La primera frase que se me viene a la cabeza es que la cosa se me estaba yendo de las manos. Pero sería una afirmación falsa por varios motivos. El principal: nunca había tenido verdadero control sobre la situación. Apenas acepté el papel de mujer madura asediada por los amigos de mi hijo, me puse en un lugar peligroso.
“Realmente tiene un hermoso culo”, había dicho Noah. Por mucho que me pese, no podía sentir ira al recordar aquellas palabras. No solo eso, sino que mi cuerpo experimentaba inmediatamente la sensación que sentí cuando me percaté de que me estaban acariciando las nalgas con avidez. Como si mi piel tuviera memoria. Y al volver a experimentar esas manos invasoras en mi trasero, me sacudía de placer, sin poder contrarrestar esa reacción tan inconveniente.
Durante algunos días me carcomió la duda con relación a si Bautista estaba al tanto de lo que había pasado. ¿Había sido ese su plan? Lo dudaba. No podría estar seguro de que me sentaría a ver la película con ellos. Ni tampoco podía saber si me iba a excitar con la escena erótica. Ni mucho menos que iba a permitir que sus amigos me metieran mano en sus propias narices. Deduje que Noah y Luca simplemente se habían dejado llevar por la calentura del momento.
Mi corazón se encogía cada vez que imaginaba a esos dos fanfarroneando con mi hijo sobre lo que habían hecho. Pero pensé que quizás se lo guardarían para ellos. A lo mejor pensaban que tenían posibilidades de poseerme sin la ayuda de Bauti, por lo que mantendrían en secreto sus avances. Así se ahorrarían el precio que bautista pensaba cobrarles por entregar a su mamá.
Pero ya estaba bien eso de bailar al ritmo de lo que pretendían esos mocosos.
—Bauti —le dije a mi hijo, mientras terminaba de merendar—. Dame tu celular.
—Qué —dijo, sorprendido, aunque no tanto como cabría esperar.
—Que me muestres el celular. Es una nueva regla. Desde ahora te lo voy a pedir en un momento cualquiera. Quiero asegurarme de que no andes en nada raro —le dije.
Me sentía ridículamente nerviosa. Como si fuera yo la que le tuviera que dar explicaciones a él. Esperaba que Bauti se rehusara. Así tendría una buena excusa para encararlo de una buena vez. Pero para mi sorpresa, lo desbloqueó, y me lo entregó.
Lo primero que revisé fueron las fotos. En la galería no había nada. Pero no me iba a engañar tan fácilmente. Abrí el drive. Si pensaba que borrándolo del teléfono y subiéndolo a la nube se iba a librar de mí, estaba bien equivocado. Abrí una a una las carpetas, pero no había nada. Ninguna foto mía en ropa interior, ni mucho menos desnuda.
—¿Qué buscás? —me preguntó.
—Cuando lo encuentre me voy a dar cuenta de lo que busco —respondí.
Entonces me percaté de que me estaba olvidando de lo más importante. Abrí el WhatsApp, pero no estaban las conversaciones con Noah, ni con Luca. Fruncí el ceño, extrañada. ¿Los tendría agendado con otros nombres? Abrí los chats más recientes, pero no encontré nada. Luego fui a Instagram, con los mismos resultados.
—¿Por qué borrás las conversaciones? —pregunté.
—Por nada en particular. Tengo la costumbre de hacerlo —respondió, encogiéndose de hombros—. Así se libera espacio.
Me sentí impotente. Se me estaba riendo en la cara, y me ponía esa carita de nene bueno. Y sin embargo no podía estar realmente furiosa con él. Jamás pude hacerlo, y supongo que por eso estaba metida en el lío en el que estaba. Me pregunté si era momento de hacerle saber que conocía bien sus intenciones, pero algo me detenía. Lo más probable era que me negara todo. Yo debería tener la templanza suficiente como para plantarme ante él y decirle que no le creía nada, y que de hecho conocía la verdad. Pero no terminaba de animarme a hacerlo. Creo que tenía miedo, porque si Bauti me confesaba lo que estaba haciendo, tendría que enfrentarme a una situación a la que aún no me sentía preparada para enfrentar.
—¿Y si reviso la computadora de tu dormitorio, tampoco voy a encontrar nada raro? —le pregunté.
—Solo algo de porno —respondió él, como si nada.
Comprendí que sería una pérdida de tiempo revisarla. No pude evitar sentir cierto alivio, pues no estaba obligada a exponerlo, cosa que por lo visto me incomodaba más a mí que a él. Incluso quizás, ahora que se percataba de que estaba siendo vigilado de cerca, abortaba todos sus planes maquiavélicos.
—Bauti, sobre tus amigos, Noah y Luca —dije, envalentonada por esa pequeña victoria—. Ya no quiero que te juntes con ellos.
—¿Por qué? ¿Te hicieron algo? —preguntó.
Parecía sospechar que podía haber pasado algo entre los chicos y yo. No sé si tenía en mente la vez que lo mandé a hacer las compras y me quedé a solas con ellos, o el día de la película, que tuve con sus amigos una charla en la cocina que se extendió más de la cuenta. Pero estaba claro que entre los amigos no se contaban todo.
De pronto tuve una maliciosa idea. Cogerme a sus dos amigos antes de que él interviniera. Sería un duro golpe para Bauti: su mamá intimando con esos chicos, y él sin poder sacar ningún provecho de ello. Pero aparté la idea inmediatamente de mi cabeza. ¿Cómo podía estar pensando en eso siquiera?
—No —respondí al fin. Él se mostró aliviado—. Pero… no me gusta cómo me miran.
—¿Y cómo te miran? —preguntó.
—No me miran como deberían mirar a la madre de su compañero de escuela —expliqué—. No me miran como a una señora. No me miran con respeto. Y sus ojos se van a ciertas partes de mi cuerpo(por supuesto que en mi culo)… ¿me entendés?
—Te entiendo. Pero… —dijo él—, todo el mundo te mira así.
—Pero ellos no deberían hacerlo. Deberían tener respeto no solo por mí, sino también por vos y por tu papá —dije, y en mi mente agregué: “eso también aplica para vos”.
—Bueno, puedo hablar con ellos y decirles que traten de no mirarte las tetas cuando vienen de visita —dijo Bauti.
—¿No te molesta que me miren así? —pregunté, exasperada. Sabía qué era lo que pensaba: que no le molestaba en absoluto. Pero me intrigaba saber cuál sería la respuesta que elegiría darme.
—No. Es más, siempre me gustó tener a la mamá más linda de todas —dijo.
Lo soltó con tanta naturalidad que me pareció totalmente sincero. Si me lo hubiera dicho en otro contexto, lo hubiera abrazado, y le hubiera dado miles de besos en la mejilla. Pero con lo que ahora sabia de él…
—No estaría mal que me hagas respetar con tus amigos —dije—. Y si la próxima vez que vengan los pesco viéndome con esas caras de depravados, ya les pondré los puntos yo misma.
Bautista accedió, y yo me sentí una cobarde. Nunca había tenido el carácter fuerte. Eso se vio reflejado en mi adolescencia y en la primera etapa de mi adultez, más que nada en lo fácil que era para un hombre bajarme la bombacha. Y con Bautista jamás había podido ser firme. En mi defensa debo decir que muy pocas veces necesité serlo. Siempre había sido un chico tranquilo, y en general obediente. Pero ya veía qué equivocada estaba.
