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Intriga Lasciva - El Instituto [44]

Intriga Lasciva - El Instituto [44]
Capítulo 44.


Reiko Frente al Espejo.

Con los ojos llenos de lágrimas, Siara miró el video por décima vez. No podía creer que Erika se hubiera sometido a semejante humillación… ¡y por esa puta de Farah Abdul! ¡La putita de Fermín Lanzani! 
Lo que más le dolía era escuchar la parte en que Erika le decía a Xamira: «Me rompieron, amiga… me rompieron». Nunca se imaginó que alguien sería capaz de llevarla a ese punto de devoción. 
La puerta del dormitorio se abrió, Siara ni siquiera levantó la mirada. 
—Hey ¿qué te pasa? —Era su madre, Verónica LeClerc—. No bajaste a almorzar… y por lo que veo ni siquiera saliste de la cama. —Su hija tenía el cabello negro hasta los hombros todo despeinado y estaba completamente desnuda—. ¿Fuiste al instituto?
—¿Hay algún problema si no fui?
—No, ninguno. A mí me da igual si vas o no vas. Solo preguntaba. —Verónica entró caminando lentamente, como si se acercara a un animal herido potencialmente peligroso. Se sentó en la cama y acarició la pierna derecha de su hija—. Me preocupa verte así. Siempre fuiste una chica muy activa. ¿Es por Erika, cierto? 
—¿Viste el video?
—No vi ningún video. 
—¿Y cómo sabés que estoy así por ella?
—Porque soy tu mamá. Te conozco. Sé lo mucho que te importa Erika. Es más que tu mejor amiga —Siara miró a su madre con ojos llorosos—. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Querés contarme? Sabés que conmigo podés hablar de cualquier cosa. 
—¿Hoy no tenés que hacerte chupar la concha por una de tus modelitos?
Verónica mostró una sonrisa desafiante. 
—No, hoy no. Mañana sí. Vienen dos pendejitas nuevas… preciosas. Se mueren de ganas de modelar conmigo. Las voy a tener comiendo concha toda la tarde, hasta que aprendan a hacerlo bien. ¿Te querés sumar? 
Siara no esperaba una respuesta tan sincera. El corazón se le aceleró. Empezó a sentir esa descarga de adrenalina y poder que tuvo cuando Corea y Ludmila le chuparon la concha. 
—¿Puedo hacerlo?
—¡Claro! Cuando quieras. Me gustaría tener una segunda opinión. 
—¿Por qué hacés esto? ¿Por qué el requisito para modelar con vos es que te chupen la concha?
—Porque puedo. Porque quiero. Porque me gusta ver a las chicas comprometidas. Después se esfuerzan más. —La mano en el muslo de Siara subió, la punta de los dedos de Verónica rozaron sus labios vaginales—. Y sobre todo, porque me calienta muchísimo. No hay nada más lindo que tener a una rica pendeja comiéndote la concha. En especial cuando se esfuerzan por hacerlo bien. 
—Y porque te gusta la concha. 
—¡Claro! ¿A vos no? —Le acarició suavemente uno de los labios vaginales. Siara se estremeció—. Me sentiría muy desilusionada si a mi única hija no le gustan las mujeres. Imagino que debés coger mucho con Erika. 
—No, y ese es el problema. 
—Uy, nos estamos acercando. ¿De verdad nunca cogiste con ella? Las vi manoseándose más de una vez. 
—Sí, pero fue solo eso. 
—Y vos querés acostarte con ella. —Silencio—. Vamos, Siara. Quiero que seas sincera conmigo. —La caricia de su dedo se fue acercando más al centro de la concha. 
—Sí. Antes no lo tenía claro, pero ahora sé que quiero acostarme con ella.
—No creo que te cueste mucho. Se nota que a Erika le gustan las mujeres.
—Lo sé. Ese es otro problema. 
Le mostró el video a su madre. Verónica lo miró en silencio sin dejar de acariciar los labios de su hija, los cuales ya estaban muy húmedos. 
