Capitulo 1: Un Alumno Difícil
Daniel siempre había sido un torrente de opiniones fuertes, a pesar de que su cuerpo no lo acompañara. Con apenas 21 años, se erguía a una estatura modesta de 1.65 metros, luciendo un cuerpo delgado, un rostro juvenil y lampiño, una piel suave y una vocecita aguda. Pese a eso, era arrogante y confrontativo, Daniel no temía al debate; su postura política de derecha era como una bandera ondeando en un campo de ideas progresistas que dominaban el campus de su universidad. En un ambiente donde el consenso era la norma, él se erguía como el inusual rebelde, desafiando las narrativas predominantes. No le importaba ser considerado el “raro” en las discusiones; más bien, disfrutaba el papel de provocador, sacando a relucir las contradicciones de sus compañeros con un ingenio mordaz.
En la universidad, su presencia era inconfundible. Aunque físicamente no causara una gran impresión, su habilidad para captar la atención no provenía de su apariencia, sino de la intensidad de su caracter.
Pero Daniel tenía un némesis, su profesora de estudios de género, Valeria Salazar, no solo era una de las docentes más atractivas del departamento; su aura de feminismo radical la precedía. Alta y de porte imponente, irradiaba una confianza que resultaba intimidante. Para Daniel, la manera en que ella convertía cada discusión en una batalla contra el patriarcado chocaba con su forma de pensar y a él le encantaba desafiarla. Las clases salían convertirse en un campo de batalla verbal donde no temía levantar la mano y cuestionar sus argumentos. Sin embargo, aquel día, el ambiente en el aula se tornó más tenso de lo habitual. Exasperado, su voz resonó:
—¡La masculinidad es sinónimo de fortaleza, control y poder! El hombre debe ser quien manda, quien dirige. ¡La mujer solo debe seguirlo!
Valeria, con una sonrisa buelona, se acercó a él con paso firme, como si supiera que había encontrado la oportunidad perfecta para exponerlo ahora que habia ido muy lejos.
—Es interesante escuchar eso, Daniel —dijo, dejando que sus palabras flotaran en el aire como un veneno—. Estaba esperando un comentario como el tuyo, pero me pregunto… ¿tú realmente encarnas esa masculinidad de la que hablas?
Los murmullos en la clase se apagaron. Sus compañeros, expectantes, observaban cómo Valeria tomaba el control de la situación.
—Te pasas el semestre hablando de lo que significa ser un hombre, pero ¿de verdad te ves como tal? Digo, mírate, pareces más un niño que un hombre, te falta algo esencial… no sé, ¿será esa confianza que a menudo se asocia con el... Tamaño? Y lanzó una picara mirada a la altura de su entrepierna a vista de todos.
Se escucharon algunas risitas, un eco de complicidad que resonaba en el aula. Daniel sintió cómo su interior se contraía, una mezcla de vergüenza y frustración lo invadió. Intentó mantener la compostura, pero el peso de su inseguridad lo aplastaba.
—¿Te crees con derecho a juzgar mi masculinidad? —replicó, su voz temblando al intentar recuperar su dignidad.
—No se trata de juzgarte, Daniel. Se trata de ser honesto contigo mismo. Hablas de poder y dominio, pero tu presencia aquí habla por ti. Al final, ¿acaso no es curioso que te aferras a esas ideas en lugar de aceptar quién eres? Porque, seamos sinceros, ni tu físico ni tu actitud gritan "masculinidad". Y quizás eso es lo que más te duele, incluso más que el hecho de que no todos los hombres son como te gustaría imaginar.
Daniel no pudo responder más. Valeria había expuesto su mayor inseguridad ante toda la clase, y las palabras resonaban en su mente como un eco implacable. La risa de sus compañeras retumbaba en sus oídos, como un recordatorio cruel de lo vulnerable que se sentía en ese momento. Se sintió como si estuviera de pie en un escenario, desnudo, con las luces brillando sobre él, cada mirada dirigida a sus debilidades más íntimas.
La confianza que siempre había intentado proyectar se desvaneció. Su cuerpo, pequeño y delicado, parecía encogerse aún más bajo la presión de la atención que recibía. No podía soportar la sensación de ser el blanco de risas y murmullos, el objeto de un espectáculo al que no había consentido asistir.
—Y es precisamente esta inseguridad la que queremos explorar, Daniel —dijo Valeria, su tono casi paternal, pero implacable—. La forma en que nos relacionamos con nuestras propias masculinidades puede ser reveladora. A veces, lo que creemos que es fortaleza puede ser una máscara que oculta nuestras verdaderas luchas.
La mirada penetrante de Valeria se fijó en él, y Daniel sintió que se deslizaba hacia el abismo de la autocompasión. No era solo la burla lo que lo lastimaba; era el hecho de que Valeria había desnudado una parte de él que había intentado esconder incluso de sí mismo. El miedo a ser juzgado, a no estar a la altura de lo que él pensaba que significaba ser un hombre, lo envolvía como una manta pesada.
En el fragor de sus emociones, la presión se volvió insoportable. Los murmullos, las risas, la mirada inquisitiva de Valeria, todo se fusionó en una cacofonía que aplastaba su espíritu. Las lágrimas comenzaron a arder en sus ojos. Sintió cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor, la fortaleza que había intentado proyectar desvaneciéndose como humo.
Un sollozo involuntario escapó de sus labios, y antes de que pudiera pensarlo, se dio la vuelta y corrió hacia la salida. La puerta se cerró tras él con un estruendo que resonó en el aula.
Capitulo 2: La Invitación
En los días que siguieron al vergonzoso enfrentamiento con Valeria, Daniel se convirtió en un fantasma en la universidad. La escena humillante en la que había terminado al borde de las lágrimas era el chisme preferido de todos; pareciera que hasta los muros de los pasillos murmuraban sobre el “pequeño de derechas” que había sido destrozado en plena clase. Ya ni se molestaba en acercarse a sus compañeros; prefería comer solo, esquivando miradas y risitas en la cafetería, donde intentaba que los auriculares y el libro de turno fueran su refugio contra las miradas burlonas.
Sin embargo, ese día algo diferente rompió su soledad. Estaba sumido en su plato de pasta cuando una voz alegre lo sacó de su trance. Frente a él estaba Natalia, una chica un año mayor, de piel clara y rostro angelical, con ojos grandes y una sonrisa dulce. Sus curvas llamaban la atención en cada rincón del campus: piernas largas, caderas generosas, un busto prominente que no pasaba desapercibido y un toque inocente que la hacía aún más deseable. Era de esas personas cuya presencia hacía que Daniel sintiera que estaba fuera de su liga. Así que, cuando ella pidió permiso para sentarse, él casi se atragantó con el bocado que acababa de llevarse a la boca.
