Había sido una noche intensa donde no solamente bebimos y bailamos sino que follamos como fieras en celo.
A falta de mi padre, me presentó mi madre como su pareja y como tal ejercimos, follando como si no hubiera un mañana, sin pensar que, después de una noche de lujuria y desenfreno, volvería la rutina y el aburrimiento del día a día.
El cansancio la venció y después de dar varias cabezadas, se quitó los zapatos que llevaba y, moviendo el asiento hacia atrás, lo colocó en posición horizontal, tumbándose a continuación bocarriba sobre él.
Puso sus pies desnudos sobre el salpicadero, quedándose enseguida completamente dormida.
Sin prácticamente nada de tráfico, al ir por una carretera secundaria y poco transitada, podía apartar mi mirada de la pista y fijarla en las largas y torneadas piernas desnudas de mi madre.
Esta mañana no llevaba medias, no como anoche, que bien la recuerdo cabalgando encima de mí con un par de medias negras como única prenda.
Mientras anoche dejó tirado en el ascensor su vestido, ahora lo llevaba puesto, aunque no era el mismo, el otro se perdió en la batalla de polvos salvajes.
El que ahora llevaba era blanco, sin tirantes, del tipo “palabra de honor”, con una cremallera que cruzaba la parte frontal del vestido.
Tenía su aquel el nombre que se daba a ese tipo de vestido, “palabra de honor”, como si hipócritamente los machos dieran su palabra de honor de no tirar del escote del vestido hacia abajo, dejando los dos melones al descubierto. Era más bien una provocación, una invitación a hacerlo, y seguro que pocos se librarían de caer en esa tentación.
Bajo el vestido no parecía que hubiera un sostén, pero ¿bragas? ¿llevaba bragas?
A pesar de que el vestido se había deslizado por sus torneados muslos, desde la posición en la que me encontraba no podía ver si las llevaba, así que, inclinándome un poco hacia delante, pude ver que sí, que si las llevaba, blancas, del mismo color del vestido, todo puro e inmaculado. No como anoche que era negro todo lo que llevaba puesto, el vestido, las bragas, las medias, los zapatos, todo, como sus intenciones, negras para beber y follar como el mismísimo diablo. Ahora todo blanco, el vestido, las bragas, los zapatos. Quizá ahora quería ser angelical, pura y virgen, pues conmigo que no contara, que, hasta que llegáramos a casa, yo era su pareja, su semental y, como tal, quería ejercer.
Observando que dormía y, como sus enormes y redondeados pechos subían y bajaban cada vez que respiraba, tuve la tentación de verlos, de tocarlos, de sobarlos sin nada que los cubriera, para lo que reduje la velocidad del vehículo.
Como la cremallera del vestido partía de entre sus senos, la cogí con mis dedos y, deslizándola lentamente, fui poco a poco descubriéndolos, pero no me detuve en sus tetas y, atrevido, una vez descubiertas sus braguitas, llevé la cremallera hasta el final, hasta sus muslos, soltándola y provocando que el vestido se abriera por delante.
Ella no se inmutó, parecía que seguía durmiendo, así que, con cuidado, abrí más el vestido y, al fin, descubrí las dos enormes tetas desnudas sin nada que las tapara.
Yacían majestuosas apuntando al techo del vehículo, con sus pezones emergiendo de grandes areolas casi negras. Me gritaban que se las comiera, que la comiera las tetas, pero, sentado en el asiento del piloto, no me era posible sin detener el vehículo, así que me fijé en sus braguitas, blancas, casi transparente, más accesibles, que mostraban más que ocultaban un sabroso coño apenas cubierto por una fina franja de vello púbico muy recortado.
¿Se lo recortaría ella sola o, seguramente, más de uno se lo rasuraría para follársela mejor?
Acerqué mi mano a sus braguitas y, metiendo lentamente mis dedos bajo ellas, se las levanté un poco, lo suficiente para mirar debajo, observando su sexo ni nada que lo cubriera.
¡Un claxon!
¡Levante la vista y …luces parpadeantes … un coche frente a mí! ¡Un volantazo … y me salí de la carretera!
Me metí en un campo lleno de hoyos y, botando, botando, al fin se detuvo el vehículo.
Tan concentrado estaba desnudándola que no me percaté que el coche había invadido el carril contrario de la carretera en el momento que pasaba otro vehículo.
Afortunadamente el posible accidente no fue a mayores, pero despertó a mi madre, que, asustada y aturdida, se incorporó del asiento, con todas las tetas y el coño al aire.
¿Qué … qué pasa?
Preguntó totalmente desorientada y desnuda.
Por las ventanas del auto pude ver a un labriego a pocos metros que la observaba con la boca abierta.
Abrió mi madre la puerta del copiloto e iba a salir cuando se dio cuenta que estaba descalza, que tenía la entrepierna sin nada que la cubriera, que sus tetas estaban al aire, ¡que estaba completamente desnuda!
¡Ay, por dios!
Exclamó asustada y, al levantar la mirada vio a apenas a dos metros de donde estaba a un hombre que la observaba babeando y sin decir nada.
Escandalizada, se introdujo rápida dentro del coche, cerrando la portezuela y subiendo la ventanilla.
Sentada encima de su propio vestido, no podía taparse con él, así que colocando sus manos, una sobre cada seno, se los cubrió como malamente pudo, dejando su sexo al descubierto.
¡Ay, por dios, y ese hombre no para de mirarme!
Exclamó avergonzada, dirigiendo primero su mirada al hombre y luego a mí por si podía hacer algo.
Se fijó en una de mis manos y ¡tenía sus bragas rotas en ella!
Con la urgencia de apartar el coche para que no colisionara con el otro, tiré violentamente de las bragas y se las arranqué sin percatarme.
Con los ojos muy abiertos, me echó una mirada acusadora y me chilló:
¡Me las has quitado! ¡me has quitado las bragas!
¡Esto … yo …no!
Balbucee a modo de excusa mientras mi rostro ardía de vergüenza.
¡Me las has roto y no tengo otras!
Exclamó dirigiéndose a mí, preocupándose más de no tener recambio para cubrir su coño a que su propio hijo se las arrancara.
¡Arranca, por dios, que este tipo me va a violar!
Me ordenó mi madre gritándome con la cara muy colorada, mientras agitaba histérica sus tetas.
Intenté poner el coche en marcha, pero no arrancaba. Lo intenté una, dos, tres veces más, hasta que al final lo conseguí a pesar de los gritos histéricos de mi progenitora
Conduje muy despacio, evitando en lo posible los hoyos, hasta que salí nuevamente a la carretera, pero algo no iba bien en el auto que iba trompicones.
Iba a detenerme para ver que le pasaba al coche, pero mi madre me recriminó:
¡No te pares aquí, por dios! ¡No ves que está el tipo ese ahí! ¿Quieres que me viole?
Al verla completamente desnuda, la idea me parecía estupenda, no vendría nada mal una peli porno de sexo duro con el buenorra de mi madre de protagonista, pero no me atreví a responderla.
Si tanto hablaba ella de que un desconocido se la follara, que la violara, es que deseaba que sucediera, que se la tirara, que se metiera entre sus piernas y, mientras la comía las tetas, se la follara a placer. Seguro que se moría de ganas porque sucediera, porque se la tirara, y, con la excusa de que no daba su consentimiento, disfrutaría como una perra en celo, manteniendo las apariencias de casta y pura, de que no ponía los cuernos a su maridito, que no se entregaba sino que la obligaban a follar, a gozar con la polla de un extraño.
Sin expresar mis pensamientos, seguí a trompicones por la carretera, dejando atrás al mirón, que bien se hubiera trajinado a mi santa que, totalmente desnuda en el asiento de copiloto, todavía se cubría malamente las tetas, mientras éstas brincaban descontroladas en cada bote que daba el vehículo.
Con mi mirada bailoteando desde la carretera al deseable cuerpo desnudo de mi madre, iba haciendo eses con el coche.
Era imposible que siguiéramos con el vehículo y mi madre así hasta casa, aunque no me atreví a decirla lo que era evidente, que, como la cogiera el labriego, se la iba a follar, pero no iba a ser el único, porque yo también lo estaba deseando, es decir, que se diera por follada y requetefollada.
A poca distancia observamos un motel y mi madre me gritó, apartando por un momento sus manos de sus melonazos saltarines:
¡Metete, metete ahí!
Dudé si se refería que a que me acercara al hotel o que la metiera la polla en su coño, pero opté por lo primero, no por falta de ganas de lo segundo. Ya habría tiempo para tirármela.
Quizá mi madre pensó que con más gente sería más difícil que el labriego se la tirara o quizá … prefería que se la follara mejor en una cama del motel.
Dirigí el vehículo hacia la casa y, justo en el momento que lo aparcaba en una plaza próxima a la entrada al establecimiento, el coche dejó de funcionar y se detuvo emitiendo un ruido bastante inquietante.
¡Dios mío!
Exclamó mi madre, mirando hacia atrás por si venía el tipo.
¡No te preocupes, que es indefenso! ¡Solamente le alegraste el día al verte con esas tetazas al aire!
Intenté tranquilizarla, pero, sin dejar de taparse las tetas con sus manos, me miró nerviosa y me dijo:
¡Para ti será indefenso, pero para mí no!
Y, al ver como la miraba, me recriminó:
¡No me mires así! ¿No ves que estoy desnuda?
Por eso te miro, porque estás muy buena sin ropa.
La respondí sin dejar de mirarla, para a continuación inclinar hacia atrás el asiento del piloto donde estaba yo sentado.
¿Qué haces?
Me preguntó haciéndose la asustada, pero ya sabía la respuesta.
Ya lo sabes. Tú misma lo has dicho. Eres mi hembra hasta que lleguemos a casa y voy a disfrutarte hasta el último segundo.
La respondí, al tiempo que, con una mano la cogí una teta y con la otra la cadera, atrayéndola hacia mí.
Parecía que oponía resistencia, haciéndose la estrecha, al tiempo que decía con voz tímida y entrecortada
¡No …nos van a ver!
¡Qué disfruten!
La respondí, atrayéndola con fuerza hacia mí, y, al momento se dejó llevar, fundiéndonos en un beso apasionado, mientras me recostaba en el asiento con ella encima.
Morreamos como si no hubiera un mañana, entrelazando una y otra vez nuestras lenguas e intercambiando fluidos, mientras mis manos la amasaban las prietas nalgas desnudas.
Liberando por un momento su boca, balbuceó:
¡Hagámoslo!
E incorporándose, me soltó ansiosa el cinturón del pantalón, bajándomelo con mi bóxer, dejando al descubierto mi cipote duro y erecto.
De rodillas en el asiento del copiloto, se inclinó hacia delante, colocando sus tetas desnudas entre los dos asientos y, cogiendo con la mano el miembro, se lo acercó a sus voluptuosos y sonrosados labios.
Sin pensárselo, se lo metió en la boca y empezó a acariciarlo con sus labios y con su lengua. Se lo metió casi hasta el fondo de la garganta para lentamente sacárselo sin dejar de acariciar con sus labios casi la totalidad del miembro, gozando de cada milímetro. Y una vez fuera de su boca, jugueteó con su lengua, dándole tanto pequeños toques como largos lametones, mientras una de sus manos le sujetaba y la otra le acariciaba los cojones
Metiéndoselo nuevamente en la boca, sujetó con una mano mis pelotas y con la otra el miembro, y empezó a subir y a bajar su cabeza, acariciando con sus voluptuosos labios toda la longitud de mi cipote, congestionándolo cada vez más.
Sacándoselo de la boca, lo acarició con una de sus manos mientras jugueteaba con su sonrosada lengua en mi cada vez más colorado glande.
Estiré mi brazo para sobarla el culo que tenía en pompa pegado al cristal de la ventanilla y, mientras la magreaba las nalgas y ella me comía la polla, observé al labriego que la observaba desde fuera del coche. La observaba el culo y el coño, pegándose al cristal exterior de la ventanilla y, sacando la lengua, comenzó a lamer el cristal pegado al culo de mi madre. Era como si la comiera el culo y el coño a lametazos.