Pero en ese punto dejé las cosas como estaban. Como ya dije, no me sentía preparada para remover temas que se me antojaban complejos y perversos a la vez. Mi encono con mi hijo se suavizó cuando reconocí que yo era la principal responsable de todo lo que había pasado. Él y sus amigos podían tener las ideas más descabelladas, pero nunca me tendrían si yo no se los permitía. Pero ahí aparecía una incógnita que me hacía temblar de los nervios. ¿De verdad no quería permitírselos?
La fantasía de ser poseída por esos dos adolescentes aparecía cada vez con mayor frecuencia. Y cada vez duraba más. Y ahora se había sumado ese otro, que era incluso más bonito que los demás: Abel. Una vez más me dije que si engañaba a mi marido, los amigos de mi hijo deberían ser los últimos en la lista de posibles candidatos. De hecho, ni siquiera deberían estar en dicha lista. Y una vez más me reprendí por plantearme la posibilidad de traicionar a Miguel.
Por suerte el verano estaba terminando, pero el calor se hacía sentir con fuerza en los últimos días. Habían pasado un par de días de la conversación con Bauti, y yo me sentía más caliente que nunca. Hacía un par de días que no tenía sexo con Miguel. Me indignó que no tomara la iniciativa, pero me contuve. El temor a que tuviera que enfrentarme a un mal desempeño suyo siempre estaba presente.
Pero ahora tenía muchas ganas de hacerlo. Bauti salió a un cumpleaños. Me dijo que era en la casa de Abel, aunque no mencionó que el cumpleaños fuera de él. Le mandé un par de mensajes a Miguel,en los que le mencioné que teníamos la casa sola para nosotros, con una evidente alusión al sexo. Él pareció entusiasmado, e incluso me sorprendió gratamente al decirme que saldría temprano del trabajo, porque no quería esperar a verme.
Me vestí otra vez como “secretaria ejecutiva”. Esta vez me puse una minifalda negra, ceñida y elastizada. Una camisa de seda blanca, a la que le dejé unos botones desabrochados para que se vea el brasier de encaje negro. Me maquillé, y me pinté los labios de un rojo muy intenso. Me até el pelo en un prolijo rodete, aunque sabía que luego lo desarmaría para dejarme el pelo suelto. Me puse un tanguita de hilo dental, y los zapatos con los tacones más altos que tenía. Y la frutilla del postre, unas medias negras con portaligas. Luego agarré los anteojos de marco de ojos de gato y me los puse.
Independientemente de las ganas que tenía de coger, me gustaba verme así, como una escort de lujo. Le pregunté a Miguel si ya estaba llegando, y me respondió que en quince minutos estaba en casa.
Lo esperé en la sala de estar. Me sentía ansiosa, y algo infantil. Pensé que debía agradecerle a Noah y a Luca, pues desde que aparecieron en mi vida, estaba así de caliente. En realidad era Miguel el que debía agradecerles, pues él era el principal beneficiado de mi constante excitación, aunque no lo supiera, ni tampoco lo aprovechara en su totalidad.
Entonces sonó el timbre. Me exalté. No esperaba ningún paquete. ¿Sería que Miguel había perdido las llaves? Me dirigí a la entrada y abrí la puerta.
—Ustedes —dije, sorprendidísima, cuando me encontré con Noah y Luca—. ¿Qué hacen acá? —pregunté.
Ellos se quedaron unos instantes boquiabiertos, sin pronunciar palabra, impactados por la imagen que les estaba regalando, hasta que Luca habló.
—Queríamos decirle algo sobre Bautista —dijo—. Algo muy importante.
Noah le dijo algo al oído, y empezaron a debatir entre ellos. El más alto de los amigos parecía contrariado. Entonces me percaté de que estaba con la camisa abierta, mostrando mis senos. Cualquiera que pasara me vería en esa condición, hablando con dos adolescentes. Miré a todos lados, perseguida. Pero por lo visto no había ningún chismoso rondando por las calles.
—Vamos, pasen —les dije.
Ellos entraron, dubitativos. No entendía por qué habían ido hasta mi casa si ahora parecían arrepentidos.
—Bueno, como verán, no tengo mucho tiempo. Mi marido viene enseguida —expliqué.
Estaba parada, aún cerca de la puerta. Ellos me devoraban con los ojos. Se detuvieron en mis piernas, particularmente en los muslos. La falda era tan corta que se veía el portaligas, así como una pequeña porción de piel desnuda. Pero a Luca parecía gustarle más mis tetas, porque mientras su amigo se quedaba ahí, como tratando de adivinar qué ropa interior ocultaba la falda, él se deleitaba con mis senos hinchados.
Me agarró un escalofrío que se exteriorizó en el temblor de todo mi cuerpo. Entonces cerré los botones de la camisa, hasta el último. No obstante, si bien ahora estaba tapada como una monja, la camisa se apretaba en mis tetas, y sus formas quedaban en evidencia. Y de todas formas mi aspecto de cintura para abajo rompía cualquier intento de sobriedad.
—Mejor no molestemos a la señora, Luca —dijo Noah—. Volvemos cuando no esté ocupada. Pensamos que iba a tener tiempo de atendernos. Sabemos que Bauti está en la fiesta, y nos dijo que su papá llegaba más tarde, así que…
—Su papá hoy viene más temprano —dije—. Y de todas formas, cualquier cosa que me digan a mí, pueden decírselo a él. Vamos, ¿a qué vinieron?
Se miraron entre ellos, como si estuviesen transmitiéndose los pensamientos. Luego asintieron, casi al mismo tiempo. Al hacer esto cambiaron de actitud. Parecían más seguros. Incluso algo agresivos. El corazón empezaba a latirme con mayor velocidad.
—¿Se enteró de que incendiaron la biblioteca de la escuela? —me preguntó Noah.
Claro que lo sabía. Pero eso había sucedido hacia tiempo. En febrero, cuando ni siquiera había clases. ¿Qué se traían entre manos esos chicos? Recordé que había llegado un email a todos los padres, en el que se aseguraba que el colegio había sido atacado por vándalos. Pero también decía que los responsables, dos exalumnos de la institución, ya habían sido denunciados penalmente por los hechos. No entendía nada, aunque sí que empezaba a temer.
—Hoy nos llegó esto. Lo mandó un chico de otro curso —dijo Noah.
Me mostró la pantalla del celular. Se estaba reproduciendo un video. En él se mostraba la biblioteca. Unos chicos estaban rompiendo las hojas de unos libros, y luego los tiraban. Ya se veía una pequeña montaña de libros en el piso. Luego apareció mi hijo en escena. Justo lo que temía. Sentí que mi cabeza daba vueltas. Para colmo, Bauti no solo estaba rompiendo libros, sino que tenía uno abierto en sus manos, al cual arrimó un encendedor, lo prendió fuego, y luego lo tiró sobre la montaña de libros. Se oyó unas risas estúpidas, y luego el video se cortó.