Natalia le lanzó una sonrisa amistosa, ignorando con aparente despreocupación la nube de rumores que lo rodeaba. Le hizo una conversación animada sobre temas ligeros, riendo a cada comentario tímido o torpe que él conseguía decir. Daniel estaba embelesado, casi paralizado, apenas procesando la conversación. No podía creer que alguien como ella se acercara, mucho menos para hablarle con esa cercanía. Atrapado por su encanto y sintiéndose como un niño ante una estrella de cine, solo se atrevía a asentir de vez en cuando, observando sin disimulo la forma en que sus labios se movían o cómo su cabello caía sobre sus hombros.
Al final de la conversación, Natalia sonrió aún más y, sin previo aviso, le puso una mano en el brazo. Sus dedos cálidos le hicieron dar un respingo. Con una expresión coqueta, le informó que ese fin de semana organizaba una fiesta en su casa, invitándolo de una manera casual, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Daniel dudó, recordando las fiestas a las que había sido invitado solo para sentir que no encajaba en absoluto. Pero Natalia insistió, apoyándose un poco más en él, haciendo que sus pechos rozaran ligeramente su brazo. Era un gesto casual, pero el toque suave de su piel envió un escalofrío por todo su cuerpo. Con el corazón latiéndole fuerte y sus palabras apenas balbuceando, Daniel aceptó, sintiéndose como si acabara de ganar un premio inesperado.
Mientras Natalia se levantaba para despedirse, Daniel se quedó en su lugar, mirando cómo ella se alejaba con pasos seguros y gráciles. Apenas podía asimilar lo que acababa de pasar.
Daniel pasó el resto de la semana debatiéndose entre si realmente debía ir a la fiesta de Natalia o no. La posibilidad de que todo fuera una broma le rondaba la cabeza; después de lo que había sucedido con Valeria, su confianza estaba por los suelos. ¿Por qué una chica como Natalia, atractiva y popular, se fijaría en él? Nada de eso tenía sentido. Pero, al mismo tiempo, la idea de perder la oportunidad de estar cerca de ella, aunque solo fuera por una noche, se le antojaba imposible de rechazar.
Finalmente, la curiosidad y una pizca de esperanza lo vencieron. Aún incrédulo, decidió alistarse y asistir a la fiesta. Escogió su mejor ropa, buscando sin éxito parecer más confiado de lo que realmente estaba. Al llegar, quedó impresionado al ver la enorme casa de Natalia; claramente provenía de una familia adinerada, y eso solo aumentaba la ansiedad que le retumbaba en el pecho.
Respiró hondo y tocó el timbre. Los segundos se le hicieron eternos, cada uno más largo que el anterior, hasta que finalmente la puerta se abrió. Y allí estaba Natalia, luciendo más hermosa de lo que nunca la había visto. Vestía un corto vestido blanco que abrazaba cada curva de su figura, con un escote pronunciado que dejaba poco a la imaginación. Daniel intentó disimular, pero la fascinación en su rostro era evidente, y Natalia sonrió divertida al notarlo.
—¡Me alegra que hayas venido! —dijo ella, dándole la bienvenida con un tono cálido.
Daniel apenas pudo balbucear un “gracias” mientras ella lo guiaba hacia la fiesta. La música estaba a buen volumen, y las pocas invitadas ya comenzaban a animarse. Natalia le ofreció una bebida, y ambos se pusieron a charlar, intercambiando miradas y sonrisas. A medida que los tragos pasaban, Daniel se relajaba un poco más, aunque seguía sintiéndose en un sueño cada vez que Natalia lo miraba.
Después de un rato, ella lo tomó suavemente de la muñeca y le dijo, con una sonrisa traviesa:
—Vamos, quiero enseñarte algo en mi habitación.
Daniel sintió que el corazón le daba un vuelco. Trató de mantener la calma mientras Natalia lo llevaba hacia el segundo piso, donde los sonidos de la fiesta se volvían más distantes y la atmósfera más íntima.
Al llegar a su habitación, Natalia cerró la puerta detrás de ellos, y Daniel tragó saliva, cada vez más nervioso y fascinado al mismo tiempo.
Natalia se sentó en la cama, mirándolo con esos ojos claros y brillantes que parecían leer cada pensamiento que le pasaba por la cabeza. Con un tono suave, lo invitó a acercarse, mientras Daniel, aún aturdido, se preguntaba si en verdad estaba a punto de vivir una noche que jamás olvidaría.
Los labios de Natalia se unieron a los de Daniel, atrapándolo en un beso que parecía sacado de una película. Para él, era la primera vez que besaba a una chica, y se notaba en su torpeza, pero Natalia, con toda la seguridad del mundo, tomó el control. Sus manos se movían con una destreza inquietante, deslizándose por su cuerpo mientras, casi sin que él se diera cuenta, iba quitándole la ropa. Primero la camisa, luego la faja que llevaba apretada alrededor de la cintura, y finalmente el pantalón. Cada prenda caía al suelo, pero Daniel no notaba nada, estaba demasiado hipnotizado por el magnetismo de Natalia, que parecía saber exactamente qué hacer para mantenerlo bajo su dominio.
Los juegos de Natalia comenzaron a tornarse más intensos, y aunque algo en el fondo de Daniel le advertía que aquello no parecía del todo normal, él se dejaba llevar, con la mente nublada por la emoción y el deseo. Todo cambió de golpe cuando sintió algo frío y metálico rodear sus muñecas, seguido del sonido de un click. Natalia lo había esposado con las manos a su espalda. Daniel parpadeó, desconcertado, tratando de recuperar el control de la situación.
—¿Qué…? —empezó a decir, pero antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, Natalia lo empujó con fuerza, haciéndolo caer de espaldas sobre la cama.
El comportamiento de Natalia cambió en un instante. La dulzura y amabilidad con las que lo había tratado hasta entonces se desvanecieron, y en su lugar apareció una expresión fría y burlona. Daniel trató de incorporarse, confuso y asustado, pero las esposas le impedían moverse con libertad.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, con un tono entre asombro y pánico.
Natalia le respondió solo con una sonrisa burlona, como si lo que estaba ocurriendo fuera parte de un juego al que él aún no entendía las reglas. Sin decir nada, se levantó y se dirigió hacia la puerta de la habitación. Daniel sintió que el miedo empezaba a apoderarse de él cuando vio cómo Natalia abría la puerta y dejaba entrar a varias chicas más.
Para su horror, reconoció de inmediato a aquellas que ahora llenaban la habitación: eran las chicas más populares de la universidad, la élite que todos admiraban y a la que pocos tenían acceso.
Todas llevaban batas negras que les daban un aire de misticismo y poder, y sus miradas lo examinaban con una mezcla de burla y diversión. Daniel, inmóvil en la cama y apenas cubierto por su ropa interior, apenas podía comprender qué estaba ocurriendo, pero cada segundo que pasaba hacía que la situación le resultara más surrealista y aterradora.
La última persona en entrar fue quien le hizo sentir que su peor pesadilla se había hecho realidad. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Valeria Salazar, su profesora de Estudios de Género, la misma que lo había humillado frente a toda la clase. Valeria llevaba una bata similar, pero su expresión no dejaba dudas de que estaba disfrutando cada segundo de la escena.
—¿Te sorprende verme aquí, Daniel? —dijo Valeria con una sonrisa perversa, mientras se acercaba con pasos lentos y seguros.