—Está chupándole la concha a otra chica. ¿Cuál es el problema?
—¿No te das cuenta, mamá? Se supone que entre Erika y yo había algo especial. Si teníamos nuestra primera experiencia lésbica, debíamos tenerla juntas. Yo debí ser su primera mujer. 
Verónica se quedó boquiabierta. 
—Ay, dios… ¡sos una pelotuda! 
—¿Perdón? 
—Hija, no podés ser tan boluda. Yo no te crié así. ¿Qué mierda importa si sos la primera o la décima? ¡Lo importante es coger con ella! La primera vez está sobrevalorada. Suele ser la más incómoda, la que menos se disfruta. Yo tuve mi primera vez con una completa desconocida que tenía veinticinco años más que yo. También tuve sexo con la hija de esta desconocida. Después fui y me cogí a mi mejor amiga. Me dio igual si era la primera o la tercera. Yo quería estar con ella. Y para rematar, unos días después volví a la casa de la desconocida y tuve sexo con ella y con su hija… las dos a la vez. —El dedo mayor de Verónica se hundió dentro de la húmeda concha de Siara—. Hicimos un trío lésbico magnífico. 
—¿La hija… con la madre?
—No sabés cómo esa pendeja le chupó la concha a la madre… y cómo gimió cuando la madre le devolvió el favor. —Verónica movió el dedo dentro del agujero, haciendo estremecer a Siara—. Lo más lindo de todo es que eran la esposa y la hija de un pastor evangelista. No sabés el morbo que me dio verlas coger entre ellas. Pero… volviendo al tema. No seas tan pelotuda, Siara. ¿De verdad te vas a perder la oportunidad de acostarte con Erika solo porque no fuiste su primera mujer? ¿De dónde sacaste ese romanticismo estúpido? Porque de mí no lo heredaste…
En ningún momento se había detenido a pensar si su postura podría estar equivocada o no. Asumió que el vínculo con su mejor amiga era sagrado; pero en realidad nunca habló de Erika sobre este tema. Durante las numerosas sesiones de toqueteos que pasaron juntas, siempre prefirió quedarse callara. Hacer de cuenta que nada pasó. Era parte del juego entre ellas… y quizás ese fue el error. 
—Tal vez debí hablarlo con Erika. 
—¡Claro! ¿O pensás que ella es adivina? Se debe morir de ganas de coger con vos… pero si no te apuras, esa tal Farah te la va a robar. La tiene dominada. Me calienta eso. —Metió otro dedo dentro de la concha de su hija—. Me gusta ver a Erika en modo “putita sumisa”. Yo también me la cogería sin pensarlo dos veces. 
—¡Mamá! Uf… 
Metió un tercer dedo, esta vez con más fuerza. Siara sintió un poco de dolor y una repentina subida de calentura.
—¿Qué problema hay si me acuesto con ella?
—¡Es mi mejor amiga! ¡Y sos mi mamá! Se supone que hay códigos.
—Yo no aplico esos códigos absurdos en mi vida. Considero que cualquiera puede acostarse con otra persona, si así lo desea. Y estaría bueno que vos lo entiendas. Con ese romanticismo de pacotilla solo vas a sufrir. Tenés que ponerte firme y recuperar a Erika. 
—¿Y cómo lo puedo hacer? Ya la escuchaste… ahora se considera “la putita de Farah”. 
—Entonces convertila en TU putita. 
—No sabría cómo hacerlo. 
—Sí sabés —comenzó a masturbarla más rápido, Siara se sacudió en la cama—. Te hiciste chupar la concha por una de mis modelos, ¿cierto? 
—Sí… 
—¿Y te gustó? Me refiero a esa sensación de poder. 
—Me encantó —reconocerlo fue tan potente para ella que el corazón empezó resonar como un tambor—. También hice que dos compañeras me chupen la concha. Una de ellas quiere diseñar vestidos para vos, se llama Corea Masantonio. Te va a encantar. Es una pendejita de esas bien ricas, como te gustan a vos. Y dibuja muy bien… 
—Mmm… interesante. Me gustaría conocer a esa tal Corea. ¿Y qué tal su amiga?