—Hablé con mi papá, que es abogado —dijo Luca, mientras yo trataba de asimilar lo que acababa de ver—. Sin delatar a Bauti, obviamente —agregó después, a la defensiva—. Bueno, hablé con mi papá, y me dijo que es algo muy grave. Si bien no salió nadie herido, podría haberlo habido. Incluso podría haber muerto alguien. Y con este video… Bueno, como mínimo lo echan de la escuela. Y dudo que lo quieran tomar en otra. Y eso sin contar con los problemas penales.
No necesitaba que me explique los detalles. Si ese video salía a la luz, mi hijo se convertiría en un parea. No podría terminar la escuela secundaria, y como mínimo le quedarían antecedentes, por lo que jamás podría conseguir un buen empleo.
—No se preocupe —dijo Noah—. Me aseguré de que los chicos que nos pasaron el video lo borraran. Nos debían un favor.
—¿Ah, sí? —dije—. Bueno, entonces solo basta con que borren ese video que tienen ustedes.
—Exacto —dijo Luca—. Ya lo va entendiendo.
Era obvio que ese era el plan que había decidido ejecutar Bauti. Solo que no contaba con que Miguel llegase temprano a casa. De todas formas me sorprendí, no tanto por su ingenio, sino por lo arriesgado que estaba siendo. Iba a todo o nada. Realmente me estaba poniendo entre la espada y la pared. Me pregunté qué hubiese hecho si no sabría que él estaba detrás de todo eso, y si su padre no llegaba temprano. Me sorprendí al responderme que probablemente me sometería a esos dos degenerados.
Entonces los chicos se acercaron. Un instante de ensimismamiento bastó para que ya los tuviera encima de mí sin haber podido hacer nada al respecto.
—Bueno, entonces bórrenlo por favor —dije, con un hilo de voz.
Aunque sabía que todo era una farsa, estaba realmente nerviosa. Me sentía intimidada, indefensa, y además estaba increíblemente caliente.
—Claro, no se preocupe. Si nosotros siempre cuidamos de su hijo —dijo Noah.
Entonces metió su mano por debajo de la falda. Fue un movimiento lento. Parecía que no tenía dudas de que iba a dejar que lo hiciera. Sentí sus dedos en mi muslo desnudo, haciendo pequeños movimientos circulares. Luca estaba a mi espalda, y se apoyó en mí. Su verga ya media dura se apretó en mis nalgas.
—¿Qué hacen? —les pregunté, aunque era evidente.
Por toda respuesta Luca magreó mi culo con violencia, a la vez que Noah levantaba lentamente mi pollera. Yo como única defensa agarré del extremo de la prenda y la tironeé hacia abajo, a la vez que él seguía levantándola.
—Hoy estás hecha una putita —susurró Luca, mientras imitaba a su amigo y empezaba a levantarme la falda. Unos instantes después sentí su mano en mi piel desnuda. Primero me acarició una nalga con suavidad, luego la pellizcó con violencia.
Estaba atrapada entre los dos. Uno adelante, otro atrás, y ambos ejerciendo una presión tal sobre mi cuerpo que apenas podía moverme.
—No puedo —dije—. Mi marido llega en unos minutos. Por eso estoy así.
—Un rapidito entonces —dijo Noah.
Rodeó mi nuca con su mano, se inclinó, y me besó. Su lengua se metió en mi boca, y empezó a frotar la mía. Era imposible esquivarla. Por más que yo no retribuyera el beso, su lengua alcanzaba la mía y empujaba sobre ella, haciéndome sentir su sabor mentolado, mezclando su saliva con la mía.
“No puedo”, les había dicho. Entre todas las cosas que podía haberles dicho, solté las menos convenientes. Y sin embargo no me salían otras palabras. Ellos me estaban inmovilizando, sí. Pero igual mi cuerpo no hacía el menor esfuerzo por zafarse de esa situación.
Me di cuenta de que ya ni siquiera estaba luchando por mantener mi pollera puesta. De hecho ya la tenía levantada casi hasta la cintura, mientras Luca ahora parecía estar enloquecido con mi culo. Y Noah seguía besándome, e intentaba correrme la tanga a un lado, lo que no era muy difícil, pues la pequeña tela apenas contenía mis labios vaginales.
—No, ni siquiera uno rapidito —le dije. Me percaté, consternada, de que estaba jadeando—. Miguel está a punto de llagar. Se los juro. Si quieren les muestro los mensajes.
Entonces disminuyeron la presión, aunque ambos seguían manoseándome. Me aparté de ellos, con dificultad. Me acomodé la pollera. Fui en busca de mi celular, que había dejado en la mesa de luz. Si bien me habían permitido moverme, los tuve otra vez encima de mi enseguida. Cuando me incliné para tomar el celular ya sentí de nuevo sus manos metiéndose por adentro de mi pollerita para acariciarme las nalgas.
—Por favor, váyanse —les dije, mostrándoles el mensaje de mi marido.
Según el horario en el que me lo había mandado, apenas faltaban tres minutos para que llegara. Ambos adolescentes se mostraron increíblemente frustrados al conocer la verdad. Y no era para menos. Ya tenían las vergas totalmente erectas y sus dedos estaban en contacto con la suave piel de mi trasero.
—Bueno. Entonces vamos a tener que arreglar un día para vernos —dijo Noah.
—Entonces… —dije, ahora que por fin me habían soltado—. ¿me van a obligar a estar con ustedes para no mandar al frente a mi hijo? ¿Es eso?
—Sí —respondió Noah sin dudarlo un instante.
—¿No van a borrar el video ahora? —les pregunté.
Y en una reacción que no fue en absoluta planeada, llevé mis manos a los duros falos de esos pequeños extorsionadores. Los acaricié con suavidad, por encima de los pantalones. Cuando Miguel llegara, se abriría la puerta de la cochera, pues siempre entraba con el auto, así que tenía ese margen de tiempo.
—Cuando nos veamos, y te cojamos. Ahí lo vamos a borrar —dijo Luca.
Si seguía unos segundos más así, los mocosos acabarían en sus pantalones. Pero yo misma estaba muy tentada. Era la primera vez después de muchísimo tiempo que tenía una pija que no fuera la de Miguel en mi mano. Y de hecho, eran dos. Podía percibir el tamaño de ambas. La de Noah era la más grande, pero me sorprendió el grosor que tenía Luca. No es que fuera enorme, pero en alguien tan pequeño como él era de un tamaño considerable. Y la dureza que tenían… estaban como una roca. Parecía que esas extremidades no conocían la flaccidez. Me di cuenta de que tenía los labios levemente abiertos, y se me hacía agua la boca. Unos segundos más, y un hilillo de baba se me escaparía por las comisuras de mis labios.
No tardaron mucho en empezar a meterme mano de nuevo. Noah me comió la boca otra vez, y Luca, como si quisiera sacarle todo el jugo al poco tiempo que quedaba, llevó sus manos a mis tetas, y las estrujó.
Entonces por fin escuché el portón de la cochera abriéndose.
—Ya está. Basta. Llegó mi marido —dije.
Me acomodé todo lo rápido que pude la camisa y la falda. Noah me pidió permiso para pasar al baño. Mi idea era hacerlos salir mientras Miguel entraba por la puerta de atrás, pero el chico arruinó mis planes. Para cuando Miguel apareció, aún no había salido del baño.
—Hola —dijo, con el ceño fruncido—. ¿Qué pasa acá?