Daniel tragó saliva, sintiéndose atrapado y vulnerable. Apenas podía sostener la mirada de su profesora. Sin escapatoria, comprendió que estaba a merced de aquellas chicas, con Valeria liderando aquella extraña ceremonia.
Capitulo 3: El Examen Final
Daniel sintió que el aire se le escapaba al verse rodeado por todas aquellas chicas. Estaban demasiado cerca, mirándolo con esa mezcla de burla y superioridad que le hacía sentirse más pequeño de lo que ya era. Intentó retroceder, incluso hacer un amago de escape, pero una de las chicas, alta y de aspecto atlético, lo atrapó con una facilidad humillante, sujetándolo con una firmeza que le recordaba cuán debil era su resistencia en comparación.
—¿Qué pasa, Daniel? —le susurró al oído con una sonrisa irónica—. Pensé que los hombres no huían. No me digas que tienes miedo de un grupo de chicas…
Daniel intentó replicar, pero las palabras se le ahogaron. Finalmente, con la voz temblorosa, logró preguntar:
—¿Qué… qué se supone que es esto?
Fue Valeria quien respondió, dando un paso al frente, su mirada llena de satisfacción.
—Es una lección, Daniel —dijo, su voz helada y firme—. Las chicas y yo estamos hartas de tu comportamiento de pequeño gusano misógino. Así que decidimos que era hora de bajarte los humos… de una vez y para siempre.
A su alrededor, las chicas asintieron, y Daniel sintió un nudo en el estómago. Valeria continuó, inclinando la cabeza con una sonrisa mordaz:
—Y hablando de pequeños gusanos… creo que ya es hora de que nos muestres esa “hombría” de la que tanto presumes, ¿no es así, chicas?
Un coro de risitas llenó la habitación. Daniel estaba paralizado, su rostro se encendía en una mezcla de vergüenza y horror. Antes de que pudiera reaccionar, Valeria hizo una seña a una de las chicas, quien se inclinó con una sonrisa divertida y se arrodilló frente a él. Con total naturalidad, deslizó los dedos dentro del elástico de su bóxer y, con un rápido tirón, lo bajó hasta los tobillos.
La desnudez de Daniel, tan inesperada y vulnerable, dejó a todas las chicas boquiabiertas por un instante antes de que sus miradas se entrecruzaran en una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Pero eso es todo? —dijo una de las chicas entre risas, inclinándose para observar mejor—. Vaya, Daniel, no me lo tomes a mal… pero eso parece más un… un…
Otra chica, sin perder la oportunidad, se adelantó con una sonrisa burlona:
—¿Un clítoris? —soltó, causando una explosión de risas a su alrededor—.
Daniel, sintiendo su rostro arder de vergüenza, quiso cubrirse, pero sus manos esposadas lo dejaban sin posibilidad de esconderse.
Valeria esbozó una sonrisa burlona mientras sus ojos escaneaban a Daniel de pies a cabeza.
—Sabes, Danielito, siempre supe que tenías un pene pequeño. Es tan típico de los tipitos enojados y misóginos como tú. —hizo una pausa, observándolo como si cada palabra fuera una daga que clavaba sin compasión—. Bueno, chicas, creo que es el momento de mostrarle la sorpresa que le preparamos.
Daniel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las chicas se miraron entre ellas, con sonrisas cómplices y ojos brillantes de anticipación. Valeria comenzó a contar en voz alta, creando una atmósfera de tensión.
—Tres... dos... uno...
En un movimiento perfectamente sincronizado, todas las chicas dejaron caer sus batas al suelo, revelando lo que llevaban debajo. Cada una portaba un arnés con un dildo ceñido a sus caderas, todos idénticos de un profundo color chocolate oscuro, sus formas eran largas y gruesas, imitando miembros de hombres de raza negra con un nivel de detalle que los hacía parecer casi vivos.
—¿Qué opinas, Daniel? —se burló Valeria—. Nos pareció justo darte una probadita de lo que se siente estar al otro lado del privilegio. Es hora de que experimentes un poco de... Opresión femenina, cariño.
Las mujeres lanzaron un grito en coro, como un rugido de guerra que resonó en la habitación. Daniel sintió cómo se le helaba la sangre.
—Pero primero creo que es justo que Danielin nos ayude a relajarnos un poco —anunció Valeria, su voz llena de picardía mientras sus ojos brillaban con malicia.
Con un gesto sutil, hizo una seña a la chica alta, quien se movió con confianza hacia Daniel y, en un movimiento rápido, lo colocó de rodillas, dejando al chico sin más opción que someterse a la situación.
—Vamos a ver si esa boquita tuya puede hacer más cosas que decir comentarios misóginos —le soltó una de las chicas poniendo el strap-on frente a su cara con un aire desafiante.
—Chupa, puta.
Con un suspiro tembloroso, Daniel se obligó a abrir los labios, sintiendo cómo la presión del strap-on lo empujaba a una experiencia que nunca había imaginado. La sensación de la silicona contra su lengua era extraña y abrumadora. Se encontró en un mar de sensaciones, donde el frío del juguete contrastaba con el calor de su boca. A medida que comenzaba a moverse, su mente luchaba entre la humillación y la necesidad de adaptarse a la situación.
—Eso es, cariño —animó una de las chicas, sus ojos brillando de diversión—. ¡Muéstranos como se hace!
Con cada lamida, con cada movimiento de su lengua, la burla de las chicas se intensificaba. Él se esforzó por concentrarse en el momento, aunque las risas y los comentarios no cesaban.
—¿No se suponía que eras el gran macho? —se burló otra chica, con un tono lleno de picardía.
La chica sonrió, complacida, mientras se retiraba, dejando espacio para la siguiente.
—Ahora me toca a mí —anunció una de las chicas, que había estado observando con ansias. Con un destello en sus ojos, se acercó, ajustándose el strap-on con un toque juguetón—. Espero que estés listo, Dani.
A medida que el siguiente juguete se acercaba a su boca, él sintió una mezcla de resignación y agotamiento. A pesar de que ya había luchado con el primero, ahora se daba cuenta de que tendría que enfrentarse a cada strap-on que le presentaban.
Las chicas a su alrededor reían y animaban, disfrutando de su desesperación mientras cada una de ellas esperaba su turno, cada una exigiendo que él las complaciera de la misma manera, y Daniel no podía evitar sentir cómo su garganta se apretaba con cada nuevo esfuerzo. La presión era constante, y aunque intentaba acomodarse, pronto se dio cuenta de que sus labios y su garganta estaban siendo forzados al límite.
—¡Eso es! —gritó una chica entre risas—. ¡Que bien la chupa el machirulo este!
La saliva resbalaba por sus labios, y a pesar de su esfuerzo, el sabor de la silicona se volvía cada vez más familiar.
—Asegúrate de que quede bien húmedo —dijo otra chica, mientras observaba atentamente—. ¡Necesitamos que estés listo para el siguiente!
Finalmente, cuando la última chica se retiró, Daniel sintió que sus labios estaban inflados y doloridos, y su garganta ardía con cada trago de aire que tomaba.
