El y yo siempre hemos sido cercanos, más de lo que dos amigos suelen ser. Nos conocimos en la universidad y desde entonces hemos estado juntos en todo, en las buenas y en las malas. A lo largo de los años, había algo en el aire, una tensión que nunca lográbamos resolver del todo, algo que siempre dejábamos de lado… hasta esa tarde.
Estábamos en su departamento, como tantas veces antes, pero esa tarde se sentía distinta. El sol se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación con una luz dorada que hacía que todo pareciera más cálido, más cercano. Me senté en el sofá, con una camiseta que me quedaba un poco ajustada, nada demasiado provocativo, pero lo suficiente como para sentir su mirada en mí más de lo usual.
El estaba apoyado en el marco de la ventana, distraído, o al menos eso quería que pareciera. Pero yo lo conocía bien, demasiado bien. Sabía que, cada tanto, sus ojos se desviaban hacia mí, como si hubiera algo en mi presencia que lo atrapara. A mí me pasaba lo mismo. Siempre me había gustado su delgada figura, esa manera despreocupada en la que su camiseta le colgaba sobre el torso. No era el típico chico musculoso, pero había algo en él que me atraía profundamente. Me costaba admitirlo, incluso a mí misma, pero cada roce accidental entre nosotros, cada abrazo que se prolongaba un segundo más de lo normal, me encendía.
"¿En qué pensas?" le pregunté, intentando romper el silencio que comenzaba a volverse incómodo.
Él sonrió de lado, esa sonrisa que me hacía temblar por dentro. "En nada... o en todo."
No pude evitar sonreír también. Había algo en su respuesta que me provocaba curiosidad. Siempre hablábamos de todo, pero había una parte de nosotros que nunca poníamos sobre la mesa. Hasta ese momento.
Levanté las piernas sobre el sofá y me acomodé mejor, sintiendo cómo su mirada seguía mis movimientos. El aire se volvía más denso, más cargado con cada segundo que pasaba en ese silencio tenso. Quería decir algo, quería moverme, pero una parte de mí también quería quedarme quieta, esperando a ver qué haría él.
El caminó hacia mí lentamente, como si el espacio entre nosotros fuera interminable. Se sentó a mi lado, tan cerca que nuestras rodillas se rozaron. Sentí un escalofrío recorrerme, pero no me moví. No quería romper ese momento, ese roce que hacía que todo mi cuerpo se tensara de anticipación.
"¿Alguna vez preguntaste...?" empezó a decir, su voz baja, casi un susurro.
"¿Qué cosa?" pregunté, aunque sabía a dónde iba. Siempre había sabido.
"¿Qué pasa si dejamos de fingir que solo somos amigos?"
Mi corazón dio un vuelco. Lo había pensado más veces de las que quería admitir, pero nunca había tenido el valor de decirlo en voz alta. Y ahora, aca estaba él, con esa confesión que hacía que todo lo demás en la habitación desapareciera.
No respondí de inmediato. Me limité a mirarlo, tratando de entender si lo que estaba pasando era real. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese momento supe que no había vuelta atrás. Lentamente, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper la magia del momento, su mano rozó la mía. No la aparté. Sentí cómo sus dedos se entrelazaban con los míos, un gesto tan simple pero cargado de todo lo que habíamos estado evitando por tanto tiempo.
Me acerqué un poco más, apenas unos centímetros, lo suficiente para sentir el calor de su cuerpo junto al mío. El deseo que había estado latente entre nosotros comenzó a subir como una ola imparable. Mi respiración se volvió más pesada, y noté cómo él también empezaba a respirar más rápido.
Sin pensar, me incliné hacia él, rozando mis labios con los suyos, un toque suave, como si estuviéramos probando los límites de nuestra amistad. Pero ese roce fue suficiente para desatar todo. El me besó con una intensidad que me tomó por sorpresa, y yo respondí de la misma manera, dejando que todo lo que había sentido por él durante años finalmente saliera a la superficie.
Nuestros cuerpos se entrelazaron en el sofá, cada movimiento, cada toque era una exploración nueva, emocionante. Lo había deseado tanto tiempo, y ahora que lo tenía frente a mí, no podía pensar en nada más que en la sensación de su piel contra la mía, en el calor de su respiración y en el latido acelerado de nuestros corazones.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, perdidos en nosotros mismos, en lo que habíamos evitado durante tanto tiempo. Pero en ese momento, todo lo que éramos, amigos, confidentes, cómplices, se mezcló con algo mucho más profundo.
Cuando finalmente nos separamos, con nuestras respiraciones aún entrecortadas, lo miré a los ojos y supe que todo había cambiado para siempre. Pero no había miedo en ese cambio, solo una certeza: lo que habíamos encontrado juntos era mucho más fuerte que cualquier cosa que hubiéramos imaginado.