Olvidé al mirón al notar que iba a correrme allí mismo, pero yo quería hacerlo dentro de su coño, quería follármela, y así se lo dije:
¡Métetelo, métetelo en el coño!
Lo entendió al momento, ella lo deseaba más que yo, así que en un instante dejó de comerme la polla y se incorporó, colocándose de rodillas, a horcajadas sobre mi bajo vientre, con un muslo a cada lado de mi cadera.
Cogiendo mi cipote, se lo metió por el coño, hasta que desapareció dentro, empezando a cabalgar sobre él, balanceándose adelante y atrás, adelante y atrás, follándoselo.
Mis manos fueron atraídas como un imán hacia sus erguidas y enormes tetas, cogiéndolas, sobándolas, y, jugueteando entre mis dedos con sus duros pezones, cada vez más congestionados y encarnados, la miré al rostro y la vi totalmente entregada, gozando del polvo que estaba echando a su propio hijo.
Agarró con fuerza mi camisa y, de un fuerte tirón, arrancó todos los botones y, abriéndola, apoyó sus manos sobre mi pecho desnudo, clavándome las uñas, mientras cabalgaba a un ritmo cada vez más frenético.
Mis manos abandonaron sus erguidos senos para alcanzar sus nalgas, quedándose allí apretándolas al ritmo cada vez mayor de su folleteo.
¡Adelante-atrás- adelante-atrás! ¡Dentro-fuera-dentro-fuera!
Escuchaba no solo los gemidos y suspiros de mi madre sino también mis propios resoplidos y el repiqueteo de su perineo contra mis cojones.
Detrás de ella, emergió la cabeza del labriego que no quería perder ni por un instante el bamboleo de sus prietas y exuberantes nalgas, mientras mi cipote entraba y salía, aparecía y desaparecía dentro de su cada vez más empapado coño.
En ese momento el placer surgió de dentro de mí, invadiéndome y me corrí, sujetándola por las nalgas para que se quedara quieta y no se moviera, dejando que disfrutara del sabroso orgasmo alcanzado.
Deteniendo mi madre su folleteo, llevó su mano a su vulva y, con mi verga todavía dentro de su coño, se masajeó con energía el clítoris. ¡Se estaba masturbando, la muy calentorra! ¡Se masturbaba mientras fijaba su vista directamente en mi rostro, en el de su propio hijo al que se había tirado!
Con la boca semiabierta y su lengua deslizándose por sus sonrosados y voluptuosos labios, su rostro destilaba puro vicio y lascivia.
No tardó en correrse y chilló de placer al hacerlo, permaneciendo quieta durante unos segundos, gozando también de su sabrosa corrida.
Tumbado bocarriba y con mi madre sentada encima de mí, miré alrededor, buscando al labriego rijoso y voyeur, que tanto disfrutó observando el culo desnudo de mi madre mientras me comía la polla y luego me follaba, pero no lo vi.
Apaciguado el momento de lujuria desenfrenada, debió darse cuenta mi madre de que nos podían estar observando y me desmontó. Sentándose en el asiento de copiloto, cogió su vestido y se lo colocó tan rápido como pudo, subiéndose la cremallera y tapándose las tetas.
Nos ha visto.
Exclamó muy seria, mirando hacia la entrada al motel. Seguí su mirada y efectivamente, a unos quince metros de donde estábamos, un hombre barrigudo de unos cincuenta y tantos años nos observaba. Sonriéndonos, levantó hacia nosotros su mano con el pulgar levantado hacia arriba en señal de que … ¿nos había visto follar? Ya lo sabíamos.
¡Que disfrute!
Fue mi respuesta al tiempo que me subía el pantalón y el boxer, cubriendo mi aún congestionada verga.
Me sentía un ser superior, un auténtico semental, un macho alfa, envidia de todos, al haberme tirado a una hembra tan voluptuosa y deseable mientras nos observaban con ojos libidinosos.
Ya vestido, fui el primero en abrir la puerta del coche y, saliendo fuera, la dije sonriendo perverso:
Me voy a tomar un café. ¿Te pido algo o esperas aquí a que vengan a violarte?
¡Ay, no … no … espera, por favor, espera!
Fue su apresurada respuesta mientras abría deprisa la puerta del copiloto, saliendo fuera del vehículo.
Nos encaminamos hacia la entrada del motel donde el tipo no dejaba de observarnos con una sonrisa socarrona surcando su rostro.
¿Tiene café?
Le pregunté, como si no hubiera sucedido nada.
Por supuesto y también cama.
Me respondió irónico, desnudando a mi madre con la mirada.
Primero un café bien cargado.
Fui mi respuesta. No iba a dejarme acojonar por este paleto.
¿Quieres algo, conejita?
Pregunté prepotente a mi madre que iba detrás de mí.
También café … café bien cargado.
Fue su respuesta, intimidada y avergonzada por el extraño que la había visto desnuda y follando.
¿Y luego cama?
Preguntó sarcástico el hombre sin obtener respuesta.
¿No quieres nada de comer?
La pregunté, obviando la pregunta del tipo.
No, no, solo café.
Fue su tímida respuesta.
Ya comiste bastante.
Respondí, escuchando al hombre secundarme:
¡Ni que lo digas, chata, que ya lo hemos visto!
Como mi madre callaba, vocee al hombre, mientras entrábamos al local, seguidos por él.
Pues ya ha oído: Dos cafés bien cargados.
Me senté en una mesa, sin esperar a mi madre que, lejos de sentarse conmigo, me dijo:
Voy al baño.
Y se alejó camino de los servicios.
La observé el culo y como lo bamboleaba al alejarse, entrándome nuevamente ganas de tirármela. Se me ocurrió en ese momento que si el alcohol la ponía cachonda, todavía más cachonda, sería una estupidez no aprovecharse.
Cuando ella desapareció por la puerta de los baños, le dije al hombre que estaba preparando los cafés.
Póngame los cafés en taza grande y rellénelos hasta arriba de coñac.
Me miró sonriente el tipo y me dijo:
Arriba tengo cama para que te la tires. Y si quieres mirar o grabar, cuenta conmigo.
Se ofreció y yo, mirándole, no le respondí.
En breves segundos ya tenía sobre el mostrador los dos cafés bien cargados de alcohol.
Pagando la consumición me llevé las dos tazas de café a la mesa donde estaba sentado.
En ese momento escuché un agudo chillido, venía de los servicios donde había entrado mi madre.
¡Otro chillido y … otro! ¡Mi madre!
Eché a correr hacia el servicio desde donde partían los chillidos, escuchando detrás de mí reírse a carcajadas al tipo que me había servido los cafés.
Los chillidos partían del baño de señoras. Empujé violentamente la puerta y me encontré a mi madre en tetas, … no solo en tetas, sino ¡completamente desnuda!
Estaba forcejeando con un tipo, ¡con el labriego!, que, cogiéndola por las tetas, la empujaba y tiraba de ella, queriendo arrinconarla en una esquina para tirársela.
Ella oponía una feroz resistencia, agarrándose a las paredes y al lavabo, sin dejar de chillar histérica.
Con la verga erecta y congestionada saliendo de la bragueta bajada del pantalón, el paleto quería violarla y ella parecía que no estaba por la labor por la fuerte resistencia que oponía.
El vestido blanco de mi madre yacía tirado en el suelo, dejándola completamente desnuda.
Me quedé paralizado durante unos instantes, observando el escultural cuerpo de mi madre completamente desnudo y como el hombre, en su afán por arrinconarla y violarla, la agarraba y sobaba tetas, muslos, caderas, culo. … todo.
Dudé si ver como la disfrutaban contra su voluntad, pero, si le dejaba, seguramente no podría yo volver a follármela. Sería ella la que, como castigo, no me dejaría gozarla de nuevo.
Así que, tras decidir la mejor solución, me lancé contra el tipo, agarrándole por detrás con fuerza por el cuello y, empujándole, le aparté de mi madre.
Viendo frustrada su intención, salió el labriego a la carrera del servicio, dejándonos a solos a mi madre y a mí.
Conmocionada se echó ella a llorar y yo, con la excusa de tranquilizarla, la abracé y, mientras lloraba en mi hombro, aproveché para sobarla a placer el culo y sentir como sus tetazas desnudas se frotaban insistentemente contra mi pecho, clavándome sus duros pezones empitonados.
Le escuché decirme entre sollozos:
¡Estaba … estaba escondido … y… cuando abrí la puerta … se abalanzó sobre mí! ¡Me arrancó … el vestido y … y … me tocó …. Me tocó … toooodo! ¡Quería … quería violarme! ¡Te lo dije! ¡Quería violarme! ¡Y tú no me creías! ¡No me creías! ¡Yo lo sabía! ¡Había visto esa expresión antes … muchas veces antes … y sabía que quería violarme!
Al escucharla pensé en la cantidad de veces que la habían violado y … yo sin haberlo visto ¿dónde estaba yo perdiendo el tiempo en lugar de asistir a unas buenas sesiones de sexo duro con mi madre?
Debió notar la insistente presión en su bajo vientre de como mi verga crecía y crecía, endureciéndose cada vez más con sus palabras, porque se apartó de mí, dejándome que la viera muy de cerca sus tetas. Se las sobé un poco así como sus nalgas, mientras se alejaba para recoger del suelo su vestido.
Con él se cubrió ridículamente las tetas y el sexo, y se metió en un excusado, cerrando la puerta tras ella, no sin antes decirme que la esperara, que no me marchara, y la escuché primero orinar y luego como se ponía el vestido.
Lo llevaba puesto al salir del excusado y me di cuenta que la cremallera no estaba rota, así que, cuando el hombre apareció, tenía mi madre la cremallera del vestido totalmente bajada, incluso estaba ya desnuda. Dudé de la versión de mi madre, quizá no era tan inocente como aparentaba.
Salimos juntos de los servicios y allí, detrás del mostrador estaba el mesonero, sonriéndonos abiertamente.
¿Qué? ¿Algún problemilla con los servicios?
Nos preguntó burlón, pero no le respondimos, provocando que se echara unas risas a nuestra costa.
Sentándonos en la mesa, dio mi madre un largo sorbo a su café. Por expresión de su rostro me di cuenta que el café la resultó demasiado … ¿cargado, amargo?
Aun así se lo apuró hasta la última gota mientras yo apenas tomaba del mío.
Cuando acabó me dijo en voz baja, levantándose de su silla:
Voy a llamarle, a … Dioni, para que venga a buscarnos.
Utilizó el nombre de mi padre, no dijo “mi marido” o “mi esposo”, quizá porque el tipo detrás de la barra nos estaba escuchando o quizá porque además hasta que llegáramos a casa yo era su macho y ella mi hembra.
Salgo fuera pero, por favor, no me pierdas de vista.
Me suplicó, temiendo que el paleto se la quisiera nuevamente beneficiar al verla sola y sin escolta.
La observé a través de las ventanas como hablaba por teléfono, incluso discutía y se enfadaba.
¿Con quién está hablando? ¿Con su marido?
Me interrogó el hombre detrás de la barra y yo le respondí afirmativamente con un gesto de la cabeza.
¿Sabe que estás con ella?
Al escucharle me entró la risa y el tipo debió entender que no por su respuesta.
Lo sabía. ¿Cómo vas a salir de ésta?
Me encogí de hombros como respuesta a su pregunta.
En ese momento entró mi madre con un cabreo monumental, con el rostro y el escote colorados.
Acercándose a mí, se sentó en la silla donde estaba antes sentada, pero si antes se sentó con las piernas bien juntas para que no la vieran el sexo, ahora, no sé si por cabreo, por lascivia o por desinterés, lo hizo con las piernas bien abiertas, para deleite del tipo tras la barra, que la observó con detenimiento la entrepierna sin nada que la cubriera.