—Es parecida a Erika. Medio inocentona, con las tetas enormes. Y un culazo de campeonato. 
—Invitalas a casa cuando quieras. Me interesa ver los diseños de Corea. —Se acercó de golpe y le dio un beso en los labios a su hija—. Nos la podemos coger entre las dos. 
—Eso… eso… me encantaría. 
Siara metió la mano por debajo de la pollera de su madre y se alegró al descubrir que ella no llevaba ropa interior. Volvieron a besarse mientras se metían los dedos en la concha la una a la otra. 
Verónica se quitó el vestido y se tendió completamente desnuda sobre su hija. Sus tetas quedaron apretadas en el medio. 
—Yo no crié a una boluda —le dijo al oído—. Y ahora quiero que me lo demuestres. Quiero ver que sos capaz de tomar las riendas de la situación. Con firmeza, con decisión. Con la seguridad de que estás haciendo lo que querés hacer. 
Algo en la mente de Siara se rompió. Fue como pasarse años viendo al mundo con un cristal oscuro frente a sus ojos, un cristal que no le permitía ver la realidad. Que no le permitía verse a sí misma. Ahora solo quería una cosa: convertirse en su madre. 
Giró rápidamente, volteando a Verónica. Ahora era su madre la que estaba boca arriba, y Siara justo encima, mirándola a los ojos con actitud desafiante. Ya no lloraba. 
Sujetó una de las piernas de su madre y la levantó. Encajó las suyas en el medio, provocando que ambas conchas quedaran rozándose entre ellas. Sin pedir permiso, comenzó a moverse rápidamente. 
—Uf… sí… esta es la hija que quiero tener. Dale, mi amor… cogeme duro. Cogeme como esa putita evangelista se cogió a la madre. 
Siara recordó a Dalma Leone teniendo sexo con su mamá y a Diógenes haciendo lo mismo con la suya. El morbo fue en aumento. 
—Le chupé la pija al editor de una revista, para resolver un caso… 
—¿Ah sí? ¿Tenía buena pija?
—Era un pelotudo, pero debo reconocer que tenía muy buena verga. Erika se demoró en entrar —le contó mientras se movía sin parar—. Y el tipo me dio tremenda cogida. No era parte del plan. Me llenó de leche. 
—Uf… qué rico. Me pone contenta saber que a mi hija ya la están llenando de pija. En especial si lo hacés para conseguir tus objetivos. Aprendé a dominar el arte del sexo, y podrás lograr lo que sea. ¿Acaso pensás que yo llegué tan lejos sin vender mi cuerpo? 
—Me imagino que cogiste mucho. 
—No… no te imaginás. No te das una idea. 
Siara sonrió. Estaba fascinada por esta faceta tan sincera de su madre. No pudo soportarlo más. Tenía que ir más lejos. Tenía que poseerla. 
Se lanzó sobre ella y le chupó una teta con furia. Luego hizo lo mismo con la otra. 
—Mmm… buena forma de comenzar —dijo Verónica—. Pero me imagino que habrá más. Mi hija no me dejaría con esta calentura. 
Siara la besó en la boca y comenzó a bajar mientras le pasaba la lengua por todo el cuerpo. El fibroso cuerpo de su madre le parecía más hermoso que nunca. Metió la cabeza entre sus piernas y, sin un ápice de duda, comenzó a lamerle la concha. 
—¡Ay sí, mi vida! No sabés cuántas veces fantaseé con este momento. Chupamela toda. 
Siara nunca imaginó que la primera concha que chuparía sería la de su propia madre. Siempre sintió admiración por esa mujer, pero pocas veces la miró con ojos libidinosos. Y cada vez que lo hizo, se sintió culpable. «Una hija no debería ver de esa manera a su madre». Sin embargo, Verónica es una mujer muy sensual. Nadie escapa a sus encantos. Ni siquiera Siara. 
—Me imagino que hoy vos no vas a ser la única que pruebe concha.