Estábamos en su departamento, como tantas veces antes, pero esa tarde se sentía distinta. El sol se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación con una luz dorada que hacía que todo pareciera más cálido, más cercano. Me senté en el sofá, con una camiseta que me quedaba un poco ajustada, nada demasiado provocativo, pero lo suficiente como para sentir su mirada en mí más de lo usual.
El estaba apoyado en el marco de la ventana, distraído, o al menos eso quería que pareciera. Pero yo lo conocía bien, demasiado bien. Sabía que, cada tanto, sus ojos se desviaban hacia mí, como si hubiera algo en mi presencia que lo atrapara. A mí me pasaba lo mismo. Siempre me había gustado su delgada figura, esa manera despreocupada en la que su camiseta le colgaba sobre el torso. No era el típico chico musculoso, pero había algo en él que me atraía profundamente. Me costaba admitirlo, incluso a mí misma, pero cada roce accidental entre nosotros, cada abrazo que se prolongaba un segundo más de lo normal, me encendía.
"¿En qué pensas?" le pregunté, intentando romper el silencio que comenzaba a volverse incómodo.
Él sonrió de lado, esa sonrisa que me hacía temblar por dentro. "En nada... o en todo."
No pude evitar sonreír también. Había algo en su respuesta que me provocaba curiosidad. Siempre hablábamos de todo, pero había una parte de nosotros que nunca poníamos sobre la mesa. Hasta ese momento.
Levanté las piernas sobre el sofá y me acomodé mejor, sintiendo cómo su mirada seguía mis movimientos. El aire se volvía más denso, más cargado con cada segundo que pasaba en ese silencio tenso. Quería decir algo, quería moverme, pero una parte de mí también quería quedarme quieta, esperando a ver qué haría él.
El caminó hacia mí lentamente, como si el espacio entre nosotros fuera interminable. Se sentó a mi lado, tan cerca que nuestras rodillas se rozaron. Sentí un escalofrío recorrerme, pero no me moví. No quería romper ese momento, ese roce que hacía que todo mi cuerpo se tensara de anticipación.
"¿Alguna vez preguntaste...?" empezó a decir, su voz baja, casi un susurro.
"¿Qué cosa?" pregunté, aunque sabía a dónde iba. Siempre había sabido.
"¿Qué pasa si dejamos de fingir que solo somos amigos?"
Mi corazón dio un vuelco. Lo había pensado más veces de las que quería admitir, pero nunca había tenido el valor de decirlo en voz alta. Y ahora, aca estaba él, con esa confesión que hacía que todo lo demás en la habitación desapareciera.
No respondí de inmediato. Me limité a mirarlo, tratando de entender si lo que estaba pasando era real. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese momento supe que no había vuelta atrás. Lentamente, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper la magia del momento, su mano rozó la mía. No la aparté. Sentí cómo sus dedos se entrelazaban con los míos, un gesto tan simple pero cargado de todo lo que habíamos estado evitando por tanto tiempo.
Me acerqué un poco más, apenas unos centímetros, lo suficiente para sentir el calor de su cuerpo junto al mío. El deseo que había estado latente entre nosotros comenzó a subir como una ola imparable. Mi respiración se volvió más pesada, y noté cómo él también empezaba a respirar más rápido.
Sin pensar, me incliné hacia él, rozando mis labios con los suyos, un toque suave, como si estuviéramos probando los límites de nuestra amistad. Pero ese roce fue suficiente para desatar todo. El me besó con una intensidad que me tomó por sorpresa, y yo respondí de la misma manera, dejando que todo lo que había sentido por él durante años finalmente saliera a la superficie.
Nuestros cuerpos se entrelazaron en el sofá, cada movimiento, cada toque era una exploración nueva, emocionante. Lo había deseado tanto tiempo, y ahora que lo tenía frente a mí, no podía pensar en nada más que en la sensación de su piel contra la mía, en el calor de su respiración y en el latido acelerado de nuestros corazones.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, perdidos en nosotros mismos, en lo que habíamos evitado durante tanto tiempo. Pero en ese momento, todo lo que éramos, amigos, confidentes, cómplices, se mezcló con algo mucho más profundo.
Cuando finalmente nos separamos, con nuestras respiraciones aún entrecortadas, lo miré a los ojos y supe que todo había cambiado para siempre. Pero no había miedo en ese cambio, solo una certeza: lo que habíamos encontrado juntos era mucho más fuerte que cualquier cosa que hubiéramos imaginado.
2 comentarios - Mi ex mejor amigo y yo