos salieron victoriosos, satisfechos con la dilatación lograda.
Vicky me miró por sobre su redondeado hombro.
“Ya no me duele más…” Suspiró…
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