Me gustó ver que por fin mostraba algo de carácter.
—Señor Molinari, qué tal —dijo Luca. Estaba levemente sonrojado—. Es que, vinimos a buscar a Bauti para ir a la fiesta. Pero por lo visto ya se había ido sin nosotros. Y bueno, Noah necesitaba pasar al baño y por eso molestamos a la señora Mariana. Les pido mil disculpas por interrumpirlos justamente en este momento —agregó después, mirándome.
Parecía que tenía el discurso preparado. Entonces Miguel soltó una carcajada. Parecía divertirle mucho la idea.
—Qué inoportunos, ¿no? —dijo, palmeando la espalda de Luca, quien, ahora más colorado, asentía con la cabeza y se reía junto a mi marido.
Al rato Noah salió del baño. Luca le dio a entender lo que se había inventado, y él le siguió la corriente. Vaya cuervos que eran esos chicos, haciéndose los simpáticos con mi esposo, cuando hacía unos minutos me habían estado metiendo mano por todas partes. Y qué marido más ingenuo tenía. Incapaz de leer lo obvio. Aunque eso me convenía, al menos en ese momento.
Los chicos saludaron a Miguel, y por fin se fueron. Mi nerviosismo era evidente.
—Qué vergüenza —dije—. Justo ahora tuvieron que aparecer. Me los quise sacar de encima, pero Noah se moría de ganas de hacer pis, y…
Miguel me agarró de la mano y me atrajo hacia él. Me dio un beso. Se mostraba más excitado de lo que nunca se mostró.
—Y vos preocupándote porque cumpliste cuarenta —dijo, llevando sus manos a mi trasero—. ¿Te diste cuenta? El más chiquito tenía una erección.
—¿Qué? No puede ser —dije, maldiciendo a Luca por no haber disimulado su excitación, como sí lo había hecho Noah—. Yo no hice nada para que se pusiera así.
—¿Nada? —dijo Miguel—. Mi amor. Con solo verte así es más que suficiente para endurecer cualquier pija.
—¿Ah, sí? —le susurré, de pronto entusiasmada—. ¿Y esta pija también?
Palpé su verga, y la sentí hinchada, ya levemente dura. Me sorprendió gratamente. No solía parársele con tanta facilidad. Miguel me tumbó en el sofá. Metió la mano dentro de la pollera y me quitó la tanga en un santiamén, rompiéndola.
—Me vas a tener que comprar una nueva —le dije.
—Te voy a comprar veinte. Y las voy a romper a todas —aseguró, con una virilidad que resultó muy rara en él.
Se puso encima de mí, y me penetró con un salvajismo que también me sorprendió. ¿Estaba tan excitado porque me había visto con los chicos? No podía creer eso. Sin embargo ahora me estaba montando como todo un semental.
Fue una noche espléndida. Ni siquiera fue necesario hacerle tragar el viagra para que se eche tres polvos. Quedé exhausta. No hace falta decir que hacía mucho que mi marido no me dejaba así. Era como si un tren me acabara de arrollar.
No quise decir nada que rompiera la magia del momento. Dormí en sus brazos, no sin sentir una gran intriga por su sorprendente desempeño.
Esa misma noche Noah me había escrito, para acordar el día en el que nos veríamos. Los pendejos habrían de sentirse muy poderosos, chantajeándome de esa manera tan vil. Debían de estar haciendo todo tipo de planes, imaginando cómo me poseerían.
Pero recién al día siguiente leí el mensaje, y le respondí de manera escueta diciéndoles que esos días iba a estar muy ocupada. Cosa que de seguro ellos entendían perfectamente que era mentira, pues Bauti les habría pasado la información necesaria.
Me mandó algunos mensajes más, a los que les respondía dándole a entender que realmente estaba dispuesta a estar con ellos. “Por favor, no muestren ese video a nadie más” le puse en una ocasión.
Pero como era de esperar, ya estaban perdiendo la paciencia. Una tarde me mandaron el video a mi celular (daba por sentado que los mensajes eran en nombre de ambos), obviamente buscando un efecto recordatorio y amenazador. Les respondí con una carita triste. “¿De verdad me van a obligar a estar con ustedes?”, les puse. “El otro día no parecía que la idea le escandalizaba tanto. Deje de pensar. Hoy nos vamos a ver. Es la última oportunidad que le damos”, me respondieron.
La cosa me estaba divirtiendo más de lo que debería. Me gustaba sentirme amenazada y arrinconada por esos dos. Me sentía una actriz de una película porno. Y Noah tenía razón. Había disfrutado mucho la manera en que me habían abordado en mi casa. Todavía no podía creer cómo tuvieron las agallas para extorsionarme.
También estaba molesta con Bautista. Se me ocurrió una idea perversa para castigarlo. Hacerle ver cómo sus amigos me cogían. Si tanto le gustaba entregar a su madre por unos pesos, lo obligaría a presenciar el producto de sus manipulaciones.
Pero obviamente no podía hacer semejante cosa. Así que me tuve que conformar con mi idea original. Una idea que había germinado en la última visita de sus amigos.
Alguien tocó el timbre. Obviamente eran ellos, evidenciando su ansiedad. Esta vez sí faltaban un par de horas para que Miguel regresara del trabajo. Y Bauti se había ido supuestamente a jugar un partido de fútbol. Qué conveniente.
Dejé que llamaran una vez más. Pero tampoco atendí. Entonces me llamaron al teléfono.
—Mariana, estamos en la puerta —dijo Noah.
—Ya lo sé —dije—. ¿A qué vinieron?
—Sabés muy bien a qué vinimos —dijo Noah, con tono amenazante, ya sin molestarse en tratarme de usted.
—A obligarme a acostarme con ustedes —dije, con un tono que imaginé que emanaba resignación.
—Abrí la puerta. Te juro que esta es la última oportunidad.
—Y si los dejo pasar, ¿van a eliminar ese video? —pregunté.
—Sí. Ya te dijimos que eso vamos a hacer —aseguró Noah, entusiasmado.
—Pero ¿quién me garantiza que solo lo van a hacer una vez? ¿Quién me asegura que no tienen otras copias y las van a usar en el futuro, para someterme de nuevo? Ustedes no se van a conformar con una sola vez.
Hubo un momento de silencio en el que pareció confundido. Luego debatió con Luca, aunque no llegué a escuchar qué decían.
—De todas formas no tenés alternativa —dijo Noah, de nuevo al teléfono—. Solo es un gusto que nos queremos dar. No te queda más que confiar en nosotros.
Un gusto que se querían dar, claro, pensé yo.
—Bien. Lo estuve pensando un rato y… —Hice un silencio teatral, y luego agregué—. No me parece un buen trato.
—¿Qué? —dijo Noah, estupefacto.
—Creo que Bautista va a tener que responsabilizarse de sus actos. Va a ser duro para él. Pero tiene que aprender a comportarse —dije. Del otro lado quedaron en silencio, probablemente descolocados por mi respuesta—. Y ustedes… Si siguen en mi puerta dentro de cinco segundos, voy a llamar a la policía.
Les corté, sin darles tiempo a responder. No tardaron cinco segundos en irse, pero tampoco se quedaron mucho tiempo.