—Quítenle las esposas— ordenó Valeria y luego con un tono de autoridad que resonó en la habitación se dirigió a Daniel una vez que este estuvo liberado—. Ponte de cuatro patas sobre la cama.
La orden flotó en el aire, y por un momento, Daniel se quedó paralizado. La idea de colocarse en esa posición lo llenaba de una mezcla de vergüenza y resistencia. Su mente se debatía entre la indignación y la realidad de su situación, sabiendo que no podía escapar.
Con un suspiro resignado, Daniel se acercó a la cama. Se arrodilló, sintiendo cómo la tela suave de las sábanas se deslizaba bajo sus manos y rodillas.
La posición lo dejaba completamente a la merced de las chicas, quienes se tomaron un momento para observarlo. Sus ojos se deslizaban por la silueta de Daniel, por la curva de su espalda, el sutil arqueo de su cintura y la forma redonda y tensa de sus nalgas. El chico sentía su mirada como un peso tangible, una mezcla de humillación y una extraña anticipación que lo quemaba desde dentro.
Las mujeres lo observaban con sonrisas complacidas, algunas de ellas inclinándose hacia adelante para no perderse ni un detalle de lo que estaba por suceder.
—Qué lindo te ves así. Demasiado lindo para ser un hombre, en realidad. —Le solto Valeria.
Entonces, sintió el frío del lubricante sobre su piel, un contraste inmediato con el calor que le subía por el rostro. Valeria se tomaba su tiempo, sus dedos deslizándose con cuidado y precisión, asegurándose de que cada gesto fuera un recordatorio de quién estaba al mando. No había prisa en sus movimientos; ella disfrutaba de cada segundo, como si estuviera saboreando la anticipación de lo que estaba por venir.
Daniel cerró los ojos, tratando de controlar su respiración. Sabía que cada segundo en esa posición lo hacía ver más indefenso y expuesto, y cada gesto de Valeria era un recordatorio de lo pequeño y frágil que se sentía. Pero, por más que intentara despejar su mente, la combinación de los susurros, las risas y las manos de Valeria se volvían una corriente imposible de ignorar.
Daniel se tensó de inmediato, sintiendo la presión inicial que lo hizo contener la respiración por un momento. Valeria avanzaba despacio, asegurándose de que él percibiera como aquel enorme dildo se abría paso dentro de su culo. La sensación era completamente nueva para él, la firmeza en los movimientos de Valeria y su tono autoritario lo mantenían en su sitio, atrapado entre la incomodidad y una extraña expectativa.
Alrededor, las alumnas observaban con atención, sin perderse un solo detalle. Sus miradas eran una mezcla de curiosidad y sorpresa, como si estuvieran siendo testigos de una experiencia que nunca esperaron ver. La atmósfera tenía algo de teatral, casi ritual, y los murmullos bajos rompían el silencio con ligeras risitas aquí y allá.
Valeria continuó empujando el dildo, avanzando con movimientos cada vez más firmes, como si disfrutara de cada reacción que conseguía de Daniel. La sensación de ser penetrado, junto con los comentarios de las chicas, hacía que cada empuje se sintiera como una afirmación de su impotencia. No solo estaban observando lo que sucedía; lo estaban evaluando, juzgando su debilidad y exponiéndola sin reparos.
Los movimientos se hicieron más intensos y controlados, y Daniel no pudo evitar soltar pequeños jadeos que mezclaban la incomodidad y la vergüenza. Sentía cómo el strapon lo llenaba de una manera implacable, cada centímetro una declaración de su sumisión frente a esas mujeres.
—¡Esta gimiendo! —exclamó una estudiante, soltando una carcajada—. Parece que le gusta.
Valeria volvió a aumentar el ritmo con sus caderas, sus uñas se clavaron con firmeza en las nalgas de Daniel.
—¿Eres mi putita Daniel? —le espetó con voz desafiante.
Daniel se quedó en silencio, atrapado en la confusión y la vergüenza, mientras las embestidas se volvían más intensas, más salvajes. Una mano firme le dio una fuerte nalgada que resonó por toda la habitación, un recordatorio claro de quién tenía el control.
—¡Responde! —exigió Valeria, su voz retumbando en el aire.
—Si... —murmuró Daniel, casi sin poder articular las palabras.
—¿Si qué? —insistió ella, manteniendo la presión.
—Soy... —su voz se quebró, y finalmente soltó—. Soy tu putita.
Las risas estallaron a su alrededor, llenando el ambiente con una mezcla de burla y euforia.
—¡Vamos, gime! ¡Gime como una putita! —gritó, animando a Daniel a dejarse llevar por la situación.
A pesar de la confusión, se permitió sucumbir a la presión del momento, dejando escapar sonidos miy poco dignos que resonaban por toda la habitación.
La risa y el alboroto a su alrededor se convirtieron en una sinfonía que resonaba en sus oídos, como un canto antiguo que lo llamaba a entregarse por completo a la experiencia. Era como si cada empujón de Valeria fuese un latido que lo llevaba más allá de sus límites, cada movimiento una caricia de fuego que desnudaba su alma. En ese vaivén de placer y humillación, la línea entre el dolor y el deleite se desdibujaba, y Daniel se encontraba en un estado de trance, como si estuviera flotando en un océano de sensaciones intensas.
Entonces, en medio de la risa y los murmullos, sintió que se desbordaba. La presión acumulada en su ser estalló en un clímax sublime. Era como si todas sus inseguridades, sus miedos y su vergüenza se disolvieran en un solo momento de pura liberación.
Al tiempo que el sonido que brotó de su boca escapaba sin control, era un eco de su vulnerabilidad; no era solo un sonido, era una declaración de su entrega. Un grito que desafiaba las convenciones, un himno que resonaba con la liberación de lo reprimido. A los ojos de todas las presentes, Daniel se transformó en un espectáculo de humanidad cruda, donde su esencia se liberaba, y por un breve instante, la vergüenza se convertía en liberación.
Mientras el último eco de su sonido se desvanecía en el aire, sintió cómo el aluvión de miradas lo envolvía, transformando su momento de descontrol en un acto de sublime autenticidad. En ese clímax, se dio cuenta de que había encontrado un lugar donde, a pesar de todo, podía ser realmente él mismo.
Finalmente, cuando pensaba que no podía soportarlo más, Valeria se detuvo, pero no antes de inclinarse una última vez para susurrarle al oído:
— Recuerda esto, Daniel. Ahora eres nuestro pequeño juguete.
Las mujeres alrededor estallaron en risas y aplausos, mientras Valeria se levantaba con calma, retirándose el arnés con un aire triunfante. Daniel se desplomo sobre su estomago, temblando, con el cuerpo aún tenso y la mente hecha pedazos. Sabía que había sido completamente despojado de cualquier apariencia de masculinidad, y que, de alguna manera, esto solo había sido el comienzo.