Siara entendió perfectamente a que se refería. Su madre es una morbosa perversa, y si ella puede alimentarle las fantasías, lo va a hacer. Siara ya no quiere sufrir por idioteces. Quiere ver el mundo como lo ve su madre. 
Se acostó sobre ella, ofreciéndole la concha. No le sorprendió que Verónica empezara a lamerla sin ningún tipo de preámbulo. No es de la clase de personas que necesita tiempo para decidirse. Esa seguridad la embriagó. Ojalá ella pudiera ser igual. Bajó la cabeza y volvió a encontrarse con el sexo de su madre. Lo chupó con fuerza, como si estuviera aspirando a ser una de sus modelos. Quería hacerlo mejor que esas putitas. Si alguien debía ser un ejemplo de cómo complacer sexualmente a Verónica, esa era ella. Aprendería todo lo necesario y después… 
Después recuperará a Erika. Porque Erika es suya. Le pertenece por derecho. Erika es SU puta… y no va a permitir que nadie se la quite. 

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Tenía todo el cuerpo cubierto de jabón. De rodillas en el piso del baño Oriana vio a su madre entrando. Reiko cubría su desnudez con una pequeña toalla. Se detuvo en seco al ver a su hija. Oriana habló en japonés. 
—Hola, mamá. ¿Querés bañarte conmigo? —Reiko no respondió, ni siquiera se movió—. Dale, no seas así. Sé que estás enojada conmigo. Quiero que hagamos las paces. Hasta hace poco no tenías ningún problema en bañarte conmigo. No sé por qué dejaste de hacerlo. Tengo una sospecha: ¿Es por esto? —Se agarró las tetas y las estrujó—. Creo que te incomoda estar desnuda junto a una mujer hermosa.
—No digas tonterías —respondió Reiko, también en japonés—. Sos mi hija. ¿Cómo voy a sentir eso?
—No lo sé… es solo una idea. Entonces, si no hay ningún problema… vení. Vamos a bañarnos juntas. 
Reiko dejó la toalla en el perchero y se arrodilló sobre la esterilla de baño. Una al lado de la otra, desnudas, parecían un espejo del tiempo. Tenían una fisonomía idéntica. Lo único que diferenciaba a Reiko era que tenía veinte años más que su hija. Oriana pasó sus manos enjabonadas por los pechos de su madre. Esto incomodó un poco a Reiko y Oriana lo notó, sin embargo la dejó seguir. Ella estrujó esas grandes tetas y pellizcó los pezones. Las mejillas de su madre se pusieron rojas. Oriana sonrió al darse cuenta. 
—¿Pasa algo gracioso?
—Te pusiste colorada… y te queda lindo. El rubor en las mejillas resalta tus rasgos. 
Reiko no dijo nada. Se puso aún más roja. Para dejar ese tema atrás y hacer las paces con su hija comenzó a enjabonarle los pechos. En el pasado lo había hecho muchas veces.
—Lamento que te hayan crecido tanto. Es mi culpa. En mi familia todas las mujeres tienen los pechos grandes. 
—¿Pero qué decís, mamá? ¿Lamentarme? ¡Tendría que agradecerte! Me encanta ser tetona. Uf… de verdad adoro mis tetas —dijo, estrujando las de su madre—. Las tuyas también son hermosas. Me da bronca que te avergüences de ellas. Una mujer debería estar orgullosa de su belleza, no sentir pena. 
—Yo no… 
—Es muy triste que tengas que vivir así. Yo me sentía más o menos igual, hasta que conocí a alguien que me ayudó a ver el mundo de otra manera. Ahora veo mi cuerpo y me siento orgullosa… y creo que vos sentís lo mismo; pero en secreto. —Reiko abrió mucho los ojos—. Y hablando de secretos, te voy a contar uno: a mí me gusta espiarte. —Su madre se quedó muda. Luego de una pausa, Oriana siguió hablando—. Te espié muchas veces mientras te bañabas. —Se acercó al oído y susurró—. Sé que te hacés la paja cuando estás sola en el baño. 