Va a venir una grúa para llevarse el coche y a nosotros. Él no viene.
Me dijo y su mirada echaba chispas quizá de pura ira o quizá que el alcohol la había hecho ya efecto y estaba deseando follar.
En ese momento escuché al tipo tras la barra decirnos en voz alta:
¡Tenemos cama arriba! ¡Por si desean descansar … o follar!
Dijo “o follar” en voz más baja, pero le escuchamos nítidamente.
Aprovechando la ocasión, intenté convencer a mi madre para que cogiéramos una habitación. Mi intención era cogerla para, por supuesto, cogerla a ella, para follar.
No podemos esperarles aquí sentados. No sabemos cuánto tiempo tardarán en llegar, quizá horas. Estaremos más descansados y podremos lavarnos si cogemos una habitación.
Tras unos breves segundos de pensárselo, mi madre dio el Ok en voz baja.
Está bien. Cógela. Paga el cornudo de mi marido.
Aun así, el tipo la escuchó y nos anunció en voz alta:
Habitación 6. La mejor. Con baño completo, terraza y, lo más importante, una buena cama. Son 100 euros a pagar por noche y por anticipado.
Como mi madre me había dado la cartera, me levanté a pagarlo en la barra, recibiendo a cambio una llave bastante grande.
Subiendo por las escaleras. A la derecha al fondo.
Me indicó el tipo sonriéndome y con la llave en la mano, nos encaminamos a las escaleras. La dejé que subiera la primera, dándola primero un ligero azote en una de sus nalgas y un prolongado sobeteo después.
Mientras ella subía las escaleras, yo iba detrás, mirándola cuando podía bajo la falda, mientras la sobaba el culo.
Al llegar al piso, aproveché para meterla mano bajo la falda, directamente entre sus muslos, entre sus labios vaginales, provocando que emitiera un tenue chillido y diera un ligero brinco hacia delante.
Se giró, retirando con su brazo mi mano de su coño, y, nada más estar frente a mí, agarré su cremallera y de un tirón se la bajé del todo, sin que ella pudiera evitarlo, cayendo el vestido a sus pies y dejándola completamente desnuda.
Emitió un ligero chillido, mezcla de sorpresa y morbo, y, sin que la diera tiempo a cubrirse, me incliné hacia delante y la levanté del suelo, colocándola bocabajo sobre uno de mis hombros.
Con tan lasciva carga, caminé rápido por el pasillo, camino de nuestra habitación, perdiendo ella sus zapatos por el camino.
La sorpresa la impidió reaccionar y, cuando al fin lo hizo, ya tenía yo la puerta de la habitación abierta.
En medio de la pequeña habitación estaba una cama y allí la dejé caer.
Cayó bocarriba sobre el colchón, rebotando un par de veces hasta que se estabilizó, pero yo ya había cerrado la puerta y me había desnudado total y rápidamente.
La cogí por los tobillos y, tirando de ella, la llevé en un pis pas hasta que sus nalgas estaban al borde del colchón.
Apoyando sus piernas estiradas sobre mi pecho, observé la entrada a su vagina y hacia allí dirigí mi erecto cipote.
Sin preámbulos, la penetré, la penetré hasta el fondo, hasta que todo mi miembro desapareció dentro de su coño y mis pelotas chocaron contra su perineo.
La escuché suspirar fuertemente al ser penetrada y, al mirarla el rostro, observé que había cerrado los ojos y abierto la boca lo suficiente para que su carnosa y sonrosada lengua se asomara entre sus voluptuosos labios.
Sujetándola por las caderas, puse una rodilla sobre el colchón y, mediante movimientos de cadera, glúteos y piernas, empecé a cabalgarla, a balancearme adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándomela.
En cada embestida que daba contemplaba lascivo cómo las tetas de mi madre se balanceaban desordenadas, haciendo que gimiera y suspirara de placer, aumentando aún más mi excitación.
Estaba ahora ella entregada, gimiendo, suspirando y chillando de placer. Sus brazos estirados a lo largo de su cuerpo apuntaban hacia la cabecera de la cama, proporcionando una mejor panorámica de sus erguidas y enormes tetas que se balanceaban desordenadas en cada embestida que daba.
Su rostro estaba arrebatado de placer, con los ojos cerrados y la lengua sonrosada jugueteando sobre sus húmedos y voluptuosos labios.
Aumentando cada vez más la velocidad y la fuerza de mis acometidas, los suspiros y gemidos se convirtieron en chillidos, en gritos de placer, tanto de ella como míos, hasta que, por fin, ¡un enorme placer fue surgiendo de mi interior, explotando en mi miembro, e inundando el sexo de mi madre, que chilló lujuriosa al sentirse empapada de lefa, corriéndose también!
Detuve mis embestidas, gozando del polvo que la había echado, y, tras casi un minuto que permanecí inmóvil, de pies, con mi polla dentro de su coño, me dejé caer a su lado, bocabajo sobre el colchón.
De pronto, mi madre exclamó asustada, sacándome de mi más que placentero reposo:
¡Mi vestido!
Exclamando a continuación alarmada:
¡No tengo otro!
Levantándose rápida de la cama, me dio la espalda, mostrándome su culo redondo y respingón, y abrió la puerta de la habitación, saliendo completamente desnuda al pasillo.
Incorporándome levemente de la cama, la observé trotar por el pasillo, bamboleando lujuriosamente sus caderas y nalgas en cada zancada que daba.
Se detuvo frente a las escaleras por las que habíamos subido, y, barriendo con su mirada todo el pasillo, no debió encontrar su ropa, ¡la única que la quedaba!
Dirigió su mirada asustada hacia mí, como buscando mi ayuda para encontrar su vestido.
Ya se veía completamente desnuda montada en la grúa camino de casa y la cara de mi padre al verla aparecer en pelota picada. ¿Qué excusa pondría?
Me puse a reír a carcajadas al pensarlo, ante la atónica mirada de mi madre.
Dirigió su mirada hacia abajo, hacia el hueco de las escaleras por donde habíamos subido, y se puso de puntillas, contrayendo lascivamente sus glúteos y sus piernas, desapareciendo a continuación escaleras abajo.
¡Estaba bajando totalmente desnuda! ¿Había perdido la cabeza? ¡Como la pillara el labriego o el mesonero la iba dar bien por el coño, culo y boca!
Iba yo ya a vestirme para bajar a buscarla, cuando apareció nuevamente. Seguía con las tetas, el coño, el culo y todo al aire, pero sin el vestido. No había recuperado su vestido y, a pesar de su azoramiento, lucía espléndida, totalmente deseable.
Mirándome turbada se dirigió hacia mí.
En ese momento, detrás de ella apareció de pronto, como de la nada, el labriego. Mi madre no se dio cuenta de su presencia hasta que la cogió por detrás por la cintura y, tirando de ella, la arrastró hacia una habitación. ¡Iba el hijo puta a follársela!
Chillando reaccionó mi madre, agarrándose con fuerza al marco de la puerta, mientras el tipo cogiéndola por las caderas, cintura y tetas, tiraba de ella para meterla en una habitación.
La escuché chillar, exclamar un “¡Socorro!” dirigido a mí, para que la ayudara contra el salido que ansiaba beneficiársela, pero estaba yo paralizado, observando la desesperada lucha de mi madre defendiendo su virtud, y la verdad es que me ponía a mil viendo su cuerpo desnudo en tensión y como se lo sobaba a placer mientras tiraba de sus tetas y caderas.
Volviéndose hacia él, intentó arañarle el rostro, con una furia desconocida producto de su desesperación, y, de un rodillazo en sus cojones, logró soltarse, echando a correr hacia la puerta abierta de la habitación donde hacia escasos minutos me la había follado.
Sus enormes y erguidas tetas se balanceaban lascivas huyendo del lascivo macho que la quería montar contra su voluntad.
Al entrar en la habitación, cerró la puerta tras ella, apoyando su espalda sobre la puerta y empujándola con fuerza para hacer todo lo posible para que el labriego no entrara y se la tirara.
Divertido, la observé detenidamente su hermoso cuerpo desnudo, como sus redondas tetazas se desplazaban al ritmo de su rápida respiración. Una fina franja de vello púbico apenas tapaba su jugosa sonrisa vertical.
Tenía el rostro arrebatado por el esfuerzo y la excitación.
Unas marcas encarnadas con la forma de manos cubrían sus tetas producto del violento sobe del labriego
Me eché a reír a carcajadas y ella me miró como si estuviera loco. Y si lo estaba, estaba loco por verla desnuda, por follármela y por ver como otros la sobaban bien el cuerpo y también se la tiraban.
Me di cuenta que estaba empalmado y también mi madre se dio cuenta, así que, una vez olvidado el susto, el morbo y el deseo se abrió paso también en ella.
Se lanzó hacia mí, obligándome con su impulso y su peso a colocarme bocarriba sobre la cama. Tumbada bocabajo sobre mí, la cogí las nalgas con fuerza y empecé a lamerla ansioso las tetas, mientras mi verga se restregaba ávida por su entrepierna, buscando anhelante un agujero donde introducirse.
La debía hacer cosquillas con mi lengua, con mis labios o con mi polla, porque se reía a carcajadas, intentando apartar mi cabeza de sus turgentes senos, pero yo la retenía agarrándola con fuerza por los duros y macizos glúteos.
Cuando, por fin, pudo soltarse, se colocó a horcajas sobre mí, y, cogiendo mi cipote, se lo introdujo en su coño, empezando a cabalgar con fuerza, con furia, como castigándome por no haberla ayudado contra el tipo.
Balanceándose adelante y atrás, adelante y atrás, arriba y abajo, arriba y abajo, me follaba con rabia, mientras mis manos cogían con fuerza sus nalgas.
¡Adelante-atrás- adelante-atrás! ¡Arriba-abajo-arriba-abajo! ¡Dentro-fuera-dentro-fuera!
Escuchaba los resoplidos y gritos no solo de mi madre sino también los míos, además del continuo choque de la cama contra la pared, desconchándola, y el perineo de mi madre aplastando una y otra vez mis cojones.
En la vorágine y frenesí del polvo que me estaba echando, noté un movimiento detrás de mi madre, venía de la puerta, concretamente del ojo de la cerradura. Era muy amplio, tanto como para que entrara la gran llave que la abría. Y asomando por el agujero de la cerradura había un ojo, ¡un ojo! ¡Nos estaban observando mientras follábamos! ¡Estaban viendo el culo de mi madre y como mi cipote desaparecía y aparecía, entre bote y bote, dentro de su coño!
Lejos de cohibirme, me incrementó el morbo, ¡me ponía que vieran a la sabrosa hembra a la que me estaba tirando!
Empecé a propinarla fuertes y sonoros azotes en las nalgas, al tiempo que la gritaba “¡Culona!”, una y otra vez, mientras mi madre, chillando como si montara un caballo salvaje en un rodeo, incrementaba el ritmo más y más. Prácticamente saltaba frenética sobre mi cipote, entrando y saliendo, una y otra vez, hasta que, por fin, viendo que se corría, se detuvo, y emitiendo no uno sino dos chillidos alcanzó el orgasmo.
Casi al mismo tiempo yo también me corrí, descargué el poco esperma que todavía tenía dentro, en el interior de la vagina de mi madre.
Disfrutando del polvo que habíamos echado, se mantuvo mi madre todavía sentada sobre mí, con mi verga dentro de su coño, hasta que, por fin, me desmontó y se tumbó bocabajo al lado mío.
Levanté levemente la cabeza para mirar al agujero de la cerradura, y efectivamente allí seguía el ojo, mirando sin parpadear, el culo desnudo de mi madre, así como la vulva que me acababa de beneficiar.
El hijo puta salido estaba obsesionado por tirársela, aunque, con la avidez que la miraba, lo extraño es que no se hubiera corrido ya.