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Muchas gracias por leer este relato, espero que les haya gustado. Si les interesa leer más de este tipo de historias les dejo otras historias más y espero volver pronto con más. Cuidense 😊
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Daniel siempre había sido un torrente de opiniones fuertes, a pesar de que su cuerpo no lo acompañara. Con apenas 21 años, se erguía a una estatura modesta de 1.65 metros, luciendo un cuerpo delgado, un rostro juvenil y lampiño, una piel suave y una vocecita aguda. Pese a eso, era arrogante y confrontativo, Daniel no temía al debate; su postura política de derecha era como una bandera ondeando en un campo de ideas progresistas que dominaban el campus de su universidad. En un ambiente donde el consenso era la norma, él se erguía como el inusual rebelde, desafiando las narrativas predominantes. No le importaba ser considerado el “raro” en las discusiones; más bien, disfrutaba el papel de provocador, sacando a relucir las contradicciones de sus compañeros con un ingenio mordaz.
En la universidad, su presencia era inconfundible. Aunque físicamente no causara una gran impresión, su habilidad para captar la atención no provenía de su apariencia, sino de la intensidad de su caracter.
Pero Daniel tenía un némesis, su profesora de estudios de género, Valeria Salazar, no solo era una de las docentes más atractivas del departamento; su aura de feminismo radical la precedía. Alta y de porte imponente, irradiaba una confianza que resultaba intimidante. Para Daniel, la manera en que ella convertía cada discusión en una batalla contra el patriarcado chocaba con su forma de pensar y a él le encantaba desafiarla. Las clases salían convertirse en un campo de batalla verbal donde no temía levantar la mano y cuestionar sus argumentos. Sin embargo, aquel día, el ambiente en el aula se tornó más tenso de lo habitual. Exasperado, su voz resonó:
—¡La masculinidad es sinónimo de fortaleza, control y poder! El hombre debe ser quien manda, quien dirige. ¡La mujer solo debe seguirlo!
Valeria, con una sonrisa buelona, se acercó a él con paso firme, como si supiera que había encontrado la oportunidad perfecta para exponerlo ahora que habia ido muy lejos.
—Es interesante escuchar eso, Daniel —dijo, dejando que sus palabras flotaran en el aire como un veneno—. Estaba esperando un comentario como el tuyo, pero me pregunto… ¿tú realmente encarnas esa masculinidad de la que hablas?
Los murmullos en la clase se apagaron. Sus compañeros, expectantes, observaban cómo Valeria tomaba el control de la situación.
—Te pasas el semestre hablando de lo que significa ser un hombre, pero ¿de verdad te ves como tal? Digo, mírate, pareces más un niño que un hombre, te falta algo esencial… no sé, ¿será esa confianza que a menudo se asocia con el... Tamaño? Y lanzó una picara mirada a la altura de su entrepierna a vista de todos.
Se escucharon algunas risitas, un eco de complicidad que resonaba en el aula. Daniel sintió cómo su interior se contraía, una mezcla de vergüenza y frustración lo invadió. Intentó mantener la compostura, pero el peso de su inseguridad lo aplastaba.
—¿Te crees con derecho a juzgar mi masculinidad? —replicó, su voz temblando al intentar recuperar su dignidad.
—No se trata de juzgarte, Daniel. Se trata de ser honesto contigo mismo. Hablas de poder y dominio, pero tu presencia aquí habla por ti. Al final, ¿acaso no es curioso que te aferras a esas ideas en lugar de aceptar quién eres? Porque, seamos sinceros, ni tu físico ni tu actitud gritan "masculinidad". Y quizás eso es lo que más te duele, incluso más que el hecho de que no todos los hombres son como te gustaría imaginar.
Daniel no pudo responder más. Valeria había expuesto su mayor inseguridad ante toda la clase, y las palabras resonaban en su mente como un eco implacable. La risa de sus compañeras retumbaba en sus oídos, como un recordatorio cruel de lo vulnerable que se sentía en ese momento. Se sintió como si estuviera de pie en un escenario, desnudo, con las luces brillando sobre él, cada mirada dirigida a sus debilidades más íntimas.
La confianza que siempre había intentado proyectar se desvaneció. Su cuerpo, pequeño y delicado, parecía encogerse aún más bajo la presión de la atención que recibía. No podía soportar la sensación de ser el blanco de risas y murmullos, el objeto de un espectáculo al que no había consentido asistir.
—Y es precisamente esta inseguridad la que queremos explorar, Daniel —dijo Valeria, su tono casi paternal, pero implacable—. La forma en que nos relacionamos con nuestras propias masculinidades puede ser reveladora. A veces, lo que creemos que es fortaleza puede ser una máscara que oculta nuestras verdaderas luchas.
La mirada penetrante de Valeria se fijó en él, y Daniel sintió que se deslizaba hacia el abismo de la autocompasión. No era solo la burla lo que lo lastimaba; era el hecho de que Valeria había desnudado una parte de él que había intentado esconder incluso de sí mismo. El miedo a ser juzgado, a no estar a la altura de lo que él pensaba que significaba ser un hombre, lo envolvía como una manta pesada.
En el fragor de sus emociones, la presión se volvió insoportable. Los murmullos, las risas, la mirada inquisitiva de Valeria, todo se fusionó en una cacofonía que aplastaba su espíritu. Las lágrimas comenzaron a arder en sus ojos. Sintió cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor, la fortaleza que había intentado proyectar desvaneciéndose como humo.
Un sollozo involuntario escapó de sus labios, y antes de que pudiera pensarlo, se dio la vuelta y corrió hacia la salida. La puerta se cerró tras él con un estruendo que resonó en el aula.
Capitulo 2: La Invitación
En los días que siguieron al vergonzoso enfrentamiento con Valeria, Daniel se convirtió en un fantasma en la universidad. La escena humillante en la que había terminado al borde de las lágrimas era el chisme preferido de todos; pareciera que hasta los muros de los pasillos murmuraban sobre el “pequeño de derechas” que había sido destrozado en plena clase. Ya ni se molestaba en acercarse a sus compañeros; prefería comer solo, esquivando miradas y risitas en la cafetería, donde intentaba que los auriculares y el libro de turno fueran su refugio contra las miradas burlonas.
Sin embargo, ese día algo diferente rompió su soledad. Estaba sumido en su plato de pasta cuando una voz alegre lo sacó de su trance. Frente a él estaba Natalia, una chica un año mayor, de piel clara y rostro angelical, con ojos grandes y una sonrisa dulce. Sus curvas llamaban la atención en cada rincón del campus: piernas largas, caderas generosas, un busto prominente que no pasaba desapercibido y un toque inocente que la hacía aún más deseable. Era de esas personas cuya presencia hacía que Daniel sintiera que estaba fuera de su liga. Así que, cuando ella pidió permiso para sentarse, él casi se atragantó con el bocado que acababa de llevarse a la boca.
Natalia le lanzó una sonrisa amistosa, ignorando con aparente despreocupación la nube de rumores que lo rodeaba. Le hizo una conversación animada sobre temas ligeros, riendo a cada comentario tímido o torpe que él conseguía decir. Daniel estaba embelesado, casi paralizado, apenas procesando la conversación. No podía creer que alguien como ella se acercara, mucho menos para hablarle con esa cercanía. Atrapado por su encanto y sintiéndose como un niño ante una estrella de cine, solo se atrevía a asentir de vez en cuando, observando sin disimulo la forma en que sus labios se movían o cómo su cabello caía sobre sus hombros.
