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El sabor del claustro. Parte 1

Pues bien, he de decir que no soy devota. Dejaré esto claro para que no haya confusión, aunque estoy en este lugar de oración y cumplo mis tareas con diligencia no lo hago movida por una fé ciega o un compromiso moral. Se que quieres saber porque estoy aquí pues déjame contarte.

Siempre supe que era distinta lo confirme después de ver a Susana, mi querida amiga del colegio cambiarse para la clase de deportes en los vestidores de nuestras escuela para señoritas, había algo en la forma en que sus brazos aguantaba la tensión de la tela contra su piel morena antes de ceñirse que me volvía loca. Y me gustaba repasar sus costillas con los dedos cuando quedamos en casa para pasar la tardé , ella por supuesto, se dejaba acariciar dócilmente mientras no pasará el límite de su falda, pero de allí en fuera todo era posible. Una tarde especialmente fría de octubre ella se quedó a dormir y yo como de costumbre estaba acariciando sus formas cuando note sus pezones endurecidos quizá por el frío, aunque me gusta pensar que mis caricias habían hecho mella en su caparazón. Cuando finalmente me dejó cruzar la frontera. Ella era una chica morena de nariz delgada y ojos vivos piel oscura y labios delgados, que podían embelesar mi sueño con su traviesa sonrisa. Estábamos ambas sentadas en suelo de mi cuarto cuando pasó estaba estaba desnuda de la cintura para arriba sus pechos pequeños colgaban graciosamente sobre mis dedos mientras los acariciaba apretando con suavidad sus pezones. Ella gemía con un suaves soplidos que casi silbaban al escapar de sus labios, yo estaba sentada detrás ella con las piernas abiertas rodeando sus caderas cuando poco a poco y dejando que Susana se recostara en mi pecho mientras mis dedos bajaban suavemente por su vientre.

—No Ady allí no— suspiró Susana cuando sintió que mis dedos bordeaban sus muslos subiendo su falda con lentitud.

—Vamos Susy se sentirá bien, lo prometo— le dije casi ronroneando en su oído.

—¿Cómo sabes?— preguntó ella pegando su espalda a mi pecho..

—Yo lo hago cunado estoy sola— aseguré mordiendo mis labios de anticipación

—Pero no…¿y se siente bien?— preguntó ella cayendo más y más en los roces suaves que acariciaban sus muslos delgados.

—Si. Puedo enseñarte que Susy es muy rica. Solo abre las piernas— continúe masajeando sus muslos que se abrían poco a poco a mi capricho.

—¿Así?— murmuró abriendo tímidamente sus piernas, mientras yo subía mis dedos por el interior cálido de sus muslos suaves

—Un poco más, Susy solo un poquito— respiré agitada contra su cuello mientras la cortina de su falda revelaba él triángulo invertido de sus bragas blancas entre sus muslos.

Sin miedo moví la tela pálida hacia un costado revelando unos labios regordetes y lampiños que exudaban placer en una lágrima cristalina y perlada que caía perezosa hasta perderse de vista.

—Dios Susy que hermosa cosita tienes

—¿Tu crees Ady?— preguntó temblando entre mis manos como un pajarito en su nido.

—Si eres muy hermosa Susy— aseguré Bordeando con mis yemas la entrada candente de su volcán.

—Dios Ady como tiemblas— ronronee mordiendo su cuello en un beso suave que la hizo palpitar

—Es por tu culpa mira lo que me haces— excusó empujando su pecho contra mis dedos mientras su cadera se convulsionaba suavemente contra las llemas de mi otra mano.

Cuando mi dedo índice entro por fin entré sus pliegues, escuché como su corazón temblaba a escasos milímetro de mi pecho, retumbando en un compás cardíaco que me hizo estremecer mientras sentía la suavidad de su sexo y el calor acogedor de su interior.

—Ady por dios se siente tan rico— resoplo cayendo sobre mi pecho vencida en silencio jadeando, y hambrienta de más placer, abriendo sus labios bajos para que mis dedos paladear sus rincones más prohibidos

Recuerdo las manchas amarillas en borde de sus bragas y el olor ácido que mis dedos supuraban cuando me los lleve a la boca para sorpresa de Susana. Aunque no recuerdo cómo terminó sentada en el borde de mi cama. Ni tampoco como la convencí para que me dejará llegar tan lejos, solo se que tenía mis labios pegados a los suyos y la lengua atravesaba la resistencia de su vagina cuando lo escuché.

—¡Adela!— grito mi madre desde la puerta helando en el cuerpo de Susana haciendo palpable a mi paladar que su sangre había vuelto a su cabeza.

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