—¿Qué?
—Sí, mamá. ¿Fue por eso que ya no quisiste bañarte conmigo? ¿Querías aprovechar para pajearte? También sé que lo hacés en tu habitación, cuando papá se va a comprar mercadería. Esa es la parte que más me gusta. Lo que hacés frente al espejo… uff… me vuelve loca. 
—¡Eso es una intromisión! Una invasión a la privacidad. 
—Es hermoso, mamá. Te pajeás frente al espejo… admirando tu propio cuerpo. Hasta le das besos al vidrio. ¿Sentís una atracción erótica hacia vos misma? —Silencio—. No te pongas mal, mamá. No se lo voy a contar a nadie… y a mí me parece muy lindo. También me pasa un poquito. —Oriana bajó una mano y acarició la entrepierna de Reiko—. Ahora entiendo por qué te gusta enjabonarme la concha. Sí, mamá… no soy tonta. Al principio me ponía un poco incómoda, por la forma en que movías los dedos… así, casi como si me estuvieras masturbando —le mostró cómo, acariciando toda la raya central de su vagina—. Pensé que lo hacías así porque para vos este gesto no significa nada. Pero me equivoqué. Al fin y al cabo, somos muy parecidas. Me veías como tu propio reflejo. 
—Yo… em… perdón… 
—No hace falta que te disculpes. A mí me gustaba cuando lo hacías… y empecé a disfrutarlo aún más cuando supe qué significado tenía. —Oriana se acercó, la punta de sus narices se tocaron—. Sé que más de una vez fantaseaste con besarme, tal y como lo hacés con el espejo. Dale… dame un beso. Mejor dicho: date un beso. Imaginá que soy vos. Olvidate de tu hija. Ahora soy tu propio reflejo… y quiero que me beses. 
Las dos mujeres se quedaron muy quietas y en silencio. Oriana pensó que su madre saldría corriendo del baño. La propuesta era arriesgada, una completa locura. Sin embargo, las ganas de Reiko pudieron más que su autocontrol. 
Acercó los labios a su reflejo vivo y la besó. Oriana le metió un dedo en la concha y mientras sus lenguas se rozaban, comenzó a masturbarla. Sin que nadie se lo pidiera, Reiko imitó los movimientos de su hija. Había acariciado esa concha varias veces en los últimos meses. Hacerlo una vez más no suponía un problema… aunque en esta oportunidad fue más lejos. Ella también introdujo un dedo. El beso se volvió más intenso, más romántico. Eso promovió el ritmo de las masturbaciones. 
—¿Alguna vez fantaseaste con chuparte una teta? Bah, ¿para qué pregunto? Si ya sé la respuesta. Obvio que querés chuparte las tetas, con lo hermosa que las tenés… ¿quién no querría? Y mirá… las mías son idénticas a las tuyas —las sacudió—. Porque soy tu reflejo. Soy esa Reiko de dieciocho años que fantaseaba con su propio cuerpo frente al espejo. 
Un relámpago de sorpresa cruzó la mente de Reiko. ¿Cómo es posible que su hija sepa lo que ella hacía a los dieciocho años? Si ni siquiera era nacida. Pero la respuesta era tan obvia que se sintió una tonta. Oriana también se pajea frente al espejo. De pronto Reiko sintió una conexión tan grande con su hija que ya no pudo contenerse. Se lanzó a chupar su teta izquierda. Se metió el pezón en la boca y succionó con fuerza, como tantas veces había soñado hacer. Oriana metió un segundo dedo en su concha y ella imitó el gesto. Lo que la tomó por sorpresa fue que su hija usara el pulgar para masajearle el clítoris. Ese contacto tan preciso la hizo gemir. Hizo lo mismo con Oriana, la jovencita disfrutó a pleno. Su madre le estaba haciendo una paja espectacular. 
Reiko saltó a la otra teta, no se quedaría sin probarla. Oriana la incentivó a seguir. Pasados unos segundos de intensos chupones, se volvieron a mirar a los ojos. 