Al final de la conversación, Natalia sonrió aún más y, sin previo aviso, le puso una mano en el brazo. Sus dedos cálidos le hicieron dar un respingo. Con una expresión coqueta, le informó que ese fin de semana organizaba una fiesta en su casa, invitándolo de una manera casual, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Daniel dudó, recordando las fiestas a las que había sido invitado solo para sentir que no encajaba en absoluto. Pero Natalia insistió, apoyándose un poco más en él, haciendo que sus pechos rozaran ligeramente su brazo. Era un gesto casual, pero el toque suave de su piel envió un escalofrío por todo su cuerpo. Con el corazón latiéndole fuerte y sus palabras apenas balbuceando, Daniel aceptó, sintiéndose como si acabara de ganar un premio inesperado.
Mientras Natalia se levantaba para despedirse, Daniel se quedó en su lugar, mirando cómo ella se alejaba con pasos seguros y gráciles. Apenas podía asimilar lo que acababa de pasar.
Daniel pasó el resto de la semana debatiéndose entre si realmente debía ir a la fiesta de Natalia o no. La posibilidad de que todo fuera una broma le rondaba la cabeza; después de lo que había sucedido con Valeria, su confianza estaba por los suelos. ¿Por qué una chica como Natalia, atractiva y popular, se fijaría en él? Nada de eso tenía sentido. Pero, al mismo tiempo, la idea de perder la oportunidad de estar cerca de ella, aunque solo fuera por una noche, se le antojaba imposible de rechazar.
Finalmente, la curiosidad y una pizca de esperanza lo vencieron. Aún incrédulo, decidió alistarse y asistir a la fiesta. Escogió su mejor ropa, buscando sin éxito parecer más confiado de lo que realmente estaba. Al llegar, quedó impresionado al ver la enorme casa de Natalia; claramente provenía de una familia adinerada, y eso solo aumentaba la ansiedad que le retumbaba en el pecho.
Respiró hondo y tocó el timbre. Los segundos se le hicieron eternos, cada uno más largo que el anterior, hasta que finalmente la puerta se abrió. Y allí estaba Natalia, luciendo más hermosa de lo que nunca la había visto. Vestía un corto vestido blanco que abrazaba cada curva de su figura, con un escote pronunciado que dejaba poco a la imaginación. Daniel intentó disimular, pero la fascinación en su rostro era evidente, y Natalia sonrió divertida al notarlo.
—¡Me alegra que hayas venido! —dijo ella, dándole la bienvenida con un tono cálido.
Daniel apenas pudo balbucear un “gracias” mientras ella lo guiaba hacia la fiesta. La música estaba a buen volumen, y las pocas invitadas ya comenzaban a animarse. Natalia le ofreció una bebida, y ambos se pusieron a charlar, intercambiando miradas y sonrisas. A medida que los tragos pasaban, Daniel se relajaba un poco más, aunque seguía sintiéndose en un sueño cada vez que Natalia lo miraba.
Después de un rato, ella lo tomó suavemente de la muñeca y le dijo, con una sonrisa traviesa:
—Vamos, quiero enseñarte algo en mi habitación.
Daniel sintió que el corazón le daba un vuelco. Trató de mantener la calma mientras Natalia lo llevaba hacia el segundo piso, donde los sonidos de la fiesta se volvían más distantes y la atmósfera más íntima.
Al llegar a su habitación, Natalia cerró la puerta detrás de ellos, y Daniel tragó saliva, cada vez más nervioso y fascinado al mismo tiempo.
Natalia se sentó en la cama, mirándolo con esos ojos claros y brillantes que parecían leer cada pensamiento que le pasaba por la cabeza. Con un tono suave, lo invitó a acercarse, mientras Daniel, aún aturdido, se preguntaba si en verdad estaba a punto de vivir una noche que jamás olvidaría.
Los labios de Natalia se unieron a los de Daniel, atrapándolo en un beso que parecía sacado de una película. Para él, era la primera vez que besaba a una chica, y se notaba en su torpeza, pero Natalia, con toda la seguridad del mundo, tomó el control. Sus manos se movían con una destreza inquietante, deslizándose por su cuerpo mientras, casi sin que él se diera cuenta, iba quitándole la ropa. Primero la camisa, luego la faja que llevaba apretada alrededor de la cintura, y finalmente el pantalón. Cada prenda caía al suelo, pero Daniel no notaba nada, estaba demasiado hipnotizado por el magnetismo de Natalia, que parecía saber exactamente qué hacer para mantenerlo bajo su dominio.
Los juegos de Natalia comenzaron a tornarse más intensos, y aunque algo en el fondo de Daniel le advertía que aquello no parecía del todo normal, él se dejaba llevar, con la mente nublada por la emoción y el deseo. Todo cambió de golpe cuando sintió algo frío y metálico rodear sus muñecas, seguido del sonido de un click. Natalia lo había esposado con las manos a su espalda. Daniel parpadeó, desconcertado, tratando de recuperar el control de la situación.
—¿Qué…? —empezó a decir, pero antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, Natalia lo empujó con fuerza, haciéndolo caer de espaldas sobre la cama.
El comportamiento de Natalia cambió en un instante. La dulzura y amabilidad con las que lo había tratado hasta entonces se desvanecieron, y en su lugar apareció una expresión fría y burlona. Daniel trató de incorporarse, confuso y asustado, pero las esposas le impedían moverse con libertad.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, con un tono entre asombro y pánico.
Natalia le respondió solo con una sonrisa burlona, como si lo que estaba ocurriendo fuera parte de un juego al que él aún no entendía las reglas. Sin decir nada, se levantó y se dirigió hacia la puerta de la habitación. Daniel sintió que el miedo empezaba a apoderarse de él cuando vio cómo Natalia abría la puerta y dejaba entrar a varias chicas más.
Para su horror, reconoció de inmediato a aquellas que ahora llenaban la habitación: eran las chicas más populares de la universidad, la élite que todos admiraban y a la que pocos tenían acceso.
Todas llevaban batas negras que les daban un aire de misticismo y poder, y sus miradas lo examinaban con una mezcla de burla y diversión. Daniel, inmóvil en la cama y apenas cubierto por su ropa interior, apenas podía comprender qué estaba ocurriendo, pero cada segundo que pasaba hacía que la situación le resultara más surrealista y aterradora.
La última persona en entrar fue quien le hizo sentir que su peor pesadilla se había hecho realidad. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Valeria Salazar, su profesora de Estudios de Género, la misma que lo había humillado frente a toda la clase. Valeria llevaba una bata similar, pero su expresión no dejaba dudas de que estaba disfrutando cada segundo de la escena.
—¿Te sorprende verme aquí, Daniel? —dijo Valeria con una sonrisa perversa, mientras se acercaba con pasos lentos y seguros.