Descansé mi cabeza sobre el colchón y, estirando mi brazo, la toque el culo, y el toque se convirtió en sobe. Quería poner los dientes todavía más largos al mirón, darle todavía más envidia, de que lo que él deseaba con tanto ahínco yo lo tenía sin esforzarme al alcance de mi mano y de mi cipote.
Incorporándome, la di un ligero beso en una de sus nalgas, otro en la otra nalga, y los besos dieron paso a lametones, a largos y húmedos lametones que recorrían sus nalgas.
Mi mano fue a su vulva, dilatada y chorreando fluidos, y la metí lenta y suavemente los dedos dentro, acariciándola entre los labios vaginales, delicada e insistentemente juguetee con su clítoris, provocando que estuviera cada vez más hinchado, más congestionado.
Todo lo hacía no solo por mí y por mi hembra, sino para excitar al mirón, para ponerlo más y más celoso, para calentarlo hasta que explotara.
¡No … no descansas! ¡Siempre quieres más!
La escuché susurrar mientras se retorcía de placer e intentaba apartar mi mano de su sexo.
Incorporándome, me tumbé bocabajo sobre ella y besándola suavemente en la nuca, la escuché suspirar y gemir mientras se la erizaba la piel de su nuca.
Entre beso y beso restregué insistentemente mi cipote por sus macizos glúteos.
Cuanto más la besaba la nuca, más se agitaba ella bajo mi peso, parecía una yegua salvaje a la que domar, hasta que mi cipote encontró un acceso al que entrar y lo cruzó.
No sé exactamente donde se la metí, pero la penetré hasta el fondo, hasta que desapareció mi verga en su interior, y empecé a cabalgarla. Ahora era yo el que la cabalgaba, y ella, debajo, no dejaba de moverse, intentando descabalgarme con una fuerza que desconocía.
Resoplaba, gemía y suspiraba mientras me la follaba, pero yo aferrado con mis dos manos a sus tetazas aguantaba mientras la embestía sin descanso una y otra vez.
Por fin, descargué y, al aflojar mi agarre, la yegua se soltó, echándome a un lado y, levantándose rápido de la cama, saltó al suelo, dirigiéndose a una puerta cerrada que, abriéndola, desapareció por ella.
Pensé que iba al baño a lavarse, pero no. Salió completamente desnuda y follada al balcón.
Temiendo que hiciera lo impensable, tirarse a la calle, la seguí, pero no, no parecía su intención dar por finiquitados sus días, sino que apoyada en la barandilla, miraba hacia el campo que se mostraba a nuestros pies.
Me acerqué a ella y la propiné un ligero azote en una de sus nalgas.
Se volvió hacia mí, mostrándome toda su espléndida desnudez, y, sonriéndome aviesamente, me susurró:
¡No mires, disimula pero nos están observando!
Efectivamente a unos tres metros bajo nuestros pies y a una distancia de pocos metros de donde estábamos, el mesonero nos observaba.
Cogiéndome mi madre la verga, se puso de rodillas frente a mí y comenzó a acariciármela con las dos manos, mientras me lamía el glande. Metiéndosela en la boca, lo acarició con sus turgentes labios sonrosados mientras me acariciaba las pelotas.
¡Lo hacía la muy puta para joder al mesonero! Y a mí el morbo de la situación me ponía pero que muy cachondo y más aún cuando miré directamente al mesonero mientras mi madre me comía la polla.
Si de tanto follar, mi cipote estaba exhausto, prácticamente muerto, ella lo volvió milagrosamente a resucitar con esas manos, esa lengua y esos labios de santa.
Se sacó el pene de la boca y, sin soltarlo, me dio la espalda y, apoyándose en la barandilla, separó sus piernas y me susurró:
¡Ahora métemela! ¡Follame!
Cogiendo con mi mano el miembro, lo dirigí a su vulva, y la penetré sin pensármelo. Era ya un lugar familiar, al que entraba y salía como si fuera ya suyo.
Sujetándola por las caderas, comencé balancearme adelante y atrás, adelante y atrás, el familiar bailecito del mete-saca.
Mientras me la follaba, observé hacia donde mi madre dirigía su mirada desafiante, hacia el mesonero que, con la polla fuera, se masturbaba sin dejar de mirarla, de mirar cómo me la tiraba.
De pronto, escuché un vehículo que se aproximaba, apareciendo en mi campo de visión, ¡era el coche grúa! ¡El coche grúa que venía a por nuestro coche y que nos llevaría de vuelta a la civilización!
También mi madre lo escuchó primero y lo vio después, e, incorporándose rauda, salió despedido mi cipote de su coño.
Me apremió diciéndome:
¡Rápido, vístete y baja! ¡Los papeles están en la guantera!
Entrando en la habitación, mientras me vestía tan rápido como podía, la escuché decirme:
Pero no te olvides de subir la maleta para que yo me vista.
La respondí, imaginándomela desnuda montada en la grúa.
Si no tienes ya ropa en la maleta.
Me replicó:
Me pondré tus pantalones y camisa que llevaste ayer en la boda. ¿No querrás que vaya completamente desnuda con unos desconocidos en la grúa? ¿Y qué diría tu padre al verme aparecer así?
¡Que estás muy buena! Y te echaría un par de polvos.
¡Que poco le conoces! ¡No folla, solo se cabrea!
Tras su confidencia, me dispuse a salir, escuchando a mi madre decirme:
Coge la llave, que me voy a dar una ducha rápida.
Con la llave en la mano, bajé y, sin encontrar al mesonero en mi camino, me identifiqué ante el hombre que conducía la grúa.
Le expliqué lo que había pasado y, con la maleta en la mano, subí a la habitación donde había dejado a mi madre, mientras el técnico revisaba el motor del coche.
Mientras subía por las escaleras me pareció escuchar unos gritos y ruidos que inicialmente no identifiqué, pero, al llegar al piso se hicieron más nítidos, mucho más nítidos.
Procedían de la habitación donde hacía pocos minutos había dejado a mi madre.
Acercándome a la habitación escuché chillidos y ruidos que enseguida identifiqué: ¡Estaban follando! Pero … ¡follando a lo bestia! Más que un folleteo, sonaba como una lucha, como una pelea.
¿Qué la sucedía a mi madre? ¿Se la estaban follando?
Pensé alarmado ante la perspectiva.
Me detuve delante de la puerta sin hacer ruido y me dispuse a escuchar.
No había duda, estaban follando en la habitación donde la había dejado.
Esos chillidos que escuchaba me eran familiares, muy familiares, los había escuchado en muchas ocasiones en los dos últimos días. ¡Eran los de ella, los de mi madre! Pero sonaban distintos, era como si … sufriera … la doliera. No, no eran gritos de placer precisamente los que escuchaba.
Pero no estaba sola, no se estaba masturbando en la intimidad, sino que alguien más estaba con ella, por las voces, ruidos y resoplidos que escuchaba, y que se superponían con los de ella, que los ahogaban. Y no parecían de un solo hombre sino de al menos dos. ¿Dos? ¡Dos!
Me coloqué de rodillas frente al ojo de la cerradura y acerqué mi cabeza para mirar por él.
Lo primero que distinguí fue movimiento, y, al momento, observé unos cuerpos … desnudos … sobre la cama … moviéndose rítmicamente … adelante y atrás … adelante y atrás.
¡Mi madre! ¡Y dos tipos más! ¡Se la estaban follando! ¡Se estaban follando a mi madre!
Uno de los tipos estaba tumbado bocarriba sobre la cama, con mi madre bocabajo encima de él, y el otro tipo, de pie, se la estaba montando por detrás.
Mientras uno se la follaba por el coño, el otro la daba por culo.
Al tiempo que se la follaban, el de abajo la comía las tetas mientras se las sobaba a placer, y el de arriba la sujetaba por las caderas.
Con los brazos doblados sobre el colchón, mi madre resistía como podía las embestidas del tipo que, por detrás, la daba por culo, y del que estaba tumbado, que la trabajaba el coño.
¡Un azote! ¡Y otro! El tipo que la enculaba, la propinaba un azote tras otro en una de sus nalgas, fuertes y sonoros, provocando que mi madre emitiera un chillido al recibirlos. Era éste, el que la gozaba el culo, el que imponía el ritmo con sus fuertes y violentas embestidas.
No tardó el de arriba en correrse, gruñendo como un cerdo acatarrado, y se detuvo, mientras el de abajo, impulsado por sus piernas y caderas, continuaba follándosela.
Desmontándola el de arriba, al retirarse, la propinó no uno, sino dos fuertes azotes en las nalgas ya de por si coloradas de mi madre, que emitió agudos chillidos.
Con un ritmo frenético no tardó mucho más el otro tipo en alcanzar el orgasmo, y deteniéndose, gozó durante unos segundos del polvete que acaba de echar, antes de empujarla violentamente, provocando que cayera de lado sobre la cama.
Fue entonces cuando descubrí lo evidente, que el tipo que se la folló por el coño era el labriego y el que lo hizo por el culo debía ser el mesonero, aunque en ese momento no le vi la cara, pero si le escuché decir a mi madre:
¡Que esto te sirva de escarmiento! ¡Si calientas, te quemas! ¡Puta calientapollas!
Tras una breve pausa la amenazó:
Recuerda que como le digas algo al chulo putas que te acompaña, no salís vivos de aquí. ¿Lo entiendes? ¡Contesta, ostias, contesta! ¿Lo entiendes? Os mato y os doy de comer a mis cochinos.
¡Sí! ¡Sí!
Escuché responder aterrorizada a mi madre.
¡No salís vivos!
Sentenció el tipejo y, dirigiéndose al labriego, le dijo:
¡Ya! ¿no? ¡Venga, vamos!
Al escucharlo, me levanté tan rápido como pude sin hacer ruido y, alejándome deprisa, me escondí en un rincón oscuro del pasillo.
Abriendo la puerta, salieron los dos tipos de la habitación, cerrando la puerta tras ellos.
Recé para que no me descubrieran, pero, si me vieron, me ignoraron, descendiendo los dos por las escaleras.
Tardé unos minutos en tranquilizarme y, dudando qué hacer, al escuchar el sonido del agua del baño correr, supuse que mi madre se estaba limpiando, así que opté por lo más prudencial, el disimulo, como si no supiera nada de lo sucedido.
Me acerqué a la habitación y, abriendo con la llave la puerta, entré a una habitación desierta donde la ropa de la cama estaba arrugada y sucia, llena de fluidos que no quise analizar.
En el suelo yacía una colcha, la de la cama, y echándola encima del colchón, tapé toda muestra de la violación que había sucedido. Encima de la cama coloqué la maleta que llevaba y, me disponía a abrirla, cuando observé que encima de la única silla que había en la habitación, estaba el vestido blanco de mi madre, el que habíamos dejado abandonado en el pasillo, así como sus zapatos de tacón.
Al menos esos canallas habían tenido la decencia, por llamarlo de alguna forma, de devolverla su ropa para que tuviera algo con lo que cubrir la vergüenza de su violación.
No tardó mucho mi madre en salir del baño, envuelta en una roída toalla.
Se la veía exhausta y, apenas me miró, cuando la dije que había traído la maleta, pero que, al ver que había recuperado el vestido, ya no hacía falta abrirla.
Como no me respondía ni me miraba, solo se acercaba a la silla donde estaba su ropa, la interrogué, haciéndome el inocente:
¿Cómo has recuperado el vestido? ¿Te lo ha traído alguien?
Seguía en silencio, dándome la espalda, cuando se quitó la toalla, mostrando sus nalgas encarnadas, y se puso el vestido, así que la dije con maldad:
¡Al menos le habrás dado las gracias!
La escuché una breve carcajada, seguida por una sarcástica respuesta:
¡Sí, las gracias!
Nos marchamos de la habitación y del motel, no sin antes dejar la llave sobre el mostrador del bar, ante la torva mirada del mesonero, pero aun así me atreví a darle las gracias, a lo que él, muy educado, me respondió, con una sonrisa que helaba la sangre:
Ha sido un placer.
Montados en la grúa nos marchamos hacia la civilización, remolcando el auto de mi padre.