—Si fantaseaste con chuparte una teta, me imagino que la fantasía va en ambas direcciones. 
Reiko asintió con la cabeza. Aún parecía confundida. A Oriana le gustó que se deje llevar por la corriente y que no se mortifique tanto con sus pensamientos. 
Llegó el turno de Oriana, quien no dudó al prenderse a la teta derecha de Reiko. La chupó pensando en los dos escenarios posibles: que se trataba de un reflejo de ella misma y que le estaba comiendo una teta a su propia madre. Las dos fantasías la calentaron de igual manera. 
Sacó los dedos de la concha de Reiko se los metió en la boca. La mujer se quedó aturdida, lamió los dedos por puro instinto. Luego hizo lo mismo con su hija, le dio de probar sus propios jugos vaginales. 
—Te espero en la pieza, mamá. Pero te advierto… si entrás, hacelo sabiendo que las cosas se pueden poner muy intensas. ¿Está claro? De lo contrario, no vayas. Y no te voy a esperar toda la tarde. Decidite rápido. —Le susurró al oído—. Aprovechemos que estamos solas. Todo lo que pase va a ser un secreto. Nadie nos puede ver. Nadie se va a enterar nunca. Nadie nos puede juzgar. Dentro de esa pieza podés ser libre, Reiko. Y tu único testigo va a ser tu propio reflejo. 
La besó una vez más en la boca y salió del baño. 
Se llevó una toalla, pero no se molestó en ocultar su desnudez. Su hermano y su padre habían salido a hacer entregas de pedidos. Tardarían horas en volver. 
Cuando estuvo seca, se tendió sobre su cama y realizó los últimos preparativos. 
Esperó por su madre mientras miraba videos porno en el televisor que estaba justo frente a la cama. El material, por supuesto, lo había sacado de Uvisex. Se puso lubricante en la cola y sacó el dildo de la mesita de luz. 
Reiko entró unos veinte minutos más tarde. Encontró a su hija tendida en la cama, imponente con toda su desnudez, y con el dildo metido en el culo. Miró la pantalla. Allí había una chica joven teniendo sexo lésbico con una mujer madura. 
—Esas dos son madre e hija —comentó Oriana—. La chica se llama Dalma, cursaba en el mismo instituto que yo. La madre se llama Emilia. 
A Reiko le impactó mucho ver esa escena de incesto. ¡Y las dos mujeres no estaban solas! A la bella jovencita le estaban metiendo una gruesa verga por el culo mientras le comía la concha a su madre. La mujer madura estaba chupando otro pene de igual tamaño. 
Reiko volvió a mirar a su hija que metía y sacaba el dildo de su culo. No supo qué decir. Se acercó a ella. Se puso a su lado, de rodillas en la cama. Con una mano temblorosa se acercó a la entrepierna de Oriana y le metió dos dedos. 
—Besame —le pidió su hija.
La madre obedeció. Eso la ayudó mucho a relajarse y que Oriana también hubiera empezado a masturbarla ayudó mucho.
—Oriana…
—Nada de Oriana. Reiko. Soy Reiko. Soy vos. Soy tu reflejo. Que no se te olvide. 
El impacto psicológico de esas palabras fue brutal. Algo se rompió en la mente de Reiko. Llegó a entender el potente simbolismo. Si en esa habitación ella estaba sola con su reflejo y nadie más… podía hacer lo que quisiera. Reiko no tiene secretos con ella misma. Ella sabe lo que siente cuando se mira al espejo. Lleva años admirando su propio cuerpo. En público se avergüenza de sí misma, porque eso es lo que su madre le enseñó. Pero en privado… cuando está sola, Reiko se ama. Se ama como una amante fogosa amaría a otra. Fantasea con tener sexo consigo misma. Lo más cerca que estuvo de cumplir esa fantasía fueron las veces que se bañó con su hija. La tocó de forma inapropiada… y se enojó consigo misma. Se volvió más estricta con Oriana, ella era la que provocaba esos pensamientos prohibidos. Ella con ese cuerpo tan maravilloso… tan parecido al suyo. 