Daniel tragó saliva, sintiéndose atrapado y vulnerable. Apenas podía sostener la mirada de su profesora. Sin escapatoria, comprendió que estaba a merced de aquellas chicas, con Valeria liderando aquella extraña ceremonia.
Capitulo 3: El Examen Final
Daniel sintió que el aire se le escapaba al verse rodeado por todas aquellas chicas. Estaban demasiado cerca, mirándolo con esa mezcla de burla y superioridad que le hacía sentirse más pequeño de lo que ya era. Intentó retroceder, incluso hacer un amago de escape, pero una de las chicas, alta y de aspecto atlético, lo atrapó con una facilidad humillante, sujetándolo con una firmeza que le recordaba cuán debil era su resistencia en comparación.
—¿Qué pasa, Daniel? —le susurró al oído con una sonrisa irónica—. Pensé que los hombres no huían. No me digas que tienes miedo de un grupo de chicas…
Daniel intentó replicar, pero las palabras se le ahogaron. Finalmente, con la voz temblorosa, logró preguntar:
—¿Qué… qué se supone que es esto?
Fue Valeria quien respondió, dando un paso al frente, su mirada llena de satisfacción.
—Es una lección, Daniel —dijo, su voz helada y firme—. Las chicas y yo estamos hartas de tu comportamiento de pequeño gusano misógino. Así que decidimos que era hora de bajarte los humos… de una vez y para siempre.
A su alrededor, las chicas asintieron, y Daniel sintió un nudo en el estómago. Valeria continuó, inclinando la cabeza con una sonrisa mordaz:
—Y hablando de pequeños gusanos… creo que ya es hora de que nos muestres esa “hombría” de la que tanto presumes, ¿no es así, chicas?
Un coro de risitas llenó la habitación. Daniel estaba paralizado, su rostro se encendía en una mezcla de vergüenza y horror. Antes de que pudiera reaccionar, Valeria hizo una seña a una de las chicas, quien se inclinó con una sonrisa divertida y se arrodilló frente a él. Con total naturalidad, deslizó los dedos dentro del elástico de su bóxer y, con un rápido tirón, lo bajó hasta los tobillos.
La desnudez de Daniel, tan inesperada y vulnerable, dejó a todas las chicas boquiabiertas por un instante antes de que sus miradas se entrecruzaran en una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Pero eso es todo? —dijo una de las chicas entre risas, inclinándose para observar mejor—. Vaya, Daniel, no me lo tomes a mal… pero eso parece más un… un…
Otra chica, sin perder la oportunidad, se adelantó con una sonrisa burlona:
—¿Un clítoris? —soltó, causando una explosión de risas a su alrededor—.
Daniel, sintiendo su rostro arder de vergüenza, quiso cubrirse, pero sus manos esposadas lo dejaban sin posibilidad de esconderse.
Valeria esbozó una sonrisa burlona mientras sus ojos escaneaban a Daniel de pies a cabeza.
—Sabes, Danielito, siempre supe que tenías un pene pequeño. Es tan típico de los tipitos enojados y misóginos como tú. —hizo una pausa, observándolo como si cada palabra fuera una daga que clavaba sin compasión—. Bueno, chicas, creo que es el momento de mostrarle la sorpresa que le preparamos.
Daniel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las chicas se miraron entre ellas, con sonrisas cómplices y ojos brillantes de anticipación. Valeria comenzó a contar en voz alta, creando una atmósfera de tensión.
—Tres... dos... uno...
En un movimiento perfectamente sincronizado, todas las chicas dejaron caer sus batas al suelo, revelando lo que llevaban debajo. Cada una portaba un arnés con un dildo ceñido a sus caderas, todos idénticos de un profundo color chocolate oscuro, sus formas eran largas y gruesas, imitando miembros de hombres de raza negra con un nivel de detalle que los hacía parecer casi vivos.
—¿Qué opinas, Daniel? —se burló Valeria—. Nos pareció justo darte una probadita de lo que se siente estar al otro lado del privilegio. Es hora de que experimentes un poco de... Opresión femenina, cariño.
Las mujeres lanzaron un grito en coro, como un rugido de guerra que resonó en la habitación. Daniel sintió cómo se le helaba la sangre.
—Pero primero creo que es justo que Danielin nos ayude a relajarnos un poco —anunció Valeria, su voz llena de picardía mientras sus ojos brillaban con malicia.
Con un gesto sutil, hizo una seña a la chica alta, quien se movió con confianza hacia Daniel y, en un movimiento rápido, lo colocó de rodillas, dejando al chico sin más opción que someterse a la situación.
—Vamos a ver si esa boquita tuya puede hacer más cosas que decir comentarios misóginos —le soltó una de las chicas poniendo el strap-on frente a su cara con un aire desafiante.
—Chupa, puta.
Con un suspiro tembloroso, Daniel se obligó a abrir los labios, sintiendo cómo la presión del strap-on lo empujaba a una experiencia que nunca había imaginado. La sensación de la silicona contra su lengua era extraña y abrumadora. Se encontró en un mar de sensaciones, donde el frío del juguete contrastaba con el calor de su boca. A medida que comenzaba a moverse, su mente luchaba entre la humillación y la necesidad de adaptarse a la situación.
—Eso es, cariño —animó una de las chicas, sus ojos brillando de diversión—. ¡Muéstranos como se hace!
Con cada lamida, con cada movimiento de su lengua, la burla de las chicas se intensificaba. Él se esforzó por concentrarse en el momento, aunque las risas y los comentarios no cesaban.
—¿No se suponía que eras el gran macho? —se burló otra chica, con un tono lleno de picardía.
La chica sonrió, complacida, mientras se retiraba, dejando espacio para la siguiente.
—Ahora me toca a mí —anunció una de las chicas, que había estado observando con ansias. Con un destello en sus ojos, se acercó, ajustándose el strap-on con un toque juguetón—. Espero que estés listo, Dani.
A medida que el siguiente juguete se acercaba a su boca, él sintió una mezcla de resignación y agotamiento. A pesar de que ya había luchado con el primero, ahora se daba cuenta de que tendría que enfrentarse a cada strap-on que le presentaban.
Las chicas a su alrededor reían y animaban, disfrutando de su desesperación mientras cada una de ellas esperaba su turno, cada una exigiendo que él las complaciera de la misma manera, y Daniel no podía evitar sentir cómo su garganta se apretaba con cada nuevo esfuerzo. La presión era constante, y aunque intentaba acomodarse, pronto se dio cuenta de que sus labios y su garganta estaban siendo forzados al límite.
—¡Eso es! —gritó una chica entre risas—. ¡Que bien la chupa el machirulo este!
La saliva resbalaba por sus labios, y a pesar de su esfuerzo, el sabor de la silicona se volvía cada vez más familiar.
—Asegúrate de que quede bien húmedo —dijo otra chica, mientras observaba atentamente—. ¡Necesitamos que estés listo para el siguiente!
Finalmente, cuando la última chica se retiró, Daniel sintió que sus labios estaban inflados y doloridos, y su garganta ardía con cada trago de aire que tomaba.