A falta de mi padre, me presentó mi madre como su pareja y como tal ejercimos, follando como si no hubiera un mañana, sin pensar que, después de una noche de lujuria y desenfreno, volvería la rutina y el aburrimiento del día a día.
El cansancio la venció y después de dar varias cabezadas, se quitó los zapatos que llevaba y, moviendo el asiento hacia atrás, lo colocó en posición horizontal, tumbándose a continuación bocarriba sobre él.
Puso sus pies desnudos sobre el salpicadero, quedándose enseguida completamente dormida.
Sin prácticamente nada de tráfico, al ir por una carretera secundaria y poco transitada, podía apartar mi mirada de la pista y fijarla en las largas y torneadas piernas desnudas de mi madre.
Esta mañana no llevaba medias, no como anoche, que bien la recuerdo cabalgando encima de mí con un par de medias negras como única prenda.
Mientras anoche dejó tirado en el ascensor su vestido, ahora lo llevaba puesto, aunque no era el mismo, el otro se perdió en la batalla de polvos salvajes.
El que ahora llevaba era blanco, sin tirantes, del tipo “palabra de honor”, con una cremallera que cruzaba la parte frontal del vestido.
Tenía su aquel el nombre que se daba a ese tipo de vestido, “palabra de honor”, como si hipócritamente los machos dieran su palabra de honor de no tirar del escote del vestido hacia abajo, dejando los dos melones al descubierto. Era más bien una provocación, una invitación a hacerlo, y seguro que pocos se librarían de caer en esa tentación.
Bajo el vestido no parecía que hubiera un sostén, pero ¿bragas? ¿llevaba bragas?
A pesar de que el vestido se había deslizado por sus torneados muslos, desde la posición en la que me encontraba no podía ver si las llevaba, así que, inclinándome un poco hacia delante, pude ver que sí, que si las llevaba, blancas, del mismo color del vestido, todo puro e inmaculado. No como anoche que era negro todo lo que llevaba puesto, el vestido, las bragas, las medias, los zapatos, todo, como sus intenciones, negras para beber y follar como el mismísimo diablo. Ahora todo blanco, el vestido, las bragas, los zapatos. Quizá ahora quería ser angelical, pura y virgen, pues conmigo que no contara, que, hasta que llegáramos a casa, yo era su pareja, su semental y, como tal, quería ejercer.
Observando que dormía y, como sus enormes y redondeados pechos subían y bajaban cada vez que respiraba, tuve la tentación de verlos, de tocarlos, de sobarlos sin nada que los cubriera, para lo que reduje la velocidad del vehículo.
Como la cremallera del vestido partía de entre sus senos, la cogí con mis dedos y, deslizándola lentamente, fui poco a poco descubriéndolos, pero no me detuve en sus tetas y, atrevido, una vez descubiertas sus braguitas, llevé la cremallera hasta el final, hasta sus muslos, soltándola y provocando que el vestido se abriera por delante.
Ella no se inmutó, parecía que seguía durmiendo, así que, con cuidado, abrí más el vestido y, al fin, descubrí las dos enormes tetas desnudas sin nada que las tapara.
Yacían majestuosas apuntando al techo del vehículo, con sus pezones emergiendo de grandes areolas casi negras. Me gritaban que se las comiera, que la comiera las tetas, pero, sentado en el asiento del piloto, no me era posible sin detener el vehículo, así que me fijé en sus braguitas, blancas, casi transparente, más accesibles, que mostraban más que ocultaban un sabroso coño apenas cubierto por una fina franja de vello púbico muy recortado.
¿Se lo recortaría ella sola o, seguramente, más de uno se lo rasuraría para follársela mejor?
Acerqué mi mano a sus braguitas y, metiendo lentamente mis dedos bajo ellas, se las levanté un poco, lo suficiente para mirar debajo, observando su sexo ni nada que lo cubriera.
¡Un claxon!
¡Levante la vista y …luces parpadeantes … un coche frente a mí! ¡Un volantazo … y me salí de la carretera!
Me metí en un campo lleno de hoyos y, botando, botando, al fin se detuvo el vehículo.
Tan concentrado estaba desnudándola que no me percaté que el coche había invadido el carril contrario de la carretera en el momento que pasaba otro vehículo.
Afortunadamente el posible accidente no fue a mayores, pero despertó a mi madre, que, asustada y aturdida, se incorporó del asiento, con todas las tetas y el coño al aire.
¿Qué … qué pasa?
Preguntó totalmente desorientada y desnuda.
Por las ventanas del auto pude ver a un labriego a pocos metros que la observaba con la boca abierta.
Abrió mi madre la puerta del copiloto e iba a salir cuando se dio cuenta que estaba descalza, que tenía la entrepierna sin nada que la cubriera, que sus tetas estaban al aire, ¡que estaba completamente desnuda!
¡Ay, por dios!
Exclamó asustada y, al levantar la mirada vio a apenas a dos metros de donde estaba a un hombre que la observaba babeando y sin decir nada.
Escandalizada, se introdujo rápida dentro del coche, cerrando la portezuela y subiendo la ventanilla.
Sentada encima de su propio vestido, no podía taparse con él, así que colocando sus manos, una sobre cada seno, se los cubrió como malamente pudo, dejando su sexo al descubierto.
¡Ay, por dios, y ese hombre no para de mirarme!
Exclamó avergonzada, dirigiendo primero su mirada al hombre y luego a mí por si podía hacer algo.
Se fijó en una de mis manos y ¡tenía sus bragas rotas en ella!
Con la urgencia de apartar el coche para que no colisionara con el otro, tiré violentamente de las bragas y se las arranqué sin percatarme.
Con los ojos muy abiertos, me echó una mirada acusadora y me chilló:
¡Me las has quitado! ¡me has quitado las bragas!
¡Esto … yo …no!
Balbucee a modo de excusa mientras mi rostro ardía de vergüenza.
¡Me las has roto y no tengo otras!
Exclamó dirigiéndose a mí, preocupándose más de no tener recambio para cubrir su coño a que su propio hijo se las arrancara.
¡Arranca, por dios, que este tipo me va a violar!
Me ordenó mi madre gritándome con la cara muy colorada, mientras agitaba histérica sus tetas.
Intenté poner el coche en marcha, pero no arrancaba. Lo intenté una, dos, tres veces más, hasta que al final lo conseguí a pesar de los gritos histéricos de mi progenitora
Conduje muy despacio, evitando en lo posible los hoyos, hasta que salí nuevamente a la carretera, pero algo no iba bien en el auto que iba trompicones.
Iba a detenerme para ver que le pasaba al coche, pero mi madre me recriminó:
¡No te pares aquí, por dios! ¡No ves que está el tipo ese ahí! ¿Quieres que me viole?
Al verla completamente desnuda, la idea me parecía estupenda, no vendría nada mal una peli porno de sexo duro con el buenorra de mi madre de protagonista, pero no me atreví a responderla.
Si tanto hablaba ella de que un desconocido se la follara, que la violara, es que deseaba que sucediera, que se la tirara, que se metiera entre sus piernas y, mientras la comía las tetas, se la follara a placer. Seguro que se moría de ganas porque sucediera, porque se la tirara, y, con la excusa de que no daba su consentimiento, disfrutaría como una perra en celo, manteniendo las apariencias de casta y pura, de que no ponía los cuernos a su maridito, que no se entregaba sino que la obligaban a follar, a gozar con la polla de un extraño.
Sin expresar mis pensamientos, seguí a trompicones por la carretera, dejando atrás al mirón, que bien se hubiera trajinado a mi santa que, totalmente desnuda en el asiento de copiloto, todavía se cubría malamente las tetas, mientras éstas brincaban descontroladas en cada bote que daba el vehículo.
Con mi mirada bailoteando desde la carretera al deseable cuerpo desnudo de mi madre, iba haciendo eses con el coche.
Era imposible que siguiéramos con el vehículo y mi madre así hasta casa, aunque no me atreví a decirla lo que era evidente, que, como la cogiera el labriego, se la iba a follar, pero no iba a ser el único, porque yo también lo estaba deseando, es decir, que se diera por follada y requetefollada.
A poca distancia observamos un motel y mi madre me gritó, apartando por un momento sus manos de sus melonazos saltarines:
¡Metete, metete ahí!
Dudé si se refería que a que me acercara al hotel o que la metiera la polla en su coño, pero opté por lo primero, no por falta de ganas de lo segundo. Ya habría tiempo para tirármela.
Quizá mi madre pensó que con más gente sería más difícil que el labriego se la tirara o quizá … prefería que se la follara mejor en una cama del motel.
Dirigí el vehículo hacia la casa y, justo en el momento que lo aparcaba en una plaza próxima a la entrada al establecimiento, el coche dejó de funcionar y se detuvo emitiendo un ruido bastante inquietante.
¡Dios mío!
Exclamó mi madre, mirando hacia atrás por si venía el tipo.
¡No te preocupes, que es indefenso! ¡Solamente le alegraste el día al verte con esas tetazas al aire!
Intenté tranquilizarla, pero, sin dejar de taparse las tetas con sus manos, me miró nerviosa y me dijo:
¡Para ti será indefenso, pero para mí no!
Y, al ver como la miraba, me recriminó:
¡No me mires así! ¿No ves que estoy desnuda?
Por eso te miro, porque estás muy buena sin ropa.
La respondí sin dejar de mirarla, para a continuación inclinar hacia atrás el asiento del piloto donde estaba yo sentado.
¿Qué haces?
Me preguntó haciéndose la asustada, pero ya sabía la respuesta.
Ya lo sabes. Tú misma lo has dicho. Eres mi hembra hasta que lleguemos a casa y voy a disfrutarte hasta el último segundo.
La respondí, al tiempo que, con una mano la cogí una teta y con la otra la cadera, atrayéndola hacia mí.
Parecía que oponía resistencia, haciéndose la estrecha, al tiempo que decía con voz tímida y entrecortada
¡No …nos van a ver!
¡Qué disfruten!
La respondí, atrayéndola con fuerza hacia mí, y, al momento se dejó llevar, fundiéndonos en un beso apasionado, mientras me recostaba en el asiento con ella encima.
Morreamos como si no hubiera un mañana, entrelazando una y otra vez nuestras lenguas e intercambiando fluidos, mientras mis manos la amasaban las prietas nalgas desnudas.
Liberando por un momento su boca, balbuceó:
¡Hagámoslo!
E incorporándose, me soltó ansiosa el cinturón del pantalón, bajándomelo con mi bóxer, dejando al descubierto mi cipote duro y erecto.
De rodillas en el asiento del copiloto, se inclinó hacia delante, colocando sus tetas desnudas entre los dos asientos y, cogiendo con la mano el miembro, se lo acercó a sus voluptuosos y sonrosados labios.
Sin pensárselo, se lo metió en la boca y empezó a acariciarlo con sus labios y con su lengua. Se lo metió casi hasta el fondo de la garganta para lentamente sacárselo sin dejar de acariciar con sus labios casi la totalidad del miembro, gozando de cada milímetro. Y una vez fuera de su boca, jugueteó con su lengua, dándole tanto pequeños toques como largos lametones, mientras una de sus manos le sujetaba y la otra le acariciaba los cojones
Metiéndoselo nuevamente en la boca, sujetó con una mano mis pelotas y con la otra el miembro, y empezó a subir y a bajar su cabeza, acariciando con sus voluptuosos labios toda la longitud de mi cipote, congestionándolo cada vez más.
Sacándoselo de la boca, lo acarició con una de sus manos mientras jugueteaba con su sonrosada lengua en mi cada vez más colorado glande.
Estiré mi brazo para sobarla el culo que tenía en pompa pegado al cristal de la ventanilla y, mientras la magreaba las nalgas y ella me comía la polla, observé al labriego que la observaba desde fuera del coche. La observaba el culo y el coño, pegándose al cristal exterior de la ventanilla y, sacando la lengua, comenzó a lamer el cristal pegado al culo de mi madre. Era como si la comiera el culo y el coño a lametazos.
