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Compendio III
Hola a todos.
Como dice el título, con el nacimiento de Jacinto, he tenido que ponerme al día con las chicas, por lo que tengo mucho por narrar.
Pero tengo que empezar admitiendo algo que se siente casi vergonzoso: el miedo por mi hijo.
No en el sentido que no quiero ser un papá. Al contrario, estoy muy agradecido a que Marisol accediera a agrandar nuestra familia. Pero mis miedos vienen de fracasar en el intento.
Miro a Jacinto, tan pequeño, frágil y tierno. El enorme, torpe nerd que reside en mí (esa parte descoordinada y distraída que nunca he podido dejar de lado) me aterra que pueda terminar lastimándolo de alguna manera.
Tampoco quiero decir que sea incapaz de cambiar sus pañales o alimentarlos. Eso es lo de menos. Pero hablo de sujetarlo, de tenerlo en mis brazos. Es algo que me paraliza, casi al punto de perder el control, imaginando lo peor.
¿Qué pasa si lo suelto? ¿Si me equivoco en algo?
Marisol se ríe de mí, diciendo que estoy siendo ridículo. Que con las pequeñas y con nuestra Alicia, fui un padre responsable y mi parte consciente reconoce que ella tiene razón.
Sin embargo, el miedo permanece ahí: Jacinto es tan pequeño, tan nuevecito, tan lindo y no confío en mí mismo de no meter las patas.
Pero también, intenté preparar a las niñas. Nos sentamos a la mesa y les expliqué que, por un tiempo, las cosas pueden cambiar un poco. Marisol y yo no estaremos tan disponibles o atentos a como éramos antes. Les aseguré que estaríamos allí para ayudarles, pero les pedí que nos informaran si en algún momento se sentían ignoradas.
Necesitaba que entendieran que no es porque las amemos menos, sino que se debe al caos que conlleva cuidar a un nuevo bebé.
Verito y Pamela lo tomaron con naturalidad. Ya conocían la rutina. Incluso me dijeron que yo era un buen papá, lo que me derritió el corazón.
Pero Alicia, nuestra más pequeña, tenía una petición diferente. Me pidió que le siguiera contando historias para dormir, ritual que a ella le encanta. Verito y Pamela se les unieron y les prometí a todas que así lo haría.
Y fue entonces que también me disculpé con Alicia.
Ella siempre ha sido la sombra de Marisol y sé que será difícil para ella. Mi ruiseñor no podrá darle la atención a la que está acostumbrada por un tiempo. Será responsabilidad mía cumplir ese rol.
Ya estoy acostumbrado a ser el papá analítico y reflexivo, al que acuden cuando quieren resolver un problema o necesitan ayuda.
Pero nuestra Alicia está tan acostumbrada a buscar la atención de su madre que nos tomará un tiempo para acostumbrarnos, por lo que le pedí paciencia y le aseguré que estaría igual de presente por ella como lo he estado con sus hermanas y su hermanastro.
Alicia, con la gracia de su madre, me dio un abrazo y una sonrisa. Esa sonrisa, tan tierna y llena de comprensión, casi me rompe el corazón. Me hizo darme cuenta de que quizás, no he estado tan desconectado de ella como al principio pensaba.
Pero finalmente, entrando más al tema que me hace escribir aquí, el domingo por la noche, mi ruiseñor y yo conversamos.
+Así que… ¿Mañana irás a la escuela a dejar a Bastián? - preguntó con una voz dulce y melodiosa, mientras amamantaba a nuestro hijo en nuestro dormitorio.
-Sí. También llevaré a las niñas a la academia. - respondí sin pensar, mientras ordenaba mis cosas para el día siguiente en un bolso.
Se acercó a mi lado, poniendo una mano en mi cadera. La miré intrigado y noté sus esmeraldas juguetonas, una sonrisa y una expresión tímida e indecisa.
+¿Por qué… no te tomas un tiempo… para saludar a Emma y sus amigas? – me preguntó, tratando de no alterarme, con su voz bajita y sedosa, como un suspiro seductor.
Inmediatamente, me puse tenso.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando? – le consulté completamente confundido.
Marisol volvió a sonreír, se empinó y me dio un delicioso beso en los labios, presionando su cuerpo contra el mío.
+¡Sabes a qué me refiero! – susurró sonrosada, como si le preocupase que las niñas nos escucharan. – Has sido tan bueno en este tiempo, tan fuerte y esforzado, que creo que te mereces una pequeña recompensa…
Los ojos de mi esposa brillaban risueños y su sonrisa era perfecta y agradecida.
+Además, puedo hacerme cargo de Jacintito por yo solita. - remató orgullosa.
Mis ojos pasaron del desconcierto a la dolida comprensión.