—Vayan a hacerse una paja entre ustedes, pendejos —dije, victoriosa.
Viene la mejor parte mis amigos, dejen sus puntos para hacerme saber que les gusta y así
“Realmente tiene un hermoso culo”, había dicho Noah. Por mucho que me pese, no podía sentir ira al recordar aquellas palabras. No solo eso, sino que mi cuerpo experimentaba inmediatamente la sensación que sentí cuando me percaté de que me estaban acariciando las nalgas con avidez. Como si mi piel tuviera memoria. Y al volver a experimentar esas manos invasoras en mi trasero, me sacudía de placer, sin poder contrarrestar esa reacción tan inconveniente.
Durante algunos días me carcomió la duda con relación a si Bautista estaba al tanto de lo que había pasado. ¿Había sido ese su plan? Lo dudaba. No podría estar seguro de que me sentaría a ver la película con ellos. Ni tampoco podía saber si me iba a excitar con la escena erótica. Ni mucho menos que iba a permitir que sus amigos me metieran mano en sus propias narices. Deduje que Noah y Luca simplemente se habían dejado llevar por la calentura del momento.
Mi corazón se encogía cada vez que imaginaba a esos dos fanfarroneando con mi hijo sobre lo que habían hecho. Pero pensé que quizás se lo guardarían para ellos. A lo mejor pensaban que tenían posibilidades de poseerme sin la ayuda de Bauti, por lo que mantendrían en secreto sus avances. Así se ahorrarían el precio que bautista pensaba cobrarles por entregar a su mamá.
Pero ya estaba bien eso de bailar al ritmo de lo que pretendían esos mocosos.
—Bauti —le dije a mi hijo, mientras terminaba de merendar—. Dame tu celular.
—Qué —dijo, sorprendido, aunque no tanto como cabría esperar.
—Que me muestres el celular. Es una nueva regla. Desde ahora te lo voy a pedir en un momento cualquiera. Quiero asegurarme de que no andes en nada raro —le dije.
Me sentía ridículamente nerviosa. Como si fuera yo la que le tuviera que dar explicaciones a él. Esperaba que Bauti se rehusara. Así tendría una buena excusa para encararlo de una buena vez. Pero para mi sorpresa, lo desbloqueó, y me lo entregó.
Lo primero que revisé fueron las fotos. En la galería no había nada. Pero no me iba a engañar tan fácilmente. Abrí el drive. Si pensaba que borrándolo del teléfono y subiéndolo a la nube se iba a librar de mí, estaba bien equivocado. Abrí una a una las carpetas, pero no había nada. Ninguna foto mía en ropa interior, ni mucho menos desnuda.
—¿Qué buscás? —me preguntó.
—Cuando lo encuentre me voy a dar cuenta de lo que busco —respondí.
Entonces me percaté de que me estaba olvidando de lo más importante. Abrí el WhatsApp, pero no estaban las conversaciones con Noah, ni con Luca. Fruncí el ceño, extrañada. ¿Los tendría agendado con otros nombres? Abrí los chats más recientes, pero no encontré nada. Luego fui a Instagram, con los mismos resultados.
—¿Por qué borrás las conversaciones? —pregunté.
—Por nada en particular. Tengo la costumbre de hacerlo —respondió, encogiéndose de hombros—. Así se libera espacio.
Me sentí impotente. Se me estaba riendo en la cara, y me ponía esa carita de nene bueno. Y sin embargo no podía estar realmente furiosa con él. Jamás pude hacerlo, y supongo que por eso estaba metida en el lío en el que estaba. Me pregunté si era momento de hacerle saber que conocía bien sus intenciones, pero algo me detenía. Lo más probable era que me negara todo. Yo debería tener la templanza suficiente como para plantarme ante él y decirle que no le creía nada, y que de hecho conocía la verdad. Pero no terminaba de animarme a hacerlo. Creo que tenía miedo, porque si Bauti me confesaba lo que estaba haciendo, tendría que enfrentarme a una situación a la que aún no me sentía preparada para enfrentar.
—¿Y si reviso la computadora de tu dormitorio, tampoco voy a encontrar nada raro? —le pregunté.
—Solo algo de porno —respondió él, como si nada.
Comprendí que sería una pérdida de tiempo revisarla. No pude evitar sentir cierto alivio, pues no estaba obligada a exponerlo, cosa que por lo visto me incomodaba más a mí que a él. Incluso quizás, ahora que se percataba de que estaba siendo vigilado de cerca, abortaba todos sus planes maquiavélicos.
—Bauti, sobre tus amigos, Noah y Luca —dije, envalentonada por esa pequeña victoria—. Ya no quiero que te juntes con ellos.
—¿Por qué? ¿Te hicieron algo? —preguntó.
Parecía sospechar que podía haber pasado algo entre los chicos y yo. No sé si tenía en mente la vez que lo mandé a hacer las compras y me quedé a solas con ellos, o el día de la película, que tuve con sus amigos una charla en la cocina que se extendió más de la cuenta. Pero estaba claro que entre los amigos no se contaban todo.
De pronto tuve una maliciosa idea. Cogerme a sus dos amigos antes de que él interviniera. Sería un duro golpe para Bauti: su mamá intimando con esos chicos, y él sin poder sacar ningún provecho de ello. Pero aparté la idea inmediatamente de mi cabeza. ¿Cómo podía estar pensando en eso siquiera?
—No —respondí al fin. Él se mostró aliviado—. Pero… no me gusta cómo me miran.
—¿Y cómo te miran? —preguntó.
—No me miran como deberían mirar a la madre de su compañero de escuela —expliqué—. No me miran como a una señora. No me miran con respeto. Y sus ojos se van a ciertas partes de mi cuerpo(por supuesto que en mi culo)… ¿me entendés?
—Te entiendo. Pero… —dijo él—, todo el mundo te mira así.
—Pero ellos no deberían hacerlo. Deberían tener respeto no solo por mí, sino también por vos y por tu papá —dije, y en mi mente agregué: “eso también aplica para vos”.
—Bueno, puedo hablar con ellos y decirles que traten de no mirarte las tetas cuando vienen de visita —dijo Bauti.
—¿No te molesta que me miren así? —pregunté, exasperada. Sabía qué era lo que pensaba: que no le molestaba en absoluto. Pero me intrigaba saber cuál sería la respuesta que elegiría darme.
—No. Es más, siempre me gustó tener a la mamá más linda de todas —dijo.
Lo soltó con tanta naturalidad que me pareció totalmente sincero. Si me lo hubiera dicho en otro contexto, lo hubiera abrazado, y le hubiera dado miles de besos en la mejilla. Pero con lo que ahora sabia de él…
—No estaría mal que me hagas respetar con tus amigos —dije—. Y si la próxima vez que vengan los pesco viéndome con esas caras de depravados, ya les pondré los puntos yo misma.
Bautista accedió, y yo me sentí una cobarde. Nunca había tenido el carácter fuerte. Eso se vio reflejado en mi adolescencia y en la primera etapa de mi adultez, más que nada en lo fácil que era para un hombre bajarme la bombacha. Y con Bautista jamás había podido ser firme. En mi defensa debo decir que muy pocas veces necesité serlo. Siempre había sido un chico tranquilo, y en general obediente. Pero ya veía qué equivocada estaba.