Olvidé al mirón al notar que iba a correrme allí mismo, pero yo quería hacerlo dentro de su coño, quería follármela, y así se lo dije:
¡Métetelo, métetelo en el coño!
Lo entendió al momento, ella lo deseaba más que yo, así que en un instante dejó de comerme la polla y se incorporó, colocándose de rodillas, a horcajadas sobre mi bajo vientre, con un muslo a cada lado de mi cadera.
Cogiendo mi cipote, se lo metió por el coño, hasta que desapareció dentro, empezando a cabalgar sobre él, balanceándose adelante y atrás, adelante y atrás, follándoselo.
Mis manos fueron atraídas como un imán hacia sus erguidas y enormes tetas, cogiéndolas, sobándolas, y, jugueteando entre mis dedos con sus duros pezones, cada vez más congestionados y encarnados, la miré al rostro y la vi totalmente entregada, gozando del polvo que estaba echando a su propio hijo.
Agarró con fuerza mi camisa y, de un fuerte tirón, arrancó todos los botones y, abriéndola, apoyó sus manos sobre mi pecho desnudo, clavándome las uñas, mientras cabalgaba a un ritmo cada vez más frenético.
Mis manos abandonaron sus erguidos senos para alcanzar sus nalgas, quedándose allí apretándolas al ritmo cada vez mayor de su folleteo.
¡Adelante-atrás- adelante-atrás! ¡Dentro-fuera-dentro-fuera!
Escuchaba no solo los gemidos y suspiros de mi madre sino también mis propios resoplidos y el repiqueteo de su perineo contra mis cojones.
Detrás de ella, emergió la cabeza del labriego que no quería perder ni por un instante el bamboleo de sus prietas y exuberantes nalgas, mientras mi cipote entraba y salía, aparecía y desaparecía dentro de su cada vez más empapado coño.
En ese momento el placer surgió de dentro de mí, invadiéndome y me corrí, sujetándola por las nalgas para que se quedara quieta y no se moviera, dejando que disfrutara del sabroso orgasmo alcanzado.
Deteniendo mi madre su folleteo, llevó su mano a su vulva y, con mi verga todavía dentro de su coño, se masajeó con energía el clítoris. ¡Se estaba masturbando, la muy calentorra! ¡Se masturbaba mientras fijaba su vista directamente en mi rostro, en el de su propio hijo al que se había tirado!
Con la boca semiabierta y su lengua deslizándose por sus sonrosados y voluptuosos labios, su rostro destilaba puro vicio y lascivia.
No tardó en correrse y chilló de placer al hacerlo, permaneciendo quieta durante unos segundos, gozando también de su sabrosa corrida.
Tumbado bocarriba y con mi madre sentada encima de mí, miré alrededor, buscando al labriego rijoso y voyeur, que tanto disfrutó observando el culo desnudo de mi madre mientras me comía la polla y luego me follaba, pero no lo vi.
Apaciguado el momento de lujuria desenfrenada, debió darse cuenta mi madre de que nos podían estar observando y me desmontó. Sentándose en el asiento de copiloto, cogió su vestido y se lo colocó tan rápido como pudo, subiéndose la cremallera y tapándose las tetas.
Nos ha visto.
Exclamó muy seria, mirando hacia la entrada al motel. Seguí su mirada y efectivamente, a unos quince metros de donde estábamos, un hombre barrigudo de unos cincuenta y tantos años nos observaba. Sonriéndonos, levantó hacia nosotros su mano con el pulgar levantado hacia arriba en señal de que … ¿nos había visto follar? Ya lo sabíamos.
¡Que disfrute!
Fue mi respuesta al tiempo que me subía el pantalón y el boxer, cubriendo mi aún congestionada verga.
Me sentía un ser superior, un auténtico semental, un macho alfa, envidia de todos, al haberme tirado a una hembra tan voluptuosa y deseable mientras nos observaban con ojos libidinosos.
Ya vestido, fui el primero en abrir la puerta del coche y, saliendo fuera, la dije sonriendo perverso:
Me voy a tomar un café. ¿Te pido algo o esperas aquí a que vengan a violarte?
¡Ay, no … no … espera, por favor, espera!
Fue su apresurada respuesta mientras abría deprisa la puerta del copiloto, saliendo fuera del vehículo.
Nos encaminamos hacia la entrada del motel donde el tipo no dejaba de observarnos con una sonrisa socarrona surcando su rostro.
¿Tiene café?
Le pregunté, como si no hubiera sucedido nada.
Por supuesto y también cama.
Me respondió irónico, desnudando a mi madre con la mirada.
Primero un café bien cargado.
Fui mi respuesta. No iba a dejarme acojonar por este paleto.
¿Quieres algo, conejita?
Pregunté prepotente a mi madre que iba detrás de mí.
También café … café bien cargado.
Fue su respuesta, intimidada y avergonzada por el extraño que la había visto desnuda y follando.
¿Y luego cama?
Preguntó sarcástico el hombre sin obtener respuesta.
¿No quieres nada de comer?
La pregunté, obviando la pregunta del tipo.
No, no, solo café.
Fue su tímida respuesta.
Ya comiste bastante.
Respondí, escuchando al hombre secundarme:
¡Ni que lo digas, chata, que ya lo hemos visto!
Como mi madre callaba, vocee al hombre, mientras entrábamos al local, seguidos por él.
Pues ya ha oído: Dos cafés bien cargados.
Me senté en una mesa, sin esperar a mi madre que, lejos de sentarse conmigo, me dijo:
Voy al baño.
Y se alejó camino de los servicios.
La observé el culo y como lo bamboleaba al alejarse, entrándome nuevamente ganas de tirármela. Se me ocurrió en ese momento que si el alcohol la ponía cachonda, todavía más cachonda, sería una estupidez no aprovecharse.
Cuando ella desapareció por la puerta de los baños, le dije al hombre que estaba preparando los cafés.
Póngame los cafés en taza grande y rellénelos hasta arriba de coñac.
Me miró sonriente el tipo y me dijo:
Arriba tengo cama para que te la tires. Y si quieres mirar o grabar, cuenta conmigo.
Se ofreció y yo, mirándole, no le respondí.
En breves segundos ya tenía sobre el mostrador los dos cafés bien cargados de alcohol.
Pagando la consumición me llevé las dos tazas de café a la mesa donde estaba sentado.
En ese momento escuché un agudo chillido, venía de los servicios donde había entrado mi madre.
¡Otro chillido y … otro! ¡Mi madre!
Eché a correr hacia el servicio desde donde partían los chillidos, escuchando detrás de mí reírse a carcajadas al tipo que me había servido los cafés.
Los chillidos partían del baño de señoras. Empujé violentamente la puerta y me encontré a mi madre en tetas, … no solo en tetas, sino ¡completamente desnuda!
Estaba forcejeando con un tipo, ¡con el labriego!, que, cogiéndola por las tetas, la empujaba y tiraba de ella, queriendo arrinconarla en una esquina para tirársela.
Ella oponía una feroz resistencia, agarrándose a las paredes y al lavabo, sin dejar de chillar histérica.
Con la verga erecta y congestionada saliendo de la bragueta bajada del pantalón, el paleto quería violarla y ella parecía que no estaba por la labor por la fuerte resistencia que oponía.
El vestido blanco de mi madre yacía tirado en el suelo, dejándola completamente desnuda.
Me quedé paralizado durante unos instantes, observando el escultural cuerpo de mi madre completamente desnudo y como el hombre, en su afán por arrinconarla y violarla, la agarraba y sobaba tetas, muslos, caderas, culo. … todo.
Dudé si ver como la disfrutaban contra su voluntad, pero, si le dejaba, seguramente no podría yo volver a follármela. Sería ella la que, como castigo, no me dejaría gozarla de nuevo.
Así que, tras decidir la mejor solución, me lancé contra el tipo, agarrándole por detrás con fuerza por el cuello y, empujándole, le aparté de mi madre.
Viendo frustrada su intención, salió el labriego a la carrera del servicio, dejándonos a solos a mi madre y a mí.
Conmocionada se echó ella a llorar y yo, con la excusa de tranquilizarla, la abracé y, mientras lloraba en mi hombro, aproveché para sobarla a placer el culo y sentir como sus tetazas desnudas se frotaban insistentemente contra mi pecho, clavándome sus duros pezones empitonados.
Le escuché decirme entre sollozos:
¡Estaba … estaba escondido … y… cuando abrí la puerta … se abalanzó sobre mí! ¡Me arrancó … el vestido y … y … me tocó …. Me tocó … toooodo! ¡Quería … quería violarme! ¡Te lo dije! ¡Quería violarme! ¡Y tú no me creías! ¡No me creías! ¡Yo lo sabía! ¡Había visto esa expresión antes … muchas veces antes … y sabía que quería violarme!
Al escucharla pensé en la cantidad de veces que la habían violado y … yo sin haberlo visto ¿dónde estaba yo perdiendo el tiempo en lugar de asistir a unas buenas sesiones de sexo duro con mi madre?
Debió notar la insistente presión en su bajo vientre de como mi verga crecía y crecía, endureciéndose cada vez más con sus palabras, porque se apartó de mí, dejándome que la viera muy de cerca sus tetas. Se las sobé un poco así como sus nalgas, mientras se alejaba para recoger del suelo su vestido.
Con él se cubrió ridículamente las tetas y el sexo, y se metió en un excusado, cerrando la puerta tras ella, no sin antes decirme que la esperara, que no me marchara, y la escuché primero orinar y luego como se ponía el vestido.
Lo llevaba puesto al salir del excusado y me di cuenta que la cremallera no estaba rota, así que, cuando el hombre apareció, tenía mi madre la cremallera del vestido totalmente bajada, incluso estaba ya desnuda. Dudé de la versión de mi madre, quizá no era tan inocente como aparentaba.
Salimos juntos de los servicios y allí, detrás del mostrador estaba el mesonero, sonriéndonos abiertamente.
¿Qué? ¿Algún problemilla con los servicios?
Nos preguntó burlón, pero no le respondimos, provocando que se echara unas risas a nuestra costa.
Sentándonos en la mesa, dio mi madre un largo sorbo a su café. Por expresión de su rostro me di cuenta que el café la resultó demasiado … ¿cargado, amargo?
Aun así se lo apuró hasta la última gota mientras yo apenas tomaba del mío.
Cuando acabó me dijo en voz baja, levantándose de su silla:
Voy a llamarle, a … Dioni, para que venga a buscarnos.
Utilizó el nombre de mi padre, no dijo “mi marido” o “mi esposo”, quizá porque el tipo detrás de la barra nos estaba escuchando o quizá porque además hasta que llegáramos a casa yo era su macho y ella mi hembra.
Salgo fuera pero, por favor, no me pierdas de vista.
Me suplicó, temiendo que el paleto se la quisiera nuevamente beneficiar al verla sola y sin escolta.
La observé a través de las ventanas como hablaba por teléfono, incluso discutía y se enfadaba.
¿Con quién está hablando? ¿Con su marido?
Me interrogó el hombre detrás de la barra y yo le respondí afirmativamente con un gesto de la cabeza.
¿Sabe que estás con ella?
Al escucharle me entró la risa y el tipo debió entender que no por su respuesta.
Lo sabía. ¿Cómo vas a salir de ésta?
Me encogí de hombros como respuesta a su pregunta.
En ese momento entró mi madre con un cabreo monumental, con el rostro y el escote colorados.
Acercándose a mí, se sentó en la silla donde estaba antes sentada, pero si antes se sentó con las piernas bien juntas para que no la vieran el sexo, ahora, no sé si por cabreo, por lascivia o por desinterés, lo hizo con las piernas bien abiertas, para deleite del tipo tras la barra, que la observó con detenimiento la entrepierna sin nada que la cubriera.
Va a venir una grúa para llevarse el coche y a nosotros. Él no viene.
