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Mesalina, puta esposa extrema

Mesalina, puta esposa extrema


LA EMPERATRIZ MESALINA " Y LA COMPETENCIA SEXUAL MÁS GRANDE DE LA HISTORIA DE ROMA


La historia de Mesalina, la emperatriz romana, está envuelta en una atmósfera de escándalo y lujuria. Su nombre se ha convertido en sinónimo de libertinaje y desenfreno sexual, y sus hazañas se han transmitido a través de los siglos, convirtiéndola en una figura legendaria.
Mesalina, la tercera esposa del emperador Claudio, era conocida por su belleza y su apetito insaciable por el placer. Se dice que organizaba orgías desmesuradas en el Palacio Imperial, donde se entregaba a múltiples amantes, desafiando la moral y las convenciones sociales de la época.


Una de las historias más famosas sobre Mesalina cuenta que organizó una competencia sexual pública en el jardín de Lucullus, donde se enfrentó a una prostituta llamada "Scilla" en un concurso de resistencia. La leyenda cuenta que Mesalina logró superar a Scilla en la batalla de placer, y que incluso se atrevió a desafiar a la propia Venus, la diosa romana del amor, en un concurso de belleza.


LA COMPETENCIA SEXUAL JAMÁS VISTA


El escenario romano en el palacio del emperador Claudio estaba listo esa noche para la más desafiante y feroz competencia sexual jamás vista.


La iniciativa había sido inspirada por Valeria Mesalina, la esposa del propio Claudio, aprovechando que este se encontraba fuera de Roma en una impostergable misión política y militar para someter a la isla de Britania.


El reto no podía ser más escandaloso, aunque a la vez provocativo, para la ilustre comunidad de hombres y mujeres de la corte invitados al acto por la audaz y desenfrenada emperatriz.
El sueño, por no decir la locura de Mesalina, consistía en disputar con otra mujer, cualquiera que se considerara valiente y decidida, una carrera de sexo para ver cuál era capaz de tener relaciones sexuales con más hombres en una sola noche.


Como reconocida ninfómana que era en el barrio de Subura y más allá, retó al gremio de prostitutas de Roma a que se enfrentaran a ella para, de una vez por todas, zanjar quién era quién en las lides del sexo abierto, masivo y sin tapujos.


Dicho y hecho, la legión de mujeres de la vida alegre romana aceptó el duelo y, a sabiendas de la fama legendaria de su rival, eligieron para que las representara ni más ni menos que a la siciliana Escila, toda una «comehombres» que sembraba el terror en aquella Roma procaz y lujuriosa.


Sería aquella una batalla a morir entre las dos reconocidas prostitutas, cada una con una trayectoria en las artes amatorias y sexuales sin parangón en la historia de la humanidad.
Mesalina, jovencita y de una belleza sin igual, cautivaba en la Antigua Roma. Lucía pelo negro azabache, piel angelical, caderas de tractor y una sonrisa demoledora de hombres.


A pesar de estar emparentada con la familia imperial, era pobre y desvalida de lujos hasta que Claudio se enamoró de ella y se casaron con tan buena suerte que, al ser asesinado Calígula, su sobrino, aquel se convirtió en el nuevo emperador gracias a que el ejército le apoyó.
No bien llegó a la corte, Mesalina hizo y deshizo. No era para menos ante un esposo 36 años mayor, feo, chueco, tartamudo y cojo, y a quien siempre le fue infiel acostándose con toda la nobleza romana, desde soldados y actores hasta gladiadores.


Era tan mal hecho el pobre Claudio que, según los historiadores, su propia madre le llamaba «aborto inconcluso». Debe haber sido por eso que, en uno de sus tantos arrebatos de ninfomanía, Mesalina se desquitó acostándose con mil hombres de la guardia pretoriana.
Así las cosas, en cuanto se percataba de que su marido dormía como un bendito, Mesalina bajaba en las noches envuelta en una capa a los lupanares públicos donde bajo el nombre de Licisca (mujer loba), se disfrazaba con una peluca rubia y los pezones pintados con panes de oro.


Por su parte, la contrincante no se le quedaba nada atrás pues, mal que bien, era la prostituta de moda y de más renombre en la Roma hedonista y lasciva de entonces, lo cual era ya mucho decir.


Su solo nombre, Escila, infundía temor y respeto debido a que se trataba del mismo nombre del monstruo femenino que citaba Homero en su obra La Odisea, famoso por tragarse enteros a los hombres sin importar procedencia ni corpulencia.


El caso es que esa famosa y memorable noche, tras el banderazo de salida o pitazo del juez, cada una entró en acción a toda turbina teniendo por delante una interminable fila de hombres a la espera de su turno para ser atendidos.


No obstante, conforme la noche avanzaba en medio del fragor de la batalla sexual de aquellas dos ninfas, las caderas de Escila empezaron a flaquear y perder fuelle hasta que ella, exhausta, tiró la toalla cuando apenas contabilizaba 25 hombres en el marcador.


No pudo más a pesar de que su propia rival la animaba una y otra vez a no desmayar. «Esto apenas empieza», le debe de haber gritado Mesalina, en medio de sus convulsiones y espasmos de placer, desde la cama contigua.


Pero, no obstante haber ganado ante el inesperado retiro de Escila, Mesalina siguió adelante devorando víctima tras víctima al punto de que, al amanecer, coleccionaba ya 70 trofeos de carne y hueso contra los 25 de su oponente.


No contenta aún con el inédito triunfo, pues más que agotada se sentía sexualmente insatisfecha, Mesalina continuó la faena a lo largo del nuevo día hasta llegar al record, que se sepa aún imbatido, de 200 hombres «despachados» uno tras otro en pocas horas.


La historia de Mesalina es una mezcla de realidad y leyenda. Si bien es cierto que fue una figura controvertida y que su comportamiento escandaloso la convirtió en una figura legendaria, también es importante recordar que su historia está llena de sesgos y propaganda política. La verdad sobre Mesalina, como la verdad sobre muchas figuras históricas, se ha perdido en el tiempo, dejando solo una sombra de la mujer que fue.


Toda una dama insaciable quien, dada la prolongada ausencia de Claudio, se casó pronto con su amante el cónsul Cayo Silio y tramó con este una conspiración para liquidar a su esposo.
Pero Claudio, enterado de la bigamia de ella y de su intento por bajarlo del trono, condenó a ambos a suicidarse. Sin embargo, como al intentarlo Mesalina no pasó de unos cuantos rasguños en su cuerpo, la decapitó a sus tiernos 23 años de edad en el año 48 d.C.


No solo eso: borró sus huellas y presencia pública para que nunca más nadie la recordara.
Harto y decepcionado de lo ocurrido, Claudio no solo prometió nunca más volverse a casar, sino que le pidió a su propio ejército que lo matara si incumplía su palabra.


Hasta que, bueno… conoció a su sobrina Agripina, madre de Nerón, y se tragó el juramento que, según los historiadores, había hecho en medio de una soberana borrachera.


Texto de Mariano Iturbe

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