Pero en ese punto dejé las cosas como estaban. Como ya dije, no me sentía preparada para remover temas que se me antojaban complejos y perversos a la vez. Mi encono con mi hijo se suavizó cuando reconocí que yo era la principal responsable de todo lo que había pasado. Él y sus amigos podían tener las ideas más descabelladas, pero nunca me tendrían si yo no se los permitía. Pero ahí aparecía una incógnita que me hacía temblar de los nervios. ¿De verdad no quería permitírselos?
La fantasía de ser poseída por esos dos adolescentes aparecía cada vez con mayor frecuencia. Y cada vez duraba más. Y ahora se había sumado ese otro, que era incluso más bonito que los demás: Abel. Una vez más me dije que si engañaba a mi marido, los amigos de mi hijo deberían ser los últimos en la lista de posibles candidatos. De hecho, ni siquiera deberían estar en dicha lista. Y una vez más me reprendí por plantearme la posibilidad de traicionar a Miguel.
Por suerte el verano estaba terminando, pero el calor se hacía sentir con fuerza en los últimos días. Habían pasado un par de días de la conversación con Bauti, y yo me sentía más caliente que nunca. Hacía un par de días que no tenía sexo con Miguel. Me indignó que no tomara la iniciativa, pero me contuve. El temor a que tuviera que enfrentarme a un mal desempeño suyo siempre estaba presente.
Pero ahora tenía muchas ganas de hacerlo. Bauti salió a un cumpleaños. Me dijo que era en la casa de Abel, aunque no mencionó que el cumpleaños fuera de él. Le mandé un par de mensajes a Miguel,en los que le mencioné que teníamos la casa sola para nosotros, con una evidente alusión al sexo. Él pareció entusiasmado, e incluso me sorprendió gratamente al decirme que saldría temprano del trabajo, porque no quería esperar a verme.
Me vestí otra vez como “secretaria ejecutiva”. Esta vez me puse una minifalda negra, ceñida y elastizada. Una camisa de seda blanca, a la que le dejé unos botones desabrochados para que se vea el brasier de encaje negro. Me maquillé, y me pinté los labios de un rojo muy intenso. Me até el pelo en un prolijo rodete, aunque sabía que luego lo desarmaría para dejarme el pelo suelto. Me puse un tanguita de hilo dental, y los zapatos con los tacones más altos que tenía. Y la frutilla del postre, unas medias negras con portaligas. Luego agarré los anteojos de marco de ojos de gato y me los puse.
Independientemente de las ganas que tenía de coger, me gustaba verme así, como una escort de lujo. Le pregunté a Miguel si ya estaba llegando, y me respondió que en quince minutos estaba en casa.
Lo esperé en la sala de estar. Me sentía ansiosa, y algo infantil. Pensé que debía agradecerle a Noah y a Luca, pues desde que aparecieron en mi vida, estaba así de caliente. En realidad era Miguel el que debía agradecerles, pues él era el principal beneficiado de mi constante excitación, aunque no lo supiera, ni tampoco lo aprovechara en su totalidad.
Entonces sonó el timbre. Me exalté. No esperaba ningún paquete. ¿Sería que Miguel había perdido las llaves? Me dirigí a la entrada y abrí la puerta.
—Ustedes —dije, sorprendidísima, cuando me encontré con Noah y Luca—. ¿Qué hacen acá? —pregunté.
Ellos se quedaron unos instantes boquiabiertos, sin pronunciar palabra, impactados por la imagen que les estaba regalando, hasta que Luca habló.
—Queríamos decirle algo sobre Bautista —dijo—. Algo muy importante.
Noah le dijo algo al oído, y empezaron a debatir entre ellos. El más alto de los amigos parecía contrariado. Entonces me percaté de que estaba con la camisa abierta, mostrando mis senos. Cualquiera que pasara me vería en esa condición, hablando con dos adolescentes. Miré a todos lados, perseguida. Pero por lo visto no había ningún chismoso rondando por las calles.
—Vamos, pasen —les dije.
Ellos entraron, dubitativos. No entendía por qué habían ido hasta mi casa si ahora parecían arrepentidos.
—Bueno, como verán, no tengo mucho tiempo. Mi marido viene enseguida —expliqué.
Estaba parada, aún cerca de la puerta. Ellos me devoraban con los ojos. Se detuvieron en mis piernas, particularmente en los muslos. La falda era tan corta que se veía el portaligas, así como una pequeña porción de piel desnuda. Pero a Luca parecía gustarle más mis tetas, porque mientras su amigo se quedaba ahí, como tratando de adivinar qué ropa interior ocultaba la falda, él se deleitaba con mis senos hinchados.
Me agarró un escalofrío que se exteriorizó en el temblor de todo mi cuerpo. Entonces cerré los botones de la camisa, hasta el último. No obstante, si bien ahora estaba tapada como una monja, la camisa se apretaba en mis tetas, y sus formas quedaban en evidencia. Y de todas formas mi aspecto de cintura para abajo rompía cualquier intento de sobriedad.
—Mejor no molestemos a la señora, Luca —dijo Noah—. Volvemos cuando no esté ocupada. Pensamos que iba a tener tiempo de atendernos. Sabemos que Bauti está en la fiesta, y nos dijo que su papá llegaba más tarde, así que…
—Su papá hoy viene más temprano —dije—. Y de todas formas, cualquier cosa que me digan a mí, pueden decírselo a él. Vamos, ¿a qué vinieron?
Se miraron entre ellos, como si estuviesen transmitiéndose los pensamientos. Luego asintieron, casi al mismo tiempo. Al hacer esto cambiaron de actitud. Parecían más seguros. Incluso algo agresivos. El corazón empezaba a latirme con mayor velocidad.
—¿Se enteró de que incendiaron la biblioteca de la escuela? —me preguntó Noah.
Claro que lo sabía. Pero eso había sucedido hacia tiempo. En febrero, cuando ni siquiera había clases. ¿Qué se traían entre manos esos chicos? Recordé que había llegado un email a todos los padres, en el que se aseguraba que el colegio había sido atacado por vándalos. Pero también decía que los responsables, dos exalumnos de la institución, ya habían sido denunciados penalmente por los hechos. No entendía nada, aunque sí que empezaba a temer.
—Hoy nos llegó esto. Lo mandó un chico de otro curso —dijo Noah.
Me mostró la pantalla del celular. Se estaba reproduciendo un video. En él se mostraba la biblioteca. Unos chicos estaban rompiendo las hojas de unos libros, y luego los tiraban. Ya se veía una pequeña montaña de libros en el piso. Luego apareció mi hijo en escena. Justo lo que temía. Sentí que mi cabeza daba vueltas. Para colmo, Bauti no solo estaba rompiendo libros, sino que tenía uno abierto en sus manos, al cual arrimó un encendedor, lo prendió fuego, y luego lo tiró sobre la montaña de libros. Se oyó unas risas estúpidas, y luego el video se cortó.
—Hablé con mi papá, que es abogado —dijo Luca, mientras yo trataba de asimilar lo que acababa de ver—. Sin delatar a Bauti, obviamente —agregó después, a la defensiva—. Bueno, hablé con mi papá, y me dijo que es algo muy grave. Si bien no salió nadie herido, podría haberlo habido. Incluso podría haber muerto alguien. Y con este video… Bueno, como mínimo lo echan de la escuela. Y dudo que lo quieran tomar en otra. Y eso sin contar con los problemas penales.