Me dijo y su mirada echaba chispas quizá de pura ira o quizá que el alcohol la había hecho ya efecto y estaba deseando follar.
En ese momento escuché al tipo tras la barra decirnos en voz alta:
¡Tenemos cama arriba! ¡Por si desean descansar … o follar!
Dijo “o follar” en voz más baja, pero le escuchamos nítidamente.
Aprovechando la ocasión, intenté convencer a mi madre para que cogiéramos una habitación. Mi intención era cogerla para, por supuesto, cogerla a ella, para follar.
No podemos esperarles aquí sentados. No sabemos cuánto tiempo tardarán en llegar, quizá horas. Estaremos más descansados y podremos lavarnos si cogemos una habitación.
Tras unos breves segundos de pensárselo, mi madre dio el Ok en voz baja.
Está bien. Cógela. Paga el cornudo de mi marido.
Aun así, el tipo la escuchó y nos anunció en voz alta:
Habitación 6. La mejor. Con baño completo, terraza y, lo más importante, una buena cama. Son 100 euros a pagar por noche y por anticipado.
Como mi madre me había dado la cartera, me levanté a pagarlo en la barra, recibiendo a cambio una llave bastante grande.
Subiendo por las escaleras. A la derecha al fondo.
Me indicó el tipo sonriéndome y con la llave en la mano, nos encaminamos a las escaleras. La dejé que subiera la primera, dándola primero un ligero azote en una de sus nalgas y un prolongado sobeteo después.
Mientras ella subía las escaleras, yo iba detrás, mirándola cuando podía bajo la falda, mientras la sobaba el culo.
Al llegar al piso, aproveché para meterla mano bajo la falda, directamente entre sus muslos, entre sus labios vaginales, provocando que emitiera un tenue chillido y diera un ligero brinco hacia delante.
Se giró, retirando con su brazo mi mano de su coño, y, nada más estar frente a mí, agarré su cremallera y de un tirón se la bajé del todo, sin que ella pudiera evitarlo, cayendo el vestido a sus pies y dejándola completamente desnuda.
Emitió un ligero chillido, mezcla de sorpresa y morbo, y, sin que la diera tiempo a cubrirse, me incliné hacia delante y la levanté del suelo, colocándola bocabajo sobre uno de mis hombros.
Con tan lasciva carga, caminé rápido por el pasillo, camino de nuestra habitación, perdiendo ella sus zapatos por el camino.
La sorpresa la impidió reaccionar y, cuando al fin lo hizo, ya tenía yo la puerta de la habitación abierta.
En medio de la pequeña habitación estaba una cama y allí la dejé caer.
Cayó bocarriba sobre el colchón, rebotando un par de veces hasta que se estabilizó, pero yo ya había cerrado la puerta y me había desnudado total y rápidamente.
La cogí por los tobillos y, tirando de ella, la llevé en un pis pas hasta que sus nalgas estaban al borde del colchón.
Apoyando sus piernas estiradas sobre mi pecho, observé la entrada a su vagina y hacia allí dirigí mi erecto cipote.
Sin preámbulos, la penetré, la penetré hasta el fondo, hasta que todo mi miembro desapareció dentro de su coño y mis pelotas chocaron contra su perineo.
La escuché suspirar fuertemente al ser penetrada y, al mirarla el rostro, observé que había cerrado los ojos y abierto la boca lo suficiente para que su carnosa y sonrosada lengua se asomara entre sus voluptuosos labios.
Sujetándola por las caderas, puse una rodilla sobre el colchón y, mediante movimientos de cadera, glúteos y piernas, empecé a cabalgarla, a balancearme adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándomela.
En cada embestida que daba contemplaba lascivo cómo las tetas de mi madre se balanceaban desordenadas, haciendo que gimiera y suspirara de placer, aumentando aún más mi excitación.
Estaba ahora ella entregada, gimiendo, suspirando y chillando de placer. Sus brazos estirados a lo largo de su cuerpo apuntaban hacia la cabecera de la cama, proporcionando una mejor panorámica de sus erguidas y enormes tetas que se balanceaban desordenadas en cada embestida que daba.
Su rostro estaba arrebatado de placer, con los ojos cerrados y la lengua sonrosada jugueteando sobre sus húmedos y voluptuosos labios.
Aumentando cada vez más la velocidad y la fuerza de mis acometidas, los suspiros y gemidos se convirtieron en chillidos, en gritos de placer, tanto de ella como míos, hasta que, por fin, ¡un enorme placer fue surgiendo de mi interior, explotando en mi miembro, e inundando el sexo de mi madre, que chilló lujuriosa al sentirse empapada de lefa, corriéndose también!
Detuve mis embestidas, gozando del polvo que la había echado, y, tras casi un minuto que permanecí inmóvil, de pies, con mi polla dentro de su coño, me dejé caer a su lado, bocabajo sobre el colchón.
De pronto, mi madre exclamó asustada, sacándome de mi más que placentero reposo:
¡Mi vestido!
Exclamando a continuación alarmada:
¡No tengo otro!
Levantándose rápida de la cama, me dio la espalda, mostrándome su culo redondo y respingón, y abrió la puerta de la habitación, saliendo completamente desnuda al pasillo.
Incorporándome levemente de la cama, la observé trotar por el pasillo, bamboleando lujuriosamente sus caderas y nalgas en cada zancada que daba.
Se detuvo frente a las escaleras por las que habíamos subido, y, barriendo con su mirada todo el pasillo, no debió encontrar su ropa, ¡la única que la quedaba!
Dirigió su mirada asustada hacia mí, como buscando mi ayuda para encontrar su vestido.
Ya se veía completamente desnuda montada en la grúa camino de casa y la cara de mi padre al verla aparecer en pelota picada. ¿Qué excusa pondría?
Me puse a reír a carcajadas al pensarlo, ante la atónica mirada de mi madre.
Dirigió su mirada hacia abajo, hacia el hueco de las escaleras por donde habíamos subido, y se puso de puntillas, contrayendo lascivamente sus glúteos y sus piernas, desapareciendo a continuación escaleras abajo.
¡Estaba bajando totalmente desnuda! ¿Había perdido la cabeza? ¡Como la pillara el labriego o el mesonero la iba dar bien por el coño, culo y boca!
Iba yo ya a vestirme para bajar a buscarla, cuando apareció nuevamente. Seguía con las tetas, el coño, el culo y todo al aire, pero sin el vestido. No había recuperado su vestido y, a pesar de su azoramiento, lucía espléndida, totalmente deseable.
Mirándome turbada se dirigió hacia mí.
En ese momento, detrás de ella apareció de pronto, como de la nada, el labriego. Mi madre no se dio cuenta de su presencia hasta que la cogió por detrás por la cintura y, tirando de ella, la arrastró hacia una habitación. ¡Iba el hijo puta a follársela!
Chillando reaccionó mi madre, agarrándose con fuerza al marco de la puerta, mientras el tipo cogiéndola por las caderas, cintura y tetas, tiraba de ella para meterla en una habitación.
La escuché chillar, exclamar un “¡Socorro!” dirigido a mí, para que la ayudara contra el salido que ansiaba beneficiársela, pero estaba yo paralizado, observando la desesperada lucha de mi madre defendiendo su virtud, y la verdad es que me ponía a mil viendo su cuerpo desnudo en tensión y como se lo sobaba a placer mientras tiraba de sus tetas y caderas.
Volviéndose hacia él, intentó arañarle el rostro, con una furia desconocida producto de su desesperación, y, de un rodillazo en sus cojones, logró soltarse, echando a correr hacia la puerta abierta de la habitación donde hacia escasos minutos me la había follado.
Sus enormes y erguidas tetas se balanceaban lascivas huyendo del lascivo macho que la quería montar contra su voluntad.
Al entrar en la habitación, cerró la puerta tras ella, apoyando su espalda sobre la puerta y empujándola con fuerza para hacer todo lo posible para que el labriego no entrara y se la tirara.
Divertido, la observé detenidamente su hermoso cuerpo desnudo, como sus redondas tetazas se desplazaban al ritmo de su rápida respiración. Una fina franja de vello púbico apenas tapaba su jugosa sonrisa vertical.
Tenía el rostro arrebatado por el esfuerzo y la excitación.
Unas marcas encarnadas con la forma de manos cubrían sus tetas producto del violento sobe del labriego
Me eché a reír a carcajadas y ella me miró como si estuviera loco. Y si lo estaba, estaba loco por verla desnuda, por follármela y por ver como otros la sobaban bien el cuerpo y también se la tiraban.
Me di cuenta que estaba empalmado y también mi madre se dio cuenta, así que, una vez olvidado el susto, el morbo y el deseo se abrió paso también en ella.
Se lanzó hacia mí, obligándome con su impulso y su peso a colocarme bocarriba sobre la cama. Tumbada bocabajo sobre mí, la cogí las nalgas con fuerza y empecé a lamerla ansioso las tetas, mientras mi verga se restregaba ávida por su entrepierna, buscando anhelante un agujero donde introducirse.
La debía hacer cosquillas con mi lengua, con mis labios o con mi polla, porque se reía a carcajadas, intentando apartar mi cabeza de sus turgentes senos, pero yo la retenía agarrándola con fuerza por los duros y macizos glúteos.
Cuando, por fin, pudo soltarse, se colocó a horcajas sobre mí, y, cogiendo mi cipote, se lo introdujo en su coño, empezando a cabalgar con fuerza, con furia, como castigándome por no haberla ayudado contra el tipo.
Balanceándose adelante y atrás, adelante y atrás, arriba y abajo, arriba y abajo, me follaba con rabia, mientras mis manos cogían con fuerza sus nalgas.
¡Adelante-atrás- adelante-atrás! ¡Arriba-abajo-arriba-abajo! ¡Dentro-fuera-dentro-fuera!
Escuchaba los resoplidos y gritos no solo de mi madre sino también los míos, además del continuo choque de la cama contra la pared, desconchándola, y el perineo de mi madre aplastando una y otra vez mis cojones.
En la vorágine y frenesí del polvo que me estaba echando, noté un movimiento detrás de mi madre, venía de la puerta, concretamente del ojo de la cerradura. Era muy amplio, tanto como para que entrara la gran llave que la abría. Y asomando por el agujero de la cerradura había un ojo, ¡un ojo! ¡Nos estaban observando mientras follábamos! ¡Estaban viendo el culo de mi madre y como mi cipote desaparecía y aparecía, entre bote y bote, dentro de su coño!
Lejos de cohibirme, me incrementó el morbo, ¡me ponía que vieran a la sabrosa hembra a la que me estaba tirando!
Empecé a propinarla fuertes y sonoros azotes en las nalgas, al tiempo que la gritaba “¡Culona!”, una y otra vez, mientras mi madre, chillando como si montara un caballo salvaje en un rodeo, incrementaba el ritmo más y más. Prácticamente saltaba frenética sobre mi cipote, entrando y saliendo, una y otra vez, hasta que, por fin, viendo que se corría, se detuvo, y emitiendo no uno sino dos chillidos alcanzó el orgasmo.
Casi al mismo tiempo yo también me corrí, descargué el poco esperma que todavía tenía dentro, en el interior de la vagina de mi madre.
Disfrutando del polvo que habíamos echado, se mantuvo mi madre todavía sentada sobre mí, con mi verga dentro de su coño, hasta que, por fin, me desmontó y se tumbó bocabajo al lado mío.
Levanté levemente la cabeza para mirar al agujero de la cerradura, y efectivamente allí seguía el ojo, mirando sin parpadear, el culo desnudo de mi madre, así como la vulva que me acababa de beneficiar.
El hijo puta salido estaba obsesionado por tirársela, aunque, con la avidez que la miraba, lo extraño es que no se hubiera corrido ya.
Descansé mi cabeza sobre el colchón y, estirando mi brazo, la toque el culo, y el toque se convirtió en sobe. Quería poner los dientes todavía más largos al mirón, darle todavía más envidia, de que lo que él deseaba con tanto ahínco yo lo tenía sin esforzarme al alcance de mi mano y de mi cipote.