—Quítenle las esposas— ordenó Valeria y luego con un tono de autoridad que resonó en la habitación se dirigió a Daniel una vez que este estuvo liberado—. Ponte de cuatro patas sobre la cama.
La orden flotó en el aire, y por un momento, Daniel se quedó paralizado. La idea de colocarse en esa posición lo llenaba de una mezcla de vergüenza y resistencia. Su mente se debatía entre la indignación y la realidad de su situación, sabiendo que no podía escapar.
Con un suspiro resignado, Daniel se acercó a la cama. Se arrodilló, sintiendo cómo la tela suave de las sábanas se deslizaba bajo sus manos y rodillas.
La posición lo dejaba completamente a la merced de las chicas, quienes se tomaron un momento para observarlo. Sus ojos se deslizaban por la silueta de Daniel, por la curva de su espalda, el sutil arqueo de su cintura y la forma redonda y tensa de sus nalgas. El chico sentía su mirada como un peso tangible, una mezcla de humillación y una extraña anticipación que lo quemaba desde dentro.
Las mujeres lo observaban con sonrisas complacidas, algunas de ellas inclinándose hacia adelante para no perderse ni un detalle de lo que estaba por suceder.
—Qué lindo te ves así. Demasiado lindo para ser un hombre, en realidad. —Le solto Valeria.
Entonces, sintió el frío del lubricante sobre su piel, un contraste inmediato con el calor que le subía por el rostro. Valeria se tomaba su tiempo, sus dedos deslizándose con cuidado y precisión, asegurándose de que cada gesto fuera un recordatorio de quién estaba al mando. No había prisa en sus movimientos; ella disfrutaba de cada segundo, como si estuviera saboreando la anticipación de lo que estaba por venir.
Daniel cerró los ojos, tratando de controlar su respiración. Sabía que cada segundo en esa posición lo hacía ver más indefenso y expuesto, y cada gesto de Valeria era un recordatorio de lo pequeño y frágil que se sentía. Pero, por más que intentara despejar su mente, la combinación de los susurros, las risas y las manos de Valeria se volvían una corriente imposible de ignorar.
Daniel se tensó de inmediato, sintiendo la presión inicial que lo hizo contener la respiración por un momento. Valeria avanzaba despacio, asegurándose de que él percibiera como aquel enorme dildo se abría paso dentro de su culo. La sensación era completamente nueva para él, la firmeza en los movimientos de Valeria y su tono autoritario lo mantenían en su sitio, atrapado entre la incomodidad y una extraña expectativa.
Alrededor, las alumnas observaban con atención, sin perderse un solo detalle. Sus miradas eran una mezcla de curiosidad y sorpresa, como si estuvieran siendo testigos de una experiencia que nunca esperaron ver. La atmósfera tenía algo de teatral, casi ritual, y los murmullos bajos rompían el silencio con ligeras risitas aquí y allá.
Valeria continuó empujando el dildo, avanzando con movimientos cada vez más firmes, como si disfrutara de cada reacción que conseguía de Daniel. La sensación de ser penetrado, junto con los comentarios de las chicas, hacía que cada empuje se sintiera como una afirmación de su impotencia. No solo estaban observando lo que sucedía; lo estaban evaluando, juzgando su debilidad y exponiéndola sin reparos.
Los movimientos se hicieron más intensos y controlados, y Daniel no pudo evitar soltar pequeños jadeos que mezclaban la incomodidad y la vergüenza. Sentía cómo el strapon lo llenaba de una manera implacable, cada centímetro una declaración de su sumisión frente a esas mujeres.
—¡Esta gimiendo! —exclamó una estudiante, soltando una carcajada—. Parece que le gusta.
Valeria volvió a aumentar el ritmo con sus caderas, sus uñas se clavaron con firmeza en las nalgas de Daniel.
—¿Eres mi putita Daniel? —le espetó con voz desafiante.
Daniel se quedó en silencio, atrapado en la confusión y la vergüenza, mientras las embestidas se volvían más intensas, más salvajes. Una mano firme le dio una fuerte nalgada que resonó por toda la habitación, un recordatorio claro de quién tenía el control.
—¡Responde! —exigió Valeria, su voz retumbando en el aire.
—Si... —murmuró Daniel, casi sin poder articular las palabras.
—¿Si qué? —insistió ella, manteniendo la presión.
—Soy... —su voz se quebró, y finalmente soltó—. Soy tu putita.
Las risas estallaron a su alrededor, llenando el ambiente con una mezcla de burla y euforia.
—¡Vamos, gime! ¡Gime como una putita! —gritó, animando a Daniel a dejarse llevar por la situación.
A pesar de la confusión, se permitió sucumbir a la presión del momento, dejando escapar sonidos miy poco dignos que resonaban por toda la habitación.
La risa y el alboroto a su alrededor se convirtieron en una sinfonía que resonaba en sus oídos, como un canto antiguo que lo llamaba a entregarse por completo a la experiencia. Era como si cada empujón de Valeria fuese un latido que lo llevaba más allá de sus límites, cada movimiento una caricia de fuego que desnudaba su alma. En ese vaivén de placer y humillación, la línea entre el dolor y el deleite se desdibujaba, y Daniel se encontraba en un estado de trance, como si estuviera flotando en un océano de sensaciones intensas.
Entonces, en medio de la risa y los murmullos, sintió que se desbordaba. La presión acumulada en su ser estalló en un clímax sublime. Era como si todas sus inseguridades, sus miedos y su vergüenza se disolvieran en un solo momento de pura liberación.
Al tiempo que el sonido que brotó de su boca escapaba sin control, era un eco de su vulnerabilidad; no era solo un sonido, era una declaración de su entrega. Un grito que desafiaba las convenciones, un himno que resonaba con la liberación de lo reprimido. A los ojos de todas las presentes, Daniel se transformó en un espectáculo de humanidad cruda, donde su esencia se liberaba, y por un breve instante, la vergüenza se convertía en liberación.
Mientras el último eco de su sonido se desvanecía en el aire, sintió cómo el aluvión de miradas lo envolvía, transformando su momento de descontrol en un acto de sublime autenticidad. En ese clímax, se dio cuenta de que había encontrado un lugar donde, a pesar de todo, podía ser realmente él mismo.
Finalmente, cuando pensaba que no podía soportarlo más, Valeria se detuvo, pero no antes de inclinarse una última vez para susurrarle al oído:
— Recuerda esto, Daniel. Ahora eres nuestro pequeño juguete.
Las mujeres alrededor estallaron en risas y aplausos, mientras Valeria se levantaba con calma, retirándose el arnés con un aire triunfante. Daniel se desplomo sobre su estomago, temblando, con el cuerpo aún tenso y la mente hecha pedazos. Sabía que había sido completamente despojado de cualquier apariencia de masculinidad, y que, de alguna manera, esto solo había sido el comienzo.
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Muchas gracias por leer este relato, espero que les haya gustado. Si les interesa leer más de este tipo de historias les dejo otras historias más y espero volver pronto con más. Cuidense 😊
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