No necesitaba que me explique los detalles. Si ese video salía a la luz, mi hijo se convertiría en un parea. No podría terminar la escuela secundaria, y como mínimo le quedarían antecedentes, por lo que jamás podría conseguir un buen empleo.
—No se preocupe —dijo Noah—. Me aseguré de que los chicos que nos pasaron el video lo borraran. Nos debían un favor.
—¿Ah, sí? —dije—. Bueno, entonces solo basta con que borren ese video que tienen ustedes.
—Exacto —dijo Luca—. Ya lo va entendiendo.
Era obvio que ese era el plan que había decidido ejecutar Bauti. Solo que no contaba con que Miguel llegase temprano a casa. De todas formas me sorprendí, no tanto por su ingenio, sino por lo arriesgado que estaba siendo. Iba a todo o nada. Realmente me estaba poniendo entre la espada y la pared. Me pregunté qué hubiese hecho si no sabría que él estaba detrás de todo eso, y si su padre no llegaba temprano. Me sorprendí al responderme que probablemente me sometería a esos dos degenerados.
Entonces los chicos se acercaron. Un instante de ensimismamiento bastó para que ya los tuviera encima de mí sin haber podido hacer nada al respecto.
—Bueno, entonces bórrenlo por favor —dije, con un hilo de voz.
Aunque sabía que todo era una farsa, estaba realmente nerviosa. Me sentía intimidada, indefensa, y además estaba increíblemente caliente.
—Claro, no se preocupe. Si nosotros siempre cuidamos de su hijo —dijo Noah.
Entonces metió su mano por debajo de la falda. Fue un movimiento lento. Parecía que no tenía dudas de que iba a dejar que lo hiciera. Sentí sus dedos en mi muslo desnudo, haciendo pequeños movimientos circulares. Luca estaba a mi espalda, y se apoyó en mí. Su verga ya media dura se apretó en mis nalgas.
—¿Qué hacen? —les pregunté, aunque era evidente.
Por toda respuesta Luca magreó mi culo con violencia, a la vez que Noah levantaba lentamente mi pollera. Yo como única defensa agarré del extremo de la prenda y la tironeé hacia abajo, a la vez que él seguía levantándola.
—Hoy estás hecha una putita —susurró Luca, mientras imitaba a su amigo y empezaba a levantarme la falda. Unos instantes después sentí su mano en mi piel desnuda. Primero me acarició una nalga con suavidad, luego la pellizcó con violencia.
Estaba atrapada entre los dos. Uno adelante, otro atrás, y ambos ejerciendo una presión tal sobre mi cuerpo que apenas podía moverme.
—No puedo —dije—. Mi marido llega en unos minutos. Por eso estoy así.
—Un rapidito entonces —dijo Noah.
Rodeó mi nuca con su mano, se inclinó, y me besó. Su lengua se metió en mi boca, y empezó a frotar la mía. Era imposible esquivarla. Por más que yo no retribuyera el beso, su lengua alcanzaba la mía y empujaba sobre ella, haciéndome sentir su sabor mentolado, mezclando su saliva con la mía.
“No puedo”, les había dicho. Entre todas las cosas que podía haberles dicho, solté las menos convenientes. Y sin embargo no me salían otras palabras. Ellos me estaban inmovilizando, sí. Pero igual mi cuerpo no hacía el menor esfuerzo por zafarse de esa situación.
Me di cuenta de que ya ni siquiera estaba luchando por mantener mi pollera puesta. De hecho ya la tenía levantada casi hasta la cintura, mientras Luca ahora parecía estar enloquecido con mi culo. Y Noah seguía besándome, e intentaba correrme la tanga a un lado, lo que no era muy difícil, pues la pequeña tela apenas contenía mis labios vaginales.
—No, ni siquiera uno rapidito —le dije. Me percaté, consternada, de que estaba jadeando—. Miguel está a punto de llagar. Se los juro. Si quieren les muestro los mensajes.
Entonces disminuyeron la presión, aunque ambos seguían manoseándome. Me aparté de ellos, con dificultad. Me acomodé la pollera. Fui en busca de mi celular, que había dejado en la mesa de luz. Si bien me habían permitido moverme, los tuve otra vez encima de mi enseguida. Cuando me incliné para tomar el celular ya sentí de nuevo sus manos metiéndose por adentro de mi pollerita para acariciarme las nalgas.
—Por favor, váyanse —les dije, mostrándoles el mensaje de mi marido.
Según el horario en el que me lo había mandado, apenas faltaban tres minutos para que llegara. Ambos adolescentes se mostraron increíblemente frustrados al conocer la verdad. Y no era para menos. Ya tenían las vergas totalmente erectas y sus dedos estaban en contacto con la suave piel de mi trasero.
—Bueno. Entonces vamos a tener que arreglar un día para vernos —dijo Noah.
—Entonces… —dije, ahora que por fin me habían soltado—. ¿me van a obligar a estar con ustedes para no mandar al frente a mi hijo? ¿Es eso?
—Sí —respondió Noah sin dudarlo un instante.
—¿No van a borrar el video ahora? —les pregunté.
Y en una reacción que no fue en absoluta planeada, llevé mis manos a los duros falos de esos pequeños extorsionadores. Los acaricié con suavidad, por encima de los pantalones. Cuando Miguel llegara, se abriría la puerta de la cochera, pues siempre entraba con el auto, así que tenía ese margen de tiempo.
—Cuando nos veamos, y te cojamos. Ahí lo vamos a borrar —dijo Luca.
Si seguía unos segundos más así, los mocosos acabarían en sus pantalones. Pero yo misma estaba muy tentada. Era la primera vez después de muchísimo tiempo que tenía una pija que no fuera la de Miguel en mi mano. Y de hecho, eran dos. Podía percibir el tamaño de ambas. La de Noah era la más grande, pero me sorprendió el grosor que tenía Luca. No es que fuera enorme, pero en alguien tan pequeño como él era de un tamaño considerable. Y la dureza que tenían… estaban como una roca. Parecía que esas extremidades no conocían la flaccidez. Me di cuenta de que tenía los labios levemente abiertos, y se me hacía agua la boca. Unos segundos más, y un hilillo de baba se me escaparía por las comisuras de mis labios.
No tardaron mucho en empezar a meterme mano de nuevo. Noah me comió la boca otra vez, y Luca, como si quisiera sacarle todo el jugo al poco tiempo que quedaba, llevó sus manos a mis tetas, y las estrujó.
Entonces por fin escuché el portón de la cochera abriéndose.
—Ya está. Basta. Llegó mi marido —dije.
Me acomodé todo lo rápido que pude la camisa y la falda. Noah me pidió permiso para pasar al baño. Mi idea era hacerlos salir mientras Miguel entraba por la puerta de atrás, pero el chico arruinó mis planes. Para cuando Miguel apareció, aún no había salido del baño.
—Hola —dijo, con el ceño fruncido—. ¿Qué pasa acá?
Me gustó ver que por fin mostraba algo de carácter.