—Te amo, Reiko —le dijo a su reflejo, y volvió a besarla. 
Las lenguas se entrecruzaron, los dedos entraron y salieron de las conchas. Sus sexos se humedecieron y los pezones se les pusieron duros. 
—Te amo, Reiko —repitió su reflejo. Y la Reiko original estuvo a punto de llorar. 
No lo hizo porque no quería arruinar ese momento mágico. En cambio bajó la cabeza y empezó a chuparle una teta. 
—Amo mis tetas —confesó—. Las adoro. 
—Entonces no sientas vergüenza de ellas. 
—No, nunca más. Las amo.
Succionó el otro pezón. Oriana sintió un poco de dolor, pero no le molestó. Estaba demasiado excitada. Disfrutaba de ese jueguito de roles. 
—Reiko… —le dijo la original a su reflejo. 
—¿Sí, mi amor?
—Quiero que lo hagas. Ya sabés a qué me refiero. 
—Por supuesto que lo sé. No hace falta que lo digas. 
«Acá nadie me ve —pensó Reiko—. Estoy sola conmigo misma. Soy una pervertida… y no necesito darle explicaciones a nadie». 
Se tendió en la cama, con las piernas abiertas y miró la pantalla. Ahora Emilia era la que chupaba la concha de Dalma. A las dos seguían dándole duro por el culo. Reiko no estaba acostumbrada a ver porno, mucho menos tan explícito… y morboso. Por eso el impacto que le causó fue tan grande. Comenzó a masturbarse y cuando su hija… cuando su reflejo metió la cabeza entre sus piernas, se le cortó la respiración. Realmente iba a ocurrir. Eso con lo que fantaseó tantas veces, se haría realidad. 
Acarició el cabello de Oriana y miró fijamente hacia sus ojos. No vio a su hija. Se vio a sí misma. A la Reiko de dieciocho años que no sabía cómo lidiar con sus perversos pensamientos lésbico-narcisistas. 
—Te amo, Reiko. 
Su reflejo bajó la cabeza y comenzó a lamerle el clítoris. Ella se estremeció, soltó un agudo gemido. No quiso cerrar los ojos, quería verse a sí misma haciéndolo. Eso completaba la fantasía. Las lamidas de Oriana se fueron volviendo cada vez más intensas. Por dentro ella también tenía un torbellino de pensamientos obscenos. Al fin y al cabo le estaba practicando sexo oral a su propia madre. Pero también a sí misma. Ella no veía a Reiko. Veía a una versión más madura de Oriana. 
—Amo mi concha —lo dijo para sí misma, porque esa concha que chupaba era la suya. 
—Es hermosa. Me gusta tocártela cuando nos bañamos juntas, Reiko. 
—Y a mí me gusta que me la toques.
Reiko sintió un gran alivio, acompañado del placer que le provocaron las lamidas. Ya no tenía que sentirse culpable por haber tocado a su hija de forma inapropiada. Ella también lo había disfrutado. Ella entendió que en realidad Reiko solo quería tocar a Reiko. Y quizás también a…
—La concha de Oriana también es hermosa. Como la mía. 
—Y a Oriana le gusta cuando su madre la toca. 
—A Reiko le gusta cuando su hija la toca. 
Esa era la parte que más disfrutaba del baño madre e hija. Oriana le devolvía las caricias en la concha de la misma manera. Disimulando un poco, como si la estuviera ayudando a lavarse, pero con sutiles movimientos eróticos. Algún roce más intenso contra el clítoris o algún dedo que se iba hacia adentro y se tomaba su tiempo antes de salir. Era una secuencia típica antes de que Reiko se pusiera tan estricta, por miedo. 
Pero ya no había nada que temer. Ahora podía dejar salir todos esos anhelos. Tenía a su hija y a su reflejo comíendole la concha y… Oriana decidió sumar el dildo. Lo apoyó contra la entrada del culo y presionó con fuerza. Se deslizó hacia adentro con relativa facilidad. 