Incorporándome, la di un ligero beso en una de sus nalgas, otro en la otra nalga, y los besos dieron paso a lametones, a largos y húmedos lametones que recorrían sus nalgas.
Mi mano fue a su vulva, dilatada y chorreando fluidos, y la metí lenta y suavemente los dedos dentro, acariciándola entre los labios vaginales, delicada e insistentemente juguetee con su clítoris, provocando que estuviera cada vez más hinchado, más congestionado.
Todo lo hacía no solo por mí y por mi hembra, sino para excitar al mirón, para ponerlo más y más celoso, para calentarlo hasta que explotara.
¡No … no descansas! ¡Siempre quieres más!
La escuché susurrar mientras se retorcía de placer e intentaba apartar mi mano de su sexo.
Incorporándome, me tumbé bocabajo sobre ella y besándola suavemente en la nuca, la escuché suspirar y gemir mientras se la erizaba la piel de su nuca.
Entre beso y beso restregué insistentemente mi cipote por sus macizos glúteos.
Cuanto más la besaba la nuca, más se agitaba ella bajo mi peso, parecía una yegua salvaje a la que domar, hasta que mi cipote encontró un acceso al que entrar y lo cruzó.
No sé exactamente donde se la metí, pero la penetré hasta el fondo, hasta que desapareció mi verga en su interior, y empecé a cabalgarla. Ahora era yo el que la cabalgaba, y ella, debajo, no dejaba de moverse, intentando descabalgarme con una fuerza que desconocía.
Resoplaba, gemía y suspiraba mientras me la follaba, pero yo aferrado con mis dos manos a sus tetazas aguantaba mientras la embestía sin descanso una y otra vez.
Por fin, descargué y, al aflojar mi agarre, la yegua se soltó, echándome a un lado y, levantándose rápido de la cama, saltó al suelo, dirigiéndose a una puerta cerrada que, abriéndola, desapareció por ella.
Pensé que iba al baño a lavarse, pero no. Salió completamente desnuda y follada al balcón.
Temiendo que hiciera lo impensable, tirarse a la calle, la seguí, pero no, no parecía su intención dar por finiquitados sus días, sino que apoyada en la barandilla, miraba hacia el campo que se mostraba a nuestros pies.
Me acerqué a ella y la propiné un ligero azote en una de sus nalgas.
Se volvió hacia mí, mostrándome toda su espléndida desnudez, y, sonriéndome aviesamente, me susurró:
¡No mires, disimula pero nos están observando!
Efectivamente a unos tres metros bajo nuestros pies y a una distancia de pocos metros de donde estábamos, el mesonero nos observaba.
Cogiéndome mi madre la verga, se puso de rodillas frente a mí y comenzó a acariciármela con las dos manos, mientras me lamía el glande. Metiéndosela en la boca, lo acarició con sus turgentes labios sonrosados mientras me acariciaba las pelotas.
¡Lo hacía la muy puta para joder al mesonero! Y a mí el morbo de la situación me ponía pero que muy cachondo y más aún cuando miré directamente al mesonero mientras mi madre me comía la polla.
Si de tanto follar, mi cipote estaba exhausto, prácticamente muerto, ella lo volvió milagrosamente a resucitar con esas manos, esa lengua y esos labios de santa.
Se sacó el pene de la boca y, sin soltarlo, me dio la espalda y, apoyándose en la barandilla, separó sus piernas y me susurró:
¡Ahora métemela! ¡Follame!
Cogiendo con mi mano el miembro, lo dirigí a su vulva, y la penetré sin pensármelo. Era ya un lugar familiar, al que entraba y salía como si fuera ya suyo.
Sujetándola por las caderas, comencé balancearme adelante y atrás, adelante y atrás, el familiar bailecito del mete-saca.
Mientras me la follaba, observé hacia donde mi madre dirigía su mirada desafiante, hacia el mesonero que, con la polla fuera, se masturbaba sin dejar de mirarla, de mirar cómo me la tiraba.
De pronto, escuché un vehículo que se aproximaba, apareciendo en mi campo de visión, ¡era el coche grúa! ¡El coche grúa que venía a por nuestro coche y que nos llevaría de vuelta a la civilización!
También mi madre lo escuchó primero y lo vio después, e, incorporándose rauda, salió despedido mi cipote de su coño.
Me apremió diciéndome:
¡Rápido, vístete y baja! ¡Los papeles están en la guantera!
Entrando en la habitación, mientras me vestía tan rápido como podía, la escuché decirme:
Pero no te olvides de subir la maleta para que yo me vista.
La respondí, imaginándomela desnuda montada en la grúa.
Si no tienes ya ropa en la maleta.
Me replicó:
Me pondré tus pantalones y camisa que llevaste ayer en la boda. ¿No querrás que vaya completamente desnuda con unos desconocidos en la grúa? ¿Y qué diría tu padre al verme aparecer así?
¡Que estás muy buena! Y te echaría un par de polvos.
¡Que poco le conoces! ¡No folla, solo se cabrea!
Tras su confidencia, me dispuse a salir, escuchando a mi madre decirme:
Coge la llave, que me voy a dar una ducha rápida.
Con la llave en la mano, bajé y, sin encontrar al mesonero en mi camino, me identifiqué ante el hombre que conducía la grúa.
Le expliqué lo que había pasado y, con la maleta en la mano, subí a la habitación donde había dejado a mi madre, mientras el técnico revisaba el motor del coche.
Mientras subía por las escaleras me pareció escuchar unos gritos y ruidos que inicialmente no identifiqué, pero, al llegar al piso se hicieron más nítidos, mucho más nítidos.
Procedían de la habitación donde hacía pocos minutos había dejado a mi madre.
Acercándome a la habitación escuché chillidos y ruidos que enseguida identifiqué: ¡Estaban follando! Pero … ¡follando a lo bestia! Más que un folleteo, sonaba como una lucha, como una pelea.
¿Qué la sucedía a mi madre? ¿Se la estaban follando?
Pensé alarmado ante la perspectiva.
Me detuve delante de la puerta sin hacer ruido y me dispuse a escuchar.
No había duda, estaban follando en la habitación donde la había dejado.
Esos chillidos que escuchaba me eran familiares, muy familiares, los había escuchado en muchas ocasiones en los dos últimos días. ¡Eran los de ella, los de mi madre! Pero sonaban distintos, era como si … sufriera … la doliera. No, no eran gritos de placer precisamente los que escuchaba.
Pero no estaba sola, no se estaba masturbando en la intimidad, sino que alguien más estaba con ella, por las voces, ruidos y resoplidos que escuchaba, y que se superponían con los de ella, que los ahogaban. Y no parecían de un solo hombre sino de al menos dos. ¿Dos? ¡Dos!
Me coloqué de rodillas frente al ojo de la cerradura y acerqué mi cabeza para mirar por él.
Lo primero que distinguí fue movimiento, y, al momento, observé unos cuerpos … desnudos … sobre la cama … moviéndose rítmicamente … adelante y atrás … adelante y atrás.
¡Mi madre! ¡Y dos tipos más! ¡Se la estaban follando! ¡Se estaban follando a mi madre!
Uno de los tipos estaba tumbado bocarriba sobre la cama, con mi madre bocabajo encima de él, y el otro tipo, de pie, se la estaba montando por detrás.
Mientras uno se la follaba por el coño, el otro la daba por culo.
Al tiempo que se la follaban, el de abajo la comía las tetas mientras se las sobaba a placer, y el de arriba la sujetaba por las caderas.
Con los brazos doblados sobre el colchón, mi madre resistía como podía las embestidas del tipo que, por detrás, la daba por culo, y del que estaba tumbado, que la trabajaba el coño.
¡Un azote! ¡Y otro! El tipo que la enculaba, la propinaba un azote tras otro en una de sus nalgas, fuertes y sonoros, provocando que mi madre emitiera un chillido al recibirlos. Era éste, el que la gozaba el culo, el que imponía el ritmo con sus fuertes y violentas embestidas.
No tardó el de arriba en correrse, gruñendo como un cerdo acatarrado, y se detuvo, mientras el de abajo, impulsado por sus piernas y caderas, continuaba follándosela.
Desmontándola el de arriba, al retirarse, la propinó no uno, sino dos fuertes azotes en las nalgas ya de por si coloradas de mi madre, que emitió agudos chillidos.
Con un ritmo frenético no tardó mucho más el otro tipo en alcanzar el orgasmo, y deteniéndose, gozó durante unos segundos del polvete que acaba de echar, antes de empujarla violentamente, provocando que cayera de lado sobre la cama.
Fue entonces cuando descubrí lo evidente, que el tipo que se la folló por el coño era el labriego y el que lo hizo por el culo debía ser el mesonero, aunque en ese momento no le vi la cara, pero si le escuché decir a mi madre:
¡Que esto te sirva de escarmiento! ¡Si calientas, te quemas! ¡Puta calientapollas!
Tras una breve pausa la amenazó:
Recuerda que como le digas algo al chulo putas que te acompaña, no salís vivos de aquí. ¿Lo entiendes? ¡Contesta, ostias, contesta! ¿Lo entiendes? Os mato y os doy de comer a mis cochinos.
¡Sí! ¡Sí!
Escuché responder aterrorizada a mi madre.
¡No salís vivos!
Sentenció el tipejo y, dirigiéndose al labriego, le dijo:
¡Ya! ¿no? ¡Venga, vamos!
Al escucharlo, me levanté tan rápido como pude sin hacer ruido y, alejándome deprisa, me escondí en un rincón oscuro del pasillo.
Abriendo la puerta, salieron los dos tipos de la habitación, cerrando la puerta tras ellos.
Recé para que no me descubrieran, pero, si me vieron, me ignoraron, descendiendo los dos por las escaleras.
Tardé unos minutos en tranquilizarme y, dudando qué hacer, al escuchar el sonido del agua del baño correr, supuse que mi madre se estaba limpiando, así que opté por lo más prudencial, el disimulo, como si no supiera nada de lo sucedido.
Me acerqué a la habitación y, abriendo con la llave la puerta, entré a una habitación desierta donde la ropa de la cama estaba arrugada y sucia, llena de fluidos que no quise analizar.
En el suelo yacía una colcha, la de la cama, y echándola encima del colchón, tapé toda muestra de la violación que había sucedido. Encima de la cama coloqué la maleta que llevaba y, me disponía a abrirla, cuando observé que encima de la única silla que había en la habitación, estaba el vestido blanco de mi madre, el que habíamos dejado abandonado en el pasillo, así como sus zapatos de tacón.
Al menos esos canallas habían tenido la decencia, por llamarlo de alguna forma, de devolverla su ropa para que tuviera algo con lo que cubrir la vergüenza de su violación.
No tardó mucho mi madre en salir del baño, envuelta en una roída toalla.
Se la veía exhausta y, apenas me miró, cuando la dije que había traído la maleta, pero que, al ver que había recuperado el vestido, ya no hacía falta abrirla.
Como no me respondía ni me miraba, solo se acercaba a la silla donde estaba su ropa, la interrogué, haciéndome el inocente:
¿Cómo has recuperado el vestido? ¿Te lo ha traído alguien?
Seguía en silencio, dándome la espalda, cuando se quitó la toalla, mostrando sus nalgas encarnadas, y se puso el vestido, así que la dije con maldad:
¡Al menos le habrás dado las gracias!
La escuché una breve carcajada, seguida por una sarcástica respuesta:
¡Sí, las gracias!
Nos marchamos de la habitación y del motel, no sin antes dejar la llave sobre el mostrador del bar, ante la torva mirada del mesonero, pero aun así me atreví a darle las gracias, a lo que él, muy educado, me respondió, con una sonrisa que helaba la sangre:
Ha sido un placer.
Montados en la grúa nos marchamos hacia la civilización, remolcando el auto de mi padre.
1 comentarios - gran noche la de mi madre