—Señor Molinari, qué tal —dijo Luca. Estaba levemente sonrojado—. Es que, vinimos a buscar a Bauti para ir a la fiesta. Pero por lo visto ya se había ido sin nosotros. Y bueno, Noah necesitaba pasar al baño y por eso molestamos a la señora Mariana. Les pido mil disculpas por interrumpirlos justamente en este momento —agregó después, mirándome.
Parecía que tenía el discurso preparado. Entonces Miguel soltó una carcajada. Parecía divertirle mucho la idea.
—Qué inoportunos, ¿no? —dijo, palmeando la espalda de Luca, quien, ahora más colorado, asentía con la cabeza y se reía junto a mi marido.
Al rato Noah salió del baño. Luca le dio a entender lo que se había inventado, y él le siguió la corriente. Vaya cuervos que eran esos chicos, haciéndose los simpáticos con mi esposo, cuando hacía unos minutos me habían estado metiendo mano por todas partes. Y qué marido más ingenuo tenía. Incapaz de leer lo obvio. Aunque eso me convenía, al menos en ese momento.
Los chicos saludaron a Miguel, y por fin se fueron. Mi nerviosismo era evidente.
—Qué vergüenza —dije—. Justo ahora tuvieron que aparecer. Me los quise sacar de encima, pero Noah se moría de ganas de hacer pis, y…
Miguel me agarró de la mano y me atrajo hacia él. Me dio un beso. Se mostraba más excitado de lo que nunca se mostró.
—Y vos preocupándote porque cumpliste cuarenta —dijo, llevando sus manos a mi trasero—. ¿Te diste cuenta? El más chiquito tenía una erección.
—¿Qué? No puede ser —dije, maldiciendo a Luca por no haber disimulado su excitación, como sí lo había hecho Noah—. Yo no hice nada para que se pusiera así.
—¿Nada? —dijo Miguel—. Mi amor. Con solo verte así es más que suficiente para endurecer cualquier pija.
—¿Ah, sí? —le susurré, de pronto entusiasmada—. ¿Y esta pija también?
Palpé su verga, y la sentí hinchada, ya levemente dura. Me sorprendió gratamente. No solía parársele con tanta facilidad. Miguel me tumbó en el sofá. Metió la mano dentro de la pollera y me quitó la tanga en un santiamén, rompiéndola.
—Me vas a tener que comprar una nueva —le dije.
—Te voy a comprar veinte. Y las voy a romper a todas —aseguró, con una virilidad que resultó muy rara en él.
Se puso encima de mí, y me penetró con un salvajismo que también me sorprendió. ¿Estaba tan excitado porque me había visto con los chicos? No podía creer eso. Sin embargo ahora me estaba montando como todo un semental.
Fue una noche espléndida. Ni siquiera fue necesario hacerle tragar el viagra para que se eche tres polvos. Quedé exhausta. No hace falta decir que hacía mucho que mi marido no me dejaba así. Era como si un tren me acabara de arrollar.
No quise decir nada que rompiera la magia del momento. Dormí en sus brazos, no sin sentir una gran intriga por su sorprendente desempeño.
Esa misma noche Noah me había escrito, para acordar el día en el que nos veríamos. Los pendejos habrían de sentirse muy poderosos, chantajeándome de esa manera tan vil. Debían de estar haciendo todo tipo de planes, imaginando cómo me poseerían.
Pero recién al día siguiente leí el mensaje, y le respondí de manera escueta diciéndoles que esos días iba a estar muy ocupada. Cosa que de seguro ellos entendían perfectamente que era mentira, pues Bauti les habría pasado la información necesaria.
Me mandó algunos mensajes más, a los que les respondía dándole a entender que realmente estaba dispuesta a estar con ellos. “Por favor, no muestren ese video a nadie más” le puse en una ocasión.
Pero como era de esperar, ya estaban perdiendo la paciencia. Una tarde me mandaron el video a mi celular (daba por sentado que los mensajes eran en nombre de ambos), obviamente buscando un efecto recordatorio y amenazador. Les respondí con una carita triste. “¿De verdad me van a obligar a estar con ustedes?”, les puse. “El otro día no parecía que la idea le escandalizaba tanto. Deje de pensar. Hoy nos vamos a ver. Es la última oportunidad que le damos”, me respondieron.
La cosa me estaba divirtiendo más de lo que debería. Me gustaba sentirme amenazada y arrinconada por esos dos. Me sentía una actriz de una película porno. Y Noah tenía razón. Había disfrutado mucho la manera en que me habían abordado en mi casa. Todavía no podía creer cómo tuvieron las agallas para extorsionarme.
También estaba molesta con Bautista. Se me ocurrió una idea perversa para castigarlo. Hacerle ver cómo sus amigos me cogían. Si tanto le gustaba entregar a su madre por unos pesos, lo obligaría a presenciar el producto de sus manipulaciones.
Pero obviamente no podía hacer semejante cosa. Así que me tuve que conformar con mi idea original. Una idea que había germinado en la última visita de sus amigos.
Alguien tocó el timbre. Obviamente eran ellos, evidenciando su ansiedad. Esta vez sí faltaban un par de horas para que Miguel regresara del trabajo. Y Bauti se había ido supuestamente a jugar un partido de fútbol. Qué conveniente.
Dejé que llamaran una vez más. Pero tampoco atendí. Entonces me llamaron al teléfono.
—Mariana, estamos en la puerta —dijo Noah.
—Ya lo sé —dije—. ¿A qué vinieron?
—Sabés muy bien a qué vinimos —dijo Noah, con tono amenazante, ya sin molestarse en tratarme de usted.
—A obligarme a acostarme con ustedes —dije, con un tono que imaginé que emanaba resignación.
—Abrí la puerta. Te juro que esta es la última oportunidad.
—Y si los dejo pasar, ¿van a eliminar ese video? —pregunté.
—Sí. Ya te dijimos que eso vamos a hacer —aseguró Noah, entusiasmado.
—Pero ¿quién me garantiza que solo lo van a hacer una vez? ¿Quién me asegura que no tienen otras copias y las van a usar en el futuro, para someterme de nuevo? Ustedes no se van a conformar con una sola vez.
Hubo un momento de silencio en el que pareció confundido. Luego debatió con Luca, aunque no llegué a escuchar qué decían.
—De todas formas no tenés alternativa —dijo Noah, de nuevo al teléfono—. Solo es un gusto que nos queremos dar. No te queda más que confiar en nosotros.
Un gusto que se querían dar, claro, pensé yo.
—Bien. Lo estuve pensando un rato y… —Hice un silencio teatral, y luego agregué—. No me parece un buen trato.
—¿Qué? —dijo Noah, estupefacto.
—Creo que Bautista va a tener que responsabilizarse de sus actos. Va a ser duro para él. Pero tiene que aprender a comportarse —dije. Del otro lado quedaron en silencio, probablemente descolocados por mi respuesta—. Y ustedes… Si siguen en mi puerta dentro de cinco segundos, voy a llamar a la policía.
Les corté, sin darles tiempo a responder. No tardaron cinco segundos en irse, pero tampoco se quedaron mucho tiempo.
—Vayan a hacerse una paja entre ustedes, pendejos —dije, victoriosa.
Viene la mejor parte mis amigos, dejen sus puntos para hacerme saber que les gusta y así
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