—Uf… qué delicia. Esto es mucho mejor que un pepino. 
Eso sorprendió a Oriana. No sabía esa parte de su madre. Al parecer Reiko fue más cuidadosa al brindarse placer anal… o tal vez. 
—¿Cuándo lo hiciste por primera vez?
—Después de verte con el dildo en el culo. Quise probarlo. Fue… delicioso. Maravilloso. Entendí por qué lo disfrutabas tanto. 
Ella… ella misma había metido una nueva fantasía en la mente de su madre. Se sintió orgullosa. 
—Tengo otro de estos, en el cajón. Se lo pedí a Erika, para probar la doble penetración. 
—Quiero probar eso. 
Reiko sacó el segundo dildo. Era idéntico al primero. Se lo alcanzó a su hija diciendo:
—No hace falta ponerle lubricante. Ya estoy muy mojada. 
—Lo sé. 
Lo introdujo en la vagina, sin dejar de lamerle el clítoris. 
—Uy… sí… delicioso. ¡Gracias! Gracias por permitirme probar esto. Gracias por salvarme hija. 
—Ya no vas a ser prisionera de tus temores. 
—No, ya no. Soy libre. Soy pervertida. Y quiero que mi hija también lo sea. 
—Lo soy. ¿Acaso no ves cuánto me caliento al ver a una madre y una hija teniendo sexo? Me puedo pasar todo el día encerrada en la pieza, mirando porno. 
—¿Tenés más cosas como esta?
—Muchas más. 
—Quiero ver porno con vos. Quiero que miremos porno juntas. Mucho porno. Todo el que nunca pude ver en mi vida. 
—Lo sabía. Sabía que solo necesitabas a alguien en quien confiar. Sabía que en el fondo de esa madre tan estricta se escondía una Reiko fogosa, pasional… pervertida. Quiero preguntarte algo, mamá… y quiero que seas sincera. 
—Voy a ser sincera. Sos mi otra mitad. No tengo secretos para vos. 
—Eso me gusta. ¿Qué es lo más pervertido que hiciste en tu vida? Además de esto… 
—Le chupé la verga a mi hijo. 
—¿Qué? ¿A mi hermano? 
—Sí, se la chupé. Pero… él no lo recuerda. Soy una pervertida. Lo sé. Una noche Kaito llegó borracho a casa. Apenas si podía moverse. Lo encontré desnudo en la bañera. Lo llevé hasta su pieza. Ahí me fije en esa verga… 
—¿La tiene grande?
—Mucho más grande que la de tu padre. Y yo… no pude resistirme. Me la tragué. La chupé toda hasta que se puso dura —mientras hablaba, Oriana la incentivaba moviendo los dos dildos a la vez—. Él ni se enteró, pero estuve un largo rato mamándosela sin parar. Me acabó en la boca. Pude saborear todo su semen. Es delicioso. Después me fui. Me sentí culpable. Actué mal. Soy una pervertida. 
—Lo sos. Solo una pervertida le chuparía la verga a su propio hijo. 
—Lo sé. Me gusta ser pervertida. Ahora no siento culpa. Me gustó la verga de Kaito. 
—¿Se la chuparías otra vez?
—Me muero de ganas de volver a probarla. Y quiero que vos también la pruebes. 
A Oriana se le revolvió el estómago. Esto estaba yendo demasiado rápido. Nunca pensó en tener sexo con su propio hermano. Kaito es un chico apuesto; pero siempre lo vio como un miembro de la familia. 
Optó por no responderle a su madre. Aún no había tomado una decisión al respecto. Se limitó a brindarle placer con los dos dildos a la vez y con su lengua. No pasó mucho tiempo hasta que Reiko comenzó a sacudirse, víctima de un potente orgasmo. El mejor orgasmo de su vida. 
Oriana aún quería probar muchas cosas con su madre; pero no había motivos para apurarse. Había logrado un avance enorme, mucho más grande de lo que jamás imaginó. Ya tendrían tiempo para más.  


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