Créanme que, en este tiempo, hacer el amor ha sido una de las últimas prioridades. Con las niñas y Bastián, el quehacer de la casa, cuidar a mi esposa y la preocupación por el trabajo me tiene constantemente activo y estoy consciente que estos niveles de constante adrenalina eventualmente me pasaran la cuenta.
Pero insisto que apartarme demasiado de Marisol todavía me angustia.
-¿Y qué tal si algo sucede? – pregunté mis temores con mi voz a punto de quebrarse. Mis manos sujetando con fuerza la cinta de mi bolso.
Marisol volvió a besarme, sus labios calmándome como una canción de cuna para mi espíritu.
+¡Confía en mí! – insistió, haciendo uno de sus irresistibles pucheros. – Yo puedo cuidar a Jacinto. Y si algo sucede, te llamaré. Te lo prometo. ¡Por favor, mi amor! Me duele tanto verte tan tenso e insatisfecho y me hace sentir tan inútil no ser capaz de hacerte feliz.
Aun así, mi ansiedad se rehusaba a dejar a la mujer que amo, por lo que la sujeté de las manos
-Sabes que no es así. Ruiseñor, me haces tan feliz de diferentes maneras. – le expliqué, perdiéndome en sus serenos ojos verdes. – Además, ¿Qué será de ti?
Marisol volvió a sonreír, dulcemente “dolida” porque no yo no quería obedecerle…
+¡Lo sé, mi amor! – volvió a insistir con una sonrisa chispeante. – Pero saber que andas caliente me hace pensar en hacer cosas contigo que sé que Erin no estará de acuerdo, ¿Me entiendes ahora?
Fue en esos momentos que la pude entender: no se trataba de mi lujuria, pero de la lucha de Marisol contra sus impulsos por volver a hacer el amor tras el parto.
Y a pesar de que en esos momentos lo desconocíamos, mi ruiseñor estaba 100% en lo correcto, aunque lo narraré más adelante.
-¡Está bien! – accedí con un suspiro. - Pero debes prometerme de que, ante cualquier eventualidad, me llamarás.
Marisol también suspiró aliviada…
+¡Por supuesto, mi amor! ¿A quién más puedo llamar? – preguntó juguetona.
Y esa noche, nos fuimos a dormir.
Pero lo que decía Marisol era cierto: mi abstinencia nos estaba afectando a ambos.
Al amanecer, la ansiedad de Marisol la hizo despertar mucho más temprano y se encontró con la dichosa sorpresa de mi erección matutina alzándose bajo las sábanas.
La falta de su bultito maternal le dio todas las facilidades para darme una mamada, placer que había extrañado en los últimos meses de embarazo.
Con mucho sigilo, se metió bajo las sábanas y desnudó mi dilatado miembro. El sabor de mi pene le pareció celestial y mi esposa sentía que flotaba en una nube mientras me daba placer.
Animosamente me devoró con su boca, sintiendo el calor y potencia de mi calentura mientras me hacía una garganta profunda. La intimidad del acto le resultaba irresistible, el sabor de mi liquido preseminal le sabía a néctar y el roce de mi glande con su lengua le parecía manjar de los dioses.
El toque de gracia para mi ruiseñor era pensar a medida que su cabeza subía y bajaba a un ritmo endiablado y codicioso sobre mi hombría, era no solo saber que no sería la única que disfrutaría de mí ese día, pero la idea que yo haría gozar a otra mujer solamente incrementaba su calentura.
Para cuando desperté, la situación estaba completamente descontrolada: Marisol me chupaba con tal intensidad y ritmo, que apenas podía contenerme.
Y cuando me vine, Marisol se la metió hasta la base: su lengua caliente y tibia envolvían mi base, mientras que mi glande presionaba su úvula, disparando cada detonación en la punta de su garganta.
Como una boa constrictora, mi esposa permaneció en esa posición tomando cada gota de mi corrida, bebiéndola ansiosa. Incluso, se tomó el tiempo de limpiarme con su lengua golosa.
Creo que nunca la vi más hermosa, con su mirada tan gatuna y su sonrisa de diablesa.
-¿Soy un mal papá al decir lo mucho que extrañaba la manera en que me despiertas? – le pregunté, mientras me la comía a besos, sintiendo la acidez de mis jugos.
+¡No lo sé! – me respondió risueña, aun acariciando mi pene más calmado. – Pero puedo decirte lo mucho que extrañaba de tenerte como mi desayuno.
Pero ahí pude entender más el conflicto de Marisol. Como madre, sus instintos son cuidar a nuestro pequeño Jacinto, pero como mujer, ella anhelaba esa conexión física conmigo.
La lujuria se había vuelto una picazón que no podía rascar, y que se tornó más intensa al verme cómo me preparaba para salir, imaginando el ajetreado día que me esperaba.
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1 comentarios - PDB 64 Poniéndome al día (I)
Qué manera de desayunar !!!